María es una Madre que reconoce el dolor de su hijo, de sus hijos, y
Antes de terminar el mes de Mayo, sería un pecado de omisión no hablar de María. A ella dirijo mi oración y mis palabras.
De su maternidad se han dicho muchas cosas, de su amor también. Por eso no pretendo dar novedades, sino vivencias. No busco dar enseñanzas, sino transmitir el amor de una madre que todos los días nos llama por nuestro nombre y nos dice: ´Juanito, Juan Dieguito´. Para esto entremos en el corazón de María.
Quizá hemos visto alguna vez una imagen de un corazón coronado de flores y traspasado por siete espadas. En ocasiones decimos: ´Tengo el corazón traspasado´. Queremos significar o un dolor inmenso casi irreparable; o un amor tan grande que la herida que ha causado nunca se podrá cerrar. Ese es el corazón de María, el corazón de una Madre.
Ante su Hijo, que pende de la cruz, llora. Es el dolor que sólo conoce la madre que ha visto morir un hijo. Pero en medio del dolor María escucha: ´Mujer, he ahí a tu hijo. No llores, no te quedarás sola, mira a tu alrededor y verás que tienes muchos hijos. Pero deberás cuidar de ellos como lo has hecho conmigo´.
En medio del dolor recibe el testamento del Hijo de su alma. Suenan las palabras de Cristo: ´Sin mí nada podéis hacer. Y ahora que muero, dejo a mi Madre, para que ella, a quien le debo mucho de lo que soy, les lleve en su corazón y los eduque como lo ha hecho conmigo´.
Un corazón dolorido recibe un encargo que requiere la entereza de un corazón fuerte: amar a cada hijo como ha amado a Jesús. Un corazón traspasado por el dolor de las siete espadas recibe la corona de rosas. Fragancia, belleza, suavidad, amor, son pensamientos que nos llegan de improviso a la mente cuando pensamos en rosas. Pero muchas veces olvidamos uno: las espinas. No hay rosa sin espinas.
María sabía esto, pero aún así recibió la corona porque al ver el corazón de su Hijo coronado con espinas no podía ella querer menos que ser coronada también con espinas, aunque escondidas tras la fragancia del amor. Una Madre que reconoce el dolor de su hijo, de sus hijos. No permanece alejada, antes bien nos dice: ´¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura bajo mi regazo? ¿Qué más has menester?´ En una palabra: ´Heme aquí, y te amo´.
En ocasiones no es tan fácil sentir este amor, pero siempre sabemos que una madre nos ama aun cuando estemos lejos. Sufre con nosotros cuando nuestro corazón llora. Ama cuando amamos y se alegra con nosotros cuando la providencia nos sonríe. Así es el corazón de la mejor de las madres, un corazón que no se cansa de esperar a que su hijo le dé una pequeña muestra de amor. Quizá no la escuchemos, pero cuando has sentido el amor de una madre sabes que hay momentos en los que el silencio es la muestra más grata de su amor.
Contemplando este corazón abrimos paso al corazón a quien está consagrado el mes de Junio: el Corazón sacratísimo de Cristo. Un corazón coronado de rosas y otro coronado de espinas. Uno traspasado por una lanza y otro por siete espadas. Pero los dos llenos de amor por ti y por mí.
¡Sagrados corazones de Jesús y María, sed la salvación del alma mía!
De su maternidad se han dicho muchas cosas, de su amor también. Por eso no pretendo dar novedades, sino vivencias. No busco dar enseñanzas, sino transmitir el amor de una madre que todos los días nos llama por nuestro nombre y nos dice: ´Juanito, Juan Dieguito´. Para esto entremos en el corazón de María.
Quizá hemos visto alguna vez una imagen de un corazón coronado de flores y traspasado por siete espadas. En ocasiones decimos: ´Tengo el corazón traspasado´. Queremos significar o un dolor inmenso casi irreparable; o un amor tan grande que la herida que ha causado nunca se podrá cerrar. Ese es el corazón de María, el corazón de una Madre.
Ante su Hijo, que pende de la cruz, llora. Es el dolor que sólo conoce la madre que ha visto morir un hijo. Pero en medio del dolor María escucha: ´Mujer, he ahí a tu hijo. No llores, no te quedarás sola, mira a tu alrededor y verás que tienes muchos hijos. Pero deberás cuidar de ellos como lo has hecho conmigo´.
En medio del dolor recibe el testamento del Hijo de su alma. Suenan las palabras de Cristo: ´Sin mí nada podéis hacer. Y ahora que muero, dejo a mi Madre, para que ella, a quien le debo mucho de lo que soy, les lleve en su corazón y los eduque como lo ha hecho conmigo´.
Un corazón dolorido recibe un encargo que requiere la entereza de un corazón fuerte: amar a cada hijo como ha amado a Jesús. Un corazón traspasado por el dolor de las siete espadas recibe la corona de rosas. Fragancia, belleza, suavidad, amor, son pensamientos que nos llegan de improviso a la mente cuando pensamos en rosas. Pero muchas veces olvidamos uno: las espinas. No hay rosa sin espinas.
María sabía esto, pero aún así recibió la corona porque al ver el corazón de su Hijo coronado con espinas no podía ella querer menos que ser coronada también con espinas, aunque escondidas tras la fragancia del amor. Una Madre que reconoce el dolor de su hijo, de sus hijos. No permanece alejada, antes bien nos dice: ´¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura bajo mi regazo? ¿Qué más has menester?´ En una palabra: ´Heme aquí, y te amo´.
En ocasiones no es tan fácil sentir este amor, pero siempre sabemos que una madre nos ama aun cuando estemos lejos. Sufre con nosotros cuando nuestro corazón llora. Ama cuando amamos y se alegra con nosotros cuando la providencia nos sonríe. Así es el corazón de la mejor de las madres, un corazón que no se cansa de esperar a que su hijo le dé una pequeña muestra de amor. Quizá no la escuchemos, pero cuando has sentido el amor de una madre sabes que hay momentos en los que el silencio es la muestra más grata de su amor.
Contemplando este corazón abrimos paso al corazón a quien está consagrado el mes de Junio: el Corazón sacratísimo de Cristo. Un corazón coronado de rosas y otro coronado de espinas. Uno traspasado por una lanza y otro por siete espadas. Pero los dos llenos de amor por ti y por mí.
¡Sagrados corazones de Jesús y María, sed la salvación del alma mía!
¡Vence el mal con el bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario