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El orígen del sacerdocio cristiano
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Nadie es sacerdote a título propio sino que participa del sacerdocio de Cristo
Entrevista, con motivo del año sacerdotal convocado
por Benedicto XVI, al profesor Francisco Varo, Doctor en Filología
Bíblica por la Universidad Pontificia de Salamanca, en
Teología por la Universidad de Navarra y experto en
Sagrada Escritura, para preguntarle acerca del origen del sacerdocio
cristiano.
¿CÓMO SE EXPLICA QUE JESÚS NUNCA SE REFIRIERA A SÍ MISMO COMO “SACERDOTE”?
El sacerdote es, ante todo, un mediador entre Dios y
los hombres. Alguien que hace presente a Dios entre las personas, y a
la vez, alguien que presenta ante Dios las necesidades
de todos e intercede por ellos. Jesús, que es Dios y
hombre verdadero, es el más auténtico sacerdote.
Sin embargo, conociendo los derroteros que había
tomado el sacerdocio israelita en su época, limitado a la realización de
unas ceremonias en las que se sacrificaban unos animales
en el Templo, pero con el corazón más atento de
ordinario a las intrigas políticas y al afán de poder personal, no
sorprende que Jesús nunca se presentara como sacerdote.
El suyo no era un sacerdocio como el que se veía en
los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Además, a sus contemporáneos
parecía evidente que no lo era, ya que según la Ley el
sacerdocio estaba reservado a los miembros de la
tribu de Leví y Jesús era de la tribu de Judá.
Su figura era mucho más próxima a la de los antiguos
profetas, que predicaban la fidelidad a Dios (y en algunos casos como
Elías y Eliseo realizaron milagros), o sobre todo, de la
figura de los maestros itinerantes que iban por
ciudades y aldeas rodeados con un grupo de discípulos a los que
enseñaban y a cuyas sesiones de instrucción permitían acercarse a
la gente. De hecho, los Evangelios reflejan que
cuando la gente hablaba a Jesús se dirigían a él llamándolo “Rabbí” o
“Maestro”.
PERO JESÚS, ¿REALIZÓ TAREAS PROPIAMENTE SACERDOTALES?
Desde luego. Es propio del sacerdote acercar Dios a
la gente, y a la vez ofrecer sacrificios a favor de los hombres. La
cercanía de Jesús a la humanidad necesitada de salvación y
su intercesión para que pudiésemos alcanzar la
misericordia de Dios culmina en el sacrificio de la Cruz.
Precisamente ahí surge un nuevo choque con la
práctica del sacerdocio propia de aquel momento. La crucifixión no podía
ser considerada por aquellos hombres como una ofrenda
sacerdotal, sino todo lo contrario. Lo esencial del
sacrificio no eran los sufrimientos de la víctima, ni su propia muerte,
sino la realización de un rito en las condiciones
establecidas, en el Templo de Jerusalén.
La muerte de Jesús se presentaba ante sus ojos de un
modo muy distinto: como la ejecución de un condenado a muerte,
realizada fuera de los muros de Jerusalén, y que en vez de
atraer la benevolencia divina se consideraba
–sacando de contexto un texto del Deuteronomio (Dt 21,23)- que era
objeto de maldición.
¿SE EMPEZÓ A HABLAR DE “SACERDOTES” YA DESDE LOS COMIENZOS DE LA IGLESIA?
En los momentos que siguieron a la Resurrección y
Ascensión de Jesús a los cielos, tras la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés, los Apóstoles comenzaron a predicar, y con el
paso del tiempo fueron asociando colaboradores a su
tarea. Pero si el mismo Jesucristo no se había designado nunca como
sacerdote, era lógico que tal denominación ni se les
ocurriera utilizarla a sus discípulos para hablar de
sí mismos en esos primeros momentos.
De hecho, las tareas que realizaban tenían poco que
ver con las que los sacerdotes judíos desempeñaban en el Templo. Por eso
utilizaron otros nombres que designaran más
descriptivamente sus funciones en las primeras
comunidades cristianas: apóstolos que significa “enviado”, epíscopos que
significa “inspector”, presbýteros “anciano” o diákonos
“servidor, ayudante”, entre otros.
No obstante, al reflexionar y explicar las tareas de
esos “ministros” que son los Apóstoles o que ellos mismos fueron
instituyendo, se percibe que se trata de funciones realmente
sacerdotales, aunque tienen un sentido diverso de lo
que había sido característico del sacerdocio israelita.
¿CUÁL ES ESE “SENTIDO NUEVO” DEL SACERDOCIO CRISTIANO?
Ese “sentido nuevo” se puede apreciar ya, por
ejemplo, cuando San Pablo habla de sus propias tareas al servicio de la
Iglesia. En sus cartas, para describir su ministerio emplea
un vocabulario que es claramente sacerdotal, pero
que no se refiere a un sacerdocio con personalidad propia, sino a una
participación del Sumo Sacerdocio de Cristo Jesús.
En este sentido, San Pablo no pretende asemejarse a
los sacerdotes de la Antigua Alianza, pues su tarea no consiste en
quemar sobre el fuego del altar el cadáver de un animal para
sustraerlo —“santificándolo” en su sentido ritual—
de este mundo, sino en “santificar” —en otro sentido, ayudándoles a
alcanzar la “perfección” al introducirlos en el ámbito de
Dios— a unos hombres vivos con el fuego del Espíritu
Santo, prendido en sus corazones mediante la predicación del Evangelio.
Del mismo modo, cuando escribe a los Corintios, San
Pablo hace notar que ha perdonado los pecados no en su nombre, sino in
persona Christi (cf. 2 Co 2,10). No se trata de una
simple representación ni de una actuación “en lugar
de” Jesús, pues el mismo Cristo es quien actúa con sus ministros y
mediante ellos.
Se puede afirmar, por tanto, que en la primtiva
Iglesia hay ministros cuyo ministerio tiene un carácter verdaderamente
sacerdotal, que desempeñan diversas tareas al servicio de
las comunidades cristianas, pero con un elemento
común decisivo: ninguno de ellos son "sacerdotes" a título propio -ni
por tanto gozan de autonomía para desempeñar un "sacerdocio"
a su aire, con su sello personal-, sino que
participan del sacerdocio de Cristo.
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