El misterio de la Visitación,
preludio de la misión del Salvador.
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96) La Visitación y el Magníficat Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56) En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa
1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra
cómo la gracia de la Encarnación, después de haber
inundado a María,
lleva salvación y alegría a la casa de
Isabel. El Salvador
de los hombres, oculto en el seno de
su Madre, derrama el
Espíritu Santo, manifestándose ya
desde el comienzo de su venida al
mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea,
usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse
en movimiento.
Considerando que este verbo se
usa en
los evangelios para indicar la resurrección de Jesús
(cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales
que comportan un
impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20),
podemos
suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar
el
impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del
Espíritu
Santo, a dar al mundo el Salvador.
2. El texto evangélico refiere, además, que María
realiza
el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión
«a la
región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano,
es mucho
más que una simple indicación topográfica, pues
permite
pensar en el mensajero de la buena nueva descrito
en el libro de Isaías:
«¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero
que anuncia la paz, que trae buenas nuevas,
que anuncia
salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el
cumplimiento
de este texto profético en la predicación del Evangelio
(cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver
en
María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva,
comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es
particularmente
significativa: será de Galilea a Judea, como el camino
misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el
preludio
de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo
de su
maternidad en la obra redentora del Hijo,
se transforma
en el modelo de quienes en la Iglesia
se ponen en camino
para llevar la luz y la alegría de
Cristo a los hombres de todos los
lugares y de todos los tiempos.
3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un
gozoso
acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo
de
la simpatía familiar. Mientras la turbación por la
incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías,
María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible:
«Entró en
casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).
San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de
María,
saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo
de María
suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo:
la
entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre,
transmite al profeta que nacerá la alegría que el
Antiguo Testamento
anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la
alegría mesiánica
y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con
gran voz,
dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto
de tu seno"» (Lc 1,41-42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la
grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes
la prefiguraron en
el Antiguo Testamento, es bendita entre
las mujeres por
el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta
un
verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría
sigue
haciendo resonar en los labios de los creyentes, como
cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que
hizo
el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres»,
indica la
razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que
ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas
de
parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de
María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también
qué
honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la
madre
de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión
«mi
Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún,
mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo
Testamento esta
expresión se usaba para dirigirse al rey
(cf. 1 R 1, 13, 20, 21,
etc.) y hablar del rey-mesías
(Sal 110,1). El ángel había
dicho de Jesús:
«El Señor Dios le dará el trono de David, su padre»
(Lc
1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la
misma
intuición. Más tarde, la glorificación pascual
de Cristo
revelará en qué sentido hay que entender
este título, es decir, en un
sentido trascendente
(cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración,
nos
invita a apreciar todo lo que la presencia de
la Virgen trae como don a
la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del
Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo.
Las mismas palabras
de Isabel expresan bien este
papel de mediadora: «Porque,
apenas llegó a mis
oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo
el niño
en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María,
junto con el
don del Espíritu Santo, produce como
un preludio de
Pentecostés, confirmando una
cooperación que, habiendo
empezado con la Encarnación,
está destinada a manifestarse en toda la
obra de la salvación divina.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96]
En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios.
Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)
1. María, inspirándose en la tradición del
Antiguo Testamento, celebra con el cántico
del Magníficat
las maravillas que Dios realizó
en ella. Ese cántico es la respuesta de
la Virgen
al misterio de la Anunciación: el ángel la había
invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo
de su espíritu en
Dios, su salvador. Su alegría nace
de haber experimentado
personalmente la mirada
benévola que Dios le dirigió a ella,
criatura pobre
y sin influjo en la historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina
de una palabra griega que tenía el mismo significado,
se celebra la
grandeza de Dios, que con el anuncio
del ángel revela su
omnipotencia, superando las
expectativas y las esperanzas
del pueblo de la alianza
e incluso los más nobles deseos del alma
humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María
manifiesta el sentimiento de su pequeñez:
«Proclama mi alma la grandeza
del Señor;
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava»
(Lc 1,46-48).
Probablemente,
el término griego tapeinosis está tomado
del
cántico de Ana, la madre de Samuel.
Con él se señalan la
«humillación» y la «miseria»
de una mujer estéril (cf. 1 S
1,11), que encomienda
su pena al Señor. Con una expresión semejante,
María presenta su situación de pobreza y la
conciencia de
su pequeñez ante Dios que, con
decisión gratuita, puso su
mirada en ella, joven
humilde de Nazaret, llamándola a convertirse
en la
madre del Mesías.
2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas
las
generaciones» (Lc 1,48), toman como punto
de partida la felicitación de
Isabel, que fue la
primera en proclamar a María
«dichosa» (Lc 1,45).
El cántico, con cierta audacia, predice
que esa
proclamación se irá extendiendo y ampliando con un
dinamismo
incontenible. Al mismo tiempo, testimonia
la veneración
especial que la comunidad cristiana ha
sentido hacia la
Madre de Jesús desde el siglo I.
El Magníficat constituye la primicia de las diversas
expresiones de culto, transmitidas
de generación
en generación, con las que la Iglesia manifiesta
su amor a la Virgen de Nazaret.
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
su
nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
de generación en
generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María
por
el Poderoso? La expresión aparece en el
Antiguo Testamento para indicar
la liberación
del pueblo de Israel de Egipto o de
Babilonia.
En el Magníficat se refiere al acontecimiento
misterioso de la concepción virginal de Jesús,
acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico
porque revela la experiencia del rostro de Dios
hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso
, pare el que nada
es imposible, como había
declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también
el Misericordioso, capaz de ternura y
fidelidad para con todo ser humano.
4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los
soberbios de corazón; derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los
humildes; a los
hambrientos los colma de bienes y a los
ricos
los despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia, María
nos
lleva a descubrir los criterios de la misteriosa
acción de Dios. El
Señor, trastrocando los juicios
del mundo, viene en auxilio
de los pobres y los
pequeños, en perjuicio de los ricos y
los poderosos,
y, de modo sorprendente, colma de bienes a los
humildes,
que le encomiendan su existencia
(cf. Redemptoris
Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran
en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan
a comprender que lo
que atrae la benevolencia de
Dios es sobre todo la
humildad del corazón.
5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de
las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo
elegido: «Auxilia a
Israel, su siervo, acordándose
de la misericordia, como
lo había prometido a
nuestros padres, en favor de Abraham y
su
descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a
contemplar solamente su caso personal, sino que
comprende que esos dones
son una manifestación
de la misericordia de Dios hacia todo
su pueblo.
En ella Dios cumple sus promesas con una
fidelidad
y generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo
Testamento
y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los
textos
proféticos que están en su origen, revelando
en la «llena de
gracia» el inicio de una intervención
divina que va mas allá
de las esperanzas
mesiánicas de Israel:
el misterio santo de la
Encarnación del Verbo.
|
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
jueves, 31 de mayo de 2012
La Visitación de la Virgen a Santa Isabel
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