1. HABITA TU CASA
1. TOMA CONTACTO CON EL LUGAR EN QUE ESTAS
“Para ser feliz no basta con trabajar. Tengo que llevarme bien conmigo mismo”
- Recorre con tu mirada tranquila, serena, cada pequeña cosa.
- Deja que te hable con calma la realidad que te rodea.
- Haz tuyo el lugar.
- Invoca al Espíritu. ¡Ven, Espíritu Santo!
- Acoge este momento de tu vida con paz.
2. RECUERDA LOS ACONTECIMIENTOS QUE TE HAN MARCADO ULTIMAMENTE
- No escondas nada ni te escondas de nadie, “porque El sabe de qué estamos hechos” (Salmo 103,14).
- Olvida rencores, incomprensiones, errores... usa este único secreto: ama. Ámate a ti, ama a tu prójimo, ama la vida.
- Empieza este
nuevo día con ilusión y confianza. Tienes en tus manos la posibilidad de
cambiarlo todo. ¿Cómo?... Simplemente cambia el cristal con el que has
mirado hasta ahora... Mira el lado positivo de las cosas.
- También hoy,
lo más probable es que tus responsabilidades, los nuevos desafíos que
puedan surgir se concreten en cosas pequeñas, en hechos simples: acoge
el milagro de la vida en las pequeñas situaciones, en los gestos
cotidianos...
- Así te convencerás y comunicarás que la vida es hermosa, que la vida vale la pena vivirla...
3. ENTRA EN TU CENTRO
- En el aquí y el ahora de cada instante trata de que se sienta acogido, querido y cuidado tu cuerpo, tu psique y tu espíritu.
- Conoce y
acoge tus necesidades básicas: la de amar y ser amado, sentirte útil, y
significar para alguien. No olvides que todo ser humano necesita también
conocer y crecer en lo bello, lo bueno, lo justo.
- Cultiva la dimensión humana, porque es ahí donde se va a tejer la historia de amistad con Jesús, la Palabra de Dios encarnada.
- Si olvidas o
descuidas esta área tan vital de tu existencia estás construyendo tu
vida espiritual sobre arena. ¿Qué ganamos con navegar hasta la luna si
no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos?
(Thomas Merton).
- Las
necesidades espirituales no son un simple adorno; son auténticos
requerimientos humanos. “¿No sería gran ignorancia... que preguntasen a
uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su
madre ni su tierra? Pues sin comparación es mayor la que hay en nosotros
cuando no procuramos saber qué cosa somos” (Santa Teresa).
4. DESCÚBRETE HABITADO
- Tu
interioridad humana no es física, “no estamos huecos por dentro” (Santa
Teresa). Tampoco queda configurada por componentes de orden ético y
psicológico.
- La persona de
Cristo entra a formar parte de tu interioridad de hombre o mujer
creyente; el Señor se queda en “quien come mi carne y bebe mi sangre”
(Jn 6,57); él está-reside en “quien da mucho fruto” (Jn 15,5); “quien
permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16).
- Los textos
bíblicos iluminan este misterio humano y hablan de “corazón” (“Dichosos
los limpios de corazón” Mt 5,8), de “morada” (“¿No sabéis que vuestro
cuerpo es santuario del Espíritu?” 1Cor 6,19), de “hombre interior capaz
de comprender la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del
amor” (Ef 3,16-18).
- El Espíritu
Santo te enseña a conocerte en verdad (Jn 16,13); te acompaña en la
búsqueda de toda verdad y te acerca a Jesús, “el Camino, la Verdad y la
Vida” (Jn 14,6); Clama en tu interior ¡Abba! (Rom 8,15) y te regala la
realidad más profunda de ser de hijo/a de Dios (Rom 8,14).
- Edith Stein
afirma que sólo una actitud religiosa introduce en la morada interior.
Los análisis psicológicos sólo se asoman y escrutan esa dimensión
interior, no abren el diálogo con el Señor que habita dentro. Para el
cristiano lo más profundo de sí mismo no queda confinado en el yo, sino
que implica la persona del Otro.
5. OFRÉCETE AL SEÑOR: AQUÍ ESTOY
- Frente al
deseo de muchos de autocomprenderse y darse sentido a sí mismos,
ofrécete como María, la mujer que deja que su Señor le regale su
sentido.
- Frente al
anhelo secreto del hombre de hoy de ser comienzo absoluto desde su
libertad, ofrécete como María, la mujer que acepta “ser desde otro”; se
deja mirar por su Señor y se le llena la vida de agradecimiento
ORA
“Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre” (Salmo 130).
Padre,
tú que me has llamado al desierto para hablarme al corazón,
tú, contra quien he luchado y me has vencido,
haz que tenga el valor de dejarme amar por ti,
de dejarme contemplar por tu mirada penetrante y creadora.
Ven a mí con el fuego de tu Espíritu Santo.
Configúrame con tu Hijo Jesucristo en los misterios de su historia
de encarnación, muerte y resurrección.
Que me lleve a la frescura de las fuentes
donde descanse mi cansancio y mi dolor.
Que tu Espíritu me inunde de escucha acogedora
como hizo un día en la Virgen Madre María.
Entonces sabré que estoy en ti y tú estás en mí con tu Hijo.
Amén. ¡Aleluya!
TEXTOS PARA ORAR
Salmo 15: Señor, ¿quién morará en tu tienda?.
Salmo 23: El Señor es mi Pastor.
Salmo 127: Si el Señor no construye la casa.
Salmo 139: Señor, tú me escrutas y conoces.
2. DESCÁLZATE Y ESCUCHA
1. HAZ SILENCIO DENTRO DE TI
“La vida está llena de pequeñas alegrías, el arte consiste en escucharlas e identificarlas”.
- Escucha a Dios que te habla. Toma conciencia de que desde que naces, eres un aprendiz de oyente.
- Todo el
universo emite señales, el mundo está repleto de sonidos y mensajes. “El
día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (Sal
18,3).
- Escucha a los otros y presta más atención a las pequeñas cosas y acontecimientos del día.
- Dedica un
rato en que estés relajado/a y tranquilo/a a escuchar amistosamente a tu
propio cuerpo. Hazte consciente de lo que te dice a través de tus
sensaciones de cansancio, dolor, armonía, inquietud. Escucha esas
sensaciones sin rechazarlas ni razonar sobre ellas. También por medio de
tu cuerpo Dios se comunica contigo.
- Por la noche párate unos momentos y trata de recordar qué “voz” de Dios has reconocido.
2. ABRE LOS OIDOS DEL CORAZÓN
- El que no oye, no es capaz de hablar, ni de comunicarse, ni de responder a la palabra.
- Una tarea de
toda tu vida: estar siempre aprendiendo, a la espera de una palabra,
“como el centinela aguarda la aurora” (Sal 129,6).
- No mueras de
sed al borde de la fuente. Dile a Jesús que te abra el oído, para que
puedas comprender el amor de Dios que llega para todos.
- El Padre te llama para que seas oyente de Jesús: “Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él” (Lc 9,35).
- En la Iglesia
que nace de la Pascua, el Espíritu Santo abre los oídos de los oyentes
para que acojan la buena noticia de la salvación. “Una mujer llamada
Lidia... nos estaba escuchando. El Señor abrió su corazón para que
aceptara las cosas que Pablo decía” (Hch 16,14).
- No te canses de escuchar. “Mirad bien cómo escucháis” (Lc 8,18).
- La decisión es personal, cada día tienes que optar por ser oyente. ¡“El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,9)
3. JESÚS TE ENSEÑA A ESCUCHAR
- Jesús va por
los caminos abriendo los oídos a los sordos. “¡Epheta! ¡Abrete!
Inmediatamente se le abrieron los oídos” (Mc 7,34-35).
- Jesús se
alegra cuando encuentra oyentes de la Palabra: ¡“Dichosos vuestros oídos
porque oyen”! (Mt 13, 16). “Dichosos los que escuchan la palabra de
Dios y la guardan” (Lc 11,28).
- Jesús se sorprende de que muchos tengan oídos y no oigan. La causa es un corazón embotado (cf. Mt 13, 14-15).
- Jesús
encabeza la marcha de un pueblo de oyentes: “Va delante de las ovejas, y
ellas le siguen, porque conocen su voz” (Jn 10,4).
- Jesús llama a
la puerta de tu corazón para invitarte a una historia de amistad: “Yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su
casa, cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
4. UNA MUJER OYENTE DE DIOS
“María es la Virgen oyente, que acoge con fe la Palabra de Dios” (Marialis cultus 17).
- En María la Palabra encuentra acogida. No vuelve a Dios vacía (cf. Is 55,11).
- María
mantiene un diálogo íntimo con la Palabra que se le ha dado. “María
guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19).
- María deja que la Palabra ocupe todo su espacio interior y así siente unifica toda su persona.
- La Palabra se hace carne en su tierra de mujer y de madre. Se convierte en su palabra, ofrecida gratuitamente al mundo.
- María no exige la comprensión inmediata de la Palabra, porque eso es cerrar el camino a Dios (cf. Lc 2,50).
5. ¿CÓMO SER OYENTE HOY?
- Mira a Jesús, que tiene palabras de vida.
- Aprende a escuchar a los pobres: En ellos habla y grita Jesús.
- Vive de
acuerdo con lo que oyes: “El que escucha mis palabras y las pone en
práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre
roca” (Mt 7, 24).
- Abre los
oídos al momento histórico que te toca vivir, a los signos de los
tiempos, para escuchar “los gozos y esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres”
(Gaudium et Spes, 1) y poder ofrecer desde ahí un relato de salvación.
- Reúnete en
comunidad para escuchar juntos la Palabra de Dios (Sacrosanctum
Concilium 35.106) y poder después proclamarla. “Eso que hemos visto y
oído os lo anunciamos” (1Jn 1,3).
Silencio:
Trata de escuchar la resonancias que ha producido la lectura de estos textos.
ORA
Escucha a Jesús, como el sordomudo:
“Ábrete”.
Escucha a Jesús, como los discípulos:
“Vosotros sois la sal y la luz del mundo”
Escucha a Jesús, como el centurión romano:
“Anda, que suceda como has creído”.
Escucha a Jesús, como la mujer pecadora:
“Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más”.
Escucha a Jesús, como Mateo:
“Sígueme”.
Escucha a Jesús, como la gente:
“Lo imposible para los hombres, es posible para Dios”.
“Nuestra alma
hace ruido sin cesar, pero hay un punto en ella que es silencio y que
nunca oímos. Desde el momento en que el silencio de Dios entra en
nuestra alma, la atraviesa y se une a ese silencio que está secretamente
presente en nosotros, tenemos en Dios nuestro tesoro y nuestro corazón"
(Simone Weil).
TEXTOS PARA ORAR
Isaías 50, 4-5:
“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al
abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para
que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no
resistí ni me eché atrás”.
Mc 7, 31-37: curación del sordomudo.
Mc 10, 46-52: el ciego de Jericó.
Lc 10, 38-42: María, sentada a los pies del señor, escuchaba su Palabra.
Salmo 103: Bendice, alma mía, al Señor
Salmo 40: Yo esperaba impaciente a Yahvé
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