Obispo Julio 20
Etimológicamente significa “
brillante”. Viene de la lengua latina.
Nuestra mente retrocede hoy
a la ciudad de Hipona, en el norte de Africa.
Era el año 392. San Agustín, después de su conversión,
fue ordenado obispo. Necesitaba de alguien que le ayudase en
su ingente labor apostólica. Ordenó de diácono a Aurelio, que
más tarde llegaría a ser el sucesor de san Agustín.
Para
tu conocimiento te recordaré que la Iglesia de Africa era
de las más brillantes de su época. Había la no
despreciable cifra de más de 500 obispos.
Esto da a
entender el esplendor con que vivía la fe el pueblo
africano de aquel tiempo.
Durante el episcopado de san Aurelio hubo
más de treinta concilios. La razón de su convocación se
debía a que algunos obispos no eran lo dignos que
deberían ser, ni su ejemplo era un modelo a seguir.
¿Qué
ocurría?
Dos cosas fundamentales: la herejía de los donatistas y la
de los pelagianos. Y lo malo es que algunos monjes
e incluso miembros del episcopado seguían estas herejías. En el
tratado o libro que escribió a los monjes se relata
que algunos de ellos traficaban con reliquias de mártires para
ganarse pingües ganancias económicas. Es más, a los fieles que
iban a venerar las santas reliquias, les exigían una
limosna a cambio.
Su libro “El trabajo de los monjes” refleja
la relajación a que llegaron algunos que, en lugar de
vivir la vida contemplativa, se convertían en verdaderos vagos que
no hacían nada.
Aurelio, ante estas situaciones de la Iglesia que
regía con santidad de vida y con un ejemplo admirable
para todos, confiaba siempre en la bondad de Dios para
los que no actúan según los principios de la fe.
Así
lo atestiguan san Fulgencio de Ruspe, otro obispo africano, y
el escritor español Pablo Osorio.
Como ves, en la Iglesia, compuesta
de hombres y de mujeres, siempre ha habido y habrá
problemas. Pero sigue adelante porque la guía el Espíritu de
Dios, su aliento, su “ruhah”.
¡Felicidades a quienes lleven este nombre!
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