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La castidad cristiana se funda en el amor más absoluto, 
pues conlleva una apertura hacia el amor divino que nos 
indica claramente que somos más que sexo. La castidad purifica 
y santifica al ser humano en toda su persona, incluidas 
las capas más profundas de su personalidad. Pero el pecado 
original hace que la actuación sexual, que por su propia 
naturaleza es acto de unión personal, fácilmente se haga egoísta 
y como también la insensibilidad es egoísta, para cultivar la 
castidad hay que cultivar sobre todo la caridad, es decir 
el amor también en su dimensión sobrenatural. Pero éste es 
fruto de la gracia de Dios, por lo que no 
podemos conseguirlo con nuestras solas fuerzas, sino que es Dios 
quien nos la regala, si nosotros no nos oponemos y 
colaboramos con Él por la obediencia a los mandamientos divinos, 
la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a 
la oración.
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| El sentido positivo de la castidad cristiana |  
 El motivo es claro: la vida cristiana es amar 
a Dios y al prójimo (Mc 12,28-34; Mt 22,34-40) y 
el gran problema de nuestra vida es la lucha entre 
nuestra generosidad y nuestro egoísmo, siendo por tanto toda falta 
un rechazo de la gracia y una manifestación de egoísmo 
y de fracaso existencial, ya que el hombre se encuentra 
ante un problema que es siempre el mismo: cómo superar 
la soledad y lograr la unión con los demás. El 
amor es irrenunciable para cualquier persona que quiera alcanzar su 
plenitud. Por ello, la moral regula el uso del sexo 
en la doble dimensión de crecimiento personal y de relación 
interpersonal, no quedándose en el mero ámbito de lo permitido 
o prohibido, sino indicándonos cuáles son las normas de conducta 
constructoras de la personalidad y sin las cuales el instinto 
sexual lleva a actuaciones antisociales e irracionales.
 
 La castidad no es 
la ignorancia. Más aún, ésta es un peligro, pues no 
permite protegerse ni prepararse ante los problemas que surgen. En 
la educación de la castidad es preciso poner de relieve 
los valores que se encierran en el matrimonio y en 
la virginidad. Lo que se requiere es una iniciación progresiva, 
que vaya poniendo ante los ojos los valores espirituales y 
morales. Quien se ha acostumbrado a amar al prójimo y 
a sí mismo apoyándose en el amor y gracia de 
Dios, difícilmente se deja cegar y degradar por el instinto. 
Está desde luego claro que el simple instinto es radicalmente 
insuficiente para regular el comportamiento ético, al no estar la 
sexualidad humana regida por un comportamiento automático.
 
 El ser humano es 
libre, pero también tiene que aprender a serlo, pues la 
responsabilidad sólo se adquiere gradualmente. El lenguaje sexual deberá ser 
aprendido poco a poco, sin dramatizar las imperfecciones o errores 
de la infancia o adolescencia, a fin de asumir la 
sexualidad para ponerla al servicio de la relación interpersonal y 
de la madurez humana. Por ello, la castidad cristiana supone 
no sólo el dominio del instinto, sino también una actitud 
de respeto religioso frente a la sexualidad, siendo su fin 
no otro sino la santidad (Rom 6,19; 2 Cor 7,1; 
Ef 5,3).
 
 El sentido positivo de la castidad debe proponerse a 
todos, pero especialmente a los adolescentes para que no vean 
en la castidad prematrimonial algo que disminuye la personalidad o 
no reconoce los deseos profundos del hombre. En el matrimonio 
la castidad favorece al amor, oponiéndose tan solo al placer 
egoísta que impide que el amor alcance toda su dimensión 
humana, es decir ser un amor espiritual, libre, generoso y 
gratuito hacia la otra persona, que tiene su máxima expresión 
en el acto sexual conyugal, que es la unión físicogenital 
de un hombre y una mujer que son marido y 
mujer, se quieren y ponen sus cuerpos al servicio del 
otro. En ese acto, la castidad asume el propio placer 
sexual de un modo éticamente positivo, poniéndolo a disposición del 
amor y la generosidad, con una unión fiel, estable, definitiva 
y fecunda. Quien no entienda estas verdades elementales no debiera 
contraer matrimonio, porque sin castidad no hay verdadera madurez ni 
amor conyugal.
 
 Lo mismo podemos decir de la castidad propia de 
la vida sacerdotal o religiosa, que debe basarse en un 
amor generoso que supone el diálogo y trato espiritual con 
Dios, la Virgen y los demás.
 
 De lo dicho queda claro 
que la castidad intenta llegar a la plena integración de 
los instintos e impulsos sexuales en la construcción armónica de 
la persona. Esta construcción no consiste sólo en la dimensión 
individual, pues nuestra vida tiene, como sabemos, una estructura social 
y es a través de las relaciones interpersonales como lograremos 
alcanzar la plena madurez.
 
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