martes, 8 de mayo de 2012

Protagonista recuerda milagro de canonización de San Martín de Porres


LIMA, 08 May. 12 (ACI/EWTN Noticias) .- "La única secuela que quedó fue la cicatriz", recuerda Antonio Cabrera Pérez-Camacho al referirse al accidente que en 1956 casi le hace perder la pierna, pero que se salvó gracias a la intercesión del entonces Beato Martín de Porres, y que se convertiría a la vez en el milagro que permitió la canonización del santo peruano, cuyo 50º aniversario se celebró el 6 de mayo.

En diálogo con el diario peruano El Comercio, Antonio recordó desde España que todo comenzó con una travesura infantil el 25 de agosto de 1956 durante unas vacaciones en la localidad de Garachico.

"Era un niño extremadamente travieso y paseaba con otro niño que llevaba un jabón. Se lo quité y lo lancé a una casa en construcción. Él se puso a llorar y decía que su papá no se lo perdonaría. Le dije ‘no te preocupes que lo busco’", señaló.

Sin embargo, al trepar a la azotea se desprendió un bloque de unos 30 kilos. "Caí a la calle y encima me cayó el bloque. Mi pierna izquierda quedó destrozada", añadió.

El ahora odontólogo dijo que en la clínica los médicos comprobaron que no circulaba la sangre y la pierna se estaba gangrenando. "Me sacaban trozos de carne putrefactos", señaló. Pasaron los días y a pesar de los esfuerzos la pierna no mejoraba.

Así, el 31 de agosto los médicos desistieron y advirtieron que había que amputar la pierna ante la inminente septicemia. Por si fuera poco, asomaban síntomas de hepatitis y estado tóxico.

Sin embargo, recordó, el 1de setiembre llegó "de Las Palmas un pariente, Adolfo Luque. Él le dijo a mi madre Berta: ‘Aquí ya no hay nada que hacer, solo rezar. Soy muy devoto del beato Martín de Porres y le tengo mucha fe. Quiero darte esta estampita porque lo único que queda es rezar’. Mi madre, muy religiosa, me puso la imagen en la pierna y toda la noche estuvo rezando. Al día siguiente, cuando vinieron los médicos para llevarme al quirófano, me quitaron el vendaje y se quedaron asustados porque encontraron un cambio radical. Había circulación de la sangre y dijeron que no había que amputar nada. Y así fue. Después de unos días me dieron de alta. La única secuela que quedó fue la cicatriz. Luego todo normal".

El 2 de septiembre el médico Miguel López confirmó que al hacer la cura preparatoria para la amputación, se observó una mejoría que parecía insólita, inexplicable. Para el 7 de septiembre Antonio fue dado de alta.

La sanación milagrosa llegó a oídos de los dominicos, que decidieron iniciar las investigaciones y ver si se trataba del segundo milagro requerido para la canonización del beato. El primer milagro había sido la curación de una anciana en Paraguay en 1948.

"El trámite eclesiástico fue muy fuerte. El obispo (Mons. Domingo Pérez Cáceres) nos prohibió, bajo pena de excomunión, hablar del tema. Se formó un tribunal, llegaron enviados de Roma. A mí, por ser un niño, me hicieron unas cuantas preguntas; pero a mis padres sí los tenían horas preguntando y repreguntando. Parecía un interrogatorio policial", recordó.

Relató que un testimonio importante fue el médico Ángel Capote, pues se trataba de un ateo reconocido. "Él decía que desde un punto de vista médico no había explicación alguna para lo sucedido. Y Ángel murió como un cristiano extraordinario porque a raíz de lo que vio se convirtió", afirmó Antonio.

Seis años después, el 6 de mayo de 1962, el Papa Juan XXIII canonizó al beato Martín de Porres. Antonio estaba por cumplir 12 años y fue invitado a la ceremonia de canonización. "Todo fue muy solemne. Había gente del África, América, Asia. Muy ecuménico", señaló.

Antonio recordó que ese día Juan XXIII le dijo que tenía que "ser un ejemplo para el resto del mundo. El milagro conlleva una responsabilidad. Todavía eres niño, pero esto lo irás captando conforme crezcas". "Y como él dice ahora: ‘Sí, lo capté’", relató a El Comercio.

En 1963 fue invitado por el Gobierno peruano. "Fue algo impresionante. La televisión, los diarios. Tengo muy gratos recuerdos. Antes de morir quisiera regresar una vez más al Perú. Cuando estuve ante la tumba de Martín le pedí salud, paz y amor", afirmó.

Sobre su profesión como odontólogo, dijo que cree haber recibido "una influencia de San Martín, quien fue curador y sacaba muelas. Acá es patrono de los barberos que en aquella época hacían también de cirujanos".

"Se recuperó y hasta jugaba fútbol"

Testigo de este proceso de investigación fue el P. Vicente Cruz, nombrado notario eclesiástico por Mons. Domingo Pérez.

"El tribunal nombró a dos médicos de oficio para revisar el estado de la pierna. Se tomaron todas las declaraciones a máquina y luego se hacían dos copias a mano. El proceso era rigurosísimo (…). El testimonio de los médicos fue muy importante. Ellos atestiguaron que este caso sobrepasaba los conocimientos existentes desde el punto de vista médico", afirmó al diario El Comercio.

El sacerdote explicó que culminada la fase diocesana el informe fue enviado a Roma donde continuaba el proceso. "Antonio se recuperó totalmente. A los 12 años jugaba fútbol. Él le daba con el pie derecho e izquierdo con la misma habilidad", afirmó.




BIOGRAFIA

Martín de Porras Velásquez (O.P.) (*Lima, 9 de diciembre de 1579 – † 3 de noviembre de 1639) es un santo peruano de la orden de los dominicos. Fue el primer santo negro de América y es patrón universal de la paz. Conocido también como "el Santo de la escoba" por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.
Martín fue hijo de un español de la Orden de Alcántara, Don Juan de Porres (según algunos documentos, el apellido original fue Porras)natural de la ciudad de Burgos, y de una negra liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en Lima.
Su padre, debido a su pobreza, no podía casarse con una mujer de su condición, lo que no impidió su amancebamiento con Ana Velásquez. Fruto de esta relación nacieron Martín y dos años después Juana. Martín de Porres fue bautizado el 9 de diciembre de 1579 en la Iglesia de San Sebastián en Lima. El documento bautismal revela que su padre no lo reconoció, pues por ser caballero laico y soltero de una Orden Militar estaba obligado a guardar la continencia de estado.
Hacia 1586, Juan de Porres decidió llevarse a sus dos hijos a Guayaquil con sus parientes. Sin embargo, los parientes sólo aceptaron a Juana quien no había heredado la tez morena de su madre, y Martín de Porres hubo de regresar a Lima, donde fue puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de Malambo, en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por negros y otros grupos raciales. En 1591 recibió el sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo.
Martín inició su aprendizaje de boticario en la casa de Mateo Pastor, quien se casaría con la hija de su tutora. Esta experiencia sería clave para Martín, conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos, puesto que los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios para los casos comunes. También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor.
La proximidad del convento dominico de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual ejercieron una atracción sobre él. Sin embargo, entrar allí no cambiaría su situación social y el trato que recibiría por ser mulato y bastardo: no podía ser fraile de misa e incluso le prohibieron ser hermano lego.



VIDA RELIGIOSA

En 1594 y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán bajo la categoría de "donado", es decir, como terciario (por ser hijo ilegítimo). Así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes. Fue admitido como hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición de su padre, y en 1606 profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia.
En el convento, Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro de la enfermería. Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, sobre todo de los más pobres y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos. Su fama se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades. Su labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las manos con destreza. En Martín confluyeron las tradiciones medicinales española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos. Debió de empezar su labor como enfermero entre 1604 y 1610.
La vida en el convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martín la condición racial también era determinante. Aunque frecuentaba a la gente negra y a castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos étnicos. Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile alegre. Sus contemporáneos señalan su semblante siempre alegre y risueño.
Su preocupación por los pobres fue notable. Se sabe que los desvalídos lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad. La caridad de Martín no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o faltos de alimentos. Tenía separada en la casa de su hermana (que ya estaba casada y en buena posición social) un lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, llagados y enfermos.
De todas la virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades. En una ocasión el convento tuvo serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de vender algunos objetos, ante esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como esclavo para remediar la crisis, el Prior conmovido, rechazó su ayuda.
Ejerció constantemente su vocación pastoral y misionera; enseñaba la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían a escucharlo en calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo. La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían le preocupaban; es así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad - entre ellos el virrey Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos - fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación.
Martín siempre aspiró a realizar vocación misionera en países alejados. Con frecuencia lo oyeron hablar de Filipinas, China y especialmente en Japón del cual manifestó conocer.
El futuro santo fue frugal, abstinente y vegetariano. Dormía sólo dos o tres horas, mayormente por las tardes. Usó siempre un simple hábito de cordellate blanco con una capa larga de color negro. Alguna vez que el Prior lo obligó a recibir un hábito nuevo y otro fraile lo felicitó, Martín, risueño, le respondió: “pues con éste me han de enterrar” y efectivamente, así fue.


SANTO EN VIDA

Martín fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia.
Se sabe que San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima terciaria dominica y San Juan Macías también dominico, se conocieron y trataron algunas veces, aunque no se tienen detalles históricamente comprobados de sus entrevistas.
Aunque él trataba de ocultarse, su fama de santo crecía día por día. No había familia en Lima que no hubiese recibido ayuda de Martín de Porres de alguna forma y el don de la sabiduría era en él tan grande, que las más altas personalidades de Lima recurrían a su consejo. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: "Que venga el santo hermano Martín". Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
Hacia 1619 comenzó a sufrir de cuartanas, fiebres muy elevadas que se presentaban cada cuatro días; este mal se le fue agudizando y duró el resto de su vida, aunque continuó cumpliendo con sus obligaciones. Con el correr del tiempo, Martín fue ganando no sólo fama de santo sino que empezó a ser temido. La imaginería popular se desconcertaba ante sucesos sobrenaturales, algunos de ellos no presenciados pero conocidos de oídas. Comenzaron a correr rumores de que deambulaba por el claustro en las noches, rodeado de luces y resplandores. También causaban miedo sus apariciones inesperadas y sus desapariciones inexplicables.


MILAGROS ATRIBUIDOS

Las historias de sus milagros son muchas y sorprendentes, éstas fueron recogidas como testimonios jurados en los Procesos diocesano (1660-1664) y apostólico (1679-1686), abiertos para promover su beatificación. Buena parte de estos testimonios proceden de los mismos religiosos dominicos que convivieron con él, pero también los hay de otras muchas personas, pues Martín de Porres trató con gentes de todas las clases.
Se le atribuye el don de la bilocación. Sin salir de Lima, fue visto en México, en África, en China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos estando las puertas cerradas. En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, siempre respondía: "Yo tengo mis modos de entrar y salir".
Se le reputó control sobre la naturaleza, las plantas germinaban antes de tiempo y toda clase de animales atendían a sus mandatos. Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro, un ratón y un gato en completa armonía.
Se le atribuyó también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos testimonios, siendo las más sorprendentes la curación de enfermos desahuciados. "Yo te curo, Dios te sana" era la frase que siempre solía decir para evitar muestras de veneración a su persona. Según los testimonios de la época, a veces se trataba de curaciones instantáneas, en otras bastaba tan sólo su presencia para que el enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación. Normalmente los remedios por él dispuestos eran los indicados para el caso, pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios inverosímiles con iguales resultados. Con unas vendas y vino tibio sanó a un niño que se había partido las dos piernas, o aplicando un trozo de suela al brazo de un donado zapatero lo curó de una grave infección.
Muchos testimonios afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía ni escuchaba a la gente. A veces el mismo Virrey que iba a consultarle (aún siendo Martín de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis.
Otra de las facultades atribuidas fue la videncia. Solía presentarse ante los pobres y enfermos llevándoles determinadas viandas, medicinas u objetos que no habían solicitado pero que eran deseadas o necesitadas por ellos. Se contó además entre otros hechos, que Juana, su hermana, habiendo sustraído una suma de dinero a su esposo se encontró con Martín, el cual inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho. También se le atribuyó facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la muerte.
De los relatos que se guardan de sus milagros, parece deducirse que Martín de Porres no les daba mayor importancia. A veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos, solía hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad. En la vida de Martín de Porres los milagros parecían obras naturales.



SU MUERTE

A la edad de sesenta años, Martín de Porres, cae enfermo y anuncia que ha llegado la hora de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la ciudad. Tal era la veneración hacia este mulato, que el Virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de muerte pidiéndole que velara por él desde el cielo.
Martín solicitó a los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían, falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los Reyes, capital del Virreinato del Perú. Toda la ciudad le dio el último adiós en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.
En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo en Lima, (Perú) junto a los restos de Santa Rosa de Lima y San Juan Masías en el denominado "Altar de los Santos Peruanos".



BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN

A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevaría a los altares. Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue beatificado por el Papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada y prejuiciosa mentalidad.
El Papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canoniza el 6 de mayo de 1962 con las siguientes palabras: "Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama ‘Martín, el bueno’."
Su festividad en el santoral católico se celebra el 3 de Noviembre, fecha de su fallecimiento. En diversas ciudades de Perú se efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.


LA CANONIZACIÓN
En el año 1948 se remitió el proceso seguido en la curación instantánea de una señora de edad avanzada. El caso había ocurrido en la Asunción del Paraguay y se trataba de una obstrucción intestinal, rebelde a todos los tratamientos y que no podía ser operada por tratarse de una mujer de 87 años. El caso era desesperado y ya había sobrevenido un colapso cardíaco que agravaba el estado de la enferma. Una hija suya que vivía en Buenos Aires, toma un avión para ir al lado de la enferma y, desde el primer momento pone el asunto en manos del Santo Martín. Llega a la Asunción y aquella misma mañana, al amanecer, la enferma recobra completamente la salud y el mal desaparece. Este milagro fue aprobado por la Sagrada Congregación.

En el año 1956, tiene lugar otro prodigio debido a Martín. Un muchacho de poco más de cuatro años de edad, de Tenerife en las Canarias, recibe un golpe en el pie producido por un bloque de cemento de treinta kilos de peso. Prácticamente el pie queda deshecho y el estado de herido es de cuidado. Aparece la gangrena y no la pueden detener los médicos que asisten a Antonio Cabrera Pérez, que así se llama el muchacho. La amputación se hace necesaria a juicio de cuatro facultativos a quienes se consulta el caso. Pero he aquí que la familia vuelve los ojos a Martín, aplican al pie deshecho una imagen del Santo y el 1 de Setiembre en la noche, desaparece la gangrena y la cicatrización se inicia normalmente. Todos quedan estupefactos y el milagro parece patente.
Aprobado este milagro en la Sagrada Congregación, podía procederse a la Canonización, pues el Sumo Pontífice podía dispensar en el tercer milagro que comúnmente se exige. Como el examen de estos casos extraordinarios exige tiempo no se obtuvo la aprobación inmediato. El último de los citados fue visto por la comisión médica, compuesta de un buen número de médicos expertos y de nota el 11 de enero y el 18 de octubre de 1961. La comisión dio su fallo favorable y esto hizo pensar a algunos que, tal vez, en Diciembre de aquel año se realizaría la Canonización. No fue así. El 13 de febrero del 1962, la Junta de Teólogos revisó el proceso y la conclusión también cedía en favor de la causa. Por fin, en la Congregación General, presidida por su Santidad el Papa se aprobó el decreto llamado de Tuto, o sea que se consideró que no había óbice alguno para proceder a la Canonización. Este acto que tuvo lugar el 20 de marzo de 1962 llenó de alborozo a todos los devotos del Santo y comenzaron los preparativos para el gran triunfo de Martín.

En esta ocasión el concurso, que suele ser muy crecido, rebasó todos los límites, pues se llegó a ver lo que es muy raro que ocurra, esto es que entre la multitud se vieran representantes de todos los continentes y de todas las razas. La América del Sur, con el Perú a la cabeza, había enviado numeroso peregrinos; la América del Norte en donde tanta veneración se tributa al Santo, se veía también representada y no ya por gente de color sino aun por católicos de raza blanca; el África, el Asia, la Australia, todas estas regiones tenían delegados en gran número y, por último la Europa rendía también su fervoroso homenaje al humilde lego dominico. De España, de Francia, de la católica Irlanda, de Italia y Alemania, habían acudido grupos compactos, pero merecen singular mención, los irlandeses y los boloñieses, donde es Martín muy popular.


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Homilía pronunciada en la canonización de San Martín de Porres
por el Papa Juan XXIII

Martín de la caridad
Canonizacion de Martín de Porres - 6 de Mayo de 1962
Basílica Papal de San Pedro - Basilica Papale di San Pietro in Vaticano - Basilica Sancti Petri
Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

El sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, San Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.
                                                                                                             6 mayo 1962: AAS 54, 1962, 306-309)
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Misa de fiesta por el 49° Aniversario de la Canonizacion de San Martin de Porres
Convento de Santo Domingo de Lima
6 de Mayo de 2011

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