domingo, 27 de mayo de 2012

SAN BEDA, Confesor

SAN BEDA EL VENERABLE, ABAD Y CONFESOR

Si alguno me ama, observará mi palabra,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él,
y haremos en él nuestra morada.
(Juan 14, 23)
San Beda el Venerable

San Beda el Venerable, el mejor representante del monaquismo inglés, nació en 673. Recibió, ya en vida, grandes elogios: Luminar de la Iglesia, el Doctor de su siglo, el Venerable. León XIII lo declaró Doctor de la Iglesia.

Nos dejó datos precisos de su vida en su Historia de Inglaterra. "Nací en Wearmouth, junto al monasterio de San Pedro y San Pablo, en el que entré a los siete años bajo el abad Benito. Ordenado sacerdote a los 30 años.

Desde entonces he vivido siempre en el claustro, entre el estudio de las Escrituras, la observancia de la disciplina y la carga diaria de cantar en la iglesia. Toda mi delicia era aprender, enseñar y escribir".

Hermosa reseña de una vida: estudio, disciplina y cantar las divinas alabanzas. Recibir y dar: aprender, enseñar y escribir. Contemplata aliis tradere (lema dominicano): entregar a los demás lo recibido en la oración. Ora et labora, de su Padre San Benito: oración y trabajo, como dos ejes que completan y equilibran la vida. "Ni el rezo estorba al trabajo, ni el trabajo estorba al rezo". Es difícil comprender cómo pudo sobresalir tanto en ambas cosas: "Si consideras sus estudios y numerosos escritos, parece que nada dedicó a la oración. Si consideras su unión con Dios, su entrega a las alabanzas divinas, parece que no le quedaba tiempo para estudiar".

Nada humano le era ajeno, pensaba con el clásico. Poseía un saber enciclopédico, amaba la ciencia con delirio, pero la meta de su mente y su corazón siempre era Dios. Su gran sabiduría era conjuntar conocimiento y amor. Seguía con gozo la regla de San Agustín a los monjes: "Buscad lo eterno en lo temporal, y en lo visible, lo que está sobre nosotros".

San Beda expresaba estos anhelos en esta sabrosa plegaria: "Oh Jesús amante, que te has dignado abrevar mi alma en las ondas suaves de la ciencia, concédemela gracia de hacerme llegar un día hasta Ti, que eres la fuente de la sabiduría, y no permitas que me vea defraudado para siempre de disfrutar de tu divino rostro en la patria celestial!".

El monje ejemplar y virtuoso es pronto un consumado maestro y escritor universal. Escribe con maestría sobre todas las ciencias humanas y divinas. Destacan, aparte de su Historia, su Correspondencia, sus Homilías, sus tratados exegéticos, sobre la Virgen y los Santos Padres. Es además un inspirado poeta. "Miel virgen destilaban sus labios". Y todo sazonado de elevaciones espirituales, de anhelos de santidad y de apostolado.

El final de su vida nos lo narra su discípulo Cutberto. Se acercaba la Ascensión del Señor y la vida de Beda se acababa. Les manda recoger algunos objetos que tenía para repartirlos. Les pide que recen por él y todos lloraban cuando les dijo que ya no volverían a ver su rostro en este mundo. "Es inminente mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo".

- Padre, le dijo Wiberto: ¿Podéis hablar un poco más? Aún falta un capítulo. - Toma la pluma y escribe rápido... - Querido maestro, queda aún una frase. - Pues escribe en seguida. - Ya está acabado. - Sí, todo está ya acabado.

Entonces pidió que le colocaran la cabeza mirando a la capilla, para invocar al Señor, y tendido en el suelo de la celda, comenzó a recitar: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo... "Al nombrar al Espíritu Santo, exhaló el último suspiro, y sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas". Así murió el fiel siervo del Señor, como había vivido: orando y trabajando hasta el último aliento. Era el 25 de mayo del año del Señor de 735.

MEDITACIÓN SOBRE TRES CLASES DE LIBROS

I. No leas libros malos, ni siquiera inútiles; éstos hacen perder el tiempo, aquellos inspiran impiedad o impureza. Quieres aprender de ellos a hablar bien, y aprendes a vivir mal. Muchos libros hay en los que aprenderás la ciencia y el talento unidos a la virtud. ¿No los lees? Un mal libro es un tentador continuo, un demonio doméstico; échalo de tu casa; de lo contrario él echará de ella la virtud.

II. Lee la vida de los santos; al decirte lo que ellos han hecho, te enseñarán lo que tú debes hacer. Te desafío a leer la vida de un santo sin experimentar el deseo de llegar a ser tú mismo un santo. En fin, no dejes pasar ningún día sin hacer alguna lectura espiritual: es el alimento de tu alma. Hablas a Dios en la oración; Él te habla en la lectura espiritual: escúchalo, y pon de inmediato en práctica lo que hayas leído. Que tus lecturas o tus oraciones sean continuas; ora dirígete a Dios, ora escucha su palabra (San Cipriano).

III. Lee a menudo en el libro de tu conciencia. Todos los otros libros serán inútiles si no conoces éste. Estudia tus inclinaciones, tus defectos, conócete a ti mismo. Este libro será abierto el día del juicio; ¿podrás darlo a conocer sin temor? ¡Cuán pocos hay que se conozcan a sí mismos! Mira en el examen de cada día, y en el examen preparatorio a la confesión, las faltas que has cometido; trae a tu memoria los años transcurridos y borra con tus lágrimas los pecados escritos en este libro de tu conciencia, no sea que se lo condene a ser quemado. Levántate contra ti mismo en el tribunal de tu conciencia (San Agustín).

La lectura espiritual.
Orad por vuestros enemigos.

ORACIÓN


Oh Dios, que ilustráis a vuestra Iglesia por la ciencia del bienaventurado Beda, vuestro confesor y doctor, conceded a vuestros servidores ser siempre ilustrados por sus méritos. Por J. C. N. S. Amén.


 Si alguno me ama, observará mi palabra,
lo amará, y vendremos a él,
y haremos en él nuestra morada.
(Juan, 14, 23).

   San Beda, apodado el Venerable, desde la edad de siete años fue confiado a San Benito Biscopio para que él lo educara. Fuera del tiempo del Oficio divino, plúgole siempre estudiar, enseñar o escribir, dedicándose sobre todo a la composición de comentarios sobre las Sagradas Escrituras. El día de su muerte, el niño que le servía de secretario le recordó que aún le faltaba componer una frase para acabar su tratado sobre el Evangelio de San Juan. Dictóla el santo y, terminada su obra, recitando el Gloria Patri expiró. Corría el año 735.

MEDITACIÓN ACERCA
DE TRES CLASES DE LIBROS

   I. No leas libros malos, ni siquiera inútiles; éstos hacen perder el tiempo, aquellos inspiran im piedad o impureza. Quieres aprender de ellos a hablar bien, y aprendes a vivir mal. Muchos libros hay en los que aprenderás la ciencia y el talento unidos a la virtud. ¿No los lees? Un mal libro es un tentador continuo, un demonio doméstico; échalo de tu casa; de lo contrario él echará de ella la virtud.

   II. Lee la vida de los santos; al decirte lo que ellos han hecho, te enseñarán lo que tú debes hacer. Te desafío a leer la vida de un santo sin experimentar el deseo de llegar a ser tú mismo un santo. En fin, no dejes pasar ningún día sin hacer alguna lectura espiritual: es el alimento de tu alma; hablas a Dios en la oración. Él te habla en la lectura espiritual: escúchalo, y pon de inmediato en práctica lo que hayas leído. Que tus lecturas o tus oraciones sean continuas; ora dirígete a Dios, ora escucha su palabra. (San Cipriano).

   III. Lee a menudo en el libro de tu conciencia. Todos los otros libros serán inútiles si no conoces éste. Estudia tus inclinaciones, tus defectos, conócete a ti mismo. Este libro será abierto el día del juicio; ¿podrás darlo a conocer sin temor? ¡Cuán pocos hay que se conozcan a sí mismos! Mira en el examen de cada día, y en el examen preparatorio a la confesión, las faltas que has cometido; trae a tu memoria los años transcurridos, y borra con tus lágrimas los pecados escritos en este libro de tu conciencia, no sea que se lo condene a ser quemado. Levántate contra ti mismo en el tribunal de tu conciencia. (San Agustín).

La lectura espiritual 
Orad por vuestros enemigos.

ORACIÓN

   Oh Dios, que ilustráis a vuestra Iglesia por la ciencia del bienaventurado Beda, vuestro confesor y doctor, conceded a vuestros servidores ser siempre ilustrados por sus méritos. Por J. C. N. S. Amén.

 

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