jueves, 31 de mayo de 2012

La Visitación de la Virgen a Santa Isabel



 
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El misterio de la Visitación,
 preludio de la misión del Salvador.
 
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

La Visitación y el Magníficat
Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a
 la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa
 de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto
 oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno,
 e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz,
 dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y
 ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque,
 apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño
 en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que
 le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
 espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la
 humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
 porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
 su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles 
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios
 de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece
 a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y
 a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
 -como lo había prometido a nuestros padres- 
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa
 
1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra
 cómo la gracia de la Encarnación, después de haber
 inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de
 Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de
 su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya 
desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea,
 usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse
 en movimiento. Considerando que este verbo se usa en
 los evangelios para indicar la resurrección de Jesús
 (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales
 que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20),
 podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar 
el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del 
Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.
 
2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza
 el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión
 «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano,
 es mucho más que una simple indicación topográfica, pues
 permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito
 en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes
 los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas,
 que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento
 de este texto profético en la predicación del Evangelio
 (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver
 en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva,
 comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente
 significativa: será de Galilea a Judea, como el camino
 misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio
 de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo
 de su maternidad en la obra redentora del Hijo,
se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia
 se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de
 Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
 
3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso 
acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo
 de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la
 incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías,
 María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible:
 «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).
San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María,
 saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo
 de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo:
 la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre,
 transmite al profeta que nacerá la alegría que el
 Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica
 y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz,
 dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto
 de tu seno"» (Lc 1,41-42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la
 grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes
 la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre
 las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
 
4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un
 verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría 
sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como
 cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo
 el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la
 razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que
 ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de
 parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de
 María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué
 honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la
 madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión 
«mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún,
 mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo 
Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey
 (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías
 (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús:
 «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre»
 (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la
 misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual
 de Cristo revelará en qué sentido hay que entender
 este título, es decir, en un sentido trascendente
 (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración,
 nos invita a apreciar todo lo que la presencia de
 la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del 
Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. 
Las mismas palabras de Isabel expresan bien este
 papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis
 oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño
 en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, 
junto con el don del Espíritu Santo, produce como
 un preludio de Pentecostés, confirmando una
 cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación,
 está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96]
 

En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios.

Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96) 

1. María, inspirándose en la tradición del
 Antiguo Testamento, celebra con el cántico
 del Magníficat las maravillas que Dios realizó
 en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen
 al misterio de la Anunciación: el ángel la había
 invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo
 de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace
 de haber experimentado personalmente la mirada
 benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre
 y sin influjo en la historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina
 de una palabra griega que tenía el mismo significado,
 se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio
 del ángel revela su omnipotencia, superando las
 expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza
 e incluso los más nobles deseos del alma humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María
 manifiesta el sentimiento de su pequeñez: 
«Proclama mi alma la grandeza del Señor;
 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
 porque ha mirado la humillación de su esclava»
 (Lc 1,46-48). Probablemente,
 el término griego tapeinosis está tomado
 del cántico de Ana, la madre de Samuel. 
Con él se señalan la «humillación» y la «miseria»
 de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda 
su pena al Señor. Con una expresión semejante,
 María presenta su situación de pobreza y la 
conciencia de su pequeñez ante Dios que, con 
decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven
 humilde de Nazaret, llamándola a convertirse
 en la madre del Mesías.
 
2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas
 las generaciones» (Lc 1,48), toman como punto
 de partida la felicitación de Isabel, que fue la 
primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45).
 El cántico, con cierta audacia, predice que esa
 proclamación se irá extendiendo y ampliando con un
 dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia
 la veneración especial que la comunidad cristiana ha
 sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I.
 El Magníficat constituye la primicia de las diversas
 expresiones de culto, transmitidas de generación
 en generación, con las que la Iglesia manifiesta
 su amor a la Virgen de Nazaret.
 
3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
 su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles
 de generación en generación» (Lc 1,49-50).
¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María
 por el Poderoso? La expresión aparece en el
 Antiguo Testamento para indicar la liberación
 del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia.
 En el Magníficat se refiere al acontecimiento
 misterioso de la concepción virginal de Jesús,
 acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico
 porque revela la experiencia del rostro de Dios
hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso
, pare el que nada es imposible, como había 
declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también
 el Misericordioso, capaz de ternura y 
fidelidad para con todo ser humano.
 
4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los
 soberbios de corazón; derriba del trono a los
 poderosos y enaltece a los humildes; a los
 hambrientos los colma de bienes y a los ricos
 los despide vacíos» (Lc 1,51-53).
Con su lectura sapiencial de la historia, María 
nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa 
acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios
 del mundo, viene en auxilio de los pobres y los
 pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos,
 y, de modo sorprendente, colma de bienes a los
 humildes, que le encomiendan su existencia
 (cf. Redemptoris Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran
 en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan
 a comprender que lo que atrae la benevolencia de
 Dios es sobre todo la humildad del corazón.
 
5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de
 las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo
 elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose
 de la misericordia, como lo había prometido a
 nuestros padres, en favor de Abraham y su
 descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a
 contemplar solamente su caso personal, sino que
 comprende que esos dones son una manifestación 
de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo.
 En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad
 y generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento
 y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los
 textos proféticos que están en su origen, revelando
 en la «llena de gracia» el inicio de una intervención
  divina que va mas allá de las esperanzas
     mesiánicas de Israel:
el misterio santo de la
Encarnación del Verbo.

 

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