Mateo 28, 16-20
16 Los once discípulos fueron a
Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
17 Al verlo, se postraron delante de el; sin
embargo, algunos todavía dudaron.
18 Acercándose, Jesús les dijo:
«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a cumplir
todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el
fin del mundo».
1. INVOCA
Orar es: entrar con Dios en la apasionante aventura de la fidelidad de la persona a sí misma.
Orar es: tener transparencia y sinceridad con uno mismo, en lo íntimo del ser del orante.
Orar es: dejar a un lado lo propio, dejar a un lado lo que en mí no es, lo que me estorba para el abrazo con el Padre.
Orar es: abrirme totalmente a la Pureza de los rayos del Fuego de
Dios, que purifiquen mi conciencia, para experimentar el encuentro de
Amor con el Amado.
Orar es: sentir la alegría de verme con fallos, a fin de que el Amor me limpie y purifique.
Invocamos al Espíritu, Fuego de Dios, que purifica, inspira, anima, fortalece y conduce.
Cantamos Veni, Sancte Spiritus:
Ven, Espíritu Santo,
te abro la puerta,
entra en la celda pequeña
de mi propio corazón,
llena de luz y de fuego mis entrañas,
como un rayo láser opérame
de cataratas,
quema la escoria de mis ojos
que no me deja ver tu luz.
Ven. Jesús prometió
que no nos dejaría huérfanos.
No me dejes solo en esta aventura,
por este sendero.
Quiero que tú seas mi guía y mi aliento,
mi fuego y mi viento, mi fuerza y mi luz.
Te necesito en mi noche
como una gran tea luminosa y ardiente
que me ayude a escudriñar las Escrituras.
Tú que eres viento,
sopla el rescoldo y enciende el fuego.
Que arda la lumbre sin llamas ni calor.
Tengo la vida acostumbrada y aburrida.
Tengo las respuestas
rutinarias,
mecánicas, aprendidas.
Tú que eres viento,
enciende la llama que engendra la luz.
Tú que eres viento, empuja mi barquilla
en esta aventura apasionante
de leer tu Palabra,
de encontrar a Dios en la Palabra,
de encontrarme a mí mismo
en la lectura.
Oxigena mi sangre
al ritmo de la Palabra
para que no me muera de aburrimiento.
Sopla fuerte, limpia el polvo,
llévate lejos todas las hojas secas
y todas las flores marchitas
de mi propio corazón.
Ven, Espíritu Santo,
acompáñame en esta aventura
y que se renueve la cara de mi vida
ante el espejo de tu Palabra.
Agua, fuego, viento, luz.
Ven, Espíritu Santo. Amén. (A. Somoza)
2. LEE LA PALABRA DE DIOS Mt 28, 16-20 (Qué dice la Palabra de Dios)
Contexto
litúrgico
Con la solemnidad de Pentecostés concluye el Tiempo Pascual. Y con
este domingo retomamos la celebración del Tiempo Ordinario, que la
Cuaresma había interrumpido.
En este domingo, posterior a Pentecostés, celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad.
Texto
1. Los Once fueron a Galilea, a la montaña (v. 16)
Mateo termina su Evangelio en la misma geografía de Galilea, donde
también había comenzado la misión evangelizadora de Jesús. Allí quedan
citados los discípulos para enviarlos a realizar su misma misión.
A la montaña. El monte (la montaña) es lugar simbólico de las
teofanías de Dios (recuérdese: Sinaí, Carmelo, monte de la
transfiguración, monte de la proclamación de las bienaventuranzas,
Calvario). Ésta es la última aparición de Jesús Resucitado a sus
discípulos. Y es la última manifestación (teofanía) del Resucitado.
Con el eco y trasfondo de la constitución del pueblo de Dios al pie
del Sinaí, con la promulgación de los diez mandamientos por mediación
de Moisés, Jesús constituye el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.
Al verlo, lo adoraron (v. 17). Los discípulos reconocen a Jesús
como a Dios. Son los mismos que habían dudado (v. 17). Aunque débiles y
confusos, son escogidos los Once para formar la Iglesia, nuevo Pueblo
de Dios, y para iniciar la tarea de la evangelización.
2. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos (v. 19)
Dios ha constituido Señor y Mesías a este Jesús, a quien ustedes
crucificaron (Hch 2, 36). Por tanto, Dios ha dado a Jesús plena
autoridad sobre cielo y tierra (v. 19).
Y Jesús transmite a los discípulos su misma misión: evangelizar y
bautizar. Presentar la Palabra, como profetas, y realizar en el bautismo
lo que la Palabra proclama y dice. Lo primero es: la evangelización,
que incluye: el kerigma (= pregón: Dios salva por Jesucristo), la
catequesis (enseñanza constante del mensaje), la afirmación de fe: Creo.
Así, el catecúmeno está preparado para recibir el don del bautismo, que
nos hace: hijos de Dios, discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia.
Ésta es la misión de la Iglesia en todo tiempo y lugar: presentar
la Buena Noticia (Evangelio): Dios nos ama y nos salva en Jesús y
realizar la obra de la salvación en los sacramentos, para vivir el Amor
de Dios en comunidad, en fraternidad.
La Iglesia, fiel a las enseñanzas de Jesucristo, es la encargada de
llevar la salvación, bautizando, perdonando, distribuyendo el Pan de
vida. Para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
3. Yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos (v. 20)
Con esta promesa de Jesús a sus discípulos termina el Evangelio
según san Mateo. Es un final con sorpresa. Porque el Resucitado no se
va, sino que permanece con sus discípulos. El Emmanuel es el Dios con
nosotros. Su presencia es una realidad permanente.
Jesús Resucitado está presente hoy entre nosotros de diferentes modos:
- En la acción litúrgica (sacramentos) (Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 7).
-
En la asamblea de cristianos que celebra la Eucaristía, según el mismo
Jesús lo prometió: Donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20).
- En la Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia, es Él quien habla (SC, 7).
-
En los pobres. La Iglesia reconoce en los pobres y en los que sufren la
imagen de su Fundador pobre y paciente (Vaticano II, Lumen gentium, 8).
-
En nosotros: ¿O es que no saben que su cuerpo es templo del Espíritu
Santo que han recibido de Dios y que habita en ustedes? (1 Cor 6, 9).
El Resucitado está presente en la historia de la humanidad, para
transformarla en historia de salvación. La creación vive en la esperanza
de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y
participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8,
20-21).
No estamos solos. Él está realizando, en nosotros, con nosotros y a través de nosotros, la salvación total.
3. MEDITA (Qué me/nos dice la Palabra de Dios)
Cada uno de los bautizados somos lugar donde la Trinidad habita. El
que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi
Padre y yo vendremos a él y viviremos en él (Jn 14, 23).
Al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones (Rom 4, 5).
En cada uno de los bautizados, la Trinidad está realizando su vida
íntima. El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado, el Espíritu Santo es
el Amor (San Agustín).
Ustedes no han recibido un Espíritu que los haga esclavos, para
caer de nuevo en el temor, sino que han recibido un Espíritu que los
hace hijos adoptivos y nos permite clamar: "Abbá", es decir, "Padre"
(Rom 8, 15).
Nos abrimos totalmente al amor de la Trinidad que habita en nosotros.
4. ORA (Qué le respondo al Señor)
Mi actitud ha de ser de reconocimiento al Señor, porque me ha hecho
su hijo desde el bautismo. Y de agradecimiento total al Dios presente
en mi vida.
Adorar al Señor, presente en cada prójimo, sobre todo, en los necesitados.
5. CONTEMPLA
Al Padre, al Hijo y al Espíritu, que están en mi interior, en mi persona, donde se conocen y se aman.
A los Tres Divinos, que me envuelven siempre en su infinito Amor.
A mí mismo, que he sido bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
6. ACTÚA
Invocaré conscientemente a la Trinidad: y en su nombre realizaré
mis actividades: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
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