sábado, 26 de mayo de 2012

Beato Juan XXIII, Papa


His Holiness John XXIII



Juan XXIII:
«GRATA RECORDATIO» Rezo sobre el Santo Rosario

Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959
Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas que
Rosario de Jerusalen Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario.
Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del "Pater noster", del "Ave María" y del "Gloria Patri" se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.






 

Concilio Vaticano II y Juan XXIII

Hoy, 11 de octubre, se celebra el 49 aniversario del concilio Vaticano II
El concilio Vaticano II es un concilio ecuménico, es decir, una asamblea celebrada por la Iglesia Católica donde se reunen todos los obispos del mundo para "reconocer una verdad y proclamarla". El papa Juan XXIII fue nombrado Papa en 1958 y fue el que inauguró este concilio en 1962 para renovar la Iglesia y adaptarla a los tiempos modernos. Gracias a este concilio, la misa se celebra en los idiomas nacionales, y no en latín como se hacía hasta entonces. El concilio se compone de 4 sesiones de 1962 hasta 1965, pero como Juan XXIII murió en la primera sesión, Pablo VI su sucesor, estuvo al frente de las sesiones restantes, todas ellas con la idea de renovar la Iglesia.
¿quién es Juan XXIII? Hoy además de celebrarse la fiesta del aniversario del Concilio Vaticano II, se celebra la fiesta de este Papa, Angelo Roncalli, más conocido como Juan XXIII y conocido gracias a sus cualidades humanas y cristianas como "el Papa bueno".
Una frase suya: «Basta la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la construcción del futuro».

 

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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII EN LA SOLEMNE INAUGURACIÓN DEL PRIMER SÍNODO DIOCESANO DE ROMA: Al iniciar la preparación de este Sínodo se consignaron en el programa de estudio ocho grandes esquemas de trabajo. El título de cada uno nos da una idea de su extensión y significado. Esquema primero: las personas que integran el orden sacerdotal en sus diferentes grados; segundo: el magisterio; tercero: culto divino en sus más variadas manifestaciones; cuarto: los sacramentos, desde el bautismo al matrimonio; quinto: las actividades apostólicas en sus múltiples formas; esquema sexto, muy importante: la educación cristiana de la juventud; séptimo: las cosas, o mejor el patrimonio cultural, artístico, edificios sagrados y accesorios; octavo: obras de asistencia y beneficencia, tan valiosas y ya tan extendidas, para sostén y consuelo de la fraternidad humana y cristiana.

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Basílica Lateranense
Domingo 24 de enero de 1960


Venerables Hermanos y amados hijos:
El espíritu del Señor nos ha congregado en esta nuestra sacrosanta basílica lateranense para inaugurar un acontecimiento que señala una nueva época de gracia y un incremento de vida cristiana para nuestra ciudad y diócesis de Roma.
Queremos decir algo para edificación vuestra y para invitaros a que oréis.
Una de las instituciones que más han contribuido a través de los siglos al afianzamiento y expansión de la fe cristiana y de las prácticas cristianas han sido las reuniones de lo más representativo de la sagrada jerarquía bajo la presidencia y dirección o con la consiguiente aprobación del pastor supremo en la sucesión del primero de los Apóstoles, a quien el divino Fundador confió el gobierno de la Iglesia; reuniones, repetimos, para examinar y estudiar algunos puntos más importantes de la doctrina y disciplina católica.
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El primer Concilio de Jerusalén
Estas reuniones se denominaron propia y adecuadamente Concilios. Ya hallamos los primeros vestigios en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch  15) en el llamado Concilio de Jerusalén, que se remonta al año 50 después de Cristo.
Vienen a nuestra mente los personajes que en él tomaron parte. Eran los más autorizados e insignes de aquellos primeros años de comienzos apostólicos y de conquistas cristianas. Pedro en persona, cabeza y piedra fundamental de la Iglesia, y Santiago el Menor, primer Obispo de Jerusalén; Pablo y Bernabé, que tanto habían ya trabajado en la fundación de la primitiva Iglesia de Antioquía, que informaron del gran fervor del principio de ella y de las otras nacientes Iglesias: narrantes conversionem gentium y suscitando gaudium magnum omnibus fratribus (Hch 15, 3)
Aquel primer encuentro con los apóstoles y ancianos suscitó un grave problema. Las puertas de la Iglesia estaban abiertas para todos, judíos y gentiles. ¿Estaban todavía obligados los hebreos a la circuncisión y demás preceptos de la ley mosaica? ¿Estaban también obligados los gentiles a someterse a las mismas formalidades antiguas en el acto de hacerse cristianos, de hecho o de nombre, como ya se los empezó a llamar en Antioquía?
¡Qué hermoso es contemplar cómo se desarrolló a reunión! cum magna conquisitio fieret, escribe el autor de los Hechos (15,7). El asunto era grave. Y Pedro se levanta y habla poniendo de manifiesto la altura de su misión: «Hermanos —viri fratres—, vosotros sabéis cómo, de mucho tiempo ha, determinó Dios  aquí entre vosotros que por mi boca oyesen los gentiles la palabra del Evangelio y creyesen. Dios, que conoce los corazones, ha testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros y no haciendo diferencia alguna entre vosotros y ellos, purificando con la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios queriendo imponer sobre el cuello de los discípulos un yugo que nuestros padres y nosotros fuimos capaces de soportar? Pero por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos nosotros, lo mismo que ellos« (Hch 15, 7-11).
Y se calló y reinó el silencio en toda la multitud, en tanto que Pablo y Bernabé contaban las maravillas, milagros y prodigios que Dios había obrado por su medio entre los gentiles.
Después de una pausa se levantó Santiago, Obispo de Jerusalén, y refiriéndose a las palabras de Pedro, llevó a sus oyentes a la conclusión, evidente para todos desde aquel momento, de que no se podía ni debía molestar a los que se convertían de la gentilidad ni tampoco obligarles a circuncidarse previamente ni a entrar en la Sinagoga y que se contentasen con algunas consideraciones a la ley de Moisés pero sin obligación de carácter doctrinal en el futuro.
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Los concilios siguientes: de Nicea al Vaticano.
Después del Concilio de Jerusalén la Iglesia tuvo que sufrir tres siglos de persecución sangrienta. Al salir más rejuvenecida que nunca, después del Edicto de Milán, empezaron a surgir dudas, conflictos y errores de índole doctrinal y disciplinar y por lo mismo se evidenció la conveniencia de las reuniones colectivas semejantes a aquella primera jerosolimitana. El sucesor de San Pedro presidía y dirigía y los ancianos con él discutían y definían. La pequeña Iglesia de Jerusalén y de Antioquía se había extendido por todo el mundo romano; la palabra de los Apóstoles había llegado a todos los confines del mundo; dificultades, incertidumbres, diferencias, corrientes de falsas doctrinas e interpretaciones erróneas del texto antiguo y de la tradición secular de las enseñanzas de Jesús aconsejaron estas solemnes asambleas del pensamiento cristiano y católico buscando fórmulas doctrinales seguras en la adaptación a expresiones de actividad religiosa, según las exigencias y circunstancias frecuentemente especiales de las diferentes épocas que se han sucedido en el transcurso de la historia de la cristiandad. Y así, desde principios del siglo IV, siglo de los grandes Padres y Doctores, hasta pasada la mitad del siglo XIX, testigo de los graves errores filosóficos y antirreligiosos modernos, se extiende esa magnífica serie de los Concilios Ecuménicos, desde el Niceno primero del año 325 al Vaticano primero de 1869-1870, cuyo fin fue, en representación de la catolicidad unida y organizada, defender con la misma autoridad de Jesucristo la integridad de la fe y el vigor de la disciplina, resolver importantes cuestiones doctrinales y morales, atajar o resolver situaciones muy graves de carácter religioso y a veces político y social.
De estos veinte Concilios, más de cinco se celebraron bajo las viejas bóvedas de esta gloriosa Basílica Lateranense que hoy nos acoge tan noblemente, y otros ocho señalan hitos luminosos de la Iglesia Oriental, especialmente los dos de Nicea, cuatro de Constantinopla, uno de Efeso y otro de Calcedonia, y después en Occidente los dos de Lyon, uno de Viena, uno de Constanza, uno de Florencia y el más abundante y rico en bienes que llegan hasta nosotros, el Concilio de Trento, al cual siguió el del Vaticano en el siglo pasado.
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Concilio ecuménico y sínodo diocesano
Venerables hermanos y queridos hijos: Son éstas las asambleas extraordinarias. que conciernen a la Iglesia esparcida por todo el mundo. El recuerdo de todos los Concilios en el pasado hacer exultar nuestro corazón ante la ansiada celebración del nuevo gran Concilio Ecuménico, que será el vigésimo primero de la historia y que hace un año os anunciamos en la fiesta litúrgica de la conversión de San Pablo, aunque no sea éste el Concilio a cuya invitación habéis respondido esta tarde en esta Basílica lateranense.
En la historia de la Iglesia, además de los intereses de índole religiosa y universal, de que trata todo Concilio Ecuménico, la preocupación del ministerio pastoral de las almas que Jesús confió a Pedro, Cabeza y Príncipe del Apostolado, y bajo su autoridad, a los venerables obispos en cada una de las Iglesias o parcelas de la grey de Cristo, ha sugerido a través de los siglos la oportunidad de reuniones eclesiásticas de menor importancia que las de un Concilio general, celebradas según las necesidades de las regiones y de cada una de las diócesis, que difunden la luz espiritual y religiosa en los diversos países del mundo. Estas reuniones, cuando se trata de diócesis de una misma región, se llaman concilios provinciales, y si se trata de una misma diócesis, la denominación oficial es Sínodo Diocesano.
Permitidme que os diga, Venerables hermanos y queridos hijos, algo que hemos revelado a pocos y como en religioso secreto. Cuando en nuestra humilde oración el Señor nos hizo ver en lo más íntimo y sincero de nuestro corazón la idea de un Concilio Ecuménico y del que hablamos sencillamente con alguno, alguien, emocionado, sugirió: «Santo Padre, es una hermosa idea celebrar un Concilio Ecuménico, pero ¿por qué no pensar antes en las necesidades inmediatas de Roma preparando un Sínodo Diocesano en la ciudad, centro de la cristiandad, que desde hace medio siglo ha aumentado su población de 400.000 habitantes en 1900 a más de dos millones según las más recientes estadísticas?».
La gracia del Señor, venerables Hermanos y queridos hijos, ha realizado el milagro de la manera más sencilla.
Hace justamente un año desde el anuncio oficial a los señores cardenales reunidos junto al sepulcro de San Pablo, que le recibieron con tanto amor y gozo espiritual y he aquí que esta tarde inauguramos el Sínodo Romano.
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El primer Sínodo Romano
Este es el primero en la historia particular de Roma, madre de los cristianos, y merece toda nuestra veneración, incluso desde su primera notificación. Dios nos libre de juzgar menos favorablemente y cortésmente a la ciudad por celebrar sólo ahora un Sínodo en su historia cuando desde hace siglos se vienen celebrando otros Sínodos diocesanos en todos los países católicos del mundo, especialmente desde la promulgación de las Actas del Concilio de Trento. Lo que sucede es que donde está viva —y de aquélla brota a torrentes por todo el mundo— la fuente purísima e incontaminada de la autoridad de la Santa Iglesia, para la enseñanza de la doctrina cierta y manifestación de la perfecta disciplina, todo se simplifica y no hay necesidad de discusiones ni de orientaciones especiales.
Sin embargo, lejos de Nos creer que la vida del clero romano en la Edad Media y en los siglos posteriores antes y después del Concilio de Trento, se desenvolviese sine lege y un poco a la aventura.
La diligente y activa preparación de las Constituciones sinodales que se harán públicas como la sagrada tabla de una ley siempre venerable y pura, pero ahora armoniosamente adaptada a las circunstancias de la vida moderna, ha hecho que se busque cuidadosamente la documentación escasa de las antiguas disposiciones eclesiásticas que sirvieron de norma de convivencia y de celo pastoral al clero romano ocupado, desde los más remotos siglos a nuestros días, en la doble misión de la administración eclesiástica del gobierno de la Iglesia universal y de la fervorosa cura de almas pertenecientes a la diócesis de Roma o que a ella acuden de todas las partes del mundo.
La experiencia del pasado, al servicio de las nuevas exigencias del mundo moderno, proporcionará inapreciables decisiones, conformes a la tradición, a las nuevas disposiciones y mejoras, como manifestación más amplia, profunda y elevada del espíritu y de vitalidad religiosa, y también señalará un aumento de las fuerzas cristianas que la gracia de Cristo penetra, santifica y eleva.
El mandato del Señor no se limita a «haz esto y vivirás», hoc fac et vives, sino que va más allá, invitándonos a todos a una vida ordenada y santa, ya que somos reflejo y semejanza suya: «Sed santos como yo soy santo», pues esta es la perfección y la alegría del hombre y del cristiano, hasta el punto de que un escritor, tan culto en otros aspectos, ha dicho: «Sólo hay una tristeza en el mundo: no ser santos».
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Asistentes al Sínodo
Al llegar a este punto de nuestro discurso tenemos que hacer una observación, venerables Hermanos y queridos hijos.
El próximo Sínodo Diocesano es una reunión de eclesiásticos, y únicamente de eclesiásticos perteneciente al clero diocesano secular y regular. Cuando comiencen las actividades del Sínodo, un Prelado invitará a salir a todos los seglares: Exeant omnes, como para indicar la distinción en la Iglesia de Dios entre el clero y el pueblo. ¿Quiere decir esto acaso distancia y separación entre clero y fieles, entre sacerdotes y seglares?
En realidad, de verdad, ninguna separación. Pero hay que recordarlo. La Iglesia santa de Cristo es una sociedad perfecta en la que todos sus miembros participan de todos los beneficios, de los tesoros espirituales de su sagrado patrimonio de doctrina y de gracia. Y puesto que se trata de un organismo vivo, todos los elementos e instrumentos están ordenados y calificados de tal manera que respondan al fin sobrenatural, el cual, aunque inmerso en lo terreno, se eleva hacia la eternidad. Esto entraña una clara distinción, pero no separación, entre el clero y el pueblo. Al clero incumbe una función de dirección y santificación de todo el cuerpo social, para lo cual se necesita un llamamiento, una vocación divina y una consagración. También se invita al pueblo cristiano a la misma participación de la gracia divina. Pero el Señor Jesús, Verbo de Dios, hecho Hombre para salvación de todo el mundo, ha confiado la distribución de esta gracia al sacerdocio, al orden sacerdotal, instituido específicamente para ejercer esta altísima función de mediación entre los cielos y la tierra para bien y santificación del pueblo que toma su nombre de Cristo.
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Auspicios celestiales: los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista
¡Hijos nuestros predilectos de Roma! ¡Qué grato es al corazón de todos nosotros, clero y fieles, el llamamiento de los dos grandes patronos de esta catedral y Basílica, los dos Juanes, el Precursor y el Evangelista, llamamiento a los profundos motivos que han inspirado este Sínodo Romano, cuya convocatoria halla ya en vuestra presencia en esta tarde una respuesta tan generosa e impresionante!
Desde el mosaico del ábside iluminado, el Bautista nos invita a preparar, ante todo, en nosotros, ese pueblo santo y perfecto, colmando los valles de nuestras debilidades y cercenando las vanidades y tendencias de nuestro amor propio; eliminando y apartando los obstáculos del camino: aspera in vias planas; y cada uno y todos juntos marchando con buen ánimo y alegría por los caminos del Señor.
Por su parte, Juan, el vidente de Patmos, el Evangelista de las profundidades divinas y del amor a Jesús, repite con él, hasta una edad avanzada, la apremiante invitación al amor fraterno que compendia la esencia vital del Evangelio, la paz de los hombres y pueblos y el fundamento de la auténtica civilización.
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Orden de los trabajos sinodales: «Non solvere, sed adimplere»
Las disposiciones canónicas (C. I. C., can. 358), determinan con exactitud las personas eclesiásticas a quienes incumbe el derecho y el deber de tomar parte en las reuniones sinodales, pero es muy laudable que toda la asamblea sacerdotal responda a la amable invitación del Obispo, que se alegrará de ver en torno suyo al mayor número de sacerdotes diocesanos, seculares y regulares; es natural, por demás, por parte del laicado, el deseo de participar, hasta cierto punto, en las preocupaciones de la Santa Iglesia, con vistas al éxito del importante y solemne acontecimiento.
Y esto merece el honor inmediato de alguna información más concreta de las materias cuyo estudio se ha propuesto a esta extraordinaria asamblea. Ha constituido un programa muy extenso cuya elaboración exigió una intensa dedicación, en los meses del pasado año, de ocho subcomisiones, integradas por ilustres personalidades eclesiásticas cuyo conjunto, tanto por número como por competencia doctrinal, teológica, jurídica y pastoral, sólo podía lograrse fácilmente en Roma, teniendo en cuenta la feliz coincidencia en esta capital del catolicismo y centro del gobierno de Iglesia, de lo que San León Magno ya deseaba para su tiempo. No en vano el bienaventurado Apóstol San Pedro fue aquí y sigue siendo desde aquí maestro de fe y de vida religiosa para todos los pueblos.
Al iniciar la preparación de este Sínodo se consignaron en el programa de estudio ocho grandes esquemas de trabajo. El título de cada uno nos da una idea de su extensión y significado. Esquema primero: las personas que integran el orden sacerdotal en sus diferentes grados; segundo: el magisterio; tercero: culto divino en sus más variadas manifestaciones; cuarto: los sacramentos, desde el bautismo al matrimonio; quinto: las actividades apostólicas en sus múltiples formas; esquema sexto, muy importante: la educación cristiana de la juventud; séptimo: las cosas, o mejor el patrimonio cultural, artístico, edificios sagrados y accesorios; octavo: obras de asistencia y beneficencia, tan valiosas y ya tan extendidas, para sostén y consuelo de la fraternidad humana y cristiana.
Considerando esta impresionante variedad de problemas propuestos al estudio y su eventual adaptación a las condiciones de la vida práctica y concreta, surge, espontánea y anhelante a la vez, la pregunta sobre si el Sínodo llevará a cabo cambios profundos en lo concerniente a las prácticas religiosas y a las costumbres que, desde hace siglos, han echado profundas raíces en las generaciones actuales.
Queridos hijos, recordad cuanto hemos dicho sobre el Concilio de Jerusalén en el año 50 después de Cristo. La respuesta de San Pedro a propósito de los ritos hebraicos, acerca de la circuncisión y demás asuntos, es aleccionadora ahora y siempre. San Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles. Las palabras de San Pedro, y después las de Santiago, nos llevan al mismo Cristo del cual dice San Mateo (Mt 5,17) que, después de hablar sobre las bienaventuranzas y haber dicho que sus discípulos eran la sal de la tierra y la luz del mundo, el Divino Maestro añadió: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolirla, sino a consumarla». «Non veni solvere, sed adimplere» (Mt 5,17). Y luego añadió otros ejemplos de cambios introducidos por Él en la aplicación del texto de la antigua Ley: «Oísteis que se dijo...,  pero Yo os digo». Lo menos seis veces sobre seis puntos bien definidos, Jesús siguió hablando de este modo: «Oísteis que se dijo..., pero Yo os digo». Expresiones que demuestran que Nuestro Señor añadió verdades y preceptos nuevos e importantes para completar y perfeccionar la Ley antigua. Pero, por encima de la inmutable veritas Domini quae manet in aeternum hay algo que varía en las formas accidentales, siempre respetables, pero susceptibles de ser suavizadas y  acentuadas mucho más.
Esto es lo que ocurre en la Santa Iglesia, que es depositaria e intérprete de la doctrina de Jesús y continúa su inmutable magisterio. Pero en cuanto a la disciplina y formas accidentales y secundarias, acepta algunas modificaciones según los tiempos y circunstancias.
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Invitación a la oración
¡Hijos queridos, seamos fieles a Cristo y a su Iglesia Santa y bendita y seremos salvos y dichosos!
En la oración por el Sínodo que, conforme indicamos, se recitó en todas las iglesias de Roma en estos meses, hay estas invocaciones: «¡Señor Jesús, dispón, ilumina e inflama nuestros corazones con la efusión de tu espíritu para que, conforme a las disposiciones sinodales, cada uno de nosotros sea dócil para obedecer, dispuesto para la acción y generoso para el sacrificio!».
Queremos en esta tarde que nuestro sencillo discurso llegue a esta humilde y serena conclusión, queridos hijos. Es una invitación paternal que dirigimos a todos los clérigos, desde los más encumbrados grados de la jerarquía hasta los más humildes, pero todos tan valiosos colaboradores en la cura de almas, y una invitación paternal también a todos los fieles que pertenecen a todos los órdenes y clases sociales. El Sínodo quiere ser, por tanto, una gran afirmación que surge de toda la extensa diócesis de Roma, que clama unánime por el éxito del Sínodo, que desea también la renovación de la vida espiritual y la edificación de todo el mundo, el cual sabemos está en expectación ante el buen ejemplo de los romanos y comparte espiritualmente los propósitos de una intensa actividad por el reinado pacífico de Cristo Dios, santo y bendito por los siglos.
En nuestras actividades pedimos piadosamente la luz benigna de la Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Mas en el comienzo de este gran acto del Sínodo Diocesano que interesa por igual a nuestro clero y pueblo, aunque en diferentes grados, es al Espíritu Santo a quien se dirigen todos nuestros diocesanos como en el himno matutino de la hora de tercia: la hora del primer Pentecostés cristiano. El Veni, Creator es la oración oficial de la Iglesia al Espíritu Santo en las circunstancias más solemnes. Es un cántico misterioso y sublime, siempre nuevo e inagotable, de inspirados acentos, amorosos y solemnes a la vez.
Os invitamos, pues, a que esta misma tarde vuestros labios y vuestros corazones expresen la gran súplica que habéis de continuar en las oraciones públicas y privadas durante los tres días del Sínodo instanter, instantius, instantissime.
Esta reunión vespertina de todos nosotros, tan grandiosa y solemne, en esta esplendorosa Basílica lateranense, donde está erigida la Cátedra del Obispo de Roma, inaugura oficialmente, en presencia del clero y del pueblo, el gran Sínodo de la Urbe.
La inclemencia de la temperatura invernal sugiere que las tres grandes sesiones reservadas al clero, que constituirán lo más vivo y sustancial de este acontecimiento extraordinario, se celebren junto a la Basílica de San Pedro en la sala de las Bendiciones. Allí invitamos a todos los eclesiásticos admitidos en el Sínodo a reunirse durante tres días consecutivos.
Pero la piadosa alegría de la participación unánime del pueblo y del clero, cuya emoción y primicias sentimos esta tarde, habrá de renovarse el domingo 31 de enero en la Basílica de San Pedro a título de general y entusiasta agradecimiento a la Augusta y Santísima Trinidad por el inmenso beneficio, por la efusión de gracias de la tierra y del cielo que el próximo Sínodo ya promete y anuncia.
¡Hijos nuestros amantísimos de Roma! Sursum corda et sursum praeces: Arriba los corazones y arriba las oraciones. Recibiréis esta tarde dos bendiciones: la primera del humilde Vicario de Cristo y, la segunda, la grande y solemne del mismo Jesucristo en el sacramento de su amor.
En la próxima semana que quiere ser y perpetuarse como preclarísima para la historia de la Roma cristiana, los sacerdotes y religiosos estarán cada uno en su puesto de oración, de estudio atento, de consejo en torno a los variados artículos de la rejuvenecida legislación diocesana de preparación; todos los demás fieles, y especialmente las Congregaciones religiosas masculinas y femeninas, se considerarán un unánimemente dichosos en colaborar también, desde fue con sus deseos y súplicas en el misterio de gracia, de luz y de fortaleza que no sólo espera y saluda nuestra ciudad, sino todas las diócesis del mundo con auspicios y cantos.
La Madre de Jesús y Madre nuestra dulcísima, llamada con razón Madre del Buen Consejo, nos sea propicia desde el cielo, y en todos los altares de Roma y en todas las imágenes suyas que embellece nuestras calles, nos asista con su oración propicia y llena de bendiciones. Así sea.

 

DECÁLOGO DE LA SERENIDAD PAPA JUAN XXIII



Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente al día,
sin querer resolver los problemas de mi vida
todos de una vez.
Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto:
cortés en mis maneras, no criticaré a nadie
y no pretenderé criticar o disciplinar a nadie,
sino a mi mismo.
Sólo por hoy seré feliz
en la certeza de que he sido creado para la felicidad,
no solo en el otro mundo,
sino en éste también.
Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias,
sin pretender que las circunstancias
se adapten todas a mis deseos.
Sólo por hoy dedicaré diez minutos
a una buena lectura;
recordando que,
como el alimento es necesario para la vida del cuerpo,
así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.
Sólo por hoy haré una buena acción
y no lo diré a nadie.
Sólo por hoy haré por lo menos
una cosa que no deseo hacer;
y si me sintiera ofendido en mis sentimientos,
procuraré que nadie se entere.
Sólo por hoy me haré un programa detallado.
Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré.
Y me guardaré de dos calamidades:
la prisa y la indecisión.
Sólo por hoy creeré firmemente 
-aunque las circunstancias demuestren lo contrario-
que la buena Providencia de Dios se ocupa de mi
como si nadie más existiera en el mundo.
Solo por hoy no tendré temores.
De manera particular no tendré miedo
de gozar de lo que es bello
y de creer en la bondad.

Bto. Juan XXIII, creo que un gran catequeta...

Si por algo pasó a la historia, es sin duda por se el "Papa  Bueno", pero sobre todo porque al convocar el Concilio Vaticano II abrió de par en par las puertas de las Iglesias para que entrara el Espíritu Santo.
Un Concilio de una marcada fuerza pastoral que aún tenemos que seguir profundizando.
Es verdad que no hay ni un solo documento que nos hable de la catequesis en este Concilio, pero podemos decir que sus indicaciones, sus propuestas, sus conclusiones, han tenido que ver para la renovación de la Catequesis.
Sin lugar a dudas nos encontramos hoy ante la fiesta de un gran hombre de Dios que junto al siervo de Dios Pablo VI, supieron discernir los signos de los tiempos, acoger y escuchar la voz del Espíritu y con mano firme, unida a la de Cristo en el timón de la Nave de la Iglesia girar hacia los nuevos horizontes.

Aquí esta su decálogo de la serenidad, para mi una de sus mejores oraciones:

1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.

2. Sólo por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto, cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie sino a mí mismo.

3. Sólo por hoy seré feliz en la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino también en este.

4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que todas las circunstancias se adapten a mis deseos.

5. Sólo por hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.

6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.

7. Sólo por hoy haré por lo menos una sola cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.

8. Sólo por hoy me haré un programa detallado. quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré y me guardaré de dos calamidades: La prisa y la indecisión.

9. Sólo por hoy creeré aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.

10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y creer en la bondad

"Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida"

Bto. Juan XXIII Ruega por nosotros.








45 años sin "san" Juan XXIII

Hoy hace 45 años que murió el beato Juan XXIII, el gran renovador de la Iglesia. No creo que nadie se atreva a cuestionar a este Papa, pero por si acaso, y dentro de su aparente simplicidad, tuvo la habilidad de no sólo salirse con la suya, sino hacer un Concilio que es parte esencial de la Historia de la Iglesia, se cumpla o no. Un hábil político a la vez que hombre ¿o hambre? de Dios. Tuvo que ser simpático y cercano como un buen comensal.


Ojo de lince, pata de buey, alma de paloma (en vez de entrañas de lobo que dicen los mafiosos) y hacerse el bobo...y sin comerlo ni beberlo, abrir las ventanas de la Iglesia, y convocar a todo el pueblo de Dios para consensuar los principios de la Iglesia, tras cerca de 2000 años de Historia.


Yo creo que el Concilio Vaticano II es un texto para el siglo XXI, y la Iglesia, todavía no es capaz de digerirlo sin atragantarse. Se intenta poner freno e ir marcha atrás, pero la Historia hará que la sociedad de este siglo sea más pura, optimismo que tengo gracias a la aparición de nuevos medios como éste de los blogs, donde se nos da voz a los que no la teníamos, sin que sea necesario acudir a esas élites intelectuales de la opinión que tienen que dar explicaciones a sus editores. Todo ésto, puede ir creando, grupos de opinión que en todos los ámbitos, se acerquen un poco más a la realidad, y así tengo la esperanza en que la Iglesia empiece a ser coherente con el Evangelio de Jesús, y esté compuesta, tanto en sus bases como en la jerarquía, por personas un poco más sencillas, o en una palabra normales, que dejen el latín para conversar en la intimidad.


Hace unas "entradas", leía el Diario del Alma, que era como el blog de este santo que todavía no está en los altares y que está a la altura de otros beatos de cuyo nombre no quiero acordarme, y como se lo regalé a un cura que ya están hablando de él, como el futuro San Damián de Carranque, pues tuve la idea de apuntar la nota de aviso en el móvil para hacer una entrada conmemorativa de esta efeméride, así como para rezar un padre nuestro, lo que he hecho mientras corría mientras se ponía el sol, por la playa.


El Papa tenía un cancer que le fue diagnosticado durante el Concilio, y no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se enfocase por otro rumbo de lo estimulado, por lo que él mismo estaba firmando su sentencia de muerte. El 3 de Junio de 1963, hacia las dos y cincuenta de ese día, el Papa Juan XXIII muere sin ver concluir su obra, a la que él mismo consideraba "La Puesta al día de la Iglesia". En la memoria de muchos, el Papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno" o como "el Papa más amado de la historia" y a pesar de todo no es santo, y yo digo, ni falta que hace...


Beato Juan XXIII
Papa de la Iglesia católica
28 de octubre de 1958 - 3 de junio, 1963
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Ordenación 10 de agosto de 1904
por Giuseppe Ceppetelli
Consagración episcopal 19 de marzo de 1925
por Giovanni Tacci Porcelli
Proclamación cardenalicia 12 de enero de 1953
por Pío XII
Secretario Loris Francesco Capovilla
Predecesor Pío XII
Sucesor Pablo VI
Cardenales nombrados Véase categoría
Información personal
Nombre secular Angelo Giuseppe Roncalli
Nacimiento Bandera de Italia Italia Sotto il Monte, Lombardía, Italia
25 de noviembre, 1881
Fallecimiento Flag of the Vatican City.svg Ciudad del Vaticano Vaticano
3 de junio de 1963 (81 años)
Santidad
Beatificación 3 de septiembre de 2000
por Juan Pablo II
Festividad 11 de octubre
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Obœdientia et Pax
Ficha en catholic-hierarchy.org
Beato Juan XXIII (latín: Ioannes PP. XXIII), Angelo Giuseppe Roncalli (n. Sotto il Monte, provincia de Bérgamo, Lombardía, Italia, 25 de noviembre de 1881 - † Ciudad del Vaticano, 3 de junio de 1963), fue el Papa n.º 261 de la Iglesia Católica entre 1958 y 1963.
En su dilatada labor apostólica, ocupó numerosos cargos críticos. Como obispo titular de Areopoli y, más tarde, de Mesembria, se desempeñó como visitador apostólico en Bulgaria desde 1925, luego como delegado apostólico en la misma Bulgaria desde 1931. Fue designado delegado apostólico en Turquía y Grecia desde 1935, cargo que desempeñó durante la mayor parte de la segunda guerra mundial. A fines de 1944 fue designado nuncio apostólico en Francia, donde permaneció hasta 1953. Elegido cardenal en ese año, fue patriarca de Venecia hasta el cónclave de octubre de 1958. Como pontífice romano, tuvo un pontificado relativamente breve pero sumamente intenso.
Sus encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963), ésta última escrita en plena guerra fría luego de la llamada «crisis de los misiles» de octubre de 1962, se convirtieron en documentos señeros que marcaron el papel de la Iglesia católica en el mundo actual. Pero el punto culminante de su trabajo apostólico fue, sin dudas, su iniciativa personal, apenas tres meses después de su elección como pontífice, de convocar el Concilio Vaticano II, imprimiendo así su carisma a la Iglesia católica del siglo XX.
Fue beatificado en el año 2000, por el Papa Juan Pablo II, durante el Jubileo de dicho año.
En Italia es recordado con el cariñoso apelativo de "Il Papa Buono" ('El Papa Bueno').

Sacerdocio y labor apostólica


A la izquierda del obispo Radini Tedeschi (tercero en la segunda fila) se encuentra Angelo Giuseppe Roncalli, que más tarde sería el papa Juan XXIII. La imagen proviene del libro de Mario Benigni y Goffredo Zanchi (2000), Giovanni XXIII. Biografia ufficiale a cura della diocesi di Bergamo, edizioni San Paolo.
Angelo Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, en Lombardía, Italia. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en Bérgamo. En 1905 fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo, Giacomo Radini Tedeschi, y en el año siguiente fue el encargado de la enseñanza de Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo. Ocupó estos puestos hasta la muerte de "su" obispo, como siempre recordaría a Radini Tedeschi, acaecida en 1914.
Durante la Primera Guerra Mundial, ejerció primero como sargento médico y más tarde como capellán militar. En 1921, fue llamado desde Roma por el papa Benedicto XV para ocupar el cargo de presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.
El papa Pío XI lo designó simultáneamente arzobispo de Areópolis y enviado oficial para Bulgaria el 3 de marzo de 1925. El 19 de marzo de 1925 Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado arzobispo titular de Areopoli;1 eligió como su lema episcopal "Obedientia et Pax". En Bulgaria, realizó su labor apostólica visitando las comunidades católicas y estableciendo relaciones de respeto y estima con otras comunidades cristianas, en especial de la Iglesia Ortodoxa. En una ocasión en Bulgaria fue a visitar a unos heridos internos en un hospital católico que trataba gratuitamente a todas las personas, independientemente de su religión. Estos heridos fueron víctimas de un atentado contra el rey Boris III en una catedral ortodoxa de Sofía, siendo ortodoxos que frecuentaban su lugar de culto. El rey búlgaro quedó tan impresionado que lo recibió en audiencia privada, siendo un acto inédito porque los visitadores apostólicos no gozaban de ningún estatuto diplomático y las relaciones entre la minoría católica y la mayoría ortodoxa eran muy tensas. Hechos como este constituyeron las bases de la futura delegación apostólica. En efecto, su labor fue tan fructífera que se lo designó delegado apostólico para Bulgaria el 16 de octubre de 1931.1
El 30 de noviembre de 1934 fue designado Arzobispo títular de Mesembria,1 y el 12 de enero de 1935 fue nombrado delegado apostólico para Turquía1 (vicario apostólico de Estambul, antigua Vicaría Apostólica de Constantinopla). El mismo día se lo designó Delegado Apostólico para Grecia,1 atendiendo desde Estambul los asuntos relativos a ambos países.
Su intervención para socorrer a miles de judíos de la persecución nazi mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial fue proverbial.2
El 23 de diciembre de 1944, el papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico de Francia.1 Contribuyó a normalizar la organización eclesiástica en Francia, desestabilizada por los numerosos obispos que habían colaborado con los alemanes. Gracias a su cortesía, su sencillez, su buen humor y su amabilidad pudo resolver los problemas y conquistar el corazón de los franceses y de todo el Cuerpo Diplomático.
El 12 de enero de 1953 el papa Pío XII le nombra cardenal presbítero del título de Santa Prisca, y tres días después es designado Patriarca de Venecia.1

Pontificado

Elección

El 28 de octubre de 1958, contando con casi 77 años, Roncalli fue elegido Papa ante la sorpresa de todo el mundo. Escogió el nombre de Juan (nombre de su padre y del patrón de su pueblo natal, aunque escogió este nombre por el evangelista de nombre Juan). Fue entronizado el 4 de noviembre (21 días antes de su cumpleaños 77) por el cardenal Nicola Canali, protodiácono de San Nicola in Carcere Tulliano.
Después del largo pontificado de su predecesor, los cardenales parecieron escoger un papa de transición a causa de su avanzada edad y de su modestia personal. En referencia al término «Papa de transición», su secretario personal comentó:

Monumento al Papa Juan XXIII en Porto Viro (Rovigo, Italia)
Ni siquiera debe leerse en sentido negativo esta calificación, porque ahí estaban sus 77 años, y él mismo afirmó: «No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo». Sabía que era ya un anciano, no se preocupaba de lo que podría hacer. Habituado a vivir comunitariamente y a no considerar los problemas desde el punto de vista personal, citando a Tibulo, decía Est nobis voluisse satis, para el honor de un hombre es ya mucho haber concebido una empresa, haber pensado, ideado, iniciado algo. Recuerdo su comentario a mi perplejidad y a mi falta de entusiasmo cuando me comunicó la idea del Concilio. Me dijo: «No hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien. En la concepción de las grandes empresas basta con el honor de haber sido providencialmente invitados. Hemos sido llamados a poner en marcha, no a concluir3
Loris Francesco Capovilla
Ni los cardenales ni el resto de la Iglesia esperaban que el temperamento alegre, la calidez y la generosidad del papa Juan XXIII cautivaran los afectos del mundo de una forma en que su predecesor no pudo. Al igual que Pío XI pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto.
Enseguida empezó una nueva forma de ejercer el papado. Fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de obras de misericordia: por Navidad visitó los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar los prisioneros de la cárcel Regina Coeli.

Gobierno papal

 

 En su primera medida de gobierno vaticano, que le enfrentó con el resto de la curia, redujo los altos estipendios (y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban los obispos y cardenales). Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de los trabajadores de Europa, además retribuidos con bajos salarios. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos.


En una visita a Europa, el presidente de Argentina, Arturo Frondizi visitó El Vaticano y conoció al Papa, quien le dio el apodo de "el estadista de América", también le dijo que en Italia hacían falta políticos como él.4
Tres meses después de su elección, el 25 de enero de 1959, en la Basílica de San Pablo Extramuros y ante la sorpresa de todo el mundo anunció el XXI Concilio Ecuménico -que posteriormente fue llamado Concilio Vaticano II-, el I Sínodo de la Diócesis de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. Este concilio fue inspirado en la figura del Papa Pío IX precursor del Concilio Vaticano I y quien, según el Papa Juan XXIII, nadie en la historia de la Iglesia había sido tan amado y tan odiado a la vez.
El 2 de diciembre de 1960 se reunió en el Vaticano durante una hora con el arzobispo de Canterbury, Geoffrey Francis Fisher. Era la primera vez en más de 400 años, desde la excomunión de Isabel I, que la máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra se reunía con el papa. Durante su Pontificado nombró 37 nuevos cardenales, entre los cuales por primera vez un tanzano, un japonés, un filipino, un venezolano y un mexicano.
El papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas en total. Su magisterio social en las encíclicas "Pacem in terris" y "Mater et Magistra" fue profundamente apreciada. En ambas pastorales se insiste sobre los derechos y deberes derivados de la dignidad del hombre como criatura de Dios.
El 3 de enero de 1962 excomulgó a Fidel Castro, iniciativa amparada en condenas expresadas por el papa Pío XII en 1949. El día 6 de mayo del mismo año canonizó al primer santo negro de América, San Martín de Porres.

Concilio Vaticano II

El 11 de octubre de 1962 el papa Roncalli abrió el Concilio Vaticano II en San Pedro. Este Concilio cambiaría el rostro del catolicismo: una nueva forma de celebrar la liturgia (más cercana a los fieles), un nuevo acercamiento al mundo y un nuevo ecumenismo. Respecto de esto último, Juan XXIII había creado en 1960 el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos,5 una comisión preparatoria al Concilio que más tarde permanecería bajo el nombre de Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. Era la primera vez que la Santa Sede creaba una estructura consagrada únicamente a temas ecuménicos. Para la presidencia de ese organismo el Papa designó al cardenal Augustin Bea, quien luego se convertiría en una de las figuras determinantes del Concilio Vaticano II.
Desde la apertura del Concilio, el papa Juan XXIII enfatizó la naturaleza pastoral de sus objetivos: no se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario renovar la Iglesia para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos (un "aggiornamento"), buscar los caminos de unidad de las Iglesias cristianas, buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer diálogo con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa".
Al Concilio fueron invitados como observadores miembros de diversos credos, desde creyentes islámicos hasta indios americanos, al igual que miembros de todas las Iglesias cristianas: ortodoxos, anglicanos, cuáqueros, y protestantes en general, incluyendo, evangélicos, metodistas y calvinistas no presentes en Roma desde el tiempo de los cismas.

Su muerte y beatificación


Su Santidad Juan XXIII, en su sarcófago en la Basílica de San Pedro.
El 23 de mayo de 1963 se anunció públicamente la enfermedad del Papa: cáncer de estómago que, según su secretario Loris F. Capovilla, le fue diagnosticado en septiembre de 1962. El Papa no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se desviara de lo estipulado. Así, el mismo Papa estaba firmando su sentencia de muerte. Al fin, después de sufrir esa grave enfermedad, el papa Juan XXIII murió en Roma el 3 de junio de 1963, hacia las dos y cincuenta. Finalizó sus días sin ver concluida su obra mayor, a la que él mismo consideró "la puesta al día de la Iglesia". En la memoria de muchos, el papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno" o como "el Papa más amado de la historia".
Fue sucedido por Pablo VI, quien en 1965 iniciaría el proceso de beatificación del propio Juan XXIII después de la clausura del Concilio Vaticano II. Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000, junto con el papa Pío IX a quien él tanto deseó canonizar. Su fiesta litúrgica quedó fijada el 11 de octubre, día de la apertura del Concilio Vaticano II.
Cuando su cuerpo fue exhumado en el año 2000, corrió el rumor de que se hallaba incorrupto. En seguida, fuentes del Vaticano se apresuraron a negarlo, recordando que había sido embalsamado. Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.
Juan XXIII también es honrado por muchas organizaciones protestantes como un reformador cristiano. La Iglesia de Inglaterra lo considera santo y tanto los anglicanos como los protestantes conmemoran a Juan XXIII como "renovador de la iglesia".
Pier Paolo Pasolini le dedicó una de sus grandes películas, "El Evangelio según San Mateo".
El hospital Universitario Juan XXIII en Tarragona fue creado para que dicho papa fuera recordado por siempre.
La tumba que ocupaba el Papa Juan XXIII, ha sido ocupada por el Papa Juan Pablo II, fallecido el 2 de abril de 2005 hasta el 29 de abril de 2011 cuando fue exhumado para su beatificación.

Encíclicas

Canonizaciones

Juan XXIII canonizó a :

Películas acerca de su vida

Referencias

  1. a b c d e f g David M. Cheney (6 de abril de 2011). «Pope John XXIII - Bl. Angelo Giuseppe Roncalli †» (en inglés). Catholic Hierarchy. Consultado el 3 de julio de 2011.
  2. La Fundación Internacional Raoul Wallenberg solicitó al Museo del Holocausto en Israel la designación de Angelo Roncalli como "Justo entre las Naciones", honor reservado a los no judíos que ayudaron de forma significativa a judíos durante el Holocausto.
  3. Roncalli, Marco (2006). Juan XXIII, en el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla (2ª. edición). Madrid (España): Palabra. p. 53. ISBN 978-84-9840-054-0.
  4. Altamirano, Carlos (1998). Los nombres del poder: Arturo Frondizi. ISBN 950-557-248-4.
  5. Stransky, Thomas (1986). «The foundation of the SPCV». En Stacpoole, Alberic (en inglés). Vatican II by those who were there. London: G. Chapman.

Bibliografía adicional

  • Roncalli, Marco; Capovilla, Loris F. (2006). Juan XXIII: en el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla: entrevista de Marco Roncalli. Ediciones Palabra. ISBN 978-84-9840-054-0.
  • "Así era Juan XXIII", Benedicto Tapia de Renedo, Compañía Bibliográfica Española, 1964

Enlaces externos



Predecesor:
Paolo Emilio Bergamaschi
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Obispo Titular de Areopoli
3 de marzo de 1925 - 30 de noviembre de 1934
Sucesor:
Michael Joseph Keyes
Predecesor:
Carlo Margotti
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Arzobispo Titular de Mesembria
30 de noviembre de 1934 - 12 de enero de 1953
Sucesor:
Silvio Angelo Pio Oddi
Predecesor:
-
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Delegado apostólico en Bulgaria
16 de octubre de 1931 - 12 de enero de 1935
Sucesor:
Mario Rizzi
Predecesor:
Carlo Margotti
Flag of the Vatican City.svg
Delegado apostólico en Grecia
12 de enero de 1935 - 23 de diciembre de 1944
Sucesor:
Giovanni Mariani
Predecesor:
Angelo Rotta
Flag of the Vatican City.svg
Delegado apostólico en Turquía
12 de enero de 1935 - 23 de diciembre de 1944
Sucesor:
Andrea Cassulo
Predecesor:
Valerio Valeri
Flag of the Vatican City.svg
Nuncio apostólico en Francia
23 de diciembre de 1944 - 12 de enero de 1953
Sucesor:
Paolo Marella
Predecesor:
Carlo Agostini
PatriarchNonCardinal PioM.svg
Patriarca de Venecia
12 de enero de 1953 - 28 de octubre de 1958
Sucesor:
Giovanni Urbani
Predecesor:
Adeodato Giovanni Piazza
CardinalCoA PioM.svg
Cardenal presbítero de S. Prisca
12 de enero de 1953 - 28 de octubre de 1958
Sucesor:
Giovanni Urbani
Predecesor:
Eugenio Pacelli
Coat of arms of the Vatican City.svg
Prefecto de la Congregación Consistorial
1958 - 1963
Sucesor:
Giovanni Battista Montini
Predecesor:
Eugenio Pacelli
Coat of arms of the Vatican City.svg
Prefecto de la Congregación del Santo Oficio
1958 - 1963
Sucesor:
Giovanni Battista Montini
Predecesor:
Eugenio Pacelli
Coat of arms of the Vatican City.svg
Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales
1958 - 1963
Sucesor:
Giovanni Battista Montini
Predecesor:
Pío XII
Emblem of the Papacy SE.svg
Papa
28 de octubre de 1958 - 6 de junio de 1963
Sucesor:
Pablo VI






Juan XXIII (frases)

1881-1963. Angelo Giuseppe Roncalli. Papa de la iglesia católica (1958-1963).

Nada de lo que ocurra a los hombres nos debe resultar ajeno.
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Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
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Nunca vaciles en tender la mano; nunca titubees en aceptar la mano que otro te tiende.
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La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra.
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La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.
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Angelo O. Roncalli (1881-1963) se convirtió en el Papa Juan XXIII en 1958, tras la muerte de Pío XII. El nuevo pontífice fue el encargado de renovar la Iglesia católica a través del Concilio Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 1962. Su finalidad, era abrir las ventanas para que entrara aire fresco en la Iglesia.
(Sotto - il - Monte, 25 noviembre 1881 - Roma, 3 junio 1963)

Ángel el José Roncalli es el tercer hijo de Juan Battista Roncalli y Marianna Mazzola. Los Roncalli son labriegos
 venidos a menos y tienen que hacer grandes sacrificios para dar una educación a sus hijos. Asiste a la escuela primaria en Cervico y recibe la instrucción elemental de manos de don Pedro Bolís. Terminados los estudios primarios, comienza la segunda enseñanza en el colegio de Celena. Una vez terminada ésta, ingresa en el seminario episcopal de Bérgamo.
El 28 de junio de 1895 recibe la tonsura y tres años después las Órdenes menores y finalmente, en el año 1900, termina sus estudios. Obtiene una beca en el colegio Cersaoli, incorporado al Pontificio Seminario Romano y así, en 1901, llega a Roma para continuar sus estudios en el Ateneo de San Apollinare.
El 30 de noviembre de ese mismo año inicia el cumplimiento del servicio militar obligatorio, quedando así sus estudios interrumpidos. Su cordialidad y alegría conquistan las simpatías de todos los compañeros de armas y de los superiores, siendo ascendido rápidamente a cabo y luego a sargento. Vuelve de nuevo al seminario romano y es ordenado diácono por el cardenal Respighi, vicario de Su Santidad.
El 10 de julio de 1904 se gradúa como doctor en Teología y un mes después es ordenado sacerdote en Sta. María in Monte por monseñor José Cappetelli. En noviembre vuelve al Apollinare para continuar sus estudios de Derecho Canónico, y el 29 de enero de 1905 es consagrado por el papa Pío X como obispo de Bérgamo.
Al reorganizarse la Acción Católica Diocesana se le nombra presidente de la V Sección (1910). En 1916 es nombrado capellán del Hospital militar de reserva de Bérgamo y el 22 de agosto de ese mismo año aparece su libro: En memoria de monseñor Radini Tedeschi, obispo de Bérgamo. En 1920 fue llamado a la Congregación de Propaganda Fide, para colaborar en la reorganización de las actividades misioneras. En noviembre de 1924 es nombrado profesor del Pontificio Ateneo Lateranense. En marzo de 1925 es nombrado visitador apostólico en Bulgaria y arzobispo de Aneópolis por el cardenal Tacci. En 1934 es nombrado delegado apostólico de Turquía y Grecia y administrador apostó1ico de Constantinopla. En abril de 1936 aparece el primer volúmen de su obra Las Actas de la visita apostólica de S. Carlos Borromeo a Bérgamo.
En 1944 le nombran nuncio en París, y en 1953 es nombrado cardenal y patriarca de Venecia. El 9 de octubre de 1958 muere Pío XII y el día 28, por la tarde, es elegido papa. El 25 de enero de 1959 anuncia la celebración de un Sínodo para la diócesis de Roma, de un Concilio para la Iglesia universal y la reforma del Derecho Canónico. En 1962 se inaugura el Concilio Vaticano II, interviniendo a pesar de su avanzada edad, en algunas ocasiones, sobre todo cuando el reglamento del Concilio parece inadecuado. El 23 de septiembre de 1962 se anuncian los primeros síntomas de una enfermedad a la que se trata de quitar importancia.
Sus mayores logros fueron la convocatoria del Concilio Vaticano II con el objetivo de llevar a cabo la renovación de la vida religiosa católica gracias a la modernización (aggiornamento) de la enseñanza, la disciplina y la organización de la Iglesia, así como alentar la unificación de los cristianos, extender el ecumenismo eclesiástico y posibilitar el acercamiento a otras creencias. Sus escasas intervenciones en el Concilio (que finalizó después de su muerte) apoyaron el movimiento por el cambio al que la mayoría de los delegados era favorable. También escribió siete encíclicas, entre ellas Mater et magistra (1961), dedicada al problema social, que enfatiza la dignidad individual como base de las instituciones sociales, y Pacem in terris (1963), que exhortó a la cooperación internacional por la paz y la justicia, y al compromiso de la Iglesia a interesarse por los problemas de toda la humanidad.
Abrió las sesiones del concilio Vaticano II –el primero en casi un siglo– en octubre de 1962, con un discurso inaugural en el que expresó su intención de acometer una reforma de la Iglesia basada en el aggiornamento, es decir, su puesta al día. Si bien sólo se celebró una sesión bajo su pontificado, ésta sirvió para originar una apertura sin precedentes en el seno de la Iglesia Católica. El nuevo cambio de rumbo siguió dos ejes fundamentales: una actitud hacia los cristianos no católicos basada en el respeto y la tolerancia, y una posición independiente y sin alianzas en política internacional, sin participación en la férrea división en bloques de la época. Esta última cuestión encontró su fundamento político en la encíclica Pacem in terris, publicada el año 1963 y destinada a asentar la posición del Vaticano en cuestiones referentes a política internacional.
El 1 de marzo de 1963 se le concede el Premio Internacional de la Paz, de la Fundación Eugenio Balzán. El 17 de mayo de 1963 celebra por última vez la Misa y el día 20 recibe las últimas audiencias. El 3 de junio de ese mismo año muere, a la caída de la tarde y es sepultado en las grutas vaticanas.
El Concilio Vaticano II :
Juan XXIII dispuso como tarea inmediata del Concilio renovar la vida religiosa de los católicos, actualizar la doctrina, la disciplina y la organización. El fin último era la unidad de todos los cristianos.
El primer período del Concilio duró desde el u de octubre de 1962 al 8 de diciembre del mismo año. Se trató una considerable cantidad de "schemata" pero no se aprobó ninguna. El Papa, ya enfermo, asistió a la última asamblea general para dar gracias a los presentes.
Juan XXIII murió el 3 de junio de 1963. Poco después de su elección, Pablo VI reinició las sesiones del concilio, que se habían suspendido automáticamente por la muerte del pontífice.
El segundo período comenzó el 29 de septiembre de 1963 y duró hasta diciembre del mismo año. Los padres del concilio aprobaron la constitución Sacrosantum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia y el decreto Inter Mirífica, sobre los medios de comunicación social.
El tercer período se extendió desde el 14 de septiembre de 1964 al 21 de noviembre de ese año. En ese período muchos sacerdotes fueron invitados a participar de la asamblea general como representantes del clero parroquial. Los padres aprobaron la constitución Dei Verbum, sobre la Iglesia, el decreto Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, y el decreto Unitatis Redintegratio, sobre el ecumenismo.
El período final empezó el 14 de septiembre de 1965 y terminó el 8 de diciembre del mismo año. En este lapso de tiempo se aprobaron la mayor parte de los documentos. Fue también en esta sesión cuando el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras se encontraron y expresaron sus deseos de unidad entre Oriente y Occidente.
La última sesión publica, el 8 de diciembre de 1965, tuvo lugar en la plaza majestuosa y encolumnada de la basílica de San Pedro. En una solemne ceremonia, los líderes de la Iglesia católica junto con los representantes de ochenta y un gobiernos y nueve organizaciones internacionales festejaron los logros de este gran concilio ecuménico. La eficiente y dura labor de sus integrantes produjo y publicó cuatro constituciones, nueve decretos y tres declaraciones. En efecto, el Concilio marcaba un punto decisivo en la historia de la Iglesia.


Juan XXIII

Juan XXIII Juan XXIII fue Papa de la Iglesia Católica entre 1958 y 1963. Fue beatificado en el año 2000, por el Papa Juan Pablo II y se le conoce con el apelativo de El Papa bueno.


Ficha personal

Nombre: Juan XXIII 
Nace: 25-11-1881 
En: Lombardía, Italia  
Muere: 03-06-1963 
En: Ciudad del Vaticano 




Vida y trayectoria



Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en el caserío Brusico de Sotto il Monte, provincia y diócesis de Bérgamo. Era el cuarto, y el mayor de los varones, de los catorce hijos de Giovanni Battista Roncalli y de Mariana Mazzola, campesinos que trabajaban un terreno arrendado.
En 1892, entró en el seminario de Bérgamo para cursar los estudios superiores. Para ello contó con la ayuda del párroco Rebuzzini y de Giovanni Morlani , el propietario de las tierras que cultivaba la familia del futuro Papa. En esta época, comenzó a redactar unas notas espirituales, una costumbre que mantendría toda su vida y que quedaron recogidas en su Diario de un Alma.


Unos años más tarde, en 1901, completó sus estudios de teología en el seminario romano dell´Apollinare. Fue ordenado sacerdote en 1904, a la edad de 23 años.


En 1905 fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo y al año siguiente fue el encargado de la enseñanza de la Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo.


Durante la I Guerra Mundial, ejerció de sargento médico y de capellán militar. En 1921, el papa Benedicto XV le ofreció el cargo presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.


El 19 de marzo de 1925 Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado obispo titular de Areopoli. El papa Pío XI le nombró Visitador Apostólico de Bulgaria este mismo año.


El mes de diciembre de 1944 el papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París y en 1953, cardenal presbítero del título de Santa Prisca y tres días después le envía a Venecia como Patriarca.


El 28 de octubre de 1958, con casi 77 años, fue elegido papa ante la sorpresa de todo el mundo. En poco tiempo, el temperamento bondadoso del pontífice cautivó a todos los fieles, que quedaron además impresionados por la nueva forma de ejercer el papado, mucho más cercana que su predecesor.


Como primera medida, redujo el lujo que rodeaba a obispos y cardenales, mejoró las condiciones laborales de los empleados del Vaticano y comienzó a nombrar cardenales entre indios y africanos. Además, solo tres meses después de su elección, anunció la celebración del Concilio Vaticano II. Este concilio renovó las formas del catolicismo. Impuso una nueva forma de celebrar la liturgia, un nuevo ecumenismo y un nuevo acercamiento al mundo, para transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos. El Concilio sirvió también para buscar la unidad entre las iglesias cristianas.


El papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas. Entre ellas, "Pacem in terris" y "Mater et Magistra" fueron especialmente reconocidas.


El 23 de mayo de 1963 se anunciaba públicamente que el Papa padecía un cáncer de estómago, del que nunca consintió operarse. Murió en Roma el 3 de junio de 1963.


Su sucesor, Pablo VI, inició en 1965 su proceso de beatificación, que culminó en 3 de septiembre de 2000, siendo Papa Juan Pablo II.


Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.


Juan XXIII

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Discursos
Encíclicas
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Homilías
Mensajes
Motu Proprio
Viajes





S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963)
Su extraordinaria bondad y simpatía le permitió ganarse la amistad y el respeto de gente muy diversa, lo que con justicia le mereció el calificativo de "Il Papa buono", el Papa bueno

S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963)
S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963)

I. Biografía


Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881, en Sotto il Monte, pueblito que dista 12 kilómetros de Bérgamo, al norte de Italia. Ésta es una tierra que vio florecer numerosos y modélicos cristianos gracias a la labor evangelizadora realizada por San Alejandro, mártir, XVII siglos atrás: su sangre derramada por la fe sería allí semilla de innumerables cristianos.


Angelo era "hijo del viñador Roncalli" . En efecto, él era descendiente de una familia campesina, profundamente católica, humilde y a la vez muy numerosa: eran trece hermanos, de los cuales él era el tercero. Fue este el ambiente en el que se iría forjando una personalidad con la que cautivaría a sus feligreses y al mundo entero: en la familia llegó a ser como un padre para todos sus hermanos, sencillo y manso, a la vez vital y exigente, siempre generoso.


En su infancia, conjugando sus primeros estudios con los trabajos agrícolas, Angelo asistió a la escuela de su pueblo. Por aquél tiempo integró el grupo de monaguillos. Ya desde que tuvo conciencia experimentó el llamado del Señor al sacerdocio pues nunca, como confesó él mismo poco antes de su tránsito, hubo momento alguno en que hubiese deseado otra cosa. Sin duda este deseo se reflejó ya desde niño en sus actitudes y opciones: sus amigos de infancia no tardaron en llamarle "Angelito, el cura".


A los once años, lejos aún de alcanzar los catorce requeridos por entonces como mínimo, fue tempranamente admitido en el seminario de Bérgamo. Por su precoz madurez y su evidente vocación, recibió ya a esa edad, la tonsura, que implicaba al mismo tiempo el uso diario de la sotana.


Esta inclinación tan temprana de ningún modo significó que para él la lucha hubiese sido fácil y sencilla. Consta en su Diario del Alma, publicación posterior a su muerte que reúne sus escritos personales desde los 14 años de edad, que su vida íntegra estaba hecha de batallas cotidianas en las que habían victorias así como también derrotas. La lucha no era fácil, pero a él lo sostenía un firme propósito que jamás abandonó: "estoy obligado, como mi tarea principal y única, hacerme santo cueste lo que cueste" , escribió poco antes de ser ordenado sacerdote. Este era el horizonte al que, en medio de las tensiones de la lucha cotidiana, tendía siempre más que como una "inclinación de nacimiento", un propósito decidido e inconmovible de su voluntad, en obediencia a un singular sentido del deber de responder a los que había descubierto era su vocación particular.


A Giuseppe, alumno inteligente y aprovechado, le fue concedida en 1901 una beca para ampliar sus estudios teológicos en el Ateneo Pontificio de San Apolinar, en Roma. El año siguiente tuvo que interrumpir sus estudios para realizar el servicio militar, obligatorio por entonces aún para clérigos, siendo incorporado al regimiento de infantería militar de Bérgamo. A finales de 1902 era conocido como el sargento Roncalli. En 1903 vuelve a sus estudios en Roma, culminándolos con un doctorado en teología.


El 10 de agosto de 1904 es ordenado sacerdote, y su primera Misa la ofició al día siguiente en la Basílica de San Pedro.


A principios de 1905 el Padre Roncalli vuelve a Bérgamo para trabajar al lado de su Obispo, Mons. Giacomo Tedeschi (1857-1914), quien lo nombró su secretario personal. El Padre Roncalli aprendió mucho de la vida ejemplar de su Obispo, con quien trabajó hasta el día en que éste fue llamado a la casa del Padre, el año 1914. De él escribió una intensa biografía, cuya primera edición apareció en Bérgamo el año 1916. En su época de secretario (1905-1914) enseñaba también en el seminario de Bérgamo, dictando clases de Historia de la Iglesia y de Apologética.


Cuando lo permitían las circunstancias el secretario del Obispo visitaba la Biblioteca Ambrosiana. Por aquél entonces era prefecto de la misma el Padre Achille Ratti -futuro Pío XI-, con quien compartía un interés común por la figura del Santo Cardenal Carlos Borromeo. Sus pesquisas históricas tuvieron como objeto conocer la vida y pensamiento de este gran Santo, cuyo aporte -especialmente en lo que se refiere al Concilio de Trento (1545-1563)- sería decisivo en un tiempo tan difícil para la Iglesia. Con el tiempo el Padre Roncalli publicaría el fruto de alguna de sus investigaciones: una edición crítica de las actas de la visita apostólica de San Carlos Borromeo a Bérgamo.


Con el estallido de la primera guerra mundial, en 1914, se incorpora en Bérgamo al ejército, ofreciendo su servicio primero en la pastoral sanitaria, y a partir de 1916 como capellán militar.


Al ir acercándose el final de la guerra, hacia fines de 1918, el Padre Roncalli es nombrado director espiritual del Seminario de Bérgamo. Un año después, en enero de 1921 es llamado a Roma para trabajar en la Congregación para la Propagación de la Fe. Es nombrado por Benedicto XV "Prelado Doméstico de Su Santidad". Su misión era visitar a los Obispos italianos e informarles sobre las reformas que el Papa se proponía realizar con el fin de financiar las misiones. Su servicio a la Iglesia le llevó también a visitar a diversos Obispos de Alemania, Francia, Bélgica y de los Países Bajos.


En marzo de 1925 el Sucesor de Benedicto XV, Pío XI, lo nombra Visitador Apostólico en Bulgaria, una nación mayoritariamente ortodoxa y con un Estado confesional ortodoxo, donde los católicos apenas bordeaban las 40.000 personas. Después de siete siglos Bulgaria contaría nuevamente con un representante oficial de la Santa Sede en su territorio. Mons. Roncalli era enviado prácticamente a "tierra de misión". El 19 de marzo de 1921, dos semanas después de este nombramiento, Guiseppe Roncalli era consagrado Obispo, y un mes después se encontraba ya en Sofía, capital búlgara. Visitó las diversas comunidades católicas diseminadas por toda la nación y además de establecer buenas relaciones con sus gobernantes logró con los años y con un trabajo muy delicado de acercamiento a los diversos miembros de la jerarquía de la Iglesia oriental. Posteriormente Mons. Roncalli es nombrado Delegado Apostólico de Bulgaria.


En 1934 es nombrado Delegado Apostólico para Turquía y Grecia, por lo que se traslada a Estambul primero, y en 1937 a Atenas. En esta última ciudad pasaría la mayor parte de la segunda guerra mundial, donde con ayuda de la Santa Sede y en contacto estrecho con la Iglesia Ortodoxa, prestó una significativa y caritativa ayuda a la población. Más su contacto no era solamente con la Iglesia Ortodoxa: en los difíciles años de la guerra el gran rabino de Palestina, cuando se encontraba en Turquía, se comunicaba "casi diariamente con el Vaticano… gracias a Roncalli, amigo sincero de Israel, que salvó a miles de hebreos" .


También aquellos años vividos en el cercano Oriente le permitieron establecer firmes lazos con miembros de las Iglesias orientales, lo que sin duda influía positivamente para el acercamiento de la Sede de Pedro con la Iglesia oriental.


El 6 de diciembre de 1944, en un momento muy delicado que exigía de gran tacto y habilidad diplomática, el Papa Pío XII lo nombra Nuncio en París, a donde llega el 1 de enero de 1945. En los ocho años que duraría su labor como Nuncio Mons. Roncalli supo ganarse la estima
S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963)
S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963)
de los franceses. Su prudencia, tacto e inteligencia, le permitieron manejar situaciones que a veces se presentaban realmente complicadas y desfavorables. Con su presencia paternal y bondadosa lograba ablandar el corazón de muchos, así por ejemplo, logró que a los prisioneros de guerra alemanes se les diese un trato digno y respetuoso. Su capacidad de hacer amigos y su bondad fuera de toda sospecha le ayudaron a prestar un verdadero servicio reconciliador y sanante en un período en el que entre los franceses muchas heridas habían quedado abiertas.

En enero de 1953 el Nuncio de París, cuando contaba ya con 71 años, es nombrado por el Papa Pío XII Cardenal y Patriarca de Venecia, una Diócesis pequeña pero muy importante. Una nueva etapa se abría entonces para él en su vida: el servicio pastoral directo. En su diario escribía: "En los pocos años que me quedan de vida, quiero ser un pastor en la plenitud del término" . Sin duda ni se imaginaba la "plenitud" que alcanzaría el término. Lo cierto es que en Venecia, libre ya de las innumerables exigencias de su antiguo e importante servicio diplomático, pudo darle más tiempo a los encuentros cotidianos con la gente sencilla y humilde: "Se le veía rezando con frecuencia en la catedral, se paraba por las calles para hablar con la gente sencilla, como los gondoleros, visitaba las parroquias, administraba las primeras comuniones en colegios e institutos, iba a ver a los enfermos pobres de los hospitales y especialmente a los sacerdotes enfermos o ancianos, acudía a la cárcel para estar con los prisioneros y recibía a los personajes famosos en la política, las ciencias o las artes que visitaban Venecia y acababa por hacerse amigo suyo, dado su espíritu paternal y bondadoso" .

Siempre espontáneo y cercano en el trato con la población y con el clero, desplegó también en Venecia su notable celo pastoral. Paternal y bondadosamente supo conducir por el camino de la virtud cristiana a la grey encomendada a su cuidado.


II. Su pontificado

El cardenal Angelo Giuseppe Roncalli contaba con 76 años cuando el 28 de octubre de 1958 era elegido para suceder en la sede petrina a S.S. Pío XII. El nuevo Papa quiso asumir el nombre del Apóstol Juan, el discípulo amado.

A pesar de su edad —por la que muchos quisieron considerar su pontificado como uno "de transición"— el Pontífice Juan XXIII se preparaba para asumir un gran reto: convocar un nuevo Concilio Ecuménico, lo que tomó por sorpresa a más de uno. Ya en tiempos de su predecesor el Papa Pio XII se había venido preprando un concilio universal, pero por diversas razones el proyecto quedó interrumpido.

S.S. Juan XXIII supo acoger la inspiración del Espíritu Santo, y, mostrando una vez más su paternal bondad y su gran energía y vitalidad llevó adelante la convocatoria del Concilio Vaticano II. Por su humilde deseo de ser un buen "párroco del mundo" supo ver la necesidad de que la Iglesia reflexionara sobre sí misma para poder responder adecuadamente a las necesidades de todos los hombres y mujeres pertenecientes a un mundo en cambio que se alejaba cada vez más de Dios.

El espíritu de su pontificado fue definido por él mismo en junio de 1959, con el término: aggiornamento, que se esclarecerá mejor en el radiomensaje Ecclesia Christi lumen gentium, del 11 de setiembre de 1962, en vísperas de la apertura Concilio. Era el deseo del nuevo Papa y de la Iglesia toda prepararse para responder con fidelidad a los nuevos desafíos apostólicos del mundo hodierno.

Así, pues, el "Papa bueno", un 25 de enero de 1959 (poco más de dos meses de iniciado su pontificado), tomaba por sorpresa a propios y extraños convocando a todos los obispos del mundo a la celebración del Concilio Vaticano II. La tarea primordial era la de prepararse a responder a los signos de los tiempos buscando, según la inspiración divina, un aggiornamiento de la Iglesia que en todo respondiese a las verdades evangélicas. «¿Qué otra cosa es, en efecto, un Concilio Ecuménico —decía el Papa Bueno— sino la renovación de este encuentro de la faz de Cristo resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia toda, para salud, para alegría y para resplandor de las humans gentes?» Para esto planteaba el famoso aggiornamento hacia adentro, presentando a los hijos de la Iglesia la fe que ilumina y la gracia que santifica, y hacia afuera presentando ante el mundo el tesoro de la fe a través de sus enseñanzas. Estas dos dimensiones se manifestarían constantemente en su pontificado.

La apertura eclesial al mundo se muestra con claridad en sus encíclicas, siempre dejando en claro que ello no significaba en absoluto ceder en las verdades de fe. «Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo sentido y significado».

Dentro de este espíritu de apertura en fidelidad a la doctrina de siempre, el Papa Juan XXIII se esforzó también en buscar un mayor acercamiento y unión entre los cristianos. Su encíclica Ad Petri cathedram (1959) y la institución de un Secretariado para la Promoción de la Unión de los Cristianos fueron hitos muy importantes en este propósito.


El Concilio Vaticano II

Para S.S. Juan XXIII cuatro habían de ser los principales propósitos de este gran Concilio:

Buscar una profundización en la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma.

Impulsar una renovación de la Iglesia en su modo de aproximarse a las diversas realidades modernas, mas no en su esencia.

Promover un mayor diálogo de la Iglesia con todos los hombres de buena voluntad en nuestro tiempo.

Promover la reconciliación y unidad entre todos los cristianos.


Su legado

El segundo Concilio Vaticano, luego de una larga y concienzuda preparación, se inició el 11 de octubre de 1962, aunque él mismo no sería el elegido para llevarlo a su feliz término. Pronto el Papa Juan XXIII se enteraba de su mortal enfermedad que, asociándolo a la Cruz del Señor, le llevaría por un largo camino de pasión, ofrecido por toda la Iglesia.

Juan XXIII fue llamado a la casa del Padre el 3 de junio de 1963, a poco de haberse iniciado el Concilio Vaticano II.

Su muerte suscitó una profunda tristeza en el mundo entero, lo que manifestó LA manera en que este Papa se hizo querer en tan poco tiempo. Ciertamente, su extraordinaria bondad y simpatía le permitió ganarse la amistad y el respeto de gente muy diversa, lo que con justicia le mereció el calificativo de "Il Papa buono", el Papa bueno.


III. Sus principales documentos


  • Eclesiología:

    Gaudet Mater Ecclesia (1962)

    Credo unam, sanctam, catholicam… Ecclesiam (1962)
  • Evangelización:

    Princeps Pastorum (1959)

    Ecclesia Christi lumen gentium (1962)
  • Convivencia social:

    Ad Petri Cathedram (1959)

    Mater et Magistra (1961)

    Pacem in terris (1963)
  • Medios de comunicación:

    La grave obligación de todos (1959)



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