domingo, 27 de mayo de 2012

Con María...esperado Pentecostés


¿Cómo reconoceré la Espíritu Santo, Señora? Porque Él te dará la fuerza que necesites para cumplir la Voluntad de Dios.

Aquí te espero, Señora mía, en este punto de mi vida y unos días antes de Pentecostés para que tú, Madre querida, me enseñes, me expliques, me acompañes a recibir al que nos ha prometido Jesús...

Quiero encontrarte hoy Señora, mas, ¿dónde te busco?... mi alma comienza a susurrarte amorosamente un Ave María: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo... Sí, Madre, el Señor es contigo y eres llena de gracia... llena de gracia, esa gracia que enamora al mismo Dios, y ha sido sembrada en tu alma por el Espíritu Santo... tú le conoces bien, Señora, háblanos de El...

Y mi corazón te busca, y tú, siempre atenta, te llegas a mi alma y a mis sueños y me cuentas... me enseñas... me amas...

- Hija querida, para que tu corazón entienda lo que significa albergar al Espíritu Santo, lo primero y mas necesario es que sea un corazón de puertas abiertas... un corazón que espera, un corazón que confía mas allá de los límites, un corazón que pide a Jesús a cada instante "Señor, aumenta mi fe"...

- Es bien cierto Señora, tú has hallado gracia delante de Dios por tu oración silenciosa, perseverante, confiadísima, y por tus virtudes, delicadamente sembradas en el alma de quien debía recibir al Salvador del mundo, y aceptadas por ti con alegría, y vividas con fe, no como carga u obligación, sino como signo de amor... Señora, tú conoces bien al Espíritu... no en vano la Iglesia nos dice que eres su fiel esposa...

- Así es hija, el Espíritu llego a mí el día de la Encarnación como propuesta de amor... Y me inundó el alma... mi vida no fue la misma a partir de aquel día, es que las personas ya no son las mismas luego que El entra en sus almas...

- ¿Cómo es esto, Señora? ¿Cómo sabemos que El ha llegado a nuestra alma?, lo sabemos por fe, sí, que lo hemos recibido en el Bautismo y en la Confirmación, pero... ¿como nos damos cuenta en nuestra vida diaria, en la rutina, de que nos estamos dejando guiar por El o si hacemos oídos sordos a sus consejos, a las santas inclinaciones que sugiere a nuestra alma?

- No eres la primera que me hace esta pregunta... Hace ya tiempo me la hizo Tomas... sí, Tomas, el Mellizo, el Apóstol, el que no había creído cuando Jesús se presentó a sus compañeros..., pero ven, vamos a Jerusalén, así lo ves por ti misma...

Mi corazón cierra los ojos al mundo y te sigue, es una sensación hermosa, seguirte, adondequiera que vayas, seguirte, no hay camino más hermoso, María, no hay camino mas seguro...

Jerusalén se presenta ante nuestros ojos quieto y sin ruido, apenas está por salir el sol, uno que otro habitante va saliendo a sus diarias tareas, entramos las dos a la ciudad sin ser vistas... Llegamos a una construcción de dos plantas, que en nada se diferenciaba del resto de las viviendas... Allí se reunían los Apóstoles y algunas mujeres... Quizás era la misma casa en que se celebró la Ultima Cena, pero no quise preguntar..., era demasiado fuerte toda la situación, preferí seguirte sin preguntas...

Entraste, delicadamente, como entras en las almas de los que te aman, te sigo..., era el día de Pentecostés, la fiesta de la cosecha, la plenitud y la abundancia, habían transcurrido 50 días desde el Domingo de Pascua..., los Apóstoles estaban ya reunidos en oración en el piso superior...Te dedicaste a prepararles unos alimentos, te ayudé en lo poco que yo sabía, en realidad, solo atinaba a mirarte, extasiada... Cuando todo estuvo listo, subiste a alimentar a tus amigos, a tus hijos... y recordé como alimentas a todos tus hijos, proporcionando a tus devotos todo lo necesario para el cuerpo y el alma...

Los hombres habían hecho un alto en la oración y agradecieron tu gesto maternal... Cuando bajaste, noté que te seguía Tomas, el Mellizo... el hombre estaba un poco turbado y sus ojos denotaban una gran preocupación...

Señora mía- te dijo, y su voz rebosaba de amor y respeto- necesito preguntaros algo...

Dime hijo, te escucho...

Señora, bien sabes lo que me ha sucedido con el Maestro, cuando me negué a creer en su Resurrección... cuando se presentó ante mí yo me sentí avergonzado a causa de mi incredulidad y lo que más me dolió fue la expresión de sus ojos cuando me dijo "En adelante no seas incrédulo sino hombre de fe"... su mirada reflejaba dolor por mi falta de fe... Señora, no quiero fallarle de nuevo al Maestro, Él nos dijo que nos enviaría el Paráclito, el Espíritu Santo y yo... yo tengo miedo de no reconocerlo... tu sabes, Madre...

Madre... la palabra revoloteaba en el aire y lo perfumaba, sí Madre, Madre nuestra, Madre de la Iglesia, Madre que escucha y aconseja, Madre que calma y consuela... Madre

Tomas, hijo, no temas...-contestó la llena de gracia- no temas... tu corazón debe tener abierta sus puertas al amor de Dios, confiar... Él conoce tus debilidades, pero también conoce tu amor... solo pide, hijo mío, solo pide a Dios luz para el alma, luz para tu corazón, y el Espíritu te dará todo lo que pides y más, mucho más...

¿Cómo lo reconoceré, Señora?

Porque El te dará la fuerza que necesites para cumplir la Voluntad de Dios...

¿Cómo sabré que es lo que Dios espera de mí?

Hijo, lo que Dios espera de ti es que ames como Jesús te ama... el amor, además de mandamiento es camino, y es mandamiento porque es camino... ama, hijo, pero ama como Jesús te ama, con esa intensidad.... No esperes realizar grandes milagros u obras para sentir que estás cumpliendo la voluntad de Dios.... Se puede cumplir la voluntad del Padre en las cosas más sencillas, y se puede desobedecer al Padre también en las cosas más sencillas... La madre, cumple la voluntad de Dios amando, cuidando, alimentando a sus hijos, siendo su amiga y serena consejera.... El padre, cumple la voluntad de Dios protegiendo a su familia, velando por su unidad, siendo faro en las tormentas del alma, llevando calma y paz... un trabajador cumple la voluntad de Dios siendo fiel en su labor, respetando a los demás, buscando siempre la paz...

Tomas te miró con rostro aliviado, te abrazó con infinita ternura y vi como gruesas lágrimas surcaban el rostro del hombre... qué hermosa imagen me regalabas al corazón, Madre querida, un hombre que se abraza a ti y puede llorar... toda la angustia del alma, se transforma en lágrimas y caen sobre tu manto... Y retornan al hombre hechas consejo y camino...

Subimos nuevamente al piso superior, y Pedro comenzó nuevamente las oraciones... De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa, y aparecieron unas lenguas, como de fuego, que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos... Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran...

Los hombres estaban entre maravillados y emocionados, y comenzó a escucharse el griterío de la gente que había llegado atraída por el ruido del viento y se agolpaba fuera de la casa... Los Apóstoles bajaron y se acercaron a las personas que allí estaban y comenzaron a proclamar las maravillas de Dios en distintos idiomas, así, cada uno de los presentes les escuchaba en su propia lengua nativa...

Tan opuesta esta escena a la de la Torre de Babel, donde el orgullo de los hombres provocó el nacimiento de las distintas lenguas y no podían entenderse... aquí, gracias al Espíritu, las diferentes lenguas no eran obstáculo para el mensaje, sino canal por el que llegar a todo hombre...

Tú, Señora mía, te quedaste arriba... yo te pregunté, tímidamente...

¿Y ahora, Madre?

Pues, acabas de presenciar el nacimiento de la Iglesia... Una Iglesia que proclama el amor de Dios en toda lengua y a toda cultura... Una Iglesia de puertas abiertas y corazón orante... una Iglesia que es cuerpo de Cristo... y, como todo cuerpo, tiene muchos miembros...

Explícame esto, Señora...

Hija, todos acaban de ser bautizados en el único Espíritu, y así lo serán los que vayan creyendo el mensaje de Jesús... pero cada uno tiene un lugar dentro del cuerpo Místico de Cristo... para que entiendas... un cuerpo no es solo ojos, o manos, o pies, eso no seria un cuerpo, un cuerpo esta formado por muchos miembros, unos mas notables, otros menos notables, pero todos igualmente necesarios y dignos... algunas personas piensan que porque no es evidente en ellos alguna habilidad especial, no pueden encontrar la voluntad de Dios para ellos, nada más lejos de la realidad... mira, no se trata de las cosas que se hacen, sino del amor con que se hacen.... Tiene mas mérito a los ojos de Dios una mamá que sirve un plato de arroz a sus hijos con infinito amor en la intimidad del hogar, que una persona que alimenta a diez solo para que los demás vean su generosidad..., no se trata de las escalas del mundo sino de las escalas de Dios ¿puedes entenderlo? Todos los bautizados han recibido un don especial del Espíritu Santo... Encontrar ese don, a veces dormido dentro del alma, es todo un esfuerzo, implica idas y venidas en el interior de uno mismo, pero luego de la búsqueda y del esfuerzo, el don despliega las alas... todas las personas son muy capaces para algo, según los dones del Espíritu, algunos serán favorecidos con el don de la sabiduría, otros de la inteligencia, otros de la fortaleza, otros del consejo, para otros habrá espíritu de ciencia y en otros de piedad, y para otros habrá un santo temor de Dios..., pero encontrar esos dones dentro del alma, supone un esfuerzo, nadie pretenda descubrirlos mágicamente... además, luego de encontrarlos hay que hacerlos dar fruto, pues recuerda lo que dijo Jesús "Al que tiene se le dará más y al no tiene, aun lo poco que posee le será quitado" se refería aquí a los dones del Espíritu...

Te acercas a mí, tu mirada me da paz, mucha paz... bajamos, la gente se agolpa a la puerta de la casa, salimos sin ser vistas... Un hombre reparó en ti y te reconoció, se acercó y te dijo...

Señora... Señora...

Me alejé para que hablaran solos... Cuando te retiraste, el hombre tenía la mirada como iluminada, y una sonrisa llena de paz... Los primeros devotos tuyos, Señora, los primeros sencillos y fieles devotos...

Volvemos juntas a mi realidad de todos los días... se acerca el domingo de Pentecostés, quiero esperarlo en oración y con las puertas de mi corazón abiertas, como tu me enseñaste... Debemos despedirnos...

-Gracias, Madre -susurra mi alma sin ganas de dejarte- gracias... cada vez que mi corazón te encuentra termina fortalecido, gracias...

- Nos vemos, querida, nos vemos en la misa de Pentecostés, te estaré esperando...

Vuelvo a mi realidad, mientras mi corazón te da el último abrazo y se despide de ti...

Tú susurras algo, que no alcanzo a escuchar... Me quedo con la duda ¿Qué dijiste María, que mi apuro no me dejó oír?... Un pensamiento me viene al corazón, quizás dijiste..."Hija, algún día comprenderás que no hay despedidas entre nosotras, que siempre estamos juntas, que siempre estoy a tu lado, aunque muchas veces, tu angustia, tu soledad, tu tristeza, no te permita verme"....

Amigo que lees estas líneas... espero que tengas un hermoso domingo de Pentecostés... que tu corazón se llene de fuerza para multiplicar los hermosos dones con que el Espíritu ha adornado tu alma...


SERMÓN PARA LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

 

FIESTA DE PENTECOSTÉS
Pentecostés es la fiesta de la manifestación pública de la Iglesia. Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Como hijos de la Iglesia y como almas espirituales estimulémonos a solemnizar día tan memorable.
Los Apóstoles hallábanse reunidos con las piadosas mujeres y la Virgen Santísima en el Cenáculo. Es el día quincuagésimo después de Pascua, y hacia las nueve de la mañana. Todos oran. De repente un ruido como de viento huracanado llena toda la casa, y unas lenguas de fuego se posan sobre la cabeza de los discípulos del Señor, quedando todos repletos del Espíritu Santo.
Efecto de aquel prodigio fue que los que hasta ese momento se habían escondido de los judíos, sienten sus mentes saturadas de luces divinas, y sus corazones repletos de un arrojo y coraje más que humanos.
Hablan diversas lenguas, publicando las maravillas de Dios ante la admiración de gentes de numerosas regiones.
La promesa de Jesús quedaba cumplida con este milagro.
El Espíritu Santo, al descender sobre aquella pequeña congregación de fieles, le infunde impulso y vigor conforme había predicho Cristo.
Bendigamos a ese Espíritu divino, y felicitemos a nuestra Santa Madre Iglesia en el día de su alumbramiento.
Todo el mundo se regocija con indecibles gozos; y las mismas Virtudes del Cielo y las Potestades angélicas cantan himnos de gloria.
No permanezcamos en silencio cuando todos cantan llenos de indescriptible júbilo tributemos honor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
El día de Pentecostés no sólo conmemoramos un acontecimiento histórico, sino que celebramos también algo que sucede en nuestra presencia y en este mismo día.
La venida del Espíritu Santo no es un episodio que pasó, sino más bien un hecho que se repite continuamente en la Iglesia, y de una manera particular en la presente festividad, en la que, a consecuencia de las promesas que oímos de labios de Jesús en las semanas que acaban de transcurrir, y de las oraciones de la Iglesia, el Espíritu Santo se derrama copiosamente sobre todos aquellos que se han preparado a su venida.
No dejemos pasar sin provecho fiesta tan prometedora. Sería verdadera lástima que después de haber estado largos días preparándonos a recibir el Espíritu Santo, llegado el gran día esperado, quedase tanta preparación sin recompensa. Recojámonos, no desperdiciemos ocasión tan propicia.
Hincados también de rodillas, invoquemos al «Paráclito, Don del Altísimo, Fuente viva, Fuego, Caridad y espiritual Unción».
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El Espíritu Santo es el principio vital de la Iglesia y de cada cristiano. Cristo reina desde su trono celestial; pero gobierna su Iglesia por medio de su Espíritu. Los Sacramentos son los canales por los cuales se nos comunica este divino fuego. Lo que Jesús hizo con los suyos mientras anduvo en carne mortal, lo hace hoy el Espíritu divino en las almas.
¡Qué misterios tan insondables! Cual savia misteriosa se comunica continuamente a nuestra alma el Espíritu Santo, vivificándola y dándole propiedades celestiales, sobrenaturales. Se derramó con las aguas bautismales, haciéndonos templo de la Santísima Trinidad. Vino sobre nosotros con la imposición de las manos del Obispo constituyéndonos en soldados de Cristo. Irrumpió en nuestro interior cuando por la absolución sacerdotal recuperamos la gracia perdida. Él, en fin, penetra en el alma cada vez que recibimos un Sacramento.
Aun más. Así como el alma es principio de todo pensamiento, como lo es de toda la vida del hombre, así también de la fuerza vital del Espíritu procede todo buen pensamiento, las inspiraciones divinas, las mociones espirituales, en una palabra, todo cuanto nos incita a seguir el camino de la perfección.
A Él debemos todo progreso y adelanto, a Él todo mérito. El mismo Jesús nos lo dijo: «Él os enseñará».
Convenzámonos de la necesidad que tenemos de ese Divino Espíritu. Ansiemos su presencia. Anhelemos su venida. Vaciemos nuestro corazón de todo lo que le embarga, para que quede lleno del Espíritu Santo.
Él desea comunicársenos. Sólo exige que se lo pidamos. Arranquemos, pues, con nuestros insistentes ruegos al Salvador ese Consolador que nos prometió: «Ven, Espíritu Santo…»
Oh Dios, que enseñaste en este día a los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que guiados por este mismo Espíritu, saboreemos la dulzura del bien y gocemos siempre de sus divinos consuelos.
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Durante toda esta semana vive la Iglesia bajo la impresión de la gracia del Espíritu Santo, derramado en este día sobre los hijos de adopción.
Ella quiere que profundicemos más y más en el secreto de la operación del Divino Espíritu, para obligarnos a pedir su venida con voces más apremiantes. Con esta intención, presenta a nuestra consideración diversos cuadros de la historia de la Iglesia primitiva.
Así vemos el lunes como el Espíritu Santo desciende sobre los gentiles. Pedro, hospedado en Joppe en casa de un tal Simón, es arrebatado en éxtasis y ve descender del cielo como un mantel enorme, cuyas cuatro puntas colgaban del firmamento y contenía en sí toda clase de animales inmundos, es decir, de aquellos cuya comida estaba vedada a los judíos.
«Mata y come», le dice una voz del cielo. «No haré tal, Señor, pues nunca probé cosa inmunda», contesta Pedro. Y la voz misteriosa: «No llames profano, oh Pedro, lo que Dios purificó».
Por tres veces se repite el diálogo, subiéndose luego el mantel al cielo. Pedro queda perplejo; pero pronto viene a sacarle de sus dudas la visita de tres soldados romanos, enviados al Apóstol por el Centurión Cornelio; aquellos paganos eran los figurados por los animales inmundos de la visión. Hasta aquel día ningún gentil había entrado en la Iglesia.
Por manos del Príncipe de los Apóstoles debían abrirse sus puertas también a la gentilidad, purificada ésta por la Sangre del Redentor, no podía llamarse ya profana.
El Apóstol se encamina entonces en compañía de los soldados a Cesárea, y entra en casa de Cornelio. Allí dirige la palabra a las personas congregadas. Aún no había terminado de hablar, cuando el Espíritu Santo se derrama sobre aquellos gentiles, dándoles el don de lenguas.
Profundamente consternado ante tamaño prodigio, exclamó Pedro: «¿Quién puede negar las aguas del bautismo a los que como nosotros han recibido ya el Espíritu Santo?» Y así entraron los primeros gentiles en la Iglesia.
Episodio muy instructivo. El día de Pentecostés, bajo la acción directa del Espíritu Santo, la Iglesia sale del Cenáculo y comienza su peregrinación por este mundo. Al descubrírsenos el ingreso de la gentilidad en esa Arca de Salvación: aparece de nuevo la acción extraordinaria del Espíritu Santo.
El Pentecostés del Cenáculo y el Pentecostés de Cesárea vienen a ser dos símbolos. En ambos aparece el Espíritu Santo, guiándonos al camino de la salud.
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En la Epístola del martes presenciamos la Confirmación de los fieles de Samaría: «Imponiéndoles las manos, recibieron el Espíritu Santo». Recordemos que también nosotros fuimos admitidos un día al mismo Sacramento. Renovemos la gracia de la Confirmación.
Por el Bautismo nace el hombre a la vida espiritual; pero queda como niño; es necesario que ese niño se robustezca, que alcance virilidad. Estos efectos los produce el Sacramento de la Confirmación.
El Bautismo nos consagra como hijos de Dios; la Confirmación, en soldados de Cristo, en caballeros del Rey de cielos y tierra. Ni falta el simbólico espaldarazo, que expresa el valor y coraje de que nos inviste interiormente el Espíritu Santo. El cristiano confirmado queda ya armado para luchar contra el diablo y sus trampas, contra el mundo y sus asechanzas y contra las pasiones y su furor.
Nada puede hacerle caer si no abandona su armadura. Se siente fuerte en «Aquél que le conforta»; y sin alardear de arrojo, sabe dar testimonio de Cristo y de su doctrina con sus palabras, con su conducta y hasta con su sangre.
De esta fortaleza hemos sido revestidos por la Confirmación. Y, sin embargo, ¡cuántas caídas, cuánta flaqueza y miseria, cuánta cobardía! ¿Qué sucede? Es que no entendemos el uso de las armas espirituales; es que no hacemos caso de los medios que el Espíritu Santo nos pone en las manos; es que no dejamos obrar en nosotros a ese Divino Espíritu y le tenemos más bien como maniatado.
Ahora bien; finalidad de la festividad de Pentecostés es romper esas ataduras, a fin de que el Espíritu pueda obrar con completa libertad en nuestra alma y tome plena posesión de todo nuestro ser; es abrir las venas del alma al Espíritu de Vida, a fin de salir del raquitismo espiritual que nos tiene postrados.
Despertemos a la luz de estas verdades. Comprendamos cuál debe ser nuestra tarea en estos días santos, y emprendámosla con pecho varonil. No dejemos ni un momento de implorar ese Espíritu de Vida; suspiremos continuamente por que se derrame sobre nosotros con la plenitud de sus dones.
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Por la Confirmación desciende sobre el cristiano el septiforme Espíritu, es decir, la plenitud de los dones sagrados.
Esos dones, según doctrina de los Santos Doctores, facilitan la acción de las virtudes, es decir, prestan habilidad a las facultades ya capacitadas para obrar por las virtudes sobrenaturales.
Recapacitemos sobre cada uno de dichos dones.
El Temor de Dios, fundamento de los demás dones, nos llena de respeto y reverencia hacia la Majestad augusta, haciéndonos ver la abominable malicia del pecado. No abandonemos nunca este santo temor.
El don de Fortaleza robustece nuestra voluntad en el servicio divino. Ven, Espíritu Creador, fortalece con tu virtud nuestra flaqueza.
El don de Piedad inclina suavemente nuestro ánimo al amor de Dios y le hace agradable el camino de la perfección. Espíritu divino, infunde tu amor en nuestros corazones.
El don de Ciencia ilumina nuestra razón, dándonos a entender el verdadero valor de las cosas. Enciende con tu luz nuestros sentidos.
El don de Consejo nos adiestra en los momentos de duda e incertidumbre. Sé, Tú, nuestro guía, y evitaremos todo lo nocivo.
El don de Entendimiento nos deja ver envueltas de luz las verdades de la fe. Oh Luz beatísima, llena las intimidades del corazón de tus fieles.
El don de Sabiduría perfecciona el entendimiento y la voluntad, elevando nuestros corazones hacia las cosas celestiales, purificando nuestros afectos y dándonos a conocer los secretos divinos. Conozcamos al Padre y al Hijo por Ti, oh Espíritu que de entrambos procedes.
Apreciemos esa virtud divina que con los siete Dones nos infunde el Consolador. Convencidos de la necesidad que de ellos tenemos, hinquemos las rodillas suplicando humildemente al Cielo los derrame de nuevo sobre nosotros. Concede, oh Luz beatísima, a los fieles que en Ti confían, el sagrado septenario, los siete dones.
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El Sábado de Témporas de Pentecostés es la despedida del tiempo Pascual, pero Pentecostés debe perdurar a través de nuestra vida.
Al final de la Misa de ese Sábado hay una nota que dice textualmente: Después de la Misa expira el tiempo pascual.
El fiel que aprecia la Liturgia siente cada año al leerla una dulce melancolía; no puede menos de despedirse con triste semblante de los felices días pasados desde la Pascua Florida.
Los antiguos cristianos celebraban una función de despedida muy sentida. Al anochecer se reunían en la iglesia, presentaban ante el altar las primicias de la cosecha, y pasaban la noche ocupados en santas lecciones, cánticos y oraciones. El final de aquella asamblea lo constituía la celebración de la Misa de Vigilia.
Hoy día los cristianos, en su inmensa mayoría, no se dan siquiera cuenta del cambio que sufre la Liturgia en esta fecha.
No debe ser así para nosotros. Y puesto que no nos es dado asistir a aquella impresionante vigilia de la antigüedad, hemos de acercarnos en espíritu a ella cuanto nos sea posible. La Liturgia nos ayudará a hacerlo.
Ella nos habla de la lluvia de gracias que el Espíritu Santo ha derramado sobre las almas y de la abundancia de bienes con que el Cielo nos ha bendecido, al propio tiempo que nos anima a la gratitud.
Impulsados por Ella, nos presentamos ante el altar llevando nuestras primicias, los frutos que hemos recogido en el pasado trimestre, los cuales depositaremos ante el ara del sacrificio, diciendo: «Yo glorifico en este día al Señor Dios nuestro, el cual nos oyó y volvió los ojos para mirar nuestro abatimiento y nuestros trabajos y angustias; y nos sacó de la cautividad del diablo con mano fuerte y brazo poderoso, y nos introdujo en la patria de los elegidos, país que mana leche y miel. Y por eso ofrezco ahora las primicias de los frutos que el mismo Señor nos ha dado, y con ellos me ofrezco yo mismo en oblación».
Jesús se aparecerá luego «e impondrá las manos sobre cada uno de nosotros», infundiéndonos en este último día el Espíritu Santo que nos ha de acompañar con su hálito y consejo por los caminos pedregosos de la vida. «Y al hacerse de día, partirá Jesús de nosotros»; es decir, acabada la vigilia, terminará también el tiempo pascual.
Nuestro adiós será imitando a las gentes galileas: «haremos lo posible por detenerle, no queriendo que se aparte de nosotros».
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Al despedirnos del Tiempo Pascual, la Iglesia nos da como un pequeño recordatorio en unas palabras que debemos grabar en el alma: «La caridad de Dios ha sido derramada sobre nuestros corazones por su Espíritu, que habita en nosotros». Meditémoslas.
Ésa caridad de Dios es el espíritu de filiación divina. El Espíritu Santo es su autor. Él vive dentro del alma en gracia como en su templo o santuario.
No perdamos nunca la conciencia de nuestra dignidad; de que llevamos a Dios encerrado en nuestro pecho; de que, doquiera nos movamos, paseamos al Dios vivo por este suelo. No profanemos tan sagrada morada. Concedamos al Divino Espíritu la atención que se merece. Que no se apague nunca ante su presencia la lamparilla de nuestro amor. Que no falten nunca adoradores en ese templo.
La estancia del Espíritu Santo en nuestras almas es un germen que pide desarrollo y que necesita para ello de nuestra colaboración.
Se da en este orden un más y un menos, más y menos que admiten una diferencia gradual indefinida. Por eso pide la Iglesia atención a ese misterio, interesada en que demos desarrollo durante el año a la gracia renovada en nuestras almas en los días de Pentecostés.
El Espíritu divino lucha con el espíritu propio, recibe oposición de la propia voluntad.
Agradecidos a nuestro Bienhechor, resolvámonos a morir a nosotros mismos, para que viva en nosotros el Espíritu de Cristo.
Despojémonos del espíritu propio, no nos busquemos a nosotros mismos; y entonces dominará en nosotros el Espíritu de Cristo, que nos empujará a buscar la honra del Padre, el bien de las almas, aun a trueque de incomodidades y sacrificios personales.
Olvidémonos de nosotros mismos, pues vive en nosotros Cristo. Ésta es la gran realidad de Pentecostés. El Espíritu es el que da vida; pero la carne de nada aprovecha.
¡Y qué de bendiciones trae al alma esa completa y perfecta entrega al Espíritu Santo! ¡Qué consuelo, considerarse conducida por Guía tan seguro!
¡Qué frutos tan copiosos los que se cosechan de ese árbol de vida! El Catecismo los enumera: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad.
No nos apartemos de su sombra. Demos realidad a la gracia de Pentecostés.
Caminemos por este mundo protegidos e impulsados por el Espíritu Santo.
Te rogamos, Señor, que el Espíritu Santo nos inflame con aquel fuego que Nuestro Señor Jesucristo trajo a la tierna, y en el que tanto ansió verla inflamada.
Oración para pedir los dones y frutos del Espíritu Santo.

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