CRONOLOGIA DE LA VIDA DEL SEÑOR
INFANCIA
DE JESUS
—Año
11-8 a.C. (743-746 de Roma). Publio Sulpicio
Quirino es nombrado legado en Siria. Comienza el censo de todo el imperIo
—Año
6 a.C. (748 de Roma): Gabriel anuncia a
Zacarías el nacimiento de Juan.
—Año
5 a.C. (749 de Roma): Gabriel anuncia a
María el nacimiento de Jesús. Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel. Nacimiento de Juan. El ángel revela a José la concepción virginal de Jesús. Nace el Señor en Belén. Adoración de los pastores.
—Año
4 a.C. (750 de Roma): Circuncisión del Señor.
Presentación del Niño en el Templo. Adoración de los Magos. Huida de la Sagrada Familia a Egipto y martirio de los Santos Inocentes. Muerto Herodes a principios de Abril, vuelve la Sagrada Familia y se establece en Nazaret.
—Año
6 d.C. (759 de Roma). Deposición de
Arquelao: la Judea convertida en provincia romana.
—Año
9 d.C. (762 de Roma). El Niño perdido
y hallado en el Templo
—Año
12 d.C. (765 de Roma). Enero. Augusto
asocia a Tiberio a su gobierno.
—Año14
d.C. (767 de Roma). Agosto. Muere
Augusto y le sucede TiberIo
—Año
26 d.C. (779 de Roma). Poncio Pilato
nombrado procurador de Palestina
—Año
27 d.C. (780 de Roma) Octubre. S. Juan Bautista
comienza su predicación (Mt 3, 1-6; Mc 1, 1-6; Lc 3, 1-6; Mt 3, 7-10; Lc 3, 7-9; Lc 3,10-14; Mt 3, 11-12; Mc 1, 7-8; Lc 3, 15-18).
I.
- PRIMER AÑO DE LA VIDA PUBLICA (27 d.C.; 780-781 de Roma)
I.a) A principios de año, en Judea, cerca de
Jerusalén (Mt 3-4; Mc 1; Lc 1-2):
—En
enero, el Señor es bautizado por Juan,
en el Jordán, cerca de Betania (Mt 3, 11-12; Mc 1,9-11; Lc 3,21-23a);
—Enero-febrero:
transcurre cuarenta días
en el desierto: tentaciones (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13);
—Marzo,
llama a los primeros discípulos
(Juan, Andrés, Pedro, Santiago, Felipe y Natanael) (Io 1,35-51).
I.b) Viaje a Galilea, hacia Caná
(Lc 1-2; Io 2,12):
—Bodas
de Caná;
—Va
a Cafarnaum, acompañado de la Virgen.
I.c) Viaje a Jerusalén, Para la Pascua (Io 2,13-4,43):
—Sube
con los seis discípulos conocidos; probablemente,
le acompañaban la Virgen y sus primos (quizá había llamado ya a Santiago el Menor y a Judas Tadeo, en Nazaret, después de Caná); transcurre unas seis semanas en Judea:
—31
de marzo: Pascua. Expulsión de los mercaderes
del Templo (Io 2,13-25);
—Abril.
Charla con Nicodemo (Io
3,1-21);
—Los
discípulos empiezan a bautizar; primeros
sermones sobre el Reino; comienzan a acercársele las multitudes;
—Informan
al Bautista de los hechos de Cristo:
respuesta de S. Juan. Poco después, en mayo-junio, el Precursor es encarcelado por Herodes (a instancias de los fariseos) (Mt 4,12; Mc 1,14; Lc 3,19-20; Io 4,1-3);
—El
Señor deja la Judea y vuelve a Galilea
(finales de mayo o principios de junio), cruzando Samaría: conversación con la samaritana en Sicar (Io 4,4-42).
I.d) En Galilea (Lc 4-5; Mc 1-2,14):
—Primero
va a Nazaret: allí enseña en la sinagoga;
intentan despeñarle. Después se establece en Cafarnaum, en cuyos contornos transcurre nueve o diez meses (Mt 4,13-17; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11);
—
Primera pesca milagrosa; vocación de los cuatro
primeros Apóstoles (Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11);
—Enseña
en la sinagoga;
—Primer
exorcismo;
—Cura
a la suegra de Pedro;
—Recorre
Galilea predicando.
Curación leproso;: Lc 5,12; Mc 1,41;
—En
Cafarnaum, curación paralítico:
"tus pecados te son perdonados";
—Vocación
de Mateo (banquete de publicanos);
cuestión sobre el ayuno;
—Noviembre:
Parábolas del reino;
—Diciembre:
Tempestad en el Lago
(Mt 8,18.23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25). Endemoniados de Gerasa (Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Lc 8,26-39).
II.
- SEGUNDO AÑO DE LA VIDA PUBLICA
(28 d.C.; 781-782 de Roma)
II.a) En Jerusalén (Io 5; Mt 12,1-8; Mc 2,23-28; Lc 6,1-5):
—Enero.
Expulsan a Jesús de Nazaret;
—Febrero:
Instruye a los discípulos y los manda a predicar;
—Marzo:
vuelven los discípulos;
—19
de abril: Segunda Pascua (?). Sana
al paralítico junto a la piscina de Betesda;
—De
vuelta hacia Galilea los discípulos
arrancan algunas espigas en sábado: disputas con los fariseos.
II.b) En Galilea (Mt 12,4,10,5-9,13,8,14; Mc 2-6; Lc 6-9; Io 6):
—Elección
de los Doce;
—Sermón
de la Montaña;
—Al
entrar en Cafarnaum: curación
del siervo del centurión;
—Resurrección
del hijo de la viuda de Naim;
—Embajada
del Bautista;
—Comida
en casa de Simón el fariseo;
—Parábolas
del Reino: sembrador, lámpara,
grano mostaza;
—Calma
la tempestad en el lago; desembarcan
en la ribera del SE: el endemoniado de Gerasa;
—Vuelve
a Cafarnaum: hemorroísa y
resurrección hija de Jairo;
—Febrero.
Misión de los Doce; quizá se acerca a Nazaret;
—Marzo.
Vuelven los discípulos; Muerte del Bautista;
Primera multiplicación de los panes; Aquella misma noche: tormenta en el lago; Jesús va hacia ellos caminando sobre las aguas;
—Anuncio
de la Eucaristía en Cafarnaum.
III.
- TERCER AÑO DE LA VIDA
PUBLICA (29 d.C.; 782-783 de Roma)
III.a) En Fenicia, Decápolis, Iturea
(Mt 15-16; Mc 7-8; Lc 9,18-27):
—Continúan
las intrigas de los fariseos:
el Señor se dirige a tierra de gentiles: quizá para que dejen de hostigarle y pueda dedicarse con más tranquilidad a la formación de los discípulos;
—Junio.
Se encamina hacia Tiro: la mujer cananea;
Va a Sidón; tuerce al Este y luego baja hacia el Sur, cruza Galilea y entra en Decápolis: cura a un sordomudo ("efetá") y tiene lugar la segunda multiplicación de los panes;
—En
barca, llega a las costas de Magedán,
por la parte de Dalmanuta: en Galilea de nuevo; los fariseos le piden una señal del cielo. Cruza el lago, hacia Betsaida y se dirige a la Traconitide e Iturea: en el camino cura a un ciego;
—Julio.
En Cesarea de Filipo,
confesión de Pedro y
promesa del Primado; Jesús anuncia su Muerte y Resurrección por primera vez.
III.b) En Galilea (Mt 17; Mc 9; Lc 9; Io
7,2-9):
—A
comienzos de agosto, una semana después
del anuncio del primado de Pedro, tiene lugar la transfiguración en el Tabor;
—Curación
de un endemoniado;
—Llega
el momento de ir a Jerusalén para la fiesta
de los Tabernáculos: los parientes quieren que vaya con aparato.
III.c) En Judea (Io
7,10-10,21):
—Octubre.
Fiesta de los Tabernáculos
(mediados de octubre): enseña por primera vez en el Templo;
—La
adúltera;
—Jesús
se declara mayor que Abraham:
intentan lapidarle; El Sinedrín decide matarlo;
—Curación
del ciego de nacimiento (piscina Siloé);
—El
Buen Pastor.
III.d) En Galilea (Mt
17,21-18,35; Mc 9,29-49; Lc
9,44-50):
—Segunda
predicción de la Pasión;
—En
Cafarnaum: el didracma en la boca del pez
—Tiempo
dedicado a la formación de
los Apóstoles; (Mc cada uno ha de considerarse el menor: ser como niños; libertad en el apostolado; "dejad que los niños se acerquen a Mí"; parábola de la oveja perdida; cuántas veces hay que perdonar.
III.e) Hacia Jerusalén (Lc
9,51-11,4; Mc 12,28-34; Io
10, 22-39):
—En
Samaría son rechazados los mensajeros de Jesús;
—Misión
de los 72;
—Maldición
de Corozaín, Betsaida y Cafarnaum;
—Vuelta
de los Discípulos; júbilo del Corazón de Jesús
—Parábola
del buen samaritano (en Jericó?);
—En
Betania: Marta y María;
—El
primer mandamiento; El Padrenuestro;
—Diciembre.
Fiesta de la Dedicación: "El Padre y yo somos una cosa"
IV.
- LOS ULTIMOS MESES (enero a junio 30 d.C.; 783-784 de Roma)
IV.a) En Perea (Io 10,40-42; Lc 11-16):
—El
endemoniado mudo; nuevas calumnias de
los fariseos; aclamación ingenua de una mujer; el signo de Jonás;
—Comida
en casa de un fariseo; invectivas contra los fariseos;
—Parábolas:
rico necio; siervo fiel y siervo infiel;
los tiempos mesiánicos; higuera infructuosa;
—La
mujer encorvada; parábolas grano mostaza y levadura
—Mensaje
de Marta y María; la puerta angosta;
amenazas de Herodes; vaticinio de la destrucción de Jerusalén; es invitado por un príncipe de los fariseos: curación del hidrópico en sábado; parábolas de los invitados a la cena, la oveja descarriada, la dracma perdida, el hijo pródigo, el administrador inicuo, Epulón y Lázaro.
IV.b) En Judea (Mt 19,1-2; Mc 10, 1; Lc 17, 1-11; Io 11,54):
—Marzo.
En Betania, resucita a Lázaro;
—Retiro
en Efrén (a 25 km. de Jerusalén):
"¡ay del mundo por los escándalos!"; corrección fraterna; parábola del siervo cruel; eficacia de la fe; "somos siervos inútiles"
IV.c) Ultimo viaje a Jerusalén
(Lc 17-19; Mt 19; Mc 10-11; Io 12):
—Por
Samaría y Galilea: los diez leprosos;
Advenimiento repentino del reino de Dios; parábolas del juez inicuo y de la viuda, del fariseo y del publicano;
—En
Perea: indosulibilidad del matrimonio;
Jesús acaricia y bendice a los niños; el joven rico; parábola de los obreros llamados a la viña;
—En
Jericó: tercera predicción de la Pasión;
la madre de los hijos de Zebedeo; Bartimeo; Zaqueo; parábola de las minas;
—En
Betania: sábado, 9 ó 10 de Nisán (1 ó 2 de abril):
cena en casa de Simón el leproso; María unge al Señor.
IV.d) En Jerusalén (Mt 21-28;
Mc 11-16; Lc 19-24; Io 11-20):
—Domingo,
10 u 11 de Nisán (2 ó 3 de abril):
Entrada en Jerusalén; por la noche, retorna a Betania;
—Lunes,
3 de abril: maldición de la higuera estéril;
expulsión de los mercaderes del Templo; gentiles que desean ver a Jesús;
—Martes,
4 de abril: la higuera seca: fe en la oración;
controversia con los sanedritas; parábolas de los dos hijos, los viñadores homicidas, el banquete nupcial; el tributo al César; la resurrección de los muertos; el primer mandamiento; maldición de los fariseos; el óbolo de la viuda; apocalipsis sinóptica; parábolas del mal siervo, de las vírgenes, de los talentos;
—Miércoles,
5 de abril: conspiración del Sanedrín;
traición de Judas;
—Jueves,
14 de Nisán (6 de abril): preparativos última
Cena; a las 18-19 horas: la Cena Pascual; entre las 19.00 y 20.00, institución de la Eucaristía; Mandatum novum; Oración sacerdotal; Hacia las 21.00, Oración en el huerto; 22.00, comienza la agonía en Getsemaní; 23.00: Prendimiento
—Viernes,
7 de abril:
*
Entre las 12.00 y las 3.00, Proceso religioso: Anas.
—Caifás: primera sesión del Sanedrín; negaciones de Pedro; insultos al Señor; a las 6.00, segunda Sesión
*
Entre las 7.00 y las 8.00, Proceso civil: Primera presentación
a Pilatos: acusación pública, interrogatorio secreto, nueva acusación pública. A las 8.00-9.00, a Herodes: Jesús vestido de blanco. 9.00-11.00, aproximadamente, segunda presentación a Pilatos: Jesús pospuesto a Barrabás; intervención de la mujer de Pilatos; flagelación y coronación de espinas. A las 11.00, Sentencia final: Ecce homo. Nuevo interrogatorio secreto: Ecce Rex vester; Pilato se lava las manos; sentencia de cruz
*
La Muerte del Señor: Vía dolorosa; el cireneo; las hijas de
Jerusalén. 12.00, Crucifixión: vino mirrado; erección de la cruz y crucifixión; repartición de las vestiduras. En la cruz: insultos, tinieblas, vinagre. Ultimas palabras. A las 15.00, Muerte del Señor: milagros, lanzada en el costado
*
17.00, Sepultura: descendimiento y unción del
cadáver; guardias junto al sepulcro
+
+ +
—Domingo
17 de Nisán (9 de abril): Resurrección;
se aparece a la Magdalena; a las santas mujeres; a Pedro; a los de Emaús; a los Apóstoles con la ausencia de Tomás
—Domingo
24 de Nisán (16 de abril): se aparece
a los 11 Apóstoles, en Jerusalén
IV.e) En Galilea (Mt 28; Io 21):
—Durante
los 40 días antes de la Ascensión, se
aparece a los Apóstoles en el mar de Galilea; a los once en una montaña; a más de 500 discípulos, a Santiago el Menor.
IV.f) En Jerusalén (Mc 16; Lc 24):
—Jueves,
18 de mayo: Ascensión del Señor, ante todos los discípulos.Catequesis sobre la persona de Cristo y su misterio de salvación
SUMARIO O INDICE:
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El autor de estas catequesis, Miguel Payá Andrés,es sacerdote de la diócesis de Valencia y Decano de su Facultad de Teología «San Vicente Ferrer». Las escribió para los Equipos de Nuestra Señora (ENS), movimiento de espiritualidad matrimonial, en los que es Consiliario del Equipo Superregional. Se publicaron en la Carta de los Equipos de Nuestra Señora, n.º 178, correspondiente a julio-agosto de 1997, como «tema de estudio» para los equipos. Aquí omitimos las indicaciones prácticas que las acompañan y que tratan de hacerlas más provechosas para los miembros de los ENS. La dirección de éstos es: Equipos de Nuestra Señora: Secretariado Internacional; 49, Rue de la Glacière; 75013 París.- Secretariado Español; C/ San Marcos, 3 - 1.º - 1.ª; Tel. 91 521 62 82; 28004 Madrid.
TRES
ENCUENTROS
CON CRISTO EN EL CAMINO HACIA LA PASCUA
El
camino cuaresmal hacia la
Pascua del ciclo dominical A nos trae el mensaje luminoso de esos tres encuentros con Cristo, o mejor, de Cristo con los hombres, que caracteriza el itinerario bautismal de todo creyente. En los Evangelios de los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, la Iglesia lee el Evangelio de Juan seleccionando cuidadosamente esas tres perícopas que suponen una catequesis progresiva sobre el misterio de la salvación que se va a consumar en las aguas bautismales de la vigilia pascual. Como camino catecumenal que se realiza en el tiempo de Cuaresma, "tiempo de la iluminación y de la purificación", estos encuentros purifican e iluminan en contacto vivo con la persona de Cristo. Por eso los tres Evangelios están insertados con mucho tino en los tres progresivos escrutinios que supone el Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos. Como "memoria" o "memorial" del bautismo recibido, los tres encuentros evangélicos renuevan la conciencia del cristiano y lo ponen ante la persona de Cristo, Salvador y Redentor, que con su luz "escruta" al hombre en sus profundidades y con la vida que emana de su persona vivifica los residuos neuróticos del pecado.
Vamos
a ofrecer unas reflexiones
de espiritualidad litúrgica, sugeridas por estos tres encuentros: los tres momentos progresivos de salvación que a la persona aporta Cristo con la gracia del santo bautismo.
En
efecto, podemos hacer
una lectura litúrgica de estos tres encuentros a partir de tres claves hermenéuticas fundamentales: la antropológica nos descubre la situación modélica para el cristiano de tres personajes del Evangelio; la cristológica nos encara ante Cristo con tres títulos fundamentales de su mensaje y obra de salvación, que responden a las tres situaciones antropológicas descritas: la bautismal nos recuerda tres funciones salvadoras del santo bautismo, tres nombres de este sacramento de salvación, tres dimensiones vitales de nuestro ser de bautizados.
Con
estas tres claves y su estupenda
pedagogía de progresividad podemos realizar a nivel personal y comunitario, en la liturgia dominical o en posibles celebraciones semanales de la palabra, en la "lectio divina" de estas perícopas evangélicas, una auténtica experiencia de encuentro con el Señor en el camino hacia la Pascua.
La
Samaritana, el ciego de nacimiento,
Lázaro el amigo de Jesús: son personajes que asumen en el Evangelio de Juan una función simbólica universal. Nos representan en lo que pueden tener de común con todos los que desde nuestra humanidad podemos y debemos encontrarnos con Cristo para experimentar su salvación desde lo más hondo de nuestra antropología.
No
voy a entrar en complicados
detalles o teorías exegéticas. Hago simplemente una lectura litúrgica de esos personajes, como los presenta la Iglesia y los considera el Ritual de la Iniciación Cristiana de adultos.
La
Samaritana que encuentra a Jesús
junto al pozo de Jacob, es una acertada tipología de la humanidad, a nivel colectivo e individual. En los rasgos de esta mujer podemos adivinar nuestra situación existencial. Un personaje que vive la rutina de una existencia, resignada a la monotonía de la vida y de la historia, pero que finalmente cae en la cuenta de su situación y de su posibilidad de cambio de vida, de nuevas perspectivas para su existencia, ante la persona de Jesús que ha salido a su encuentro junto al pozo de Sicar. Humanidad con su problema existencial de una vida rutinaria, con el progresivo descubrimiento de una existencia de pecado en la que se mezcla a la vez su propia debilidad y la explotación de los demás. En el fondo, la insatisfacción y una secreta sed de felicidad y de paz, el deseo de una vida nueva en la que la mujer se siente dignificada y regenerada. Pero en sus manos no está la salvación. Ni en la de los demás. Sólo la presencia y la persona de Jesús son el resorte mágico que descubren a esta mujer, que nos representa a todos, la posibilidad de algo nuevo, mejor. Algo que llamamos salvación y que hunde sus raíces en lo más profundo de la psicología humana, allí donde hunde sus raíces el pecado, la infelicidad, la monotonía, la amarga resignación ante una existencia que no tiene otra salida sino la de esperar la muerte, mientras la sed profunda se va saciando con sorbos de agua en los charcos de la vida. El encuentro con Cristo ahonda más allá de la rutina y del pecado. En el corazón de la Samaritana, y en su misma situación de amargura existencial, más o menos aceptada, excava el Rabí judío para descubrir, bullidora y en brote, una fuente de agua viva. Más allá del pecado, la salvación. Más en lo hondo de la felicidad pasajera, un anhelo de bienaventuranza eterna. En esta Samaritana -tipología fundamental del creyente que se acerca a Jesús desde lo más sincero de sus sentimientos- encontramos la persona humana en su antropología fundamental y en su necesidad de salvación. La situación de pecado y su sed de felicidad. Desde esta situación concreta Cristo, que descubre el hombre al hombre desde su propia humanidad que se acerca a nuestra humanidad, se realiza el encuentro de salvación.
MIGRO/CIEGO-NACIMIENTO:
El ciego
de nacimiento evoca una situación progresiva y diversa. El encuentro con Cristo se realiza en una dimensión de colectividad. Junto al ciego andan sus padres, testigos del hecho de su ceguera congénita y de su actual capacidad de ver, tras el milagro obrado por Jesús. Y entre unos y otros aparecen los fariseos, los que finalmente representan en la interpretación de Juan los verdaderos "ciegos" que no quieren ver. Hay en el fondo de esta narración evangélica una presentación de la dimensión colectiva del pecado. La humanidad se encuentra misteriosamente enrolada en una historia en la que el "pecado del mundo" parece tener sus manifestaciones misteriosas, difíciles de atribuir sólo a una responsabilidad personal. Ante el mal que significa la ceguera congénita, se apunta a la posibilidad que sea un efecto del pecado del ciego mismo o de sus padres.
Se
buscan respuestas al misterio
del mal, al misterio del pecado. Hay una "ceguera" fundamental que impide a la persona y a la colectividad leer los signos de Dios en la historia, comprender el misterio de la existencia. Hay una ignorancia colectiva y popular, la que representa el ciego, sus padres, los vecinos y los que le daban limosna. Y hay una ignorancia más sutil, cultivada, asumida con teoría y como rechazo de la verdad, incluso cuando aparece con la evidencia de un milagro. Es la de los judíos. Los unos y los otros, el ciego y los que no lo son como él, de nacimiento, necesitan ser liberados de una "ignorancia" existencial que influye colectivamente en juicios, modos de comportarse, actitudes ante la verdad de Dios y del hombre. Los unos a los otros se echan las culpas.
Hay
responsabilidad personal,
pero hay también una especie de conjura o de ineluctable influjo colectivo en la situación de pecado en este mundo. Pecado colectivo como fruto de pecados personales. Pecados personales, definitivamente también influenciados hasta coartar la libertad, por el peso del pecado colectivo de teorías, ideologías, rechazos, opinión pública. Sólo el encuentro personal con Cristo puede iluminar la situación de pecado, liberar de las responsabilidades personales y de las intrincadas participaciones comunitarias y sociales en el pecado del mundo. El encuentro con Cristo no sólo libera de toda ceguera ante el misterio del mal físico y psíquico, ofreciendo una clave de aceptación del misterio, sino que arranca a la persona de esa sutil ceguera moral y espiritual en la que se instala quien rechaza a sabiendas la luz. Sólo el encuentro personal libera de los efectos colectivos del mal y del pecado. Sólo a partir de una adhesión a la luz de Cristo, el cristiano se hace hijo de la luz, neutraliza con su vida el pecado del mundo, puede irradiar en las tinieblas de este mundo la luz de la verdad, luz para todo el misterio de este mundo en su acepción colectiva.
MIGRO/LAZARO:
Lázaro que
yace muerto en el sepulcro es el personaje más trágico de la trilogía. Es el amigo de Jesús. Pero es un común mortal. En Lázaro, como en los otros personajes, tenemos retratada la condición de la humanidad y la posibilidad de salvación que Cristo nos trae con su palabra y su persona. El hombre está abocado a la muerte. La dimensión cósmica del pecado -no sólo personal y colectiva como en los casos anteriores- se ceba en la humanidad misma que está marcada por la muerte. No sólo en el final de su vida sino en todo el decurso de su existencia que vive cara a cara con la muerte: la propia y la de los demás. Hay una honda participación en esta condición mortal que Lázaro representa. La protesta de Marta por el retraso de Jesús que hubiera impedido la muerte del hermano, encarna nuestra protesta ante la muerte de un ser querido. El llanto de Jesús que se conmueve hasta las entrañas, suscitando la admiración de los presentes, parece reflejar no sólo la "compasión" por un amigo, o la compasión de Dios ante el ineludible destino de muerte de la humanidad, sino también el mismo gemido de la humanidad de Jesús, ante su muerte cercana, anunciada, vivida de antemano en las constantes amenazas que le lanzan sus enemigos. La certeza de la muerte marca la vida. Y la condición antropológica fundamental está condicionada por ese sumo enigma de la muerte. En el fondo del pecado, en la raíz misma de la existencia, no sólo hay un enigma ideológico sino una condición en la que está amasada nuestra propia carne y nuestra propia psicología. La salvación de Cristo, para ser salvación cumplida, tiene que tocar el fondo. Tiene que ser como en el caso de Lázaro, e incluso más aún que en el caso de Lázaro -cuyavuelta a la vida es en realidad efímera-; más bien como en el caso de Jesús que resucita glorioso y triunfador de la muerte; una salvación total, que abarque el misterio de la existencia y abrace incluso la condición de la persona en su integridad. Es precisamente la que Cristo apunta al hablar de la muerte de Lázaro como un sueño y, sobre todo, de su poder absoluto sobre la muerte como Resurrección y vida.
Tres
revelaciones de Jesús
En
los tres encuentros sucesivos
con la humanidad en su dimensión de pecado personal, colectivo, cósmico, Jesucristo aparece como Salvador. Es la respuesta a la condición del hombre. Sus palabras y sus gestos, porque en realidad se trata de palabras y gestos salvadores, son ya una anticipación del cambio, una medicina para los males, un principio efectivo de la salvación escatológica.
Ante
la Samaritana Jesús aparece
en una progresiva revelación de su persona y de su misión. La lectura del Evangelio de Juan nos reserva la sorpresa de ir descubriendo en Jesús el hombre, cansado y sediento, el judío, el profeta y el rabí, el Mesías, proclamado finalmente como Salvador del mundo. La lectura del episodio evangélico nos lleva progresivamente a esta majestuosa revelación que él hace de su persona y de su misión.
Pero
en el juego de la
conversación con la Samaritana acerca del agua viva Cristo aparece como fuente de esa agua que llega hasta la vida eterna, manantial del Espiritu y, dentro de la tipología bíblica alusiva, nuevo Moisés que toca con la fuerza de su palabra la roca del corazón de la mujer y la convierte en manantial de agua viva. Jesús perdona el pecado, da sentido a la existencia, cambia las energías de esta mujer que se convierte en apóstol. El pecado no es la realidad final e inmutable, si Cristo se presenta como Salvador y es acogido por medio de la fe. Jesús cambia, convierte, es fuente de felicidad. Lo fue para la Samaritana. Lo es para todo cristiano.
En
el episodio del ciego de
nacimiento hay también una progresiva revelación de Cristo. Se le reconoce como un hombre, como profeta, como Mesías, como alguien que procede de Dios. Mientras se abren progresivamente los ojos del ciego, no sólo a la luz del sol y de la vida sino también a la comprensión de la palabra y de la persona de Jesús, se va agudizando, por rechazo, la ceguera de los enemigos de su predicación, empecinados en no querer ver la luz. Contraste evidente entre un ciego de nacimiento que ve y unos videntes que quieren ser ciegos ante la luz. También aquí la revelación de Jesús llega a una personalización: Yo soy la Luz del mundo. En la palabra y en la obra de Jesús, en su persona, tenemos la salvación personal y colectiva de esa ceguera que envuelve a la humanidad, a partir del pecado que envilece la capacidad intelectual del hombre y lo lleva a sumergirse, a sabiendas, en el mundo de las tinieblas, en el rechazo de la luz como norma y forma de vida. Jesús salva siendo Luz del mundo.
Finalmente
en el milagro de la
resurrección de Lázaro, el más grande de los signos del poder de Jesús, antes de su propia resurrección, aparece la dimensión total de la salvación. La salvación es vida, vida que vence la muerte. Es resurrección; no sólo la de un muerto que vuelve a la vida efímera y que poco más tarde volverá a morir, como sucederá a Lázaro, sino como acontece con Jesús en su resurrección gloriosa. Ante el sepulcro de Lázaro, y ante todos los sepulcros de este mundo, ante el temor de la muerte y ante todas las muertes, físicas y espirituales, se yergue majestuosa la persona de Cristo que se autoproclama: Yo soy la resurrección y la vida. Pero para que la eficacia sea definitiva y la prueba no tenga posibles refutaciones, Cristo tiene que aceptar la condición de Lázaro, entrar en el sepulcro de la muerte, quedar como él vendado, sin llegar al cuarto dia, sino resucitando al tercer día de entre los muertos. La victoria cósmica, la salvación definitiva, el rescate supremo es el de Cristo que para el hombre, herido de muerte por el pecado, es la resurrección y la vida.
Tres
realidades sacramentales
del bautismo
La
presentación sistemática
de los tres evangelios sobre la Samaritana, el ciego de nacimiento y Lázaro, tiene una conexión muy estrecha con la "mistagogía" bautismal, es decir con la experiencia de la realidad del bautismo, anticipada en estos encuentros de Cristo con el "iluminado", antes del encuentro sacramental decisivo de la vigilia pascual. Y el bautismo recibido, del que se hace memoria en Cuaresma para toda la comunidad cristiana, nos encara con tres realidades sacramentales vivas que se convierten en dimensiones esenciales de nuestro vivir.
El
bautismo es "metánoia",
conversión . Conversión a Cristo. Conversión que El suscita con su palabra, con su mirada, con su acción interior. La Samaritana es la cabal presentación en el Evangelio de Juan del proceso dinámico y positivo de conversión evangélica, de transformación de la persona. De pecadora en apóstol. Como cualquier cristiano que se deja "escrutar" por la mirada "convertidora" de Jesús. El primero de los escrutinios bautismales conduce a este cara a cara con Cristo. Escrutinio de la purificación y de la conversión.
BAU/ILUMINACION:
El bautismo
es "photismós", iluminación. Nombre cristiano de rancio abolengo que evoca la "iniciación" a los misterios, la luz que irrumpe en las tinieblas, la progresiva ilustración de la mente y del corazón por medio de la luz de la palabra y de la fe que hacen del cristiano un "iluminado", uno que conoce, que sabe, que ha tenido acceso al arcano del misterio de Cristo y de la Iglesia. Y el ciego de nacimiento, progresivamente iluminado por Cristo, con el barro que Jesús refriega en sus ojos, y el remojón en la piscina de Siloé, es tipología cabal de esa iluminación bautismal que ahuyenta las tinieblas y abre a la luz de la verdad, dejando caer las escamas de los ojos, como en el caso de Pablo. El cristiano es un iluminado porque Cristo es su "photismós", su iluminación. El segundo escrutinio es el encuentro con Cristo que con su luz penetra en las oscuridades del hombre con la fuerza de su mirada y la gracia de su palabra: Yo soy la luz del mundo.
BAU/REGENERACION:
Finalmente
el bautismo es "palingénesis", regeneración, misterio de muerte y de vida. El cristiano baja hasta las profundidades del sepulcro con Cristo y deja en él el hombre viejo. Se echa atrás el miedo a la muerte y acepta ese otro morir resucitando que es el dinamismo de la vida de Cristo. No teme, pues, su condición mortal; no se deja guiar por el instinto de la muerte. Acepta morir al pecado y morir físicamente, confiado ya en la dimensión de inmortalidad que el bautismo ha sembrado en su carne, llamada a la resurrección. El tercer escrutinio de Cuaresma celebra este encuentro con Cristo, desde la propia condición mortal, frente a su condición gloriosa de vencedor del pecado y dador de la vida inmortal.
Una
sugerencia pastoral
En
la Exhortación postsinodal
"Christifideles laici" n. 61 Juan Pablo II recuerda la posibilidad de una catequesis que ayude a los laicos a tomar conciencia de su dignidad bautismal y de su misión eclesial, con estas palabras que abren espacios para una pastoral del bautismo y de su memoria en los bautizados: "Puede servir de ayuda también, como han dicho los Padres sinodales, una catequesis postbautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del "Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos", destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del Bautismo ya recibido".
La
Cuaresma del ciclo A es buena
oportunidad para poner en práctica esta recomendación. Las celebraciones eucarísticas de los tres últimos domingos de Cuaresma nos ofrecen la oportunidad de desarrollar esa catequesis bautismal de los tres encuentros con Cristo. Pero cabria también adaptar algunos elementos del Ritual de los escrutinios para unas celebraciones de la palabra, que podrían hacerse durante la semana que precede o sigue a los respectivos domingos de la Samaritana, del ciego de nacimiento o de la resurrección de Lázaro. Se tratará siempre de una "adaptación" de los textos a la condición de bautizados que normalmente es la de nuestros cristianos reunidos en la asamblea.
Puede
ser una buena ocasión
para saborear los textos bíblicos, proclamar las oraciones de exorcismo y de intercesión. Se trata de recuperar unos elementos de gran valor espiritual dentro de una catequesis mistagógica, que no se contenta con la predicación verbal sino que entra por la experiencia de la oración, de las plegarias litúrgicas de la Iglesia, de los gestos de penitencia y de bendición.
Tres
encuentros para dejarnos
"escrutar" porCristo mediante la luz de su Palabra de vida. Tres momentos progresivos para que nuestra humanidad se encuentre con el Señor de la vida. Tres celebraciones para revivir la salvación que Cristo ofrece a estos tres personajes del Evangelio en los que está representada la humanidad. Esa humanidad que somos nosotros, ya inicialmente convertidos como la Samaritana, iluminados como el ciego de nacimiento, resucitados como Lázaro, por Cristo que es fuente de felicidad, luz del mundo, vida y resurrección.
JESUCRISTO
SUMARIO. Nota previa: Cristo interroga al hombre - I. El misterio de Cristo: 1. El misterio divino de la salvación: a) Visión trinitario-cristológica del misterio de Dios, b) La economía de la salvación; 2. Jesucristo: la persona y la obra: a) Carácter unitario del misterio de Cristo, b) Títulos salvíficos de Cristo: Mediador, Sacerdote, Profeta, Rey, c) Encarnación-pasión gloriosa; 3. Cristocentrismo: a) Cristo centro de todo, b) Por qué ocupa el puesto central, c) Cristocentrismo y objetividad cristiana, d) Cristocentrismo y espiritualidad; 4. Cristología, cristologías: a) Teología - cristología, b) Cristología del NT, c) De la cristología del NT a las cristologías contemporáneas, d) Cristologías contemporáneas, e) Cristología "desde abajo" o "desde arriba" - II. Liturgia y misterio de Cristo: 1. La liturgia, realización especial del misterio de Cristo: a) La realidad del misterio de Cristo en la liturgia, b) La liturgia memorial, c) La liturgia sacramento, d) Modalidades de la representación del misterio; 2. La liturgia, presencia especial de Cristo: a) La presencia de Cristo en las acciones litúrgicas: Noción genérica, sujeto, título, variedad y multiplicidad de los modos, características, b) La reactualización de las acciones históricas salvíficas de Cristo: Vat. II, padres, libros litúrgicos, santo Tomás de Aquino, Odo Case!, autores recientes; 3. Liturgia - cristocentrismo: a) Cristo, sujeto del culto, b) Cristo, término del culto, c) Cristo y el año litúrgico; 4. Liturgia - cristología o cristologías: a) Reseña histórica, b) El hoy de la situación. Conclusión: El hombre responde a Cristo en la liturgia. Nota previa: Cristo interroga al hombre
"¿Quién dice la gente que es
el hijo del hombre?" Esta es la pregunta que un día dirigió Jesús a sus discípulos. Ellos respondieron: "Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros,que Jeremías o uno de los profetas". Jesús prosiguió: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondió por todos Simón Pedro diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo" (cf Mt 16,13-16; Mc 8,27-29; Lc 9,18-20). También hoy Jesús, queriendo comprometer a sus discípulos a que asuman las propias responsabilidades en el plan divino de la salvación, cuyo centro es él, les dirige las mismas preguntas: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Estos interrogantes tienen una resonancia especial en la comunidad eclesial gracias a la experiencia viva y vital de Cristo de que ella goza en la liturgia. Y es precisamente esta experiencia litúrgica de Cristo la que permite a la comunidad eclesial una valoración cada vez más profunda de todo lo que se refiere a la identidad de Cristo. Tal valoración facilita el conocimiento de la identidad del hombre. La comunidad realiza esta obra de discernimiento prestando atención a los diversos contextos culturales en que se encuentra inserta y teniendo en cuenta la compleja problemática del hombre de hoy a la que intenta dar una solución adecuada.
En este nuestro estudio nos proponemos
facilitar los datos esenciales para el conocimiento de la identidad de Cristo dando un relieve particular a la experiencia litúrgica de la iglesia, en conformidad con las líneas directrices de este Diccionario.
Un estudio, por tanto, de ->
teología litúrgica, atento a los requerimientos de la -> pastoral litúrgica de hoy, anclada en la tradición, pero al mismo tiempo abierta a las exigencias siempre nuevas de la comunidad eclesial. En la primera parte presentaremos en síntesis los elementos del misterio de Cristo cuyo conocimiento nos parece necesario antes de afrontar el verdadero tema de nuestro estudio: Jesucristo y la liturgia. A la profundización en este tema particular reservaremos la segunda parte. I. El misterio de Cristo
"¡Jesucristo es el mismo ayer y hoy,
y lo será por siempre!" (Heb 13,8). ¡El es el camino, la verdad, la vida; nadie puede ir al Padre sino por medio de él! (cf Jn 14,6). Jesucristo: en él se refleja plenamente el misterio divino de la salvación (1); su persona y su obra son garantía fundamental para la realización integral de la humanidad (2); él constituye el centro del misterio de Dios y de la historia (3); él es objeto de intenso y amoroso estudio hasta su completa y definitiva revelación (4).
1. EL MISTERIO
DIVINO DE LA SALVACIÓN.
a) Visión trinitario-cristológica del misterio de Dios. La revelación (sobre todo neotestamentaria) nos presenta el misterio de Dios, globalmente considerado, según una visión trinitario-cristológica. En primer plano está la distinción de las tres personas divinas: el Padre; el Verbo encarnado, Jesucristo; el Espíritu Santo. De las tres personas divinas se presentan primariamente sus relaciones ad extra, con lo creado (perspectiva económica), más que sus relaciones ad intra, entre sí mismas (perspectiva ontológica). Las relaciones ad extra de las tres personas divinas pueden sintetizarse así: todo procede del Padre, fuente de todo bien, por medio del Verbo encarnado, Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo; de forma semejante, con la fuerza del Espíritu Santo, por medio del Verbo encarnado, Jesucristo, retorna todo al Padre
b) La economía de la salvación
[-> Historia de la salvación]. Las relaciones ad extra de las tres personas divinas encuentran su ápice en la obra de la salvación humana. Así es como a toda la economía divina en relación con lo creado se la considera economía de salvación. Es la gran realidad a la que san Pablo da a menudo el nombre de -> misterio, "misterio escondido desde todos los siglos en Dios" (Ef 3,9), revelado de modo particular por Dios en la plenitud de los tiempos para que se les anunciara a todas las gentes y se realizara (cf Rom 16,26; Col 1,26; Ef 1,9-10; 3,3-12). En este misterio eterno de Dios ocupa Jesucristo un puesto tan central que se puede sencillamente decir que el misterio de Dios es el misterio de Cristo. San Pablo afirma expresamente tal identidad; llega a identificar el misterio con Cristo (cf Col 1,27; 2,2; 1 Tim 3,16). Lo confirmará san Agustín diciendo: "No hay otro misterio de Dios sino Cristo" (Epist. 187, 34: PL 33, 846). En realidad, en la economía de la salvación todo se orienta a Cristo. Antes de Cristo todo tiende a él, después de Cristo todo depende de él.
2. JESUCRISTO: LA PERSONA Y LA OBRA.
a) Carácter unitario del misterio de Cristo. El misterio de Cristo ha sido siempre objeto de la investigación y del estudio del hombre, sobre todo obviamente— en el ámbito de la religión cristiana. Se ha llegado así a un conocimiento cada vez más profundo de Jesucristo, bajo la continua guía del Espíritu Santo. Los datos relativos a tal conocimiento los encontramos recogidos sobre todo en tres fuentes, distintas pero relacionadas, de la teología cristiana: los escritos del NT (oportunamente conectados con los del AT), los escritos de los padres, los documentos del magisterio eclesiástico. Dos son los temas centrales hacia los que convergen tales datos: la persona de Jesucristo y su obra. El primero se refiere a la encarnación (cristología en sentido estricto), el segundo a la redención (soteriología). En los manuales teológicos del pasado se estudiaban los dos temas en distintos tratados: "el Verbo encarnado" , "Cristo redentor". La teología de hoy se ha decidido por la superación de esta dicotomía y por la fusión entre la dimensión de encarnación y la dimensión soteriológica del misterio de Jesucristo, por considerar necesaria la visión unitaria de tal misterio. Entran en esta visión todas las verdades relativas al misterio de Cristo.
Para organizarlas se propone
—entre otros— el siguiente esquema ternario: la preexistencia del Verbo, su anonadamiento (kénosis), su glorificación. Dentro de este esquema encuentra legítima cabida todo lo que se refiere a la constitución ontológica de Cristo, y en estrecha conexión con esto todo lo que se refiere al valor salvífico de su encarnación, de su pasión y muerte, de su resurrección. La constitución ontológica de Cristo resulta de la dualidad de las naturalezas —divina y humana— en la unidad de la persona del Verbo, unidad vinculada a su encarnación. Existe, pues, una relación íntima entre la constitución ontológica de Cristo y su obra salvífica. En efecto, la misma encarnación del Verbo tiene un valor salvífico fundamental. Es una manifestación peculiar de la economía divina de la salvación; más aún: es el admirable compendio de tal economía.
b) Títulos salvíficos de Cristo.
El valor salvífico de la encarnación queda explicitado por los títulos salvíficos que competen a Cristo desde su encarnación. Pueden reducirse a cuatro principales.
Mediador. Este título "expresa
de modo pleno y completo la obra salvífica realizada por el Verbo encarnado durante toda su misión terrena, desde la encarnación hasta la ascensión, sobre todo a través de su pasión y muerte. Continúa ejerciendo esta mediación salvífica desde el trono celeste (cf Heb 7,25) y desde la eucaristía para la aplicación de la salvación a cada uno de los redimidos, con la mediación visible de la iglesia'.
Sacerdote. Cristo, desde el primer
instante de su encarnación, es también sacerdote, además de mediador. Su sacerdocio es calificado como único, verdadero, sumo, perfecto, eterno. Cristo es también la víctima de su sacerdocio, víctima ofrecida para la redención de los hombres. El sacrificio de Cristo alcanza su ápice sobre el altar de la cruz.
Profeta. Cristo es el Verbo de
Dios, la palabra eterna del Padre que se manifiesta al mundo, mediante la encarnación, para que se conozca plenamente el plan salvífico divino. Queda constituido así en el gran profeta del Padre. Da cumplimiento a la revelación divina, y da a la humanidad la verdad que salva.
Rey. La realeza de Cristo se
funda primariamente en el misterio de la admirable unión que vincula la naturaleza humana de Jesús, desde el primer instante de su existencia, con la persona divina del Verbo (unión hipostática). A este motivo fundamental de la realeza de Cristo se le añaden otros. Cristo es rey por derecho adquirido, a causa de la redención del género humano obrada por él. Cristo es rey por la glorificación que recibe del Padre, en respuesta a su total oblación, en la resurrección y ascensión. Jesús ejercita esta realeza actualmente, por la eternidad, en el cielo, donde está sentado con gloria a la derecha del Padre. Tendrá una particular manifestación en el juicio final.
Los cuatro títulos salvíficos de
Cristo que acabamos de examinar se funden en admirable síntesis en el título de cabeza de la iglesia, tan importante para explicar la presencia de Cristo en la iglesia. Cristo "es la cabeza del cuerpo de la iglesia" (Col 1,18), a la que llena con su riqueza (cf LG 7), y en la que, "por medio de la humanidad, infunde sin cesar la vida divina" (PO 5). Por Cristo cabeza "todo el cuerpo (coordenado y unido...) obra el crecimiento para su edificación en el amor" (Ef 4,16).
c) Encarnación - pasión gloriosa.
La economía de la salvación, manifestada en el misterio de la encarnación, se desarrolla ulteriormente en los sucesivos misterios de Cristo hasta llegar a su cumplimiento en los misterios de su pasión y muerte y de su resurrección. Con su pasión, que desemboca en el sacrificio cruento de la cruz, Cristo da remate a la obra de la redención objetiva y al ofrecimiento, infinitamente meritorio, de su satisfacción vicaria por el pecado. La resurrección constituye la conclusión gloriosa de la obra salvífica terrena de Jesús. Se excluye de ella, en cuanto comienzo de la vida gloriosa de Cristo, todo valor meritorio, sacrificial, redentor y satisfactorio. El valor salvífico de la resurrección está vinculado sobre todo al hecho de su eficacia en orden a nuestra justificación sobrenatural (resurrección espiritual de la muerte del pecado a la vida de la gracia) y anuestra futura glorificación total (resurrección corporal al final del mundo). Cristo "fue resucitado por nuestra justificación" (Rom 4,25). "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que mueren" (1 Cor 15,20).
3. CRISTOCENTRISMO.
a) Cristo centro de todo. Jesucristo ocupa un puesto central en el misterio de Dios, como ya hemos apuntado. Este hecho tiene una notable resonancia en la vida y en la reflexión cristiana. Se trata de una realidad que en el lenguaje teológico se expresa con el término cristocentrismo'. Merece una consideración especial. "Cristo, centro del plan divino de la creación y de la salvación, es por ello mismo el centro de toda la realidad: cosmos e historia, naturaleza y sobrenaturaleza"'. "Cristo, hombre- Dios, aparece entonces como la clave de todo. En él podemos contemplar juntamente el misterio de Dios, el misterio del hombre, la estructura íntima de toda la obra divina'''. Esto explica la tendencia actual a estructurar cristológicamente toda la teología cristiana.
b) Por qué ocupa el puesto central.
Es importante conocer el verdadero motivo del puesto central de Cristo y, en concreto, de la encarnación del Verbo. "Para la escuela franciscana... el puesto central de Cristo en el mundo es una realidad absoluta, por cuanto su presencia histórica no está ocasionada por la caída de Adán, sino que es querida por Dios como razón primaria de la misma encarnación: Cristo es el primer predestinado por delante de todos..."' . "Para la escuela tomista, que admite como motivo primario de la encarnación la redención humana, el puesto central de Cristo en el mundo es relativo al hecho redentor, por cuanto su venida está ocasionada por la presencia deuna humanidad pecadora que ha de redimir: Cristo es el primero por dignidad, pero no por predestinación'''. No hace al caso exponer las diversas tentativas hechas para conciliar las sentencias opuestas de las dos escuelas Bastará decir que hoy se tiende a aceptar la primera sentencia como la que mejor cuadra con el plan eterno de Dios. En efecto, según esta séntencia, el puesto central de Cristo, considerado independientemente de la previsión del pecado, constituye un primado verdaderamente absoluto. De ahí se sigue un motivo de mayor gloria para Cristo: también como hombre, él es cabeza y fuente de gracia no sólo en relación con los redimidos, sino también en relación con los ángeles y con Adán inocente.
c) Cristocentrismo y objetividad cristiana.
Existe una estrecha relación entre este puesto central de Cristo, verdaderamente único, universal y singular, y el rico conjunto de la objetividad cristiana. Esto induce a calificar el cristocentrismo como objetivo. La fórmula cristocentrismo objetivo indica en general la relación objetiva entre Cristo y la realidad, relación central, que lleva a descubrir una convergencia de la realidad en Cristo y permite considerar toda la realidad como una articulación o un momento de Cristo, es decir, en dimensión erística "
d) Cristocentrismo y espiritualidad.
Estas consideraciones sobre el cristocentrismo de la objetividad cristiana encuentran una especial aplicación en el campo de la espiritualidad. Esta tiene una dimensión cristocéntrica esencial. La exigencia cristocéntrica es criterio general de autenticidad de la vida y de la experiencia cristiana, si bien está sujeta a una legítima pluralidad de traducciones y tematizaciones en las diversas espiritualidades cristianas.
En otras palabras: el núcleo esencial
y la característica permanente de toda espiritualidad cristiana hay que colocarlos en el encuentro personal, íntimo, perseverante, experiencial con Jesucristo. Ha de atribuirse una particular importancia al carácter personal y experiencial del encuentro. El cristiano deberá saber "acoger a Cristo en la propia existencia, penetrar profundamente en su misterio, identificarse cada vez más íntimamente con su persona" ". Todo esto implicará en el cristiano una experiencia viva y vivida de Cristo. Cuanto más fundada esté en el verdadero conocimiento de Cristo, tanto más será constante profesión de fe en Cristo, decidida voluntad de vivir cada vez más plenamente de él.
Para facilitar tal encuentro del
hombre con Cristo, hoy es revalorizada la dimensión humana de Jesucristo. No obstante, hay que evitar las desviaciones con que nos topamos en el campo de la cultura laica, entre ciertos movimientos juveniles, entre ciertas formas de I religiosidad popular. Volveremos sobre el tema cuando hablemos de las cristologías contemporáneas. Hoy, asimismo, se mira con especial atención al l misterio pascual de Cristo. Nos remitimos con interés a la experiencia pascual de la iglesia de los orígenes, para vivir en un verdadero clima pascual la propia vida cristiana. Gracias a esta valoración existencial de la pascua de Cristo, se capacita el cristiano para convertir todas las esperanzas del hombre, a menudo vacías y utópicas, en la única verdadera esperanza, la fundada en Dios, confiada e ilimitada. El cristocentrismo viene así a constituir la verdadera clave de integración de toda la realidad.
4. CRISTOLOGÍA, CRISTOLOGIAS.
a) Teología - cristología. "La actual renovación teológica, inspirándose en el cristocentrismo de la revelación, querría transformar toda la reflexión teológica en una cristología que ilustre el misterio del Padre y del hombre contemplando el misterio de Cristo" Son indudables las ventajas que presenta la teología considerada como cristología, es decir, cuando se le asigna una estructura cristológica. Pero esto no quita para que siga llamándose con el término propio de cristología la parte de la teología que estudia la persona de Jesucristo, su vida, sus acciones, su doctrina.
La cristología tiene la característica
de la gran unitariedad que le proviene de estar centrada en Jesucristo, en su persona y en su obra. Pero, al mismo tiempo, la cristología asume particulares diversificaciones según los diferentes puntos de vista desde los que se la considera. Estos están vinculados a los diferentes contextos culturales en que viene a encontrarse la cristología y, por tanto, a diferentes mentalidades, a diferentes instrumentos de interpretación de los datos teológicos, a diferentes lenguajes. Esto autoriza a hablar de diversas cristologías dentro de una única cristología. Para una aproximación sumaria al tema damos alguna sobria indicación sobre el desarrollo de la cristología.
b) Cristología del NT.
De particular importancia es el primer estadio del desarrollo de la cristología, el registrado en los escritos neotestamentarios. En la base de este primer estadio de desarrollo está la llamada cristología del Jesús prepascual', es decir, la que resulta de cuanto Cristo mismo dijo e hizo antes de su pascua, todo ello releído a la luz de su resurrección. Sobre esta base se fundan: — la cristología arcaica. Es la contenida en el kerigma primitivo: discursos de los Hechos de los Apóstoles, diferentes textoskerigmáticos de las epístolas, fórmulas exclamatorias (homologías), confesiones de fe, himnos; — la cristología palestinense, es decir, de las primeras comunidades cristianas de Palestina. Elementos particulares de tal cristología son la resurrección de Jesús y la parusía; la cristología de la diáspora helenística. En ella, además de a la resurrección y a la parusía, se da relieve a la presente función mediadora de Cristo en el cielo y se hace una primera alusión a su preexistencia; la cristología de las comunidades pagano-helenísticas. Esta da un mayor relieve a la preexistencia de Jesús. A los títulos cristológicos funcionales (que ilustran la misión salvífica y las correspondientes funciones de Cristo) se añaden, prevaleciendo, títulos específicamente ontológicos (que ilustran la persona misma de Jesús). Las cristologías mencionadas encuentran su síntesis (o, con otras palabras, su coágulo o sedimento) en los escritos del NT. Esta síntesis aparece indicada con la expresión de cristología del NT o cristologías del NT, según se quiera poner de relieve el carácter unitario de tal síntesis o los diferentes puntos de vista que convergen en ella, propios de cada uno de los autores sagrados (Mateo, Marcos...).
c) De la cristología del NT
a las cristologías contemporáneas. Dirijamos ahora una mirada de conjunto al posterior desarrollo de la cristología hasta las cristologías contemporáneas ". En los primeros siglos, sobre la base de la cristología del NT se insiste en la misión salvífica de Cristo (cristología soteriológica), aunque sin descuidar la visión ontológica de su persona (cristología ontológica). Sucesivamente, en concomitancia con las controversias trinitarias y cristológicas, se afirma la línea ontológica de la cristología. Laencontramos bien formulada en los padres de la iglesia y en los concilios. Piénsese en el giro decisivo marcado en tal dirección por el concilio de Calcedonia (451). A las aclaraciones de la doctrina sobre el Verbo encarnado les sigue el debilitamiento de la visión antropológico-histórico-salvífica del misterio de Cristo. En el medievo, la teología presta una atención especial a la humanidad de Cristo y, en consecuencia, a los misterios de su vida terrena. Particular expresión de esta orientación es la cristología tomista, que se caracteriza por el relieve dado a la humanidad de Cristo como instrumento del Verbo. Hay que mencionar también la llamada cristología menor, que se distingue por la particular acentuación de determinados acontecimientos de la vida terrena de Jesús (nacimiento, infancia, pasión), y que dará origen a especiales devociones (al niño Jesús, al Crucificado, a la corona de espinas, a la lanza y a los clavos, a las cinco llagas, al corazón traspasado...) '". A continuación se advierten una cierta disociación entre la humanidad de Cristo y su divinidad y un debilitamiento en la consideración de la función mediadora sacerdotal de Cristo. En tiempos más cercanos a nosotros se registra la mencionada dicotomía entre la doctrina relativa al Verbo encarnado y la relativa al Cristo redentor. Hay que subrayar también la importancia del ya recordado concilio de Calcedonia. Con él enlaza la que se llamará cristología clásica, que, habiéndose impuesto sobre todo en el tiempo de la escolástica y de la neo-escolástica, hará escuela hasta nuestros días.
d) Cristologías contemporáneas.
El último estadio del desarrollo de la cristología está constituido por las cristologías contemporáneas, elaboradas en las últimas décadas como respuesta al requerimiento "de dar de nuevo inteligibilidad a la figura y al mensaje de Cristo, recurriendo a un lenguaje, a una mentalidad y a una filosofía compartida por el hombre de nuestro siglo'''. No es tarea nuestra hacer ni siquiera una breve presentación y clasificación de tales cristologías. Nos limitamos a algunas indicaciones generales. Las cristologías contemporáneas, insistimos, han surgido como respuesta concreta a los requerimientos del hombre contemporáneo. Responden en particular a su acentuada sensibilidad por los valores históricos del individuo y de la sociedad. Se caracterizan, por tanto, por el realce que se da al aspecto antropológico-histórico del misterio de Cristo. A esta luz se reinterpreta todo el misterio de Cristo. Es visto especialmente sobre el fondo de toda la economía de la salvación. Destaca la dimensión histórico-salvífica del misterio de Cristo, centrado en la pascua. El retorno al Jesús histórico lleva al redescubrimiento, desde varios puntos de vista, de Jesús como hombre nuevo, cuyo mensaje se considera válido y auténtico para el hombre de hoy. Es obligado observar que tal interpretación de la historicidad del misterio de Cristo se ve a menudo expuesta al peligro de exageraciones, deformaciones y errores. Hay que señalar en particular el debilitamiento de la dimensión divina del misterio de Cristo, el menoscabo de la fe en el Cristo glorificado; la consiguiente contraposición entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, la inexistente o deficiente dependencia respecto de la palabra de Dios, la impugnación de la dimensión eclesial del misterio de Cristo y, por tanto, de su presencia en la iglesia y en los sacramentos.
e) Cristología "desde abajo" o "desde arriba":
Para una comprensión más profunda de esta reseña cristológica aludimos a las dos particulares orientaciones cristológicas de carácter metodológico indicadas hoy por las expresiones cristología desde abajo y cristología desde arriba. En la cristología desde abajo (o ascendente) se explica el misterio de Cristo partiendo del Jesús terrestre. Sobre esta base histórica se desarrolla el conocimiento de la situación gloriosa y metahistórica de Cristo y de su preexistencia eterna como Verbo de Dios. Por el contrario, en la cristología desde arriba se sigue el procedimiento inverso: el discurso sobre el misterio de Cristo arranca y se desarrolla desde la contemplación de Cristo glorificado. Estas dos orientaciones metodológicas diversas se encuentran sobre todo a propósito de la cristología de los escritos neo-testamentarios. Pero aparecen constantemente, aunque con diferentes acentuaciones y matices, en las fases ulteriores de desarrollo de la cristología. Hoy se tiende a privilegiar la cristología desde abajo, como más concordante con la sensibilidad y los interrogantes del hombre moderno. II. Liturgia y misterio de Cristo
Es muy estrecha la relación existente
entre la -> liturgia y el misterio de Cristo. La liturgia es, en efecto, una realización especial del misterio de Cristo (1); el fundamento de dicha realización está constituido por la presencia real y eficaz de Cristo en la liturgia (2). Se trata de elementos tan determinantes, que la liturgia misma se califica como cristocéntrica (3), y se establece un especial vínculo entre liturgia y cristología o cristologías (4).
1. LA LITURGIA,
REALIZACIÓN
ESPECIAL DEL MISTERIO DE CRISTO. a) La realidad del misterio de Cristo en la liturgia. El misterio de Cristo es eterno. Concebido en el principio en la mente de Dios, manifestado de diferentes modos en el AT, revelado perfectamente en la plenitud de los tiempos, que ha coincidido con el comienzo de la era escatológica, perpetuado en la iglesia hasta su definitivo cumplimiento escatológico, este misterio recibe una eficaz expresión eclesial en la liturgia. La persona y la acción redentora de Cristo continúan influyendo en la iglesia, en la humanidad, en el cosmos, sobre todo por medio de la liturgia.
Ésta, por expresa voluntad
de Cristo, es irradiación especial de su presencia y de su acción, realización especial, representación, reactualización de su misterio de salvación para la santificación de los hombres y la glorificación de Dios. En efecto, "se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realiza la santificación del hombre, y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (SC 7). Es la doble dimensión del misterio de Cristo —la descendente (la santificación de los hombres) y la ascendente (la glorificación de Dios)— , de la cual participa la liturgia; la cual, por tanto, viene a encontrarse sólidamente inserta en el misterio de Cristo.
Por consiguiente, la liturgia viene a
formar parte de la misma historia sagrada, historia de salvación, con la que se identifica el misterio de Cristo, misterio de salvación. La liturgia tiene así una dimensión estrictamente histórico-salvífica [-> Historia de la salvación], colocándose exactamente en esa tercera fase de la historia sagrada que sucede a la fase preparatoria (del AT) y a la fase cristica (la vida histórica de Jesús) y precede a la estrictamente escatológica.
Esta tercera fase se llama
cristiana, eclesial o místico-sacramental. En efecto, es la fase que se realiza en la sociedad de los cristianos, es decir, en la iglesia, a través de ese conjunto de misterios o sacramentos (en sentido amplio) que es cabalmente la liturgia. En esta tercera fase de la historia sagrada, sobre todo en virtud de la liturgia, el misterio de Cristo se identifica de modo especial con el misterio de la iglesia.
b) La liturgia memorial.
La comprensión de la especial identificación del misterio de Cristo con el misterio de la iglesia producida en la liturgia queda facilitada por el recurso a la categoría de -> memorial aplicada a la liturgia. Esta, considerada en su conjunto o en cada uno de sus elementos, es memorial del misterio de Cristo. El término memorial (en hebreo zikkaron) ha de tomarse en su rico significado bíblico de recuerdo ritual de un acontecimiento del pasado, que hace presente dicho acontecimiento, orientado hacia su plena realización en el futuro. Esto vale también para la liturgia, en cuanto que recuerda ritualmente (a través de los ritos) el misterio de Cristo, lo hace presente y eficaz, a la espera de su completa actualización escatológica. Y esto sucede en la iglesia, en beneficio de la misma iglesia, para su continuo crecimiento y edificación, para su configuración e identificación con Cristo cada vez más plenas. Este es el significado pleno del memorial del misterio de Cristo celebrado por la liturgia en la iglesia y para la iglesia.
c) La liturgia sacramento.
De estas observaciones resulta que existe una admirable conexión entre las tres grandes realidades del plan salvífico divino: Jesucristo, la iglesia, la liturgia. Hay que subrayar, en particular, uno de los fundamentos de tal conexión: la estructura sacramental común a las tres realidades. Jesucristo es el sacramento primordial y fontal de la salvación; la iglesia es el "sacramento universal de la salvación" (LG 48) que ha brotado del costado de Cristo dormido en la cruz (cf SC 5); la liturgia es el sacramento global de la salvación estrechamente vinculado con Cristo y con la iglesia". También aquí hay que precisar el significado del término -> sacramento. Dicho término, "(que corresponde al vocablo de origen griego misterio), se entiende en el amplio y tradicional significado patrístico-litúrgico de signo que contiene, manifiesta y comunica realidades sobrenaturales. Este es el significado primitivo del término sacramento, usado luego por los teólogos de la escolástica para indicar solamente los siete mayores y principales signos eficaces de la santificación. La teología contemporánea y el Vat. II han acreditado de nuevo el rico significado primitivo del término, que permite presentar en una maravillosa síntesis la obra de la salvación. Toda la economía de la salvación es sacramental en Jesucristo, en la iglesia y en la liturgia. Economía intrínsecamente sacramental en sus diferentes fases de realización y que... implica una admirable continuidad, o, mejor, una inescindible unidad de las realidades que la componen" 23: Jesucristo (el gran sacramento de Dios y del encuentro de la humanidad con Dios), la iglesia (sacramento de Cristo), la liturgia (sacramento de la iglesia y de Cristo). Así pues, la liturgia realiza el misterio de Cristo al realizarse a sí misma como memorial y sacramento de tal misterio.
d) Modalidades de la representación del misterio.
Es legítimo plantearse una pregunta: ¿Cómo se nos presenta el misterio de Cristo realizado por la liturgia? Un examen a fondo de la compleja realidad litúrgica permite responder claramente: en la liturgia el misterio de Cristo se nos presenta tanto en su globalidad como en sus diversos elementos. La globalidad del misterio de Cristo no la anula la consideración de sus elementos particulares; ésta la tiene siempre en cuenta, recibiendo de ella luz y solidez.
Hay que tener presente este
principio cuando del misterio de Cristo la liturgia acentúa ora el aspecto personal (la persona de Cristo: cristología en sentido estricto), ora el aspecto soteriológico (la obra de salvación realizada por Cristo: soteriología). Esto es válido también para los innumerables títulos cristológicos y soteriológicos con los que la liturgia se refiere a Jesucristo para arrojar luz sobre su persona y sobre su obra (Verbo de Dios, Hijo de Dios, mediador, redentor, sacerdote...). Dígase otro tanto cuando la liturgia se refiere directamente a uno de los tres grandes elementos del misterio de Cristo, ora a la preexistencia del Verbo, ora a su kenosis, ora a su glorificación, hablando de cada uno de ellos bien globalmente, bien teniendo en cuenta sus diferentes partes. Piénsese, por ejemplo, en los episodios de la vida histórica de Cristo que se presentan a lo largo del curso del 1 año litúrgico, otros tantos misterios del único gran misterio de Cristo. Amplíese el razonamiento a las diferentes cuestiones relativas al Jesús de la historia y al Cristo de la fe, que repercuten en la liturgia y encuentran en ella su síntesis en la afirmación de la identidad del Jesús de la historia y del Cristo de la fe.
Hay que señalar que, dentro de esta
rica y orgánica representación-realización del misterio de Cristo que nos ofrece la liturgia, goza de una posición privilegiada el gran acontecimiento de la pascua de Cristo (muerte y resurrección) [1 Misterio pascual]. ¡Y con toda razón! Enefecto, la pascua de Cristo constituye el centro de todo su misterio. Con este elemento central del misterio de Cristo enlaza, a modo de justificación suya, la realidad del ejercicio del sacerdocio de Cristo, del ejercicio global de tal sacerdocio: tanto el desempeñado por él durante su vida terrestre, sobre todo en el momento culminante de la muerte gloriosa, como el desempeñado después de su entrada gloriosa en el cielo. En esta globalidad de ejercicio del sacerdocio de Cristo encuentra su fundamento el ejercicio del sacerdocio de la iglesia. Nótese también que la liturgia realiza el misterio de Cristo poniendo de relieve la dialéctica trinitario-cristológica que le es propia.
2. LA LITURGIA, PRESENCIA
ESPECIAL DE CRISTO. Las consideraciones hechas hasta ahora sobre la liturgia como realización del misterio de Cristo nos han hecho ver sólo algunos aspectos de la relación existente entre la liturgia y el misterio de Cristo. Para arrojar plena luz sobre ella se necesita una ulterior profundización. Hay que ilustrar sobre todo el verdadero tema central de nuestra cuestión: la presencia de Cristo en la liturgia. Las aclaraciones que ofreceremos al respecto harán comprender mejor todo lo dicho sobre la liturgia como realización del misterio de Cristo, porque nos indicarán el verdadero fundamento de la realización del misterio de Cristo efectuada por la liturgia, en particular de su eficacia.
El tema de la presencia de Cristo
en la liturgia se ha conocido en la iglesia desde sus orígenes, por más que sólo en las últimas décadas se haya tratado de darle una formulación científica. Objeto de la fe viva y espontánea de las primeras generaciones cristianas, ha estado sucesivamente expuesto a las cambiantes vicisitudes de los otros grandes temas de la cristología, viéndose también élsujeto a opacidad y a reducciones. Así, por ejemplo, después de las controversias eucarísticas medievales se puso de relieve un aspecto particular del tema, el de la presencia real de Jesús en la eucaristía.
Sólo después de consolidarse
el -> movimiento litúrgico contemporáneo se ha reanudado el tema en toda su amplitud y profundidad. Es mérito indiscutible de Odo Casel (+ 1948) haberlo propuesto de nuevo a la atención de los teólogos y haberlo convertido en un tema decisivo del desarrollo del renacimiento litúrgico de la iglesia. De esta forma, el tema ha sido acogido, aunque sin una verdadera profundización doctrinal, en autorizados documentos del magisterio, como la encíclica Mediator Dei, de Pío XII (20-11-1947), y la constitución Sacrosanctum concilium (SC), del Vat. II (4-12-1963). En concomitancia con dichos documentos y con posterioridad a los mismos, ha continuado el estudio verdaderamente científico del tema. Nos proponemos presentar en dos puntos sus líneas esenciales: la presencia de Cristo en las acciones litúrgicas y la reactualización de las acciones históricas salvíficas de Cristo.
a) La presencia de Cristo en las acciones litúrgicas.
Para una primera presentación de la temática nos remitimos al conocido texto, fundamental en este asunto, que se contiene en la citada constitución SC. En ella, después de la exposición de la obra de la salvación comenzada por Cristo durante su vida terrestre y continuada por él en la iglesia (cf SC 5-6), se dice: "Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en lácruz 25, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20)" (SC 7). Esta doctrina exige toda una serie de aclaraciones.
Noción genérica de presencia.
Los autores reconocen la dificultad de dar una definición exacta de presencia, válida para todos los casos, sobre todo cuando del plano puramente humano se pasa al divino, como en nuestro caso particular de la presencia de Cristo, Dios-hombre, a los hombres. Generalmente, por presencia se entiende la relación real existente entre dos o más seres que están cercanos entre sí por cualquier título o fundamento real. Se realiza de modo diferente según la naturaleza de los seres entre los que se establece la relación (por ejemplo, entre un ser espiritual y un ser corporal, entre dos o más espíritus encarnados o personas encarnadas). Además,_las presencias son tantas cuantos son los fundamentos reales de la cercanía; las presencias son tanto más reales y perfectas cuanto más perfecto es el fundamento de su relación de contacto o de cercanía.
El sujeto de la presencia de que hablamos
es Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, Dios-hombre. El Verbo de Dios ha asumido, en la plenitud de los tiempos, la naturaleza humana. Así ha podido, hecho mediador entre Dios y los hombres, realizar la obra de la redención, sobre todo mediante el misterio pascual de su pasión, resurrección y ascensión. Dice santo Tomás de Aquino: "Cristo ha realizado la obra de nuestra salvación en cuanto que era Dios y hombre: a fin de que en cuanto hombre padeciese para nuestra redención, y en cuanto Dios su pasión fuera salvadora para nosotros" (Contra gens. 4,74). El mismo Verbo encarnado sigue realizando la obra de la redención, después de su ascensión, haciéndose presente en la iglesia, especialmente en la liturgia. En el Verbo encarnado, presente en la iglesia y en la liturgia, la humanidad asumida (alma y cuerpo) es considerada en su actual estado glorioso de existencia, que tiene su fundamento en el misterio pascual realizado durante su vida terrena. No se sigue de ahí ninguna oposición entre el Cristo glorioso y el Cristo histórico, porque en el Cristo glorioso, como veremos mejor a continuación, está siempre presente todo su pasado histórico. Además, en la presencia de Cristo en la liturgia hay que distinguir entre lo que es propio de Cristo como Dios y lo que le es propio como hombre, dado que en la única persona del Verbo encarnado, en el único sujeto agente (principium quod), hay dos naturalezas, la divina y la humana, y por tanto un doble principio de acción (principium quo operationes).
Título de la presencia.
Jesucristo está presente en la iglesia como cabeza suya. Por el mismo título está presente en la liturgia. En efecto, la presencia de Cristo en la liturgia es un aspecto particular de su presencia en la iglesia. Se pueden reducir a tres las funciones que competen a Cristo como cabeza de la iglesia: la sacerdotal, la real y la profética. La presencia de Cristo en la liturgia se caracteriza por un ejercicio especial de su función sacerdotal. Precisamente por eso "se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo" (SC 7). Esto no quiere decir que el ejercicio de la función sacerdotal llevado a cabo por Cristo en la liturgia debe ser separado del ejercicio de la función real y de la función profética. En efecto, la persona de Cristo y su misión han de considerarse siempre en su integridad y globalidad, aunque sigue siendo necesario distinguir los diferentes aspectos para una más plena comprensión del misterio.
Variedad y multiplicidad de los modos de presencia.
La presencia de Cristo en la liturgia es varia y múltiple. Pretendemos hablar de la variedad y multiplicidad fundadas en la diversidad de los signos litúrgicos que aparecen en cada una delas acciones litúrgicas y en los que se realiza la presencia de Cristo. Los principales son la -> asamblea, el ministro [-> Ministerio], la proclamación de la palabra [-> Celebraciones de la palabra, -> Biblia y liturgia], la -> oración, los -> elementos constitutivos de los -> sacramentos y de los -> sacramentales. Todos estos diferentes modos de la presencia de Cristo en la liturgia, vinculados a la diversidad del signo litúrgico, han de referirse al modo como Cristo está presente, glorioso, en el cielo. Sólo éste es el modo primario y propio de existencia de Jesucristo después de la ascensión; respecto a este modo, los que se dan en la liturgia, comprendido el eucarístico el principal entre los modos litúrgicos— son secundarios.
Para la plena comprensión del tema
de la variedad y multiplicidad de los modos de la presencia de Cristo en la liturgia se requiere alguna otra explicación. El tema ha de desarrollarse teniendo en cuenta una doble distinción: la ya recordada entre lo que en la presencia de Cristo en la liturgia es propio de Cristo como Dios y lo que es propio de Cristo como hombre; la distinción entre presencia sustancial y presencia operativa ". Consideramos suficiente la siguiente síntesis:
1. La presencia de Cristo Dios en la liturgia es doble:
sustancial (por esencia física, ontológica) y operativa (por causalidad eficiente). aa) La presencia sustancial se distingue en: sustancial natural, aquella por la que Dios está presente en todas las criaturas por su infinidad e inmensidad (cf S. Th. I, q. 6, a. 3 c); sustancial sobrenatural por simple inhabitación, aquella por la que Dios habita por medio de la gracia en cada justo; sustancial sobrenatural por unión hipostática, la que resulta de la asunción de la naturaleza humana en unidad de persona por parte del Verbo; ésta, que se realizó en el momento de la encarnación, perdura actualmente en el cielo; se produce también en la tierra en la -> eucaristía, elemento central de la liturgia. Las dos primeras presencias sustanciales, natural y sobrenatural por simple inhabitación en las criaturas, competen a Cristo Dios en común con las otras dos personas divinas, por seguirse de las operaciones divinas externas (ad extra: la creación y la justificación). La presencia sustancial natural se encuentra en todas las criaturas independientemente de la liturgia. La presencia sustancial sobrenatural por simple inhabitación, que se da en todos los que viven en gracia, se acrecienta por un título especial, a saber: en virtud de la liturgia, en aquellos que participan debidamente en la misma. bb) La presencia operativa se distingue en: operativa natural (aquella por la que Dios obra en el orden natural; está en estrecha relación con la presencia sustancial natural), operativa sobrenatural (aquella por la que Dios obra en el orden sobrenatural). Esta doble presencia operativa se da también, y por un título especial, en la liturgia, esto es, en las personas y en las cosas en que se realizala liturgia; también ésta le compete a Cristo Dios en común con las otras dos personas divinas, por estar en el campo de las operaciones divinas externas. Hay que adscribirla al orden de la causalidad eficiente principal física en cuanto que Dios obra por sí mismo (causalidad principal) con influjo físico (causalidad física).
2. También la presencia de Cristo
hombre en la liturgia es doble: sustancial y operativa (ambas en el orden sobrenatural). aa) La presencia sustancial se realiza exclusivamente en la eucaristía. bb) La presencia operativa se da en todos los elementos de la liturgia, incluida la eucaristía. Esta presencia ha de adscribirse al orden de la causalidad eficiente, principal o instrumental, física o moral, según los casos. A modo de ejemplo, reproducimos el conocido texto de santo Tomás en que se habla de la causalidad de los sacramentos: "Cristo produce el efecto interior de los sacramentos en cuanto Dios y en cuanto hombre, pero de modo diverso. En efecto, en cuanto Dios obra en los sacramentos como causa suprema. Por el contrario, en cuanto hombre produce los efectos interiores de los sacramentos como causa meritoria y eficiente, pero instrumentalmente. En efecto..., la pasión de Cristo, sufrida por él según la naturaleza humana, es causa meritoria y eficiente de nuestra salvación: no como causa agente principal, o suprema, sino como causa instrumental, en cuanto que su humanidad... es instrumento de la divinidad. No obstante, al ser la naturaleza de Cristo un instrumento unido hipostáticamente a la divinidad, tiene... cierta superioridad y causalidad sobre los instrumentos separados, que son los ministros de la iglesia y los sacramentos. Por eso, como Cristo en cuanto Dios tiene sobre los sacramentos poder de autoridad, así en cuanto hombre tiene sobre ellos poder de ministro principal, o sea, poder de excelencia" (S. Th. III, q. 64, a. 3 c).
Características de la presencia.
1) Es única, aunque se realiza de varios y múltiples modos. En efecto, es única la persona del Verbo encarnado, sujeto agente principal de la liturgia. Esta presencia única tiene varios aspectos, asume diversas formas y grados de intensidad. Los diferentes elementos en que se expresa son elementos reveladores o aspectos prismáticos de una sola presencia ". Más aún, precisamente porque son aspectos diferentes de una única presencia y por el hecho de que se dan a menudo en la misma acción litúrgica, se cruzan, se atraviesan y se compenetran de tal modo que puede ser peligroso o perjudicial tratar de aislarlos o separarlos. Se trata en realidad de modos complementarios de la única presencia del Cristo glorificado. Se completan mutuamente, sea porque cada modo más perfecto supone e incluye los modos menos perfectos, sea porque cada modo de presencia da a los modos precedentes un significado y, en cierta medida, una eficacia más grande ". Sin embargo, al distinguirse los diferentes modos de la única presencia por notas totalmente propias, se suele hablar también de varias presencias, correspondientes a los diferentes modos de presencia. 2) Es real. Es decir, es verdadera y efectiva. Ello es válido de modo particular para la presencia de Cristo en la eucaristía. Pero ésta, advierte justamente Pablo VI, "se llama real no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, ya que es sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e integro"". 3) Es sacramental. En efecto, se ejerce a través de los diferentes sacramentos (tomados en el sentidoamplio de signos de realidades sobrenaturales), que componen el sacramento total de la liturgia. Obsérvese también aquí que la presencia de Cristo en la eucaristía es sacramental por antonomasia, al ser la eucaristía el sacramento por excelencia. 4) Es personal. Cristo, en efecto, está presente en la liturgia "no como una idea abstracta, sino como una persona viva y como una fuerza viva que emana de una persona viva"". De ahí se sigue que es también personal la relación que se llega a establecer entre Cristo y los fieles en la liturgia, al realizarse la misma en una comunicación entre personas, de modo insuperablemente personal'.
Completemos este cuadro
recordando que la presencia de Cristo en la liturgia puede ser también permanente o transitoria. Es permanente la presencia de Cristo en la eucaristía, pues perdura fuera de la celebración de la misa mientras perduran las especies eucarísticas. En cambio, las otras presencias de Cristo en la liturgia, prescindiendo de sus efectos, son transitorias, es decir, dependen del desenvolvimiento de las diferentes celebraciones durante las cuales se realizan, y cesan al cesar éstas.
b) La reactualización de las acciones
históricas salvíficas de Cristo. Este segundo punto está íntimamente conectado con el primero. Jesucristo se hace presente en las acciones litúrgicas para que en ellas se reactualice, en favor de los hombres, el misterio de la salvación que ya realizó históricamente.
También aquí podemos comenzar nuestro
examen remitiéndonos a la enseñanza del Vat. II. La constitución SC, si bien en el preciso contexto del año litúrgico, dice que la iglesia, al recordar los misterios de la redención, "abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (n. 102) ". Se afirma claramente que se hacen presentes en todos los tiempos los misterios de Cristo (los diferentes aspectos del único misterio de Cristo) en beneficio de los fieles. ¿Cómo sucedió esto? ¿De qué modo se reactualizan en la liturgia las acciones históricas salvíficas de Cristo, ya pasadas, permitiéndoles que continúen ejerciendo todavía, en el hoy de la iglesia, su influjo en el mundo? Este es el verdadero nudo de la cuestión de la presencia de Cristo en la liturgia. No se trata de una cuestión nueva en la iglesia.
Se hallan alusiones a dicha cuestión ya
en la antigüedad en varios padres, a partir del s. iv, y en los i libros litúrgicos. La resuelven con afirmaciones genéricas sobre la permanencia de la virtud de las acciones históricas salvíficas de Cristo en las celebraciones, litúrgicas. Posteriormente los estudiosos ignoran casi por completo la cuestión. Constituye una notable excepción santo Tomás de Aquino con su doctrina fundamental sobre la perenne causalidad instrumental salvífica de la humanidad de Cristo, es decir, de los acontecimientos de su vida terrena.
Los estudios de Odo Casel
(+ 1948) y su doctrina de los misterios (Mysterienlehre) [l Misterio] han despertado un notable interés por el tema. El punto central de tal doctrina es que las acciones litúrgicas (los misterios del culto) hacen presente de nuevo, aunque sólo sea en su sustancia, los actos históricos salvíficos ya pasados de Cristo. Según los estudiosos, Casel no explica suficientemente cómo los actos históricos de Cristo, vinculados a un determinado tiempo y espacio, y por tanto acabados y pasados ya, pueden ser hechos presentes de nuevofuera de su tiempo y de su espacio. La intuición de Casel ha sido recogida sucesivamente por otros teólogos, oportunamente corregida y enlazada con la enseñanza de santo Tomás de Aquino.
Varios autores recientes se fundan en
general en el hecho de que Cristo es al mismo tiempo Dios y hombre (teandrismo). De ahí deducen que los actos históricos de Cristo son indivisiblemente actos del Hijo de Dios. Por tanto, no están sujetos al límite del tiempo y del espacio, y se los puede hacer de nuevo presentes siempre y por doquier. Más precisamente se fundan en la doctrina tomista de la permanencia virtual de los actos históricos salvíficos en Cristo glorificado. Estos actos están informados por una virtud divina. Precisamente esta virtud divina, de la que fue y sigue siendo instrumento la humanidad de Cristo, es la que se hace presente en todos los tiempos y lugares.
En particular, se afirma de la pasión
del Señor: "El acto cruento que ha reconciliado a Dios y al mundo estaba inmerso en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, obraba en virtud de la divinidad que le estaba unida. Por medio de ella podía participar en la eternidad y en la ubicuidad divina, como el instrumento participa en la dignidad de la causa principal. La moción de la divinidad confería a este acto transitorio y localizado un influjo instrumental capaz de alcanzar toda la sucesión del tiempo y toda la amplitud del espacio" 40. Se afirma también que el misterio redentor de Cristo es como una realidad eternamente actual. Se relaciona su actualización en los sacramentos con el hecho de que "hay ya en los actos históricos de redención de Cristo un elemento de perennidad o de duración, un elemento transhistórico, que se sacramentaliza en un hecho terrestre, con su tiempo propio, en un acto visible de la iglesia".
Recurriendo además a la doctrina
tomista de los efectos de la visión beatífica, se va todavía más allá. Aun dando el justo relieve a la virtud divina presente en los acto s históricos de Cristo, se admite que éstos, incluso sólo en cuanto humanos, contienen un elemento permanente que es hecho de nuevo presente en la liturgia. Se parte del principio tomista según el cual quien goza de la visión beatífica está ya fijo en la eternidad, participa de la eternidad, dominando así el desenvolverse del tiempo. Este fue el caso de la humanidad de Cristo ya durante su vida terrena. Hubo en sus actos, "además del desenvolverse en el tiempo del elemento exterior y del elemento interior en cuanto producto del psiquismo humano, un contenido permanente, es decir, el acto de la visión y el acto de caridad derivante de la visión. Este acto inmóvil de caridad beatífica, por el que Cristo quiso y mereció nuestra salvación, fue el alma del sacrificio redentor y de todos los demás misterios realizados en la carne del Salvador. Este se expresó o se manifestó sin renovarse, sino como acto permanente, en todos los actos de Cristo durante su vida mortal... Este es el elemento permanente que explica la actualidad del contenido de los misterios litúrgicos: este mismo acto de ofrecimiento estable, que se manifestaba en los actos históricos de nuestra salvación y se expresa todavía ahora, bajo otra forma, en la liturgia celeste celebrada por Cristo glorioso, se manifiesta también en los misterios de la liturgia de la iglesia terrestre. Es el mysterion de los actos salvíficos..: A través de los misterios alcanzamos el acto salvífico histórico, sea en sí mismo en cuanto a su elemento permanente, sea por virtud divina respecto a lo que de él ha pasado con el tiempo.
Hay que subrayar la consoladora
consecuencia, ya recordada, de la reactualización de los misterios de Cristo realizada en la liturgia: los fieles entran en contacto con ellos y participan en la salvación contenida en los mismos. Cada misterio de Cristo ha sido un acto salvífico; es decir, ha sido eficaz para nuestra salvación comunicándonos una gracia que le es propia. Cada misterio de Cristo sigue siendo acontecimiento salvífico y sigue comunicándonos la gracia que le es propia, sobre todo en su celebración litúrgica. En particular, es la eucaristía la que obtiene este efecto. De hecho, mediante la eucaristía se establece una especial relación del fiel con la persona misma del Verbo encarnado, en la que subsisten y perduran todas las acciones, todas las disposiciones vitales, todos los estados de la obra salvífica realizada por él durante su vida terrena. Es en su plena reactualización litúrgica, la eucaristía, donde cada uno de los misterios de Cristo adquiere una particular eficacia en el contexto de la eficacia global de todo —el único— misterio de Cristo.
El estudio de la estrecha relación
existente entre la liturgia y el misterio de Cristo recibe un desarrollo ulterior a partir del examen de dos cuestiones bien precisas: el cristocentrismo de la liturgia y las relaciones entre la liturgia y la cristología o cristologías.
3. LITURGIA -
CRISTOCENTRISMO.
El puesto central de Jesucristo en el misterio de Dios (cristocentrismo) reverbera con reflejos totalmente propios en la liturgia, de tal modo que con justicia se califica a ésta de cristocéntrica. La liturgia cristiana es tal no sólo porque tiene en Cristo su divino fundador, sino también, y sobre todo, porque Cristo es su centro.
a) Cristo, sujeto del culto.
El cristocentrismo de la liturgia encuentra su fundamento ante todo en el hecho de que Cristo es el sujeto principal del I culto que se tributa a Dios en la liturgia. Como ya hemos visto, el misterio de Cristo está particularmente presente y operante en la liturgia (cf SC 7; 35,2). Cristo es la primera gran realidad litúrgica. Su persona y su acción constituyen el polo de irradiación de la sacramentalidad de la liturgia. Con Cristo están relacionadas, en Cristo convergen, de Cristo dependen y reciben eficacia todas las demás realidades litúrgicas.
Todo en la liturgia está
centrado en Cristo, único, sumo y eterno sacerdote. Cristo es, en efecto, el único mediador entre Dios y los hombres (cf 1 Tim 2,5); Cristo está constituido sacerdote por la gracia sustancial de la unción hipostática; Cristo es la fuente de todo l sacerdocio, al ser el sacerdocio de la antigua alianza una simple prefiguración del sacerdocio de Cristo, y el de la nueva alianza la prolongación, la derivación, la participación en el mismo sacerdocio de Cristo (cf S. Tb. III, 22, a.4); Cristo ejerce su sacerdocio en la liturgia como perfecta continuación del ejercido durante su vida mortal, como reflejo particular y pleno del ejercido en el cielo.
De este modo Jesucristo es
el ministro principal, aunque invisible, de la liturgia; se hace presente en los otros ministros secundarios y visibles, que, como instrumentos en sus manos, obran en dependencia de él y dan visibilidad a su obra invisible. Por eso la liturgia es sobre todo acto de Cristo, cabeza de la iglesia. "... Es precisamente él [Cristo] quien bautiza..., absuelve, une, ofrece, sacrifica, por medio de la iglesia. "cuando la iglesia administra con rito exterior los sacramentos, es él [Cristo] quien produce el efecto interior (S. Tb. 111, 64, a.3). "Si bautiza Pedro, es él [Cristo] quien bautiza; si bautiza Pablo, es él quien bautiza; si bautiza Judas, es él quien bautiza" (san Agustín, Trad. VI sobre el evangelio de Juan 1,7: PL 35, 1428). Gracias precisamente al puesto central de Cristo en la liturgia alcanza ésta el doble objetivo de santificar a los hombres y de dar a Dios el culto debido.
La iglesia apela a este puesto central
cuando al final de cada oración interpone la mediación de Cristo: "Por nuestro Señor Jesucristo...", "Por Cristo nuestro Señor". Del mismo modo, al término de la plegaria eucarística eleva su alabanza al Padre diciendo: "Por Cristo, con él y en él...". La máxima expresión de tal puesto central de Cristo en la liturgia se da en la celebración litúrgica por excelencia, la eucarística, en la que Cristo se hace presente de modo particular como sacerdote en la persona del ministro visible para ofrecerse en sacrificio al Padre con la fuerza del Espíritu Santo. El ofrecimiento sacrificial de Jesús en la celebración eucarística se lo apropia la iglesia, que une el ofrecimiento de sí misma al de Cristo. A este ofrecimiento de Cristo y de la iglesia se orientan todas las demás celebraciones litúrgicas y todas las actividades del pueblo de Dios, por lo que viene a constituir verdaderamente la más expresiva y rica actualización del misterio de Cristo.
b) Cristo, término del culto.
El puesto central de Cristo en la liturgia queda particularmente subrayado cuando se considera que Jesucristo, además de sujeto del culto elevado a Dios por la iglesia, su cuerpo místico, en la liturgia, es también su término. En efecto, el culto de la iglesia tiene como término propio las tres divinas personas, aunque se atribuye por apropiación al Padre. También a Jesucristo, Dios-hombre, le llega, en unidad con el Padre y con el Espíritu Santo, el culto de la iglesia. Ella "invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno" (SC 7). Jesucristo es, pues, al mismo tiempo el término del culto de la iglesia y el camino por el que dicho culto llega a Dios. "... Cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos separación con el Hijo,. y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro" (san Agustín, Comentario al salmo 85,1; CCL 39,1176; OGLH 7). Desde la más remota antigüedad ha dirigido la iglesia su oración a Cristo.
c) Cristo y el año litúrgico.
Otro aspecto particular del puesto central de Cristo en la liturgia: es el centro del I año litúrgico. Baste pensar en el relieve que tiene en este último la celebración de la pascua semanal cada l domingo y de la pascua anual en el sacro -> triduo pascual (cf SC 102; 106). La gran realidad central de la cristología, la pascua de Cristo, recibe así el máximo relieve en la estructuración del año litúrgico, como, por otra parte, en todas las celebraciones. Y la celebración de la pascua sigue estando en el centro de la atención de la iglesia en el decurso del año litúrgico, durante el cual distribuye ella la celebración de los demás misterios de Cristo, íntimamente vinculados con su pascua (SC 102). El mismo culto de la Virgen Santísima [-> María] y de los I santos está subordinado y vinculado al culto de Cristo, profundamente inserto en la trama esencialmente cristológica del año litúrgico (cf SC 103;104).
Nótese bien:
cuando se dice que Cristo es el centro del año litúrgico no se pretende presentar a Cristo como un elemento del que el año litúrgico recibe solamente consistencia material y decoro exterior. Se quiere más bien subrayar que el año litúrgico asume el importante papel de memorial representativo del misterio de Cristo para la salvación de los hombres. El año litúrgico "es Cristo mismo que vive siempre en su iglesia.
Así pues, desde cualquier puntp que
se considere la liturgia, ésta se nos presenta siempre centrada en Cristo. Al ser Cristo centro, compendio, coronamiento de la economía salvífica, lo es también de la liturgia, que es expresión privilegiada de la economía salvífica °'. Admirable expresión de tal puesto central de Cristo en la liturgia es la mayestática imagen de Jesucristo, representado a menudo como pantocrátor, colocada en el arco central o en el ábside de tantas iglesias. Esta es una de las formas del rico y variado lenguaje con que la liturgia traduce el gran misterio del puesto central de Cristo en el mundo y de la recapitulación de todas las cosas en él (cf Ef 1,9-10; Col 1,20. Cf también Ef 1,20-23; Flp 2,9-11; Col 1,15-19; Jn 1,1-18; Heb 1,3). Para la liturgia, Cristo es en verdad "el corazón del mundo" la clave de lectura de todos los acontecimientos del vivir cotidiano.
En las décadas que precedieron
al Vat. II, el cristocentrismo fue la motivación decisiva de la renovación eclesial y, sobre todo, del movimiento litúrgico ° También hoy la exacta valoración del cristocentrismo de la liturgia ayudará a identificar las líneas directrices de la renovación litúrgica, para que se pueda realizar por medio de él el salto cualitativo que, como consecuencia de la reforma querida por el concilio, lleve alos fieles a vivir la liturgia en espíritu y en verdad. Por otra parte, sólo una liturgia verdadera y plenamente centrada en Cristo podrá ofrecer la mejor respuesta a tantos interrogantes como plantea la cristología al hombre de hoy. La adhesión plena al único liturgo, Cristo, y a la única liturgia cuyo centro es Cristo, creará el clima de optimismo y de esperanza necesarios para que el hombre consolide, aunque entre esfuerzos y sufrimientos, el reino de Dios inaugurado por Cristo con su pascua.
4. LITURGIA - CRISTOLOGÍA O
CRISTOLOGÍAS.
a) Reseña histórica. La liturgia realiza de modo enteramente especial el misterio de Cristo, que es objeto de esa ciencia particular que es la cristología. Por tanto, la liturgia viene a tener una especial relación con la cristología o las cristologías. Esta relación ha sido, generalmente, un elemento constante de la historia de la iglesia. Las modalidades de su ejercicio han estado regidas, ordinariamente, por el principio de la dependencia de la liturgia respecto de la cristología. Bastará una breve reseña para proporcionarnos los datos más característicos de la cuestión.
Las primeras comunidades
cristianas profesaron en las celebraciones litúrgicas su fe en Jesucristo, considerado al mismo tiempo como Jesús de Nazaret y Cristo Señor. Esta fe ha tenido su rica y genuina expresión en distintos textos litúrgicos (confesiones de fe, himnos). Así es como la liturgia vino a ser como la matriz de los textos cristológicos de los escritos neotestamentarios y, por tanto, de la cristología naciente. Nótese, entre otras cosas, cómo la frecuencia del título Señor en la literatura del NT es un reflejo del uso ,de este título en la liturgia. Merece subrayarse que la relación entre liturgia y cristología vino a establecerse en la iglesia desde el comienzo, y que en este primer período fue la liturgia la que influyó en la cristología.
Posteriormente, por el contrario,
fue la cristología la que influyó en la liturgia. Vemos así cómo a la orientación soteriológica de la cristología de los primeros siglos cristianos le corresponde en la liturgia el uso de términos preferentemente soteriológicos, con la acentuación de la mediación sacerdotal de Jesús. Cuando, por el contrario, se consolide más tarde una cristología de tendencia más bien ontológica, se tendrá como reflejo en la liturgia la tendencia a preferir términos ontológicos.
En el medievo se registra una
cierta independencia de la liturgia respecto de la cristología. Así, por ejemplo, es débil el influjo ejercido sobre la liturgia por la cristología menor, que tendrá en cambio una profunda resonancia en la devoción popular. Sólo del s. xvv en adelante aceptará la liturgia, sirviéndose precisamente de la mediación de la devoción popular, las adquisiciones más notables de la cristología menor.
Por lo que se refiere a la época moderna,
fuera del mencionado influjo de la cristología menor, no hay que registrar ningún otro influjo de la cristología sobre la liturgia. Más aún, se puede hablar de una separación cada vez más acentuada entre liturgia y cristología, consecuencia de las nuevas orientaciones culturales con que viene a encontrarse la fe cristiana.
b) El hoy de la situación.
Queda por ver cuál es el estado actual de las relaciones entre cristología y liturgia. Es necesario distinguir antes entre la cristología clásica, todavía hoy actual, y las llamadas cristologías contemporáneas.
Por lo que se refiere a las relaciones
entre la cristología clásica y la liturgia nos orientamos hacia una valoración de ellas cada vez mayor. En particular se pone de relieve la capacidad de la liturgia para superar los límites de la cristología clásica. Esto se pone especialmente en relación con la atención dirigida por la liturgia a la dimensión salvífica del misterio de Cristo en el contexto de toda la historia de la salvación, y con la gradual presentación-reactualización de la gesta histórica de Cristo llevada a cabo por la liturgia en el decurso del año litúrgico. De esta forma se considera a la liturgia como ambiente adecuado para una reformulación de la fe, especialmente de la fe en Cristo que salva.
Respecto a las relaciones entre
cristologías contemporáneas y la liturgia se nos plantea la cuestión de si las cristologías contemporáneas pueden ejercer un influjo válido en la liturgia en orden a una participación verdaderamente activa de los fieles. No podemos tratar detalladamente el asunto. Parece que puede decirse que las cristologías contemporáneas tienen en común, como principales elementos positivos, una presentación del misterio de Cristo que tiene en cuenta la sensibilidad del hombre de hoy, sobre todo de los jóvenes, y que presta una atención especial al Cristo histórico. Esto tiene su reflejo en el campo de la participación en la liturgia, celebración del misterio de Cristo. No obstante, hay que reconocer que no todas las cristologías son igualmente idóneas para favorecer una comprensión verdadera y vital de la liturgia. Se requiere, además, una especial cautela en la lectura de esas cristologías que, por su estructuración, suscitan graves reservas.
Al abordar, pues, en su conjunto
la cuestión de las relaciones entre cristología y liturgia en orden a una mayor profundización de las mismas, indicamos algunas líneas directrices hoy mayormente subrayadas. Se juzga ante todo necesario considerar la liturgia como la representación-reactualización de las acciones históricas salvíficas de Cristo. Estamos en la dirección indicada por Casel, que ha constituido, en las últimas décadas, una aportación decisiva a la cristología litúrgica. En consecuencia, se atribuye una gran importancia al puesto central del misterio pascual en la cristología y en la liturgia. El misterio de Cristo es misterio eminentemente pascual. La liturgia es una especial representación-reactualización del mismo. Este puesto central es fuente de unitariedad en el misterio total de Cristo y en la misma liturgia. Esto lleva a considerar el misterio de Cristo y la liturgia en su globalidad, evitando la fragmentariedad que deriva de un énfasis excesivo de los aspectos particulares del misterio y de las devociones correspondientes. Se pone también de relieve la humanidad de Cristo, ininterrumpidamente presente y activa en la iglesia y en la liturgia, pero no disociándola de su divinidad.
En fin, se muestra un gran interés
por el reciente desarrollo de los estudios patrísticos relativos a la cristología. Se subraya el gran relieve dado por los padres [-> Padres y liturgia] a la dimensión históricosoteriológica del misterio de Cristo. Y se considera que la liturgia tiene mucho que ganar con la valoración de tal planteamiento. Se juzga además importante la aportación de la cristología patrística para un conocimiento mayor de la liturgia. Se recuerda, en particular, cómo están estrechamente vinculadas con la cristología patrística la antigua -> eucologia litúrgica y la formación del año litúrgico. Se habla también de intercambio entre catequesis patrística cristológica y liturgia. El misterio de Cristo fue explicado por los padres durante las celebraciones litúrgicas en el marco de una amplia catequesis centrada en Cristo presente y operante en la liturgia; las celebraciones litúrgicas fueron y son el lugar privilegiado de una viva experiencia de la cristología patrística. Conclusión: el hombre responde a Cristo en la liturgia
Jesús nos pregunta sobre su identidad:
¿Quién soy yo? La liturgia, perenne reactualización del misterio de Cristo, nos permite dar una respuesta segura: Tú eres el Hijo de Dios, el Ungido por el Padre (Cristo), enviado a salvar a la humanidad (Jesús) en la fuerza del Espíritu Santo.
Es necesario, sin embargo,
participar consciente y activamente en la liturgia. Sólo si se cumple esta condición se puede conocer a Cristo en su real identidad y se puede establecer una verdadera relación personal entre nosotros y él que nos permite una viva y vital experiencia de Cristo, de su misterio, de la salvación de la que éste es portador. Gracias a esta rica experiencia litúrgica de Cristo puede decir cada fiel con plena verdad: "Oh Cristo..., yo te encuentro en tus sacramentos" (san Ambrosio, Apología del profeta David 12, 58: PL 14, 916). Cuanto más viva y vital es la experiencia litúrgica de Cristo, tanto más se ahonda su conocimiento. Y esto no puede no influir cada vez más profundamente en la vida de la iglesia y de cada uno de los fieles, suscitando en ellos las más variadas actitudes existenciales en relación con Cristo. Se confiesa a Cristo Señor presente y activo en la liturgia; se proclama la singularidad de la persona y de la obra de Cristo; se celebra a Cristo, reactualizando su misterio de salvación. La vida de la iglesia y del individuo recibe así orientaciones muy determinadas y múltiples, sobre todo una inserción cada vez más consciente y vital en el misterio de Cristo y una voluntad cada vez más decisiva de anuncio y actuación del misterio pascual de Cristo, a fin de que Dios, por medio de Cristo mediador, sea finalmente todo en todos (cf 1 Cor 15,28).
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Controversias respecto a los que niegan la naturaleza divina de Cristo JesúsVarias controversias importantes incluyen la existente con los arrianos sobre la divinidad de Cristo y su relación con el Padre, lo que llevó a la adopción del Símbolo Niceno-Constantinopolitano (Credo de Nicea-Constantinopla); también la controversia con el Nestorianismo, y aquella con el Monofisitismo (y sus variantes, el Monotelitismo y el Monoenergismo), que llevaron al primero de siete Concilios Ecuménicos y sus varios decretos, cánones y profesiones de fe. La adopción en el Concilio de Calcedonia del punto de vista Cristológico fue clave para el comienzo de la discusión cristológica. Otras controversias cristológicas incluyen la de los docetistas y la de los adopcionistas.Se pueden describir la mayoría de estos en términos de si ellos creían que Cristo tiene naturaleza divina, naturaleza humana o ambas; y de ser ambas, en términos de cómo ambas naturalezas coexisten o interactúan. Una de las más antiguas disputas en el cristianismo se centra en si Jesús es Dios. Un número de sectas cristianas primitivas creían que Jesús no era divino, sino simplemente un profeta, Moshiach humano, como está prometido en el Antiguo Testamento (ver, por ejemplo, Deuteronomio 18). Esta doctrina, originada en la comunidad judeo-cristiana en Nazaret, de Jesús como un simple profeta como está prometido en el AT, y en realidad sin Unidad con el Padre, como la segunda persona de la Trinidad, Dios verdadero y Hombre verdadero, se conoció como la herejía ebionita por parte de la ortodoxia que prevaleció. Las inclusiones de las genealogías de Jesucristo en Mateo 1,1-17 y en Lucas 3,23-28 se usaron para explicar la creencia de que Jesús es el Cristo en la línea de David. Una explicación alternativa es que las naturalezas de Cristo estaban en oposición una con la otra, que Jesucristo sólo tenía la ilusión de un cuerpo humano y que, por lo tanto, no tendría ancestros humanos. Esta doctrina parece ser que perteneció a los cristianos gnósticos, que después fueron calificados de herejes por las autoridades ortodoxas de la iglesia. La creencia de que Jesús era sólo humano también tiene oposición en Pablo de Tarso y también fue considerada herética, y las sectas mosaicas fueron prontamente sometidas por las iglesias ortodoxas, provocando que estas creencias disminuyeran grandemente. Una postura que tienen muchos que creen en el Binitarianismo es que Jesús era el Verbo, y por lo tanto Dios (Juan 1), antes de su nacimiento, y que no era completamente Dios mientras estuvo en la Tierra en el sentido de que no haría nada sobre esa naturaleza (Juan 5,19.30;8,28), y que Jesús se hizo completamente Dios luego de la resurrección con toda autoridad (Mateo 28,18) y poder de Dios como lo tenía antes de su Encarnación. Hoy en día esto se considera por la mayoría de la ortodoxia cristiana como una herejía moderna. El punto de vista de Calcedonia está resumido en el credo Niceno-Constantinopolitano, que fue aceptado ecuménicamente en el Concilio de Calcedonia. Este punto de vista indica que Cristo "posee dos naturalezas", divina y humana, que están unidas en una misma persona, Jesucristo, sin que ninguna de las naturalezas pierda sus propiedades ni su individualidad pero sin estar separadas. Este credo fue adaptado en este concilio, y fue influenciado en gran parte por el Tomo de León, que el papa León I envió para ser leído en este concilio. Es el dogma de las iglesias Católicas y Ortodoxas, y también es el punto de vista de la Comunión Anglicana (que no obliga dogmas), y de la gran mayoría de las iglesias Protestantes. Una de las doctrinas relacionadas en profundidad con la naturaleza de Jesús en la tierra es la de la kenosis. Otros puntos de vista disminuyen la extensión a la cual Jesús era divino, uno de los cuales es el del arrianismo, donde Cristo no es totalmente divino, sino que fue creado por Dios para el propósito de realizar la salvación. Controversias respecto a los que niegan la naturaleza humana de CristoEn cambio otras posturas proclaman que Jesús fue completamente divino pero no completamente humano. La postura estrictamente Monofisista establece que la naturaleza humana de Cristo se disolvía o era consumida por la divina, mientras que la postura monotelista establece que Cristo existe con una naturaleza híbrida, simultáneamente humana y divina, única en el universo. La postura Docetista establece que Cristo era nunca completamente humano, sino sólo aparentemente humano. El semi-docetismo niega parcialmente la humanidad, usualmente afirmando que Cristo no fue sujeto a tentación ni a ninguna debilidad humana de hambre, fatiga o miedo a la muerte.Otras posturas y controversias cristológicasOtras posturas aceptan la idea de Jesús como hombre, por ejemplo la postura nestoriana establece que lo divino, y lo humano, compartían el mismo cuerpo pero retenían dos separadas personalidades. La postura adopcionista establece que Jesús fue nacido como hombre, pero se convirtió en hijo de Dios por adopción al ser bautizado en el río Jordán. La postura del psilantropismo establece que Jesús es literalmente "solamente humano" y en ninguna forma divino.Existe también la postura Judío-Mesiánica de que Yeshuwah y YHWH son la misma entidad, y Roah haQodesh y 'Elohiym son partes separadas de Dios. YHWH aparece en el TaNaKh, mientras que Yeshuwah es la forma encarnada de YHWH en Briyth Chadasha. En esta postura, Yeshuwah nace completamente humano y se vuelve completamente Dios en su bautismo por Roah haQodesh (simbolizando nuestra inclusión en la familia de Dios en nuestro propio bautismo con Roah haQodesh). Puede incluso argumentarse que los católicos y calvinistas, que creen en un concepto estricto de pecado original también niegan completa o parcialmente la naturaleza humana de Cristo. El dogma católico de la inmaculada concepción de María es uno de varios dogmas implementados en el origen del dogma del pecado original. La mayoría de los que encarnacionistas citan el texto bíblico de Filipenses 2:6 y afirman que "Jesús existía en la forma de Dios antes de venir a la Tierra (Filipenses 2:6), lo que no implica que era igual a él". Sin embargo una lectura objetiva de ese texto deja en claro que el texto no menciona jamas que los acontecimientos que narra sucedieran antes del nacimiento de Jesús y es poco probable que los cristianos de origen judío a quienes fue dirigida la carta entendieran que el texto aludía a alguna forma de existencia previa. Dado que el texto no menciona lugar (el cielo según los encarnacionistas) o momento (antes de nacer según los encarnacionistas) dependemos del contexto para establecer estas dos realidades objetivas. El texto refiere a "Jesucristo". La mención de "Jesucristo" remite inmediatamente al lector Filipense al ser humano llamado Jesús y considerado Cristo (Mesías) por sus seguidores. Este Jesús tenía forma de Dios ante los hombres tal como la propia Biblia hebrea dice que Moisés tenía forma de Dios ante Faraón. ([Éxodo] 7:1,2) Pese a tal autoridad , Jesús se humilla como un esclavo tal como dice el texto "en su condición de hombre" y no en una condición previa a ser hombre. El hecho de que la palabra griega original "morphos" alude a autoridad, rango o categoría y no a naturaleza queda claro en el propio texto donde es empleada para referirse a "forma de esclavo" siendo que el ser esclavo no implica una naturaleza sino una categoría o rango. Este empleo de la palabra "morphos" era habitual en el griego koineé en el cual fue escrito el Nuevo Testamento. En la teología neo testamentaría , Jesús era el equivalente a Adán. Los judíos aguardaban el nacimiento en la tierra de un Mesías , profeta o líder humano enviado por Dios o nacido mediante intervención milagrosa de Dios y no el descenso de una criatura celestial pre existente. Los primeros cristianos identifican a ese Mesías con Jesús de Nazaret del cual se dice que era equivalente a Adán, el primer ser humano sobre el cual ningún grupo (excepto el mormonismo) considera pre-existente al nacimiento. 1 Corintios 15:21, 22). Jesús era completamente humano de acuerdo a las escrituras, y según sus seguidores no tenía la mancha del pecado heredado de Adán, por lo que no tenía ninguna tendencia propia de sí mismo al pecado, sino que tenía que ser impulsado por una fuerza externa para inducirle a pecar (Satanás el Diablo). El relato de las tentaciones de Jesús que aparece en el capítulo 4 de Mateo y en el capítulo 4 de Lucas indican que fue el Diablo quien intentó hacer que Jesús pecara, y no una tendencia al mal existente dentro de él; esto es lo mismo que experimentaron Adán y Eva, solo que en el caso de estos dos últimos, Satanás tuvo éxito al inducirlos a pecar contra Dios. Como consecuencia la muerte de Jesús, al no ser consecuencia del pecado (pues Jesús nunca pecó, según Hebreos 4:15) y por lo tanto ser totalmente inmerecida (pues son los pecadores los que merecen morir, según Romanos 6:23), adquiere un valor redentorio (como el de un sacrificio, según 1 Juan 2:1, 2), pues paga a Dios el precio del pecado heredado de Adán, y posibilita a los seguidores de Jesucristo tener la esperanza segura de que Dios los liberará de la esclavitud al pecado y a la muerte usando el valor del sacrificio de Jesús para ello. A esto se le conoce como "rescate". Una vez resucitado, Jesús , su cuerpo desaparece de la tumba y pese a que los primeros discípulos al verlo creen que Jesús resucitó como un espíritu, Jesús los corrige y les dice explícitamente : "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Lucas 24:39) Luego de su resurrección, Dios lo ensalza a un puesto superior al que tenía durante su ministerio en la tierra. (Juan 17:5, Filipenses 2:8-10). Este ensalzamiento pone a Jesús por encima de cualquier otro ser, excepto Dios (1 Corintios 15:27, 28), pues en ninguna de las numerosas oraciones que Jesús dirigió a Dios se considera su igual, sino más bien Su Hijo y Su siervo. Los católicos y calvinistas siguen las enseñanas de San Agustín de Hipona sobre el pecado original en cuanto a que el ser humano no sólo hereda la tendencia a pecar, sino la culpa del pecado también. Comúnmente citan a Pablo: "Y así el pecado entró al mundo a través de un hombre y la muerte por el pecado, y así la muerte se les legó a todos los hombres, porque todos los hombres pecaron" (Rm 5,12) Sin embargo, esto no resuelve la cuestión sobre Jesucristo. Si todos nacimos con la culpa del pecado, Cristo también nacería pecador. Para resolver esto, se formó el dogma católico sobre la Inmaculada Concepción de María. Este dogma no debe confundirse con el del nacimiento virginal de Cristo, que es común pero incorrectamente denominado la concepción inmaculada. De acuerdo al dogma, María la madre de Jesús fue preservada por Dios del pecado original, naciendo así sin pecado. Así se dice que María nunca pecó en su vida. El resultado neto es que cuando Jesús nació, no heredó la naturaleza pecadora de la humanidad. Nació con la naturaleza de Adán antes de la caída, no luego de la misma como el resto de nosotros. El problema se encontraría en que negaría la misma naturaleza luego de la caída en la que los demás vivimos. Parece también inconsistente con otras citas de Pablo: - "Ya que Dios ha hecho lo que la ley, debilitada por la carne, no pudo hacer: enviando a su único Hijo en la semejanza de la carne pecadora, condenó al pecado en la carne, para que el justo requerimiento de la ley se cumpliera en nosotros, que caminamos no de acuerdo a la carne sino de acuerdo al Espíritu" (Rm 8,3-4) - "Ya que los hijos tienen carne y sangre, él también compartió en su humanidad para que con su muerte pudiera destruir a aquel que mantiene el poder de la muerte—es decir, el diablo— y liberar a aquellos cuyas vidas estaban esclavizadas por su miedo a la muerte. Pues ciertamente no es a los ángeles a los que ayuda, sino a los descendientes de Abraham. Por esta razón tenía que ser hecho como sus hermanos en todos los sentidos, para que pudiera hacerse misericordioso y el fiel alto sacerdote al servicio de Dios, y que pudiera interceder por los pecados de la gente. Pues él mismo sufrió cuando fue tentado, y es capaz de ayudar a aquellos que han sido tentados" (Hb 2,14-18) En armonía con lo mencionado en los tres anteriores párrafos, la Biblia sostiene claramente que la concepción de Jesús en el viente de María no se debió a relaciones sexuales (Lucas 1:34), sino al poder del espíritu santo de Dios (Lucas 1:35). De seguro para Dios no es nada difícil encargarse de que María, aun siendo imperfecta, concibiera a un hombre perfecto. Es por esa razón que tuvo que ser una virgen (Lucas 1:27), para que después no se adujese que Jesús era hijo de un padre humano, y por lo tanto imperfecto también. Asimismo, lo que hizo Dios no creó a un nuevo ser, sino que formo a un ser humano en el vientre de María tal como lo describe el ángel Gabriel en el evangelio de Lucas. Ese ser, luego de nacer (y no antes) sería llamado por esta razón "hijo de Dios" dado que no tendría padre humano. Es muy concluyente que según las escrituras el ángel Gabriel le diga a María que Jesús "Será grande y será llamado Hijo del Altísimo" y no que "Es grande y es llamado hijo del altísimo". Esto coincide con la teología, el credo y la esperanza judía de aquel entonces: el Mesías sería un ser humano nacido milagrosamente y no un ser celestial encarnado en un cuerpo humano un concepto proveniente del pensamiento griego posterior. De seguro María no creía que ella misma estaba libre de la mancha del pecado original, puesto que ella y José cumplieron con un requisito de la Ley establecido en Levítico 12:1-8, que dice claramente el procedimiento para purificarse del pecado cuando nacía un bebé (cosa que sería innecesario hacer si ella tuviera la misma pureza que tenía Eva antes de pecar, pues a esta última más bien se le había bendecido y se le había ordenado que llenara la Tierra con Adán su esposo, según dice Génesis 1:28, lo que implicaría tener muchos hijos). Este simple hecho registrado en la Biblia pone en seria duda la validez de la doctrina de la "Inmaculada Concepción". Otras iglesias, como la Iglesia Ortodoxa o Protestantes como los Adventistas del Séptimo Día dicen que los católicos y calvinistas fallan en entender la verdadera naturaleza del pecado original. Dicen que hay una gran diferencia entre la tendencia al pecado (es decir la tentación) y el actual acto de pecar. La ortodoxia oriental y los adventistas argumentan que Pablo dice que Cristo, como cualquier otro ser humano, heredó la misma debilidad del cuerpo humano como el resto de la humanidad. Ni Cristo ni ningún otro ser humano heredaría en sí la culpa del pecado. Lo que Cristo heredaría sería la tendencia al pecado. Las tentaciones de Cristo serían el testimonio de esto. Sintió la misma clase de hambre, la misma debilidad. - "Por esta razón [Jesús] tuvo que ser hecho como sus hermanos en todo aspecto, de forma que pudiera ser misericordioso y fiel alto sacerdote al servicio de Dios, y que pudiera interceder por los pecados de las personas" (Hb 2,17). Un ortodoxo oriental y un adventista podría argumentar que entender la naturaleza humana de Cristo es tan crucial como entender su misión y su ministerio en la tierra, tanto como su naturaleza divina. - "Muchos que engañan, que no reconocen a Jesucristo como de carne, han ido al mundo. Cualquiera de esas personas son el engañador y el anticristo" (2Jn 7) En relación con esto, se puede argumentar que tener hambre no es una debilidad. De ser así, entonces a los perfectos Adán y Eva no se les habría puesto en un jardín paradisíaco en el cual tuvieran a su disposición todos los frutos de casi todos los árboles (excepto el de la ciencia del bien y del mal, según Génesis 2:16, 17) para satisfacer sus necesidades alimenticias y las de sus futuros hijos. La sensación de hambre (más bien el apetito, pues nunca fue la intención de Dios el que la humanidad sufriera hambre) es un mecanismo fisiológico creado por Dios que permite al ser humano saber cuál es el momento adecuado para alimentarse, el cual, al igual que otras necesidades humanas como el sexo, puede ser mal empleado, degenerándose en trastornos alimenticios como anorexia, bulimia o glotonería. Por lo tanto, el que Jesús sintiera hambre después de ayunar ¡40 días! (Lucas 4:1, 2) muestra que era humano, no que había heredado la tendencia al pecado. Lo que hace necesario que los seres humanos sean rescatados de la esclavitud al pecado heredado de Adán es el simple hecho que, aunque no son culpables directamente de lo que hicieron Adán y Eva, sí llevan en sus cuerpos el defecto que esta mala acción produjo en todos ellos, lo que los induce a su vez a pecar. Pero dado que los descendientes de Adán y Eva no son directamente culpables, a ellos Dios les puede mostrar misericordia y limpiarlos de sus pecados por la fe de ellos en Jesús, cosa que es imposible hacer con Adán y Eva, puesto que su decisión de rebelarse contra Dios fue tomada de manera deliberada, estando en perfección, y por lo tanto sin la pesada influencia del pecado heredado que ha oprimido a los demás seres humanos. Posturas cristológicas reflejadas en los nombres y títulos de JesúsCristo el ReyEn la teología Católica Romana, un título dado a Jesús es "Cristo el Rey", y existe un día festivo asociado con el otorgamiento de este título. Este título está conferido para indicar que Cristo debería gobernar sobre todos los aspectos de la vida, incluyendo la vida política. De esta manera, este título se opone al concepto del secularismo.Rey de Reyes y Señor de SeñoresHandel se refería a Jesús como el "Rey de Reyes" y "Señor de Señores" en su oratorio El Mesías, una referencia al pasaje bíblico Timoteo I 6:15.Rey del CieloHay una larga tradición en la utilización de este nombre tanto para Cristo como para Dios Padre, especialmente en el Catolicismo medieval. Por ejemplo, Juana de Arco utilizaba frases como "Rey Jesús, Rey del Cielo y de todo el mundo, mi legítimo y soberano Señor" (en una carta dictada por ella el 17 de julio de 1429).(H)O ONEn el Éxodo 3 cuando Dios se aparece en la zarza ardiente, Moisés le pregunta acerca del nombre por el cual debe ser llamado. En la traducción Septuaginta Dios responde «ἐγώ εἰμι ὁ Ὤν». «Ὁ Ὤν» ((H)O ON) traducido del Hebreo «אהיה», pero determinarlo en la lengua inglesa ha sido considerado como un problema. Es ampliamente aceptada como "YO SOY", "El Único Existente", "Él que es", "EL SER", o significados similares. En los íconos de la Ortodoxia oriental Jesús es usualmente retratado con una cruz inscrita en su halo, y por el modo de identificarlo con el Dios que se reveló a sí mismo frente a Moisés con las letras ὁ, Ὤ, y ν están frecuentemente escritas en sus brazos.AbreviacionesAl iniciarse el tercer siglo la nomina sacra, o los nombres de Jesús, fueron algunas veces acortados por la contracción de en las inscripciones Cristianas, resultando en secuencias de letras Griegas tales como IH (iota-eta), IC (iota-sigma), o IHC (iota-eta-sigma) para Jesús (Griego Iēsous), y XC (chi-sigma), XP (chi-ro) y XPC (chi-rho-sigma) para Cristo (Griego Christos). Aquí la "C" representa la forma "alunada" medieval de la letra Griega sigma; sigma podría también ser transcrita en el alfabeto latino por el sonido, dando IHS y XPS. Algunos de estos monogramas griegos continuaron usándose en Latín durante la Edad Media. Eventualmente el significado correcto fue mayormente olvidado, y las interpretaciones erróneas del monograma IHS condujeron a la falta ortográfica del "Jhesus". Casi al finalizar la Edad Media IHS llegó a ser un símbolo con la "H" apareciendo como una cruz y bajo ella tres clavos, mientras que la figura entera estaba rodeada por rayos. IHS llegó a ser la característica iconográficamente aceptada de San Vincente Ferrer y de San Bernardino de Siena. Bernardino, al final de sus sermones exhibiría este monograma devotamente a su audiencia por lo cual fue criticado y más aún llevado ante el Papa Martin V. El fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas), Ignacio de Loyola adoptó el monograma en su sello y este se convirtió en el emblema de su institución. IHS fue algunas veces equivocadamente entendida como "Jesus Hominum (o Hierosolymae) Salvator", es decir, Jesús, el Salvador de los hombres (o de Jerusalem=Hierosolyma).Véase tambiénBibliografíaEn español
En otras lenguas
Enlaces externos
LA
CRISTOLOGÍA DEL CONCILIO VATICANO II.
Siguiendo los documentos
principales del Concilio encontramos el deseo de evidenciar la fe y el
seguimiento de Cristo como raíz decisiva de la construcción
de las teologías y las líneas pastorales diversas. Cristo
será el centro para la vida de la Iglesia. En la Lumen Gentium
aparece en los números 1, 2 y 3 la vinculación de Cristo
en el Misterio de la Iglesia. La cristología presentada es dinámica,
más cercana al Evangelio que la elaborada en los Concilios dogmáticos
de los primeros siglos. En el Concilio no se discute la naturaleza de
Cristo, sino que se le trata de integrar en la vida cotidiana de la comunidad
eclesial. Desde este deseo se configuran éstos números.
La Iglesia es sacramento visible de Cristo, signo de unidad para los hombres,
es Hijo es el redentor, es el Unigénito de Dios. La Iglesia trata
de continuar el Misterio de salvación de Cristo en el mundo, constituyendo
un solo cuerpo con el Salvador.El Concilio Vaticano II es esencialmente cristocéntrico, desde el inicio hasta el final, y con un deseo fuerte de renovación en la pastoral. Ya en el número tres y cinco del mensaje de los Padres conciliares a todos los hombres, del 20 octubre del 62, aparece el deseo de manifestarse cada vez más conformes al Evangelio de Cristo y, más tarde dice "renovarnos de tal manera que aparezca a todo el mundo la faz amable de Jesucristo, que luce en nuestros corazones para resplandor de la claridad de Dios". En los números siguientes de esta introducción conciliar se habla de imitar a Cristo en la atención a los más humildes, citando a 2Cor 5 la caridad de Cristo nos apremia. No está de más leer éstos importantes textos. Cuando en el capítulo segundo de LG, al hablar del Pueblo de Dios se vuelve a mencionar a Cristo en la comunidad eclesial, se subraya que es el pastor que conduce a su pueblo, el sacerdocio común de los fieles está enraizado en el corazón de Cristo. También desarrollando el ministerio jerárquico alude a Cristo como modelo e imagen en la que configurar el corazón del Presbítero y del Obispo, los fieles laicos están especialmente vinculados a Cristo por el Bautismo. Los religiosos imitan las perfecciones de Cristo en sus vidas. Cristo es para el hombre y la Iglesia de hoy, podemos concluir. El capítulo VII de LG, dedicado a la escatología nos presenta a Cristo resucitado, que nos muestra el camino de salvación. Jesucristo es el Señor de la historia y la puerta de la redención, por lo que el amor a los santos tiende a Cristo. También en el capítulo VIII relativo a María, Madre de Dios, se vuelve a encontrar la figura de Jesucristo, raíz de la devoción mariana, y de la entrega de ésta a los hombres, como madre de la humanidad. María nos lleva a Cristo, y Cristo nos ofrece a María como madre. Los estudios de mariología los enraizamos también en la cristología. No examinamos de nuevo la Dei Verbum, sobre la revelación, porque ya está suficientemente presentada, simplemente recordamos cómo de nuevo la teología de la revelación se hace desde Cristo, centro de la revelación de Dios a los hombres, tal como indica Hebreos, en los últimos tiempos nos ha hablado a través de su Hijo. En los documentos sobre la Liturgia, la Sacrosanctum Concilium, reitera su cristocentrismo. En el número 2 se menciona como la liturgia es medio para manifestar y expresar los fieles el Misterio de Cristo. El número 5 habla de la obra de salvación realizada por Jesús, su entrega por amor, su Pasión y Resurrección. Del costado de Cristo nace la Iglesia entera. Esa labor redentora de Jesucristo es continuada por su mandato por la Iglesia, es decir, celebramos en la liturgia a Cristo mismo, encarnado, muerto y resucitado, con Él recibimos el misterio de salvación. En el número siete dice que Jesús está presente en la liturgia, presente en la comunidad, en la asamblea, en la palabra, en el gesto, es su misma acción sagrada la ofrecida por la Iglesia. Finalmente en Gaudium et Spes, Cristo es ofrecido por la Iglesia al mundo, como lo mejor que puede dar, es presentado como el mejor regalo de Dios a la humanidad. La Iglesia sólo puede señalarlo para guiar a los hombres a Él. Ofrece a Cristo como modelo de hombre, como ejemplo de humanidad nueva, GS 22. Invita a la fraternidad universal, desde lo enseñado por Jesús, GS 24. Quiere la Iglesia encarnarse y ofrecerse al mundo al igual que lo hace Jesús, así lo pone de manifiesto constantemente en el documento, especialmente en el número 32 y muchos otros. Es un texto en el que la presencia de Jesús modelo de hombre, puente de unión y camino para Dios es constante y firme. Es una invitación para la esperanza de los hombres. En casi todos los documentos del Vaticano II, además de los mencionados, hay referencias a Cristo como centro de la elaboración magisterial. Es más, incluso podríamos llevar la afirmación más lejos, prácticamente casi todo el magisterio posterior de los pontífices está enraizado en Cristo. Es rara la exhortación, la encíclica, el documento de los Papas o de cualquiera conferencia episcopal que no inicie su exposición desde Dios y Cristo. Es posible que la influencia determinante del Concilio y todo lo que supuso hayan hecho posible esto. Esta práctica tampoco era totalmente ajena antes de pontificado de Juan XXIII, pero lo cierto es que la frescura y deseo de fidelidad al Evangelio en el Concilio Vaticano II han hecho revivir el deseo de ver en el Señor Jesús lo mejor de nuestra pobre comunidad eclesial. Por suerte con una presentación de un Cristo, dinámico, vivo, redentor y salvador, más cercano al dinamismo evangélico que al mundo estático griego, y que tanto dio que hablar y discutir en otro tiempo.
17 mayo 2012. Antonio Aranda
Scripta Theologica
Si
la temática central de la filosofía y la teología de Karol Wojtyla (en
las que latía la doctrina de la ‘imago Dei’) era, como analiza este
trabajo, el hombre, él será también el centro del mensaje doctrinal y la
acción pastoral de Juan Pablo II
Sumario
1. EL PENSAMIENTO DE KAROL WOJTYLA, FUNDAMENTO DE LA ANTROPOLOGÍA CRISTOCÉNTRICA DE JUAN PABLO II. 1.1. Introducción: de Karol Wojtyla a Juan Pablo II, continuidad y diferencia. 1.2. El pensamiento antropológico de Karol Wojtyla: claves fundamentales. 1.2.1. El hombre como persona. 1.2.2. La persona y su acción. 1.2.3. El concepto de amor como donación. 1.3. Karol Wojtyla y el Concilio Vaticano II. 1.3.1. Wojtyla en los trabajos de elaboración de «Gaudium et spes». 1.3.2. El influjo de la doctrina conciliar en el pensamiento de Karol Wojtyla. 2. LAS ENCÍCLICAS DE JUAN PABLO II COMO PARADIGMA DE LA UNIDAD ENTRE ANTROPOCENTRISMO Y CRISTOCENTRISMO. 2.1. Las catorce Encíclicas: presupuestos generales. 2.2. La unidad entre antropocentrismo y cristocentrismo en las Encíclicas. 2.3. Una inspiración de fondo: la teología de la «imago Dei» a la luz de «Gaudium et spes», nn. 22 y 24.
Resumen
En
la concepción teológica que se desvela en las catorce Encíclicas de
Juan Pablo II, así como en sus restantes documentos doctrinales,
resultan inseparables la antropología y la cristología. Sólo el Hijo de
Dios, haciéndose Él mismo hombre y uniéndose en cierto modo a todo
hombre, ha revelado plenamente el misterio del hombre. Si la temática
central de la filosofía y la teología de Karol Wojtyla (en las que latía
la doctrina de la imago Dei)
era, como analiza este trabajo, el hombre, él será también el centro
del mensaje doctrinal y la acción pastoral de Juan Pablo II. Su
antropocentrismo es, pues, al mismo tiempo, cristocentrismo y por esa
razón es también, en su raíz, teocentrismo. La clave interpretativa de
sus escritos anteriores al Pontificado es la noción del hombre en cuanto
persona, imagen del Ser subsistente, que no es en modo alguno absoluta
soledad, sino absoluta y misteriosa comunión. Esa misma verdad del
hombre como imagen personal del Dios trinitario está siempre cumpliendo
la función de fundamento doctrinal último en las Encíclicas. El marco
teológico de dichos textos está modelado por los enunciados y, más aún,
por la teología implícita de dos pasajes conciliares repetidamente
aludidos en ellas: Gaudium et spes, n. 22 y Gaudium et spes, n. 24.
1. El pensamiento de Karol Wojtyla, fundamento de la antropología Cristocéntrica de Juan Pablo II
1.1. Introducción: de Karol Wojtyla a Juan Pablo II, continuidad y diferencia
Cuando
en octubre de 1978 el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Karol Wojtyla,
fue elegido como Sucesor de Pedro y Supremo Pastor de la Iglesia, su
nombre como filósofo, y más en concreto como pensador en el ámbito de la
ética y de la metafísica de la persona, era conocido entre los
especialistas[1].
Era asimismo conocida, si bien en un contexto más concreto
—principalmente entre quienes habían tomado parte en los trabajos del
Vaticano II—, la importancia de su contribución en la elaboración de
diversos textos conciliares, principalmente la Constitución pastoral Gaudium et spes y el Decreto Dignitatis humanae[2],
así como en la posterior apertura de vías para la aplicación pastoral
del Concilio. El Sínodo de Cracovia fue, como es sabido, el primero de
los que se celebraron para acoger y poner en práctica las enseñanzas del
Concilio[3].
No menos significativa para algunos, si bien menos notoria, era su
actividad poética, marcada como toda su obra literaria por una honda
dimensión teológica[4].
Llegaba, pues, al Solio de Pedro un Pastor de gran talla intelectual,
en quien se evidenciaba una profunda unidad entre pensamiento creativo,
inquietud evangelizadora y acción pastoral.
Los
años posteriores iban a ser testigos de tal unidad, como característica
indeleble del hombre Karol Wojtyla, pero también iban a contemplar su
ulterior reforzamiento al servicio del ministerio universal de Juan
Pablo II. Se puede hablar, por esa razón, de la continuidad de unas
cualidades personales puestas ya desde mucho tiempo antes al servicio de
la Iglesia, y de la peculiar impronta que en el interior de ellas, en
su puesta en práctica y en sus frutos, dejarían los nuevos dones y
funciones ministeriales recibidos. Es claro que una afirmación como ésta
se puede proponer respecto de cualquier Pastor que llega a la Sede de
Pedro, pero en este caso, en mi opinión, se debe sostener con particular
significación, pues el Pastor que llegaba a aquella Sede era además un
intelectual conocido, en la plenitud de su reflexión y de su producción
científica.
La
cuestión de las relaciones entre la figura de Wojtyla y la figura de
Juan Pablo II, y más en concreto entre la continuidad y diferencia entre
el pensamiento filosófico-teológico de aquél y el magisterio doctrinal
de éste, ha sido ya tratada por diversos autores y está llamada a ser
objeto de constantes análisis[5].
El mismo Juan Pablo II ha hecho referencia más o menos directa a este
argumento, en los trazos autobiográficos —y en cierto modo
auto-hermenéuticos— que ha incluido en algunas de esas obras suyas que
han visto la luz en los últimos tramos del Pontificado[6].
Pero también ha hablado claramente con sus gestos. Recuerda, por
ejemplo, Giovanni Reale que Juan Pablo II quiso que en la reedición de
las obras filosóficas que había escrito como profesor de filosofía moral
de la Universidad de Lublin, se pusiese sólo el nombre de Karol Wojtyla
y no el de Juan Pablo II. «Wojtyla, de hecho —comenta Reale— habla como
filósofo, mientras que Juan Pablo II habla como Sucesor de Pedro y, por
tanto, como custodio y difusor de la revelación de Cristo: los dos
roles deben permanecer emblemáticamente separados»[7].
El
filósofo, teólogo y poeta Karol Wojtyla, señala en esa misma dirección
Buttiglione, es uno de nosotros, uno que busca la verdad junto a
nosotros sin gozar de un particular privilegio. Sus libros no son actos
del magisterio, mientras que Juan Pablo II enseña la fe con la ayuda de
un don particular del Espíritu Santo. Pero eso no quiere decir —para el
filósofo italiano— que deba ser evitado todo entrecruzamiento
hermenéutico entre la obra de Karol Wojtyla y el magisterio de Juan
Pablo II, pues aunque el primer criterio hermenéutico de dicho
magisterio lo constituye su continuidad con el magisterio universal de
la Iglesia, es claro que un importante criterio auxiliar para
comprenderlo puede ser el pensamiento de Wojtyla[8].
El
entonces Cardenal Ratzinger, con su notable capacidad para decir las
cosas con sencillez y, al mismo tiempo, llegando al fondo, incidía en el
tema hace algunos años refiriéndose, en concreto, al paso que hace Juan
Pablo II del «Nos», propio del estilo pontificio, al «yo» personal e
inmediato del escritor y del orador. Tal revolución estilística pide ser
entendida en toda su profundidad, pues el «Nos» no era simplemente una
fórmula de retórica cortesana. «Cuando habla el Papa —señalaba el
Cardenal—, no lo hace en nombre propio. En ese momento ya no cuentan las
teorías u opiniones privadas que haya elaborado en el curso de su vida,
por alto que sea su nivel intelectual. El Papa no habla como un
particular hombre docto, con su yo privado o, por así decir, como un
solista en la historia espiritual de la humanidad. Él habla tomando del
“nosotros” de la fe de toda la Iglesia, tras el cual el “yo” tiene el
deber de desaparecer». Y después de recordar la frase famosa de Pío II,
el gran humanista Ennea Silvio Piccolomini, en ocasión de contradecir
con su magisterio pontificio lo que había dicho como humanista: Eneam reicite, Pium recipite (dejad
a Eneas, tomad a Pío), continuaba el Cardenal Ratzinger: «Quien se ha
tomado el trabajo de estudiar atentamente todos los escritos del Papa
Juan Pablo II comprende enseguida que este Papa sabe distinguir muy bien
entre las opiniones personales de Karol Wojtyla y su enseñanza
magisterial en cuanto Papa. Pero sabe también reconocer que las dos
cosas no son entre sí heterogéneas, sino que reflejan una única
personalidad embebida de la fe de la Iglesia. El “yo”, la personalidad,
ha entrado enteramente al servicio del “nosotros”. No ha degradado el
“nos” al plano subjetivo de las opiniones privadas, sino que le ha
conferido con sencillez la densidad de una personalidad plasmada
enteramente por ese “nosotros”, dedicada por entero a su servicio. Yo
creo que tal fusión entre el “nosotros” y el “yo”, madurada en la vida y
en la reflexión, fundamenta de modo esencial el atractivo de esta
figura de Papa. La fusión le permite moverse en su sagrado oficio de
manera completamente libre y natural; le permite ser como Papa
enteramente él mismo, sin el temor de hacer deslizar demasiado el oficio
hacia lo subjetivo»[9].
Subrayaba
así el Cardenal, en una visión de conjunto del pontificado y de la
figura de Juan Pablo II, una cuestión digna de ser destacada: la íntima
unidad entre el pensador y el pontífice, dentro de un camino personal de
fe, de pensamiento y de vida que le condujo de la mano de Dios hacia el
centro mismo del misterio de la Iglesia, y le permitió identificarse
con su altísimo ministerio sin sombra alguna de doble personalidad. Es
evidente que estas ideas reflejan esa característica singular del alma
cristiana que puede denominarse «unidad de vida», y que tan patente era
en Juan Pablo II. Unidad entre vida de oración y vida intelectual, que
alimentaba su vida pastoral, es decir, el cotidiano ejercicio del
ministerio pontificio. Lo expresaba también con mucha agudeza el
Cardenal Ratzinger al decir: «Muy probablemente se conoce mejor a Juan
Pablo II cuando se ha concelebrado con él y nos hemos dejado atraer por
el intenso silencio de su oración, que cuando se han analizado sus
libros o sus discursos. Es precisamente participando en su oración,
cuando se alcanza lo que es propio de su naturaleza, más allá de
cualquier palabra. A partir de ese centro se explica por qué él, siendo
un gran intelectual, que posee una voz propia en el diálogo cultural del
mundo contemporáneo, ha conservado también la sencillez que le permite
comunicar con cualquier persona»[10].
1.2. El pensamiento antropológico de Karol Wojtyla: claves fundamentales
Es
opinión común entre los estudiosos del pensamiento antropológico de
Karol Wojtyla que los ejes fundamentales en torno a los que gira su
entera producción filosófica, teológica y poética son, principalmente,
el concepto de hombre como persona y el concepto de amor como donación.
Igualmente importantes en su concepción global son tres nociones
íntimamente relacionados a las anteriores: participación, solidaridad y
comunión, contempladas como actos de la persona.
1.2.1. El hombre como persona
Quizá
resulte obvio recordar, aunque es conveniente hacerlo, que todo el
trabajo intelectual de Karol Wojtyla estuvo siempre informado y unido al
ejercicio de su actividad pastoral. Él ha sido ante todo, en las
diversas etapas de su existencia, un Pastor, obligado además, por
razones históricas bien conocidas, a desempeñar su ministerio sacerdotal
o episcopal en la compleja situación religiosa y social de su tierra
natal, derivada de la hostilidad del régimen político frente a la
Iglesia. La cuestión de la libertad, de la dignidad y de los derechos de
la persona, o la de la responsabilidad política de los creyentes, no
comenzaron a plantearse ante él como simples problemas teóricos, sino
como necesidades reales y concretas, vivamente presentes en aquella
coyuntura histórica[11].
Latía
en él también desde el principio, como buen intelectual cristiano, la
convicción del valor cognoscitivo de la fe, cuyo objeto está reclamando
(a la vez, que lo trasciende) el ejercicio de la razón. Fe y razón, para
Wojtyla, se encuentran ligadas estructuralmente entre sí de manera
circular y dinámica, y se llaman mutuamente a la unidad en el respeto de
su recíproca autonomía. Las conocidas formulaciones agustinianas: «credo ut intellegam», «intellego ut credam»,
radicalmente cristianas, iluminaban con su luz el pensamiento de
Wojtyla. Años después darán título y contenido a dos capítulos centrales
de la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II.
Pero
la fe es también, necesariamente, fuente de vida espiritual, de unión
personal, es decir, intelectual y afectiva, con Dios. Es justo, pues,
que se destaque la dimensión cognoscitiva de la experiencia espiritual,
como ha puesto de manifiesto la tradición espiritual doctrinal. Debe ser
recordada, en particular, en este punto la figura de san Juan de la
Cruz, a cuyo pensamiento se aficionó Wojtyla ya en años de juventud. Con
los escritos del santo carmelita se abrió ante el seminarista polaco el
mundo de la interioridad, del alma madurada en la gracia[12].
Precisamente sobre la doctrina de la fe en san Juan de la Cruz
redactará, en 1948, una primera disertación doctoral, bien pensada y
estructurada[13], que manifiesta la afinidad espiritual e intelectual de ambos [14].
Los
aspectos hasta aquí mencionados, permiten captar la clave cristiana de
fondo en nuestro Autor, expresada como unidad entre fe, experiencia y
pensamiento. Pero, de cara a profundizar en los fundamentos de su
concepción de la persona y de la acción personal, ha de aludirse también
a otras claves, de carácter más sistemático y metodológico, fundadas
tanto en la metafísica, la antropología y la ética
aristotélico-tomistas, como también en la fenomenología realista de Max
Scheler, sobre quien Wojtyla escribirá su tesis de habilitación, que se
ha convertido en un clásico en la materia[15].
Se
afirma comúnmente —como señalábamos más arriba— que el tema central de
la filosofía wojtyliana es el hombre como persona. Y, en efecto, ya en
su primer gran texto filosófico, como es «Amor y responsabilidad»[16],
es puesta de relieve la singularidad ontológica y metafísica de la
criatura humana, capaz de interioridad y de vida espiritual. Gracias a
ellas, el hombre, como sujeto definido, se comunica estrechamente con el
mundo externo, visible o invisible, y sobre todo con Dios, lo que
constituye una nota específica de su condición personal. Como pensador
cristiano, Wojtyla concibe la noción de persona a partir de su
fundamento teológico, es decir, desde la capacidad del hombre de
encontrarse con Dios y relacionarse personalmente con Él. El pensamiento
antropológico cristiano, en efecto, inspirado en la doctrina del
Génesis, ha destacado desde la antigüedad un nexo estructural entre la
concepción de Dios como persona y la concepción de la criatura humana
también como ser personal. Para Wojtyla, Dios es Creador de la persona
en un sentido particular, porque en ella se refleja en cierta medida Él
mismo[17].
Ese reflejo es lo que, con terminología también bíblica, se denomina
imagen de Dios en el hombre, noción de importancia decisiva en la
reflexión antropológica cristiana de todos los tiempos. En el
pensamiento wojtyliano, dicha noción está al mismo tiempo caracterizada
por una intensa impronta trinitaria, en el sentido de que lo específico
de la persona (y de su semejanza con Dios) radica no sólo en la
naturaleza espiritual sino también en la capacidad de entrar en comunión
con otras personas. Esta visión del ser personal, que Wojtyla cultiva
desde antiguo y que expone magistralmente, por ejemplo, en su artículo:
«La familia como communio personarum», de 1975[18], constituirá más tarde uno de los vértices de la enseñanza de Juan Pablo II.
En
cuanto imagen personal del Dios personal, el hombre posee una dignidad
única, la cual exige que sea tratado siempre como fin y nunca como
medio. «Ninguno tiene el derecho de servirse de una persona, de usarla
como un medio, ni siquiera Dios su creador», se lee en «Amor y responsabilidad»[19].
La persona como tal debe ser afirmada por sí misma: el amor le es
debido; esa es la esencia del bien moral. Servirse, en cambio, de la
persona, usar de ella despreciando el rango que objetivamente le
pertenece, es la razón del mal moral. El hombre como persona tiene un
valor absoluto; más aún, ha sido dotado por Dios de una cierta
sacralidad, como se entrevé en el misterio del Dios hecho hombre. El
vigor con que son tratados estos argumentos por nuestro Autor es tal
que, según algunos estudiosos, raramente se han escrito en la edad
moderna y contemporánea obras que encierren una defensa del hombre tan
intensa y convincente. Wojtyla ha desarrollado en realidad una verdadera
«metafísica de la persona». El lema que expresaría de modo perfecto el
programa específico de Wojtyla podría ser éste: un retorno al hombre
como persona[20].
Como
ha señalado Tadeusz Styczen, discípulo y sucesor de Wojtyla en la
cátedra de ética en Lublin, y uno de los mejores conocedores de su
pensamiento, en el punto de partida de la antropología wojtyliana, está
la convicción de que la fuente del conocimiento del hombre es el
contacto cognoscitivo directo consigo mismo, que se realiza junto al
contacto cognoscitivo con el mundo que le circunda. La autoexperiencia
del hombre en el mundo precede, en este sentido, a toda teoría
filosófica sobre el hombre. La antropología, sobre la base empírica del
contacto cognoscitivo inmediato con la realidad —que se puede expresar
con la frase «yo actúo»—, consiste en un estudio del acto que revela a
la persona, o dicho de otro modo, un estudio de la persona a través del
acto. La acción constituye el momento particular en el que la persona se
revela y nos permite analizar del modo más adecuado la esencia de la
persona y comprenderla del modo más perfecto. «Experimentamos el hecho
de que el hombre es una persona, y estamos convencidos de ello, porque
realiza acciones»[22].
El
método fenomenológico wojtyliano se aleja, pues, del usado en los
análisis de la metafísica tradicional, en cuanto que no parte de la
estructura ontológica de la persona para deducir los elementos de su
actuar, sino que pone en el punto de partida la acción humana, mediante
la cual y en la cual se manifiesta la persona. No va de la persona al
acto, sino del acto a la persona. Es un modo nuevo de mirar la relación
entre la persona y su acción, estudiada ésta a través de la experiencia y
el análisis fenomenológico del acto como «actus personae».
El hombre, único entre los seres de este mundo que puede ser sujeto de
experiencia, puede ser también objeto de su propia experiencia; puede,
por ejemplo, constatar, experimentar sus propios deberes morales («debo
hacer esto»), o sus acciones voluntarias («hago esto», «puedo», «no
debo»...).
Aunque
el pensamiento wojtyliano se esfuerza en desvelar las bases radicales
del comportamiento ético, metodológicamente trata primero de desarrollar
sus contenidos como reflexión antropológica para llegar después, en un
segundo momento, a la problemática ética. Su interés principal es ético,
pero la ética tiene necesidad de una antropología adecuadamente
reformulada. En este sentido, la visión antropológica wojtyliana es
considerada como una importante aportación a la discusión ética
contemporánea[23].
Sobre
el fundamento de los datos de la experiencia del hombre, se delinea un
sistema, una antropología, que quiere posibilitar a cada hombre el
autoconocimiento, la autoconciencia, el descubrimiento en sí mismo de la
verdad respecto de sí para prepararlo a su aceptación. Ser uno mismo
significa trascenderse a sí mismo en la aceptación de la verdad, en el
sentido de hacerse dependiente de la verdad, quedar ligado a ella
mediante un acto de conocimiento. Y puesto que no estoy obligado a
elegir lo que debo elegir y puedo no aceptar la verdad que debo aceptar,
la propia libertad debe ser entendida como autodependencia de la
verdad. «A la persona le corresponde la libertad no como pura
independencia, sino como dependencia de sí, en la que está incluida la
dependencia de la verdad. La dependencia de la verdad establece los
límites de la autonomía propia de la persona humana»[24].
En ese elegir la verdad y querer autoligarse a ella, autodepender de
ella, el hombre se trasciende a sí mismo. El concepto de trascendencia
que aquí se maneja no consiste, por tanto, como es patente, en el
proceder del sujeto mediante el conocimiento o el amor hacia un objeto
externo (intencionalidad), sino en el volverse del sujeto hacia su
interior, donde se descubre como causa libre de su obrar, comprende la
verdad y tiende a ella. La dependencia de la verdad constituye a la
persona en su trascendencia: la trascendencia de la libertad pasa a la
trascendencia de la moral. Esta trascendencia, escribe Styczen, es el
segundo nombre de la persona, el nombre del protagonista de la ética
como antropología normativa[25].
En
ese tipo de trascendencia —que Wojtyla llama «vertical», para
diferenciarla de la anterior, a la que denomina «horizontal»—, se
expresa el contenido fundamental de la experiencia fenomenológica y se
explica la realidad de la persona en su unión dinámica con el propio
acto. La trascendencia de la persona en el acto permite comprender que
el hombre no es reducible a pura materialidad, o bien, diciéndolo en
forma positiva, conduce a descubrir su condición espiritual, y a
desembocar en una visión ontológica del hombre. «Esto es lo que ha
tratado de demostrar Wojtyla mediante el análisis del “acto” en el que
se manifiesta la “persona”: que el hombre, en su esencia racional
revelada por sus actos, es verdaderamente id quod est perfectissimum in tota natura»[26]. La alusión a la cercanía con Tomás de Aquino y su comprensión metafísica de la persona es evidente[27].
Y
es que, en efecto, en el análisis fenomenológico que realiza Wojtyla,
el acto de la persona conserva el sentido que tiene en la tradición
aristotélico-tomista, en cuanto realización de la potencialidad inscrita
en la sustancia ontológica del hombre[28].
La doctrina clásica de la potencia y el acto permite expresar cómo el
núcleo óntico del hombre (su potencialidad entendida, en sentido fuerte,
como su esencia), se desvela precisamente en el acto mediante el cual
el hombre se presenta como causa consciente de su obrar: en el acto el
hombre hace experiencia de sí como persona. El sujeto de la acción es
totalmente inmanente a ella, porque la acción es suya y él asume la
responsabilidad respecto de ella; pero él es también trascendente
respecto de su acción, porque es quien la pone en el ser y quien imprime
en ella su propio dinamismo. Mediante sus acciones el hombre actualiza
las potencialidades que le pertenecen como persona y, en cierto modo, se
crea a sí mismo, es decir, edifica su propia interioridad y
personalidad moral. Fenomenología y metafísica llegan, pues, a
encontrarse en la comprensión del acto humano: la fenomenología describe
una experiencia, que por ser del hombre necesita de la metafísica para
ser entendida y explicada adecuadamente[29].
1.2.3. El concepto de amor como donación
Entre
los actos del hombre es precisamente el de amar, aquel en el que la
existencia de la persona se realiza del modo más completo. La metafísica
wojtyliana de la persona puede ser también caracterizada, en este
sentido, como una metafísica del amor, puesto que sólo a través del amor
se realiza plenamente la persona.
La clave cristiana de fondo del amor personal debe ser buscada no en el eros griego, sino en el agape evangélico; no en el poseer siempre más, sino en el dar. Y así, en el pensamiento de nuestro Autor[30],
con una fuerza extraordinaria, el amor es entendido como libre donación
de la persona, un querer salir de uno mismo para encontrar en los otros
el enriquecimiento del propio ser. Es un desear dejar de pertenecerse
sólo a sí mismo para pertenecer también a otro, a quien se ama. Crece,
por tanto, el amor no mediante adquisición sino mediante donación.
Puesto
que la vía de crecimiento es la donación, la persona que ama desea no
el propio bien sino el del otro: desea darle todo el bien, el bien
infinito, para hacerle feliz. En esto se manifiesta el germen divino que
se esconde en el amor humano, pues Dios es Amor (1 Jn 4,8). Y de ahí
también que, al contemplar el amor con ojos cristianos, acaba siendo
contemplado, como paradigma del amor humano, el Dios trinitario, que es
comunión de personas. Amar significa comunión de personas, y el hombre
para ser verdaderamente hombre y realizarse como persona, debe vivir en
comunión con los demás. La realización de sí mismo es a través del otro,
viviendo para el otro, es decir, mediante el obrar junto a los otros y
para los otros.
En
esta raíz cristiana de la persona y del amor personal se fundamentan
las tres importantes nociones de la antropología y la ética de Karol
Wojtyla, antes señaladas: participación, solidaridad y comunión[31].
Por participación se entiende la acción personal que el hombre realiza
junto con los otros para alcanzar objetivos que sólo actuando junto con
ellos se pueden alcanzar. Es la condición para vivir como persona en
relación con los otros, para convivir y colaborar mediante la propia
acción en el actuar de la colectividad. «Esto presupone una antropología
por la cual el hombre se realiza mediante otro hombre y no separándose
de él, y en la que, por tanto, la comunidad, es una dimensión
constitutiva de la autorrealización personal»[32].
A esta comprensión fontalmente cristiana de la persona se oponen otras
dos, aparentemente distintas pero basadas en una misma visión
antropológica: la del individualismo, que se empeña en proteger el bien
del individuo frente a la comunidad, y la del totalitarismo, que trata,
por el contrario, de protegerse del individuo en nombre del bien común
entendido de un modo singular.
La
segunda de las nociones mencionadas, inseparable de la anterior, es la
de solidaridad, que busca subrayar la dimensión de complementariedad del
obrar participativo del individuo en relación con el de los demás.
Contempla en realidad dos aspectos al mismo tiempo: a) el respeto debido
al papel de los demás, evitando invadir su terreno propio, y b) el
deber de asumir funciones que van más allá de la propia personal
responsabilidad, cuando sea necesario para el bien común. Ser uno mismo
significa elegir la solidaridad con los otros, trascenderse uno a sí
mismo hacia los otros. De ahí que pueda decirse que no hay libertad sin
solidaridad.
La
noción, en fin, de comunión, retoma la comprensión del amor personal
como donación y halla su raíz en la revelación del misterio trinitario
como unidad de personas en el mutuo amor. En realidad, es un concepto
más teológico que filosófico, que en el pensamiento de Karol Wojtyla
—que lo ha desarrollado especialmente en sus escritos teológicos
posteriores al Concilio— muestra estar enraizado en la enseñanza de «Gaudium et spes»,
n. 24, donde la semejanza del hombre con Dios es leída en clave
trinitaria, es decir, de mutua donación en la verdad y en la caridad.
Tal unión en la verdad y el amor, que manifiesta una relación entre
personas propia sólo de ellas —pues se fundamenta en el autoposeerse y
autodonarse propios de la estructura del ser personal—, merece el nombre
de comunión, con el que se quiere expresar el bien que las personas se
intercambian en el mutuo dar y recibir. La semejanza del hombre con Dios
radica no sólo en la naturaleza espiritual de la persona, sino también
en la capacidad de relacionarse con otras personas, o mejor aún, en la
capacidad de comunión en la verdad y en el amor con los demás. Al igual
que las anteriores, la noción de comunión ocupará un puesto de excepción
en las enseñanzas de Juan Pablo II.
1.3. Karol Wojtyla y el Concilio Vaticano II
Si
no es posible hablar de la doctrina cristológica y antropológica de
Juan Pablo II sin referirse al pensamiento filosófico y teológico de
Karol Wojtyla, es asimismo imposible tratar de analizar, como
pretendemos, la unidad entre cristocentrismo y antropocentrismo presente
en las Encíclicas y en todo el magisterio del Pontífice sin detenerse a
considerar la corriente mutua de influencia que discurre entre el
Concilio Vaticano II y aquel joven Obispo que participó activamente en
sus sesiones desde el primer momento. Estamos ante un tema estudiado
histórica y teológicamente por diversos autores[33],
en el que además se cuenta con el testimonio del propio Karol Wojtyla, e
incluso, más significativamente todavía, con preciosas anotaciones
autobiográficas al respecto del Papa Juan Pablo II[34].
Es
conocido que en el curso de los trabajos conciliares, durante los
cuatro periodos de su desarrollo, Wojtyla intervino en veintidós
ocasiones, de las que ocho fueron intervenciones orales, en
congregaciones generales, y las otras catorce intervenciones escritas,
algunas de ellas en nombre del episcopado polaco[35].
Tales exposiciones, de temática variada y de notable profundidad
teológica y pastoral, leídas en el contexto del proceso de elaboración
de los textos conciliares, permiten hacerse una idea de la intensidad y
el alto grado de implicación personal con que su Autor participó en
aquel singular evento eclesial. Trabajó mucho en él, escribió mucho
sobre él y, como señala Henri De Lubac, «se esforzó mucho para darlo a
conocer y hacerlo aplicar, en su letra y en su espíritu»[36].
De manera particular colaboró en los trabajos relacionados con el
llamado esquema XIII, del que vendría a la luz la Constitución pastoral «Gaudium et spes»,
así como en los debates y textos referidos a la libertad religiosa y al
ecumenismo. Para nuestro interés actual basta con aludir, algo más
atentamente, al papel de Wojtyla en el proceso de elaboración de la
citada Constitución pastoral. Lo sintetizan bien de nuevo unas palabras
del Cardenal De Lubac, que vivió aquellos acontecimientos de cerca:
«Gracias quizás más a Wojtyla que a cualquier otro (aunque no lo
entendieron así todos desde el principio, como pude advertir), el famoso
esquema XIII pudo ser sacado del atasco después de numerosos avatares, y
en un momento en que muchos comenzaban a desesperar de conseguirlo. Él
reavivó los ánimos para que se consiguiera dar, a través de aquel
esquema, en cuanto fuera posible una comprensión sencilla, evangélica,
de los problemas del mundo contemporáneo, de los problemas del hombre»[37].
1.3.1. Wojtyla en los trabajos de elaboración de «Gaudium et spes»
La
elaboración de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo fue larga y, en cierto modo, a la vista de lo que sucedió
con la de otros documentos conciliares, complicada. La historia del
proceso ha sido ampliamente investigada, y contamos con excelentes
instrumentos de apoyo para nuestro trabajo[38].
Wojtyla será un testigo directo de su génesis sobre todo a partir de
1964, y en particular desde el encuentro del grupo de trabajo en Ariccia
(31 de enero-6 de febrero de 1965) que elaborará el esquema de ese
mismo nombre, el cual pasará a ser discutido en el Aula conciliar
durante la tercera y última sesión del Vaticano II, y dará lugar al
texto de la Constitución.
De
la cercanía intelectual y pastoral de Juan Pablo II con ese documento
central del Concilio hablan con elocuencia estas palabras: «Debo
confesar que la Gaudium et spes me
es particularmente querida, no sólo por la temática que desarrolla,
sino también por la directa participación que me fue dada tener en su
elaboración. Como joven obispo de Cracovia, en efecto, fui miembro de la
subcomisión encargada de estudiar “los signos de los tiempos” y, desde
noviembre de 1964, fui llamado a formar parte de la subcomisión central,
encargada de realizar la redacción del texto. Ese íntimo conocimiento
de la génesis de Gaudium et spes me
ha permitido apreciar a fondo su valor profético y asumir ampliamente
sus contenidos en mi magisterio ya desde la primera encíclica, la Redemptor hominis.
En ella, recogiendo la herencia de la constitución conciliar, quise
reafirmar que la naturaleza y el destino de la humanidad y del mundo no
pueden ser definitivamente desvelados sino a la luz de Cristo
crucificado y resucitado»[39].
Aunque
ya existan, como hemos señalado, importantes estudios históricos sobre
la génesis de la Constitución, pienso que sólo con el paso del tiempo se
hará quizás plena luz sobre la influencia de Wojtyla en la subcomisión
teológica que menciona en el texto recién citado —es decir, la
denominada de «signos de los tiempos», también conocida como subcomisión
para el «cuadro general» o «visión de conjunto», lo que habla con
elocuencia de su función—, cuyos trabajos fueron decisivos en la
preparación final del esquema de la futura Constitución. De aquel grupo
de trabajo formaban parte con Wojtyla, por ejemplo, entre otros,
teólogos de la talla de Daniélou, Congar, Grillmeier o Semmelroth. En el
transcurso de aquellas reuniones, el obispo Wojtyla, en nombre del
episcopado polaco, presentó un texto alternativo al que hasta entonces
se venía manejando, que suscitó un gran interés[40]. Más interés si cabe despertaron las intervenciones y la personalidad de Wojtyla, que impresionaron mucho a todos[41].
En
la elaboración del esquema de Ariccia, Wojtyla y Daniélou fueron
encargados de redactar un capítulo antropológico que precedería a la
parte doctrinal. Lo concibieron en torno a la temática de la vocación
plena del hombre, introduciendo temas hasta entonces menos presentes en
los esquemas previos, como por ejemplo el de la imagen de Dios en el
hombre o el de la conciencia moral. Destaco estos aspectos porque, a mi
entender, dejarán una huella importante en el trasfondo teológico de la
Constitución, así como en su posterior recepción y puesta en práctica
por Juan Pablo II. Otra de las aportaciones de Wojtyla en aquel decisivo
periodo de elaboración del texto, más de carácter metodológico pero de
gran relevancia doctrinal, consistió en sugerir la conveniencia de que,
en lugar de partir de los problemas y los interrogantes del hombre
contemporáneo, se partiera de los hechos teológicos que habían dado vida
a la Iglesia y la habían establecido en el mundo, ante todo como una
«institución». Tales hechos institucionales eran: la voluntad de Dios,
la Encarnación del Verbo, el designio de salvación obrado por Cristo, la
conciencia religiosa del hombre. De ellos derivaban los deberes y el
modo de presencia de la Iglesia en el mundo, su enseñanza y su acción
temporal[42].
Era lógica la insistencia de Wojtyla en situar en el fundamento del
texto conciliar la vocación integral de la persona, llamada
originariamente a la comunión con Dios, y la presencia institucional de
la Iglesia en medio de la sociedad. Siendo ambos puntos doctrinalmente
importantes, resalta aún más su alcance cuando se consideran las cosas
desde la experiencia de una Iglesia y una sociedad sometidas, como
entonces sucedía en Polonia, a un régimen ateo.
El
influjo de estas aportaciones en la parte doctrinal del esquema de
Ariccia fue grande. Sería la base de la exposición introductoria del
texto preparado más tarde —con el trabajo de muchas personas— por el
comité de redacción del esquema XIII, y por tanto del texto definitivo
que sería presentado, discutido y aprobado en el aula conciliar. En
aquellos trabajos habían quedado trazadas importantes líneas de fondo,
tanto acerca del hombre en sí mismo, en la sociedad y en la creación,
como acerca de la presencia y la actividad de la Iglesia en el mundo
contemporáneo. Se sostenía además el derecho y el deber de la Iglesia a
tener una presencia institucional en la sociedad y a su misión de
orientar las realidades sociales hacia el reino de Dios; se defendía la
legítima autonomía de las instituciones humanas; se profundizaba en el
significado de la actividad del hombre en el mundo; etc. De todos esos
aspectos básicos de la futura Constitución quiero destacar uno más
directamente relacionado con nuestro actual interés.
Si se considera la Gaudium et spes en
su conjunto se advierte cómo una de las columnas que la sostienen es su
visión del hombre enteramente referida a Jesucristo, o en otras
palabras, su antropología de orientación cristocéntrica[43].
Dicha orientación se manifiesta particularmente en diversos pasajes de
la Constitución, como por ejemplo en los nn. 10, 22, 24, 32, 38-39,
40-41 y 45, que estarán luego muy presentes en el magisterio
postconciliar. En Cristo, insistirá Gaudium et spes,
se halla la clave, el centro y el fin de toda la historia humana; sólo
Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la
sublimidad de su vocación... Tal perspectiva cristocéntrica ofrecerá el
fundamento teológico adecuado —la Encarnación del Hijo de Dios— para una
consideración de la dignidad de la persona humana, como base desde la
que afrontar los concretos problemas del hombre contemporáneo[44].
Al mismo tiempo, junto a esa determinación cristocéntrica, el texto de
la Constitución está sistemáticamente concebido desde una visión
inductiva de la antropología, es decir, desde una antropología válida
para hablar de cualquier hombre y no sólo del hombre cristiano[45].
Es una concepción antropológica que tiene en cuenta el mundo de hoy
(«los signos de los tiempos»), y que concilia la creación (el hecho
natural) con la plenitud sobrenatural del hombre en Cristo. Sostiene,
pues, la unidad y compenetración dentro del plan salvífico divino entre
el ordo creationis y el ordo redemptionis. El trasfondo teológico de esa íntima conjunción entre cristología y antropología en Gaudium et spes es, a mi entender, la comprensión del hombre como imago Dei,
doctrina fuertemente presente en la tradición cristiana patrística y
medieval, algo oscurecida desde la Reforma en adelante y decididamente
recuperada en nuestros días, gracias en buena medida al Concilio y al
magisterio posterior. Partiendo de la verdad sobre el hombre revelada en
el Génesis y de la interpretación cristológica que de ella hace el
Nuevo Testamento, la teología de la imago Dei desemboca en la comprensión de Cristo como fuente y origen de la perfección del hombre[46].
La esencia cristológica, y por eso mismo trinitaria, de la antropología de Gaudium et spes, no
ha dejado de ser estudiada en las últimas décadas, considerándola
—sobre todo a partir de la lectura que el Sínodo extraordinario de 1985
hace del Concilio— no sólo desde la perspectiva de la encarnación sin
más (es decir, el hecho de que Dios se ha hecho hombre) sino desde la
plenitud del misterio pascual de Jesucristo (esto es, desde la
perspectiva de su encarnación, muerte y resurrección). Algunos han
hablado, en este sentido, de una recapitulación de la antropología en la
cristología («Rekapitulations Christologie»), queriendo hacer ver que
la antropología tiene en Cristo no sólo su cumbre sino también su
origen.
Todo
eso está especialmente formulado en el n. 22, que ha abierto una vía
central de reflexión en el magisterio y en la teología contemporánea. Su
contenido esencial podría resumirse en esta idea central: «En realidad,
el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de
venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación». Este pasaje conciliar será, para Juan Pablo II, la expresión
culminante de las páginas de la Constitución, y como tal, escribirá: «lo
he citado en mi primera Encíclica Redemptor hominis y representa uno de los puntos de referencia constante de mi enseñanza»[47]. Volveremos a este punto en el último apartado.
1.3.2. El influjo de la doctrina conciliar en el pensamiento de Karol Wojtyla
Si
hasta aquí hemos hablado del influjo del pensamiento de Wojtyla en
algunas ideas de fondo del Concilio Vaticano II, es también importante
considerar la cuestión desde el punto de vista inverso, es decir,
resaltar, siguiendo su propio testimonio, la gran influencia que el
Concilio y sus documentos ejercieron en la maduración del pensamiento
filosófico y teológico de aquel joven obispo polaco. «Un obispo que ha
participado en el Concilio Vaticano II —escribirá en 1972— se siente en
deuda con él. Es evidente. El Concilio, aparte de los beneficios que se
le han atribuido y seguirán atribuyéndosele, tiene un valor y un
significado único y irrepetible para cuantos han tomado parte en él y
los han puesto en práctica, sobre todo para los obispos, los padres
conciliares. Participando activamente durante cuatro años en el Vaticano
II y elaborando sus textos, lograron al mismo tiempo enriquecerse
espiritualmente en virtud de ese Concilio que estaban viviendo. La
propia experiencia de una comunidad universal constituía para cada uno
de ellos un inmenso bien, de alcance histórico. La historia del Concilio
—algo que sólo más tarde podrá ser escrito exhaustivamente— estaba ya
patente como acontecimiento excepcional en el ánimo de todos los obispos
que tomaban parte en él, a lo largo del periodo que va de 1962 a 1965;
absorbía por completo sus pensamientos, estimulaba su responsabilidad y
constituía una experiencia excepcional en el marco de una realidad
profundamente vivida»[48].
Para
alguien que vivió tan intensamente aquel acontecimiento, participando
además en la génesis de sus documentos, la doctrina conciliar puede
llegar a convertirse, en efecto, en algo connatural al propio pensar. Su
principal obra filosófica, «Persona y acto»,
cuya edición original se remonta a 1969, fue concebida en sus líneas
esenciales durante el Concilio, y como un intento de dar razón, desde la
perspectiva del análisis filosófico, de la concepción del hombre
presupuesta por los documentos conciliares. La doctrina antropológica
conciliar es, sin duda, un factor clave en la maduración del pensamiento
wojtyliano acerca de la dignidad de la persona humana, del
reconocimiento de su valor objetivo, de la grandeza de su libertad y de
su personal referencia a la verdad. Como ha señalado Buttiglione, «Persona y acto»
es, en un sentido no secundario, una reflexión sobre el Concilio
Vaticano II y sobre la conformidad de la Iglesia con la idea de
libertad, fundada sobre la esencial dignidad de la persona humana[49].
La libertad del hombre es intangible, pero lleva dentro de sí la
exigencia de someterse a la verdad. «Este punto es de importancia
capital —dirá el autor apenas citado— no sólo para comprender el
pontificado de Karol Wojtyla sino también, al mismo tiempo, para
comprender el Concilio y la crisis de la Iglesia actual. Un acto humano
que no reconozca la verdad y no la acoja en el amor es un acto
malogrado. No es propiamente un acto libre. Ser libre no es hacer lo que
me parece y me agrada, sino dominarse y poseerse uno a sí mismo de
manera que pueda percibir la atracción del bien y se entregue a sí mismo
para corresponderle. Una concepción relativista de la libertad humana,
como la que domina en diversos sectores de la filosofía y de la teología
modernas, no percibe este esencial dato de hecho: la libertad se
determina adecuadamente sólo ante la verdad, en presencia de la verdad
(...). La luz de la verdad no es algo que le sobreviene al acto libre
desde el exterior, sino algo que lo constituye desde el interior, hasta
el punto de que sin eso el acto no es libre»[50].
En «Persona y acto»
muestra Wojtyla cómo se puede establecer un camino que, partiendo de la
estructura de la persona y de la acción, ilumine la obligación general
hacia la verdad y el bien que constituye el núcleo esencial de la
libertad humana. Es entonces cuando la afirmación «esto es un bien» se
convierte en «esto debe ser realizado». Hay en el hombre una obligación
de realizar el bien, constitutiva de su persona y de su propia
realización. El bien del sujeto consiste en vivir en la verdad, es
decir, en hacer de los valores verdaderos el objeto de su propia
experiencia vital. La realización de la persona en la acción significa
alcanzar la felicidad, que consiste en la realización de la libertad por
la verdad. La estrecha relación entre felicidad, verdad y libertad trae
consigo que la felicidad sólo pueda tener una estructura personal: sólo
hablando de la persona se puede hablar de felicidad.
Así,
pues, según el pensamiento antropológico de Karol Wojtyla, la libertad
reposa sobre la relación de la persona con la verdad, que le permite no
estar determinado de manera unilateral por las circunstancias. La
relación de la libertad con la verdad es, en fin, el factor decisivo de
la trascendencia de la persona en su acción. La verdad penetra hasta el
interior mismo del proceso por el que la persona se decide y realiza un acto humano,
es decir, un acto que la compromete en cuanto persona. Y, así, nace en
ella, desde su propia intimidad, la obligación de buscar la verdad y de
conformarse con la verdad conocida, subordinando a ella las propias
pasiones. Al introducir de este modo la estructura del conocimiento de
sí en el proceso de la decisión personal, mostrando la función
esencialmente reflexiva de la conciencia, romperá Wojtyla el círculo
vicioso de las filosofías de la conciencia que no reconocen ninguna
verdad fuera de la conciencia, ni pueden, en consecuencia, reconocer el
deber que tiene de conformarse a una verdad objetiva exterior a ella.
Aunque
ya habíamos dedicado, al comienzo de estas páginas, cierta atención al
pensamiento de Wojtyla, me ha parecido útil retomar en estos párrafos
esa temática para tratar de comprender mejor la raíz conciliar de esa
antropología filosófica, en la que está latiendo —en cuanto cristiana—
un presupuesto teológico. El cual es, en definitiva, el que ya hemos
recordado: Dios, revelándose a sí mismo en Cristo, ha revelado al mismo
tiempo, la verdad sobre el hombre (Gaudium et spes,
n. 22), verdad que se encierra en la noción de persona entendida como
criatura hecha para la comunión con Dios y con los demás a través de la
sincera donación de sí mismo en la verdad y en el amor (Gaudium et spes, n. 24).
La
doctrina antropológica conciliar no inspira sólo el pensamiento
filosófico de Karol Wojtyla sino que orienta también su pensamiento
teológico y su acción pastoral[51].
En realidad, su filosofía estaba abierta, con personal y radical
convicción, al contenido de la fe, y facilita la aproximación a una
visión teológica de Dios, del mundo y del hombre. Su teología es, por
así decir, una «teología conciliar», en cuanto desarrollada en plena
sintonía con el Vaticano II y dotada, por esa misma razón, de un fuerte
acento pastoral. Como teólogo, Wojtyla se interesa por muchos temas,
entre ellos, especialmente, la persona humana como imagen de Dios, la
familia como comunión de personas, los principios fundamentales del
obrar moral, el misterio de la Iglesia y la teología del sacerdocio.
Su obra teológica más importante será: «La renovación en sus fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II»,
su segunda gran obra de madurez, libro concebido como una reflexión
sobre los grandes principios conductores de la doctrina conciliar,
vistos como líneas de renovación y de enriquecimiento en la fe. El
propósito de fondo del libro —que fue escrito de cara a facilitar la
puesta en práctica del Concilio en la diócesis de Cracovia— es ofrecer
una respuesta profunda y pastoral, a una cuestión de suma importancia
teológica y cultural: qué significa en la práctica ser creyente, ser
católico, ser miembro de la Iglesia, o en otras palabras, la cuestión de
la identidad de la conciencia cristiana. Se plantea, pues, como un
análisis del proceso formativo de la conciencia cristiana, desde la
proposición objetiva de la doctrina de fe hasta la consciente aceptación
personal, y desde esta fe personal a la existencia éticamente coherente
con ella[52].
Se
adivinan ya en esta obra los terrenos por los que discurrirá más
adelante la acción magisterial de Juan Pablo II, así como sus grandes
trazos de fondo. Uno de éstos, —de fuerte sabor conciliar, ya mencionado
por nosotros anteriormente—, es la afirmación de la unidad y
continuidad entre el ordo creationis y el ordo redemptionis en
el designio divino, plenamente realizado en Cristo, y en consecuencia,
entre la «identidad humana» y la «identidad cristiana» del bautizado.
Entre ser hombre y ser hombre cristiano no hay ruptura ni artificial
separación, sino continuidad y progreso hacia la plenitud de lo primero
en lo segundo. «El cristiano acepta como propios cada uno de los
elementos de la condición del hombre en el mundo actual, siguiendo con
perspicacia la orientación de los interrogantes que en esta situación el
hombre y la humanidad se plantean en los diversos círculos y
relaciones»[53].
Pero la «identidad cristiana» incluye, entre otros aspectos derivados
del don de la gracia, un elemento esencial, aprendido en el Modelo que
es Cristo, Hijo de Dios hecho hombre: el mandamiento de la caridad, que
debe caracterizar al creyente, esto es, un sentido profundo de
solidaridad con el hombre y con todo lo humano. En su hacerse hombre y
en su unión con los hombres como hermanos, Cristo ha desvelado la plena
verdad sobre el hombre, que «constituye el más sólido fundamento de la
actitud de identidad y solidaridad humana»[54].
La
defensa del valor y la dignidad de cada persona humana, escribe el
teólogo Wojtyla, es una de las aspiraciones máximas de la humanidad en
el tiempo presente, de la que no se debe desligar la correlativa
aspiración a una comunión auténtica entre todos los hombres. «Una y otra
están estrechamente relacionadas con el orden de valores evangélicos y
con el ethos cristiano (...). Hacer la vida humana más humana,
he aquí el objetivo fundamental del Concilio, íntimamente ligado a la
aspiración a participar en la vida divina y en la misión de Cristo. En
esta conexión se hace más evidente aún la dignidad de la persona en su
integridad (...). La formación de la actitud que expresamos como de
“identidad humana” consiste no sólo en aceptar la situación del hombre
en el mundo actual, sino en participar vivamente en las aspiraciones que
tienen como finalidad la auténtica dignidad del hombre»[55].
El
cristiano no puede buscar la salvación para sí separadamente de los
demás, como retirándose del mundo y condenándolo, sino que tiene el
deber de sentirse responsable de la entera sociedad con el fin de que en
ella se realice la dignidad de la persona[56].
Las dos grandes obras postconciliares de Karol Wojtyla, «Persona y acción» y «La renovación en sus fuentes» dejan,
pues, entrever, dándole respectivamente cauce filosófico y teológico,
la impronta intelectual y pastoral que en él dejó el Vaticano II, un
Concilio en el que, como ya ha sido tratado, había desempeñado un
protagonismo inspirador. En los albores del Pontificado los temas que
ocupaban el corazón y la mente del Cardenal Arzobispo de Cracovia, que
iba a ser llamado a ser uno de los sucesores de Pablo VI en un momento
particularmente delicado de la historia de la Iglesia y del mundo, eran
patentes: la grandeza y dignidad de la persona como imagen de Dios, la
primacía de la verdad y la dependencia de la libertad respecto de ella,
el sentido cristiano de la persona y de su libertad como donación, la
defensa de la familia como comunión de personas y fundamento de la
sociedad, la formación de la conciencia cristiana y de las actitudes
humanas que la proyectan en la sociedad, etc. Y siempre bajo la luz que
se desprende del misterio del Redentor, hacia el que quiso orientar la
mirada de la Iglesia y del mundo.
Llegaba
a la Sede de Pedro un Pastor marcado por unos pensamientos, por unos
sentimientos respecto al misterio del hombre y la luz que sobre él
irradia el misterio de Cristo, que se convertirían en firme fundamento
de un riquísimo magisterio doctrinal y una incisiva presencia pastoral.
Cristo y el hombre, el misterio de la Redención y el de la persona
humana, la íntima conjunción entre cristocentrismo y antropocentrismo
pasaban, consciente y voluntariamente, al primer plano de la vida
intelectual y evangelizadora de la Iglesia.
No
hay mejor testimonio para confirmar estas apreciaciones que el del
propio Juan Pablo II. El 11 de marzo de 1979, una semana después de
publicar su primera Encíclica, la Redemptor hominis,
cuyo significado programático se ha ido acrecentando con el pasar del
tiempo, pronunciaba el Papa ante los fieles reunidos en la Plaza de San
Pedro estas palabras: «He tratado de expresar en mi primera Encíclica lo
que ha animado y anima continuamente mis pensamientos y mi corazón
desde el comienzo del pontificado que, por inescrutable designio de la
Providencia, tuve que asumir el 16 de octubre del año pasado. La
Encíclica contiene los pensamientos que entonces, al comienzo de este
nuevo camino, apremiaban con fuerza especial mi alma, y que sin duda, ya
anteriormente venían madurando en mí, durante los años de mi servicio
sacerdotal y después episcopal. Creo que si Cristo me ha llamado así,
con tales pensamientos..., con tales sentimientos, es porque ha querido
que estas llamadas de la mente y el corazón, estas expresiones de fe,
esperanza y caridad, encontrasen resonancia en mi nuevo ministerio
universal desde su comienzo. Por lo tanto, así como veo y siento la
relación entre el misterio de la redención en Cristo Jesús y la dignidad
del hombre, así querría yo unir sobremanera la misión de la Iglesia con
el servicio al hombre, en su impenetrable misterio. Veo en esto la
tarea central de mi nuevo servicio eclesial»[57].
2. Las encíclicas de Juan Pablo II como paradigma de la unidad entre antropocentrismo y cristocentrismo
2.1. Las catorce Encíclicas: presupuestos generales
Las catorce Encíclicas que Juan Pablo II ha publicado a lo largo de su Pontificado[58] son textos de gran contenido doctrinal y de singular hondura teológica, como ha sido puesto repetidamente de manifiesto[59].
Resulta patente la concordancia de todas ellas en algunas
características de fondo, detectables también en otros documentos
doctrinales del pontificado, como por ejemplo en las Exhortaciones
apostólicas. Me refiero a ciertos rasgos estructurales, nítidamente
presentes ya en la Redemptor hominis,
como son: a) el trasfondo teológico trinitario; b) la base sistemática
cristológica y antropológica; c) el contexto referencial eclesiológico:
la Iglesia y su misión salvífica. Tales características se entrecruzan
en los diversos textos, formando una trama básica que les da un cierto
aire familiar: son componentes de una misma familia doctrinal y
pastoral, conformada en torno al designio de salvación del hombre en
Cristo.
Abundan
en ellas las referencias bíblicas, especialmente de aquellos pasajes
que dan razón del misterio del hombre a la luz del amor de Dios en
Cristo. No casualmente, por ejemplo, el versículo más citado en el
conjunto de las catorce Encíclicas es el de Jn 3,16:
«Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo Unigénito, para que
todo el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna». El
análisis de las referencias al Texto sagrado en estos documentos
magisteriales abre un interesante panorama de trabajo, y resulta también
útil para la cuestión que aquí estudiamos[60].
El
número total de citas de la Sagrada Escritura en nuestras Encíclicas es
de 1909, de las que 471 pertenecen al Antiguo Testamento y 1438 al
Nuevo Testamento. Lo más interesante de ellas no es, sin embargo, su
abundancia (es decir, el criterio numérico), sino el hecho de que el
texto citado se compenetra de tal modo con el discurso teológico que
forma parte de él (es decir, el criterio sistemático). Es éste un
importante elemento definitorio de estos documentos. Palabra de Dios,
discurso doctrinal y perspectiva evangelizadora se integran e iluminan
mutuamente.
Entre
las Encíclicas con mayor número de referencias bíblicas (y, por tanto,
más sistemáticamente bíblicas) se encuentran, significativamente, las
tres que forman el llamado «tríptico trinitario»: Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem,
que constituyen, a mi entender, la base del magisterio doctrinal de
Juan Pablo II. Esto corrobora la idea de que se trata de un magisterio
muy ligado a la Palabra revelada, y elaborado en torno a sus contenidos.
Así lo confirman las tres Encíclicas que siguen a las anteriores en ese
orden numérico y sistemático de citaciones bíblicas, que son: Evangelium vitae, Veritatis splendor y Redemptoris Mater.
Las dos primeras se sitúan en un ámbito directamente antropológico,
mientras que la tercera, de temática mariológica y eclesiológica,
desarrolla la prefiguración del misterio de la Iglesia en el misterio de
la maternidad de María.
Sigamos
apuntando datos reveladores. De los versículos más citados (tomando
como límite inferior el de ocho citas en el conjunto de las Encíclicas),
seis pertenecen al IV Evangelio y dos al Génesis. Los primeros (Jn
3,16; 14,6; 16,7; 17,21; 1,14; 14,9)[61],
tienen, por así decir, sustancia trinitaria y son al mismo tiempo
profundamente cristocéntricos, como corresponde a la íntima estructura
de la economía de la salvación. El primero de ellos (Jn 3,16) es, desde
esta perspectiva, no sólo un texto elocuente sino también paradigmático
en relación al pensamiento subyacente en las Encíclicas, e incluso —como
podría fácilmente probarse— a la concepción teológica dominante en el
entero magisterio de Juan Pablo II. Los dos versículos del Génesis (Gen
1,26 y 1,28), inseparablemente unidos entre sí y con el v. 27[62],
constituyen la base primordial de la antropología revelada, basada en
la cualidad de imagen divina que el Creador otorgó al varón y a la
mujer, dotados de igual dignidad en virtud de su idéntica naturaleza, y
llamados a una mutua relación de complementariedad en razón de su
radical diferencia sexual. La significativa presencia de esos versículos
—y del entero pasaje de Gen 1,26-28, que con sus 33 referencias supera
en mucho a los demás pasajes citados del AT—, constituye un punto de luz
acerca de las líneas estructurales que mencionábamos al comienzo de
este apartado. De esos fundamentos veterotestamentarios, interpretados e
iluminados a la luz del misterio del Hijo de Dios hecho hombre, ha
tomado pie el pensamiento creyente para construir el gran edificio de la
antropología cristiana.
Si,
en lugar de mirar las citas de versículos sueltos, nos fijamos más bien
en las perícopas más presentes en las Encíclicas encontramos algo
semejante. Limitándonos a las del NT, aparece como la más citada la de
Rom 8,1-30, que contiene la formulación más nítida de la doctrina
paulina acerca del ser en Cristo del cristiano y de la vida filial bajo
la guía y el influjo del Espíritu Santo. Esa misma verdad, expresada en
términos diversos pero sustancialmente idénticos por el evangelista
Juan, es la contenida en otra de las perícopas más citadas: Jn 1,1-18,
donde el misterio del Verbo Encarnado es mostrado como vía y clave de la
llamada del hombre a ser hijo de Dios. Semejante es el contenido de Gal
5,1-22, donde san Pablo insta a los cristianos a vivir libremente como
quienes son en Cristo; así como el de Jn 3,8-17, donde hace mención de
otra noción central en las Encíclicas: la de salvación en Cristo,
verdadero nervio del mensaje cristiano. De tan evidente continuidad de
contenidos entre esos pasajes bíblicos, y de su reiterada presencia en
los textos que estudiamos, es lógico concluir que el pensamiento de Juan
Pablo II está inmerso por completo en la luz del misterio de la
encarnación redentora del Hijo de Dios, Salvador del hombre, y que a
partir de ella contempla la realidad creada y razona sobre su
significado. Esto permite comprender la fuerza programática que late en
su primera Encíclica, Redemptor hominis, en la que se hallan anticipados todos los temas que desarrollará en las sucesivas[63].
2.2. La unidad entre antropocentrismo y cristocentrismo en las Encíclicas
Las
Encíclicas de Juan Pablo II, como sus restantes documentos, han
diseñado una teología que progresa siguiendo la vía abierta con la
venida del Hijo de Dios a la tierra, en quien el hombre y la entera
creación pueden alcanzar definitivamente su libertad. Es, en ese
sentido, una teología sapiencial, en cuanto elaborada desde la sabiduría
de la cruz y la sabiduría del amor. No nace, en efecto, a partir de una
especulación sobre la verdad revelada sino desde el conocimiento vivo
del misterio de la Redención y de la cotidiana relación, siempre bajo la
luz de Cristo, con los acontecimientos históricos. El horizonte hacia
el que nos encamina ese pensamiento es el de la Pascua de Cristo, Señor
del cosmos y de la historia. Allí el hombre redimido se reencuentra
consigo mismo y, al contemplar el rostro de ese otro Hombre, el
Viviente, el nuevo Adán que renueva en sí los rasgos desfigurados del
antiguo, comprende más profundamente su propia verdad[64].
En
esa concepción teológica resultan inseparables la antropología y la
cristología, pues sólo Cristo, haciéndose Él mismo hombre y uniéndose en
cierto modo a todo hombre, ha revelado plenamente el misterio del
hombre. Si la temática central de la filosofía y la teología de Karol
Wojtyla (en las que latía la doctrina de la imago Dei)
era, como hemos visto, el hombre, éste será también el centro del
mensaje doctrinal y la acción pastoral de Juan Pablo II. La frase: «El
hombre es la vía de la Iglesia», ha quedado como esculpida para siempre
en el pórtico de una enseñanza magisterial que, en nombre de la doctrina
de fe, promueve una sana visión antropocéntrica. No se trata, como es
lógico, de un antropocentrismo autosuficiente —como el de amplios
estratos de la cultura dominante—, sino de una visión del hombre
radicalmente abierta hacia lo alto: un antropocentrismo que comienza por
afirmar que sólo se puede comprender quién es el hombre mirando a
Jesucristo, en quien se realiza en plenitud la criatura humana, hecha a
imagen de Dios.
El
antropocentrismo de Juan Pablo II es, pues, al mismo tiempo,
cristocentrismo y por esa razón es también, en su raíz, teocentrismo[65].
Lo pone de manifiesto a la perfección su «trilogía trinitaria», donde
se aprende que, para el hombre redimido, contemplar a Cristo significa
contemplar al Padre misericordioso y alcanzar de su amor el auténtico
don del Espíritu Santo: «el don de la verdad de la conciencia y el don
de la certeza de la redención»[66].
Son precisamente estos presupuestos dogmáticos los que permiten
comprender por qué la cuestión moral constituye un tema central en los
intereses doctrinales y pastorales de Juan Pablo II.
La
clave está en la afirmación del íntimo nexo —teológicamente radicado en
Cristo, es decir, en la concepción antropológica que en Él se
fundamenta— entre libertad y verdad, así como entre ley natural y ley
eterna. Esa clave puede ser advertida con claridad, por ejemplo, en las
encíclicas: Veritatis splendor, Evangelium vitae y Fides et ratio,
denominadas «encíclicas antropológicas» en razón de la inspiración
profunda que las caracteriza. En el pensamiento de Juan Pablo II la
naturaleza humana, lejos de ser considerada superflua como criterio
moral —así sucede, en cambio, en esos estratos culturales antes
aludidos—, es revalorizada tanto en referencia a la persona y al
dinamismo de su acción, como a Cristo en cuanto fundamento y destino del
hombre. Cristo «es el Principio que, habiendo asumido la naturaleza
humana, la ilumina definitivamente en sus elementos constitutivos y en
su dinamismo de amor a Dios y el prójimo», se lee en Veritatis splendor[67].
En ella, y lo mismo cabe decir de las otras dos recién mencionadas, se
propone una antropología filial y dinámica, cristocéntricamente fundada,
como respuesta a la falsa pretensión de la autonomía moral absoluta[68].
En
el actual debate ético de dimensiones mundiales, Juan Pablo II,
partiendo de la fe en la creación, une y funde entre sí antropocentrismo
y teocentrismo, y logra así dar legitimidad a la perspectiva
metafísica, esencial para construir una antropología que responda a la
verdad del hombre como criatura a imagen de Dios, en la que ocupan lugar
privilegiado las nociones de naturaleza y de ley natural[69]. También lo ocupan por derecho propio la defensa de la dignidad de la vida humana, que ha sido desarrollada en Evangelium vitae, y la afirmación de la cognoscibilidad de la verdad por parte de la razón, vigorosamente proclamada en Fides et ratio.
En palabras del Cardenal Ratzinger, Juan Pablo II, desde la fe en
Cristo y desde su antropología cristocéntrica, ha mostrado que: «La fe
está llamada a impulsar a la razón a tener la valentía de la verdad. Sin
la razón, la fe fracasa; sin la fe, la razón corre el riesgo de
atrofiarse. Está en juego el hombre. Pero para que el hombre sea
redimido, hace falta el Redentor. Necesitamos a Cristo, hombre, que es
hombre y Dios, “sin confusión ni división” en una única persona. Redemptor hominis»[70].
2.3. Una inspiración de fondo: la teología de la «imago Dei» a la luz de «Gaudium et spes», nn. 22 y 24
En
una carta personal de Juan Pablo II al profesor Giovanni Reale, para
agradecerle su trabajo en la edición en un solo volumen de todos sus
escritos literarios, incluyó Juan Pablo II una frase significativa: «He
apreciado particularmente la interesante presentación redactada por Vd.,
Profesor, para poner en evidencia cómo en el centro de todos los
escritos se halla siempre el hombre en cuanto persona. Es ésta una clave
interpretativa que recibe de la Revelación plena valoración. En efecto,
es justamente el encuentro con Dios y el diálogo con Él lo que permite
que el hombre alcance plena conciencia de sí mismo como “persona”,
imagen del Ser subsistente, que no es en modo alguno absoluta soledad,
sino absoluta y misteriosa comunión»[71].
El
hombre en cuanto persona, imagen del Ser subsistente, que es comunión
personal. He aquí, desvelada por su Autor, la clave interpretativa de
sus escritos anteriores al Pontificado. Esa misma verdad del hombre como
imagen personal del Dios trinitario está siempre cumpliendo la función
de fundamento teológico último en las Encíclicas que estudiamos. En
realidad —y ésta es una razonable explicación—, no sólo ellas sino
también otros capítulos de la obra magisterial de Juan Pablo II están
enmarcados y, en ciertos aspectos, teológicamente modelados, por los
enunciados y, más aún, por la teología implícita de dos pasajes
conciliares repetidamente aludidos aquí: Gaudium et spes, n. 22 y Gaudium et spes,
n. 24. En ellos, leídos en el contexto de la entera Constitución
pastoral, se recupera y revitaliza la tradicional teología del hombre
como imagen de Dios en Cristo, al tiempo que viene enriquecida desde
nuevas perspectivas. Todo eso ha influido activamente en Juan Pablo II[72]. En lo esencial, los dos pasajes dicen así:
a)
«El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de
venir, es decir, Cristo Señor nuestro. Cristo, el nuevo Adán, en la
misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación» (Gaudium et spes, n. 22).
b)
«Cuando el Señor ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros
también somos uno” (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la
razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las
personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la
caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura
terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su
propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, n. 24).
Cualquier
lector analítico de las Encíclicas de Juan Pablo II es consciente del
importante papel que juegan en ellas esos dos textos, tanto por la
frecuencia de su citación como, más decisivamente, por su influjo en la
inspiración antropológica de fondo: una antropología cristocéntrica que
ya conocemos, nutrida en la inagotable fuente de la imago Dei.
De
las aproximadamente 350 citaciones de documentos conciliares en las
catorce encíclicas, la mayor parte corresponde a pasajes de Lumen gentium y Gaudium et spes. Esta última, tan cercana en su iter redaccional
a Karol Wojtyla, es citada 165 veces, de las que diecinueve
corresponden al n. 22 y once al n. 24. Además de ser los más citados[73],
esos pasajes son traídos también a colación en momentos, si es
permitido hablar así, realmente estratégicos de las Encíclicas: por
ejemplo, en los primeros compases de Redemptor hominis, Dives in misericordia, Veritatis splendor, Evangelium vitae, y Redemptoris Mater..., o bien en pasajes centrales de otras encíclicas, como por ejemplo, en los nn. 13 y 60 de Fides et ratio.
El mencionado n. 22, que constituye sin duda el corazón de Redemptor hominis, será también con el tiempo un punto focal de todo el pontificado[74].
Cristo, Imagen del Padre, revela el hombre al propio hombre; Cristo se
ha unido con su encarnación a todo hombre. Son luces fundamentales,
trazos característicos de la obra doctrinal y pastoral de un Pontífice
que propuso a toda la Iglesia como cometido fundamental: «orientar la
conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de
Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la
profundidad de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús»[75].
Y que, en estrecha continuidad con esa meta, estableció como piedra
miliar de su pontificado una premisa esencial: «El hombre en la plena
verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser
comunitario y social, (...) es el primer camino que la Iglesia debe
recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y
fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo vía que
inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la
Redención»[76].
Si el primero de aquellos pasajes de Gaudium et spes muestra
a Cristo como Imagen perfecta en la que se revela el Padre y se ilumina
la condición del hombre —varón y mujer— como criatura a imagen de Dios,
el segundo, abre la teología de la imagen a una profunda comprensión en
clave trinitaria, es decir, en clave de comunión de personas en la
verdad y en el amor, de mutua relación y donación personal. Desplazar el
acento hacia la misteriosa semejanza entre la unidad de las Personas
divinas y la unidad de los hombres en la verdad y en la caridad, induce a
plantear la búsqueda del significado de la imagen divina en el hombre
contemplando el dinamismo interior de la vida trinitaria, es decir, en
la unidad de su mutua, amorosa y plena donación. Con ello la
antropología cristiana alcanza cotas de profundidad jamás alcanzadas.
Antonio ArandaFacultad de Teología. Universidad de Navarra
(Texto
de la conferencia del mismo título pronunciada por el Autor en el
Coloquio Internacional sobre «Jesucristo en Juan Pablo II», Buenos Aires
15-16 de septiembre de 2005, organizado por la Cátedra Juan Pablo II de
la Pontificia Universidad Católica Argentina).
Notas
[1]
Su producción bibliográfica hasta ese momento era ya muy amplia, y
había alcanzado hitos importantes en el campo de la filosofía y de la
teología con la publicación de obras como: Amor y responsabilidad (1960), Persona y acto (1969), La renovación en sus fuentes (1972), y Signo de contradicción (1977). Cfr. W. GRAMATOWSKI y Z. WILINSKA, Karol Wojtyla negli scritti. Bibliografia, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1980.
[2]
Cfr., por ejemplo, A. SCOLA, «Gli interventi di Karol Wojtyla al
Concilio Ecumenico Vaticano II. Esposizione e interpretazione
teologica», en AA.VV., Karol Wojtyla, filosofo, teologo, poeta, «Atti
del colloquio internazionale del pensiero cristiano», Roma 23-25
settembre 1983, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1985,
289-306. (En adelante, citaré esta obra como Karol Wojtyla, filosofo, teologo, poeta.)
[3]
Para orientar los trabajos sinodales, el Arzobispo Wojtyla escribe en
1972 la obra que, en su edición castellana, tiene por título: La renovación en sus fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II, BAC, Madrid 1982.
[4] Cfr. el elenco de obras en la ya citada Karol Wojtyla negli scritti. Bibliografia, junto con la introducción de Z. KUBIAK, «Karol Wojtyla poeta», pp.19-25.
[5] Cfr., por ejemplo, M.J. FRANQUET, Persona, acción y libertad: las claves de la antropología de Karol Wojtyla, Eunsa, Pamplona 1996; J.L. ILLANES, Iglesia en la historia. Estudios sobre el pensamiento de Juan Pablo II, Edicep, Valencia 1997; R. BUTTIGLIONE, Il pensiero dell’uomo che divenne Giovanni Paolo II, Mondadori, Milano 1998; E. KACZYNSKI (a cura di), Fede di studioso e obbedienza di pastore,
Atti del Convegno sul 50º del Dottorato di Karol Wojtyla e del 20º del
Pontificato di Giovanni Paolo II, Millenium, Romae 1999; G. REALE,
«Karol Wojtyla pellegrino sulle tre vie che portano alla verità: arte,
filosofia, teologia», en G. REALE y T. STYCZEN (a cura di), Karol Wojtyla. Metafisica della persona. Tutte le opere filosofiche e saggi integrativi, Bompiani, Milano 2003, IX-XCIX. (En adelante citaré esta obra como «Metafisica della persona».)
[6] Cfr., por ejemplo, JUAN PABLO II, Don y misterio, BAC, Madrid 1996, 109-110; ¡Levantaos!, ¡Vamos!, Random House Mondadori, Barcelona 2004, 90-91, 152-153.
[7] «Metafisica della persona», XXXIV.
[9] Card. J. RATZINGER, Giovanni Paolo II: Vent’anni nella storia, San Paolo, Cinisello Balsamo 1998, 11.
[13] K. WOJTYLA, Doctrina de fide apud S. Joannem a Cruce, Roma 1948; primera edición: Collectanea Theologica 21 (1950) 418-468.
[14]
Cfr. A. WIERZBICKI, «La barca interiore. Affinità spirituale del
pensiero di Karol Wojtyla con il pensiero di San Giovanni della Croce»,
en Metafisica della persona, 3-20.
[15] Citamos en castellano la edición original polaca: K. WOJTYLA, Valoración de la posibilidad de construir la ética cristiana sobre la base del sistema de Max Scheler, Sociedad Científica de la Universidad Católica, Lublin 1959.
[16] K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad. Estudios de ética, Sociedad Científica de la Universidad Católica, Lublin 1960 (ed. española, Madrid 1969).
[17] Cita de Amor y responsabilidad, en G. REALE, «Saggio introduttivo», en Metafisica della persona, LXVIII, nota 130.
[21] Las ideas que vienen a continuación pertenecen a la obra de K. WOJTYLA, Persona y acción, cuya primera edición polaca (Cracovia) es de 1969; sigo la edición italiana, Persona e atto, Bompiani, Milano 2001. La edición española es de BAC, Madrid 1982.
[22] Cfr. T. STYCZEN, «Introduzione a “Persona e atto”», en Metafisica della persona, 787, nota 6. Otros textos de Styczen donde toca el mismo argumento son: Karol Wojtyla: un filosofo della morale agli occhi del suo discepolo, «Premessa» en Metafisica della persona, CVII-CXXIII; y «Responsabilità dell’uomo nei confronti di sé e dell’altro», en Karol Wojtyla, filosofo, teologo, poeta, 107-127.
[30] Aludimos principalmente a las ideas expuestas en «Amor y responsabilidad» y en «Persona y acción».
[31] Cfr. G. REALE, en Metafisica della persona, XCII-XCIX; T. STYCZEN, «Premessa», en Metafisica della persona, 799-804; R. BUTTIGLIONE, Karol Wojtyla, filosofo, teologo, poeta, 14-15; IDEM, Il pensiero dell’uomo che divenne..., 203ss.
[33] Cfr., entre otros, A. SCOLA, L’esperienza elementare. La vena profonda del magistero di Giovanni Paolo II, Marietti, Genova-Milano 2003, especialmente 111-138; Y.- M. CONGAR, Mon journal du Concile, Cerf, Paris 2002; R. BUTTIGLIONE, El pensamiento de Karol Wojtyla, Encuentro, Madrid 1992; J. GROOTAERS, De Vatican II à Jean Paul II: le grand tournant de l’Église catholique, Le Centurion, Paris 1981.
[34] Cfr. JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona 1994, 163-166; Memoria e identidad,
La Esfera de los libros, Madrid 2005, 17-18 (donde recuerda cómo las
ideas de sus primeras encíclicas se gestaron ya en su periodo anterior
en Cracovia); Memoria e identidad, La Esfera de los libros, Madrid 2005, 54.
[35] Cfr. A. SCOLA, L’esperienza elementare..., 112-115; A. PERZYNSKI, Il principio personalistico nel pensiero ecclesiologico di Karol Wojtyla, Pont. Univ. S. Thomas, Roma 1990.
[36] H. DE LUBAC, Entretien autour de Vatican II: souvenirs et réflexions, France Catholique, Paris 1985, 108.
[38]
La bibliografía es muy abundante; para nuestros intereses basta con
citar algunos textos escogidos, como por ejemplo: G. TURBANTE, Un concilio per il mondo moderno: la redazione della costituzione pastorale «Gaudium et spes» del Vaticano II,
Il Mulino, Bologna 2000; A. SCOLA, «“Gaudium et spes”: dialogo e
discernimento nella testimonianza della verità», en R. FISICHELLA (a
cura di), Il Concilio Vaticano II: recezione e attualità alla luce del giubileo, San Paolo, Cinisello Balsamo 2000; F. GIL HELLÍN, Constitutio pastoralis de ecclesia in mundo huius temporis. Synopsis, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2003; R. GONZÁLEZ MORALEJO, El Vaticano II en taquigrafía: la historia de «Gaudium et spes», BAC, Madrid 2000.
[40]
El texto polaco se centraba en la parte doctrinal del esquema, y se
dividía en cuatro capítulos, cuyo título vale la pena recordar para
advertir la impronta wojtyliana: a) Fundamento de la presencia de la
Iglesia en el mundo, b) Cómo la Iglesia está al servicio de la vocación
de la persona humana, c) Actitud de la Iglesia frente al ateísmo de hoy,
d) Deberes específicos de la Iglesia en el mundo contemporáneo respecto
a los bienes fundamentales de la persona y de la sociedad.
[43] Así lo ponen de manifiesto los especialistas; cfr., por ejemplo, A. SCOLA, Gaudium et spes: dialogo e discernimento..., cit., 91ss.
[44] Se puede cfr. JUAN PABLO II, Memoria e identidad, La Esfera de los libros, Madrid 2005, 138-143, 186.
[45] Cfr. Th. GERTEN, Jesus Christus - Die Antwort der Kirche and die Frage nach dem Menschen, St. Benno Verlag, Leipzig 1986, 58ss.
[46]
Entre otros estudios al respecto, cfr. los de R. TREMBLAY, «L’Homme (Ep
4,13), mesure del l’homme d’aujourd’hui et de demain. Pour un
approfondissement de “Gaudium et spes”», en Studia Moralia 35 (1997), 71-106; y G. COLZANI, «Cristocentrismo e umanesimo cristiano nella “Gaudium et spes”», en Revista del Clero italiano 75 (1994), 340-354.
[48] K. WOJTYLA, La renovación en sus fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II, BAC, Madrid 1982 (ed. orig. Cracovia 1972), 3.
[51] Cfr. St. NAGY, «Karol Wojtyla, teologo», y Cz. DRAZEK, «Karol Wojtyla, pastore», ambos en W. GRAMATOWOSKI y Z. WILINSKA, Karol Wojtyla negli scritti. Bibliografía, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1980, 34-43 y 44-49, respectivamente.
[52]
«La pregunta de qué quiere decir ser miembro creyente de la Iglesia es,
desde luego, difícil y compleja. Y lo es no sólo porque presupone la
propia verdad de la fe, la pura doctrina, sino porque exige que esta
verdad se implante en la conciencia del hombre y quede bien definida la
actitud o, mejor dicho, las diversas actitudes que constituyen el hecho
de ser miembro creyente de la Iglesia. Diríamos que en esto estriba
sobre todo el carácter pastoral del magisterio conciliar,
correspondiente al fin pastoral que se propuso el Concilio. Un concilio
“puramente” doctrinal habría concentrado preferentemente su atención en
precisar el significado de las verdades de la fe, mientras que un
concilio pastoral, sobre las bases de las verdades que proclama,
recuerda o esclarece, se propone ante todo brindar un estilo de vida a
los cristianos, a su modo de pensar y de actuar. Por eso es necesario
llevar a la práctica el Concilio con la mirada puesta en este estilo. En
el presente estudio, que trata de ponerse al servicio de esa actuación
del Vaticano II, pretendemos fijar nuestra atención en la formación de la conciencia de los cristianos y en las actitudes que deben adoptar» (cfr. La renovación en sus fuentes, o.c., 11).
[56]
Esa actitud cristiana de responsabilidad tiene para Karol Wojtyla
cuatro ámbitos principales de ejercicio y desarrollo (a los que Juan
Pablo II prestará particular atención): a) la familia, donde el hombre adquiere la personalidad moral, que le hace sentir como suyas las necesidades de los otros; b) la cultura, por la que ese ethos aprendido
en el ámbito familiar se dilata y abarca la totalidad de una nación o
de un pueblo y en cuyo interior se libra una batalla incesante por la
defensa de esos valores; c) la vida socioeconómica y política,
que han de estar regidas como premisa fundamental por la primacía de la
ética sobre la economía, y la realización de los derechos de la
persona, tal como los comprende la razón humana y son claramente
manifestados en la revelación; y, en fin, d) el fomento de la paz y la promoción de la comunidad de los pueblos,
amplio campo de responsabilidad cristiana, en cuanto llamada a dar un
fundamento ético a la vida común de los individuos y las naciones.
[58] Redemptor hominis, 4 de marzo de 1979 (AAS 71 [1979] 257-324); Dives in misericordia, 30 de noviembre de 1980 (AAS 72 [1980] 1177-1232); Laborem exercens, 14 de septiembre de 1981 (AAS 73 [1981] 577-684); Slavorum apostoli, 2 de junio de 1985 (AAS 77 [1985] 779-813); Dominum et vivificantem, 18 de mayo de 1986 (AAS 78 [1986] 809-900); Redemptoris Mater, 25 de marzo de 1987 (AAS 79 [1987] 361-433); Sollicitudo rei socialis, 30 de diciembre de 1987 (AAS 80 [1988] 513-586); Redemptoris missio, 7 de diciembre de 1990 (AAS 83 [1991] 249-340); Centesimus annus, 1 de mayo de 1991(AAS 83 [1991] 793-867); Veritatis splendor, 6 de agosto de 1993 (AAS 85 [1993] 1133-1228); Evangelium vitae, 25 de marzo de 1995 (AAS 87 [1995] 401-522); Ut unum sint, 25 de mayo de 1995 (AAS 87 [1995] 921-982); Fides et ratio, 14 de septiembre de 1998 (AAS 91 [1999] 5-88); Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril 2003 (AAS 95 [2003] 433-475).
[59] Cfr., por ejemplo, entre la amplia bibliografía al respecto las obras: G. BORGONOVO y A. CATTANEO (a cura di), Giovanni Paolo Teologo: nel segno delle Encicliche, Mondadori, Milano 2003, con amplia y selecta bibliografía. También los artículos del Card. J. RATZINGER, «Le quattordici encicliche del Santo Padre Giovanni Paolo II», en AA.VV., La Chiesa a servizio dell’uomo. Giovanni Paolo II: XXV anni di Pontificato, Lateran University Press, Roma 2003; y Giovanni Paolo II. Vent’anni nella storia, Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo 1998, 1-37.
[60]
Sintetizamos algunas ideas que hemos expuesto con más detenimiento en
«El uso del texto bíblico en las encíclicas de Juan Pablo II», G. ARANDA
y J.L. CABALLERO, La Sagrada Escritura, palabra actual, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2005, 318-339.
[61]
Jn 3,16, citado en 15 ocasiones: «Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna». Jn 14,6, citado en 12 ocasiones: «Yo soy
el Camino, la Verdad y la Vida —le respondió Jesús—; nadie va al Padre
si no es a través de mí». Jn 16,7, citado en 10 ocasiones: «Pero yo os
digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el
Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré».
Jn 17,21, citado en 10 ocasiones: «Que todos sean uno; como Tú, Padre,
en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo
crea que Tú me has enviado». Jn 1,14, citado en 8 ocasiones: «Y el Verbo
se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria
como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad». Jn 14,9,
citado en 8 ocasiones: «Felipe —le contestó Jesús—, ¿tanto tiempo como
llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha
visto al Padre; ¿cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?».
[62]
Gen 1,26-28: «Dijo Dios: —Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza. Que domine sobre los peces del mar, las aves del
cielo, los ganados, sobre todos los animales salvajes y todos los
reptiles que se mueven por la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y
les dijo: —Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad
sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que
reptan por la tierra».
[63] Subrayan esta idea estas palabras del Card. Ratzinger: «En su primera Encíclica, Redemptor hominis, Juan
Pablo II resumió, por decirlo así, los frutos del camino recorrido
hasta entonces en su calidad de pastor de la Iglesia y como pensador de
nuestro tiempo. Esa primera encíclica gira en torno a la cuestión del
hombre. La expresión “el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia” (ibid., 14)
se ha convertido casi en un lema. Pero, al citarla, a menudo nos
olvidamos de que poco antes el Papa había dicho: “Jesucristo es el
camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino hacia la casa
del Padre (cfr. Jn 14,1ss) y es también el camino hacia cada hombre” (ibid.,
13). Por consiguiente, también la fórmula del hombre como primer camino
de la Iglesia prosigue así: “camino trazado por Cristo mismo, camino
que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de
la Redención”» (Las catorce Encíclicas del Santo Padre Juan Pablo II, o.c.).
[64]
Cfr. Card. J. RATZINGER, «“Teologia sapienziale”. Sollecitudine di
Giovanni Paolo II per il terzo millennio», en E. KACZYNSKI (a cura di), Fede di studioso e obbedienza di pastore,
Atti del Convegno sul 50º del Dottorato di Karol Wojtyla e del 20º del
Pontificato di Giovanni Paolo II, Millenium, Romae 1999, 76-88.
[65]
«Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento
humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso
contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio,
siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de
manera orgánica y profunda. (...) La apertura a Cristo, que en cuanto
Redentor del mundo “revela plenamente el hombre al mismo hombre”, no
puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más
madura al Padre y a su amor» (Dives in misericordia, n. 2).
[68] Cfr. L. MELINA, «La luce di Cristo sull’agire umano. L’enciclica “Veritatis splendor”», en Giovanni Paolo teologo, 220-221.
[69]
«La razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no
es otra cosa que la sabiduría divina (...). La ley natural (...) no es
sino la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios» (Veritatis splendor, n. 40).
[71]
G. Reale ha publicado el texto de la carta en su ensayo introductorio a
la obra literaria de K. Wojtyla; cfr. «Metafisica della persona», texto
inserto entre las páginas XCVI y XCVII.
[72] Él mismo lo expresaba en el año 2000 ante un numeroso grupo de obispos y teólogos: «La constitución pastoral Gaudium et spes,
que planteaba los interrogantes fundamentales a los que toda persona
está llamada a responder, nos repite hoy también a nosotros unas
palabras que no han perdido su actualidad: “El misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (n. 22). Son palabras
que aprecio mucho y que he querido volver a proponer en los pasajes
fundamentales de mi magisterio. Aquí se encuentra la verdadera síntesis
que la Iglesia debe tener siempre presente cuando dialoga con el hombre
de este tiempo, como de cualquier otro: es consciente de que posee un
mensaje que es síntesis fecunda de la expectativa de todo hombre y de la
respuesta que Dios le da» (Discurso, en la clausura del Congreso internacional sobre la aplicación del Vaticano II, 27.II.2000).
[73]
A esas citas directas habría que añadir las referencias indirectas,
como por ejemplo las derivadas de citar dentro de una encíclica otras
anteriores que contenían ese mismo pasaje conciliar. Otros párrafos de Gaudium et spes citados
con frecuencia en las encíclicas son, por ejemplo, los nn. 10 (sobre
Cristo, luz de la vida humana y de la historia), 16 (sobre la conciencia
moral del hombre), 17 (sobre la libertad), 35 (sobre el trabajo), etc.;
son todos temas antropológicos de gran calado.
[74] Cfr. J.M. GALVÁN, «Dirigersi verso Cristo. Il programma di Giovanni Paolo II», en Giovanni Paolo Teologo, 70-72.
NACIMIENTO Y DESARROLLO DE LA CRISTOLOGIA EN EL N.T1
En
la literatura neotestamentaria la cristología no aparece como un
testimonio monolítico y reducido a un discurso único sobre la
persona de Jesucristo. Antes por el contrario, se compone de una
pluralidad de testimonios en la unidad de fe, que enriquecen nuestras
posibilidades de acceso a Jesucristo.
La cristología del kerigma primitivo
Las
características peculiares de la cristología del kerigma primitivo
se pueden resumir así: se trata de una cristología pascual,
centrada en la resurrección y glorificación de Jesús por obra del
Padre. Su exaltación es una acción de Dios sobre Jesús a favor
nuestro (Hch. 5, 31) Por eso mismo, después de la proclamación
kerigmática sigue la invitación al arrepentimiento, a la conversión
y al bautismo. Con esta cristología pascual nació la cristología,
pues en ella encontramos la etapa inicial de un discurso reflejo y
organizado sobre el significado de Jesucristo para la fe cristiana.
El hecho de que la cristología del kerigma primitivo sea pascual
significa que el punto de partida de su discurso acerca de Jesús es
el acontecimiento pascual mismo. Y además esta cristología es
esencialmente Soteriológica, es decir, que su discurso sobre Jesús
está centrado en el significado que tiene para la salvación de los
hombres.
Más
tarde, pero sólo a través de un proceso orgánico la reflexión
evolucionará hacia una cristología “ontológica” donde se
extenderá a Jesús tal como es en sí mismo y a su persona en
relación con Dios.
Cristología de la filiación divina
Los
interrogantes que la vida y la predicación de Jesús habían
suscitado, recibían una nueva interpretación conduciendo a la
confesión de Jesús como el Hijo de Dios. Aplicado a Jesús a la luz
de la experiencia pascual sobre el misterio de su persona, adquiría
un significado referido en términos propios a la singular relación
Padre-Hijo (Fil, 1, 5-11).
Cristología de la “pre-existencia”
Una
cristología de esta naturaleza surgió porque la evolución
teológica no se conformó con afirmar la condición divina de Jesús,
sino que al indagar por su origen, se intuyó una nueva verdad: este
Jesús pre-existía en Dios, desde el cual venía y por el que era
enviado. Vino de Dios, con el que pre-existía desde la eternidad y a
través de su misterio pascual volvió a la gloria de su Padre. Así
la resurrección es un retorno a la gloria que tenía en Dios antes
de su encarnación.(Jn 1; Rm 1, 1-4).
CONTROVERSIAS Y FORMACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO
La
perspectiva original de la cristología neotestamentaria era
funcional: se preguntaba y establecía qué era Jesús para nosotros.
Sin embargo, mediante el dinamismo de la fe tal perspectiva
evolucionó hacia la ontológica, cuya pregunta se convertía en:
¿quién es Jesús en sí mismo y en relación con Dios? A esta
cuestión se dio respuesta en los concilios de la era patrística de
forma progresiva:
El
concilio de Nicea (325) Afirmación de la verdadera divinidad de
Cristo. El hijo es consustancial al Padre, es decir, un sólo Dios
con él.
Este
concilio confesó en su credo que el hijo de Dios es “engendrado,
no creado, de la misma substancia (homousios) que el Padre”. En
respuesta a la crisis arriana - Arrio afirmaba que “el hijo de Dios
salió de la nada” (Ds 130) y que sería “de una substancia
distinta de la del Padre” (Ds 126)2
- este concilio afirma que la filiación divina, que en el N. T. se
atribuye a Jesucristo debe ser entendida en sentido estricto.
El
concilio de Constantinopla (381) Afirmación de la preexistencia de
Cristo.
Conservó
la formulación del credo de Nicea y confesó “al hijo único de
Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado,
consubstancial al Padre” (Ds 150)3.
El
concilio de Efeso (431) Afirmación de la unidad en Cristo
“La
herejía Nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la
persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella San Cirilo de
Alejandría y este concilio confesaron que el Verbo, al unirse en su
persona a una carne animada por un Alma racional, se hizo hombre (Ds
250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona
divina del hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su
concepción”4.
El
concilio de Calcedonia (451) Afirmación de la unidad de las dos
naturalezas en Cristo
En
la actualización del misterio de Jesucristo este concilio implica la
distinción entre persona
y
naturaleza considerando
a ambas insertas en el orden del ser. Los monofisitas afirmaban que
la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al
ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentando esta
herejía este concilio confesó a Cristo como verdadero Dios y
verdadero hombre, consubstancial con el Padre según la divinidad y
consubstancial con nosotros según la humanidad. La diferencia de
naturalezas no queda suprimida por su unión, sino que confluyen en
un solo sujeto y en una sola persona (Ds 301-302)5.
El
concilio de Constantinopla II (553) Reinterpretación de Calcedonia
Este
concilio reafirma la unidad de naturalezas en la persona divina de
Jesús: El Hijo eterno de Dios y el hombre Jesús son una sola y
misma persona (Ds 424) Él es uno de la trinidad.
El
concilio constantinopolitano III (681) Afirmación de la completa
humanidad de Cristo
Se
vuelve después del concilio de Calcedonia al argumento de la
distinción de naturalezas. Los monofisitas afirmaban que en Cristo
no había sino una sola voluntad, la divina. Esto era menoscabar la
humanidad de Jesús como un mero instrumento pasivo de la naturaleza
divina. El concilio ha dicho que la voluntad humana de Cristo “sigue
a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo
lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente” (Ds
556)6.
SIGNIFICACIÓN DEL DOGMA CRISTOLÓGICO7
La
cristología del N. T. fue una interpretación de la persona y del
acontecimiento de Jesucristo hecha por la Iglesia apostólica a la
luz de su experiencia pascual bajo la inspiración del Espíritu
Santo. Esta cristología pertenece al hecho fundante de la revelación
y sigue siendo para siempre la norma última (norma normans) para la
fe de la iglesia en el misterio. El dogma cristológico de la Iglesia
es una interpretación ulterior y progresiva del mismo misterio hecha
por la iglesia apostólica bajo la guía del Espíritu Santo, de la
que se hace garante el magisterio de la Iglesia. El dogma
cristológico está constituido por una serie de documentos en los
que el sentido y el significado del misterio revelado reciben
ulteriores elaboraciones y explicaciones que las tendencias
reduccionistas de las herejías cristológicas hicieron necesarias.
Tiene el valor normativo que el magisterio de la Iglesia le atribuye
siempre, sin embargo, en relación con la norma normans de la
Escritura está subordinada en cuanto son las Escrituras y no el
dogma el hecho fundante de la Iglesia. Como interpretaciones que son,
las formulaciones cristológicas de los concilios están sujetas a
una hermenéutica. Su valor normativo está relacionado con el
testimonio fundante de las Escrituras, especialmente con la
cristología del N. T, del que representan una elaboración ulterior
en un contexto histórico siempre en evolución.
Si
las formulaciones cristológicas dogmáticas no son jamás el punto
absoluto de partida, tampoco constituyen nunca la última palabra en
la reflexión de la fe de la Iglesia sobre el misterio de Jesucristo.
Son interpretaciones adicionales que las circunstancias concretas de
los contextos históricos hacen necesarias. Son siempre particulares
por definición, es decir, están siempre determinadas y limitadas en
el espacio y en el tiempo y, por tanto, dependen de un ambiente
cultural.
LA POSIBILIDAD DEL ACCESO HISTÓRICO A JESÚS
En
el siglo XVll se empieza a diferenciar el Cristo de la fe y el Jesús
histórico. En un primer momento se construyen vidas de Jesús sin el
kerigma (Renan, Reimarus, Weiss y Harnack).
En
un segundo momento se prescinde de Jesús de Nazareth y todo se hace
desde el kerigma (Bultmann); se afirma que los verdaderos creadores
de la fe son los apóstoles; es necesario quitar el mito de los
evangelios (desmitización) y preguntar qué representa el kerigma en
el aquí y ahora de mi vida (interpretación existencial). Para
Bultmann Jesús existió realmente, pero él no es decisivo para la
fe. Lo importante es la respuesta a la palabra proclamada que
interpela existencialmente al hombre. La fe cae en una gnosis:
conocer una doctrina para salvarse. Con Bultmann surgen los métodos
historico-críticos (Formgeschichte), se encontró el Sitz im Leben
que se define como la reconstrucción del ambiente vital originario
de las perícopas.
En
un tercer momento se busca de nuevo al Jesús histórico, no
prescindiendo del kerigma sino a partir del kerigma mismo (Kasemann,
J. Jeremias y Schurmann) intentando un acceso a la vida de Jesús y
los comienzos pre-pascuales de la tradición de los ”logia” para
buscar la auténtica intención de Jesús. Con los criterios de
autenticidad histórica se traspasa la frontera de la resurrección y
se puede encontrar la “ipsissima intentio Jesu”; se dice que los
evangelios conservan las mismas intenciones de Jesús, los pasajes
contienen los dichos de Jesús recreados en las comunidades. Hoy se
habla de la recuperación de la humanidad de Jesús como dato
necesario para la fe.
A
partir de 1980 se ha iniciado una nueva etapa en la búsqueda de
Jesús, es lo que se ha llamado la “Third Quest”. Esta búsqueda
ubica a Jesús como un auténtico judío, es un trabajo
interdisciplinar, ecuménico y que utiliza no sólo los evangelios
canónicos como fuentes autorizadas para encontrar a Jesús, sino
algunos de los llamados evangelios apócrifos. Se preocupan estos
investigadores por conocer el ambiente galileo en el que Jesús actuó
y a partir del contexto de la época van elaborando diversas Imágenes
de Jesús. Se destacan en este campo los trabajos de J. D. Crossan.
LOS
MISTERIOS DE LA VIDA DE JESÚS: SU PREDICACIÓN, OBRAS, PASIÓN,
MUERTE Y RESURRECCIÓN.
Jesús
fue una persona de incomparable originalidad con respecto al judaísmo
de su época. Piensa el Reino de Dios no como un juicio severo sino
como una superabundancia de amor por parte de Dios a favor de los
pobres y pecadores. Enseña como un rabí, pero escoge a sus
discípulos; entre los que se encuentran mujeres, niños y pecadores,
lo cual es un descrédito. Vive como un profeta, pero es distinto de
ellos; no justifica su mensaje y su persona con signos externos; su
enseñanza la hace con autoridad. Trata con pecadores, quebranta el
sábado y las prescripciones sobre la pureza, prefiere a los pobres,
rechaza la interpretación superficial y legalista de la ley. Lo más
original es su enseñanza de perdón y amor a los enemigos. Entiende
su vida en actitud de obediencia a la misión que le ha sido
confiada. Su mensaje va dirigido a las ovejas perdidas de la casa de
Israel, que eran la mayoría del pueblo: enfermos, pobres económicos,
huérfanos, viudas, pecadores. Esto se convierte en causa de
conflicto con los jefes judíos y desemboca en su condena a muerte
por parte de la autoridad romana.
El
contenido de su mensaje es la conversión como condición para entrar
en el Reino de Dios. El Reino es Jesús mismo: él predica con la
convicción de que la soberanía de Dios actúa en su persona y en su
actividad. La decisión que se tome ante él decide el futuro de la
persona. Es esto lo que Jesús quiere revelar con sus parábolas.
Pero él no sólo predica sino que obra a favor de los oprimidos por
el mal, el pecado y la enfermedad. Sus milagros (exorcismos y
curación de enfermos) y el perdón de los pecados (comidas con
pecadores) son signos de la presencia del Reino y su cumplimiento
definitivo en su persona. En Jesús se da una perfecta coherencia
entre su persona, lo que predica y lo que hace. Las parábolas son el
lenguaje del Reino; pertenecen al hablar histórico de Jesús. En
ellas Jesús se revela a sí mismo y el sentir de Dios hacia el
hombre: Dios es el que se desborda en compasión por sus hijos, monta
en sus hombros la oveja perdida, come con pecadores y publicanos. Si
bien el Reino está ya presente, su realización plena sólo será en
el futuro.
La
figura de Jesús, sus palabras y sus acciones iban abiertamente en
contra de la manera como se interpretaba el querer y la voluntad de
Dios expresada en la ley. Por esta razón Jesús provocó una
oposición conflictiva entre él y los jefes políticos y religiosos
de su pueblo. Todo desembocó en un juicio con un doble proceso: -
ante el Sanedrín, representante del poder religioso, que lo
consideró como usurpador del nombre de Dios, irrespetuoso de la ley,
falso profeta y pretendido Mesías. En el fondo de todo esto hay una
concepción diversa de Dios entre Jesús y las autoridades
religiosas. Según estos últimos, Dios no actúa como Jesús,
mezclándose con pecadores, pobres e impuros y reinterpretando el
sábado. El Dios de Jesús es gracia y salvación vinculada a su
persona. Jesús desenmascara el abuso de los grupos religiosos que
vivían del culto y habían pervertido la interpretación de la ley
de Dios; lo mismo de los ricos y poderosos quienes cometían
injusticias con los pobres y oprimidos de Israel. - Ante Pilato,
representante del poder civil, Jesús representaba una amenaza contra
el orden público que Pilato debía salvaguardar para conservar su
puesto de Procurador. Este lo condena como rebelde a la cruz, condena
para criminales peligrosos y los miembros de clases bajas. Por su
manera de hablar y actuar, Jesús sabía que se encaminaba hacia su
propia muerte. El fiel cumplimiento de la misión desembocaría en el
conflicto, la persecución y la muerte. Su muerte fue la consecuencia
lógica y el culmen de su misión.
Cuando
todo parecía haber terminado, los que compartieron la vida con Jesús
dicen haberlo visto vivo. Los evangelistas coinciden en decir que: De
verdad el Señor ha resucitado; Jesús se ha dejado ver, los
discípulos se han encontrado con él y el sepulcro está vacío. El
acontecimiento provoca en los testigos un cambio radical de actitud.
La experiencia de la resurrección que tienen los discípulos es
histórica, más no el acontecimiento mismo. La resurrección
trasciende la historia porque marca el punto inicial de un nuevo modo
de ser de Jesús, el comienzo de la escatología en la historia.
La
resurrección es la irrupción máxima del amor de Dios en la
historia de los hombres, interviniendo en ella, resucitando a Jesús
muerto. La resurrección es históricamente el último y definitivo
acontecimiento de la revelación: Ella nos revela quién es Dios y
quién es Jesús
En
el dato sobre la resurrección, los evangelistas expresan en lenguaje
humano el testimonio histórico de un acontecimiento real que los
sobrepasa. Es el testimonio de una realidad que provoca y exige al
mismo tiempo la fe. Son iluminadoras las siguientes palabras: “La
resurrección de Jesús es un hecho en el que sólo podemos creer:
comenzando desde los primeros testigos hasta nosotros. Pero a favor
de esta fe se pueden aducir razones profundas. La posibilidad de lo
histórico llega hasta la comprobación de esas razones, hasta las
apariciones de Jesús y el sepulcro vacío. Más allá de este
limite, queda la apertura de la disposición, de la buena voluntad, y
finalmente de la fe plena y convencida. Más allá, queda también el
misterio de Jesús: misterio que es aquí densísimo”8.
Es
precisamente la luz de la Pascua la que ilumina a sus discípulos
toda la vida que compartieron con su Maestro y es ella misma la que
les permite explicitar todo lo que permanecía implícito y oscuro.
LOS
TÍTULOS CRISTOLÓGICOS
La
originalidad de Jesús que nos permite entrever la fuente de sus
pretensiones y la conciencia de su identidad la encontramos en sus
palabras y en sus acciones. Los títulos no alcanzan a encerrar el
misterio de su persona. Él entiende su misión como la del profeta,
rechazado y perseguido; sin embargo, es mucho más que un profeta.
Aunque Israel no reconoció en Jesús al Mesías político y él no
se atribuyó ese título, sí parece que se concibió a sí mismo y
su misión como mesiánica. El único título que usa Jesús es el de
Hijo del hombre con el que indica su actividad terrestre, su pasión,
su gloria y juicio final. Jesús Jamás se designó a sí mismo como
hijo de Dios; fue la comunidad primitiva la que a partir de la
resurrección lo utiliza para designar, la especial relación de
Jesús con Dios y la novedad ontológica presente en Jesús que lo
hace compartir su ser, su acción y su voluntad con Dios mismo. Jesús
tiene la conciencia de ser “el Hijo”, llama a Dios “Abbá”
queriendo expresar la relación personal, inmediata, amorosa, íntima
y obedencial con Dios y su carácter inusitado de Hijo que revela al
Padre. La pretensión de Jesús rebasa lo que expresan los anteriores
títulos de origen veterotestamentario. La fuente última de su
pretensión brota de la experiencia de ser el Hijo y de tener a Dios
como “su Padre”. De aquí brota su actitud ante al ley, su
autoridad para interpretarla, sus exigencias de seguimiento para
entrar en el Reino, su acercamiento a los pecadores y marginados
sociales, sus parábolas y milagros, su actitud ante su pasión y la
manera de entender y asumir su muerte, y por último, la respuesta
que Dios da a su vida y a su persona en la resurrección. Jesús es
auto consciente de sí cuando anuncia el Reino en su actuar y
enseñanza, en su pasión y su muerte. Ve su propio ministerio como
la intervención decisiva de Dios y tiene conciencia de ello.
SOTERIOLOGIA
I. VISION ANTROPOLOGICO-RELIGIOSA
El
problema de la Salvación es básico en todas las religiones y se
ofrecen como respuesta a cuestiones fundamentales del hombre: el
dolor, el egoísmo, el mal, la muerte en síntesis, al sentido de la
vida. La búsqueda y el afán de salvación, se inscriben pues en el
dinamismo del acto religioso, esta búsqueda se caracteriza a la vez
por una unidad y una multiplicidad, pues en todas las religiones el
hombre se vuelve hacia un horizonte que le trae la paz frente a la
insatisfacción de su estado presente cuya limitación y precariedad
rechaza. En este aspecto la búsqueda de salvación, es unitaria,
dado que la condición histórica en que se envuelve su vida, le
parece al menos en algunos momentos inestable y peligrosa; así el
hombre se lanza desde la aspereza de su horizonte existencial hacia
otros horizontes procurándose medios y personas que lo aproximen a
ellos apareciendo así diferentes matices, medios y caminos que lo
conducen a ellos.
Teniendo
como base esta visión antropológico-religiosa daremos el paso hacia
una mirada del ideal de la salvación en un primer momento en la
experiencia histórica veterotestamentaria del pueblo hebreo y pasar
así al sentido absoluto y definitivo del ideal de la salvación en
el nuevo testamento.
LA SALVACION EN EL MARCO DE LAS EXPERIENCIAS HISTORICAS VETEROTESTAMENTARIAS Y EXPECTATIVAS MESIANICAS.
Las
situaciones históricas en que se invoca a Dios como salvador abarca
todos los aspectos de la existencia: la guerra y el cautiverio, la
enfermedad y la muerte, el miedo y la angustia, el exilio y la
esclavitud. “En el A.T. el punto de referencia constante en la
celebración salvífica y a la vez fundamento de la esperanza futura
es la serie de episodios que constituyeron el éxodo del pueblo
hebreo de Egipto”9.
Como dice Dt. 26,6-9 “El Señor nos sacó de Egipto con mano
fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con signos y
prodigios y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra
que mana leche y miel”.
Pero
la idea de salvación va tomando cuerpo, sobre todo después del
exilio en conexión con lo que podemos llamar las expectativas
mesiánicas. Los profetas anuncian la restauración de la unidad del
pueblo, el retorno y la purificación del pueblo; el Mesías sería
precisamente el promotor de esta nueva fase definitiva en la historia
de la Salvación: Is.11,1-10, Jer.31,31-34;Ez.37,21-28, Jerusalén y
el Templo se convierten en símbolos de la promesa y del poder de
Dios que quiere por medio de Israel extender su salvación a toda la
tierra en un reino de justicia y de paz.
LA SALVACION EN EL SENTIDO ABSOLUTO DEL NUEVO TESTAMENTO: JESUS DE NAZARETH
“En
sentido absoluto, salvación es la acción de Dios que por medio de
Jesús de Nazareth, libera al hombre de la situación presente y lo
introduce en una nueva forma de existencia de la que es signo y
anticipo la resurrección”10.
De
esta manera el anuncio apostólico se convierte fundamentalmente en
Evangelio de Salvación (Ef.1,13), en fuerza de Dios para salvar a
todo el que cree (Rm.1,16), los creyentes saben que el mensaje de
salvación ya ha llegado y que están salvados en la vida de Jesús
(Hch.13,26.Rm.5,10. Hch.4,12). Estos creyentes también esperan la
manifestación final del salvador(Hb.9,20), es decir, aparece
entonces un Reino presentado como trascendente y con una connotación
marcadamente escatológica.
Pablo
ve en la salvación una autocomunicación de Dios hacia el hombre, no
sólo es manifestación sino una realización, no simplemente una
información sino una obra que tiene un autor principal y único:
Dios. Para Pablo la muerte y la resurrección de Jesús constituyen
el centro de la soteriología porque ve en el acontecimiento pascual
la creación de la condición salvada del hombre y además porque
Cristo muerto y resucitado plantea al hombre las cuestiones más
centrales sobre su existir: su actitud ante el pecado, ante sí mismo
y sobre todo su existir de cara a Dios y en Dios mismo (Gál.2,19-20,
2Cor.5,14-15, Fil.3,7-11,Rm.8,31-39 y Ef.2,4-7). “Particularmente
este último aspecto de la vida de Cristo glorioso participada por el
hombre de la fe es sin lugar a dudas la forma más radical y global
de afrontar la existencia humana”.11
En esta descripción soteriológica aparece un aspecto fundamental:
La salvación se vincula a un reconocimiento,
a la aceptación y a la confesión llevada a cabo por la fe: el
Señorío de Cristo. Jesús
es presentado como Señor partiendo del acontecimiento pascual como
concepción unitaria, es el reconocimiento en lo interno y externo de
nuestra vida de que EL es el sentido, El es nuestra vida (Rm.10,9;
7,9). De aquí se desprende la relación del amor de Dios al
acontecimiento pascual en dos facetas: a) El Amor es motivo de
solidaridad como presupuesto necesario de salvación; el Hijo
comparte la suerte y los destinos humanos, del hombre pecador mas
concretamente (Gál.4,4-7,2,20) b) La muerte y la resurrección de
Jesús son prueba, signo del amor de Dios y aún su establecimiento.
No se trata de palabras sino de acciones personales de Dios
orientadas hacia el hombre (Rm.5,5 ss)
II. LOS MODELOS SOTERIOLOGICOSREFLEXION DE LAS PRIMERAS COMUNIDADES PRIMITIVAS PARA DESVELAR EL SIGNIFICADO TRASCENDENTE DE LA MUERTE DE CRISTO.1.LA MUERTE VIOLENTA, DESTINO COMUN DE LO S PROFETAS12
Interpretación
de la muerte de Jesús a la luz del destino de los profetas
(Lc.11,49;13,14;1Tes.3,14; Hch.13,51) Jesús ha sido asesinado como
ha ocurrido siempre en Israel. La muerte de Jesús revela el rechazo
de Israel y su falta de conversión.
Este
es el MODELO DE
SACRIFICIO EXPIATORIO
que leyó la comunidad primitiva y que encuentra su afirmación no en
que Cristo haya muerto en la Cruz para apagar la ira divina, sino que
Cristo es Sacrificio aunque no hubiera sido inmolado, ni hubiera
derramado su sangre. La actualización de este modelo se presenta en
que la entrega histórica puede tener la sangre y la muerte; pero por
ser manifestación y plasmación del sacrificio interior, en cuanto
proyecto de vivir dejándose guiar por Dios. Es salir de sí mismo y
abandonarse en el otro, así Cristo fue el Sacrificio por excelencia
pues realizó de forma radical el ser para los otros, no fue sólo
sacrificio su muerte, sino toda su vida, ya que toda ella fue
entrega”13.
2. EL MESIAS CRUCIFICADO14
Nace
de una perspectiva apologética para fortalecer la fe de las
primitivas comunidades y para responder las objeciones de los judíos.
Se quiere mostrar que el camino de Cristo se ajusta a las Escrituras
y como camino querido por Dios y lleno de sentido. Bajo esta luz se
elaboraron las llamadas profecías de la muerte y resurrección de
Cristo (Mc.8,31;9,31;10,33) que los evangelistas ponen en labios de
Jesús. Son narraciones postpascuales que representan un intento
teológico que da sentido a la muerte de Cristo y que la sitúan en
el plan de Dios. Estas profecías están contenidas bajo la luz
iluminadora de la resurrección.
ESTE
ES EL MODELO SOTERIOLÓGICO DE REDENCIÓN Y RESCATE de
aquí se entendió la muerte de Cristo como el precio que Dios exigió
y que fue pagada para librar a los hombres prisioneros de Satán, es
como si Cristo hubiera pagado el rescate de la esclavitud donde el
hombre es mero espectador. La constante de este modelo es asumir a
Cristo que nos liberó realmente del cautiverio de la vida; a partir
de una nueva experiencia de Dios y de una nueva praxis, se mostró un
hombre libre y liberador. Con su muerte violenta sufrió y pagó el
precio de esta libertad que reclamó para sí en nombre de Dios. Así
entonces la redención es peregrinar a través de la historia en un
proceso permanente de superación y liberación de los mecanismos de
opresión que acompañan siempre la vida”15.
3. LA MUERTE COMO EXPIACION Y SACRIFICIO. Rm.3,25-2616
La
muerte de Cristo suele interpretarse como muerte por nuestros pecados
y como expiación por el pecado del mundo. Aparece esta lectura en
judíos convertidos, es una tradición de carácter
litúrgico-eucarístico. La formulación: CRISTO
FUE SACRIFICIO DE PROPICIACION MEDIANTE LA MUERTE (SANGRE).
Su teología se apoya en: a) Is. 52,13-53,12) asociada con el
sufrimiento expiatorio del Siervo de Yahvé que la comunidad
primitiva aplicó a la pasión y muerte de Jesús pero no lo hizo
inmediatamente según el testimonio de los escritos. (Hch.8,32;
Mc.15,28) b) la muerte de los justos que no murieron por sus pecados
personales sino que murieron como sustitución y sacrificio
expiatorio por el pueblo. Su muerte no está en el sin sentido, sino
que estaba al servicio del perdón de Dios (2Mac.6,28.7) Hacia los
años 40 los cristianos que conocían tal teología aplicaron esas
ideas a la muerte de Jesús en un contexto originario: La Eucaristía.
Los textos eucarísticos: (1Cor.11,24;Lc.22,18-20;Mc.14,22;Mt.26,26).
La muerte de Jesús se sitúa en la línea de los mártires de la fe
y de los inocentes: es redentora, expiatoria y sacrificial, obtiene
el perdón de los pecados e inaugura una nueva alianza de Dios con su
pueblo, la Iglesia.
Con
las palabras de la cena “ESTO
ES MI CUERPO (YO)”,
se quiere expresar la constante de la vida de Jesús que vivió para
nosotros, se entregó continuamente; como Dios estaba presente en el
de forma salvadora. Así también su muerte. Las dos asociaciones
teológicas concluyen que por la muerte expiatoria de Cristo, Dios
perdona el pecado de los hombres, quita el obstáculo a la salvación
e interviene salvíficamente estableciendo una nueva alianza en la
sangre de Jesús. La muerte ratificó la actitud terrena de Jesús.
ESTE
ES EL MODELO DE SATISFACCIÓN SUSTITUTIVA,
con la lectura primitiva que lo que repara la ofensa no es ni la
encarnación, ni la vida de Jesús, sino su muerte en la Cruz, porque
ella expía y repara la ofensa. La afirmación cristológica: Cristo
fue el hombre a quien Dios concedió abrirse a los absoluto de forma
que pudiera identificarse con EL. Estaba abierto a todos y a todo. No
tenía pecado, es decir no se replegaba sobre sí mismo. Sólo el
pudo cumplir las exigencias de la apertura ontológica del hombre.
Dios se encarnó en Jesús no solamente para divinizar al hombre,
sino también para hominizarlo y humanizarlo, quitándole la carga de
inhumanidad proveniente de su pecado histórico”17.
III. COMO INTERPRETAR Y HABLAR HOY DE SALVACION 18
Desde
el Vaticano II se han desarrollado estas características
soteriológicas:1. El uso del término en el Concilio 2. La
subjetividad de la redención frente a la objetividad 3.El cambio
producido en la reflexión teológica: * el término que en la
teología anterior aludía a la situación del hombre en estado de
ultratumba hoy hace referencia a todas las expresiones de la vida,
*la salvación no entendida como un estado definitivo sino en su
expresión histórica, * el hombre salvado del absurdo, del fracaso,
de la frustración radical, del aislamiento. En la medida en que
encuentra sentido y da plenitud. Estas serán las dimensiones de la
salvación hoy.
a)PLENITUD
DE VIDA19:
plenitud de la propia existencia, realización de una auténtica
existencia completa. Significa poseer la vida según la capacidad
receptiva del momento. No es llegar a la posesión integral de la
vida, pero si cabe una plenitud momentánea e histórica, así la
comunidad cristiana cree en la promesa de Dios anunciada por Cristo y
he aquí que positivamente da una respuesta a la pregunta de si
existe salvación para el hombre. No es un simple anuncio verbal de
la vida futura, sino que son realizaciones concretas que hacen
plausible la expectativa humana y ofrecen fundamento a la esperanza.
La fe ofrece el ambiente para verificar y experimentar anticipaciones
vitales sobre el futuro de la salvación20;
b) PLENITUD DE IDENTIFICACION21:
la salvación como plenitud, realización definitiva de sí mismo, la
salvación como don de ser hombres, como un horizonte del camino
humano. Este es un don conocido mediante la experiencia histórica de
Jesús conservada en la memoria eclesial de su glorificación por el
Padre, don acogido mediante la comunión con los hermanos como
promesa del futuro que su amor nos ha preparado22;
c) PLENITUD DE COMUNION23:
la salvación es una realidad de comunión de los hombres con Dios y
entre sí, porque radica en una comunión de amor. Es la salvación
como carácter de don, las promesas que la vida trae consigo aparecen
como ofrecimientos de amor y reclaman respuestas libres. La historia
en su totalidad es un conjunto de dones como reflejo de un amor que
justifica la vida y hace posible la esperanza24,
d) PLENITUD DE LIBERTAD25:
trabajada en las teologías en contexto.. El relieve de la salvación
se centra en encontrar las condiciones necesarias para soportar en
forma auténticamente humana las situaciones de opresión y de sentar
las premisas para superar situaciones alienantes, la salvación no es
proyección fantástica, es un acontecer histórico y posee
concreción de lo vivido “La comunidad de los creyentes solo podrá
construir un sacramento de salvación si es lugar de contraste y de
verificación de los proyectos de vida que la humanidad en su
conjunto y cada hombre como individuo van inscribiendo en la trama de
la historia para la realización de ese Reino de Dios por el que
murió Cristo26,
e) PLENITUD DE SENTIDO27:
La salvación como redescubrimiento del sentido de la vida hasta
convertirse el cristiano en profeta que proclama que la vida no es
absurda. El presente es lugar de salvación y espacio de vida eterna.
Estamos ya salvados, no sólo poseemos garantía de salvación. Decir
que el presente merece el futuro o que en esta vida se adquiere el
derecho a un futuro es inadecuado, es un esquema jurídico moral.
“Toda realización histórica amplía la esperanza del hombre y le
permite trascender continuamente su presente”28.
“La
salvación que Cristo nos ha traído incluye también la liberación
del mal, la superación de situaciones históricas que impiden al
hombre acoger y desarrollar plenamente su realidad personal en una
comunión con todos los hermanos de fe”29.
La
salvación como la seguridad de caminar, como la posibilidad de
alcanzar la propia identidad. No como una totalidad definitiva sino
solo como un camino hacia la totalidad. “En el hombre la salvación
no consiste en ser rescatado de la finitud, sino en una finitud
rescatada”30.
Condensó:
Alvaro Cadavid Duque
1
Esquema presentado en: Introducción a la cristología. Jacques
Dupuis. Ed. Verbo Divino, Navarra, 1994. Pág. 93.
2
Catecismo de la Iglesia católica Nº 465
3
Ibid Nº 242
4
Ibid Nº 466
5
Ibid Nº 467
6
Ibid. Nº 475
7
Cfr. DUPUIS, Jacques. Introducción a la cristología. Capítulo 4
Desarrollo histórico y actualidad del dogma Cristológico. Pág.
125.
8
W. TRILLING. Jesús y los problemas de su historicidad. Pag. 191.
Citado en el documento: Un esbozo de la persona e historia de Jesús
de Nazaret y su impacto revelativo. Curso de Cristología del
profesor Alvaro Cadavid.
9
MORALLI, C.. “SALVACION”· Nuevo diccionario de teología
Vol.II. Madrid: cristiandad, 1990. pág. 1590
10
Idem.
11
PASTOR RAMOS,. Federico. La Salvación en la muerte y resurrección
de Cristo. Estella : Verbo Divino, 1991. p. 101
12
BOFF, Leonardo. Pasión de Cristo y sufrimiento humano. EN:
Jesucristo y la liberación del hombre. Madrid : Ediciones
cristiandad. 1981 p. 368-369
13
Ibid. 393-396
14
Ibid. 369-370
15
Ibid. 397-398
16
Ibid. 371-375
17
Ibid. 398-402
1810
Síntesis extraída del Nuevo Diccionario de Teología. Parte III.
Madrid : Ediciones cristiandad, 1990 . pgs.-1572-1613
19
Ibid. P.1608
20
Ibid. P. 1612
21
Ibid.1609
22
Ibid. 1612
23
Idem.
24
Ibid. 1612
25
Ibid. 1610
26
Ibid. 1613
27
Ibid. 1611
28
Ibid. 1613
29
Ibid. 1611.
|
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
martes, 29 de mayo de 2012
DISCÍPULOS DE JESÚS
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