Juan XXIII: 
«GRATA RECORDATIO» 
Rezo sobre el Santo Rosario
Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato recuerdo de aquellas Cartas encíclicas que
 Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de 
octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a 
los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del 
santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría,
encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida 
cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas 
súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen 
Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario.
 Nuestro Predecesor, de i. m., León XIII, siempre cerca del mes de 
octubre, dirigió muchas veces al mundo católico para exhortar a 
los fieles, especialmente durante aquel mes, a la piadosa práctica del 
santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas en sabiduría,
encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la vida 
cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas 
súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen 
Madre de Dios, mediante el rezo del santo Rosario.Este, como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del "Pater noster", del "Ave María" y del "Gloria Patri" se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.
Concilio Vaticano II y Juan XXIII
 Hoy, 11 de octubre, se celebra el 49 aniversario del concilio Vaticano II
 Hoy, 11 de octubre, se celebra el 49 aniversario del concilio Vaticano IIEl concilio Vaticano II es un concilio ecuménico, es decir, una asamblea celebrada por la Iglesia Católica donde se reunen todos los obispos del mundo para "reconocer una verdad y proclamarla". El papa Juan XXIII fue nombrado Papa en 1958 y fue el que inauguró este concilio en 1962 para renovar la Iglesia y adaptarla a los tiempos modernos. Gracias a este concilio, la misa se celebra en los idiomas nacionales, y no en latín como se hacía hasta entonces. El concilio se compone de 4 sesiones de 1962 hasta 1965, pero como Juan XXIII murió en la primera sesión, Pablo VI su sucesor, estuvo al frente de las sesiones restantes, todas ellas con la idea de renovar la Iglesia.
¿quién es Juan XXIII? Hoy además de celebrarse la fiesta del aniversario del Concilio Vaticano II, se celebra la fiesta de este Papa, Angelo Roncalli, más conocido como Juan XXIII y conocido gracias a sus cualidades humanas y cristianas como "el Papa bueno".
Una frase suya: «Basta la preocupación por el presente; no es necesario tener fantasía y ansiedad por la construcción del futuro».
DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII EN LA SOLEMNE INAUGURACIÓN DEL PRIMER SÍNODO DIOCESANO DE ROMA: Al iniciar la preparación de este Sínodo se consignaron en el programa de estudio ocho grandes esquemas de trabajo. El título de cada uno nos da una idea de su extensión y significado. Esquema primero: las personas que integran el orden sacerdotal en sus diferentes grados; segundo: el magisterio; tercero: culto divino en sus más variadas manifestaciones; cuarto: los sacramentos, desde el bautismo al matrimonio; quinto: las actividades apostólicas en sus múltiples formas; esquema sexto, muy importante: la educación cristiana de la juventud; séptimo: las cosas, o mejor el patrimonio cultural, artístico, edificios sagrados y accesorios; octavo: obras de asistencia y beneficencia, tan valiosas y ya tan extendidas, para sostén y consuelo de la fraternidad humana y cristiana.
Venerables Hermanos y amados hijos:
El
 espíritu del  Señor nos ha congregado en esta nuestra sacrosanta 
basílica  lateranense para inaugurar un acontecimiento que señala una 
nueva época  de gracia y un  incremento de vida cristiana para nuestra 
ciudad y diócesis de Roma.
Queremos decir  algo para edificación vuestra y para invitaros a que oréis.
Una
 de las  instituciones que más han contribuido a través de los siglos al
  afianzamiento y expansión de la fe cristiana y de las prácticas  
cristianas han sido  las reuniones de lo más representativo de la 
sagrada jerarquía bajo la  presidencia y dirección o con la consiguiente
 aprobación del pastor  supremo en la sucesión del primero de los 
Apóstoles, a  quien el divino Fundador confió el gobierno de la Iglesia;
 reuniones,  repetimos, para  examinar y estudiar algunos puntos más 
importantes de la doctrina y  disciplina  católica. 

El primer Concilio de Jerusalén
Estas
 reuniones se  denominaron propia y adecuadamente Concilios.  Ya 
hallamos los primeros vestigios en el libro de los Hechos de los  
Apóstoles (Hch   15) en el llamado Concilio de Jerusalén, que se remonta al año 50  después de  Cristo.
Vienen
 a nuestra  mente los personajes que en él tomaron parte.  Eran los más 
autorizados e insignes de aquellos primeros años de  comienzos  
apostólicos y de conquistas cristianas. Pedro en persona, cabeza y  
piedra  fundamental de la Iglesia, y Santiago el Menor, primer Obispo de
  Jerusalén;  Pablo y Bernabé, que tanto habían ya trabajado en la 
fundación de la  primitiva  Iglesia de Antioquía, que informaron del 
gran fervor del principio de  ella y de  las otras nacientes Iglesias: narrantes conversionem gentium y  suscitando gaudium magnum omnibus fratribus (Hch 15, 3)
Aquel
 primer  encuentro con los apóstoles y ancianos suscitó un  grave 
problema. Las puertas de la Iglesia estaban abiertas para todos,  judíos
 y  gentiles. ¿Estaban todavía obligados los hebreos a la circuncisión y
  demás  preceptos de la ley mosaica? ¿Estaban también obligados los 
gentiles a  someterse  a las mismas formalidades antiguas en el acto de 
hacerse cristianos, de  hecho o  de nombre, como ya se los empezó a 
llamar en Antioquía?
¡Qué hermoso es  contemplar cómo se desarrolló a reunión! cum  magna conquisitio fieret,
 escribe el autor de los Hechos (15,7). El  asunto  era grave. Y Pedro 
se levanta y habla poniendo de manifiesto la altura  de su  misión: 
«Hermanos —viri fratres—, vosotros sabéis cómo, de mucho  tiempo 
 ha, determinó Dios  aquí entre vosotros que por mi boca oyesen los  
gentiles  la palabra del Evangelio y creyesen. Dios, que conoce los 
corazones, ha  testificado en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual
 que a nosotros  y no  haciendo diferencia alguna entre vosotros y 
ellos, purificando con la fe  sus  corazones. Ahora, pues, ¿por qué 
tentáis a Dios queriendo imponer sobre  el  cuello de los discípulos un 
yugo que nuestros padres y nosotros fuimos  capaces  de soportar? Pero 
por la gracia del Señor Jesucristo creemos ser salvos  nosotros, lo 
mismo que ellos« (Hch 15, 7-11).
Y
 se calló y reinó  el silencio en toda la multitud, en tanto que  Pablo y
 Bernabé contaban las maravillas, milagros y prodigios que Dios  había  
obrado por su medio entre los gentiles.
Después
 de una  pausa se levantó Santiago, Obispo de Jerusalén, y  refiriéndose
 a las palabras de Pedro, llevó a sus oyentes a la  conclusión,  
evidente para todos desde aquel momento, de que no se podía ni debía  
molestar a  los que se convertían de la gentilidad ni tampoco obligarles
 a  circuncidarse  previamente ni a entrar en la Sinagoga y que se 
contentasen con algunas  consideraciones a la ley de Moisés pero sin 
obligación de carácter  doctrinal en  el futuro.
Después
 del  Concilio de Jerusalén la Iglesia tuvo que sufrir  tres siglos de 
persecución sangrienta. Al salir más rejuvenecida que  nunca,  después 
del Edicto de Milán, empezaron a surgir dudas, conflictos y  errores de 
 índole doctrinal y disciplinar y por lo mismo se evidenció la  
conveniencia de  las reuniones colectivas semejantes a aquella primera 
jerosolimitana. El  sucesor  de San Pedro presidía y dirigía y los 
ancianos con él discutían y  definían. La  pequeña Iglesia de Jerusalén y
 de Antioquía se había extendido por todo  el mundo  romano; la palabra 
de los Apóstoles había llegado a todos los confines  del  mundo; 
dificultades, incertidumbres, diferencias, corrientes de falsas  
doctrinas  e interpretaciones erróneas del texto antiguo y de la 
tradición secular  de las  enseñanzas de Jesús aconsejaron estas 
solemnes asambleas del pensamiento   cristiano y católico buscando 
fórmulas doctrinales seguras en la  adaptación a  expresiones de 
actividad religiosa, según las exigencias y  circunstancias  
frecuentemente especiales de las diferentes épocas que se han sucedido  
en el  transcurso de la historia de la cristiandad. Y así, desde 
principios del  siglo  IV, siglo de los grandes Padres y Doctores, hasta
 pasada la mitad del  siglo XIX,  testigo de los graves errores 
filosóficos y antirreligiosos modernos, se   extiende esa magnífica 
serie de los Concilios Ecuménicos, desde el  Niceno  primero del año 325
 al Vaticano primero de 1869-1870, cuyo fin fue, en  representación de 
la catolicidad unida y organizada, defender con la  misma  autoridad de 
Jesucristo la integridad de la fe y el vigor de la  disciplina,  
resolver importantes cuestiones doctrinales y morales, atajar o resolver
   situaciones muy graves de carácter religioso y a veces político y  
social.
De
 estos veinte  Concilios, más de cinco se celebraron bajo las  viejas 
bóvedas de esta gloriosa Basílica Lateranense que hoy nos acoge  tan  
noblemente, y otros ocho señalan hitos luminosos de la Iglesia Oriental,
   especialmente los dos de Nicea, cuatro de Constantinopla, uno de 
Efeso y  otro de  Calcedonia, y después en Occidente los dos de Lyon, 
uno de Viena, uno de   Constanza, uno de Florencia y el más abundante y 
rico en bienes que  llegan hasta  nosotros, el Concilio de Trento, al 
cual siguió el del Vaticano en el  siglo  pasado.

Venerables
  hermanos y queridos hijos: Son éstas las asambleas  extraordinarias. 
que conciernen a la Iglesia esparcida por todo el  mundo. El  recuerdo 
de todos los Concilios en el pasado hacer exultar nuestro  corazón ante 
 la ansiada celebración del nuevo gran Concilio Ecuménico, que será el  
vigésimo  primero de la historia y que hace un año os anunciamos en la 
fiesta  litúrgica de  la conversión de San Pablo, aunque no sea éste el 
Concilio a cuya  invitación  habéis respondido esta tarde en esta 
Basílica lateranense.
En
 la historia de  la Iglesia, además de los intereses de índole  
religiosa y universal, de que trata todo Concilio Ecuménico, la  
preocupación del  ministerio pastoral de las almas que Jesús confió a 
Pedro, Cabeza y  Príncipe del  Apostolado, y bajo su autoridad, a los 
venerables obispos en cada una de  las  Iglesias o parcelas de la grey 
de Cristo, ha sugerido a través de los  siglos la  oportunidad de 
reuniones eclesiásticas de menor importancia que las de  un  Concilio 
general, celebradas según las necesidades de las regiones y de  cada una
  de las diócesis, que difunden la luz espiritual y religiosa en los  
diversos  países del mundo. Estas reuniones, cuando se trata de diócesis
 de una  misma  región, se llaman concilios provinciales, y si se trata 
de una misma  diócesis,  la denominación oficial es Sínodo Diocesano.
Permitidme
 que os  diga, Venerables hermanos y queridos hijos,  algo que hemos 
revelado a pocos y como en religioso secreto. Cuando en  nuestra  
humilde oración el Señor nos hizo ver en lo más íntimo y sincero de  
nuestro  corazón la idea de un Concilio Ecuménico y del que hablamos  
sencillamente con  alguno, alguien, emocionado, sugirió: «Santo Padre, 
es una hermosa idea  celebrar  un Concilio Ecuménico, pero ¿por qué no 
pensar antes en las necesidades  inmediatas de Roma preparando un Sínodo
 Diocesano en la ciudad, centro  de la  cristiandad, que desde hace 
medio siglo ha aumentado su población de  400.000  habitantes en 1900 a 
más de dos millones según las más recientes  estadísticas?».
La gracia del  Señor, venerables Hermanos y queridos hijos, ha  realizado el milagro de la manera más sencilla.
Hace
 justamente un  año desde el anuncio oficial a los señores  cardenales 
reunidos junto al sepulcro de San Pablo, que le recibieron  con tanto  
amor y gozo espiritual y he aquí que esta tarde inauguramos el Sínodo  
Romano.

El primer Sínodo Romano
Este
 es el primero  en la historia particular de Roma, madre de  los 
cristianos, y merece toda nuestra veneración, incluso desde su  primera 
 notificación. Dios nos libre de juzgar menos favorablemente y  
cortésmente a la  ciudad por celebrar sólo ahora un Sínodo en su 
historia cuando desde  hace siglos  se vienen celebrando otros Sínodos 
diocesanos en todos los países  católicos del  mundo, especialmente 
desde la promulgación de las Actas del Concilio de  Trento.  Lo que 
sucede es que donde está viva —y de aquélla brota a torrentes por  todo 
el  mundo— la fuente purísima e incontaminada de la autoridad de la 
Santa  Iglesia,  para la enseñanza de la doctrina cierta y manifestación
 de la perfecta  disciplina, todo se simplifica y no hay necesidad de 
discusiones ni de  orientaciones especiales.
Sin
 embargo, lejos  de Nos creer que la vida del clero romano en  la Edad 
Media y en los siglos posteriores antes y después del Concilio  de  
Trento, se desenvolviese sine lege y un poco a la aventura.
La
 diligente y  activa preparación de las Constituciones  sinodales que se
 harán públicas como la sagrada tabla de una ley siempre   venerable y 
pura, pero ahora armoniosamente adaptada a las  circunstancias de la  
vida moderna, ha hecho que se busque cuidadosamente la documentación  
escasa de  las antiguas disposiciones eclesiásticas que sirvieron de 
norma de  convivencia y  de celo pastoral al clero romano ocupado, desde
 los más remotos siglos a   nuestros días, en la doble misión de la 
administración eclesiástica del  gobierno  de la Iglesia universal y de 
la fervorosa cura de almas pertenecientes a  la  diócesis de Roma o que a
 ella acuden de todas las partes del mundo.
La
 experiencia del  pasado, al servicio de las nuevas exigencias  del 
mundo moderno, proporcionará inapreciables decisiones, conformes a  la  
tradición, a las nuevas disposiciones y mejoras, como manifestación más 
 amplia,  profunda y elevada del espíritu y de vitalidad religiosa, y 
también  señalará un  aumento de las fuerzas cristianas que la gracia de
 Cristo penetra,  santifica y  eleva.
El mandato del  Señor no se limita a «haz esto y vivirás», hoc  fac et vives,
 sino que va más allá, invitándonos a todos a una vida  ordenada  y 
santa, ya que somos reflejo y semejanza suya: «Sed santos como yo soy  
santo»,  pues esta es la perfección y la alegría del hombre y del 
cristiano,  hasta el  punto de que un escritor, tan culto en otros 
aspectos, ha dicho: «Sólo  hay una  tristeza en el mundo: no ser 
santos».

Al llegar a este  punto de nuestro discurso tenemos que hacer una  observación, venerables Hermanos y queridos hijos.
El
 próximo Sínodo  Diocesano es una reunión de eclesiásticos, y  
únicamente de eclesiásticos perteneciente al clero diocesano secular y  
regular.  Cuando comiencen las actividades del Sínodo, un Prelado 
invitará a salir  a todos  los seglares: Exeant omnes, como para 
indicar la distinción en la  Iglesia  de Dios entre el clero y el 
pueblo. ¿Quiere decir esto acaso distancia y   separación entre clero y 
fieles, entre sacerdotes y seglares?
En
 realidad, de  verdad, ninguna separación. Pero hay que  recordarlo. La 
Iglesia santa de Cristo es una sociedad perfecta en la  que todos  sus 
miembros participan de todos los beneficios, de los tesoros  
espirituales de  su sagrado patrimonio de doctrina y de gracia. Y puesto
 que se trata de  un  organismo vivo, todos los elementos e instrumentos
 están ordenados y  calificados  de tal manera que respondan al fin 
sobrenatural, el cual, aunque inmerso  en lo  terreno, se eleva hacia la
 eternidad. Esto entraña una clara distinción,  pero no  separación, 
entre el clero y el pueblo. Al clero incumbe una función de  dirección y
 santificación de todo el cuerpo social, para lo cual se  necesita un  
llamamiento, una vocación divina y una consagración. También se invita  
al pueblo  cristiano a la misma participación de la gracia divina. Pero 
el Señor  Jesús,  Verbo de Dios, hecho Hombre para salvación de todo el 
mundo, ha confiado  la  distribución de esta gracia al sacerdocio, al 
orden sacerdotal,  instituido  específicamente para ejercer esta 
altísima función de mediación entre  los cielos  y la tierra para bien y
 santificación del pueblo que toma su nombre de  Cristo.

Auspicios celestiales: los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista
¡Hijos
 nuestros  predilectos de Roma! ¡Qué grato es al corazón de  todos 
nosotros, clero y fieles, el llamamiento de los dos grandes  patronos de
  esta catedral y Basílica, los dos Juanes, el Precursor y el 
Evangelista,   llamamiento a los profundos motivos que han inspirado 
este Sínodo  Romano, cuya  convocatoria halla ya en vuestra presencia en
 esta tarde una respuesta  tan  generosa e impresionante!
Desde
 el mosaico  del ábside iluminado, el Bautista nos invita a  preparar, 
ante todo, en nosotros, ese pueblo santo y perfecto, colmando  los  
valles de nuestras debilidades y cercenando las vanidades y tendencias  
de  nuestro amor propio; eliminando y apartando los obstáculos del 
camino: aspera   in vias planas; y cada uno y todos juntos marchando con buen ánimo y  alegría  por los caminos del Señor.
Por
 su parte,  Juan, el vidente de Patmos, el Evangelista de las  
profundidades divinas y del amor a Jesús, repite con él, hasta una edad 
 avanzada, la apremiante invitación al amor fraterno que compendia la  
esencia  vital del Evangelio, la paz de los hombres y pueblos y el 
fundamento de  la  auténtica civilización.

Las
 disposiciones  canónicas (C. I. C., can. 358), determinan con  
exactitud las personas eclesiásticas a quienes incumbe el derecho y el  
deber de  tomar parte en las reuniones sinodales, pero es muy laudable 
que toda la   asamblea sacerdotal responda a la amable invitación del 
Obispo, que se  alegrará  de ver en torno suyo al mayor número de 
sacerdotes diocesanos, seculares  y  regulares; es natural, por demás, 
por parte del laicado, el deseo de  participar,  hasta cierto punto, en 
las preocupaciones de la Santa Iglesia, con  vistas al  éxito del 
importante y solemne acontecimiento.
Y
 esto merece el  honor inmediato de alguna información más  concreta de 
las materias cuyo estudio se ha propuesto a esta  extraordinaria  
asamblea. Ha constituido un programa muy extenso cuya elaboración exigió
  una  intensa dedicación, en los meses del pasado año, de ocho 
subcomisiones,  integradas por ilustres personalidades eclesiásticas 
cuyo conjunto,  tanto por  número como por competencia doctrinal, 
teológica, jurídica y pastoral,  sólo  podía lograrse fácilmente en 
Roma, teniendo en cuenta la feliz  coincidencia en  esta capital del 
catolicismo y centro del gobierno de Iglesia, de lo que  San  León Magno
 ya deseaba para su tiempo. No en vano el bienaventurado  Apóstol San  
Pedro fue aquí y sigue siendo desde aquí maestro de fe y de vida  
religiosa para  todos los pueblos.
Al
 iniciar la  preparación de este Sínodo se consignaron en el  programa 
de estudio ocho grandes esquemas de trabajo. El título de cada  uno nos 
 da una idea de su extensión y significado. Esquema primero: las 
personas  que  integran el orden sacerdotal en sus diferentes grados; 
segundo: el  magisterio;  tercero: culto divino en sus más variadas 
manifestaciones; cuarto: los  sacramentos, desde el bautismo al 
matrimonio; quinto: las actividades  apostólicas en sus múltiples 
formas; esquema sexto, muy importante: la  educación  cristiana de la 
juventud; séptimo: las cosas, o mejor el patrimonio  cultural,  
artístico, edificios sagrados y accesorios; octavo: obras de asistencia y
   beneficencia, tan valiosas y ya tan extendidas, para sostén y 
consuelo  de la  fraternidad humana y cristiana.
Considerando
 esta  impresionante variedad de problemas propuestos  al estudio y su 
eventual adaptación a las condiciones de la vida  práctica y  concreta, 
surge, espontánea y anhelante a la vez, la pregunta sobre si  el Sínodo 
 llevará a cabo cambios profundos en lo concerniente a las prácticas  
religiosas y  a las costumbres que, desde hace siglos, han echado 
profundas raíces en  las  generaciones actuales.
Queridos
 hijos,  recordad cuanto hemos dicho sobre el Concilio de  Jerusalén en 
el año 50 después de Cristo. La respuesta de San Pedro a  propósito  de 
los ritos hebraicos, acerca de la circuncisión y demás asuntos, es  
aleccionadora ahora y siempre. San Lucas escribió los Hechos de los  
Apóstoles.  Las palabras de San Pedro, y después las de Santiago, nos 
llevan al  mismo Cristo  del cual dice San Mateo (Mt 5,17) que, 
después de hablar sobre  las  bienaventuranzas y haber dicho que sus 
discípulos eran la sal de la  tierra y la  luz del mundo, el Divino 
Maestro añadió: «No penséis que he venido a  abolir la  Ley y los 
Profetas; no he venido a abolirla, sino a consumarla». «Non  veni  solvere, sed adimplere» (Mt
 5,17). Y luego añadió otros  ejemplos de  cambios introducidos por Él 
en la aplicación del texto de la antigua  Ley:  «Oísteis que se 
dijo...,  pero Yo os digo». Lo menos seis veces sobre  seis  puntos bien
 definidos, Jesús siguió hablando de este modo: «Oísteis que  se  
dijo..., pero Yo os digo». Expresiones que demuestran que Nuestro Señor 
 añadió  verdades y preceptos nuevos e importantes para completar y 
perfeccionar  la Ley  antigua. Pero, por encima de la inmutable veritas Domini quae manet  in  aeternum
 hay algo que varía en las formas accidentales, siempre  respetables,  
pero susceptibles de ser suavizadas y  acentuadas mucho más.
Esto es lo que  ocurre en la Santa Iglesia, que es depositaria e  intérprete de la doctrina de Jesús
 y continúa su inmutable  magisterio.  Pero en cuanto a la disciplina y 
formas accidentales y secundarias,  acepta  algunas modificaciones según
 los tiempos y circunstancias.

Invitación a la oración
¡Hijos queridos,  seamos fieles a Cristo y a su Iglesia Santa y  bendita y seremos salvos y dichosos!
En
 la oración por  el Sínodo que, conforme indicamos, se recitó  en todas 
las iglesias de Roma en estos meses, hay estas invocaciones:  «¡Señor  
Jesús, dispón, ilumina e inflama nuestros corazones con la efusión de tu
   espíritu para que, conforme a las disposiciones sinodales, cada uno 
de  nosotros  sea dócil para obedecer, dispuesto para la acción y 
generoso para el  sacrificio!».
Queremos
 en esta  tarde que nuestro sencillo discurso llegue a  esta humilde y 
serena conclusión, queridos hijos. Es una invitación  paternal que  
dirigimos a todos los clérigos, desde los más encumbrados grados de la  
jerarquía  hasta los más humildes, pero todos tan valiosos colaboradores
 en la cura  de  almas, y una invitación paternal también a todos los 
fieles que  pertenecen a  todos los órdenes y clases sociales. El Sínodo
 quiere ser, por tanto,  una gran  afirmación que surge de toda la 
extensa diócesis de Roma, que clama  unánime por  el éxito del Sínodo, 
que desea también la renovación de la vida  espiritual y la  edificación
 de todo el mundo, el cual sabemos está en expectación ante  el buen  
ejemplo de los romanos y comparte espiritualmente los propósitos de una 
 intensa  actividad por el reinado pacífico de Cristo Dios, santo y 
bendito por  los  siglos.
En
 nuestras  actividades pedimos piadosamente la luz benigna de  la 
Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Mas en el  
comienzo  de este gran acto del Sínodo Diocesano que interesa por igual a
 nuestro  clero y  pueblo, aunque en diferentes grados, es al Espíritu 
Santo a quien se  dirigen  todos nuestros diocesanos como en el himno 
matutino de la hora de  tercia: la  hora del primer Pentecostés 
cristiano. El Veni, Creator es la  oración  oficial de la Iglesia
 al Espíritu Santo en las circunstancias más  solemnes. Es  un cántico 
misterioso y sublime, siempre nuevo e inagotable, de  inspirados  
acentos, amorosos y solemnes a la vez.
Os
 invitamos,  pues, a que esta misma tarde vuestros labios y  vuestros 
corazones expresen la gran súplica que habéis de continuar en  las  
oraciones públicas y privadas durante los tres días del Sínodo instanter,   instantius, instantissime.
Esta
 reunión  vespertina de todos nosotros, tan grandiosa y  solemne, en 
esta esplendorosa Basílica lateranense, donde está erigida  la  Cátedra 
del Obispo de Roma, inaugura oficialmente, en presencia del  clero y del
  pueblo, el gran Sínodo de la Urbe.
La
 inclemencia de  la temperatura invernal sugiere que las tres  grandes 
sesiones reservadas al clero, que constituirán lo más vivo y  sustancial
  de este acontecimiento extraordinario, se celebren junto a la Basílica
  de San  Pedro en la sala de las Bendiciones. Allí invitamos a todos 
los  eclesiásticos  admitidos en el Sínodo a reunirse durante tres días 
consecutivos.
Pero
 la piadosa  alegría de la participación unánime del pueblo y  del 
clero, cuya emoción y primicias sentimos esta tarde, habrá de  renovarse
 el  domingo 31 de enero en la Basílica de San Pedro a título de general
 y  entusiasta  agradecimiento a la Augusta y Santísima Trinidad por el 
inmenso  beneficio, por  la efusión de gracias de la tierra y del cielo 
que el próximo Sínodo ya  promete  y anuncia.
¡Hijos nuestros  amantísimos de Roma! Sursum corda et sursum  praeces:
 Arriba los corazones y arriba las oraciones. Recibiréis  esta tarde  
dos bendiciones: la primera del humilde Vicario de Cristo y, la segunda,
  la  grande y solemne del mismo Jesucristo en el sacramento de su amor.
En
 la próxima  semana que quiere ser y perpetuarse como  preclarísima para
 la historia de la Roma cristiana, los sacerdotes y  religiosos  estarán
 cada uno en su puesto de oración, de estudio atento, de consejo  en 
torno  a los variados artículos de la rejuvenecida legislación diocesana
 de  preparación; todos los demás fieles, y especialmente las 
Congregaciones  religiosas masculinas y femeninas, se considerarán un 
unánimemente  dichosos en  colaborar también, desde fue con sus deseos y
 súplicas en el misterio de  gracia,  de luz y de fortaleza que no sólo 
espera y saluda nuestra ciudad, sino  todas las  diócesis del mundo con 
auspicios y cantos.
La
 Madre de Jesús y  Madre nuestra dulcísima, llamada con razón  Madre del
 Buen Consejo, nos sea propicia desde el cielo, y en todos los  altares 
 de Roma y en todas las imágenes suyas que embellece nuestras calles, 
nos  asista  con su oración propicia y llena de bendiciones. Así sea.
DECÁLOGO DE LA SERENIDAD PAPA JUAN XXIII
Solo
por hoy trataré de vivir exclusivamente al día, 
sin
querer resolver los problemas de mi vida 
todos
de una vez.
Sólo
por hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto:
cortés
en mis maneras, no criticaré a nadie 
y no
pretenderé criticar o disciplinar a nadie, 
sino a
mi mismo.
Sólo
por hoy seré feliz 
en la
certeza de que he sido creado para la felicidad,
no solo
en el otro mundo, 
sino en
éste también.
Sólo
por hoy me adaptaré a las circunstancias, 
sin
pretender que las circunstancias 
se
adapten todas a mis deseos.
Sólo
por hoy dedicaré diez minutos 
a una
buena lectura; 
recordando
que, 
como el
alimento es necesario para la vida del cuerpo,
así la
buena lectura es necesaria para la vida del alma.
Sólo
por hoy haré una buena acción 
y no lo
diré a nadie.
Sólo
por hoy haré por lo menos 
una
cosa que no deseo hacer; 
y si me
sintiera ofendido en mis sentimientos, 
procuraré
que nadie se entere.
Sólo
por hoy me haré un programa detallado. 
Quizá
no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. 
Y me
guardaré de dos calamidades: 
la
prisa y la indecisión.
Sólo
por hoy creeré firmemente  
-aunque
las circunstancias demuestren lo contrario-
que la
buena Providencia de Dios se ocupa de mi
como si
nadie más existiera en el mundo.
Solo
por hoy no tendré temores. 
De
manera particular no tendré miedo 
de
gozar de lo que es bello 
y de
creer en la bondad.
Bto. Juan XXIII, creo que un gran catequeta...
Si
 por algo pasó a la historia, es sin duda por se el "Papa  Bueno", pero 
sobre todo porque al convocar el Concilio Vaticano II abrió de par en 
par las puertas de las Iglesias para que entrara el Espíritu Santo.
Un Concilio de una marcada fuerza pastoral que aún tenemos que seguir profundizando.
Es
 verdad que no hay ni un solo documento que nos hable de la catequesis 
en este Concilio, pero podemos decir que sus indicaciones, sus 
propuestas, sus conclusiones, han tenido que ver para la renovación de 
la Catequesis.
Sin
 lugar a dudas nos encontramos hoy ante la fiesta de un gran hombre de 
Dios que junto al siervo de Dios Pablo VI, supieron discernir los signos
 de los tiempos, acoger y escuchar la voz del Espíritu y con mano firme,
 unida a la de Cristo en el timón de la Nave de la Iglesia girar hacia 
los nuevos horizontes.
Aquí esta su decálogo de la serenidad, para mi una de sus mejores oraciones:
1. Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
2. Sólo por hoy tendré el máximo
 cuidado de mi aspecto, cortés en mis maneras, no criticaré a nadie y no
 pretenderé mejorar o disciplinar a nadie sino a mí mismo.
3. Sólo por hoy seré feliz en la
 certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro 
mundo, sino también en este.
4. Sólo por hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que todas las circunstancias se adapten a mis deseos.
5. Sólo por hoy dedicaré diez 
minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el 
alimento es necesario para la vida del cuerpo, así la buena lectura es 
necesaria para la vida del alma.
6. Sólo por hoy haré una buena acción y no lo diré a nadie.
7. Sólo por hoy haré por lo 
menos una sola cosa que no deseo hacer, y si me sintiera ofendido en mis
 sentimientos, procuraré que nadie se entere.
8. Sólo por hoy me haré un 
programa detallado. quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré y
 me guardaré de dos calamidades: La prisa y la indecisión.
9. Sólo por hoy creeré aunque 
las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena providencia de 
Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.
10. Sólo por hoy no tendré temores. De manera particular no tendré miedo de gozar de lo que es bello y creer en la bondad
"Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida"
Bto. Juan XXIII Ruega por nosotros.
45 años sin "san" Juan XXIII
 Hoy hace 45 años que murió el beato Juan XXIII, el gran renovador de la
 Iglesia. No creo que nadie se atreva a cuestionar a este Papa, pero por
 si acaso, y dentro de su aparente simplicidad, tuvo la habilidad de no 
sólo salirse con la suya, sino hacer un Concilio que es parte esencial 
de la Historia de la Iglesia, se cumpla o no. Un hábil político a la vez
 que hombre ¿o hambre? de Dios. Tuvo que ser simpático y cercano como un
 buen comensal.
 Hoy hace 45 años que murió el beato Juan XXIII, el gran renovador de la
 Iglesia. No creo que nadie se atreva a cuestionar a este Papa, pero por
 si acaso, y dentro de su aparente simplicidad, tuvo la habilidad de no 
sólo salirse con la suya, sino hacer un Concilio que es parte esencial 
de la Historia de la Iglesia, se cumpla o no. Un hábil político a la vez
 que hombre ¿o hambre? de Dios. Tuvo que ser simpático y cercano como un
 buen comensal. Ojo de lince, pata de buey, alma de paloma (en vez de entrañas de lobo que dicen los mafiosos) y hacerse el bobo...y sin comerlo ni beberlo, abrir las ventanas de la Iglesia, y convocar a todo el pueblo de Dios para consensuar los principios de la Iglesia, tras cerca de 2000 años de Historia.
Yo creo que el Concilio Vaticano II es un texto para el siglo XXI, y la Iglesia, todavía no es capaz de digerirlo sin atragantarse. Se intenta poner freno e ir marcha atrás, pero la Historia hará que la sociedad de este siglo sea más pura, optimismo que tengo gracias a la aparición de nuevos medios como éste de los blogs, donde se nos da voz a los que no la teníamos, sin que sea necesario acudir a esas élites intelectuales de la opinión que tienen que dar explicaciones a sus editores. Todo ésto, puede ir creando, grupos de opinión que en todos los ámbitos, se acerquen un poco más a la realidad, y así tengo la esperanza en que la Iglesia empiece a ser coherente con el Evangelio de Jesús, y esté compuesta, tanto en sus bases como en la jerarquía, por personas un poco más sencillas, o en una palabra normales, que dejen el latín para conversar en la intimidad.
Hace unas "entradas", leía el Diario del Alma, que era como el blog de este santo que todavía no está en los altares y que está a la altura de otros beatos de cuyo nombre no quiero acordarme, y como se lo regalé a un cura que ya están hablando de él, como el futuro San Damián de Carranque, pues tuve la idea de apuntar la nota de aviso en el móvil para hacer una entrada conmemorativa de esta efeméride, así como para rezar un padre nuestro, lo que he hecho mientras corría mientras se ponía el sol, por la playa.
El Papa tenía un cancer que le fue diagnosticado durante el Concilio, y no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se enfocase por otro rumbo de lo estimulado, por lo que él mismo estaba firmando su sentencia de muerte. El 3 de Junio de 1963, hacia las dos y cincuenta de ese día, el Papa Juan XXIII muere sin ver concluir su obra, a la que él mismo consideraba "La Puesta al día de la Iglesia". En la memoria de muchos, el Papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno" o como "el Papa más amado de la historia" y a pesar de todo no es santo, y yo digo, ni falta que hace...
| Beato Juan XXIII | |
|---|---|
| Papa de la Iglesia católica | |
| 28 de octubre de 1958 - 3 de junio, 1963 | |
|  | |
| Ordenación | 10 de agosto de 1904 por Giuseppe Ceppetelli | 
| Consagración episcopal | 19 de marzo de 1925 por Giovanni Tacci Porcelli | 
| Proclamación cardenalicia | 12 de enero de 1953 por Pío XII | 
| Secretario | Loris Francesco Capovilla | 
| Predecesor | Pío XII | 
| Sucesor | Pablo VI | 
| Cardenales nombrados | Véase categoría | 
| Información personal | |
| Nombre secular | Angelo Giuseppe Roncalli | 
| Nacimiento |  Italia Sotto il Monte, Lombardía, Italia 25 de noviembre, 1881 | 
| Fallecimiento |  Ciudad del Vaticano Vaticano 3 de junio de 1963 (81 años) | 
| Santidad | |
| Beatificación | 3 de septiembre de 2000 por Juan Pablo II | 
| Festividad | 11 de octubre | 
|  Obœdientia et Pax | |
| Ficha en catholic-hierarchy.org | |
En su dilatada labor apostólica, ocupó numerosos cargos críticos. Como obispo titular de Areopoli y, más tarde, de Mesembria, se desempeñó como visitador apostólico en Bulgaria desde 1925, luego como delegado apostólico en la misma Bulgaria desde 1931. Fue designado delegado apostólico en Turquía y Grecia desde 1935, cargo que desempeñó durante la mayor parte de la segunda guerra mundial. A fines de 1944 fue designado nuncio apostólico en Francia, donde permaneció hasta 1953. Elegido cardenal en ese año, fue patriarca de Venecia hasta el cónclave de octubre de 1958. Como pontífice romano, tuvo un pontificado relativamente breve pero sumamente intenso.
Sus encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963), ésta última escrita en plena guerra fría luego de la llamada «crisis de los misiles» de octubre de 1962, se convirtieron en documentos señeros que marcaron el papel de la Iglesia católica en el mundo actual. Pero el punto culminante de su trabajo apostólico fue, sin dudas, su iniciativa personal, apenas tres meses después de su elección como pontífice, de convocar el Concilio Vaticano II, imprimiendo así su carisma a la Iglesia católica del siglo XX.
Fue beatificado en el año 2000, por el Papa Juan Pablo II, durante el Jubileo de dicho año.
En Italia es recordado con el cariñoso apelativo de "Il Papa Buono" ('El Papa Bueno').
Sacerdocio y labor apostólica
A la izquierda del obispo Radini Tedeschi (tercero en la segunda fila) 
se encuentra Angelo Giuseppe Roncalli, que más tarde sería el papa Juan 
XXIII. La imagen proviene del libro de Mario Benigni y Goffredo Zanchi 
(2000), Giovanni XXIII. Biografia ufficiale a cura della diocesi di Bergamo, edizioni San Paolo.
Durante la Primera Guerra Mundial, ejerció primero como sargento médico y más tarde como capellán militar. En 1921, fue llamado desde Roma por el papa Benedicto XV para ocupar el cargo de presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.
El papa Pío XI lo designó simultáneamente arzobispo de Areópolis y enviado oficial para Bulgaria el 3 de marzo de 1925. El 19 de marzo de 1925 Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado arzobispo titular de Areopoli;1 eligió como su lema episcopal "Obedientia et Pax". En Bulgaria, realizó su labor apostólica visitando las comunidades católicas y estableciendo relaciones de respeto y estima con otras comunidades cristianas, en especial de la Iglesia Ortodoxa. En una ocasión en Bulgaria fue a visitar a unos heridos internos en un hospital católico que trataba gratuitamente a todas las personas, independientemente de su religión. Estos heridos fueron víctimas de un atentado contra el rey Boris III en una catedral ortodoxa de Sofía, siendo ortodoxos que frecuentaban su lugar de culto. El rey búlgaro quedó tan impresionado que lo recibió en audiencia privada, siendo un acto inédito porque los visitadores apostólicos no gozaban de ningún estatuto diplomático y las relaciones entre la minoría católica y la mayoría ortodoxa eran muy tensas. Hechos como este constituyeron las bases de la futura delegación apostólica. En efecto, su labor fue tan fructífera que se lo designó delegado apostólico para Bulgaria el 16 de octubre de 1931.1
El 30 de noviembre de 1934 fue designado Arzobispo títular de Mesembria,1 y el 12 de enero de 1935 fue nombrado delegado apostólico para Turquía1 (vicario apostólico de Estambul, antigua Vicaría Apostólica de Constantinopla). El mismo día se lo designó Delegado Apostólico para Grecia,1 atendiendo desde Estambul los asuntos relativos a ambos países.
Su intervención para socorrer a miles de judíos de la persecución nazi mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial fue proverbial.2
El 23 de diciembre de 1944, el papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico de Francia.1 Contribuyó a normalizar la organización eclesiástica en Francia, desestabilizada por los numerosos obispos que habían colaborado con los alemanes. Gracias a su cortesía, su sencillez, su buen humor y su amabilidad pudo resolver los problemas y conquistar el corazón de los franceses y de todo el Cuerpo Diplomático.
El 12 de enero de 1953 el papa Pío XII le nombra cardenal presbítero del título de Santa Prisca, y tres días después es designado Patriarca de Venecia.1
Pontificado
Elección
El 28 de octubre de 1958, contando con casi 77 años, Roncalli fue elegido Papa ante la sorpresa de todo el mundo. Escogió el nombre de Juan (nombre de su padre y del patrón de su pueblo natal, aunque escogió este nombre por el evangelista de nombre Juan). Fue entronizado el 4 de noviembre (21 días antes de su cumpleaños 77) por el cardenal Nicola Canali, protodiácono de San Nicola in Carcere Tulliano.Después del largo pontificado de su predecesor, los cardenales parecieron escoger un papa de transición a causa de su avanzada edad y de su modestia personal. En referencia al término «Papa de transición», su secretario personal comentó:
Ni siquiera debe leerse en sentido negativo esta calificación, porque ahí estaban sus 77 años, y él mismo afirmó: «No puedo mirar demasiado lejos en el tiempo». Sabía que era ya un anciano, no se preocupaba de lo que podría hacer. Habituado a vivir comunitariamente y a no considerar los problemas desde el punto de vista personal, citando a Tibulo, decía Est nobis voluisse satis, para el honor de un hombre es ya mucho haber concebido una empresa, haber pensado, ideado, iniciado algo. Recuerdo su comentario a mi perplejidad y a mi falta de entusiasmo cuando me comunicó la idea del Concilio. Me dijo: «No hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien. En la concepción de las grandes empresas basta con el honor de haber sido providencialmente invitados. Hemos sido llamados a poner en marcha, no a concluir.»3Ni los cardenales ni el resto de la Iglesia esperaban que el temperamento alegre, la calidez y la generosidad del papa Juan XXIII cautivaran los afectos del mundo de una forma en que su predecesor no pudo. Al igual que Pío XI pensaba que el diálogo era la mejor forma para dar solución a un conflicto.
Loris Francesco Capovilla
Enseguida empezó una nueva forma de ejercer el papado. Fue el primero desde 1870 que ejerció su ministerio de obispo de Roma visitando personalmente las parroquias de su diócesis. Al cabo de dos meses de haber sido elegido, dio ejemplo de obras de misericordia: por Navidad visitó los niños enfermos de los hospitales Espíritu Santo y Niño Jesús; al día siguiente fue a visitar los prisioneros de la cárcel Regina Coeli.
Gobierno papal
En su primera medida de gobierno vaticano, que le enfrentó con el resto de la curia, redujo los altos estipendios (y la vida de lujo que, en ocasiones, llevaban los obispos y cardenales). Asimismo, dignificó las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano, que hasta ese momento carecían de muchos de los derechos de los trabajadores de Europa, además retribuidos con bajos salarios. Por primera vez en la historia nombra cardenales indios y africanos.
 
En una visita a Europa, el presidente de Argentina, Arturo Frondizi visitó El Vaticano y conoció al Papa, quien le dio el apodo de "el estadista de América", también le dijo que en Italia hacían falta políticos como él.4
El 2 de diciembre de 1960 se reunió en el Vaticano durante una hora con el arzobispo de Canterbury, Geoffrey Francis Fisher. Era la primera vez en más de 400 años, desde la excomunión de Isabel I, que la máxima autoridad de la Iglesia de Inglaterra se reunía con el papa. Durante su Pontificado nombró 37 nuevos cardenales, entre los cuales por primera vez un tanzano, un japonés, un filipino, un venezolano y un mexicano.
El papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas en total. Su magisterio social en las encíclicas "Pacem in terris" y "Mater et Magistra" fue profundamente apreciada. En ambas pastorales se insiste sobre los derechos y deberes derivados de la dignidad del hombre como criatura de Dios.
El 3 de enero de 1962 excomulgó a Fidel Castro, iniciativa amparada en condenas expresadas por el papa Pío XII en 1949. El día 6 de mayo del mismo año canonizó al primer santo negro de América, San Martín de Porres.
Concilio Vaticano II
El 11 de octubre de 1962 el papa Roncalli abrió el Concilio Vaticano II en San Pedro. Este Concilio cambiaría el rostro del catolicismo: una nueva forma de celebrar la liturgia (más cercana a los fieles), un nuevo acercamiento al mundo y un nuevo ecumenismo. Respecto de esto último, Juan XXIII había creado en 1960 el Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos,5 una comisión preparatoria al Concilio que más tarde permanecería bajo el nombre de Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos. Era la primera vez que la Santa Sede creaba una estructura consagrada únicamente a temas ecuménicos. Para la presidencia de ese organismo el Papa designó al cardenal Augustin Bea, quien luego se convertiría en una de las figuras determinantes del Concilio Vaticano II.Desde la apertura del Concilio, el papa Juan XXIII enfatizó la naturaleza pastoral de sus objetivos: no se trataba de definir nuevas verdades ni condenar errores, sino que era necesario renovar la Iglesia para hacerla capaz de transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos (un "aggiornamento"), buscar los caminos de unidad de las Iglesias cristianas, buscar lo bueno de los nuevos tiempos y establecer diálogo con el mundo moderno centrándose primero "en lo que nos une y no en lo que nos separa".
Al Concilio fueron invitados como observadores miembros de diversos credos, desde creyentes islámicos hasta indios americanos, al igual que miembros de todas las Iglesias cristianas: ortodoxos, anglicanos, cuáqueros, y protestantes en general, incluyendo, evangélicos, metodistas y calvinistas no presentes en Roma desde el tiempo de los cismas.
Su muerte y beatificación
El 23 de mayo de 1963 se anunció públicamente la enfermedad del Papa: cáncer de estómago que, según su secretario Loris F. Capovilla, le fue diagnosticado en septiembre de 1962. El Papa no quiso dejarse operar temiendo que el rumbo del Concilio se desviara de lo estipulado. Así, el mismo Papa estaba firmando su sentencia de muerte. Al fin, después de sufrir esa grave enfermedad, el papa Juan XXIII murió en Roma el 3 de junio de 1963, hacia las dos y cincuenta. Finalizó sus días sin ver concluida su obra mayor, a la que él mismo consideró "la puesta al día de la Iglesia". En la memoria de muchos, el papa Juan XXIII ha quedado como "el Papa bueno" o como "el Papa más amado de la historia".Fue sucedido por Pablo VI, quien en 1965 iniciaría el proceso de beatificación del propio Juan XXIII después de la clausura del Concilio Vaticano II. Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000, junto con el papa Pío IX a quien él tanto deseó canonizar. Su fiesta litúrgica quedó fijada el 11 de octubre, día de la apertura del Concilio Vaticano II.
Cuando su cuerpo fue exhumado en el año 2000, corrió el rumor de que se hallaba incorrupto. En seguida, fuentes del Vaticano se apresuraron a negarlo, recordando que había sido embalsamado. Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.
Juan XXIII también es honrado por muchas organizaciones protestantes como un reformador cristiano. La Iglesia de Inglaterra lo considera santo y tanto los anglicanos como los protestantes conmemoran a Juan XXIII como "renovador de la iglesia".
Pier Paolo Pasolini le dedicó una de sus grandes películas, "El Evangelio según San Mateo".
El hospital Universitario Juan XXIII en Tarragona fue creado para que dicho papa fuera recordado por siempre.
La tumba que ocupaba el Papa Juan XXIII, ha sido ocupada por el Papa Juan Pablo II, fallecido el 2 de abril de 2005 hasta el 29 de abril de 2011 cuando fue exhumado para su beatificación.
Encíclicas
- Ad Petri Cathedram (29 de junio de 1959)
- Sacerdotii Nostri Primordia (1 de agosto de 1959)
- Grata Recordatio (26 de septiembre de 1959)
- Princeps Pastorum (28 de noviembre de 1959)
- Mater et Magistra (15 de mayo de 1961)
- Aeterna Dei Sapientia (11 de noviembre de 1961)
- Paenitentiam Agere (1 de julio de 1962)
- Pacem in Terris (11 de abril de 1963)
Canonizaciones
Juan XXIII canonizó a :Películas acerca de su vida
- Papa Juan (2002), interpretada por Massimo Ghini y Edward Asner.
- El Papa Bueno (2003), interpretada por Fabrizio Vidale y Bob Hoskins.
Referencias
- ↑ a b c d e f g David M. Cheney (6 de abril de 2011). «Pope John XXIII - Bl. Angelo Giuseppe Roncalli †» (en inglés). Catholic Hierarchy. Consultado el 3 de julio de 2011.
- ↑ La Fundación Internacional Raoul Wallenberg solicitó al Museo del Holocausto en Israel la designación de Angelo Roncalli como "Justo entre las Naciones", honor reservado a los no judíos que ayudaron de forma significativa a judíos durante el Holocausto.
- ↑ Roncalli, Marco (2006). Juan XXIII, en el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla (2ª. edición). Madrid (España): Palabra. p. 53. ISBN 978-84-9840-054-0.
- ↑ Altamirano, Carlos (1998). Los nombres del poder: Arturo Frondizi. ISBN 950-557-248-4.
- ↑ Stransky, Thomas (1986). «The foundation of the SPCV». En Stacpoole, Alberic (en inglés). Vatican II by those who were there. London: G. Chapman.
Bibliografía adicional
- Roncalli, Marco; Capovilla, Loris F. (2006). Juan XXIII: en el recuerdo de su secretario Loris F. Capovilla: entrevista de Marco Roncalli. Ediciones Palabra. ISBN 978-84-9840-054-0.
- "Así era Juan XXIII", Benedicto Tapia de Renedo, Compañía Bibliográfica Española, 1964
Enlaces externos
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 Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Juan XXIII. Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Juan XXIII.
- Sitio oficial de la casa natal del Papa Juan XXIII
- Juan XXIII en Vatican.va
- Juan XXIII en "Biografías y Vidas"
- Cuando Juan XXIII bautizó judíos
- Juan XXIII: texto, concordancias y lista de frecuencia
Juan XXIII (frases)
1881-1963. Angelo Giuseppe Roncalli. Papa de la iglesia católica (1958-1963).
Sólo por hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
Más frases sobre:  Problemas  
Nunca vaciles en tender la mano; nunca titubees en aceptar la mano que otro te tiende.
Más frases sobre:  Perdonar  
La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra.
Más frases sobre:  Guerra  
La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la 
humanidad a través de la historia, es indudable que no puede 
establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden 
establecido por Dios.
Más frases sobre:  Paz  

Angelo O. 
  Roncalli (1881-1963) se convirtió en el Papa Juan XXIII en 1958, tras la 
  muerte de Pío XII. El nuevo pontífice fue el encargado de renovar la Iglesia 
  católica a través del Concilio Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 
  1962. Su finalidad, era abrir las ventanas para que entrara aire fresco en la 
  Iglesia. 
  
(Sotto 
- il - Monte, 25 noviembre 1881 - Roma, 3 junio 1963)
Ángel el José Roncalli es el tercer hijo de Juan Battista Roncalli y Marianna Mazzola. Los Roncalli son labriegos
Ángel el José Roncalli es el tercer hijo de Juan Battista Roncalli y Marianna Mazzola. Los Roncalli son labriegos
 venidos a menos y tienen 
que hacer grandes 
sacrificios para dar una educación a sus hijos. Asiste a la escuela 
primaria en Cervico y recibe la instrucción elemental de manos de don 
Pedro Bolís. 
Terminados los estudios primarios, comienza la segunda enseñanza en el 
colegio 
de Celena. Una vez terminada ésta, ingresa en el seminario episcopal de 
Bérgamo.
El 28 
de junio de 1895 recibe la tonsura y tres años después las Órdenes menores y 
finalmente, en el año 1900, termina sus estudios. Obtiene una beca en el colegio 
Cersaoli, incorporado al Pontificio Seminario Romano y así, en 1901, llega a 
Roma para continuar sus estudios en el Ateneo de San Apollinare.
El 30 
de noviembre de ese mismo año inicia el cumplimiento del servicio militar 
obligatorio, quedando así sus estudios interrumpidos. Su cordialidad y alegría 
conquistan las simpatías de todos los compañeros de armas y de los superiores, 
siendo ascendido rápidamente a cabo y luego a sargento. Vuelve de nuevo al 
seminario romano y es ordenado diácono por el cardenal Respighi, vicario de Su 
Santidad. 
El 10 
de julio de 1904 se gradúa como doctor en Teología y un mes después es ordenado 
sacerdote en Sta. María in Monte por monseñor José Cappetelli. En noviembre 
vuelve al Apollinare para continuar sus estudios de Derecho Canónico, y el 29 de 
enero de 1905 es consagrado por el papa Pío X como obispo de Bérgamo.
Al 
reorganizarse la Acción Católica Diocesana se le nombra presidente de la V 
Sección (1910). En 1916 es nombrado capellán del Hospital militar de reserva de 
Bérgamo y el 22 de agosto de ese mismo año aparece su libro: En memoria de 
monseñor Radini Tedeschi, obispo de Bérgamo. En 1920 fue llamado a la 
Congregación de Propaganda Fide, para colaborar en la reorganización de las 
actividades misioneras. En noviembre de 1924 es nombrado profesor del Pontificio 
Ateneo Lateranense. En marzo de 1925 es nombrado visitador apostólico en 
Bulgaria y arzobispo de Aneópolis por el cardenal Tacci. En 1934 es nombrado 
delegado apostólico de Turquía y Grecia y administrador apostó1ico de 
Constantinopla. En abril de 1936 aparece el primer volúmen de su obra Las Actas 
de la visita apostólica de S. Carlos Borromeo a Bérgamo.
En 
1944 le nombran nuncio en París, y en 1953 es nombrado cardenal y patriarca de 
Venecia. El 9 de octubre de 1958 muere Pío XII y el día 28, por la tarde, es 
elegido papa. El 25 de enero de 1959 anuncia la celebración de un Sínodo para la 
diócesis de Roma, de un Concilio para la Iglesia universal y la reforma del 
Derecho Canónico. En 1962 se inaugura el Concilio Vaticano II, interviniendo a 
pesar de su avanzada edad, en algunas ocasiones, sobre todo cuando el reglamento 
del Concilio parece inadecuado. El 23 de septiembre de 1962 se anuncian los 
primeros síntomas de una enfermedad a la que se trata de quitar importancia.  
Sus 
mayores logros fueron la convocatoria del  
Concilio Vaticano II con el objetivo 
de llevar a cabo la renovación de la vida religiosa católica gracias a la 
modernización (aggiornamento) de la enseñanza, la disciplina y la organización 
de la Iglesia, así como alentar la unificación de los cristianos, extender el 
ecumenismo eclesiástico y posibilitar el acercamiento a otras creencias. Sus 
escasas intervenciones en el Concilio (que finalizó después de su muerte) 
apoyaron el movimiento por el cambio al que la mayoría de los delegados era 
favorable. También escribió siete encíclicas, entre ellas Mater et magistra 
(1961), dedicada al problema social, que enfatiza la dignidad individual como base de las instituciones 
sociales, y Pacem in terris (1963), que exhortó a la cooperación internacional 
por la paz y la justicia, y al compromiso de la Iglesia a interesarse por los 
problemas de toda la humanidad.  
Abrió 
las sesiones del concilio Vaticano II –el primero en casi un siglo– en octubre 
de 1962, con un discurso inaugural en el que expresó su intención de acometer 
una reforma de la Iglesia basada en el aggiornamento, es decir, su puesta al 
día. Si bien sólo se celebró una sesión bajo su pontificado, ésta sirvió para 
originar una apertura sin precedentes en el seno de la Iglesia Católica. El 
nuevo cambio de rumbo siguió dos ejes fundamentales: una actitud hacia los 
cristianos no católicos basada en el respeto y la tolerancia, y una posición 
independiente y sin alianzas en política internacional, sin participación en la 
férrea división en bloques de la época. Esta última cuestión encontró su 
fundamento político en la encíclica Pacem in terris, publicada el año 1963 y 
destinada a asentar la posición del Vaticano en cuestiones referentes a política 
internacional. 
El 1 
de marzo de 1963 se le concede el Premio Internacional de la Paz, de la 
Fundación Eugenio Balzán. El 17 de mayo de 1963 celebra por última vez la Misa y 
el día 20 recibe las últimas audiencias. El 3 de junio de ese mismo año muere, a 
la caída de la tarde y es sepultado en las grutas vaticanas.
El Concilio Vaticano II :
Juan XXIII dispuso como tarea inmediata del Concilio renovar la vida religiosa de los católicos, actualizar la doctrina, la disciplina y la organización. El fin último era la unidad de todos los cristianos.
Juan XXIII dispuso como tarea inmediata del Concilio renovar la vida religiosa de los católicos, actualizar la doctrina, la disciplina y la organización. El fin último era la unidad de todos los cristianos.
El primer período del Concilio duró desde el u de 
octubre de 1962 al 8 de diciembre del mismo año. Se trató una considerable 
cantidad de "schemata" pero no se aprobó ninguna. El Papa, ya enfermo, asistió a 
la última asamblea general para dar gracias a los presentes.
Juan XXIII murió el 3 de junio de 1963. Poco 
después de su elección, Pablo VI reinició las sesiones del concilio, que se 
habían suspendido automáticamente por la muerte del pontífice.
El segundo período comenzó el 29 de septiembre de 
1963 y duró hasta diciembre del mismo año. Los padres del concilio aprobaron la 
constitución Sacrosantum Concilium, sobre la Sagrada Liturgia y el 
decreto Inter Mirífica, sobre los medios de comunicación social.
El tercer período se extendió desde el 14 de 
septiembre de 1964 al 21 de noviembre de ese año. En ese período muchos 
sacerdotes fueron invitados a participar de la asamblea general como 
representantes del clero parroquial. Los padres aprobaron la constitución Dei 
Verbum, sobre la Iglesia, el decreto Orientalium Ecclesiarum, sobre 
las Iglesias orientales católicas, y el decreto Unitatis Redintegratio, 
sobre el ecumenismo.
El período final empezó el 14 de septiembre de 
1965 y terminó el 8 de diciembre del mismo año. En este lapso de tiempo se 
aprobaron la mayor parte de los documentos. Fue también en esta sesión cuando el 
papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras se encontraron y expresaron sus deseos 
de unidad entre Oriente y Occidente.
La última sesión publica, el 8 de diciembre de 
1965, tuvo lugar en la plaza majestuosa y encolumnada de la basílica de San 
Pedro. En una solemne ceremonia, los líderes de la Iglesia católica junto con 
los representantes de ochenta y un gobiernos y nueve organizaciones 
internacionales festejaron los logros de este gran concilio ecuménico. La 
eficiente y dura labor de sus integrantes produjo y publicó cuatro 
constituciones, nueve decretos y tres declaraciones. En efecto, el Concilio 
marcaba un punto decisivo en la historia de la Iglesia.
Juan XXIII
 Juan XXIII fue Papa de la Iglesia Católica entre 1958 y 1963. Fue beatificado en el año 2000, por el Papa Juan Pablo II y se le conoce con el apelativo de El Papa bueno.
   Juan XXIII fue Papa de la Iglesia Católica entre 1958 y 1963. Fue beatificado en el año 2000, por el Papa Juan Pablo II y se le conoce con el apelativo de El Papa bueno.Ficha personal
Nombre: Juan XXIII 
Nace: 25-11-1881 
En: Lombardía, Italia
    
        
          
Muere: 03-06-1963 
En: Ciudad del Vaticano 
Categoría: Política internacional
Vida y trayectoria
Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en el caserío Brusico de Sotto il Monte, provincia y diócesis de Bérgamo. Era el cuarto, y el mayor de los varones, de los catorce hijos de Giovanni Battista Roncalli y de Mariana Mazzola, campesinos que trabajaban un terreno arrendado.
En 1892, entró en el seminario de Bérgamo para cursar los estudios superiores. Para ello contó con la ayuda del párroco Rebuzzini y de Giovanni Morlani , el propietario de las tierras que cultivaba la familia del futuro Papa. En esta época, comenzó a redactar unas notas espirituales, una costumbre que mantendría toda su vida y que quedaron recogidas en su Diario de un Alma.
Unos años más tarde, en 1901, completó sus estudios de teología en el seminario romano dell´Apollinare. Fue ordenado sacerdote en 1904, a la edad de 23 años.
En 1905 fue nombrado secretario del obispo de Bérgamo y al año siguiente fue el encargado de la enseñanza de la Historia y Patrología en el seminario de Bérgamo.
Durante la I Guerra Mundial, ejerció de sargento médico y de capellán militar. En 1921, el papa Benedicto XV le ofreció el cargo presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe.
El 19 de marzo de 1925 Angelo Giuseppe Roncalli fue consagrado obispo titular de Areopoli. El papa Pío XI le nombró Visitador Apostólico de Bulgaria este mismo año.
El mes de diciembre de 1944 el papa Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París y en 1953, cardenal presbítero del título de Santa Prisca y tres días después le envía a Venecia como Patriarca.
El 28 de octubre de 1958, con casi 77 años, fue elegido papa ante la sorpresa de todo el mundo. En poco tiempo, el temperamento bondadoso del pontífice cautivó a todos los fieles, que quedaron además impresionados por la nueva forma de ejercer el papado, mucho más cercana que su predecesor.
Como primera medida, redujo el lujo que rodeaba a obispos y cardenales, mejoró las condiciones laborales de los empleados del Vaticano y comienzó a nombrar cardenales entre indios y africanos. Además, solo tres meses después de su elección, anunció la celebración del Concilio Vaticano II. Este concilio renovó las formas del catolicismo. Impuso una nueva forma de celebrar la liturgia, un nuevo ecumenismo y un nuevo acercamiento al mundo, para transmitir el Evangelio en los nuevos tiempos. El Concilio sirvió también para buscar la unidad entre las iglesias cristianas.
El papa Juan XXIII escribió ocho encíclicas. Entre ellas, "Pacem in terris" y "Mater et Magistra" fueron especialmente reconocidas.
El 23 de mayo de 1963 se anunciaba públicamente que el Papa padecía un cáncer de estómago, del que nunca consintió operarse. Murió en Roma el 3 de junio de 1963.
Su sucesor, Pablo VI, inició en 1965 su proceso de beatificación, que culminó en 3 de septiembre de 2000, siendo Papa Juan Pablo II.
Sus restos actualmente descansan en la Basílica de San Pedro, en Roma.
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| S.S. Beato Juan XXIII (1958-1963) | |||||
| Su extraordinaria bondad y simpatía le permitió ganarse la amistad y el respeto de gente muy diversa, lo que con justicia le mereció el calificativo de "Il Papa buono", el Papa bueno | |||||
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