jueves, 31 de mayo de 2012

Los Concilios




LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS
1.I De Nicea. 325
2.I De Constantinopla. 381
3.De Éfeso. 431
4.De Calcedonia 451
5.II De Constantinopla. 553
6.III De Constantinopla. 680-681
7.II De Nicea. 787.
8.IV De Constantinopla. 869-970.
9.I De Letrán. 1123.
10.II De Letrán. 1139.
11.III De Letrán. 1179.12.IV De Letrán. 1215.

12.IV De Letrán. 1215.
13.I De Lyon. 1245. (en Francia).
14.II De Lyon. 1274.
15.De Vienne. (Francia) 1311.
16.De Constanza. 1414-1418. (Alemania).
17.De Ferrara - Florencia. 1438-1442.
18.V De Letrán. 1512-1517.
19.De Trento. 1545-1563.
20.Vaticano I. 1869-1870.
21.Vaticano II. 1962-1965.



Introducción


Cuando el Papa quiere tomar una decisión que abarca a toda la cristiandad -proclamar un dogma, modificar la organización de la Iglesia o condenar una herejía-, puede convocar un Concilio.


Los obispos del mundo entero son llamados a Roma (o a la ciudad que el Pontífice haya escogido). Su presencia es obligatoria, salvo en caso de fuerza mayor. Los superiores de órdenes religiosas, los abades generales, los prelados nullius (es decir, que no tienen jurisdicción en una diócesis propiamente dicha) y los cardenales son admitidos a participar en el Concilio o Sínodo ecuménico. Tienen voz deliberativa.
Otras personalidades son admitidas a participar en los trabajos del Concilio, y tienen voz consultiva. Son los representantes de obispos ausentes, los príncipes católicos o sus embajadores y ciertos clérigos o laicos convocados a títulos diversos.
A la apertura de los debates, todos los asistentes prestan juramento. Juran que permanecerán fieles a la Iglesia y a su jefe.
El texto del juramento fue redactado por el papa Gregorio VII en el año 1709.
El Santo Padre decide los temas que serán discutidos por el Concilio. Tiene el poder de interrumpir la sesión o de trasladarla a una fecha ulterior.
El trabajo está repartido en varias comisiones - las Congregaciones - antes de ser presentado a la discusión general.

En el reglamento mismo del Concilio se encuentra el ambiente de las asambleas de la Iglesia primitiva. Los votos son nominales y a la mayoría. Pero aunque el Papa reúna a su alrededor sólo una minoría, es siempre su punto de vista el que prevalece.

En los primeros Concilios, cuya convocación quedaba al cuidado de los emperadores, cada pregunta estaba sometida a la aprobación de los participantes, que respondían por "placet" (sí) y "non placet" (no). Cuando han recibido la aprobación del Sumo Pontífice, las conclusiones del Concilio son promulgadas por una Bula.



Los Concilios Ecuménicos.
La Iglesia, como sociedad divina y humana, es también visible e invisible al mismo tiempo; obra según los principios de su naturaleza con un Magisterio, que transmite el pensamiento divino por medio de la palabra humana; obra también con un Ministerio, que por medio de ritos sensibles - los Sacramentos - infunde la vida sobrenatural; y, como es lógico, debe tener un Gobierno que notifique las leyes del espíritu en una forma sometida a la experiencia de los sentidos. Por lo tanto cuenta con los tres poderes: legislativo, judicial y ejecutivo, todo ello en el ámbito religioso.
La Iglesia en varias ocasiones, se ha visto obligada a reunir a sus hijos más preclaros, ya fuere por su dignidad o sabiduría, y enfrentarse a una oposición destructora en cuanto a la doctrina, a la moral o a la disciplina de la Institución. Esas asambleas reciben el nombre de Concilios, algunos de los cuales abarcan solamente una porción de la Iglesia como una Provincia Eclesiástica o bien la Iglesia de todo un país; y, los otros son los Ecuménicos = Universales, porque ya deliberan sobre asuntos que interesan a toda la Iglesia y al que asisten representantes de todas las latitudes. En estos casos el Sumo Pontífice asiste en persona y preside las sesiones o bien se hace representar por Legados.
Los Concilios Ecuménicos habidos hasta el presente ascienden a veintiuno. A continuación los menciono, siguiendo el orden del tiempo en que se realizaron, las circunstancias que los originaron y las definiciones conciliares que se decretaron.
Terminadas las persecuciones y favorecido el Cristianismo con el Edicto de Milán, promulgado por el emperador Constantino, surgió la herejía arriana. Arrio, sacerdote alejandrino, negó la divinidad del Verbo, por lo tanto destruía la trinidad de personas en Dios.
Los Concilios
1. I De Nicea. 325
Reunido por el Emperador Constantino durante el pontificado de San Silvestre. Contra el arrianismo. Definió la consubstancialidad del Verbo, largamente defendida por Atanasio, diácono de Alejandría; sancionó los privilegios de las tres sedes patriarcales de Roma, Alejandría y Antioquía, y extendió a toda la Iglesia la costumbre romana concertando la fecha de la celebración de Pascua. El Verbo es verdadero Hijo de Dios, de la misma sustancia del Padre, y por lo tanto verdadero Dios.
2. I De Constantinopla. 381
Macedonio, patriarca de Constantinopla, admitía la divinidad del Verbo pero la negaba en el Espíritu Santo; decía que era una criatura de Dios, una especie de superministro de todas las gracias.
Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande, reafirmó la divinidad del Espíritu Santo. Contra los macedonianos.
El Espíritu Santo es verdadero Dios, como el Hijo y el Padre. (Símbolo Niceno - Constantinopolitano).
Nestorio, patriarca de Constantinopla, negó la unión del Verbo Divino con la humanidad en unidad de persona; afirmó que Jesús era un puro hombre en quien habitaba el Hijo del Eterno Padre, y si Jesús no era Dios tampoco María podía ser Madre de Dios.
También fue condenada la doctrina de Pelagio y Celestino que negaban la transmisión del pecado de Adán a su descendencia y defendían la bondad, puramente humana para hacer el bien sin el concurso del auxilio divino.
3. De Éfeso. 431
San Celestino I Contra el nestorianismo. En el reinado de Teodosio el Joven. Definió la unidad de persona en Cristo y la maternidad divina de María.
Cristo, Dios-Hombre es un solo sujeto (=Persona); la unión hipostática es substancial, no accidental, física, no moral.
Condenación de los errores pelagianos.
4. De Calcedonia 451
León I El Magno. Contra los monofisitas. Emperador Marciano. Condenó el eutiquianismo, que no reconocía en Cristo la distinción de las dos naturalezas perfectas.
Las dos naturalezas en Cristo están unidas (personalmente), no confundidas ni mudadas ni alterada de ninguna manera.
Dióscoro, patriarca de Alejandría y el abad Eutiques sostenían la opinión de una sola naturaleza en Cristo, una especie de fusión de las dos naturalezas o más bien de absorción de la naturaleza humana por la divina. Esta herejía vino a llamarse (Monofisismo), una sola naturaleza.
5. II De Constantinopla. 553
Este concilio, segundo de Constantinopla, se convocó como para solucionar discrepancias y atraer a los descarriados monofisitas de los cuales se formaron muchas fracciones, sobre todo en el Medio Oriente y Norte de África. El gran interesado en la unión fue el emperador Justiniano. Después de interminables divisiones y discusiones se reunió el concilio y promulgó sus decretos.
Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos. Condenó los escritos de Teodoro de Mopsuestia y de Teodoro de Ciro contra San Cirilo y el Concilio de Efeso.
Se confirma la condenación de los errores precedentes (trinitarios y cristológicos), ratificando el sentido genérico de las definiciones conciliares. Se condenan también los errores derivados de Orígenes junto con los Tres Capítulos influidos de Nestorianismo.
A Sergio, patriarca de Constantinopla, se le atribuye esta nueva herejía, llamada (Monotelismo), una voluntad. Admitía en Cristo las dos naturalezas pero le reconocía una sola voluntad. Tenía en mente la idea de atraer a los monofisitas, al tiempo que pensaba no errar en cuanto a la verdad católica. Al tomar fuerza esta opinión y entrar en la polémica grandes personajes de la época, obligó a convocar el concilio.
En Cristo hay dos voluntades, como hay dos naturalezas, aunque sea una sola la Persona, que es la del Verbo.
6. III De Constantinopla. 680-681.
Papa San Agatón I y Papa San León II. Contra el monotelismo. Condenó a Honorio.
El culto de las imágenes arranca desde los principios del Cristianismo, como se puede ver en las catacumbas romanas donde se ocultaban los cristianos perseguidos. En los siglos VIII y IX la (Iconoclastia), destrucción de imágenes, estuvo en auge y se convirtió en abiertas persecuciones promovidas por los emperadores orientales. No faltaron grandes defensores del culto de veneración a las imágenes como San Juan Damasceno y San Germán de Constantinopla, y muchos otros que fueron mártires por defender ese culto. En estas circunstancias se reunió el concilio de Nicea.
7. II De Nicea. 787.
Papa Adriano I. Contra los iconoclastas. Emperatriz regente, Irene. Regula la querella de los iconoclastas pronunciándose por el culto de las imágenes, pero distinguiendo cuidadosamente el culto de veneración del culto de adoración, que sólo es debido a Dios.
Reivindícase la legitimidad del uso y del culto a las sagradas imágenes.
Entre Oriente y Occidente, y entre sus capitales imperiales como fueron Roma y Constantinopla hubo siempre antagonismo ya fuere en el aspecto político como en el religioso. Si el Papa es el primero en la cristiandad, el segundo lugar lo ocupa, sin duda, el patriarca de Constantinopla. A mediados del siglo noveno un ambicioso personaje ocupó la silla patriarcal, su nombre fue Focio; cometió toda clase de arbitrariedades y exacerbó los ánimos de los orientales contra Roma. Esta grave situación decidió la apertura de un nuevo concilio.
8. IV De Constantinopla. 869-970.
Papa Adriano II Contra el Cisma del emperador Focio.
Con el apoyo del emperador Basilio el Macedonio.
Condenación de Focio. Confirmación del culto de las imágenes. Afirmación del Primado del Romano Pontífice.
Los ocho primeros concilios se desarrollaron en el Oriente por ser ahí donde se originaron las controversias. En el siglo once el Oriente se separa de Roma y los concilios - trece más hasta el presente - se celebraron en el Occidente de Europa.
9. I De Letrán. 1123.
Papa Calixto II. Contra las investiduras. Ratificó el arreglo entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V. Es conocido con el nombre de Concordato de Worms, referente a las investiduras eclesiásticas. Propuso a los príncipes cristianos emprender las cruzadas.
El noveno Concilio Ecuménico, primero de Letrán, tuvo que afrontar, entre otros, el gravísimo problema de las "investiduras". A partir del siglo cuarto la Iglesia y el Estado fueron estrechando sus relaciones y lo mismo sucedió con los pueblos bárbaros a medida que iban abrazando el Cristianismo. Esta situación si bien era benéfica para el orden civil como para el religioso, sin embargo, en el correr de los siglos surgieron graves dificultades y en especial para la Iglesia.
Los reyes fueron transmitiendo cierta autoridad política a los obispos y abades de monasterios en el ámbito de sus jurisdicciones religiosas, y aún títulos de nobleza. Todo esto trajo una intervención directa de los laicos en asuntos totalmente eclesiásticos, como: el nombramiento de obispos y abades, y aún la entrega del báculo y del anillo, propios del cargo; en esto consistía el derecho de investidura laical. Hubo muchos abusos derivados de influencias políticas, parentesco, etc.; candidatos indignos y sin vocación lograron puestos de relevancia en la Iglesia. Para atajar esos escándalos y evitar las intromisiones ajenas se convocó el concilio.
Se reivindica el derecho de la Iglesia en la elección y consagración de los Obispos contra la investidura de los laicos.
Condénanse la simonía y el concubinato de los eclesiásticos como herejías.
En la historia de la Iglesia ha habido hasta ahora 265 Papas como también unos 35 antipapas, que usurparon la dignidad pontificia durante algún tiempo, debido a influencias políticas de los reyes o desavenencias entre obispos y cardenales principalmente.
10. II De Letrán. 1139.
Papa Inocencio II. Por la disciplina y buenas costumbres.
Condenó los amaños cismáticos de varios antipapas y los errores de Arnaldo de Brescia y publicó medidas destinadas a que reinara la continencia en el clero.
Condenación del antipapa Anacleto y de sus partidarios, Cánones sobre la disciplina del Cleroy condenación de Arnaldo de Brescia, revolucionario que tenía soliviantada la ciudadanía romana contra la Iglesia.
Simón Mago - contemporáneo de los apóstoles - oyendo al apóstol Felipe anunciar el Evangelio y confirmándolo con milagros se convirtió y fue bautizado. En los Hechos de los apóstoles se lee: "Habiendo visto, Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos, reciba el Espíritu Santo. Mas Pedro le respondió: Perezca tu dinero contigo; pues has juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios."
Los Cátaros, palabra que significa puros, eran muy rebeldes a la autoridad religiosa y anárquicos con respecto a la fe y a la moral. Negaban la resurrección de los muertos y la vida futura y admitían, al estilo oriental, la transmigración de las almas, además de otros errores doctrinales.
11. III De Letrán. 1179.
Papa Alejandro III. Contra los albigenses, cátaros y valdenses. Condenó a los cátaros y regularizó la elección del Papa, declarando válidamente elegido al candidato que hubiera obtenido los dos tercios de los votos de los cardenales.
Nuevas leyes contra la simonía. Condenación de los cátaros y prohibición de tratar con ellos.
Los Albigenses y los Valdenses eran sectas cristianas contestarias, que si bien en algunos aspectos retrotraían la sencillez y caridad de las primitivas comunidades cristianas, tenían una abierta insubordinación a la jerarquía. Practicaban la hechicería, negaban algunos sacramentos y fomentaban la libre interpretación de la Biblia.
12. IV De Letrán. 1215.
Papa Inocencio III. Por la fe y la moral. Condenó a los albigenses y a los valdenses. Decidió la organización de una cruzada.
Revisó y fijó la legislación eclesiástica sobre los impedimentos matrimoniales y, en fin, impuso a los fieles la obligación de la confesión anual y de la comunión pascual. Es uno de los más importantes.
Se condenó la herejía de los Albigenses y de los Valdenses. Hubo importante definiciones sobre la Trinidad, la creación, Cristo Redentor, los Sacramentos y otros errores.
El emperador Federico Segundo fue al principio obediente y sumiso al Papa Inocencio III, que había actuado como tutor del joven príncipe, incluso participó en una Cruzada a Tierra Santa, por la ambición política se opuso a la Iglesia y tuvo que ser condenado.
Los griegos, que en el siglo once formaron parte del bloque oriental que se separó de la Iglesia, dos siglos más tarde, deseaban se reanudaran la relaciones con el Papado. Para concretar la doctrina en discusión tuvo lugar el concilio.
13. I De Lyon. 1245. (en Francia).
Papa Inocencio IV. Contra el Emperador Federico II y por la reforma del clero. Llevó a cabo una sentencia de deposición contra el emperador Federico II, usurpador de bienes y opresor de la Iglesia, y reguló el proceso de los juicios eclesiásticos.
Condenación de Federico Segundo.- Declaraciones rituales y doctrinales para los griegos (Sacramentos, legitimidad de las segundas nupcias, Purgatorio, Paraíso, Infierno.)
Los griegos orientales deseosos de coincidir con Roma y alcanzar la unión, incentivaron la convocación de un nuevo concilio a sólo treinta años del anterior. Concretaron los temas discutidos y los aprobaron y firmaron en su gran mayoría.
Cuando regresaron a sus respectivas comunidades, las autoridades, monjes, clero y pueblo se opusieron rotundamente y los llamaron traidores y vendidos a los romanos; la unión fracasó. Sin embargo, algunos grupos aislados quedaron adheridos a Roma y se les llama en su lengua eslavo, "Uniatas", que aún hoy mantienen lazos de jerarquía y de fidelidad a la Iglesia Católica.
14. II De Lyon. 1274.
Papa San Gregorio X. Por la unión de las iglesias. Restableció, a petición de Miguel Paleólogo, la unión con los griegos y tomó nuevas medidas para una posible Cruzada.
El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio - Suerte de las almas después de la muerte.- Sobre los siete Sacramentos.- y sobre el Primado del Romano Pontífice.
Los Caballeros Templarios nacieron y crecieron en los siglos once, doce y trece; el ambiente que los propiciaron fue el de las Cruzadas para la reconquista de los Santos Lugares en poder de los árabes.
Las llamadas Ordenes Militares, que proliferaron en esos siglos, consistían en combinar la vida monacal en tiempo de paz y la militar cuando las circunstancias lo requerían. Mitad monjes y mitad guerreros.
También ejercían la caridad en centros de beneficencia como el gran hospital de Jerusalén, que era tendido por los Caballeros Hospitalarios de San Juan.
Tenían casas en Europa para reclutar voluntarios y mandarlos al Oriente a fin de que protegieran a los cristianos que peregrinaban a la Tierra Santa, ya que eran objeto de agresión de parte de los musulmanes.
La envidia y la codicia de los poderosos les declararon la guerra y consiguieron, al fin, que fuera extinguida oficialmente, la Orden de los Templarios.
Los Begardos y Beguinas eran asociaciones de ambos sexos que se dedicaban a la oración y a toda la gama que encierra la palabra "caridad"; pasado algún tiempo muchos de ellos cayeron en varios errores y por esa razón tuvieron que ser condenados.
15. De Vienne (Francia) 1311.
Papa Clemente V. Por la cuestión de los templarios. Decidió la supresión de la Orden de los Templarios.
Condenación de los errores de los Begardos sobre la perfección espiritual.- El alma es verdadera y esencialmente forma del cuerpo.
Juan Wickleff, inglés; y Juan Huss, bohemio, pueden considerarse como los precursores del luteranismo que había de aparecer un siglo más tarde. Ambos se rebelaron abiertamente contra Roma, promovieron y defendieron pertinazmente graves errores doctrinales; fueron apoyados por las esferas más influyentes de sus respectivos pueblos, que detestaban la injerencia de la autoridad romana en sus asuntos eclesiásticos.
Todo ello puede conceptuarse como un nacionalismo político que busca también la independencia en la esfera religiosa.
16. De Constanza. 1414-1418. (Alemania).
Papa Gregorio XII Contra el cisma de Martín V Occidente, Wiclef, Juan Huss y Jerónimo de Praga.
Fin del Cisma Occidental. Condénanse los errores de Wickleff sobre los Sacramentos y la constitución de la Iglesia, y también los errores de Juan Huss sobre la Iglesia invisible de los predestinados.
17. De Ferrara - Florencia. 1438-1442.
Papa Eugenio IV. Por la reconciliación de griegos y latinos.
Se celebró en Roma los dos últimos años. Estudio la Reforma de la Iglesia y un nuevo intento de reconciliación con los griegos de Constantinopla. Estos entraron en efecto en el seno de la Iglesia con los armenios, los jacobitas, los mesopotamios, los caldeos y los maronitas.
Este concilio fue en varias etapas y sedes diferentes lo que ocasionó situaciones tirantes. Fundamentalmente trató de la unión con Roma de diferentes Iglesias Orientales Autónomas y para unificar criterios.
Declaraciones sobre la procesión del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, la Eucaristía y los Novísimos (para los griegos);Decreto sobre los Sacramentos (para los armenios); - Sobre la Trinidad y la Encarnación (para los jacobitas).
18. V De Letrán. 1512-1517.
Papa Julio II. Contra el concilio León X de Pisa y por la reforma de la Iglesia. Tenía como misión la reforma del clero y de los fieles pero tuvo que dejar lo más importante de esta tarea al Concilio siguiente.
Buscó fórmulas conciliatorias para tratar las relaciones entre los príncipes cristianos sin recurrir a la guerra.
Trató de reformar costumbres disciplinarias en las que se habían introducido abusos escandalosos.
Dictó normas para las instituciones religiosas y condenó unas herejías contrarias a la inmortalidad del alma.
Definiciones sobre el alma humana, la cual no es única para todos, sino propia para cada hombre, forma del cuerpo e inmortal.
19. De Trento. 1545-1563.
Papa Paulo III. Julio III. Pío IV. Contra los errores del protestantismo y por la disciplina eclesiástica. Fue transferido durante dos años a Bolonia. En veintidós reuniones logró oponer una verdadera y sabia reforma de la Iglesia a los excesos y a los innumerables errores de la reforma protestante.
El Concilio de Trento señala un cambio en la historia del mundo cristiano, pues muestra el dogma católico no sólo en su esplendor de verdad revelada, sino con su valor de vida sobrenatural. Comenzó en 1547 siendo papa Pablo III, y terminó en el año 1563, después de varias interrupciones. Conviene distinguir en el tres partes: el concilio de Paulo III, de 1545 a 1547; el concilio de Julio III, de 1549 a 1551; y, finalmente, el concilio de Pío IV, de 1561 a 1563. La obra doctrinal del Concilio de Trento fortificó la disciplina eclesiástica frente al protestantismo; renovó la disciplina eclesiástica y estrechó los lazos entre el Papa y los miembros de la Iglesia.
El concilio de Trento, el más largo de todos, dieciocho años, fue suspendido en varias ocasiones y se reanudó hasta su conclusión en l563.
La causa principal fue la revolución protestante de Martín Lutero, que socavó profundamente los cimientos de la fe cristiana.
El concilio hizo una revisión general de toda la doctrina, ya fuere sobre la Biblia, sobre cada uno de los Sacramentos, como la legítima autoridad que le asiste a la Iglesia y la misión que debe cumplir en el mundo.
La Iglesia, como madre y maestra de la fe, tuvo que aclarar conceptos dudosos, afianzar verdades, promulgar nuevas leyes y anunciar sanciones disciplinarias a los infractores.
Defensa de la Sagrada Escritura. Doctrina sobre el pecado original, la santificación y la gracia, sobre los Sacramentos, especialmente sobre la Eucaristía y la Misa, sobre el culto de las imágenes y las indulgencias.- Condenación de los errores de Lutero.
20. Vaticano I. 1869-1870.
Se celebró en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, por lo que se denominó Concilio Vaticano I. Papa Pío IX. Contra el racionalismo y el galicanismo, es una tendencia que concedía al Papa, la parte más importante de las decisiones en materia de fe, pero sostenían que estas se hacían infalibles sólo si las aceptaba la Iglesia, es decir, el Concilio. Tuvo que definir solemnemente la infalibilidad Pontificia como dogma de fe, cuando habla "Ex Cathedra". Esto es cuando en calidad de pastor y maestro de todos los cristianos, y haciendo uso de su suprema autoridad apostólica define una doctrina sobre la fe y las costumbres.
Esto sucede cuando:
enseña una cosa referente al dogma o moral cristianos;
que se dirige a la Iglesia Universal;
que habla en su calidad de Maestro supremo de la cristiandad;
Si falta una de estas condiciones, el Papa no es infalible.
El concilio enseña que únicamente a Pedro se prometió y confirió de modo directo el primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia y su autoridad no deriva precisamente de la Iglesia. El Concilio añade "La Iglesia Romana posee por derecho divino, la primacía de potestad ordinaria sobre todas las demás iglesias. La jurisdicción del pontífice es verdaderamente episcopal e inmediata. La Iglesia es, pues, monarquía de derecho divino, y el Papa recibe plena potestad directamente de Dios." El Papa Pío IX definió también el dogma de la Inmaculada Concepción (1854)
Definiciones sobre Dios creador, sobre la Revelación divina, sobre la Fe en relación con la razón, sobre la Iglesia y sobre el Primado e infalibilidad del Romano Pontífice.
En el siglo pasado la Iglesia tuvo que afrontar gravísimos males de diferente índole, problemas: políticos, territoriales, ateísmo pujante y el incremento de las sociedades secretas que actuaban con un sectarismo agresivo. Y, dentro, la Iglesia tuvo que mediar buscando elementos de concordia para atraer las dos tendencias opuestas, la liberal y la conservadora.
Pío IX a pesar de estar reducido y confinado en el Vaticano, desplegó una gran actividad apostólica en su largo pontificado. Se definieron los dogmas de la Inmaculada Concepción y el de la Infalibilidad del Romano Pontífice.
Se convocó al vigésimo Concilio Ecuménico en el Vaticano. Se establecieron, una vez más, los principios básicos sobre la Fe; sobre Dios creador del universo y de todo lo que él contiene; sobre la Revelación divina, ya fuere la escrita (Biblia), ya la oral (Tradición); sobre la Iglesia y su magisterio, como también puntualizar y aclarar las relaciones entre la fe y la razón, que de un siglo a esa parte habían adquirido una gran preponderancia.
El tema más controvertido fue sobre la infalibilidad del Romano Pontífice.



MAGISTERIO DE LA IGLESIA


En punto de fe y costumbres hizo Dios a la Iglesia partícipe del Magisterio divino, y, por beneficio también divino, libre de error (León XIII, Encíclica "Libertas")

Nunca más actuales las palabras de Denzinger en el prefacio a la primera edición de su obra: "Entre los muchos males que la inicua condición de los tiempos ha traído a las escuelas católicas, lo que señaladamente daña a los estudios teológicos es el hecho de que muchos ignoran o descuidan los que se llaman documentos positivos del creer y obrar, sancionados por pública autoridad de la Iglesia, y se entregan demasiado a su propio ingenio".
El objeto del Magisterio Eclesiástico no es proponer nuevas doctrinas o nuevas revelaciones, sino defender y exponer el depósito de la fe, es decir, las verdades reveladas por Dios a los Apóstoles y por ellos transmitidas a toda la Iglesia, tanto en la Sagrada Escritura, como en la Tradición oral. Realmente Cristo al enviar a los Apóstoles con la misión de enseñar a las naciones, les había encomendado que enseñaran todo lo que Él les había dicho; y al prometerles el Espíritu Santo había afirmado que Éste les enseñaría todas las verdades. Por tanto el objeto del Magisterio de la Iglesia es todo lo que Jesús enseñó a los Apóstoles por sí o por el Espíritu Santo: a la muerte del último Apóstol la revelación pública quedaba ya cerrada, el depósito de la fe ya estaba completo.
Es este depósito el que San Pablo entrega a Timoteo, como los otros Apóstoles a sus sucesores, recomendándoles que evitaran toda nueva doctrina y que fundaran toda su predicación sobre los cimientos de los Apóstoles y Profetas.
Y desde un principio la preocupación constante de la Iglesia fue mantenerse fiel a esta consignación apostólica, considerando como falsa toda innovación en materia de fe.
Magisterio de la Iglesia. Por Enrique Dezinger. Manual delos símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de Fe y de costumbres. Versión directa de los textos originales.
Magisterio de la Iglesia. Dezinger.


Concilios:
Concilio Plenario de la América Latina.


 Magisterio de los Papas:
San Pío V. (1566-1572)
Pío IX.
(1846-1878)
León XIII.
(1878-1903)
San Pío X.
(1903-1914)
Pío XII.
(1939-1958)



Santos Doctores de la Iglesia.

Catecismos.

Sobre el Santo Sacrificio de la Misa.

Magisterio sobre la Eucaristía.

Magisterio sobre Nuestro Señor.

Símbolo de la Fe.

Magisterio sobre la Santísima Virgen.

Sobre las Sagradas Escrituras.

Magisterio sobre el Santo Rosario.

Magisterio sobre el Sacerdocio.

Magisterio sobre el Modernismo.

Magisterio sobre la Verdadera Paz.

Magisterio sobre el Comunismo.



Concilio ecuménico


Un concilio ecuménico es una asamblea celebrada por la Iglesia católica con carácter general a la que son convocados todos los obispos para reconocer la verdad en materia de doctrina o de práctica y proclamarla. El término concilio proviene del latín concilium, que significa "asamblea". Ecuménico, proviene del latín oecumenicum, traducción a su vez del griego οἰκουμένoν, que significa (mundo) habitado.
La reunión celebrada en Jerusalén, hacia el año 50, es, en opinión de la Iglesia católica, el concilio más antiguo. Según la misma opinión fue convocado por San Pedro, y en él se eximió a los paganos convertidos al cristianismo de las observancias judaicas.1 Los siguientes se numeran del I al XXI, y se dividen en dos grupos: griegos y latinos, según hayan tenido lugar en Oriente u Occidente. Los concilios griegos fueron convocados por los emperadores de la época que, generalmente, los presidieron. Los concilios latinos fueron convocados por los papas.
Los concilios de la Iglesia Católica Romana, deben ser convocados por el Papa y presididos por él o por un delegado suyo, y en ellos habrá de estar representada una mayoría de los obispos de las provincias eclesiásticas. Para la validez de sus acuerdos es preciso, como condición sine qua non, la sanción del Sumo Pontífice Romano.

Imagen alegórica del primer concilio ecuménico celebrado en Nicea en el año 325.

Concilios pre-Nicenos

Los concilios o sínodos pre-Nicenos fueron, en su mayor parte, reuniones de naturaleza regional, nunca llegando a reunir a todos los obispos de la Iglesia. A pesar de eso, estos concilios eran muy importantes para clarificar varios aspectos doctrinales o disciplinares en los principios del Cristianismo y sus decisiones, en general, son seguidas por muchos cristianos y obispos que no participaron en estos encuentros. El ejemplo más paradigmático de estos concilios es el Concilio de Jerusalén (49 d.C.), que liberó a la Iglesia cristiana naciente de las reglas antiguas de la Sinagoga y, por eso, marcó definitivamente la desvinculación del cristianismo del judaísmo y confirmó para siempre el ingreso de los gentiles (no-judíos) en la cristiandad. El primer concilio con el objetivo de reunir a todos los obispos de la Iglesia, y por lo tanto ecuménico, se realizó solamente en 325 y se llamó Primer Concilio de Nicea.

N.º

Papas Durante el Concilio

Local y designación

Duración do
Concilio

Temas principales

San Pedro Jerusalén Otoño de 51 Los convertidos del paganismo (nuevos cristianos) exentos de ciertas prácticas de la ley mosaica, como la circuncisión. Ver controversia de la circuncisión

San Victor I Concilio (Sínodo) de Roma 197 Examina la cuestión de la fecha de la Pascua, que se celebra de manera diferente en Oriente y Occidente. Ver Controversia de la Pascua.

San Esteban I Concilio (Sínodo) de Cartago 256 Cipriano, obispo de Cartago, reúne 87 obispos africanos. Discuten el Cisma novaciano.


Concilio (Sínodo) de Elvira 306 Reúne 19 obispos y 24 presbíteros de la península Ibérica. Decretan el celibato do clero.

San Silvestre I Concilio (Sínodo) de Galia 314 Constantino convoca en Arles, 33 obispos africanos, intentado evitar el Cisma donatista.

Concilios griegos

Nicea I

Del 20 de mayo al 25 de julio de 325, convocado por el emperador romano Constantino I, que estuvo presente, y presidido por el Obispo Osio de Córdoba, que actuó en representación del Papa. Formuló la primera parte del Símbolo de fe, conocido como el Credo Niceno, definiendo la divinidad del Hijo de Dios, y se fijaron las fechas para celebrar la Pascua

Constantinopla I

Entre mayo y julio de 381, convocado por el emperador romano Teodosio I y presidido sucesivamente por el Patriarca de Alejandría Timoteo, el Patriarca de Antioquía Melecio, el Patriarca de Constantinopla Gregorio Nacianceno, y su sucesor el Patriarca de Constantinopla Nectario. El Papa Dámaso no mandó representación.
Formuló la segunda parte del Símbolo de Fe, conocido como el Credo Niceno Constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo. Se condenó a los seguidores de Macedonio I de Constantinopla, por negar la divinidad del Espíritu Santo (Macedonianismo).

Éfeso

Del 22 de junio al 17 de julio de 431, convocado por el emperador romano de oriente Teodosio II, y presidido por el Patriarca de Alejandría Cirilo, el concilio denunció las enseñanzas de Nestorio (nestorianismo, también conocido como Difisismo) como erróneas, decretándose que Jesús era una persona y no dos personas distintas. El Papa mandó como legados a los obispos Felipe, Arcadio y Proyecto.
Proclamó a Jesús Cristo como la Palabra de Dios Encarnada y a María como la Madre de Dios. Se condenó al obispo de Constantinopla Nestorio, y se renovó la condena de Pelagio y sus seguidores.
Este concilio y posteriores no son reconocidos por la Iglesia Católica Apostólica Asiria del Oriente.

Calcedonia

Del 8 de octubre al 1 de noviembre de 451, convocado por el emperador romano de oriente Marciano, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Anatolio. El Papa, mandó como su representante personal al Obispo Pascanio. Proclamó a Jesús Cristo como totalmente divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona.
Rechazó la doctrina contraria (monofisismo), originándose la escisión de las Iglesias que la aceptan: las antiguas iglesias orientales, como la Iglesia Copta, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Jacobita y la Iglesia Ortodoxa Malankara, de la India.

Constantinopla II

Del 5 de mayo al 2 de junio de 553, convocado por el emperador romano de oriente Justiniano I, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Eutiquio. Acudió en persona el Papa Vigilio. Confirmó las doctrinas de la Santa Trinidad y la persona de Jesús Cristo. Se condenaron los errores de Orígenes y varios escritos de Teodoreto; del obispo de Mopsuestia Teodoro, y del obispo de Edesa Ibas.

Constantinopla III

Del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, convocado por el Emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. También se conoce como Concilio Trullano. Definió dos voluntades en Cristo: divina y humana, como dos principios operativos. Se condenó el Monotelismo.

Nicea II

Del 24 de septiembre al 23 de octubre de 787, convocado por Irene, regente del emperador romano de oriente, Constantino VI, y presidido por el Patriarca de Constantinopla, Tarasio. Fue ratificado por el papa Adriano I. Afirmó el uso de iconos como genuina expresión de la fe cristiana, regulándose la veneración de las imágenes sagradas.

Constantinopla IV

El Sexto Concilio de Constantinopla, de 869 a 870, convocado por el emperador bizantino Basilio I. Es llamado Cuarto Concilio de Constantinopla por la Iglesia de Roma. Fue depuesto y excomulgado Focio, y rehabilitado San Ignacio. No es reconocido por la Iglesia Ortodoxa, pues en Oriente, Focio es un santo teólogo.

Concilios latinos

Letrán I

Fue convocado por el Papa Calixto II en diciembre de 1122, inmediatamente después del Concordato de Worms que puso fin a la querella de las investiduras; aboliéndose el derecho, que reclamaban los príncipes, a investir dignidades y tener beneficios eclesiásticos. Finalizó en 1123.

Letrán II

Fue convocado por Inocencio II en 1139, y afrontó el asunto de los falsos pontífices, la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos sacramentos. Se condenó a Arnaldo de Brescia.

Letrán III

Convocado bajo el papa Alejandro III en 1179, para condenar a los Albigenses y Valdenses, y de nuevo la simonía. Se dictaron muchas disposiciones para la reforma moral de los miembros de la Iglesia.

Letrán IV

Fue convocado bajo la autoridad del papa Inocencio III en 1215, para condenar varias herejías: de los Albingenses, de los Valdenses, del Abad Joaquín de Fiori, y otras. Se elaboró un credo más extenso, contra los Albigenses.

Lyon I

Convocado en 1245, y presidido por Inocencio IV; sólo se abordaron problemas morales y disciplinares de la Iglesia. Se excomulgó y depuso al emperador Federico II y se convocó una cruzada encabezada por el rey Luis IX de Francia (San Luis), que asistió al concilio.

Lyon II

Fue convocado por Gregorio X en 1274, y se consiguió una breve unión con la Iglesia de Oriente, que estaba separada de Roma desde el llamado Cisma de Oriente. Se promulgaron normas para la elección del papa. Se añadió la cláusula filioque al símbolo Constantinopolitano.

Vienne

Convocado por Clemente V (1311-1312), el primer Papa residente en Avignon. Se trató de los errores de los Templarios, Fraticelli, Beguardos y Beguinas, de Pedro Juan Olivi. Se abolió la orden de los Templarios. Se dictaron normas para reformar al clero.

Constanza

Convocado por Martín V (1414-1418). Condenó los errores de Juan Hus, Wicleff y otros. También se ocupó de las divisiones en la Iglesia provocadas por el Cisma de Occidente. Es considerado concilio ecuménico sólo en sus últimas sesiones (XLII-XLV), cuando lo legitimó Gregorio XI al convocarlo formalmente.

Basilea

Convocado por Eugenio IV (1431-1445) para buscar la pacificación religiosa de Bohemia. Se celebró en Basilea, Ferrara y Florencia. Se intentó la unidad con los ortodoxos, sin resultados, y la de los armenios y jacobitas con la Iglesia de Roma.

Letrán V

Convocado en 1511 (comenzó en 1512) por el Papa Julio II y clausurado por León X en 1517. Su tema central fue la reforma de la Iglesia, decretándose disposiciones disciplinarios. Se propuso una cruzada contra los turcos, que no llegó a realizarse.

Trento

Convocado por Pablo III (1545-1563) para tratar el tema de la escisión de la Iglesia por la reforma protestante. También se ocupó de muchos temas doctrinales, morales, y disciplinares. Se decretó sobre la Justificación, los Sacramentos, la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras y otros temas, con variadas disposiciones disciplinares. Se condenaron los errores de Lutero y otros autodenominados reformadores. Fue el concilio más largo y en el que se promulgaron más decretos dogmáticos.

Vaticano I

Convocado por Pío IX en 1869, tuvo que interrumpirse el 20 de septiembre, por la toma de Roma por Garibaldi. Trató los temas de la fe y constitución de la Iglesia. Se definió la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando habla ex cathedra en temas de fe y moral.

Vaticano II

Convocado por Juan XXIII (1962-1965) que presidió la primera etapa, hasta otoño de 1962; las tres sesiones siguientes fueron convocadas y presididas por Pablo VI, su sucesor. Fue un concilio pastoral, no dogmático.
Los XXI concilios ecuménicos citados, son los reconocidos por la Iglesia Católica Apostólica Romana.

De la Iglesia Católica

Según los cánones 337 y 341 del Código de Derecho Canónico, un concilio ecuménico (ecuménico: universal, o sea, toda la Iglesia Católica) es una reunión de todos los Obispos de la Iglesia para reflexionar sobre puntos de doctrina y de disciplina que precisan de ser esclarecidos, promulgar dogmas, corregir errores pastorales, condenar herejías y, en suma, resolver sobre todas las cuestiones de interés para la Iglesia universal. Es convocado y presidido por el Papa o por algún Obispo. No es necesario que el Papa esté presente para celebrar un concilio, pero para que sea válido es necesaria su confirmación.
Son 21 los concilios ecuménicos, entendiendo "ecuménico", aquí, en el sentido de "universal", con a participación de todos los obispos católicos del mundo.
Según la doctrina de la Iglesia Católica, además del Papa (cuando habla ex cathedra), el episcopado católico pleno y también infalible (en materias de fe y moral) solo cuando está reunido en un concilio ecuménico y en comunión (unión) con el Papa, que es la cabeza del episcopado. Pero, fuera de la comunión con el Papa y de su autoridad suprema, el concilio tiene solo poder sinodal.


Papas Durante el Concilio

Local y designación

Duración del
Concilio

Temas principales
Papa San Silvestre I Nicea I 20 de mayo a 25 de julio de 325 Primero en reunir la Cristiandad. Condena el Arrianismo como herejía y exila Arrio. Proclama la igualdad de naturaleza entre el Padre y el Hijo. Redacción del Símbolo o Credo que se recita en la misa.
Papa San Dámaso I Constantinopla I Mayo a Julio de 381 Afirma la naturaleza divina del Espíritu Santo. Establece que el obispo de Constantinopla recibirá las honras luego después el de Roma.
Papa San Celestino I Éfeso 22 de junio a 17 de julio de 431 Condena el Nestorianismo como herejía. Afirma la unidad personal de Cristo y de María.
La Iglesia Asiria del Oriente no reconoce este concilio ni ninguno de los posteriores.
Papa San León I, Magno Calcedonia 8 de octubre a 1 de noviembre de 451 Condenación del monofisismo. Afirma la unidad de las dos naturalezas, completas y perfectas en Jesucristo, humana y divina. Es escrita la carta dogmática "Tomo a Flaviano" por el Papa León I.
Las Iglesias no calcedonianas no reconocen este concilio ni ninguno de los posteriores.
Vigilio Constantinopla II 5 de mayo a 2 de junio de 553 Condena las enseñanzas de Orígenes y otros. Condena los documentos nestorianos designados Los Tres Capítulos.
Papa Santo Agatón Constantinopla III 7 de noviembre de 680 a 16 de setiembre de 681 Dogmatiza las dos naturalezas de Cristo. Condena el monotelismo.
Papa Adriano I Nicea II 24 de setiembre a 23 de octubre de 787 Regula la questión de la veneración de imágenes (ícones). Condena los iconoclastas.
Papa Adriano II Constantinopla IV 5 de octubre de 869 a 28 de febrero de 870 Condenación y deposición de Focio, patriarca de Constantinopla. Encierra temporariamente el primer Cisma Occidental.
Papa Calixto II Letrán I 18 de marzo a 6 de abril de 1123 Encierra la Querella de las Investiduras. Independencia de la Iglesia por delante del poder temporal.
10º Papa Inocencio II Letrán II Abril de 1139 Vuelve obligatorio el celibato para el clero en la Iglesia Occidental. Fin del cisma del Antipapa Anacleto II
11º Papa Alejandro III Letrán III Marzo de 1179 Normas para la elección del Papa (mayoría de 2/3) y de la designación de obispos (edad mínima de 30 años). Se excomulgan los barones que, en Francia, apoyaban los Cátaros.
12º Papa Inocencio III Letrán IV 11 de noviembre a 30 de noviembre de 1215 Determina que todo el cristiano, llegado al uso de la razón, está obligado a recibir la Confesión y la Eucaristía en la Pascua. Condenación de los Albigenses, Maniqueístas y Valdenses. Definición de transubstanciación.
13º Papa Inocencio IV Lyon I 28 de junio a 17 de julio de 1245 Deposición de Federico II.
14º Papa Beato Gregorio X Lyon II 7 de mayo a 17 de julio de 1274 Intento de reconciliación con la Iglesia Ortodoxa. Reglamento del cónclave para la elección papal. Cruzada para liberar Jerusalén. Se establece el concepto de Purgatorio.
15º Papa Clemente V Viena 16 de octubre de 1311 a 6 de mayo de 1312 Supresión de los Templarios. Se discute la cuestión de los burdeles de Roma y el nombramiento de un arzobispo en Pekín, en China.
16º Papa Gregorio XII y Papa Martín V Constanza 5 de octubre de 1414 a 22 de abril de 1418 Extingue el Gran Cisma de Occidente. Condenación de John Wycliffe y de Jan Hus. Decreta la supremacia del concilio sobre el Papa (posteriormente ab-rogado). Elección del Papa Martín V
17º Papa Eugenio IV Basilea 1431-1432 Sanciona el canon católico (relación oficial de los libros de la Biblia), intenta nueva unión con las Iglesias orientales ortodoxas. Reconocimiento en el romano pontífice de poderes sobre la Iglesia Universal. Ratifica la figura del Purgatorio.
18º Papa Julio II y Papa León X Letrán V 10 de mayo de 1512 a 16 de marzo de 1517 Condenación del concilio cismático de Pisa (1409-1411) y del conciliarismo. Reforma de la Iglesia.
19º Papa Pablo III, Papa Julio III, Papa Marcelo II, Papa Pablo IV y Papa Pío IV Trento 13 de diciembre de 1545 a 4 de Diciembre de 1563 Reforma general de la Iglesia, sobre todo por causa do protestantismo. Confirmación de la doctrina acerca de los siete sacramentos y de los dogmas eucarísticos. Decreta la versión de la Vulgata como auténtica.
20º Papa Beato Pío IX Vaticano I 8 de diciembre de 1869 a 18 de julio de 1870 Refuerza la ortodoxia establecida en el Concilio de Trento. Condena el Racionalismo, el Naturalismo y el Modernismo. Dogmas sobre la Primacía del Papa y de la infalibilidad papal en la definición expresa de doctrinas de fe y de costumbres.
21º Papa Beato Juan XXIII y Papa Pablo VI Vaticano II 11 de octubre de 1962 a 8 de diciembre de 1965 Abertura al mundo moderno. Reforma de la Liturgia. Constitución y pastoral de la Iglesia, Revelación divina, libertad religiosa, nuevo ecumenismo (visto que el modo tradicional de ecumenismo es bien diferente, como muestra la Enciclica Mortalium Animos, de Pío XI), apostulado de los laicos. Este Concilio genera muchas polémicas, inclusive por no ser un Concilio dogmático. Os dichos tradicionalistas dicen que el Concilio Vaticano II rompe de modo herético con la tradición bimilenar de la Iglesia: la Misa Tridentina y el Canto Gregoriano pierden importancia; por lo tanto también sufrieron cambios el modo de celebración de los siete sacramentos

Concilios ecuménicos de la Iglesia Ortodoxa

La Iglesia Ortodoxa admite los siete primeros concilios ecuménicos, que son los siguientes:2
Concilio Quinisexto, o Segundo Concilio Trullano, del año 692 (considerado culminación de los dos anteriores),
También suelen ser considerados por la Iglesia Ortodoxa como octavo y noveno concilios ecuménicos:3 4

Concilios ecuménicos de la Iglesia anglicana

La Iglesia anglicana reconoce como concilios ecuménicos los siete primeros.5 6

Concilios ecuménicos de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa

La Iglesia Presbiteriana Ortodoxa admite los seis primeros.7

Concilios ecuménicos de las Antiguas iglesias orientales

Las denominadas Antiguas iglesias orientales sólo aceptan como concilios ecuménicos los tres primeros. Estas son: la Iglesia ortodoxa siria, la Iglesia ortodoxa malankara, la Iglesia ortodoxa copta y la Iglesia apostólica armenia.8

Referencias y notas

  1. Por no conservarse sus actas, no se numera.
  2. Ortodoxo concilios [1]
  3. Orthodox.org: historia [2]
  4. Orthodox: 8-9synods [3]
  5. Iglesia Anglicana Latina de Mexico: concilios ecumenicos [4]
  6. Anglicana federal: Los siete concilios ecuménicos [5]
  7. Iglesia Presbiteriana Ortodoxa en Colombia: concilios ecumenicos [6]
  8. Iglesia apostólica armenia: concilios ecumenicos [7]

Enlaces externos




Historia

de la Iglesia




Descenso del Espíritu Santo

sobre los Apóstoles


La historia de la Iglesia cristiana comienza con el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Antes de su Ascensión al cielo, nuestro Señor Jesucristo mandó a sus apóstoles que no se apartasen de Jerusalén hasta ser revestidos de poder supremo desde lo alto. Esperando el cumplimiento de esta promesa del Señor, ellos después de rezar eligieron a Matías como el duodécimo Apóstol en lugar del traidor Judas; eligiendo al suplente de Judas, los Apóstoles condicionaron que el mismo debía ser testigo de la obra y Resurrección de Cristo.

En el quincuagésimo día después de la Pascua, en la festividad judía de Pentecostés, que coincidió con un domingo, los apóstoles se reunieron para rezar. Asimismo se encontraba presente junto a ellos la Madre de Dios y algunos otros cristianos, en total 120 personas.

Como a las 9 de la mañana de repente se oyó un ruido parecido al de un viento fuerte, y este sonido llenó la casa del monte Sión donde se hallaban los Apóstoles (el cenáculo de Sión donde tuvo lugar la Última Cena) y sobre cada uno de ellos descansó una dividida lengua de fuego. Las señales externas eran necesarias para los hombres de aquella época, todavía insuficientemente espirituales, para llevarlos a la fe.

Los Apóstoles sintieron una gran animación, esclarecimiento y sed de predicación de la salvadora Palabra de Dios, o sea, la Santa doctrina de nuestro Señor Jesucristo. Repentinamente obtuvieron la capacidad de expresarse en varios idiomas.
Primeros éxitos
de la fe cristiana

Para las fiestas de Pascua y Pentecostés, en Jerusalén se reunían los hebreos procedentes de diversos países. Viviendo durante tiempo prolongado fuera de Palestina, olvidaron la lengua hebrea, de suerte que sólo hablaban los idiomas de los países donde moraban permanentemente. Por tanto fueron llamados "helenistas," mientras que los gentiles que fueron convertidos a la fe judía se denominaban "prosélitos." Para la fiesta de Pascua se juntaron en Jerusalén entre uno y dos millones de ellos.

Muchos de ellos sintieron el ruido y se reunieron alrededor de la casa donde se encontraban los Apóstoles. Éstos salieron y comenzaron su predicación dirigiéndose a cada uno en el idioma de su país. Algunos quedaron asombrados, mientras que otros se burlaban, diciendo: "Están embriagados del vino dulce."

Entonces, el Apóstol Pedro, a quien acompañaban los otros once Apóstoles, pronunció palabras potentes, diciendo que ellos no estaban embriagados ya que no es más que la hora de la mañana, sino que Dios hizo cumplir la profecía del santo Profeta Joel referente al descenso del Espíritu Santo. También el Apóstol Pedro dijo acerca del Salvador, "a Quien vosotros habéis matado, pero Dios Lo ha resucitado, y Él, después de su gloriosa Ascensión, ha enviado al Espíritu Santo."

El sermón del Apóstol Pedro estuvo impregnado con la fuerza espiritual y con el amor para con los extraviados judíos. Estos se enternecieron y preguntaban: "¿Qué tenemos que hacer?" El Apóstol contestó: "Arrepentís y recibid el bautismo para la absolución de los pecados, luego obtendréis el don del Espíritu Santo." En aquel día fueron bautizados 3.000 hombres.

Después de Pentecostés los Apóstoles Pedro y Juan iban hacia el templo para orar. En la entrada del templo se encontraba sentado un mendigo, cojo desde su nacimiento, que no podía caminar y suplicaba por una limosna. El Apóstol Pedro le dijo: "No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesús Nazareno Cristo, levántate y anda." Éste saltó y se alejó alabando a Dios.
Este milagro impresionó mucho al pueblo. Después de las palabras pronunciadas por el Apóstol Pedro se bautizaron 2.000 hombres. De esta manera, el número de los cristianos dentro de un corto lapso ascendió hasta 5.000 personas.
La vida de los
primeros cristianos

Los primitivos cristianos se reunían diariamente en el templo y escuchaban los sermones de los Apóstoles, y en los días del Señor (domingos) se juntaban en casas particulares para oficiar la Santa Eucaristía (Liturgia) y con el fin de comulgar de los Santos Cuerpo y Sangre de Cristo.

Asimismo, tenían caridad mutua, de suerte que parecía que tenían un sólo corazón y una sola alma. Muchos cristianos vendían sus haciendas, y el dinero recibido lo entregaban a los Apóstoles y a los pobres.

Un hombre llamado Ananías con su esposa Safira habían vendido su hacienda y trajeron el dinero recibido a los Apóstoles, pero escondieron una parte del mismo. Lo hicieron por dos razones. Por un lado, querían glorificarse entre los cristianos como abnegados y buenos, ya que toda su posesión la dieron a los pobres, y por otro, clandestinamente querían vivir para su propio placer teniendo suficiente plata. Con el fin de cortar de raíz este espíritu nada cristiano, el Apóstol Pedro explicó que la propiedad pertenecía a Ananías y Safira, encontrándose completamente bajo su poder, pero el acto cometido fue un gran pecado. Pedro dijo: "Ananías, ¿por qué permitiste a Satanás introducir en tu corazón el pensamiento de mentir al Espíritu Santo? No mentiste a los hombres, sino a Dios." Al instante, Ananías y luego Safira cayeron muertos.

Los Apóstoles realizaban muchos milagros, y aun la sombra del Apóstol Pedro sanaba a los enfermos. La abundancia de los dones del Espíritu Santo regocijaba a los creyentes y convertía al cristianismo a numerosos incrédulos. Sin embargo, los envidiosos jefes judíos odiaban a los Apóstoles.

Elección de los diáconos

En medio de los cristianos se encontraban los judíos de Palestina y los llegados de otros países, llamados "helenistas." Éstos últimos murmuraban quejándose que sus viudas recibían menos subsidios durante la distribución.

Por consiguiente, los Apóstoles sugirieron que los creyentes eligiesen siete varones piadosos, sobre quienes los Apóstoles impusieron orando las manos, lo que produjo el descenso del Espíritu Santo. De esta manera apareció la sagrada dignidad de los "diáconos" (la palabra diácono significa "servidor").
Aparte de la distribución de los subsidios, los diáconos ayudaban a los apóstoles en sus sermones y ejecución de los sacramentos.
Predicación del Santo Apóstol,
el diácono Felipe

El Santo Apóstol Felipe predicaba en Samaria. Escuchando la palabra de Felipe y viendo sus milagros, muchos samaritanos creyeron y se bautizaron. Pero siendo sólo diácono no estaba en condiciones de suscitar el descenso del Espíritu Santo sobre los fieles. Para este último fin, fueron enviados de Jerusalén a Samaria los Apóstoles Pedro y Juan. Ellos imponían las manos sobre los bautizados y les otorgaban los dones del Espíritu Santo (el sacramento actual de confirmación).

Uno de los bautizados, Simón, trajo a los Apóstoles dinero, y les solicitó que le vendan el poder de bajar el Espíritu Santo. Los Apóstoles le negaron este pedido con indignación. De ahí que la distribución de los sacramentos por dinero se denomina "simonía." Es un pecado grave que castiga la Iglesia.

El diácono Felipe predicaba en Palestina, y por inspiración del Angel convirtió al ilustre dignatario de Etiopía que viajaba en una carroza y leía al Profeta Isaías. Este relato en la actualidad se lee en el Tedéum para los viajeros, enseñándonos a rezar durante un viaje, con el fin de obtener la Divina ayuda a la manera del mencionado alto dignatario etíope.
Llamamiento de los gentiles

En cierta ocasión el Apóstol Pedro se encontraba en el pueblo de Joppe en la casa del curtidor Simón. Cuando estaba sobre el techo rezando, tuvo una visión: Desde el cielo bajó un mantel lleno de animales impuros, y hubo una voz diciendo: "Levántate, Pedro, mata y come." Pero Pedro contestó: "No, Señor, jamás cosa manchada e impura entró en mi boca." Pero la voz del cielo insistió: "Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro." Esto sucedió tres veces. Mientras tanto se presentaron hombres enviados de parte del centurión romano Cornelio de Cesarea que buscaban a Simón llamado Pedro. Cornelio era hombre muy piadoso, distribuía limosnas y oraba. A él también apareció el Angel, diciendo: "Cornelio, tus oraciones y limosnas han sido acordadas ante Dios. Envía pues unos hombres a Joppe, y haz que venga un cierto Simón, llamado Pedro; él te dirá palabras con las cuales te salvarás junto con toda tu casa." Luego Pedro comprendió que el Señor ordena no despreciar a los gentiles. Acto seguido se dirigió a Cesarea donde se reunió toda la familia, allegados y amigos de Cornelio. Mientras que el apóstol estaba predicando ante ellos, el Espíritu Santo descendió sobre todos, y ellos comenzaron a hablar varios idiomas, y Pedro bautizó a cada uno de ellos.

En medio de los bautizados se encontraban asimismo pequeñas criaturas, lo que se desprende sin lugar a dudas del propio libro de los Hechos de los Apóstoles, donde figura la expresión que "fue bautizada toda la casa" de Cornelio, es decir, "toda" su familia.

Cristianos de Antioquía

En Antioquía aparecieron muchos cristianos; los Apóstoles fundaron ahí la Iglesia, en la cual brilló la gracia de Dios. Ahí por primera vez los discípulos de los Apóstoles comenzaron a llamarse cristianos.

Conversión de Saulo

Predicación para judíos y gentiles: Los Apóstoles predicaban el cristianismo particularmente a los judíos en Palestina. Para predicar a los gentiles, el Señor Jesucristo eligió y predestinó llamando de un modo especial al gran Apóstol Saulo, que posteriormente recibió el nombre de Pablo.

Su odio a los cristianos: Educado en su ciudad natal Tarsis (Asia Menor) y luego en Jerusalén en la escuela del famoso y piadoso miembro del Sanedrín, el fariseo Gamaliel. Saulo fue un convencido adversario de los cristianos, porque creyó que ellos infringían las antiguas tradiciones patriarcales. Tomó parte en el asesinato del santo archidiácono Esteban, y aun después de matarlo no cesó en su persecución de los cristianos en Jerusalén.

Su maravillosa llamada en el camino de Damasco: Después de enterarse que había cristianos en Damasco, se dirigió hacia allí; pero en el camino lo alumbró una luz que lo encegueció, y oyó la misteriosa voz que decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me estás persiguiendo?" Y Saulo preguntó: "¿Quién eres, oh Señor?" Recibió la respuesta: "Soy Jesús, a quien estás persiguiendo. Será difícil para ti ir contra el aguijón." Luego Saulo exclamó: "Señor, ¿qué me ordenas que haga?" Fue instruido para que vaya a Damasco. Sus acompañantes, que también escucharon la voz, le llevaron a Damasco. En Damasco, por la orden de Dios, el apóstol Ananías bautizó a Saulo, quien al mismo tiempo recobró la vista y comenzó a predicar a Cristo.

Escape de Damasco. Aparición del Señor: Luego, los judíos decidieron matar a Pablo, y le acechaban cerca del portón de la ciudad. Pero los cristianos lo bajaron desde una ventana de la muralla, de noche en una espuerta. De ahí Saulo se dirigió a Arabia, donde permaneció en un yermo tres años. Allí, de acuerdo con su propio testimonio, le apareció el Señor Jesucristo, Quien le instruía en la doctrina cristiana, y luego le envió para predicar a los gentiles, acerca de los cuales ya había recibido antes la revelación de no despreciarlos.

Viajes de predicación del Apóstol Pablo. El Apóstol Pablo llevó a cabo tres grandes viajes de evangelización por los países de los gentiles de Asia Menor y Balcanes. Visitó la actual Grecia y Bulgaria (Filipos - nombre antiguo de la actual Sofía), y posteriormente conoció Roma, donde predicaba con éxito. Antes que Saulo hubiese partido a su viaje, los Apóstoles por orden del Espíritu Santo impusieron sobre él las manos (quirotonía) al elegirlo como obispo (Hech. Ap. cap. 13). En el transcurso de sus viajes, el Apóstol Pablo tomó consigo para que le ayudasen también a otros apóstoles (Bernabé y Silas de los 70) y tuvo mucho éxito en su predicación, fundando en diversas localidades comunidades eclesiásticas, a las cuales dirigía sus epístolas, que hoy en día se leen en la iglesia, ya que tienen suma importancia dogmática y moral (son las epístolas dirigidas a los Romanos, Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Tesalonicenses y diversas personas particulares).
Persecuciones y sufrimientos. Durante sus tres viajes y la subsiguiente evangelización el Apóstol Pablo padeció terribles persecuciones y graves pruebas. En su epístola a los Corintios (2 Cor. 11:23 y sig.) relata de si mismo: "Tuve más trabajos, muchas presiones, muchos azotes, frecuentes peligros de muerte, Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno (40 azotes recibían sólo los esclavos). Tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé en los abismos del mar; muchas veces en viaje me vi en peligro de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi linaje, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros de los falsos hermanos, peligros y miserias, en prolongadas vigilias en hambre y sed, en ayunos frecuentes, en frío y en desnudez; esto sin hablar de otras cosas, de mis cuidados de cada día, de la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase? Si es menester gloriarse, me gloriaré en lo que es mi flaqueza. Dios y Padre del Señor Jesucristo, el bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco el etnarca del rey Aretas puso guardia en la ciudad para prenderme, y por la ventana, en una espuerta, fui descolgado por el muro, y escapé de sus manos." También en 2 Cor. 1:8-11 dice: "No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fue muy sobre nuestras fuerzas, tanto que desesperábamos ya de salir con vida. Aún más, temimos como cierta la sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, que nos sacó de tan mortal peligro y nos socorrió. En Él tenemos puesta la esperanza de que seguirá socorriéndonos, cooperando vosotros con la oración a favor nuestro, a fin de que la gracia que por las plegarias de muchos se nos concedió sea de muchos agradecida por nosotros."

Arrebatado al paraíso. El Señor realizaba grandes milagros por las oraciones del Apóstol Pablo, y también sobre él, protegiendo a su escogido. En cierta ocasión el Apóstol Pablo fue arrebatado milagrosamente al cielo en el paraíso (2 Cor. Cap. 12) y al volver lo contó a su discípulo, el miembro del Areópago de Atenas, Dionisio, quien posteriormente fue obispo. San Dionisio, basándose en las palabras del Apóstol Pablo, escribió el libro "Acerca de la jerarquía celestial," en el cual describe 9 coros angélicos del cielo y su servicio.

En los nuevos templos cristianos el Apóstol Pablo ordenaba a los presbíteros.

Juicio del Apóstol Pablo. Por intrigas de los judíos, que odiaban al Apóstol Pablo, éste fue detenido en Jerusalén y enviado a Roma para el juicio del emperador, como ciudadano romano según su nacimiento. Después de una reclusión de 4 años, finalmente, el Apóstol Pablo fue puesto en libertad. En la parte final de su vida confirió la consagración episcopal a su discípulo Tito (a quien había dedicado dos epístolas), al igual que consagró otros dos obispos para la Iglesia Romana. El Apóstol Pablo sufrió durante la persecución del emperador Nerón. Siendo súbdito romano recibió la ejecución reservada para los nobles, o sea, fue decapitado; lo cual ocurrió el 29 de junio del año 67.

Concilio apostólico de Jerusalén
(año 51).

Cuestión de cumplimiento de la ley ritual. Presidente del Concilio. El fallo del Concilio por el Espíritu Santo. Tres prescripciones de la Ley dejadas como válidas:

En medio de los cristianos de Antioquía surgió la cuestión si sería necesario para los cristianos cumplir la ley ritual mosaica. Entonces los cristianos de Antioquía se dirigieron a los apóstoles y presbíteros de Jerusalén, quienes conforme con lo ordenado por el Salvador (Mat. 18:17 y Jn. 14:26) se reunieron para solucionar este problema. En éste concilio también tomó parte el Apóstol Pablo, aunque su presidente fue el Santo Apóstol Santiago como jefe de la iglesia de Jerusalén y particularmente venerado por su vida piadosa. La cuestión fue estudiada en detalle. Los apóstoles Pedro, Bernabé y Pablo relataron acerca de los milagros que hizo Dios por medio de ellos entre los gentiles y cómo Dios les otorgó los dones del Espíritu Santo.

Los Apóstoles libraron a los cristianos del cumplimiento de la ley ritual de Moisés e hicieron hincapié en el cumplimiento de la ley moral relacionada con el concepto de no hacer a otros lo que no quisiéramos que nos hagan a nosotros. El fallo del Concilio apostólico fue como sigue:

"Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna otra carga más que éstas necesarias: que os abstengáis de las carnes inmoladas a los ídolos, de sangre y desgarro, y de la fornicación, de lo cual haréis bien en guardaros" (Hech. Ap. 15:28-29). De toda la ley mosaica ritual sólo fueron dejadas como válidas las tres prescripciones siguientes: abstenerse de las carnes de idolatría, alimentos basados en la sangre y la fornicación.
En este Concilio se encontraba presente el acompañante del Apóstol Pablo, el Apóstol Bernabé y otros pertenecientes al grupo de los 70 apóstoles. El Concilio Apostólico formuló pautas para los subsiguientes concilios.

Qué deberá hacerse para la presencia del Espíritu Santo en un concilio episcopal. Para que hable por medio de los obispos participantes de un concilio el Espíritu Santo, se precisa el cumplimiento de las dos condiciones siguientes: la conservación de la sucesión apostólica y el cumplimiento de los mandamientos de Cristo, por cuanto el Salvador prometió enviar el Espíritu Santo en caso del cumplimiento infalible de Sus mandamientos (Jn. 14:15-16).

Trabajos de evangelización del
Apóstol San Pedro

El Apóstol Pablo en su epístola a los Gálatas (Gal. 2:7-10) dice que le fue confiada la predicación de la Palabra Divina a los gentiles, y al Apóstol Pedro para los judíos. Debido a esta primacía de la evangelización y la presencia del Espíritu Santo, ellos fueron denominados por la Iglesia los apóstoles supremos (príncipe de los apóstoles).

Encarcelamiento. El Apóstol Pedro, quien fundó la Iglesia entre los judíos y gentiles tuvo que soportar la persecución del rey judío Herodes Agripa (sobrino de Herodes el Grande), que lo encarceló y tenía intención de asesinarlo después de la fiesta de Pascua con el fin de complacer a los judíos. El Apóstol fue echado en la más firme celda de la prisión interna, donde 16 guerreros lo estaban guardando: dos de ellos fueron encadenados al Apóstol, mientras que otros custodiaban un triple portón. Mientras tanto la Iglesia rezaba diligentemente por él eligiendo la oración ante todos otros medios; nadie decía: "Soy pequeño para Dios" y que "mi oración no vale nada." Y el Señor protegió a su Apóstol.

Aparición de un Angel.
En la víspera de la ejecución, después de la Pascua, los cristianos se reunieron por la noche para la fervorosa oración por Pedro en la casa de la madre del Santo Apóstol y Evangelista Marcos. De repente apareció el Angel del Señor, y una luz sobrenatural alumbró la prisión, mientras que el Apóstol Pedro, después de encomendarse a Dios, dormía profundamente. El Angel, golpeando a Pedro en el costado, le despertó, diciendo: "Levántate pronto." Y se cayeron las cadenas de sus manos. Y el Angel añadió: "Envuélvete en tu manto y sígueme." Pedro salió en pos de él; no sabía si era realidad lo que el Angel hacía, más bien le parecía que era una visión. Atravesando la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta de hierro que se abrió por si misma y salieron a una calle, desapareciendo luego el Angel. Entonces Pedro, vuelto en si, dijo: "Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor ha enviado Su Angel y me ha arrancado de las manos de Herodes y a toda la expectación del pueblo judío" (es decir, del espectáculo de su ejecución). Reflexionando, se fue a la casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde estaban muchos reunidos orando. Golpeó a la puerta del vestíbulo, y salió una sierva llamada Rode, que luego que conoció la voz de Pedro, fuera de si de alegría, sin abrir la puerta, corrió a anunciar que Pedro estaba ante el vestíbulo. Pero ellos, sabiendo que la guardia se encontraba muy reforzada, no le creyeron, diciendo: "Estás loca." Pero ella insistía que era así. Mientras tanto Pedro seguía golpeando, y cuando le abrieron y le conocieron, quedaron estupefactos. Haciéndoles señal con la mano de que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel por medio de Su Angel.

La viveza de este relato demuestra que el mismo fue registrado en los Hechos de los Apóstoles (12:1-17) por el Evangelista San Lucas valiéndose de las palabras de un testigo ocular. Este acontecimiento tuvo lugar en el año 44.
Apóstol Pedro en Roma. Como se supone, después de su milagrosa liberación el Apóstol Pedro se dirigió a Roma donde conjuntamente con el Apóstol Pablo fundó la Iglesia, pero no fue obispo de Roma, porque Pedro y Pablo pusieron al obispo Lino para dirigir la Iglesia de Roma.

En el Concilio de Asia Menor y en el Egipto. El Apóstol Pedro estuvo presente en el Concilio Apostólico de Jerusalén en el 51; y luego predicó en Asia Menor y en Egipto, donde consagró al primer obispo de Alejandría, su discípulo el Santo Evangelista Marcos.

Su muerte. El Apóstol Pedro padeció en Roma conforme con lo vaticinado por Cristo Quien se le apareció. Considerándose indigno de la misma muerte que sufrió Cristo, el Apóstol Pedro, de acuerdo con su propia iniciativa, fue crucificado con la cabeza hacia abajo el 29 de junio del año 67 durante el reinado de Nerón, falleciendo simultáneamente con el Apóstol Pablo.

Dos epístolas. El Apóstol Pedro escribió dos epístolas católicas, en las cuales nos enseña resistir valientemente las tentaciones, pasar la vida piadosa, estricta, santa y sobria, advirtiendo a los cristianos al mismo tiempo acerca de los venideros herejes.

Evangelio de San Marcos según palabras del Apóstol Pedro. Partiendo de las palabras del Apóstol Pedro, su discípulo el Evangelista Marcos escribió su Evangelio, el cual en la antigüedad se llamaba también el Evangelio de San Pedro.
El primer obispo de Jerusalén
El Santo Apóstol Santiago hermano del Señor

Su vida santa. Miles de judíos convertidos. El Santo Apóstol Santiago fue pariente del Señor según la carne (hijo de José y de su primera esposa o hijo de María, hermana de la Madre de Dios). Fue consagrado obispo de Jerusalén por el propio Señor, de modo que fue el único apóstol que no viajó. El Apóstol Santiago se desempeñó como presidente del Concilio de Jerusalén en el año 51, lo que demuestra que el Apóstol Pedro no se consideraba como primero exclusivo entre los apóstoles. El Apóstol Santiago llevaba una vida santa, era virgen, no comía carne, no bebía vino y frecuentemente rezaba en el templo de Jerusalén prosternado sobre tierra en oración; por eso la piel de sus rodillas se hizo muy dura. Respetando su santa vida, lo veneraban hasta los enemigos del cristianismo. Los judíos le llamaban el justo. En el transcurso de 30 años reforzó y difundió la fe en Jerusalén y en toda Palestina entre muchos miles de judíos (Hech. Ap. 21:20).

Asesinato del Apóstol Santiago. Temiendo que todo el pueblo podría convertirse a Cristo, los jefes de los judíos decidieron matar al Apóstol, y lo derribaron desde la altura del templo a la tierra. Pero Santiago aún vivo rezaba por sus asesinos. En aquel momento surgió la disputa entre los judíos si era necesario matar a un hombre justo, pero uno de los hebreos golpeó su cabeza matándolo.

El Apóstol Santiago escribió una epístola, en la cual consuela a los cristianos en sus padecimientos, y enseña que sería imposible salvarse sin obras buenas, sólo cifrando esperanza en la fe. Aparte de su epístola, el Apóstol Santiago compuso la primer liturgia cristiana, de la cual se derivan las actuales de San Juan Crisósotomo y de San Basilio el Grande.
Santo Apóstol y Evangelista
Juan el Teólogo

Cumpliendo con el mandamiento del Salvador, el Apóstol San Juan cuidó y guardó a la Madre de Dios como un hijo devoto. Por eso al principio predicó solamente en Palestina. Pero después de la asunción de la Madre de Dios (15 de agosto del año 57) el Apóstol San Juan ya predicaba para las siete iglesias de Asia Menor viviendo mayormente en Efeso. (Dormición de la Madre de Dios: El Arcángel Gabriel le apareció un poco antes de su fallecimiento, al cual se preparaba con alegría. Para el día de la Dormición llegaron por aire a Jerusalén todos los apóstoles con excepción del Apóstol Tomás, y Ella fue sepultada en huerto de Getsemaní en una cueva conservada allí hasta hoy día. Sobre esta cueva la emperatriz santa Elena erigió un templo. Al tercer día llegó Santo Tomás, pero no le fue posible encontrar Su cuerpo. Sin embargo, Ella apareció a todos los Apóstoles comprobando así que fue llevada al cielo.).

Durante el reinado del emperador Domiciano, fue llamado a Roma, y luego tirado en una caldera que contenía aceite hirviendo; sin embargo, el Apóstol permaneció vivo y sano. Entonces Domiciano lo desterró a la isla Patmos, donde San Juan escribió su Apocalipsis, o sea la revelación de la suerte de la Iglesia y del mundo entero. En el principio de esta obra él dirige su profecía a las siete Iglesias del Asia Menor; y en la segunda parte incluye la profecía referente a la Iglesia y al mundo, presentada bajo imágenes alegóricas que describen la lucha entre el bien y el mal que durará incesantemente.

El Evangelio. Después de la muerte de Domiciano, el Apóstol San Juan volvió a Efeso, y escribió allí - complementariamente a los tres Evangelios existentes - el cuarto, que se distingue de los evangelios sinópticos de Mateo, Marcos y Lucas por su elevado contenido espiritual. En su Evangelio están incluidas las pláticas de nuestro Señor Jesucristo acerca de los temas superiores que no se encuentran en los evangelios de los sinópticos.

Conversión del ladrón. El Apóstol San Juan se destaca por su gran amor. Es bien conocido el hecho que cuando un joven piadoso se hizo jefe de una banda de ladrones, se dirigió a las montañas con el fin de persuadirlo para que abandone esta vida criminal. Pero el ladrón le esquivaba y escondía sus manos ensangrentadas, pero San Juan seguía influyéndole con su amor y, finalmente, el ladrón se arrepintió.

En su ancianidad el Apóstol Juan sólo repetía un precepto: "Hijos, amaos los unos a los otros," explicando que se trata del principal mandamiento.

Tres epístolas católicas. Aparte del Apocalipsis y del Evangelio, el Apóstol San Juan escribió tres epístolas católicas (universales, o sea, dirigidas a toda la Iglesia), en las cuales habla mucho de amor. Por consiguiente, se lo llama el apóstol del amor. El santo Apóstol Teólogo Juan (quien ha recibido este título por su Evangelio) fue el único apóstol que tuvo muerte natural, a los 104 años de edad.
Santos evangelistas Mateo,
Marcos y Lucas

Los santos apóstoles y evangelistas Mateo (perteneciente a los 12 apóstoles), Marcos (uno de los 70 apóstoles y Lucas (médico e iconógrafo, perteneciente a los 70 apóstoles) fueron autores individuales de los evangelios; los tres murieron como mártires por la fe cristiana. El Santo Apóstol Lucas escribió también los Hechos de los Apóstoles, donde describió el descenso del Espíritu Santo, la difusión original del cristianismo y la predicación de los Apóstoles Pedro y Pablo. Del libro de los Hechos también aprendemos acerca de la evocación del Espíritu Santo para los que se bautizan, la consagración de los obispos, presbíteros y diáconos, acerca de la oración y el ayuno de los apóstoles en casos importantes, genuflexiones, etc.

Santo Apóstol Andrés,
el primer llamado

El santo Apóstol Andrés, hermano de San Pedro, predicó en la costa del mar Negro y ascendía por el río Dnieper hasta las colinas de Kiev, las cuales bendijo, erigió la cruz (conservada en el templo de Diezmas de Kiev hasta la revolución) y profetizó que en ese sitio serían construidos numerosos templos, y que todo el país sería convertido a la fe cristiana.

En Asia Menor el Apóstol San Andrés fue crucificado sobre la cruz cuya forma recibió el nombre "de Andrés."
Las santas Mártires

Sofía, Viera (Fe), Nadieshda (Esperanza) y Liubov (Amor) padecieron en el siglo II. En tiempo de Adrián vivió en Roma la piadosa viuda Sofía, la cual educaba en temor de Dios a sus tres hijas; las bautizó con los nombres de las principales virtudes cristianas: Fe, Esperanza y Amor. La mayor de ellas sólo tenía la edad de 12 años cuando fueron denunciadas.

Todas ellas confesaron intrépidamente su fe cristiana ante el emperador (a propósito, la palabra mártir significa confesor); mientras tanto la madre de ellas les rogaba no renunciar a Cristo. Las niñas fueron decapitadas, y su madre murió sobre la tumba de ellas al tercer día. Su memoria corresponde al día 17 (30) de setiembre.

Santas mártires Perpetua, Felicitas y Potamina.
Una valentía extraordinaria demostraron en la confesión de Cristo Perpetua (una muy culta cristiana joven, privada de su criatura por los torturadores) y su sirvienta Felicitas. Ambas fueron echadas a las fieras y luego apuñaladas.

La joven Potamina fue tirada en alquitrán hirviendo. Aguantó esta espantosa ejecución impertérritamente.

Santa gran mártir Anastasía "desgrilladora":
La santa gran mártir Anastasía (que se honra el día 22 de diciembre / 4 de enero), una ilustre y joven romana, se dedicó a la asistencia de los encarcelados, cuyos padecimientos aliviaba eficazmente. Cuando se conoció que era cristiana, se la condenó a la muerte sobre la hoguera; sin embargo, falleció antes de que las llamas tomaran su ímpetu.

Santa gran mártir Catalina:
La santa gran mártir Catalina nació en Alejandría; procedía de una ilustre alcurnia gentil y se destacaba por su sabiduría y hermosura. Un anciano ermitaño la condujo a la fe cristiana. En una fiesta pagana denunció la fe gentil ante el emperador Maximiliano, (coemperador de Diocleciano). Fue encarcelada, y primero trató de disuadirla del cristianismo al enviarle los sabios; pero ella venció todos sus razonamientos por su palabra. Luego fue entregada al martirio (de rueda) y, finalmente, decapitada. La santa gran mártir Catalina padeció su martirio al principio del siglo IV. Su memoria se recuerda el 24 de noviembre (7 de diciembre).

Santa gran mártir Bárbara:

La santa gran mártir Bárbara nació en Asia Menor. Su padre era un rico pagano. Siendo aún muy joven por si sola llegó a la conclusión de la existencia del único Creador. En ausencia de su padre recibió el cristianismo. Cuando volvió su padre, trató infructuosamente de disuadirla de la fe cristiana, la torturó, encarceló y, finalmente, decapitó (el 4/17 de diciembre). Sus incorruptibles reliquias se hallan hasta hoy día en Kiev.

¿Por qué los santos mártires soportaban con facilidad torturas y la muerte?

Los Santos mártires soportaban las torturas por Cristo no solamente con paciencia, sino también con alegría, porque las aceptaban como merecido castigo por sus pecados, por medio de lo cual cifraban su esperanza en la obtención de la vida eterna.
Apologistas

Las persecuciones de los cristianos en la remota antigüedad suscitaban la necesidad de defender la santa fe con ayuda de la palabra y las obras de escritura. Los defensores de la fe de esta clase fueron conocidos como apologistas. Los más famosos apologistas antiguos fueron San Justino el Filósofo, Tertuliano y Orígenes.

Santo emperador Equiapostólico

Constantino el Grande (306-337).

San Constantino era hijo de Constancio Cloro y de Santa Equia-postólica Elena. Su padre favorecía a los cristianos, y el propio Constantino vio los horrores de la persecución de Diocleciano en la corte imperial y la valentía de los confesores de Cristo, lo que le dispuso a favor del cristianismo. En el año 306 fue proclamado emperador.

En año 312 surgió la guerra contra Majencio. Antes de un combate decisivo, Constantino vio en el cielo un brillante signo de la santa Cruz con las palabras que le acompañaban: "Con ésta vencerás." De noche le apareció en sueños el Salvador y presagió la victoria. Constantino ordenó confeccionar la imagen de la Cruz sobre todos los estandartes. En la batalla que sobrevino, Constantino ganó una decisiva victoria.

Después de convertirse en el único emperador romano, Constantino dedicó toda su vida al servicio del cristianismo. Declaró la libertad de confesión de la fe cristiana (313), puso fin a los juegos y holocaustos paganos, otorgó privilegios al clero y a las iglesias, confirmó la santificación del día domingo, construyó numerosos templos cristianos y derogó las leyes gentiles dirigidas contra el cristianismo. Su capital la mudó de Roma a Constantinopla.

En Palestina, la madre de Constantino, Santa Elena, halló la Cruz del Señor, y erigió 20 templos en los sitios de los principales acontecimientos evangélicos.

Juliano el Apóstata (361-363).

La última persecución pagana de los cristianos tuvo lugar en el tiempo del emperador Juliano llamado Apóstata, sobrino de San Constantino. Era un hombre completamente amoral, lo que se convirtió en la causa de su odio al cristianismo y persecución. Sin embargo, esta persecución ya no pudo ser muy intensa, porque la fe y la vida cristianas ya se había desenvuelto considerablemente.

Juliano favorecía las costumbres paganas, humillaba al cristianismo en las escuelas y en la vida social y quitaba a los cristianos los sitios antaño pertenecientes a los templos paganos; intervino contra la profecía de Cristo referente a la destrucción de Jerusalén, para cuyo fin trató de restaurar tres veces el devastado templo de Jerusalén, aunque cada vez actuó inútilmente. Juliano sentenció a muerte a numerosos cristianos, muchos de los cuales luego fueron canonizados como mártires.

Juliano fue asesinado durante una expedición militar a Persia. Con su muerte cesaron las persecuciones. El día sábado correspondiente a la primera semana de la Cuaresma se recuerda la tentativa de Juliano de burlarse de los cristianos, desenmascarada por el Santo mártir Teodoro de Tiro.
Herejías y cismas

Herejía: Se denomina herejía a la doctrina que contradice la verdadera fe cristiana. Cisma: Bajo cisma se comprende una opinión errónea relacionada con algunos conceptos de la fe, cuando todavía no está perdida la esperanza para corregir a los extraviados. Separación: Bajo separación se comprende una ruptura no autorizada con la Iglesia, aunque se conserve la doctrina ortodoxa. Muchas separaciones al principio se apoyaban sobre la ortodoxia, pero finalmente adoptaban definitivamente alguna herejía.

Desde el principio aparecieron en la Iglesia diferentes enseñanzas erróneas bajo influjos del judaísmo y del paganismo.

Judaizantes: La herejía de los judaizantes negaba la divinidad del Señor Jesucristo y exigía el cumplimiento de la entera ley mosaica. Gnósticos: La herejía derivada del paganismo denominada la de gnósticos (gnosis = conocimiento) se fundaba en dos principios: el Dios y la materia que siempre luchan entre si, incluyendo también el concepto de eones, o divinidades inferiores, y la ciega suerte. Según esta teoría, Cristo pertenecía a los eones superiores y poseía cuerpo fantasmal. Antitrinitarios: La herejía de los Antitrinitarios rechaza el dogma de la Santísima Trinidad (Pablo de Samosata y Savelio).

Causas de las herejías. Todas las herejías provienen por el orgullo de la mente humana que no quiere aceptar la fe en su puro sentido. Por eso una herejía es un pecado mayor que los pecados individuales cometidos por debilidad. Muchos jefes de herejías fueron altamente amorales, lo que toleraba Dios para poner de manifiesto su orgullo.

Concilios Ecuménicos

Los Concilios ecuménicos se convocaron cumpliendo el deseo del Señor Jesucristo (Mat. 18:17) y respetando el ejemplo de los santos apóstoles, quienes se reunieron en el Primer Concilio Apostólico en Jerusalén el año 51 (Hech. Ap. 15:1-35). Las decisiones de los concilios se componen por inspiración del Espíritu Santo, como se nota de la expresión del Concilio Apostólico "Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros." En total hubo siete concilios ecuménicos.

1. El de Nicea en el año 325
2. El de Constantinopla en el año 381
3. El de Efeso en el año 431
4. El de Calcedonia en el año 451
5. El de Constantinopla II en el año 553
6. El de Constantinopla III en el año 680
7. El de Nicea III en el ano 787

EI I Concilio Ecuménico fue convocado en el año 325 en Nicea bajo el reinado del emperador Constantino, el cual dio la apertura y el cierre del mismo sin presenciarlo, a causa del surgimiento de la herejía de Ario, San Constantino envío una carta circular a todos los obispos con el siguiente texto actualmente nos pareció, por muchos motivos, que es mejor que el Concilio se realice en Nicea de Bitinia, considerando la llegada de obispos de Italia y de otros lugares de Europa; dado el buen clima que hace en Nicea, y también para que yo presenciara como oyente y participante en lo que allí pueda acontecer.

En aquel Concilio, cuya apertura fue hecha por el emperador San Constantino (en latín) en el palacio imperial de Nicea el 20 de mayo del año 325, participaron 318 obispos procedentes de distintos países y naciones.

Muchos de ellos llevaban aún en sus cuerpos las huellas de los martirios sufridos por su fe. Con seguridad podemos decir que estos obispos fueron testigos de su fe con su propia sangre. Entre ellos había 5 obispos de los países occidentales, podemos mencionar que estaban: san Nicolás, el obispo Jacobo, Spiridon Trimifunski, san Atanasio el Grande.

El motivo principal por el que fue convocado el primer Concilio Ecuménico fue el de afirmar la verdadera doctrina acerca de la divinidad, eternidad y nacimiento del Hijo de Dios en contraposición a las falsas enseñanzas del sacerdote de Alejandría Ario, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre, y que era solamente una criatura superior.

De esta manera Ario negaba "la divinidad y el nacimiento eterno de la segunda persona de la Santísima Trinidad" el Hijo de Dios, de Dios Padre. Este Concilio condenó y rechazó esta herejía de Ario, peligrosa para la iglesia, estableciendo la verdad absoluta e indiscutible.

Redactó en el segundo articulo del símbolo de la fe (credo) lo siguiente: "Creo... en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, que nació del Padre ante de todos los siglos; luz de luz; verdadero Dios de Dios verdadero; engendrado, nacido; consubstancial con el Padre, por quien fueron hechas todas las cosas." Así, leyendo el antiguo testamento podemos encontrar referencias a la pluralidad de las Divinas Personas, por ejemplo (Génesis 1:26), "hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza;" (Génesis 3:22) "he aquí a Adán hecho como uno de Nosotros." ¿Con quién hablaba el Señor? nadie puede decir que dijo esto a los Angeles, ya que ellos no son su imagen y semejanza, los Angeles no tienen la esencia, el poder y la majestad del Señor. Entonces, ¿quién era aquel, con quien hablaba el Señor al que le dijo "a nuestra imagen y semejanza"? nadie más que con aquel que tuviera su misma esencia equivalente, totalmente idéntico a el, conforme a la perfección, poder, majestad y gloria divinas.

En este primer Concilio Ecuménico fueron redactados en forma clara, breve y precisa los primeros siete artículos para que todos los cristianos puedan saber exactamente las verdaderas enseñanzas sobre la fe. El símbolo de la fe está compuesto en total por 12 art. y en cada uno de ellos está contenida una verdad en particular.

El primer Concilio estableció, además, otras 20 normas en total que conciernen a los eclesiásticos: diáconos, presbíteros, obispos. Entre ellos la celebración de la santa pascua de resurrección de nuestro Señor Jesucristo el primer domingo después de la luna llena del 21 de marzo; (después del 21 de marzo; y si la luna llena cae en domingo, la pascua será el domingo siguiente) también se estableció que los sacerdotes deberían previamente casarse antes de tomar los hábitos. Otra, que los sacerdotes una vez ordenados no pueden volver a casarse.

La única jerarquía de los consagrados por la iglesia que puede volver a casarse son los lectores. La norma #20 que es poco conocida por los feligreses se refiere a que: se debe rezar de pie en la iglesia los días domingo y días de precepto, o sea que en esos días no se puede arrodillarse en la iglesia.

El decreto sobre el dogma fue publicado a través de dos edictos, uno por el mismo Concilio y el otro por el emperador. Además, el emperador avaló con su firma la de sus miembros. Esto dio comienzo a la consolidación del rol del emperador como cristiano, en un imperio cristiano. Esto fue un antecedente para todos los Concilios Ecuménicos posteriores. Se puede decir que el emperador ortodoxo aparece como un notario de la iglesia católica ortodoxa universal. Por lo cual en el imperio bizantino, las normas del primer Concilio Ecuménico y la de los siguientes se transformarán en gubernamentales o de estado.

II Concilio Ecuménico
Fue convocado por el emperador Teodosio el Grande (Español) en Constantinopla en el año 381, el cual presenciaron 150 obispos de todo Oriente. La Iglesia de Roma no estaba representada. El patriarca Melecio de Antioquia presidió la apertura de este Concilio.

Este Concilio fue celebrado para afirmar la verdadera doctrina del, Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de macedonio que rechazaba la divina dignidad del Espíritu Santo "la tercer Persona de la Santísima Trinidad."

Macedonio enseñaba que el Espíritu Santo no es Dios y que además estaba al servicio de Dios Padre y del Hijo de Dios como lo estaban los Angeles. Entre los obispos que presenciaban estaban Gregorio el Teólogo, que era el presidente del Concilio; Gregorio Nacianceno, Cirilo de Jerusalén y otros, durante el Concilio, la herejía de Macedonio fue condenada y rechazada.
Este Concilio estableció el dogma por la cual todas las Personas o Hipóstasis de Dios son equivalentes entre si, en cuanto al poder, majestad, perfección y gloria, divinas; y agregó 5 artículos más (al credo) símbolo de la fe de Nicea (del 8 al 12 inclusive).

En resumen, quedo así: En el art. numero 1 se habla de Dios Padre. En el art. numero 2 hasta el 7 se habla de Dios Hijo. En el art. numero 8 de Dios Espíritu Santo. En el art. numero 9 de la iglesia. En el art. numero 10 del bautismo. En el art. numero 11 de la resurrección de los muertos. En el art. numero 12 de la vida eterna.
De esta manera se combinó y se compuso el símbolo de la fe Niceo-Constantinopolitano que sirve para siempre de guía para la Iglesia.

La iglesia occidental (aunque en esa época no existía la división de oriental y occidental, era una sola) también tomó como guía este símbolo, aunque más tarde introdujo un cambio sosteniendo "que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo" aprobado por los papas romanos desde el siglo XI, pese a que es una falsa enseñanza.

Comento, que una de las normas existentes dice que el obispo de Constantinopla tiene mas honor o que le corresponde más honor que al de Roma, ya que a esta ciudad se la considera la "Roma nueva."

III Concilio Ecuménico

Fue convocado por el emperador Teodocio II en el año 431 en Efeso, a causa de la herejía sostenida por el patriarca de Constantinopla Nestorio, que comenzó a predicar que de María nació solo el hombre Jesús en el cual la divinidad habita como en el templo. Obstinadamente enseñaba diciendo que se debe distinguir entre Jesús y el Hijo de Dios; que María no debía ser llamada Madre de Dios "Theotokos," porque ella no había dado luz al Dios hombre, sino que debía llamarse madre de Cristo, dado que el Jesús que nació de María, era solamente el hombre Cristo (que quiere decir "Mesías," "el ungido," como los ungidos de Dios anteriores, los profetas, solo que sobrepasándolos en la plenitud de la comunión de Dios). Por lo cual toda la enseñanza de Nestorio constituía una denigración de toda la economía de Dios, pues si de María solo nació un hombre, no fue Dios quien sufrió por nosotros sino un hombre.

Mantuvo la doctrina de la iglesia y no introdujo ninguna novedad. San Cirilo escribió también a Roma informando al santo papa Celestino sobre esto. San Celestino por su parte escribió a Nestorio para que predique fielmente la fe ortodoxa, y no la suya.

Nestorio le contestó que estaba enseñando la fe ortodoxa, mientras que sus oponentes eran los herejes. San Cirilo escribió nuevamente a Nestorio y compuso 12 anatemas, (o sea en 12 párrafos), las principales diferencias entre las enseñanzas ortodoxas y lo predicado por Nestorio, excomulgando de la iglesia a quien rechazare siquiera un párrafo de lo que compuso.

Nestorio rechazó el texto escrito por san Cirilo, y escribió su propia exposición igualmente en 12 párrafos, dando anatema, es decir excomunión, a quienes no lo aceptasen, entonces san Cirilo, al ver que el peligro para la pureza de la fe crecía, escribió al emperador Teodosio el Joven; a su esposa Eudoxia y a la heriviana del emperador. San Cirilo arzobispo de Alejandría investigó las enseñanzas y le escribió una carta pidiéndole que Pulquería se interese por las cuestiones eclesiásticas para frenar la herejía.

Así se decidió convocar a un Concilio Ecuménico en el que jerarcas venidos de todo el mundo decidieran si la doctrina predicada por Nestorio era ortodoxa.

Se eligió como sitio para el mismo la ciudad de Efeso donde la Santísima Virgen habitó con el apóstol San Juan el Teólogo. Y así viajaron a Efeso de Egipto: san Cirilo con otros obispos, de Antioquia vino Juan, su arzobispo con los obispos orientales; de Roma llegaron dos obispos, Arcadio y Proyecto y un presbítero llamado Felipe al que el papa san Celestino instruyó en qué decir, ya que no pudo viajar, también le pidió a san Cirilo la defensa de la fe ortodoxa. Asimismo fueron a Efeso Nestorio y los obispos de la región de Constantinopla y los obispos de Palestina, Asia Menor y Chipre.
Este Concilio Ecuménico fue presidido por el obispo de Alejandría Cirilo, y el obispo de Efeso Memnon; y sus miembros reconocieron las enseñanzas de Nestorio como impías y lo condenaron privándolo de su sede y del sacerdocio. Sobre esto se compuso un decreto que fue firmado por unos 160 participantes del Concilio.

Así, la decisión del Concilio fue la voz de la iglesia universal, que claramente expresa su fe en que Cristo, nacido de la doncella, es el verdadero Dios que se hizo hombre, y en tanto que María dio luz al perfecto hombre que es al mismo tiempo el perfecto Dios y le corresponde justamente ser reverenciada como Theotokos (Madre de Dios).
El Concilio tuvo cinco sesiones más y se establecieron en seis cánones las medidas contra aquellos que osaran difundir las enseñanzas de Nestorio o cambiar lo establecido en el Concilio de Efeso.

El Concilio Ecuménico de Efeso además: Reafirmó de igual manera la condenación de Pelagio que enseñaba que el hombre podía salvarse por sus propios poderes sin necesidad de tener la gracia de Dios. Decidió también según ciertas materias de gobierno de la iglesia. Envío epístolas a los obispos que no habían concurrido; anunciándoles sus decretos y llamándolos a estar en guardia para la preservación de la fe ortodoxa y la paz de la iglesia. Reafirmó las enseñanzas impuestas en el símbolo de la fe constantinopolitano. Prohibió componer otro símbolo de la fe en el futuro, o imponer cambios en el símbolo de la fe establecido por el 11 Concilio Ecuménico.

Este Concilio es justamente considerado como Ecuménico (pues sus decisiones fueron aceptadas por toda la iglesia de un extremo del universo al otro) al mismo nivel que los Concilios de Nicea y Constantinopla.
IV Concilio Ecuménico

Apenas había terminado la condenación de Nestorio por los santos padres del Concilio Ecuménico III de Efeso, se celebró en Calcedonia el IV Concilio Ecuménico en el año 451 presidido por el obispo Anatoli de Constantinopla. El papa Leon el Grande fue representado por 2 obispos.
Este Concilio fue convocado por el emperador marciano y la emperatriz Pulqueria contra las falsas enseñanzas de Eutiques, archimandrita de Constantinopla, quien rechazaba la naturaleza humana de nuestro Señor Jesucristo; inventando una especie de absorción de la naturaleza humana en la naturaleza divina de Cristo (como si después de la encarnación solo subsistía en el salvador una sola naturaleza). Esta enseñanza se llama monofisita y sus seguidores monofisitas. Así un ejemplo de ello lo tenemos en los coptos que son monofisitas.
Después de condenar las herejías de Eutiques, la asamblea decretó, como verdadera, la enseñanza que en nuestro Señor Jesucristo existen dos naturalezas, una divina, porque es Dios verdadero que ha nacido en la eternidad del Padre; y otra humana, pues se encarnó por obra del Espíritu Santo en el cuerpo de la Virgen María, sin confusión, sin cambio, sin división ni separación unidas en una sola persona y en una sola hipóstasis, cada uno de las cuales se conserva entera y sin alteración después de la unión, con sus propiedades respectivas.

En resumen, podemos decir que en él, existe una naturaleza divina porque es Dios verdadero nacido en la eternidad del Padre y otra humana, pues se encarnó por obra del Espíritu Santo en la Virgen María, y semejante en todo a nosotros, salvo nuestro pecado, porque él es purísimo.
Este Concilio estableció 30 normas, en su gran mayoría concerniente a los eclesiásticos.



V Concilio Ecuménico

Se celebró en Constantinopla en el año 553 bajo el emperador Justiniano. Siguió en todo al de Calcedonia, condenando una vez más las herejías de Nestorio y Eutiques. Lo presenciaron 150 obispos orientales y 25 occidentales. El Concilio fue convocado a causa de las discusiones de los seguidores de Nestorio y Eutiques. Presidió este Concilio el patriarca Evtichio ocupando al lado sus lugares los patriarcas de Alejandría y Antioquia. Este concilio no formuló normas especiales, pero si estableció condenas contra distintos heréticos.



VI Concilio Ecuménico

Se celebró en Constantinopla en el año 680. Por celebrarse en la sala imperial llamada trullos el Concilio se llamó Trullanum. Lo presenciaron 227 padres, entre los cuales había 4 patriarcas de oriente y representantes del papa Agatón. El Concilio estableció 102 normas. Este Concilio fue convocado principalmente con el objeto de combatir las herejías y en especial el monotelismo, cuyos seguidores admitían las dos naturalezas en nuestro Señor Jesucristo, divina y humana, pero una sola voluntad, la Divina.

Después del V Concilio Ecuménico, las opiniones de los monotelitas ocasionaban grandes preocupaciones, afectando peligrosamente al imperio Griego. El emperador Heraclio, buscando un acercamiento, intentó persuadir a los ortodoxos para que cedan ante los monotelitas obligando con la fuerza de su poder a reconocer que en Jesús existía una sola voluntad con dos naturalezas.

Los defensores que explicaron la verdadera enseñanza de la iglesia fueron Sofronio, patriarca de Jerusalén y Constantinopla, y el monje máximo y confesor, al cual por su firmeza en la fe le cortaron la mano y la lengua.

Este VI Concilio Ecuménico condenó el monotelismo y reconoció dos voluntades en Jesucristo correspondientes a sus dos naturalezas, una de las cuales, la humana, estaba sometida en todo a la divina. El emperador firma el protocolo del Concilio después de los jerarcas de la iglesia con las siguientes palabras, "leído y aprobado."

La norma 36 de este Concilio nuevamente dejó establecida la igualdad de preferencia entre el trono de la antigua Roma y el de Constantinopla, ya que, es el segundo el que supera en obras de la iglesia, luego le seguía el de Alejandría, después el de Antioquia, y le continua el trono al de Jerusalén. Es interesante escuchar la norma 53, la cual trata sobre el parentesco espiritual. Un hombre, al hacerse padrino, no puede casarse con su ahijada ni con su madre, aunque fuera viuda, soltera o separada; ya que el sacramento del bautismo los convierte en parientes espirituales.
Los santos padres han establecido que quienes conozcan y no observen esta regla, en primer lugar deben apartarse de esa situación irregular; además, serán pasibles de la penitencia que corresponde a los adúlteros.

La norma # 75 exhorta a quienes integran los coros de la iglesia a no realizar exclamaciones indecorosas, no proferir gritos antinaturales y no introducir nada que sea ajeno e inadecuado con la iglesia; por el contrario; los insta a ofrecer el canto de los salmos a Dios con gran ternura y atención ya que las sagradas escrituras enseñaban un comportamiento piadoso a los hijos de Israel.

Insistimos, este Concilio afirmó las normas con las que la iglesia debe conducirse, en especial con las 85 normas de los santos apóstoles, las reglas de los seis Concilios Ecuménicos y de los siete Concilios regionales y de las 13 normas de los padres de la iglesia.
Posteriormente estas reglas fueron completadas con las normas del séptimo Concilio Ecuménico y de otros dos concilios regionales o locales; configurando el llamado Nomocanon, que constituye el fundamento de la conducción eclesiástica de la iglesia ortodoxa. Asimismo en este Concilio fueron condenadas las innovaciones de la iglesia romana, la cual no estaba de acuerdo con el espíritu de la iglesia universal, tales como el celibato obligatorio para los sacerdotes y diáconos, y ayunos rigurosos en los sábados de la gran cuaresma. Y la expresión simbólica de Cristo bajo la imagen del cordero.

VII Concilio Ecuménico
Llegamos finalmente a la reseña histórica del séptimo Concilio Ecuménico, que es también el último que celebró la santa iglesia ortodoxa universal previo a su separación ocurrida en el año 1054:

Fue convocado en el año 787 en Nicea durante el imperio de Irene. Este tuvo por objeto poner en claro la cuestión del culto a las imágenes; en el mismo participaron 367 padres de la iglesia.
Presidieron a este Concilio largos años de persecución iconoclasta encabezada por distintos emperadores, tales como León Isaurico y su hijo Constantino Copronimo, quien llegó a convocar en el año 754 un Concilio iconoclasta.
Pero había personas, como el patriarca German de Constantinopla y san Juan de Damasceno, que defendían el culto a las imágenes, el cual se había arraigado en el pueblo cristiano. Los papas Gregorios II y Gregorio III, ante el peligro que se presentaba, amenazaron de anatema a los que destruyeran las imágenes, y la cuestión llegó a su punto crítico cuando el emperador Constantino Copronimo (741-755) mandó que todas las imágenes fueran destruidas, y convocó a un Concilio para que refrendasen sus disposiciones. Este se celebró en Constantinopla, con asistencia de 338 miembros, y declaró que el culto a las imágenes era una nueva idolatría.

Poco tiempo después los iconoclastas empezaron a provocar disturbios; las iglesias fueron despojadas de sus imágenes, y los murales y pinturas religiosas fueron sustituidas por cuadros de paisajes.

Más tarde, al morir el León Isaurico, la emperatriz Irene, que veneraba secretamente las imágenes, convocó al VII Concilio Ecuménico con la ayuda del santo patriarca Taracio, este fue convocado en primera instancia en Constantinopla pero fue traslado posteriormente a Nicea (787).
Después de muchas discusiones, éste VII Concilio Ecuménico estableció el culto a las imágenes. Al principio lo presidieron los representantes del papa Adriano, y posteriormente el patriarca Tarancio a pedido de los obispos de Sicilia.

El VII Concilio formuló 22 reglas canónicas y emitió un "oros" especial, reivindicando y enseñando que la veneración de los santos iconos implica su disposición junto con la honorabilísima y vivificante cruz del Señor dentro de las iglesias para que los fieles eleven sus mentes y corazones hacia el Señor Dios, la madre de Dios, y todos los santos en ellos representados.

A pesar de lo dispuesto por este VII Concilio muchos seguidores de la herejía iconoclasta continuaron perturbando la paz de la iglesia por 25 años más. Recién en el año 842, durante el reinado de la emperatriz Teodora, se logró afirmar definitivamente el culto a los santos iconos, que apoyada por el abad Teodoro Estudita, reafirmó el culto; reemplazó al patriarca Juan por el ortodoxo Metodio, y estableció la fiesta conmemorativa del culto a las imágenes que nosotros conocemos como fiesta de la ortodoxia, que la iglesia universal celebra el primer domingo de la gran cuaresma.
¿Qué es un icono? El icono no es simplemente un cuadro o un dibujo, sino que es una imagen. Icono es una palabra que proviene del idioma griego "eicon" que simboliza la presencia y manifiesta la "hipostasis" (sustancia, esencia o naturaleza) de lo que representa. No debe emoción, sino sentido místico. Un icono no se concibe como la imaginación del iconógrafo, tampoco es un retrato o una foto, sino que se realiza según las sagradas escrituras y la tradición eclesiástica.

El icono es una imagen conductora: conduce al prototipo y testifica su presencia para el que lo contempla. Dicen los santos padres que en el icono se reconoce una imagen que representa la semejanza del prototipo; por ello lleva su nombre. La belleza del icono no está en su estética, sino en los sentimientos místicos que despierta.

La Iglesia
Ortodoxa Rusa

La Iglesia Ortodoxa Rusa pertenece a la gran familia universal de las Iglesias Ortodoxas locales, las que en su conjunto forman "una Iglesia, santa, católica y apostólica," tal como la define el Credo establecido en el Primer Concilio Ecuménico de Nicea (convocado en el año 325 por el emperador San Constantino el Magno) y en el Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla (convocado en el año 381 por el emperador de origen español Teodosio el Grande).

Las Iglesias Ortodoxas son católicas (de las palabras griegas "cat" y "olon" lo que significa "según todos" "de acuerdo con todos") no sólo porque son universales, sino también porque poseen la "totalidad de la fe," de todos los tiempos y en todos los lugares. También son apostólicas, porque fueron fundadas por los Santos Apóstoles y conservan ininterrumpidamente la sucesión apostólica.

El cuarto Concilio Ecuménico, celebrado en el año 451 en Calcedonia, introdujo la denominación "Ortodoxo" (por "recta doctrina" o "recta glorificación"), para designar a los que aceptan en forma total el Credo de Nicea y de Constantinopla y los Dogmas de los Concilios Ecuménicos, sin modificaciones, ni agregados, ni quitas. En total hubo siete grandes Concilios Ecuménicos, en los que han participado todas las Iglesias Cristianas (tanto las Orientales, como la Occidental), el último de ellos en el año 787 en Constantinopla. De tal manera, las enseñanzas de estos Siete Concilios Ecuménicos, sin agregados, quitas ni reformas, son la doctrina de las Iglesias, que por ello se llaman (en forma abreviada) Ortodoxas.

En los inicios del Cristianismo existían tres grandes centros supradiocesanos (regionales o "metropolitanos"), que eran "cabeza" de todas las iglesias episcopales de las ciudades de su zona de influencia: la Iglesia de Roma, fundada por los apóstoles San Pedro y San Pablo, la Iglesia de Antioquía, fundada también por el apóstol San Pedro, y la Iglesia de Alejandría, fundada por el apóstol San Marcos. En sus territorios se reunían desde el siglo 2 concilios (o sínodos) de todos sus obispos. Luego se agregaron Constantinopla y Jerusalén, llegándose, de tal manera, a la famosa "pentarquía" o sea "el gobierno de los cinco." La Iglesia de Constantinopla fue fundada por el apóstol San Andrés, cuando el lugar donde luego San Constantino el Magno habría de construir en el año 330 la "nueva Roma," se llamaba Bizantion, o Bizancio.

Estas cinco grandes iglesias se llamaban al principio "Arzobispados" y luego "Patriarcados." Los cinco Patriarcados estaban, desde sus orígenes, en el territorio del Imperio Romano, hasta el siglo séptimo. Con la división del Imperio Romano por el emperador Teodosio el Grande en el año 395 en dos partes, oriental y occidental, la Iglesia Romana quedó en la parte occidental y los restantes cuatro Patriarcados quedaron en la parte oriental, por lo que estos últimos suelen ser llamados también "Iglesias Orientales." En Occidente, el Imperio Romano de Oriente es llamado desde el siglo 16 "Imperio Bizantino," por el nombre del lugar donde San Constantino construyó la nueva ciudad, declarada en el año 330 capital del Imperio Romano. Por lo tanto, a veces también se designa a las Iglesias Orientales como Iglesias "Bizantinas."

Luego, con el correr de la historia, se fueron sumando nuevas Iglesias Ortodoxas independientes o "autocéfalas": búlgara, serbia, rusa, griega, rumana, etc. Actualmente existe casi una veintena de iglesias ortodoxas autocéfalas.



Las diferencias entre
la Iglesia Ortodoxa
y la Iglesia Occidental

En el año 1054 se produjo un cisma (separación) entre las Iglesias Orientales y a Iglesia Occidental. (Formalmente, por la introducción unilateral por la Iglesia Romana, desde principios del siglo XI, de las palabras "y del Hijo," en latín "Filioque," al Credo de Nicea). De tal manera, durante el primer milenio del Cristianismo, la Iglesia Occidental (o sea la Iglesia Romana) y las Iglesias Ortodoxas Orientales poseían exactamente la misma doctrina (enseñanza) sobre los dogmas de fe, casi los mismos ritos y el mismo derecho canónico. Las Iglesias Ortodoxas no han efectuado desde aquel entonces absolutamente ninguna reforma de estos dogmas y de este derecho canónico y casi ningún cambio en los ritos. Quiere decir, que las diferencias que existen actualmente entre las Iglesias Ortodoxas y la Iglesia Romana (y las iglesias Protestantes) se deben a los añadidos, quitas y cambios efectuadas por estas últimas en sus dogmas, cánones y ritos. A su vez, todo lo que las Iglesias Occidentales conservaron sin cambios en los dogmas, cánones y ritos sigue siendo similar, como antes, a los dogmas, cánones y ritos de las Iglesias Orientales. De tal manera, los Cristianos Ortodoxos tienen el mismo Credo de Nicea, original, sin añadidura de las palabras "y del Hijo," al referirse a la procedencia del Espíritu Santo. Tienen los mismos Siete Sacramentos. El Sacramento de la Confirmación (unción con el Santo Crisma) es otorgado inmediatamente después del Bautismo. La Santa Comunión se da a los fieles en forma completa: Cuerpo y Sangre de Cristo. A los niños la Comunión se les da desde que son bautizados, pero la primera Confesión se hace al cumplir siete años. La Iglesia Ortodoxa considera que el Matrimonio debe durar toda la vida, pero en algunos casos concede el divorcio y permite segundas nupcias. Los monjes del clero regular (monacal) deben ser célibes, pero los sacerdotes del clero secular (que sirven en las parroquias) deben estar casados antes de la Ordenación (como antes en Occidente). Para Obispos son ordenados sólo los sacerdotes del clero regular (monjes).

Los cristianos ortodoxos adoran a Dios en Trinidad y honran a la Virgen María, Madre de Dios, y a los Santos, pidiendo su intercesión ante Dios. De acuerdo con lo confirmado por el Séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en el año 787 en Constantinopla, honran y veneran las imágenes de Cristo, de la Virgen María y de los Santos, pero no las adoran ni les sirven, ya que la adoración corresponde únicamente a la naturaleza Divina. Porque la honra, que se otorga a las imágenes, se eleva al Representado en ella, y el que se inclina ante una imagen sagrada, se inclina ante la substancia de quien está representado en ella. Pero, para ello, las imágenes sagradas (en griego "íconos"), deben ser escritos de acuerdo con determinadas reglas y deben cumplir ciertos requisitos. (Los cristianos ortodoxos dicen que los iconos se "escriben" y no que se pintan. En la antigüedad las imágenes con las escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento eran como libros, para quienes no sabían leer).



Una nota sobre las relaciones de la Iglesia Ortodoxa con el estado. Para las Iglesias Ortodoxas la doctrina que enseña cuáles deben ser las relaciones entre el estado y la iglesia está contenida en la legislación de San Justiniano Magno. Luego de codificar en el año 533 todas las leyes romanas preexistentes, el emperador Justiniano promulga leyes llamadas "novelas." La Sexta Novela establece las condiciones, bajo las cuales se logra una sinfonía entre la iglesia y el estado. Esta ley, que puede ser llamada "Macro constitución cristiana" exige del estado que tenga un régimen político recto y que sea decente (recte et decenter rempublicam) y del sacerdocio que sea íntegro, honesto y siempre fiel a Dios (integrum est et fiducia Del praeditum); del estado se exige también competencia. Cuando se dan estas condiciones, surge automáticamente la buena sinfonía (consenso o consonancia, según otros textos) entre el estado y la Iglesia, lo que es provechoso para el bienestar del género humano, dice esta ley imperial, que luego fue incorporada por la Iglesia a su Código Canónico, llamado "Nomocanon."
La doctrina de la sinfonía establece bajo estas condiciones una separación entre la iglesia y el estado, pero pretende que dicha separación sea en armonía, en consonancia, porque ambas instituciones son "dones máximos de Dios" dados a los hombres. Ambas instituciones "proceden de una misma fuente y sirven a un mismo fin: el beneficio del género humano." Por lo tanto, no se trata ni de una unión total, ni de una separación total entre la iglesia y el estado, sino de una convivencia fraternal, siempre que ambas partes cumplan con las condiciones indicadas. Algunos pensadores ortodoxos consideran que el preanuncio de tales relaciones ya fue dado por Moisés, cuando desdobló su propia jefatura, otorgándole a su hermano Aaron el sumo sacerdocio.
La Iglesia
Ortodoxa Rusa

En el año 862, los Santos Cirilo y Metodio crearon un nuevo alfabeto eslavo, a partir del alfabeto griego. Usando este nuevo alfabeto (en principio llamado "glagolitsa" y luego, un poco reformado, "cirilitsa," o sea "cirílico," ellos tradujeron al eslavo los Evangelios, la Santa Misa y los principales Oficios de la Iglesia, antes de emprender su misión entre los eslavos, invitados para ello por los gobernantes eslavos de Moravia (país que se extendía en los territorios actualmente pertenecientes a Chequia, Eslovaquia y Hungría).

Los Santos Cirilo y Metodio eran oriundos de Tesalónica, ciudad griega con muchos habitantes eslavos. Por lo tanto, ellos hablaban bien desde su niñez el idioma eslavo, que entonces todavía no se había subdividido definitivamente en las actuales lenguas eslavas: ruso, búlgaro, serbo-croata, polaco, checo, eslovaco etc. Al traducir al eslavo los Evangelios, la Misa y los demás textos religiosos, los Santos Cirilo y Metodio debieron crear muchas palabras nuevas, faltantes hasta entonces en el eslavo, utilizando para ello raíces eslavas y combinándolas a la manera del idioma griego. Así surgió una nueva lengua, llamada eslavo eclesiástico (a veces incorrectamente denominada "pateo-eslavo" aún hoy utilizada en las Iglesias Ortodoxas eslavas (rusa, serbia, búlgara, etc). Desde el Bautismo de Rusia en el año 988 este texto eslavo-eclesiástico de la Santa Misa se utilizó siempre, hasta el día de hoy, en la Iglesia Ortodoxa Rusa.

El estado Ruso fue fundado en el año 862. Su primera capital fue Novgorod (cerca de la actual San Peterburgo), siendo Riurik su primer príncipe. Su hijo, el príncipe Igor, se estableció en Kiev, la segunda capital. La esposa del príncipe Igor, la princesa Oiga (oriunda de Pskov, cerca de Novgorod), se convirtió al cristianismo en Constantinopla, y es la primera Santa de la Iglesia Rusa. El nieto de Igor y de Santa Oiga, San Vladimiro, bautizó a su pueblo en el año 988, incorporando su estado a la jurisdicción eclesiástica del Patriarcado de Constantinopla (Bizancio), como provincia eclesiástica número 61 del mismo, otorgando los griegos a la misma el nombre de "Rusia" (los rusos de aquel entonces se llamaban a si mismos "Rus").
Después de reiteradas destrucciones de Kiev por los tártaros (que invadieron Rusia en el año 1237), el metropolitano (primado) de la Iglesia Rusa, Cirilo, abandona su sede en Kiev en el año 1250 y se dirige a Novgorod y luego a la ciudad de Suzdal (cerca de Moscú). En Suzdal preside en el año 1274 un Concilio de la Iglesia Rusa. Sus sucesores trasladan su cátedra a la ciudad de Vladimir en el año 1300, y luego a Moscú. En el año 1589 la Iglesia Rusa obtiene de los cuatro Patriarcas Orientales su "autocéfala," o sea su independencia administrativa. Simultáneamente, su primado obtiene el título de "Patriarca de Moscú y de Todas las Rusias," el quinto por orden de honor.

Las Iglesias Orientales
Iglesia Armenia Gregoriana
En el siglo V los armenios sufrían persecuciones desencadenadas por los persas, de modo que no pudieron estar presentes en el Cuarto Concilio ecuménico. Hasta el siglo XII no reconocían a ese Concilio. A partir del siglo XII los armenios comenzaron a respetar la doctrina completa de la Iglesia ortodoxa, aunque no tuvo lugar la debida unión.

Aunque su teología dogmática es correcta, tienen ciertas diferencias de rito en comparación con la Iglesia ortodoxa.

Nestorianos
Los nestorianos existen en Asia Menor y en la costa de Malabar en la India. Conservan ciertos ritos judíos y no veneran los santos iconos. A fines del siglo XIX una parte de los nestorianos de Urmia (Mesopotamia, o sea, actual Irak) se unió a la iglesia ortodoxa rusa.


Jacobitas

Los Jacobitas son partidarios del monofisitismo. Ellos viven en Asia Menor.

Coptos
Los coptos son monofisitas. Son aborígenes de Egipto y tienen su patriarca en El Cairo.


Abisinios

Los abisinios son monofisitas; conservan algunas tradiciones hebreas e incluyen sagradas danzas durante el divino servicio. Se destacan por su piedad.

Maronitas

Los maronitas son monotelitas (Monofiletismo) viven mayormente en el Líbano. Se aproximan notablemente a los católicos romanos y hasta reconocen al papa. Adoptaron casi la totalidad de la doctrina católica romana y todos sus errores.

Santos padres

Se llaman padres y maestros de la Iglesia aquellos dirigentes eclesiásticos que se destacaron por su piedad y dones intelectuales, se adelantaron por defender la Iglesia, la fe y la devoción cristiana con palabra y por medio de sus escritos. La mayoría de ellos, aunque no todos, eran santos y fueron portadores de la dignidad episcopal.

San Atanasio el Grande, siglo IV

San Atanasio el Grande defendía la fe ortodoxa de la herejía y tomó parte en el Primer Concilio ecuménico, donde fue aceptada su exposición de la fe. San Atanasio era el arzobispo de Alejandría. Casi toda su vida padeció por las persecuciones de los herejes. En el transcurso de 50 años, cinco veces fue expulsado de Alejandría y alrededor de veinte años pasó exiliado y encarcelado.

San Basilio el Grande, siglo IV

San Basilio el Grande, arzobispo de Cesarea de Capadocia (en Asia Menor) era uno de los más instruidos hombres de su época. Procedía de una familia de santos: su abuela, madre, hermano y hermana eran santos canonizados de la Iglesia ortodoxa. Después de instruirse, San Basilio adoptó el monaquismo; recibió el sagrado orden de sacerdocio y luego llegó a la dignidad de arzobispo. La mayor parte de su servicio arzobispal lo pasó en valiente lucha contra los arrianos, con ayuda de su palabra y sus obras escritas. En efecto, San Basilio dejó tras si numerosas obras relacionadas con el tópico de la fe y la moralidad, expuso la secuencia de la Liturgia que lleva su nombre (la cual se oficia 10 veces al año) y compuso numerosas oraciones, incluyendo las oraciones de genuflexión para el día de Santísima Trinidad.

San Basilio el Grande se destacó por su actividad filantrópica. Edificó una ciudad entera de asilos para pobres y hospitales. Falleció a la edad de 49 años.
San Juan Damasceno, siglo VII

San Juan Damasceno, vivió en el siglo VII, fue ministro del califa de Damasco y defendió la Iglesia contra la herejía de los iconoclastas. Aunque por su calumnia fue privado de un brazo, lo recuperó milagrosamente después de rezar ante el icono de la Santísima Madre de Dios. Como agradecimiento, compuso el cántico "Por Ti se alegra, llena de gracia, toda la creación." San Juan se retiró al monasterio de San Sabbas el Santificado en Palestina, donde se desempeñó como un simple monje. Escribió numerosos cánticos (el Octeto y los cánones para grandes festividades) y la brillante exposición de la fe cristiana.

El talentoso poeta ruso Alexei Tolstoi describió algunos episodios de su vida en el poema "Juan Damasceno."
San Gregorio el Grande, siglo IV

San Gregorio el Teólogo en el siglo IV se desempeñó como obispo, llevó vida santa y dejó obras acerca de la fe ortodoxa. También defendió la Iglesia contra los arrianos.

San Nicolás Taumaturgo, siglo IV

San Nicolás el Taumaturgo, Arzobispo de Licia en el siglo IV glorificado por su protección de los menesterosos y las limosnas para los pobres. Tomó parte en el Primer Concilio universal, y denunció a Arrio.

San Juan Crisóstomo, siglo IV

San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla en el siglo IV fue uno de los más capaces apologistas y predicadores de la Iglesia cristiana, lo que le confirió el apodo de Crisóstomo (Boca de oro). Es particularmente conocida su exégesis de Sagradas Escrituras y la Liturgia denominada en honor suyo (que se oficia casi durante el año entero) al igual que numerosas oraciones.

Por la reprensión de la ambiciosa emperatriz Eudoxia fue desterrado al Cáucaso, y falleció en el exilio al oficiar la liturgia ante el santo altar. Sus últimas palabras fueron: "Gracias a Dios por todo."

Beato Agustín. Beato Jerónimo

De entre otros bien conocidos padres de la antigua Iglesia particularmente se destaca el Beato Agustín (quien pecó en su juventud, pero se corrigió leyendo la Palabra de Dios y luego se convirtió en ilustre y santo obispo). Entre sus escritos son muy conocidos: "Las Confesiones" y "La ciudad de Dios." Así fue también Beato Jerónimo (siglo IV), quien tradujo la Biblia al latín, cuya versión es conocida como vulgata.

El monacato

El monacato proviene de la vida solitaria altamente cristiana (de la palabra griega "monos" - solo, o de la rusa "ínok" - distinto) con el continuo esfuerzo para llegar a la perfección espiritual. El monje (o la monja) es la persona que ha rehusado (abnegado) el mundo para dedicarse a la oración y al cumplimiento de todos los mandamientos evangélicos, incluyendo la obediencia (la negación de su propia voluntad), la paciencia y la castidad. Por cuanto la meta del monacato en resumen consiste en la imitación de Cristo, los monjes que pudieron llegar a tal bienaventurado estado se denominan imitadores (de Cristo).

Principio del monacato en el Antiguo Testamento. Monaquismo en el Nuevo Testamento. Causas del desarrollo del monacato en el siglo IV y siguientes. El alejamiento del mundo y la vida devota en medio de privaciones ya se elegían por muchos justos del Antiguo Testamento (Hebr. 11:37-38). El monaquismo cristiano comenzó en la época apostólica. Vida casta tenían la Siempre Doncella María, San Juan el Precursor, los apóstoles Pablo, Juan, Santiago y muchos otros. Los monasterios, masculinos y femeninos, son conocidos en la historia ya a partir de los siglos II y III, aunque la información más detallada acerca de su vida está perdida. Un desarrollo particular adquirió el monacato en el siglo IV y los siguientes, ya que en esa época los cristianos no estaban amenazados por torturas y la muerte. El cristianismo se hizo universal, ya no se precisaba la valentía de antaño y adoptaron el cristianismo numerosos gentiles. Simultáneamente se debilitó la piedad. Entonces un número considerable de cristianos devotos empezaron a abandonar este mundo pecador de acuerdo con el consejo del Apóstol: "Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa inmunda, y Yo os recibiré y seré vuestro Padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor todopoderoso" (2 Cor. 6:17-18; Isaías 52:11; Jer. 3:19; Os. 1:10).

El monacato puede tener formas diferentes: Congregación: Congregación que comprende la vida en común de los monjes, que poseen el servicio divino compartido, la reflexión en común, la idéntica obediencia al abate (igúmeno) y trabajo comunitario.

Silencio, Skit, eremita, reclusión. Anacoretas y ascetas. El silencio mancomunado caracteriza la vida cenobita de cierto número limitado de monjes que no tienen propiedad privada y llevan a cabo en sus celdas el individual servicio divino, pero los sábados y domingos se reúnen en una iglesia. El monasterio dispuesto de esta manera se denomina Skit o cenobio.

La vida eremítica es la vida recluida del monje. Existen ermitaños: los anacoretas tienen vida solitaria viviendo en una celda monástica y los moradores del desierto tienen una vida apartada en un yermo.

Abstención: ascetas. El monacato adquirió formas bien organizadas en el tiempo de San Antonio el Grande, San Pacomio y San Basilio en el siglo IV.

San Antonio el Grande. Escritos de San Antonio el Grande. San Antonio el Grande nació en familia de padres ricos. Teniendo 18 años de edad, cuando se quedó solo con su hermana, escuchó en la iglesia las palabras de Cristo: "Si quieres ser perfecto, vende tu hacienda, dale la plata a los pobres y sígueme" (Mat. 19:21), acto seguido entregó a los pobres su herencia, dedicó su hermana a las vírgenes cristianas y comenzó su hazaña de monacato. Al principio vivió solo en el desierto dedicándose a la oración, los ayunos, los trabajos físicos y a la lucha contra pensamientos pecaminosos y vanos, y contra los demonios. A los 20 años empezaron a acompañarlo discípulos y se convirtió en maestro para muchos moradores del desierto. En un yermo muy lejano encontró a San Pablo de Tebas, quien permaneció allí 90 años. El Santo recibía allá el alimento milagrosamente por medio de un cuervo. San Antonio vivió en el desierto más de 80 años convirtiéndose en un gran maestro para los monjes y todos los cristianos. Hasta nosotros llegaron sus sermones y el estatuto de la vida ermitaña.

Ermitas, cenobitas y lauras. San Antonio perfeccionó el monacato de silencio (de anacoretas). Los monjes de esta clase se desempeñaban en los cenobios (skites). Varios cenobios unidos bajo poder de un solo abad (abba) adquirieron el nombre de Laura.

San Antonio el Grande falleció a mediados del siglo IV a la edad de 106 años.

Monacato cenobita. San Pacomio el Grande. El monacato cenobita (los monasterios) adquirió su aspecto actual en el tiempo de San Pacomio el Grande. Siendo gentil instruido, admiró la piedad de los cristianos a los cuales pudo conocer cumpliendo con el servicio militar. Se bautizó y se apartó al desierto. Allí, sobre las orillas del Nilo, fundó varios monasterios, en los cuales fueron enclaustrados 7.000 monjes. Sobre el otro lado del Nilo fundó un monasterio de monjas, cuya primera abadesa fue su hermana.

Los monasterios se dirigían de acuerdo con un reglamento, cuya base constituían: La oración, el ayuno, la castidad, la humildad, la negación de todo lo terreno y la absoluta obediencia. Todos los monjes rezaban en conjunto, trabajaban y comían una vez por día o dos veces en los días festivos. Cada uno de ellos apuntaba sus pecados y los confesaba a menudo. Todos tenían obligación de estudiar sagrados libros.

Pasados 100 años después de la muerte de San Pacomio el Grande, el número de los monjes en sus monasterios creció hasta 70000.
Monasterios de Nitra. Monacato en Palestina, Asia Menor y Grecia. En otra parte de Egipto, el desierto de Nitra, el abba Amón, discípulo de San Antonio el Grande, fundó su monasterio. En el mismo desierto pronto surgieron hasta 50 monasterios con un total de 5.000 monjes. Otro discípulo de San Antonio, Hilaron, fundó monasterios en Palestina. En Asia Menor los monasterios fueron organizados por San Basilio el Grande, quien había redactado para ellos su reglamento, el cual es válido hasta la actualidad. En Grecia el monacato se desarrolló de un modo particular en la península Athos (el Santo Monte), donde aún hoy en día existen varias decenas de cenobios y 20 monasterios. De ahí el mismo transitó a Rusia.

Columnismo y necedad en Cristo. Además de la vida eremítica y cenobítica se conocen otras dos formas de hazañas piadosas: el Columnismo (practicado por ilustre Simeón de la Columna en el siglo V, y otros), o sea la plegaria ininterrumpida sobre una columna o torre, y la locura en Cristo. Los supuestos locos fingían ser desprovistos de razón con el fin de ocultar de esta manera su santidad y evitar alabanzas que conducirían a la vana gloria. De entre ellos se destaca particularmente San Andrés el loco por Cristo quien fue honrado por la visita de la Santísima Madre de Dios, lo que se recuerda en el día de la fiesta del Manto de la Santísima Madre de Dios, mientras que entre los locos en Cristo rusos se destacó el santo Basilio el Beato.

Monacato en el Occidente. Desde el Oriente el monacato se difundió hacia el Occidente. San Benito de Nursia (siglo VI) fundó monacato estudioso.

Importancia del monacato. El monacato tuvo gran importancia a lo largo de toda la historia eclesiástica. Los monasterios servían al prójimo y eran centros y ejemplos de piedad, fe inalterada (defensores contra las herejías), filantropía e instrucción. Por consiguiente, ya desde las más remotas épocas se estableció la tradición de ascender a la máxima dignidad del episcopado de entre los monjes.

Dirección eclesiástica

Jerarquía eclesiástica. El propio Señor Jesucristo estableció la jerarquía de la Iglesia o la "jefatura sagrada." Al principio predominaba el primado de los Apóstoles, quienes ejecutaban los sacramentos y enseñaban. Más tarde los Apóstoles consagraban a los diáconos, presbíteros y obispos. A éstos últimos confirieron sus obligaciones, o sea, el supremo derecho de enseñanza y la dirección de la Iglesia.

Metropolitanos. Ya en la época apostólica fue establecido el poder de los metropolitanos.

La organización de la Iglesia se conformaba con la organización del estado. En los centros principales del mismo se formaban los centros de la Iglesia, conocidos como Patriarcados. En la antigüedad existían 5 Patriarcados, a saber: de Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Todos ellos tenían derechos iguales. Más tarde en nuevas naciones ortodoxas surgieron Patriarcados: Ruso, Serbio, Búlgaro y Rumano.

Todos los obispos se llamaban en la antigüedad papas (padres). Este título se ha conservado hasta nuestros días en el caso del patriarca de Alejandría.
Reivindicaciones de los
papas de Roma por el primado

Las pretensiones de los papas de Roma por el primado eclesiástico comenzaron ya en los primeros años del cristianismo. Como motivo para esta actitud sirvió la fama de Roma como capital del Imperio Romano y la extraordinaria difusión del Patriarcado de Roma. A partir del siglo VI los reyes del Occidente con el fin de obtener el apoyo de los papas les entregaban en posesión sus comarcas. A partir del siglo IX los papas empezaron a coronar a los reyes y aspiraban de ser también amos seglares.

Para justificar las ambiciones de los papas, en la edad media fueron compuestas las llamadas Decretalias (decretales) falsas de Isidoro, en las cuales figuraban los textos espurios que trataban de convencer que a partir del siglo I el supremo poder eclesiástico siempre perteneció al papa de Roma.

Además, los latinos establecieron nuevos errores: la introducción obligatoria del celibato del clero, el permiso de comer alimentos lácteos y huevos durante los períodos de ayuno que se altera de esta manera, mientras que proclamaron el día sábado de abstinencia y añadieron al octavo término del Símbolo de la fe ("Credo") las palabras: Procedente del Padre y el Hijo (filioque).

Separación de la Iglesia Occidental
de la Ortodoxa Católica

Las causas de la separación de la Iglesia Occidental de la ortodoxa eran las ambiciones de papas y su desvío de la fe ortodoxa. La separación de la Iglesia Occidental se prolongó durante dos siglos con relación a las siguientes circunstancias:

a) Problema de los patriarcas Ignacio y San Focio. En la segunda mitad del siglo IX en Constantinopla fue destituido ilegalmente el patriarca Ignacio eligiendo en su lugar a San Focio (mem. 6 de febrero). La opinión de los habitantes de Constantinopla se dividió. Para solucionar la discusión, fue convocado en Constantinopla un concilio (861) al cual fue invitado también el papa Nicolás I, quien a su vez envió sus delegados. El concilio confirmó la elección del patriarca San Focio y los legados papales confirmaron esta decisión. Sin embargo, Nicolás condenó a sus delegados y rechazó el fallo del concilio elevando de esta manera su poder individual por encima de la resolución conciliar.

b) Discusiones acerca de la Iglesia Búlgara. En aquella época surgieron discusiones entre las cátedras de Roma y Constantinopla relacionadas con la cuestión de la Iglesia de Bulgaria que pertenecía antaño a la cátedra romana, pero ya en el tiempo del emperador Juliano fue transferida al patriarca de Constantinopla. Los papas convencieron a los búlgaros de que la subordinación eclesiástica a Constantinopla podía resultar en la dependencia política de los griegos. Por consiguiente, el zar (rey) búlgaro Boris cortó sus relaciones con Constantinopla e invitó a los misioneros latinos.

Acto seguido el santo patriarca Focio en sus epístolas dirigidas a otros patriarcas denunció las ilegales pretensiones de los papas y su apartamiento de la fe ortodoxa. Para discutir esta cuestión, fue convocado un concilio en Constantinopla (867), el cual rechazó las pretensiones de los papas y el desvío de la Iglesia Occidental. Sin embargo, la comunicación oratoria entre ambas Iglesias continuaba normalmente. Al mismo tiempo los latinos comenzaron a considerar al patriarca San Focio enemigo de ellos, y lo excomulgaron.
c) Separación de las iglesias. La separación final de la Iglesia Occidental tuvo lugar en el siglo XI. Tomando en cuenta nuevos desvíos además de los manifestados anteriormente (el uso del pan ázimo durante la liturgia en vez del fermentado), el patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario denunció las innovaciones. Comenzaron sendas relaciones entre las Iglesias de Roma y Constantinopla. Los legados del papa (León IX), sin cifrar esperanza alguna en las discusiones, compusieron el acta de excomunión del patriarca y de toda la Iglesia Oriental, y al celebrar el servicio divino, la colocaron sobre el altar de la catedral de Santa Sofía en el año 1054. A su vez el patriarca Miguel Cerulario convocó en Constantinopla un concilio que excomulgó a dichos delegados de la Iglesia. Desde este momento la Iglesia Occidental se apartó definitivamente de la Ortodoxa.

El alejamiento del espíritu cristiano por los latinos. El alejamiento de los católicos romanos puede subdividirse en dos categorías: el alejamiento del espíritu cristiano por un lado, y el orgullo y las ambiciones por el otro, las cuales se introdujeron en la iglesia por intermedio de los papas cuando éstos se atribuyeron la infalibilidad en cuestiones de fe y buscaron con ansiedad el poder temporal. Se destaca la amistad con el comunismo.

Dogmas de la fe. Desviaciones de los dogmas de la fe: 1) Filioque. 2) Doctrina del primado papal. 3) Doctrina de infalibilidad papal en cuestiones de fe (1870). 4) Doctrina sobre la indulgencia. 5) Doctrina del purgatorio. 6) Doctrina de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, que no tiene pecado ancestral (1854).
Nota: Los cristianos ortodoxos no deben confundir esta realización del efecto del pecado ancestral con la enseñanza sectaria acerca del "pecado original." No hay doctrina de "pecado original" en la Santa Iglesia, pues no es posible heredar el "delito" de Adán. En ningún lugar lo mencionan los Santos Padres, sino que se refieren al "pecado ancestral," que produjo no un delito, sino una enfermedad hereditaria, es decir: la inclinación a pecar, estado del hombre de separación de Dios, etc.

Dirección eclesiástica. Desviaciones en la dirección eclesiástica: 1) Celibato del clero. 2) Establecimiento de la dignidad de cardenales, desconocida en la antigüedad y, debido a esta innovación, la alteración de los tres grados de la jerarquía sagrada.

Ritos y costumbres. Desviaciones en los ritos y costumbres: 1) Bautismo por ablución en lugar de inmersión. 2) Confirmación de los adultos sólo por un obispo. 3) El uso del pan ázimo (hostias) en la liturgia en lugar del fermentado. 4) Comunión de los laicos sólo bajo una especie: pan. 5) Deterioro del ayuno al permitir el uso de leche, huevos y hasta carne. 6) Empleo de instrumentos musicales (órgano) durante el divino oficio. 7) Bancos para estar sentados en la iglesia. 8) Realización del oficio divino en idioma latín, el uso de las campanillas, etc.
Acerca del primado del papa de Roma. Las palabras de Cristo: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mat. 16:18) fueron explicadas por 85 Padres y Maestros de la Iglesia. 44 de ellos dicen que la palabra "piedra" denota la fe de Pedro; 16 enseñan que la palabra "piedra" significa Salvador; 8 aseguran que la palabra "piedra" abarca a todos los apóstoles, de modo que 68 Santos padres no creen que la palabra "piedra" se refiera a Pedro. Solamente 17 exégetas antiguos relacionan la palabra "piedra" con Pedro; pero nadie interpreta, como enseñan los latinos, que el Apóstol Pedro es un exclusivo lugarteniente de Cristo (vicario) sobre la tierra.

Vida de los papas. Según los historiadores citados, Ammianus Marcellinus, el último historiador romano (320-390), quien escribió 31 libros dedicados a la historia de los cesares. Antonio Papi. El obispo católico romano Giutprandío Liutprando, la máxima autoridad para la historia de los siglos IX y X. Abate Tiraboci Gammerlin. Bukhard. Reverendo N. Clementise. Jungman. Poeta Petrarca (siglo XIV). Cardenal Pedro Alliatski. Neruda Taborita. Niem.

Cardenal Baronio Caesar, escritor eclesiástico italiano (1538-1607); era cardenal en Roma y bibliotecario del Vaticano. Recibió su dignidad de cardenal por la obra "Ecclesiastical Annals" que revela valiosos documentos procedentes de la biblioteca papal con archivos en los cuales trabajó durante 27 años. Su trabajo fue continuado por otros historiadores, como Raynaldi y otros.

Numerosos historiadores, entre los cuales figuran sabios católicos romanos que recibieron premios de la Iglesia de Roma por sus obras, describen la vida amoral de los papas a lo largo de toda la historia, hasta la actualidad. Naturalmente, entre los papas hubo también hombres decentes, pero la mayoría de ellos buscaba poder, dinero y lujo. El historiador romano Ammianus Marcellinus habla acerca de las "ambiciones de los papas y su lucha cruel para satisfacerlas, porque al convertirse en obispo el individuo se aseguraba grandes ganancias y ventajas: las carrozas, las lujosas vestimentas y la mesa, cuya exquisitez superaba los banquetes imperiales." "La más repugnante historia es la de los papas, de la cual debemos avergonzarnos todos nosotros los católicos romanos. No existe ningún crimen abominable que no fuera llevado alguna vez en el palacio de Su Santidad, sin exceptuar envenenamientos, fornicación o incesto" (I. Jungman). Los increíbles delitos de los papas no se describen con facilidad. Por ejemplo, bajo ciertas circunstancias el trono papal lo ocupó una mujer, denominada Juan VIII (855-857) hasta que parió a una criatura. De las numerosas descripciones de las historias terroríficas de la "iglesia" de Roma vamos a elegir la característica del cardenal Baronio, un diligente historiador católico romano: "El trono papal no lo ocupaban papas sino monstruos, quienes llegaban al cumplimiento de sus deseos por medio de mujeres sin vergüenza, las cuales arbitrariamente cambiaban los puestos episcopales, preparándolos para sus amantes, pisando literalmente las sagradas leyes eclesiásticas y las mejores costumbres de la antigüedad."

Luteranos o protestantes

Al principio del siglo XVI, el estudioso monje católico romano alemán Martín Lutero, después de casarse con la ex-monja católica romana Catalina, comenzó exitosamente el movimiento dirigido contra el papado: el protestantismo, o sea la protesta ante los errores romanos.

Como motivo para el surgimiento del protestantismo sirvió la venta de las indulgencias papales por dinero, al igual que el formalismo observado durante la ejecución de los ritos católicos romanos y sagrados servicios.
Deseando librarse de los errores del catolicismo romano, el protestantismo en vez de corregirlos, fuera de cualquier lógica y contradiciendo a las Sagradas Escrituras, tomó la vía de la negación de casi todo lo perteneciente a la fe cristiana y la enseñanza de la fe y de la piedad, conservando sólo el nombre de cristianismo.

Por ejemplo, actuando contra la doctrina papal referente a los excesivos méritos (de los santos), los protestantes:
1) Proclamaron la doctrina de la justificación exclusiva por la fe sin necesidad de obras buenas, en vez de aceptar el mandamiento del Salvador: "Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial" (Mat. 5:48), o en otras palabras: haced obras buenas siempre sin ninguna limitación; la propia Palabra de Dios enseña: "Es estéril la fe sin obras" (Santiago - Jacobo - 2:20).

2) En lugar de corregir el formalismo católico romano en el santo oficio y los ritos (parte sustancial de la Tradición), los protestantes rechazaron toda la Tradición, incluyendo la veneración de los santos, la solicitud de sus oraciones y la veneración de los santos iconos.
3) Descontentos (muy razonablemente) por la prohibición de leer la Biblia, los protestantes ofrecieron derecho de su lectura universal y la posibilidad de interpretarla individualmente, en vez de proceder en este sentido conforme con la enseñanza de la Palabra de Dios (véase más adelante).

4) Debido al hecho de rechazar obras buenas, los protestantes rehusaron casi todos los sacramentos (por medio de los cuales Dios ayuda a realizar buenas obras); sólo dejaron el bautismo y la eucaristía, aunque ésta última los protestantes no la adoptan en un modo absoluto, ya que no creen que el pan y vino pueden convertirse en Cuerpo y Sangre de Cristo;

5) Debido a la misma causa, o sea la inutilidad - desde el punto de vista de los protestantes - al igual que el odio de Lutero al monacato (para él, muy natural) los protestantes rechazaron los ayunos, los votos de los monjes, la mayoría de las fiestas y la veneración de lugares sagrados.

Las comunidades protestantes, juntamente con sus pastores (que son simples laicos) representan un grupo heterogéneo que ha perdido cualquier apariencia de la Iglesia.

Veneración
de la Palabra de Dios

Los protestantes, al igual que casi todos los herejes, requieren que todo el cristianismo esté fundado sobre las palabras de las Sagradas Escrituras, imaginando erróneamente que son seguidores de la Palabra de Dios. Los herejes exponen su aparente respeto a las Sagradas Escrituras dudando de la Tradición, aunque crean su propia tradición, o sea, sus sistemas y costumbres y su propia manera de interpretar la Biblia, protestando con su doctrina contra toda la enseñanza de Cristo. Insinúan pérfidamente que la Iglesia Ortodoxa respeta insuficientemente las Sagradas Escrituras venerando excesivamente a los santos, a quienes rechazan con anticristiana maldad, los calumnian e injurian.

Conforme con la enseñanza de la Palabra Divina (2 Pedro 1:20-21 y 1 Cor. 2:11-14) las Sagradas Escrituras están inspiradas por el Espíritu Santo, y sólo las pueden explicar los Santos puros de corazón (Mat. 5:8) exclusivamente con asistencia del Espíritu Santo. El mismo contenido de la Sagrada Biblia está establecido por los Santos Padres de los Concilios ecuménicos.
Por consiguiente, el respeto de las Sagradas Escrituras por los herejes es falso e hipócrita, lo que demuestra su negación de la doctrina evangélica referente a las obras buenas y hazañas piadosas, aparte del impertinente "derecho" de interpretar tergiversando la Palabra de Dios conforme con los antojos de cualquier pecador ignorante.
La Iglesia Ortodoxa venera la Palabra de Dios más que todas las otras y de manera Purísima. Todos los escritos de los Santos Padres referentes a la fe y a la vida devota se fundan siempre en la Palabra de Dios; en la Iglesia Ortodoxa el Santo Evangelio ocupa un lugar privilegiado sobre el altar, representando al propio Señor Jesucristo. Lo pueden leer en la iglesia solamente personas consagradas. El mismo se lleva solemnemente a la parte central del templo para la adoración general.
También es profundo el piadoso respeto a la Palabra de Dios y su uso como guía en las verdades de la fe y las obras buenas, que demuestra la Iglesia Ortodoxa en los hechos y no en las palabras.
Reformadores
o calvinistas

El movimiento de la Reforma comenzó en el siglo XVI. Los primeros reformadores Zuingilio y Calvino se apartaron de la verdad todavía más que Lutero (el protestantismo). Estos reformadores enseñan que los dos sacramentos, bautismo y eucaristía, aun son menos importantes en comparación con la opinión de los protestantes: sólo son signos externos, los símbolos de recuerdo referente a los acontecimientos de la vida del Salvador.

Según la doctrina de los reformadores, Dios predestinó algunos hombres a la salvación, mientras que otros no están llamados. Los reformadores rechazan por completo cualquier imagen y adorno dentro de los templos.

Anglicanos
o episcopalianos

El rey inglés Enrique VIII en el siglo XVI era un católico romano celoso y hasta recibió del papa el título del "Defensor de la fe" por su resistencia a los protestantes.

Después de diez años, en 1532, se separó del papa pues éste no le permitió divorciarse de su esposa legal Catalina con el fin de formalizar nuevas nupcias con la cortesana Ana Bolena. El sacerdote Tomás Cranmer ejerció su influencia sobre Enrique VIII para que éste se separase del papa estableciendo su propia confesión.

Enrique elevó a Cranmer a la dignidad de arzobispo de Canterbury, rompió con el papa y se casó con Ana Bolena; hizo una nueva traducción de la Biblia y compuso un nuevo catecismo (exposición abreviada de la fe). La cabeza de la nueva Iglesia anglicana es el rey, junto con el parlamento, lo que permanece intacto hasta hoy día. Enrique introdujo el llamado "breviario" que comprendía 37 puntos principales de la fe. Luego, Enrique persiguió implacablemente a los enemigos de su fe.
Conforme con el contenido de su fe, los anglicanos se aproximan hasta cierto punto a los protestantes y parcialmente a los reformadores. En algunos ritos ellos imitan a los católicos romanos, lo que produce una impresión errónea de que los anglicanos están más cercanos a la ortodoxia que los protestantes. Aunque los anglicanos tienen obispos, su quirotonía no tiene la debida gracia por cuanto no poseen ascendencia apostólica; además, se casan: cada obispo tiene su "missis bishop" (señora obispa).

Debido a que los anglicanos no pueden comprobar su sucesión apostólica en el episcopado, tienden a trabar amistad con la fe ortodoxa esperando que algún día nuestra Iglesia reconozca a la suya como poseedora de gracia.

La mayoría de los obispos anglicanos prácticamente no reconocen su breviario de 37 párrafos y rechazan casi todo el Evangelio. En la conferencia de Lambet hace alrededor de 30 años, en 1946 o 1947 (estas conferencias las tienen los obispos anglicanos de todo el mundo cada 10 años; ya se cuentan aproximadamente 300 conferencias llevadas a cabo), más de la mitad de los obispos presentes declararon que no creen en los milagros descritos en el Evangelio, ni en la Resurrección, ni en la Ascensión del Señor Jesucristo, ni en los Angeles, ni en los espíritus malignos, ni en la inmortalidad del alma, etc. Surgía la cuestión si estaba indicado abolir el "breviario." Por el momento se decidió no tocarlo. No obstante todo, sería difícil establecer en qué creen estos "obispos."

Los anglicanos tienen tres grupos de creyentes: alta Iglesia (que se aproxima más a los católicos romanos), baja Iglesia (más cercana a los reformadores) y la ancha Iglesia (intermedia). De los anglicanos se han separado los puritanos, los "puros," quienes rechazaron los restos del catolicismo romano y a los obispos.

Los bautistas

Los bautistas son una de las sectas protestantes, cuyo nombre proviene de la palabra griega "sumergir" o sea "bautizar."
Los bautistas:

1) No creen en la Santísima Trinidad, diciendo que Dios sólo puede tener faz única. Esta doctrina tiene cierta tendencia para aproximarse al panteísmo.

2) Los bautistas enseñan que las Sagradas Escrituras son suficientes para la salvación, no creen ni en la Iglesia ni en los sacramentos. Cada cual puede interpretar libremente las Sagradas Escrituras.

3) Enseñan que sería correcto bautizar solamente a los adultos por solicitud personal y mediante una completa inmersión. Por consiguiente, ellos no reconocen el bautismo de los niños, pero aseguran que los niños sin bautizar se salvarán.
4) Aunque reconocen el Bautismo y la Eucaristía, consideran que el primero sólo es un símbolo de la salvación, mientras que en la Eucaristía el Señor Jesucristo no está presente. Estos dos sacramentos los llaman "estatutos" ("ordinansis") pero de ninguna manera sacramentos; conforme con su doctrina, no proporcionan nada de gracia.

Historia. La secta de los bautistas fue fundada relativamente temprano (siglo XVII) en Inglaterra y Estados Unidos, poseyendo dos ramas principales (la confesión de Filadelfia llamada "general" y de Nueva Hampshire llamada "particular"), los cuales pronto se unieron. Los primeros creían que Cristo vino para la redención de todos los hombres, y los segundos - sólo para los elegidos (de acuerdo con el concepto de los calvinistas). Los bautistas primero fueron perseguidos en Inglaterra, y se encontraban en conflicto con el gobierno norteamericano (siglo XVII). A mediados del siglo XVIII los bautistas rechazaron la doctrina de la Santísima Trinidad. Poco a poco los bautistas se difundieron particularmente por medio de las llamadas misiones bautistas que aparecieron en el siglo XIX y cuya meta consiste en la propagación del bautismo. A fines del siglo XIX se unieron por fin ambas ramas principales. Además del ahora único tronco principal, existen 10 sectas de los bautistas que poseen sus peculiaridades en la doctrina religiosa (por ejemplo, los bautistas del séptimo día).

Dirección. Cada comunidad eclesiástica es completamente independiente (autónoma). Los bautistas tienen presbíteros (a menudo también obispos) y diáconos, que se eligen de acuerdo con la concordancia general y se ordenan por un "concilio" que se compone de presbíteros y jefes de las iglesias vecinas. En caso de alguna necesidad, cualquier iglesia bautista puede solicitar auxilio o consejo a otras iglesias, pero bajo ninguna circunstancia los parroquianos de una iglesia pueden dominar sobre los pertenecientes a otras parroquias.

En la actualidad los bautistas están muy difundidos en los Estados Unidos y en Inglaterra, pero relativamente poco en otros países.
Adventistas del Séptimo Día

El adventismo representa la resurrección de la antigua herejía del quiliasmo (reino de Cristo de 1.000 años sobre la tierra; siglos I a III), la cual era una tentativa de combinar el cristianismo con el judaísmo. Esta herejía fue condenada por la Iglesia. El adventismo proviene de la palabra latina "advenimiento."

Historia. El fundador fue el bautista William Miller que vivió en Nueva York (1781-1849). Supuso que el segundo advenimiento de Cristo ocurriría el 22 de octubre de 1844 sobre un monte del estado Nueva York. había calculado este día en base al libro del profeta Daniel. Miller juntó hasta 200.000 partidarios. Pero cuando no tuvo lugar el segundo advenimiento, la mayoría de sus seguidores le abandonaron.

Después de Miller, su doctrina estuvo bajo la influencia de otros hombres con ideas distintas. Aparecieron hasta diez grupos diferentes de adventistas, el mayor de los cuales lo forman los "Adventistas del séptimo día." Uno de los discípulos de Miller enseñaba que no existe la inmortalidad del alma (Sperr), mientras que Raquel Preston y Elena White insistían que se precisa honrar el sábado en lugar del domingo. A partir del año 1846 los adventistas adoptaron el sábado rechazando el domingo, y comenzaron a considerar como "cristianos falsos" a todos los que festejan el día domingo. Introdujeron el "diezmo," y en 1863, en la primera conferencia general los adventistas del séptimo día elaboraron su reglamento válido hasta hoy día.

Doctrina. Su punto principal está constituído por la aproximación del segundo advenimiento de Cristo. Explican que en 1844 Cristo llegó en efecto, pero no a la tierra, sino al cielo (sic) con el fin de ejecutar el juicio y determinar quien será digno de Su reinado de 1.000 años. Por cuanto para la realización de ese juicio se requerirán de 70 a 100 años, se derivaban los años de la segunda llegada siguientes: 1914, 1925, 1945 y, finalmente, 1995. Tomando en cuenta la inminencia de este advenimiento, todos los cristianos deben abandonar el "falso cristianismo" que festeja el día domingo.

Después del segundo advenimiento resucitarán los justos sólo para vivir 1.000 años, de modo que después de ese milenio tendrá lugar el tercer advenimiento de Cristo, que se dedicará al juicio de los pecadores.
Sin embargo, es dudoso que los adventistas tengan como meta la preparación de los cristianos para la recepción del Mesías esperado por los judíos.

Entre otras cosas, los adventistas creen que con referencia al Apocalipsis de San Juan el Teólogo serán aniquiladas dos fieras: la "primera fiera," los Estados Unidos, por legalizar el festejo del domingo, y la "segunda fiera," el Papa de Roma.

El número de adventistas es relativamente bajo (alrededor de 400.000 individuos), pero su trabajo es muy activo para la difusión de esa doctrina.
"Ciencia Cristiana"
(Christian Science).

Esta secta es digna de consideración, porque tiene bastante éxito en el medio intelectual de la sociedad. Fue fundada en 1876 en Boston. Su fundadora María Becker Heddy (1821-1910) tuvo tres nupcias. Al primer hijo lo entregó a una nodriza, y no se acordó de él durante toda su vida. Se ocupaba del espiritualismo. Se divorció de su segundo marido. Escribe que teniendo ocho años de edad escuchó una voz misteriosa que le dio la sensación de desesperación; esta voz nunca se repitió. M. Becker Heddy padecía de muchas enfermedades, pero luego se curó y se convirtió en curandera espiritual y pastora de la Ciencia Cristiana. En 1899 en Boston fue erigido un enorme templo de esta secta. M. Becker Heddy escribió varios libros que sirven de base para la Ciencia Cristiana. Esta es muy confusa, casi no tiene nada en común con el cristianismo y se asemeja con la doctrina pagana del bromanismo.

Doctrina. La Ciencia Cristiana enseña que no existe Dios personal, sino sólo el Principio Divino. Por consiguiente, la Ciencia Cristiana fundamentalmente niega la existencia de Dios. M. Becker Heddy dice de la Santísima Trinidad lo siguiente: "Sólo existe la trinidad de la Vida, Verdad y Amor unidos entre si. Es decir que tampoco cree en el Dios cristiano representado por la Santa Trinidad.

Negando al Dios personal, María Becker Heddy pregona al hombre divinizado, quien es el vivo avatar de la Deidad. El mal es una ilusión. Como creen diversas sectas, que el mal no existe, ya que no es otra cosa que la ausencia del bien. Como no existe el frío por ser siempre sólo la ausencia del calor. En lugar de la doctrina cristiana acerca de la Providencia de Dios, Heddy predica la "ley de armonía." La Ciencia Cristiana anuló la oración dirigida a Dios, ya que no existe Dios personal. Si no existe Dios como persona, con más razón sería ridículo recelar la presencia del diablo. Tampoco existe el pecado: el pecado es sólo imaginario y es creado por el temor de la razón mortal.

De la curación. A la medicina científica Heddy la denomina "charlatanería mental." Ella escribe: "La enfermedad no es un hecho real. La enfermedad es más que una imaginación: es la aberración humana. El partidario de la Ciencia Cristiana nunca toma en consideración la anatomía, no impone sus manos sobre el paciente y no toca las partes doloridas del cuerpo." La curación se reduce a lo siguiente: por cuanto la enfermedad es irreal, deberá desaparecer. Sólo se precisa creer que la enfermedad no existe. La "curación espiritual" no es otra cosa que dejar al enfermo sin ningún auxilio médico.

Del estado de ultratumba. Después de la muerte el hombre se hará inmortal, pero antes tendrá que soportar muchos padecimientos. "Estos procesos de purificación postrera son desconocidos para mí," dice Heddy.

En la nebulosa doctrina de la Ciencia Cristiana están incluidas algunas reglas cristianas conmovedoras acerca del amor a Dios (que no existe) y al prójimo, el perdón de los enemigos y ausencia de juicios temerarios. Aparte de estas recomendaciones, la Ciencia Cristiana no tiene nada de cristiano además de su nombre.

Difusión. Existen por lo menos 3.000 parroquias de la Ciencia Cristiana en América y Europa, aunque no se conoce el número de sus partidarios.

¿Cómo puede explicarse el éxito de esta doctrina en el medio intelectual?

Primero, para algunos es atrayente la facilidad de esta doctrina, y porque ella admite algunas acciones prohibidas por el Evangelio. Esta doctrina corresponde a la disposición espiritual del hombre moderno, ya que le adula diciendo que él es excelente, que el pecado no existe, que no se precisa rezar y que el Salvador sobra. Segundo, el éxito de la Ciencia Cristiana demuestra hasta qué punto son superficiales los hombres, que no se orientan en las cuestiones de religión, ya que les satisface lo que la propia Heddy denomina "locura bostoniana." La opinión pública de Boston era negativa con respecto a la curación de Heddy.

La Ciencia Cristiana está condenada por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero como una de las doctrinas anticristianas.
Teoría de Darwin

La teoría de Darwin no contiene ninguna idea espiritual positiva. Sin embargo, debe conocerse porque tiene amplia difusión y numerosos partidarios. Por lo general, parece ser científica. Pero por sus deducciones es antirreligiosa y antimoral. Si vamos a creer en ella, tenemos que admitir la ausencia de conciencia (vergüenza) en los hombres y de la responsabilidad por sus actos morales ya que según Darwin el hombre es una especie de animal.

Charles Darwin (1809-1882) era egresado de la facultad de Teología de Cambridge, Inglaterra. Escribió muchos artículos de zoología y botánica. Sus obras más conocidas son: "El origen de las especies" y "Del origen del hombre." En estas obras presenta su teoría y trata de explicar la procedencia de las especies en el mundo orgánico y animal por la gradual evolución de las especies desde las inferiores hasta las superiores. Darwin presume que en el principio sólo existían pocas especies simples, las cuales en el correr de los siglos se desarrollaron hasta llegar a la actual complejidad. Darwin no pudo comprobar que todo lo que vive actualmente en el mundo tiene como origen una sola especie, lo que parecería ser la base de su teoría. Tuvo que suponer que originariamente en la tierra existían varias especies fundamentales, cada una de las cuales evolucionaba independientemente. La modificación de las especies, según Darwin, acontecía debido a las dos causas principales siguientes:

1) Debido a la lucha por la supervivencia y

2) por la selección natural.

Debido a la lucha por la supervivencia los organismos desarrollaron y modificaron sus órganos, lo que confirma el ejemplo de numerosas plantas y diversos animales, como coloración protectora, espinas, piernas de movimiento rápido, dientes potentes, la desenvuelta capacidad para la productividad útil (animales domésticos), etc.

La selección natural representa ciertos cambios en los órganos relacionados con la lucha por la supervivencia, en cuyo curso se destruye lo que es débil y se conserva todo lo fuerte y resistente.

Las deducciones de la teoría de Darwin figuran en el libro "Del origen del hombre," en el cual Darwin supone que el hombre desciende del mono. Darwin y sus sucesores trataban de comprobar esta teoría por la semejanza existente entre los órganos de los hombres y los monos (como por ejemplo músculos de las orejas, la existencia del coxis, la muela de juicio), además del descubrimiento de restos óseos comparables con los huesos de los monos.

Análisis de la teoría de Darwin. Las ideas de Darwin acerca del origen de las especies representan una teoría, la cual ya por su definición sólo es una suposición y no una ciencia acabada. Cuando Darwin fue aceptado como miembro de la Academia de Ciencias de París, ésta subrayó que recibió ese honor "por sus méritos prácticos y no por su hipótesis problemática."

En cuanto a la selección natural, se sabe que ciertos cambios en las especies, en efecto, pueden tener lugar con algunas especies, pero sólo hasta cierto punto. Por ejemplo, se pueden mejorar las especies de los animales domésticos, pero una vez abandonados a si mismos, estos animales vuelven otra vez a su estado salvaje. Además, no fue comprobado que las especies se modificaban dentro de lapsos conocidos de la historia.

Por consiguiente, se nota que la teoría de Darwin no tiene un fundamento firme.

¿Es mono el hombre? Los restos de los huesos que supuestamente confirman la teoría de Darwin sobre el origen del hombre a partir del mono, en realidad sólo representan cierto número de huesos individuales o sus fragmentos, y será imposible verificar si éstos pertenecían a hombres normales o a especies intermedias entre monos y el hombre. Se sabe que con la degeneración de los hombres a menudo nacen monstruos poco parecidos a los seres humanos.

Cuando una calavera, dos dientes y un hueso de la pierna, hallados en 1891 en la isla de Java por el sabio Dubois, fueron examinados por 120 científicos reunidos en Leipzig, 113 de ellos opinaron que estos restos óseos no pueden servir de confirmación para la teoría de Darwin referente al origen del hombre del mono.

No se puede negar que los órganos del hombre y de los animales tienen cierta semejanza, pero sólo este hecho no puede servir de punto de partida para asegurar que el hombre tiene origen animal. Cuando Dios creó al hombre, lo dotó con superiores capacidades espirituales que le distinguían de los animales. Un sabio alemán vivió en medio de los monos y aprendió su lenguaje (alrededor de 90 palabras y conceptos), pero le fue imposible enseñar a los monos el lenguaje humano. Cuando los salvajes entran en la sociedad culta se desarrollan fácilmente hasta el nivel cultural normal, pero ni monos ni otros animales pueden nunca llegar al nivel intelectual humano, ni acercarse al mismo. Se ha comprobado que los animales no tienen ningún concepto divino ni más o menos relacionado con la moral, lo que es el patrimonio exclusivo de los hombres.
Darwin en su teoría no trataba de explicar la aparición de las especies primitivas sobre la tierra, y cuando le preguntaron ¿cómo se originó todo lo viviente que existe sobre la tierra?, Contestó que podría obedecer a una de las respuestas siguientes: la primera es que no lo sabemos, y la segunda que existe el Señor Dios, Quien ha creado todo lo vivo. No escapa de la observación el hecho que no obstante, de recibir preparación teológica, Darwin no afirmó por su contestación una fe muy firme en Dios. Lo mismo se desprende también del hecho que la teoría de Darwin contradice a la Santa Biblia, la cual relata que primero creó Dios las plantas, luego los animales y, finalmente, al hombre, mientras que Darwin supone que las especies se mudaban por transición una en otra. Sería posible suponer que Darwin no era un ateo consciente, y que creando su teoría no pensó en atacar la religión como lo hicieron otros.

Los darwinistas, por lo general, no son objetivos: ellos quieren la teoría de Darwin porque no quieren a Dios. La teoría de Darwin tiene numerosos partidarios, porque si fuese posible comprobar que los hombres son animales, obtendríamos una potente razón para tener absoluta libertad para la ejecución de actos amorales, ya que no habría ni Dios ni conciencia.


Concilios Ecuménicos

La Iglesia ha tenido 21 Concilios Ecuménicos, sin contar el de los Apóstoles en Jerusalén.
1- Concilio de Nicea (año 325).. Convocado por la autoridad del Papa San Silvestre y bajo la ejecutoria del mismo emperador Constantino. Este Concilio condenó la herejía de Arrio que negaba la divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre. Ver: Homoousion. Formuló el "símbolo niceno" o Credo. 
««Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre...»» (Denzinger - Dz 54).
2- Concilio Primero de Constantinopla (año 381). En tiempo del Papa San Dámaso, se ocupó de las herejías de los mecedonianos, eunomianos o anomeos. Se perfeccionó el símbolo niceno, que por esto lo llamamos el credo "niceno-constantinopolitano".
3- Concilio de Éfeso (año 431). Convocado por el Papa San Celestino I y presidido por el Patriarca Cirilo de Alejandría, ese Concilio condenó la herejía cristológica y mariológica de Nestorio y proclamó la maternidad divina de María, La Theotokos. El símbolo de Efeso precisa que las dos naturalezas, humana y divina de Cristo, están unidas sin confusión y por lo tanto María es verdaderamente “Madre de Dios”.
4- Concilio de Calcedonia (año 451). Bajo la autoridad del Papa San León I el Magno, este Concilio trató de las herejías de quienes negaban a Jesucristo las naturaleza divina o la humana o las confundían. Ver: Nestorianismo
5- Concilio Segundo de Constantinopla (año 553). Convocado por la autoridad del Papa Virgilio, condenó la herejía de los "tres capítulos", confirmando la doctrina de los concilios anteriores sobre la Trinidad, la divinidad de Jesucristo y maternidad divina de María. Condenó el Monofisismo
6- Concilio Tercero de Constantinopla (del año 680-681). Con el Papa San Agatón, condenó solemnemente la herejía de quienes admitían en Cristo una sola voluntad (monotelitas).
7- Concilio Segundo de Nicea (año 787) Este Concilio, convocado por la autoridad del Papa Adriano I, afrontó la doctrina de los iconoclastas y definió la legitimidad del culto a las imágenes sagradas.
8- Concilio Cuarto de Constantinopla. Convocado por el Papa Adriano II en el año 869 duró hasta el siguiente y tuvo como principal tema la condenación del patriarca Focio, autor del cisma oriental.
9-Concilio Primero de Letrán (del año 1123-1124). Convocado por el Papa Calixto II, fue muy accidentado por lo que duró hasta el siguiente año. Celebrado en el tiempo de la lucha de las investiduras, se ocupó de ellas, lo mismo que de la simonía, el celibato y el incesto.
10- Concilio Segundo de Letrán (año 1139). Este Concilio convocado por le Papa Inocencio II, afrontó el delicado asunto de los falsos pontífices, de la simonía, la usura, las falsas penitencias y los falsos sacramentos.
11- Concilio Tercero de Letrán (año 1179). . Bajo el Sumo Pontífice Alejandro III, se ocupó nuevamente de condenar la simonía.
12- Concilio Cuarto de Letrán (año 1215). Bajo la autoridad del Papa Inocencio III, este Concilio condenó las herejías de los Albingenses, del Abad Joaquín de Fiori, los Valdenses,etc.
13- Concilio Primero de Lyon (año 1245). Este Concilio en realidad no abordó asuntos dogmáticos, sino problemas morales y disciplinares de la Iglesia.
14- Concilio Segundo de Lyon (año 1274) Convocado por el Papa Gregorio X, trató de unificar la Iglesia griega, separada de Roma desde el cisma oriental.
15- Concilio de Viena (1311-1312). Este Concilio, convocado por Clemente V, se ocupó de los errores de los beguardos y beguins, de Pedro Juan Olivi. Abolió la orden de los Templarios.
16- Concilio de Costanza (año 1417). Fue convocado por el Papa Martín V, sólo se clausuró cuatro años después. Condenó los errores de Wicleff, Juan Hus, etc. Se ocupó también de los asuntos provocados por el cisma de Occidente.
17- Concilio de Florencia (1431). Convocado por Eugenio IV, duró hasta 1445. Logró la unión de los armenos y jacobitas con la Iglesia de Roma.
18- Concilio Quinto de Letrán (año 1512). Convocado por León X, tuvo como tema central la reforma de la Iglesia.
19- Concilio de Trento (año 1545-1563). Este Concilio fue inicialmente convocado por Pablo III para tratar el problema de la escisión de la Iglesia por la reforma protestante. Se ocupó de innumerables temas doctrinales, morales, disciplinares, de acuerdo con la problemática presentada por el protestantismo. El Decreto sobre la justificación, el de los Sacramentos, el de la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras, etc., son entre otros, los más sobresalientes, amén de infinidad de disposiciones disciplinares.
20- Concilio Vaticano Primero.. Convocado por el Papa Pío IX en 1869, sesionó hasta Septiembre de 1870, cuando hubo de interrumpirse por la toma de Roma por las tropas de Garibaldi, el 20 de Septiembre. Este Concilio afrontó los temas fundamentales de la fe y constitución de la Iglesia. Como definiciones más famosas, se encuentran la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando habla "ex cathedra".

21- Concilio Vaticano II (1962-1965). Convocado por Juan XXIII, quien lo anunció desde Enero de 1959, tuvo cuatro sesiones, la primera de las cuales presidió, en el otoño de 1962, el mismo Juan XXIII, quien falleció el 3 de Junio de 1963. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el Pontífice Pablo VI.



CONCILIOS ECUMÉNICOS
¿Qué es un Concilio Ecuménico
CONCILIO DE TRENTO
I de NICEA, 325
CONCILIO DE TRENTO
I de CONSTANTINOPLA, 381
CONCILIO DE TRENTO
ÉFESO, 431
CONCILIO DE TRENTO
CALCEDONIA, 451
CONCILIO DE TRENTO
II de CONSTANTINOPLA, 553
CONCILIO DE TRENTO
III de CONSTANTINOPLA, 680.681
CONCILIO DE TRENTO
II de NICEA, 787
CONCILIO DE TRENTO
IV de CONSTANTINOPLA, 869-970
CONCILIO DE TRENTO
I de LETRÁN. 1123
CONCILIO DE TRENTO
II de LETRÁN, 1139
CONCILIO DE TRENTO
III de LETRÁN, 1179
CONCILIO DE TRENTO
IV de LETRÁN, 1215
CONCILIO DE TRENTO
I de LYÓN (Francia), 1245
CONCILIO DE TRENTO
II de LYÓN (Francia), 1274
CONCILIO DE TRENTO
VIENNE (Francia), 1311
CONCILIO DE TRENTO
CONSTANZA (Alemania), 1414-1418
CONCILIO DE TRENTO
FERRARA-FLORENCIA, 1438-1442
CONCILIO DE TRENTO
V de LETRÁN, 1512-1517
CONCILIO DE TRENTO
TRENTO, 1545-1563
CONCILIO DE TRENTO
VATICANO I, 1869-1870
VATICANO I
VATICANO II, 1962-1965
VATICANO II







Los Concilios Ecuménicos
 
¿Qué es un Concilio Ecuménico? ¿Qué es un Concilio Ecuménico?
Los Concilios Ecuménicos habidos hasta el presente ascienden a veintiuno

Primer Concilio de Nicea. Año 325
I concilio ecuménico. Reunido por el Emperador Constantino durante el pontificado de San Silvestre. Contra el arrianismo

Primer Concilio de Constantinopla. Año 381
II concilio ecuménico. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el Emperador Teodosio el Grande. Contra los macedonianos

Concilio de Éfeso. Año 431
III concilio ecuménico. San Celestino I. Contra el nestorianismo

Concilio de Calcedonia. Año 451
IV concilio ecuménico. León I El Magno. Contra los monofisitas

Segundo Concilio de Constantinopla. Año 553
V concilio ecuménico. Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos

Tercer Concilio de Constantinopla. Años 680-681
VI concilio ecuménico. Papa San Agatón I y Papa San León II. Contra el monotelismo

Segundo Concilio de Nicea. Año 787
VII concilio ecuménico. Papa Adriano I. Contra los iconoclastas

Cuarto Concilio de Constantinopla. Años 869-970
VIII concilio ecuménico. Papa Adriano II. Contra el Cisma del emperador Focio

Primer Concilio de Letrán. Año 1123
IX concilio ecuménico. Papa Calixto II. Contra las investiduras

Segundo Concilio de Letrán. Año 1139
X concilio ecuménico. Papa Inocencio II. Contra los falsos pontífices

Tercer Concilio de Letrán. Año 1179
XI concilio ecuménico. Papa Alejandro III. Contra los albigenses, cátaros y valdenses

Cuarto Concilio de Letrán. Año 1215
XII concilio ecuménico. Papa Inocencio III. Contra los Albigenses y los Valdenses

Primer Concilio de Lyon (en Francia). Año 1245
XIII concilio ecuménico. Papa Inocencio IV. Contra Federico

Segundo Concilio de Lyon. Año 1274
XIV concilio ecuménico. Papa San Gregorio X. De la unión de los griegos

Concilio de Viena (Francia). Año 1311
XV concilio ecuménico. Papa Clemente V. Abolición de los templarios

Concilio de Constanza (Alemania). Años 1414-1418
XVII concilio ecuménico. Papa Gregorio XII. Fin del Cisma Occidental

Concilio de Ferrara - Florencia. Años 1438-1442
XVII concilio ecuménico. Papa Eugenio IV. Unión con los griegos, armenios y jacobitas

Quinto Concilio de Letrán. Años 1512-1517
XVIII concilio ecuménico. Papa Julio II. Acerca de la reforma de la Iglesia

Concilio de Trento. Años 1545-1563
XIX concilio ecumenico. Papa Paulo III. Julio III. Pío IV. Contra los errores del protestantismo y por la disciplina eclesiástica

Concilio Vaticano I. Años 1869-1870
XX concilio ecuménico. Papa Pío IX. Sobre la fe y la Iglesia

Concilio Vaticano II. Años 1962-1965
XXI concilio ecuménico. Fue convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Paulo VI en 1965. Orientaciones ante la situación actual de la Iglesia





LOS CONCILIOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

 













 

Concilios Generales


Definición

Los concilios son asambleas de dignatarios eclesiásticos y expertos teólogos reunidas legalmente con el propósito de discutir y regular materias de la doctrina y disciplina eclesiástica. Los términos concilio o sínodo son sinónimos, aunque en la más antigua literatura cristiana las reuniones ordinarias para el culto también se llaman sínodos, y los sínodos diocesanos no son propiamente concilios porque solo se reúnen para deliberar. Los concilios reunidos ilegalmente son llamados conciliabula, conventicula, y hasta latrocinia, es decir "sínodos ladrones”. Los elementos constituyentes de un concilio eclesiástico son los siguientes:
  • Reunión convocada legalmente,
  • de miembros de la jerarquía,
  • con el propósito de llevar a cabo unas funciones doctrinales y judiciales,
  • por medio de la deliberación en común,
  • que da como resultado regulaciones y decretos investidos con la autoridad de toda la asamblea.
Todos estos elementos resultan del análisis del hecho de que los concilios son una concentración de los poderes gobernantes de la Iglesia para tomar acciones decisivas.
La primera condición es que tal concentración esté conforme con la constitución de la Iglesia: debe ser iniciada por la cabeza de las fuerzas que han de mover y actuar, es decir, por el metropolitano si la acción se limita a una provincia. Los actores mismos son necesariamente los líderes de la Iglesia en su doble capacidad de jueces y maestros, porque el objeto propio de la actividad conciliar es solucionar cuestiones de fe y disciplina. Cuando se reúnen para otros propósitos, ya sea de forma regular o en circunstancias extraordinarias, para deliberar sobre las cuestiones actuales de la administración o sobre una acción concertada en las emergencias, sus reuniones no se llaman concilios sino simplemente reuniones o asambleas de obispos. La deliberación con la discusión libre y la ventilación de los puntos de vista privados, es otra nota esencial en la noción de concilios. Son la mente de la Iglesia en acción, el sensus ecclesiae que toma forma en el molde de la definición dogmática y los decretos de la autoridad. El contraste de las opiniones en conflicto, su enfrentamiento real precede necesariamente al triunfo final de la fe. Por último, en las decisiones del concilio vemos la más alta expresión de la autoridad de la que son capaces sus miembros dentro de la esfera de su jurisdicción, con la fuerza y peso añadidos que resultan de la acción combinada de todo el cuerpo.

Clasificación

Los concilios son por su propia naturaleza un esfuerzo común de la Iglesia, o parte de la Iglesia, para su propia preservación y defensa. Aparecen en su mimo origen, en tiempos de los apóstoles en Jerusalén, y a través de toda su historia siempre que la fe o la moral o la disciplina estaban amenazadas. Aunque su objetivo es siempre el mismo, las circunstancias bajo las que se reúne les dan una gran variedad, que hace necesaria una clasificación. Tomando por base la extensión territorial, se distinguen siete clases de sínodos.
1. Concilios Ecuménicos son aquéllos a los que se convoca a los obispos y otros con derecho al voto de todo el mundo (oikoumene) bajo la presidencia del Papa o sus legados y cuyos decretos, una vez han recibido la confirmación Papal, obligan a todos los cristianos. Un concilio, de convocatoria ecuménica, puede no recibir la aprobación de toda la Iglesia o del Papa, y entonces no estará en el rango de autoridad de los concilios ecuménicos. Tal fue el caso del Concilio Ladrón de Éfeso de 449 (Latrocinium Ephesinum), el Concilio de Pisa en 1409 y en parte los concilios de Constanza y Basilea.
2. El segundo en rango es el de los sínodos generales de Oriente y Occidente, compuestos por una mitad del episcopado. El Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla de 381 fue originalmente solo un sínodo general oriental en el que estaban presentes los cuatro patriarcas orientales (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén), con muchos metropolitanos y obispos. Está entre los ecuménicos porque sus decretos fueron recibidos también en Occidente.
3. El concilio patriarcal, nacional y primacial representa a todo un patriarcado, a toda una nación o a varias provincias sometidas a un primado. Hay frecuentes ejemplos de estos concilios en África latina, donde el metropolitano y los obispos ordinarios solían reunirse bajo el primado de Cartago, y en España bajo el primado de Toledo, y anteriormente en Siria bajo el metropolitano, después patriarca, de Antioquía.
4. El concilio provincial reúne a los obispos sufragáneos del metropolitano de una provincia eclesiástica y a otros dignatarios con derecho a participar.
5. Los sínodos diocesanos constan del clero de la diócesis y son presididos por el obispo o el vicario-general.
6. En Constantinopla se solía reunir un concilio peculiar, en el que participaban los obispos de todo el mundo que estaban en la ciudad imperial en ese momento. De ahí el título de synodoi enoemousai "Sínodo de los visitantes”.
7. Y por último, ha habido sínodos mixtos, en los que tanto los dignatarios civiles como los eclesiásticos se reúnen para solucionar asuntos seculares y eclesiásticos. Fueron frecuentes al principio de la Edad Media en Francia, Alemania, España e Italia. En Inglaterra hasta las abadesas estaban presentes ocasionalmente en esos concilios mixtos. A veces, no siempre, el clero y los laicos votaban en habitaciones separadas.
Aunque está en la naturaleza de los concilios el representar a todo o a parte del organismo de la Iglesia, sin embargo encontramos muchos concilios que consisten simplemente en un número de obispos reunidos, de diferentes países con un propósito determinado, sin tener en cuenta las conexiones territoriales o jerárquicas. Eran muy frecuentes en el siglo IV cuando las circunscripciones metropolitanas y patriarcales eran aun imperfectas y las cuestiones de fe y disciplina muy diversas. No pocos de ellos, convocados por los emperadores o los obispos en oposición a las autoridades legales (como el de Antioquía de 341), fueron positivamente irregulares y produjeron más mal que bien. Esta clase de concilios puede ser comparada a las reuniones de obispos de nuestros tiempos; los decretos que se aprueban en ellos sólo obligan a los que están sometidos a la autoridad de los obispos presentes. Fueron una manifestación importante del sensus ecclesiae (la mente de la Iglesia) más que cuerpos legislativos o judiciales. Pero precisamente en cuanto que expresan la mente de la Iglesia, con frecuencia adquirieron una influencia de largo alcance ya sea por su consistencia interna o por la autoridad de sus forjadores, o ambos.
Hay que hacer notar que los términos concilia plenaria, universalia, o generalia son o solían ser usados indiscriminadamente para todos los sínodos que no se limitaban a una sola provincia; en el Medievo, hasta los concilios provinciales, comparados con los diocesanos, recibían estos nombres. Hasta la Edad Media posterior todos los sínodos Papales a los que eran llamados un cierto número de obispos de diferentes países solían llamarse sínodos plenarios, generales o universales. En tiempos anteriores, antes de la separación de Oriente y Occidente, los concilios a los que enviaban representantes varios patriarcas o exarcas distantes eran descritos absolutamente como “concilios plenarios de la Iglesia universal”.Estos términos los aplicó San Agustín al Concilio de Arles (314), en el que estuvieron presentes sólo obispos occidentales. De la misma manera, el Concilio de Constantinopla (382 d.C.) en una carta al Papa San Dámaso I llama al concilio celebrado en la misma ciudad un año anterior (381) “Concilio ecuménico” es decir, sínodo que representa a la oikoumene, todo el mundo habitado conocido por los griegos y los romanos, porque todos los patriarcas orientales, aunque no los occidentales, tomaron parte en él. El sínodo de 381 no pudo en ese tiempo ser llamado ecuménico en el sentido estricto que se usa ahora, porque carecía de la confirmación formal de la Sede Apostólica. De hecho, los mismos griegos no lo pusieron al mismo nivel del Primer Concilio de Nicea ni del Concilio de Éfeso hasta su confirmación por el Concilio de Calcedonia y los latinos no reconocieron su autoridad hasta el siglo VI.

Esquema histórico de los concilios ecuménicos

El presenta artículo trata principalmente de los asuntos teológicos y canónicos relativos a los concilios que son ecuménicos en el sentido estricto definido arriba. Artículos especiales dan la historia de cada sínodo importante bajo el título de ciudad o la sede en la que se celebró. Pero para dar al lector una base para la discusión de los principios que seguirán, se adjunta una lista de los veintiún concilios ecuménicos con unos breves párrafos sobre cada uno.
Primer Concilio Ecuménico: Primer Concilio de Nicea (325). El concilio de Nicea duró dos meses y doce días. Contó con la asistencia de trescientos dieciocho obispos. Hosio, obispo de Córdoba, asistió como legado del Papa San Silvestre I. El emperador Constantino también estaba presente. A este concilio le debemos el Credo (Symbolum) de Nicea, que definió contra Arrio la verdadera divinidad del Hijo de Dios (homoousion), así como la fijación de la fecha para celebrar la Pascua de Resurrección (contra los cuartodecimanos)
Segundo Concilio Ecuménico: Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla (381). A este concilio, bajo el Papa Dámaso y el emperador Teodosio I, asistieron 150 obispos. Se dirigía contra los macedonios, los cuales impugnaban la divinidad del Espíritu Santo. Añadió al Credo de Nicea las cláusulas que se refieren al Espíritu Santo (qui simul adoratur) y todo lo que sigue hasta el final.
Tercer Concilio Ecuménico: El Concilio de Éfeso (431), con más de doscientos obispos, fue presidido por San Cirilo de Alejandría representando al Papa San Celestino I, definió la verdadera unidad personal de Jesucristo, declaró a María la Madre de Dios (theotokos) contra Nestorio, obispo de Constantinopla y renovó la condena de Pelagio.
Cuarto Concilio Ecuménico: En el Concilio de Calcedonia (451) doscientos cincuenta obispos, bajo el Papa San León I Magno y el emperador Marciano, definió las dos naturalezas (Divina y humana ) en Cristo contra Eutiques, quien fue excomulgado.
Quinto Concilio Ecuménico: El Segundo Concilio Ecuménico de Constantinopla (553), de 615 obispos bajo el Papa Vigilio y el emperador Justiniano I, condenó los errores de Orígenes y ciertos escritos (los Tres Capítulos) de Teodoreto, de Teodoreto, obispo de Mopsuestia y de Ibas, obispo de Edesa. Confirmó los cuatro primeros concilios generales, especialmente el de Calcedonia, cuya autorizad era discutida por algunos herejes.
Sexto Concilio Ecuménico: Al Tercer Concilio Ecuménico de Constantinopla (680-681), bajo el Papa Agatón y el emperador Constantino Pogonato, asistieron los patriarcas de Constantinopla y Antioquía, 174 obispos y el emperador. Puso fin al monotelismo definiendo las dos voluntades en Cristo, la divina y la humana, como dos principios distintos de operación. Anatematizó a Sergio, Pirro, Pablo, Macario y a todos sus seguidores.
Séptimo Concilio Ecuménico: Nicea II (787). El Segundo Concilio de Nicea (787) fue convocado por el emperador Constantino VI y su madre Irene, bajo el Papa Adriano I; presidido por los legados del Papa Adriano; reguló la veneración de imágenes sagradas. Asistieron entre 300 y 367 obispos.
Octavo Concilio Ecuménico: IV (869). El Cuarto Concilio Ecuménico de Constantinopla (869), bajo el Papa Adriano II y el emperador Basilio, contó 102 obispos, 3 legados Papales y 4 patriarcas, arrojó a las llamas las Actas de un concilio irregular (conciliabulum) reunido por Focio contra el Papa San Nicolás I e Ignacio, el patriarca legítimo de Constantinopla. Condenó a Focio, que se había apoderado ilegalmente de la dignidad patriarcal. El cisma de Focio, sin embargo, triunfó en la Iglesia Griega y ya no volvió a celebrarse en Oriente ningún otro concilio general.
Noveno Concilio Ecuménico: El Primer Concilio de Letrán (1123), el primero celebrado en Roma, se reunió bajo el Papa Calixto II. Asistieron alrededor de 900 obispos y abades. Abolió el derecho que reclamaban los príncipes laicos de la investidura con un anillo y báculo de los beneficios eclesiásticos y trató de la disciplina de la Iglesia y de la recuperación de Tierra Santa de manos de los infieles.
Décimo Concilio Ecuménico: El Segundo Concilio de Letrán (1139) se celebró en Roma bajo el Papa Inocencio II, con la asistencia de unos mil prelados y el emperador Conrado. Su objetivo fue poner fin a los errores de Arnoldo de Brescia.
Undécimo Concilio Ecuménico: El Tercer Concilio de Letrán (1179) se efectuó bajo el Papa Alejandro III y el emperador Federico I. Hubo trescientos dos obispos presentes. Condenó a los albigenses y valdenses y emitió numerosos decretos para la reforma de la moral.
Duodécimo Concilio Ecuménico: El Cuarto Concilio de Letrán (1215) se realizó bajo el pontificado del Papa Inocencio III. Estuvieron presentes los patriarcas de Constantinopla y Jerusalén, 71 arzobispos, 412 obispos y 800 abades, el primado de los maronitas y Santo Domingo Guzmán. Emitió un credo ampliado (símbolo) contra los albigenses (Firmiter credimus), condenó los errores trinitarios del abad Joaquín y publicó setenta importantes decretos reformatorios. Es el más importante concilio de la Edad Media y marca el punto culminante de la vida eclesiástica y del poder Papal.
Décimo Tercer Concilio Ecuménico: El Primer Concilio General de Lyons (1245) fue presidido por el Papa Inocencio IV, los patriarcas de Constantinopla, Antioquía y Aquilea (Venecia), 140 obispos, el emperador de oriente Balduino II. Asistió San Luis rey de Francia. Excomulgó y depuso al emperador Federico II y dirigió una nueva cruzada, bajo el mando de San Luis contra los sarracenos y mongoles.
Decimocuarto Concilio Ecuménico: El Segundo Concilio General de Lyons (1274) fue realizado por el Papa Gregorio X, los patriarcas de Constantinopla y Antioquía, 15 cardenales, 500 obispos y más de 1000 otros dignatarios. Logró una reunión temporal de la Iglesia Griega con Roma. Se añadió al símbolo de Constantinopla la palabra Filioque y se intentó encontrar medios para recuperar Palestina de los turcos. Se establecieron reglas para las elecciones Papales.
Decimoquinto Concilio Ecuménico: El Concilio de Viena (1311-1313) fue celebrado en esa ciudad francesa por orden del Papa Clemente V, el primero de los Papas de Aviñón. Asistieron los patriarcas de Alejandría y Antioquía, 300 obispos (114 según algunas autoridades) y 3 reyes---Felipe IV de Francia, Eduardo II de Inglaterra y Jaime II de Aragón. El sínodo trató sobre los crímenes y errores atribuidos a los Caballeros Templarios, los Fraticelli y los Beguines y Beghards, proyectando una nueva cruzada, la reforma del clero y la enseñanza de idiomas orientales en las universidades.
Decimosexto Concilio Ecuménico: El Concilio de Constanza (1414-1418) se celebró durante el Gran Cisma de Occidente con el objeto de terminar con las divisiones dentro de la Iglesia. Solamente se convirtió en legítimo cuando el Papa Gregorio XI lo convocó formalmente, y por ello logró poner fin al cisma eligiendo al Papa Martín V, lo que el Concilio de Pisa (1403) no había logrado conseguir por su ilegalidad. El Papa legítimo confirmó los decretos anteriores del sínodo contra John Wyclif y Jan Hus. Así pues este concilio es ecuménico sólo en sus últimas sesiones (XLII - XLV inclusive) y respecto a los decretos de las sesiones anteriores aprobados por Martín V.
Decimoséptimo Concilio Ecuménico: Basilea-Ferrara-Florencia (1431-1439). El Concilio de Basilea se reunió primero en esa ciudad, siendo bajo el pontificado de Eugenio IV y Segismundo emperador del Sacro Imperio Romano. Su objetivo fue lograr la pacificación religiosa de Bohemia. Surgieron dificultades con el Papa y el concilio se trasladó primero a Ferrara (1438), y después a Florencia (1439), donde se logró una unión breve con la Iglesia Griega, habiendo aceptado los griegos las definiciones de los puntos controvertidos del concilio El Concilio de Basilea es sólo ecuménico hasta el final de la vigésimo quinta sesión y de sus decretos, Eugenio IV aprobó solamente los que trataban de la extirpación de la herejía, la paz en la cristiandad y la reforma de la Iglesia y los que al mismo tiempo no derogaban los derechos de la Santa Sede. ( Ver también Concilio de Florencia.)
Decimoctavo Concilio Ecuménico: (1512-1517). El Quinto Concilio de Letrán (1512–1517), bajo los Papas Julio II y León X, siendo emperador Maximiliano I. Asistieron 15 cardenales y alrededor de 80 arzobispos y obispos. Sus decretos son principalmente disciplinarios. Se planteó también una nueva cruzada contra los turcos, que quedó en nada, debido al cataclismo religioso en Alemania causado por Martín Lutero.
Decimonoveno Concilio Ecuménico: El Concilio de Trento duró 18 años (1545-1563), bajo cinco Papas, Paulo III, Julio III, Marcelo II, Paulo IV y Pío IV, y bajo los emperadores Carlos V y Fernando. Estuvieron presentes 5 cardenales legados de la Santa Sede, 3 patriarcas, 33 arzobispos, 235 obispos, 7 abades, 7 generales de órdenes monásticas y 160 doctores en teología. Se convocó para examinar y condenar los errores promulgados por Lutero y otros reformadores y para reformar la disciplina eclesiástica. Es el concilio de más larga duración, publicó la mayor cantidad de decretos dogmáticos y reformatorios y produjo los resultados más benéficos.
Vigésimo Concilio Ecuménico: El Concilio Vaticano I (1869-1870) fue convocado por el Papa Pío IX. Se reunió el 8 de diciembre de 1869 y duró hasta el 18 de julio de 1870, y no terminó sino que fue interrumpido por la invasión de los Estados Pontificios por las tropas piamontesas. El 20 de octubre el Papa publicó la bula Postquam Dei munere", la cual prorrogaba el concilio indefinidamente. Estaban presentes 49 cardenales, 11 patriarcas, 680 arzobispos y obispos, 28 abades, 29 generales de órdenes religiosas; 803 en total. Además de importantes cánones sobre la fe y la constitución de la Iglesia, el concilio decretó la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra, es decir, cuando como pastor y maestro de todos los cristianos define una doctrina sobre la fe o moral que ha de observar toda la Iglesia.
Vigésimo Primer Concilio Ecuménico: Concilio Vaticano II (1962-1965). (N. del T.). El artículo es de principios del siglo XX., por lo que añado provisionalmente una breve nota sobre este concilio: fue convocado por el Papa Juan XXIII, tuvo cuatro sesiones; la primera la presidió en 1962, Juan XXIII que murió el 3 de junio de 1963. Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, Papa Paulo VI, hasta su clausura en 1965. Ha sido el concilio más representativo de todos; asistieron alrededor de mil padres conciliares de todo el mundo y miembros de otras confesiones cristianas. La finalidad del concilio fue el "aggiornamento" o puesta al día de la Iglesia, renovando lo viejo, revisando el fondo y la forma de su acción, en un diálogo con el mundo moderno. No hubo definiciones dogmáticas.

El Papa y los concilios generales

Las relaciones entre el Papa y los concilios generales deben ser definidas exactamente para llegar a una concepción correcta de las funciones de los concilios en la Iglesia, de sus derechos y deberes y de su autoridad. La frase tradicional “El concilio representa a la Iglesia”, asociada con la noción moderna de asambleas representativas, puede llevar a una percepción errónea de la función de los obispos en los sínodos generales. Los diputados de la nación reciben su poder de sus electores y están obligados a promover o proteger los intereses de los electores; en el estado democrático moderno son creados directamente por y desde el poder propio del pueblo. Por el contrario, los obispos reunidos en concilio no tienen poder, ni comisión o delegación del pueblo. Todo su poder, órdenes, jurisdicción y cualidad de miembro del concilio les llegan de arriba, directamente del Papa y en último término de Dios. Lo que el episcopado en concilio representa es el magisterium instituido divinamente, la enseñanza y poder de gobierno de la Iglesia; los intereses que defiende son los del depositum fidei, de las reglas de fe y moral reveladas, es decir, los intereses de Dios.
El concilio es, pues, el asesor del maestro supremo y juez que se sienta en la Silla de Pedro por nombramiento divino; sus actos son esencialmente cooperación---la acción común de los miembros con la cabeza---y por consiguiente su valor es mayor o menor en la medida de su conexión con el Papa. Un concilio que se oponga al Papa no es representativo de toda la Iglesia, porque ni representa al Papa que se opone a él ni a los obispos ausentes, que no pueden actuar más allá de sus diócesis excepto a través del Papa. Un concilio que actúe independientemente del Vicario de Cristo y que se coloque sobre él en sus juicios, es impensable en la constitución de la Iglesia; de hecho tales asambleas sólo han tenido lugar en tiempos de grandes alteraciones constitucionales, cuando o no había Papa o el Papa legal no se podía distinguir de los antipapas. En tiempos tan anormales la seguridad de la Iglesia se convierte en ley suprema y el primer deber de la grey abandonada es encontrar un nuevo pastor bajo cuya dirección se puedan remediar los males que existen.
En tiempos normales, cuando, según la constitución divina de la Iglesia, el Papa gobierna con la totalidad de su poder, las funciones de los concilios es apoyar y reforzar su gobierno en ocasiones de dificultades extraordinarias que surgen por las herejías, los cismas, disciplina relajada o enemigos exteriores. Los concilios generales no participan en el gobierno normal ordinario de la Iglesia. Este principio se confirma por el hecho de que durante veinte siglos de vida de la Iglesia sólo se han realizado veintiún concilios ecuménicos. Esto está muy bien ilustrado por el completo fracaso del decreto emitido en la trigésimo nona sesión del Concilio de Constanza (entonces sin ninguna cabeza legal) al efecto de que los concilios se debieran reunir frecuentemente y a intervalos regulares, el primero de ellos, convocado en Pavía para el año 1423, no se pudo realizar debido a la de respuestas a las convocatorias. Esto evidencia que los concilios generales no están calificados para emitir independientemente del Papa, cánones dogmáticos o disciplinarios que obliguen a toda la Iglesia. De hecho, los concilios más antiguos, especialmente los de Éfeso (431) y Calcedonia (451) no se convocaron para decidir en las cuestiones de fe aún abiertas sino para dar peso adicional a, y asegurarse la ejecución de, las decisiones papales tomadas anteriormente y consideradas completamente autorizadas. La otra consecuencia del mismo principio es que los obispos reunidos en concilio no son comisionados, como nuestros parlamentarios modernos, para controlar y limitar el poder del gobierno o del soberano, aunque pueden surgir circunstancias en las que sería su deber y derecho revisar con el Papa algunos de sus actos o medidas. Las severas críticas del Sexto Concilio General al Papa Honorio I se pueden citar como ejemplo.

Composición del concilio general

Derecho de participación. El derecho de estar presente y actuar en los concilios generales pertenece en primer lugar y lógicamente a los obispos que ejercen el oficio episcopal en ese momento. En los concilios más antiguos también aparecen chorepiscopi (obispos rurales) que según la mejor opinión ni eran verdaderos obispos ni un orden interpuesto entre sacerdotes obispos y sacerdotes, sino sacerdotes investidos con jurisdicción menor que los obispos pero mayor que la sacerdotal. Eran ordenados por el obispo y encargados de la administración de ciertos distritos de su diócesis. Tenían el poder de conferir órdenes menores y hasta el subdiaconato. Los obispos titulares, es decir, los obispos que no gobernaban una diócesis, tenían los mismos derechos que otros obispos en el Concilio Vaticano I (1869-70), donde 117 de ellos estuvieron presente. Su reclamo descansa en el hecho de que su orden, la consagración episcopal, les da derecho, jure divino, a tomar parte en la administración de la Iglesia, y que el concilio general parece permitir una esfera propia para el ejercicio de ese derecho que la falta de una diócesis propia mantiene en suspenso. Los dignatarios que tiene jurisdicción episcopal o cuasi-episcopal sin ser obispos (tales como los cardenalespresbíteros, cardenales–diáconos, abades nullius, abades mitrados de todas clases de órdenes o congregaciones de monasterios, generales de clérigos regulares, órdenes mendicantes y monásticas) se les permitió votar en el Vaticano I. Su título se basa en la ley canónica positiva: en los primeros concilios no se admitían tales votos, pero desde el siglo VII hasta el final de la Edad Media prevaleció la práctica contraria, y desde entonces se ha convertido en un derecho adquirido. Los sacerdotes y diáconos con frecuencia emiten votos decisivos en nombre de obispos ausentes a los que representan; en el Concilio de Trento, sin embargo, tales procuradores solo fueron admitidos con grandes limitaciones y en el Vaticano I hasta se les excluyó de la sala del concilio.
Además de los miembros votantes, cada concilio admite como consultores a un número de doctores en teología y derecho canónico. En el Concilio de Constanza se le permitió votar a los consultores. Otros clérigos han sido siempre admitidos como notarios. Los laicos pueden y han estado presentes en los concilios por varias razones, pero nunca como votantes. Ellos daban consejos, presentaban quejas, asentían con las decisiones y ocasionalmente también firmaban los decretos. Desde que los emperadores romanos aceptaron el cristianismo, asistieron ya personalmente o por diputados (commissarii). Constantino el Grande estuvo presente en persona en el Primer Concilio General; Teodosio II envío a sus representantes al Tercero y el emperador Marciano envío el suyo al Cuarto, en cuya sexta sesión él mismo y la emperatriz Pulqueria asistieron personalmente. Constantino Pogonato estuvo presente en el Sexto y la emperatriz Irene y su hijo Constantino Porfirogénito enviaron sus representantes el Séptimo, mientras que el emperador Basilio el Macedonio asistió al Octavo, a veces en persona, a veces por sus diputados. Sólo el Segundo y el Quinto concilios generales se celebraron con ausencia del emperador o de emisarios imperiales, pero tanto Teodosio el Grande como Justiniano estaban en Constantinopla mientras los concilios se celebraban y mantuvieron continuos intercambios en ellos. En Occidente era frecuente la asistencia de los reyes, incluso a los sínodos provinciales. El motivo y objeto de la presencia real era proteger a los sínodos, resaltar su autoridad y presentar ante ellos las necesidades de los estados y naciones cristianas particulares.
Esta laudable y legítima cooperación llevó poco a poco a interferir en los derechos papales en los asuntos conciliares. El emperador oriental Miguel reclamó el derecho a convocar concilios hasta sin el consentimiento papal y a tomar parte en ellos personalmente o por sustitutos. Pero el Papa San Nicolás I se resistió a sus pretensiones, señalándole en una carta (865), que sus antecesores imperiales sólo habían estado presentes en los concilios generales que trataban asuntos de fe y de tal hecho sacaba la conclusión que todos los demás sínodos debían celebrarse sin la presencia del emperador o sus comisarios. Unos pocos años después el Octavo Sínodo General (Can. XVII, Hefele, IV, 421) declaró que es falso que no se pudieran celebrar concilios sin la presencia del emperador (los emperadores sólo habían asistido a concilios generales) y que no era derecho del príncipe secular ser testigo de las condenas de los eclesiásticos (en los concilios provinciales). Ya desde el siglo IV los obispos se quejaban mucho de Constantino el Grande por imponer su comisario en el sínodo de Tiro (335). Sin embargo, en Occidente los príncipes seglares estaban presentes en los sínodos nacionales por ejemplo Sisenando, rey de los visigodos de España, estuvo en el Cuarto Concilio de Toledo (636) y el rey Quintiliano en el Quinto (638). Carlomagno asistió al Concilio de Frankfort (794) y dos reyes anglosajones al Sínodo de Whitby (Collatio Pharenes) en 664. Pero paso a paso Roma estableció el principio que ningún comisario real podía estar presente en ningún concilio, excepto en los generales, en los que “la fe, la reforma y la paz” estén cuestionadas.
Número de miembros requerido. No se puede definir estrictamente el número de obispos requeridos para constituir un Concilio Ecuménico, ni en realidad hace falta hacerlo, porque la cualidad de ecuménico depende de la cooperación con la cabeza de la Iglesia y sólo de forma secundaria del número de cooperadores. Es físicamente imposible reunir a todos los obispos del mundo y no hay un estándar que determine el número aproximado, o proporción de prelados necesarios para asegurar que sea ecuménico. Todos deben ser invitados, ninguno excluido; deben estar presente un considerable numero de representantes de las distintas provincias y países; esto puede proponerse como una teoría practicable, pero la iglesia primitiva no se sometió a esta teoría. Como regla general, solo cierto número de patriarcas y sus metropolitanos eran llamados directamente para que se presentasen con un cierto número de sus sufragáneos. En Éfeso y Calcedonia, el tiempo entre la convocatoria y la reunión fue demasiado corto para que los obispos occidentales fueran convocados. Pero como regla, muy pocos obispos occidentales estuvieron presentes en los primeros ocho sínodos generales. Ocasionalmente, por ejemplo, en el Sexto, su ausencia se remedió enviando diputados con la instrucciones precisas a las que se había llegado en un concilio previo celebrado en Occidente. Lo que da a los concilios orientales su carácter ecuménico es la cooperación del Papa como cabeza de la Iglesia universal y especialmente de la occidental. Esta circunstancia, tan relevante en los concilios de Éfeso y Calcedonia aporta la mejor prueba de que, en el sentido de la iglesia, el elemento esencial constituyente de su calidad de ecuménico es menos la proporción de obispos presentes y ausentes, que la conexión orgánica del concilio con la cabeza de la Iglesia.
Liderato Papal como elemento formal de los concilios: Es la acción del Papa lo que hace que el concilio sea ecuménico. Esa acción es el ejercicio de su oficio como supremo maestro y gobernante de la Iglesia. Su necesidad resulta de que ninguna autoridad puede compararse con la de toda la Iglesia excepto la del Papa; sólo él puede obligar a todos los fieles. Su suficiencia es igualmente manifiesta: cuando el Papa ha hablado ex cathedra para hacer suyas las decisiones de cualquier concilio, sin tener en cuenta el numero de miembros, nada más hace falta para convertirlos en obligatorios para toda la Iglesia. La primera vez que se enuncia este principio es en la carta del Concilio de Sárdica (313) al Papa San Julio I y era frecuentemente citada desde principios del siglo V, como el canon (de Nicea) sobre la necesidad de la cooperación papal en todos las actas conciliares más importantes. El historiador eclesiástico Sócrates (Hist. Eccl., II.17) hace decir al Papa Julio en referencia al concilio de Antioquía (341), que la ley de la Iglesia (kanon) prohibe “a las iglesias aprobar leyes contrarias el juicio del obispo de Roma”; y Sozomeno (III, X) asimismo declara “que es una ley sagrada no atribuir ningún valor a cosas hechas sin el juicio del Obispo de Roma.” La carta de Julio citada tanto por Sócrates como por Sozomeno se refiere directamente a una costumbre eclesiástica existente y en particular a un caso específico importante (la deposición de un patriarca), pero el principio subyacente es como se ha dicho.
La cooperación Papal puede ser de distintos grados: para que sea efectiva en distinguir un concilio como universal ha de aceptar la responsabilidad de sus decisiones dándoles una confirmación formal. El Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla (381) en el que el Credo de Nicea recibió su forma actual (la que se usa en la Misa) no reclamaba ser ecuménico. Antes de que el Papa Dámaso y los obispos occidentales hubieran visto las Actas completas habían condenado algunos procedimientos en un sínodo italiano, pero al recibir las Actas, Dámaso, así lo dice Focio, las confirmó. Sin embargo, Focio tiene razón sólo respecto al Credo o símbolo de fe: los cánones de este concilio fueron rechazados también por León Magno y hasta por Gregorio Magno (hacia el 600). Una prueba de que el Concilio de Constantinopla obtuvo la sanción Papal se deduce de la forma en que los legados romanos en el Cuarto Concilio General (Calcedonia, 451) permitieron, sin protestar, las apelaciones a este Credo mientras que al mismo tiempo protestaron enérgicamente contra los cánones del concilio. Y fue debido a la aprobación papal del Credo, en el siglo VI, que los Papas Vigilio, Pelagio II y Gregorio el Grande declararon ecuménico a este concilio, aunque Gregorio aún se negaba a sancionar sus cánones. El Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla presenta, entonces, un ejemplo de un mínimo de la cooperación Papal que imprime a un concilio particular la marca de universalidad. Sin embargo, la cooperación normal requiere de parte de la cabeza de la Iglesia más que un reconocimiento post-factum.
El oficio del Papa y las funciones del concilio en la organización de la Iglesia requieren que el Papa convoque el concilio, lo presida y dirija sus trabajos y finalmente que promulgue sus decretos para la Iglesia Universal como expresión de la mente de todo el cuerpo docente guiado por el Espíritu Santo. Ejemplos de esa natural, normal y perfecta cooperación se dan en los cinco concilios de Letrán, presididos por el Papa en persona; la presencia en persona de la más alta autoridad de la Iglesia, su dirección de las deliberaciones y aprobación de sus decretos dan a los procedimientos conciliares la cualidad de Magisterium Ecclesiae en su forma de mayor autoridad. Los concilios en los que el Papa es representado por legados son en verdad también representativos de todo el cuerpo docente de la iglesia, por la representación no es absoluta o adecuada, no hay concentración real de toda la autoridad. Actúan en el nombre, pero no con todo el poder, de la iglesia docente y sus decretos obligan universalmente sólo a través de un acto anterior o posterior del Papa. La diferencia entre concilios presididos personalmente o por poder se nota en la forma en que los decretos se promulgan: cuando el Papa ha estado presente los decretos se publican en su propio nombre con la fórmula adicional: sacro approbante Concilio; Cuando los legados han presidido los decretos son atribuidos al sínodo mismo (S. Synodus declarat, definit, decernit).

Factores en la cooperación papal con el concilio

Hemos visto que ningún concilio es ecuménico a no ser que el Papa lo haya hecho suyo por cooperación, lo que admite un mínimo y un máximo y por consiguiente varios grados de perfección. Los escritores católicos se hubieran ahorrado muchas dificultades si hubieran basado su apologética sobre el simple y evidente principio del mínimo suficiente de cooperación papal, en vez de tratar de demostrar, por encima de todo, que es necesario el máximo tanto como principio y demostrable en la historia. Los tres factores que constituyen la solidaridad del Papa y del concilio son la convocatoria, la dirección y la confirmación del concilio por el Papa, pero no es esencial que todos y cada uno de estos factores estén presenten en su grado más perfecto.
Convocatoria. La convocatoria jurídica de un concilio implica algo más que una invitación dirigida a todos los obispos del mundo para que se reúnan en un concilio, es decir: el acto por el que legalmente los obispos están obligados a tomar parte en el concilio y el mismo concilio es constituido como tribunal legítimo para tratar de los asuntos de la Iglesia. Lógicamente, por la naturaleza del tema, el derecho a la convocatoria pertenece al Papa sólo. Pero la convocatoria de los primeros ocho concilios generales, en el sentido vago de invitación a reunirse, fue regularmente enviada por los emperadores cristianos, cuyo dominio era coextensivo con la Iglesia, o al menos con la oriental, que se reunía entonces sola. Las cartas imperiales de convocatoria de los concilios de Éfeso (Jean Hardouin I, 1343) y de Calcedonia (Hardouin II, 42) muestran que los emperadores actuaban como protectores de la Iglesia, creyendo que era su deber fomentar por todos los medios a su alcance el bienestar de su cargo. Además no es posible demostrar en cada caso que actuaban por instigación formal del Papa; hasta parece que más de una vez los emperadores no siguieron otra cosa que su propia iniciativa al convocar el concilio y determinar el lugar de reunión. Sin embargo, es evidente que los emperadores cristianos no pueden haber actuado así sin el consentimiento, actual o presunto, del Papa. De otra manera su conducta no hubiera sido ni legal ni sabia. De hecho, ninguno de los ocho concilios ecuménicos orientales, con la excepción quizás, del Quinto, fue convocado por el emperador con la oposición del Papa. Respecto al quinto, la conducta del emperador hizo que se cuestionara la legalidad del concilio, lo cual prueba que la mente de la Iglesia requería el consentimiento papal para que fueran legales. Respecto a la mayoría de estos ocho sínodos, particularmente el de Éfeso, es manifiesto el consentimiento previo del Papa, actual o presunto. Respecto a la convocatoria del de Calcedonia, el emperador Marciano no coincidía con los deseos del Papa León I respecto al tiempo y lugar de la reunión pero no reclamó un derecho absoluto a que se cumpliera su voluntad, ni el Papa reconoció tal derecho. Por el contrario, como explica León I en sus cartas (Epp. LXXXIX, XC, ed. Ballerini), él sólo se sometió a los arreglos imperiales porque no quería interferir con los esfuerzos de buena voluntad de Marciano.
Es aún más evidente que la convocatoria hecha por los emperadores no implicaba por su parte la intención de constituir el concilio jurídicamente, es decir, darle poder como tribunal autorizado para los asuntos de la Iglesia. Tal cosa nunca se ha sugerido. Las expresiones jubere y keleuein, usadas a veces en las frases de la convocatoria, no conllevan necesariamente la noción de una orden estricta a la que no se puede resistir; tiene también el significado de exhortación, inducción, convocatoria. La constitución judicial del concilio solo puede emanar y siempre lo hizo así, de la Sede Apostólica. Puesto que la reunión de los obispos en concilio solía ser causada más por las difíciles condiciones de la Iglesia que por órdenes positivas, el Papa se contentaba con autorizar el concilio y eso lo hacía enviando legados a presidirlos y dirigir los trabajos de los prelados reunidos. El emperador Marciano en su primera carta a León I declara que el éxito del pretendido sínodo dependía de su---la del Papa---autorización León, no Marciano, es a quien se llama después auctor synodi sin ninguna cualificación restrictiva, especialmente en tiempos de la disputa de los “Tres Capítulos”, donde se cuestionó la extensión de la autoridad del sínodo. Por consiguiente, la ley por entonces era la misma que hoy en día respecto a lo esencial.: el Papa es el único que puede convocar concilio como una asamblea con autoridad judicial. La diferencia está en la circunstancia de que el Papa dejó al emperador la ejecución de la convocatoria y la toma de las medidas necesarias para hacer posible la reunión, rodeándolo además con el halo de la dignidad en la Iglesia y el Estado. La parte material, o trabajos, del concilio quedaba así completamente en manos de los emperadores y se esperaba que a veces el Papa fuera inducido---si no forzado---por las circunstancias a hacer que su autorización se acomodara a los deseos y arreglos imperiales.
Después de estudiar los principios será bueno ver como funcionaron en la realidad. El siguiente es un resumen histórico de la convocatoria de los primeros ocho concilios generales:
1. Eusebio (Vita Constantini, III, VI) nos informa que los escritos de convocatoria para el Primer Concilio General fueron emitidos por el emperador Constantino, pero como ninguno nos ha llegado, es dudoso si mencionaban o no consultas previas con el Papa. Sin embargo, es un hecho innegable que el Sexto Concilio General (680) informaba claramente que el Concilio de Nicea había sido convocado por el emperador y el Papa Silvestre (Mansi, Coll. Conc., XI, 661). La misma afirmación aparece en la vida de Silvestre que se encuentra en el "Liber Pontificalis", pero no hay que insistir mucho en esta prueba ya que el concilio mismo, por las circunstancias en las que se celebró, tiene suficiente fuerza para establecer este punto. Pues el Sexto Concilio General se celebró en Constantinopla, en un momento en el que los obispos de la ciudad imperial, la gran mayoría eran griegos, intentaban rivalizar con los de la Vieja Roma; su afirmación está pues completamente libre de toda sospecha de ambición o prejuicio occidentales y hay que aceptarlo como la verdadera presentación de un hecho. Rufino, en su continuación de la Historia de Eusebio (I, 1) dice que el emperador convocó el sínodo ex sacerdotum sententia (por consejo del clero) y es correcto suponer que si consultó a varios prelados no omitiría consultar a la cabeza de todos ellos.
2. El Segundo Concilio General (381) al principio no tenía la intención de ser ecuménico; sólo llego a serlo porque fue aceptado en Occidente, como se ha visto arriba. No fue convocado por el Papa Dámaso como se ha dicho frecuentemente, y la afirmación de que los obispos reunidos afirmaron que se habían reunido como consecuencia de una carta del Papa a Teodosio el Grande es una confusión. El documento aportado como prueba se refiere al sínodo del año siguiente que sí fue reunido por instigación del Papa y el sínodo de Aquilea, pero este no fue un concilio ecuménico.
3. El Tercer Concilio General (Éfeso, 431) fue convocado por el emperador Teodosio II junto con su colega occidental Valentiniano III, lo cual evidencia las actas del concilio. Igualmente evidente es que el Papa San Celestino I dio su consentimiento, pues él le escribió una carta (15 de mayo de 431) a Teodosio diciéndole que no podía estar presente en persona, pero que enviaría a sus representantes. Y en su carta del 8 de mayo al sínodo mismo, insiste en el deber de los obispos presentes de aferrarse a la fe ortodoxa, que espera que accedan a la sentencia que él ya proncunió contra Nestorio y añade que envía a sus legados para ejecutar esa sentencia en Éfeso. Los miembros del concilio reconocieron las directivas y órdenes papales, no sólo el consentimiento Papal, en las palabras de su solemne condena de Nestorio: “Urgidos por los cánones y de acuerdo con la carta de nuestro muy Santo Padre y hermano siervo Celestino, obispo de Roma, hemos formado esta triste sentencia contra Nestorio”. Y expresan el mismo sentimiento donde dicen que “la epístola de la Sede Apostólica (a Cirilo, comunicada al Concilio) ya contiene un juicio y una regla psepho kai typou sobre el caso de Nestorio” y que ellos---los obispos del concilio---han ejecutado esa orden. Todo esto manifiesta la convicción de los obispos de que el Papa era el espíritu que movía y aceleraba el concilio.
4. La forma en que se reunió el Cuarto Concilio General (Calcedonia, 451) está expresada en varios escritos del Papa León I y de los emperadores Teodosio II y Marciano. Inmediatamente después del Concilio Ladrón de Éfeso, León pidió a Teodosio que preparara un concilio compuesto por obispos de todas partes del mundo que se reuniera preferiblemente en Italia. Volvió a hacer la misma petición, que había hecho por primera vez el 13 de octubre de 449, en las siguientes fiestas de Navidad, y convenció al emperador occidental Valentiniano III junto con su emperatriz y su madre, para que lo apoyaran ante la corte bizantina. León renovó su petición de nuevo en julio de 450, añadiendo, sin embargo, que se podía prescindir del concilio si todos los obispos hacían una profesión de fe ortodoxa sin estar reunidos en un concilio. Por entonces murió Teodosio II y le sucedió su hermana Santa Pulqueria y su marido Marciano. Ambos informaron inmediatamente al Papa que estaban dispuestos a reunir el concilio, y Marciano le pedía que constatara por escrito si iba asistir en persona o mediante sus legados, para poder emitir a los obispos orientales los documentos de convocatoria. Sin embargo, por entonces las cosas habían mejorado mucho en la Iglesia Oriental; la mayoría de los obispos que habían tomado parte en el Concilio Latrocino se habían arrepentido de su aberración y firmado, junto con sus colegas ortodoxos, la "Epístola Dogmática" de León a San Flaviano, haciendo con ello menos urgente la necesidad de un concilio. Además, los Hunos estaban invadiendo Occidente, impidiendo que muchos obispos latinos, cuya presencia era muy deseable, pudieran dejar a sus rebaños para aventurarse en un largo viaje hasta Calcedonia Hubo otros motivos que indujeron al Papa a posponer el concilio, es decir, el miedo a que los obispos de Constantinopla aprovecharan la ocasión para mejorar su posición jerárquica, miedo bien justificado por los sucesos posteriores. Pero Marciano ya lo había convocado y León dio sus instrucciones sobre los asuntos a tratarse. Tenía todo el derecho a decir, en una carta a los obispos que habían asistido al concilio que el sínodo había sido reunido "ex praecepto christianorum principum et ex consensu apostolicae sedis" (por orden de los príncipes cristianos y con el consentimiento de la Sede Apostólica). El emperador mismo escribió a León que el concilio había sido efectuado por su autoridad (te auctore), y los obispos de Moesia, en una carta al emperador bizantino León, decían: ”En Calcedonia muchos obispos se reunieron por orden de León, el romano pontífice, que es la verdadera cabeza de los obispos”.
5. El Quinto Concilio General fue planeado por Justiniano I con el consentimiento del Papa Vigilio, pero debido a las pretensiones dogmáticas del emperador, surgió una disputa y el Papa se negó a estar presente, a pesar de ser repetidamente invitado. Su Constitutum del 14 de mayo 553, según el cual no podía anatematizar a Teodoro de Mopsuestia y Teodoreto, llevó a una oposición abierta entre el Papa y el concilio. Al final todo quedó enderezado cuando Vigilio aprobó los decretos sinodales.
6, 7 y 8. Estos tres sínodos fueron todos reunidos por los emperadores con el consentimiento y asistencia de la Sede Apostólica.
Dirección: La dirección o presidencia de los concilios pertenece al Papa por el mismo derecho que su convocatoria y constitución. Si el concilio estuviera dirigido en sus deliberaciones y actos por alguien independiente del Papa que actuara completamente bajo su propia responsabilidad, tal concilio no sería propio del Papa en ningún sentido: el defecto podría sólo subsanarse por un acto formal posterior del Papa aceptando la responsabilidad de sus decisiones. De hecho, los legados Papales presidieron todos los concilios orientales que fueron legalmente constituidos desde el principio. El lector puede lograr una idea más clara de estos procedimientos conciliares con un ejemplo concreto, tomado de la introducción de Hefele a su “Historia de los Concilios”.
El Papa Adriano II envió sus legados al Octavo Concilio Ecuménico (869) con una declaración expresa al emperador Basilio de que ellos debían actuar como presidentes del concilio. Los legados, obispos Donato de Ostia, Esteban de Nepesina y el diácono Marino de Roma, leyeron el rescripto papal al sínodo. No se levantó la más mínima oposición. Sus nombres tomaron la precedencia en todos los protocolos, ellos determinaron la duración de varias sesiones, dieron permiso para dar discursos y leer documentos y para admitir personas, plantearon las preguntas fundamentales etc. En resumen, no se puede disputar su presidencia en las cinco primeras sesiones. Pero en la sexta sesión, el emperador Basilio estaba presente con sus dos hijos, Constantino y León, y, como relatan las Actas, recibió la presidencia. Sin embargo, estas mismas actas distinguen inmediatamente y claramente al emperador y sus hijos del sínodo cuando, después de nombrarlos, continúan: conveniente sancta ac universali synodo (el sínodo santo y universal ahora reunido), disociando así al gobernador civil del propio concilio. Los nombres de los legados papales continúan apareciendo primero entre los miembros del sínodo, y son ellos los que en las sesiones posteriores determinan los asuntos de discusión, suscriben las Actas antes que nadie, expresamente como presidentes del sínodo, mientras que el emperador, para mostrar claramente que no se consideraba presidente a sí mismo, solamente firmaría después de los obispos. Los legados papales le pidieron que pusiera su nombre y el de sus hijos a la cabeza de la lista, pero el se negó resueltamente y sólo consintió en escribir su nombre después de los de los legados papales y otros patriarcas orientales, pero antes que los de los obispos. En consecuencia, el Papa Adriano II, en una carta al emperador, le alaba por no haber asistido al concilio como juez (judex) sino meramente como testigo y protector (conscius et obsecundator).
Los comisarios imperiales presentes en el concilio actuaron aún menos como presidentes que el mismo emperador. Firmaron los informes de varias sesiones sólo después que los representantes de los patriarcas, aunque antes que los obispos; sus nombres no aparecen en las firmas de las actas. Por otra parte, se puede discutir que el patriarca oriental San Ignacio de Constantinopla y los representantes de otros patriarcas orientales participaron de alguna manera en la presidencia: sus nombres son constantemente asociados con los de los legados romanos y claramente distinguidos de los de otros metropolitanos y obispos. Por decirlo de alguna manera, forman con los legados papales una junta de directores, fijan con él el orden de los procedimientos, determinan quien ha de ser oído, firman, como los legados, antes que el emperador y se les menciona en los informes de varias sesiones antes que a los comisarios imperiales. Una vez que concedemos todo esto, todavía permanece el hecho de que los legados papales ocupan el primer lugar, sin ninguna duda, porque siempre se les nombra primero y firman primero y---un detalle de gran importancia---para la firma final utilizan la fórmula: huic sanctae et universali synodo praesidens (que preside este santo y universal concilio), mientras que Ignacio de Constantinopla y los representantes de otros patriarcas no reclaman la presidencia sino que parafrasean su subscripción así: suscipiens et omnibus quae ab ea judicata et scripta sunt concordans et definiens subscripsi (recibiendo este santo y universal sínodo y estando de acuerdo con todo lo que ha juzgado y escrito, y definiendo “he firmado”). Si, por un lado, esta forma de firmar difiere de la del presidente, por el otro, no difiere menos de la de los obispos. Éstos, como el emperador, han utilizado sin excepción la fórmula: suscipiens (synodum) subscripsi (recibiendo el sínodo, firmé) omitiendo el por otra parte acostumbrado definiens, que se usaba para marcar un voto decisivo (votum decisivum).
Hefele da relatos documentales similares de los ocho primeros concilos generales, mostrando que los legados papales siempre los presidieron cuando se dedicaban a sus asuntos propios de decidir cuestiones de fe y disciplina. El derecho exclusivo del Papa en este asunto fue generalmente reconocido. Así el emperador Teodosio II dice, en su edicto dirigido al Concilio de Éfeso, que había enviado al conde Candidiano para representarle, pero que este comisario imperial no debía tomar parte en las disputas dogmáticas puesto “que era ilegal para uno que no pertenece a la lista de los más santos obispos mezclarse en los asuntos eclesiásticos”. El Concilio de Calcedonia reconoció que el Papa León, a través de sus legados, lo presidía como “la cabeza sobre los miembros”. En Nicea, Hosio Vito y Vicencio, como legados papales, firmaron antes que todos los demás miembros del concilio. El derecho de presidir y dirigir implica que el Papa, si decide hacer un uso completo de sus poderes, puede determinar el tema de que ha de tratar el concilio, prescribir las reglas de los debates y en general ordenarlo todo como mejor le parezca. De ahí que no hay ningún decreto conciliar legítimo si se hace bajo protesta---o incluso sin el consentimiento positivo---del Papa o sus legados. El consentimiento único de los legados, si actúan sin una orden especial del Papa, no es suficiente para que los decretos conciliares sean perfectos y operativos; lo que es necesario es el consentimiento del Papa mismo. Por ello ningún decreto se convierte en legítimo o nulo en ley por la presión hecha sobre la asamblea por el Papa que preside, o por los legados papales que actúan bajo sus órdenes. Tal presión y restricción de libertad, que procede de principio natural interno a través del uso del poder legal, no equivale a la coerción externa y no natural y, por consiguiente, no invalida las actas por ejercerlo.
Ejemplos de concilios que trabajaron bajo una alta presión, si se quiere usar esa expresión, sin estropear el resultado, son bastante frecuentes. La mayoría de los primeros concilios se reunieron para ejecutar decisiones del Papa que ya habían sido tomadas, sin dar oportunidad a los padres reunidos a llegar a otra decisión. Fueron obligados a conformarse con el juicio de Roma, con o sin discusión. Si la presión papal iba más allá de los límites de la dignidad del concilio y de la importancia de los asuntos bajo discusión el efecto sería, no la invalidación de los decretos conciliares, sino la paralización de su influencia moral y utilidad práctica. Por otra parte el hecho de que un sínodo actúe bajo la dirección de su cabeza, nombrada por el mismo Dios, es la mejor garantía de su libertad de las dificultades no naturales, como las intrigas hechas de abajo o la coerción de arriba. De la misma manera, la interferencia violenta en la dirección del Papa es el más grueso ataque a la libertad natural del concilio. Así, el Concilio Ladrón de Éfeso (449) aunque se intentaba que fuera general y fue al principio debidamente autorizado por la presencia de los legados papales, fue declarado inválido y nulo por esos mismos legados en Calcedonia en 451, porque el emperador Teodosio II había quitado a los legados papales y dado la dirección del concilio a Dióscoro de Alejandría.
Confirmación: El tercer factor de la necesaria cooperación papal con el concilio es la confirmación de los decretos. El concilio no representa a la Iglesia docente hasta que su cabeza visible ha dado su aprobación, porque sin ella es como un cuerpo descabezado, sin alma, impersonal, incapaz de dar a sus decisiones la fuerza obligatoria de leyes para toda la Iglesia, o la finalidad de sentencias judiciales. Por el contrario, con la aprobación papal los pronunciamientos del concilio representan el más pleno esfuerzo de la Iglesia docente y gobernante, un judicium plenissimum más allá del cual no hay otro poder. Puesto que la confirmación es el toque final de la perfección, el sello de la autoridad, y la misma vida de los decretos conciliares, es necesario que sea un acto personal de la más alta autoridad, porque la más alta autoridad no puede ser delegada. Todo esto por el principio o asunto de derecho. Pero cuando lo vemos en su funcionamiento práctico a lo largo de la historia de los concilios, encontramos gran diversidad en la forma en que se ha aplicado bajo la influencia de las circunstancias variantes.
  • 1. Los concilios que preside el Papa en persona no requieren ninguna otra confirmación formal por su parte, porque sus decisiones incluyen formalmente las suyas propias como el cuerpo incluye el alma. El Concilio Vaticano I (1869-70) ofrece un ejemplo sobre este punto.
  • 2. Los concilios que preside el Papa a través de sus legados no se identifican con él en el mismo grado que en el caso anterior. Constituyen tribunales representativos separados, dependientes, cuyos hallazgos solo se convierten en definitivos por la ratificación de la autoridad por la que obran. Tal es la teoría. Sin embargo, en la práctica la confirmación papal es o debe ser presumida en los siguientes casos:
    • Cuando el concilio se reúne con el expreso propósito de llevar a cabo una decisión papal ya tomada, como fue el caso de la mayoría de los primeros sínodos; o cuando los delegados dan su consentimiento en virtud de una instrucción especial y pública emanada del Papa; en estas circunstancias la ratificación papal preexiste, está implícita en la decisión conciliar y no necesita ser renovada formalmente después del concilio. Sin embargo, puede añadirse ad abundantiam, como por ejemplo, la confirmación del Concilio de Calcedonia por León I.
    • También se puede presumir el necesario consentimiento de la Santa Sede cuando, como en general en el Concilio de Trento, los legados tienen instrucciones personales del Papa sobre cada asunto particular que se plantee para ser decidido, y actúan en consecuencia, es decir, si no permiten que se tomen decisiones a no ser que el consentimiento del Papa haya sido obtenido previamente.
    • Suponiendo un concilio compuesto por la gran parte del episcopado, que concurren libremente en una decisión unánime y así dar un testimonio excepcional de la mente y sentido de toda la Iglesia: el Papa cuyo oficio es proclamar infaliblemente la mente de la Iglesia, estaría obligado por la misma naturaleza de su oficio, a adoptar la decisión del conillo, y por consiguiente su ratificación, confirmación o aprobación se podría presumir, y se podría dispensar la expresión formal. Pero hasta esta aprobación, presunta o expresa, es jurídicamente el factor constituyente de la perfección de la decisión.
  • 3. La ratificación expresa en su debida forma es siempre, cuando no es absolutamente necesaria, al menos deseable y útil en muchos aspectos:
    • Da a los procedimientos conciliares su complemento legal y natural, clave que cierra y corona el arco que le da la fuerza y belleza; y subraya la majestad y significado de la suprema cabeza de la Iglesia.
    • El consentimiento presunto no puede aplicarse sino excepcionalmente con la misma eficacia a todas y cada uno de las decisiones de un concilio importante. Una ratificación papal solemne los pone a todos en el mismo nivel y quita toda posible duda.
    • Por último, la ratificación papal promulga formalmente la sentencia del concilio como artículo de fe para que sea conocido y aceptado por todos los fieles; trae a la luz y a la opinión pública la ecumenicidad intrínseca del concilio; es el criterio natural, oficial, indiscutible y prueba de la perfecta legalidad de los trabajos o conclusiones conciliares. Si tenemos en cuenta los numerosos elementos inquietantes que actúan en y alrededor de un concilio ecuménico, los intereses conflictivos religiosos, políticos científicos y personales que luchan por la supremacía o al menos que intentan asegurarse alguna ventaja, nos damos cuenta fácilmente de la necesidad de la ratificación papal para poner fin a las incesantes triquiñuelas que de otro modo pondrían en peligro el éxito y la eficacia del más alto tribunal de la Iglesia. Hasta los que rehúsan ver en la confirmación papal un auténtico testimonio y sentencia, al declarar infaliblemente la ecumenicidad del concilio y que sus decretos son un hecho dogmático, deben admitir que es un acto sanativo que arregla posibles defectos y carencias; la autoridad ecuménica del Papa es suficiente para impartir validez e infalibilidad a los decretos y que hace suyos al ratificarlos oficialmente. Esto es lo que hizo el Papa Vigilio por el Quinto Sínodo General. La prueba suficiente de la eficacia curativa de la ratificación papal está en la absoluta soberanía del Papa y en la infalibilidad de sus pronunciamientos ex cathedra Y hasta en el caso de que se arguya que la sentencia de un concilio ecuménico es la única sentencia infalible, absoluta y final, hasta en ese caso sería más que nunca necesaria la ratificación papal. Porque en los trabajos de un concilio ecuménico el Papa juega la parte principal y si hubiera alguna deficiencia en su acción, especialmente en el ejercicio de sus propias prerrogativas especiales, las labores del concilio serían en vano. Los fieles dudan en aceptar como guías infalibles de su fe documentos no autentificados por el sello del Pescador, o la Sede Apostólica, que ejerce ostenta la autoridad de San Pedro y de Cristo. León II expresó bellamente estas ideas en su ratificación del Sexto Concilio General: “Porque este gran y universal sínodo ha proclamado completamente la definición de la fe correcta que la Sede Apostólica del apóstol San Pedro, cuyo oficio tenemos nosotros, aunque no estemos a la altura, recibimos reverentemente; por consiguiente, también nosotros y por nuestro oficio esta Sede Apostólica, consentimos y confirmamos, por la autoridad de San Pedro, las cosas que han sido definidas, como finalmente resueltas por el mismo Señor en la sólida roca que es Cristo.”
Ningún suceso en la historia eclesiástica ilustra mejor la necesidad e importancia de la cooperación papal y, en particular, la confirmación, que las controversias que hicieron estragos en el siglo VI sobre los Tres Capítulos. Éstos consistían en la condena de (1) Teodoro de Mopsuestia, su persona y sus escritos; (2) de los escritos de Teodoreto contra Cirilo y el Concilio de Éfeso; (3) de una carta de Ibas a Maris el persa también contra Cirilo y el concilio. Teodoro anticipaba la herejía de Nestorio; Ibas y Teodoreto fueron rehabilitados en Calcedonia, pero sólo después de que dieran explicaciones ortodoxas y mostraran que estaban libres de nestorianismo. Los dos puntos en debate eran: (1) ¿Reconoció el Concilio de Calcedonia la ortodoxia de los citados Tres Capítulos? (2) ¿Cómo, es decir, con qué prueba ha de solucionarse el asunto? Las partes contendientes se pusieron de acuerdo en el principio de la prueba: la aprobación del concilio se mantiene o se cae con la aprobación por parte de los legados papales y del mismo Papa León I. Los defensores de los Capítulos, por ejemplo, Ferrando el Diácono y Facundo de Hermiane, presentaron como su argumento principal (prima et immobilis ratio) el hecho de que León había aprobado. Sus oponentes nunca cuestionaron este principio, pero negaron el alegado hecho, basando su negación en la epístola de León a Máximo de Antioquía en la que se lee: "Si quid sane ab his fratribus quos ad S. Synodum vice mea, praeter id quod ad causam fidei pertinebat gestum fuerit, nullius erit firmitatis" (Si algo que no pertenezca a la causa de la fe ha sido solucionado por los hermanos que envié al concilio en mi lugar, no tendrá fuerza). El punto de doctrina (causa fidei) al que se refiere es la herejía de Eutiques; los Tres Capítulos se refieren a la de Nestorio o mejor aún a ciertas personas y escritos relacionados con ello.
Los obispos del Concilio, reunidos en Constantinopla en 533 con el propósito de poner fin a la controversia de los Tres Capítulos, dirigieron al Papa Vigilio dos confesiones, la primera con el patriarca Menas, la segunda con su sucesor Eutiquio, en las que para establecer su ortodoxia, profesaban que se adherían firmemente a los cuatro sínodos generales tal cual fueron aprobados por la Sede Apostólica y por los Papas. Así se lee en la Confessio de Menas: “Pero también las cartas del Papa León de santa memoria y la constitución de la Sede Apostólica emitida en apoyo de la fe y de autoridad (firmitas) de los antedichos cuatro sínodos, prometemos seguir y observar en todos los puntos y anatematizamos a cualquier hombre que en cualquier ocasión o altercado intente anular nuestras promesas”. Y en la Confessio de Eutiquio: “Suscipimus autem et amplectimur epistolas praesulum Romance Sedis Apostolicae, tam aliorum quam Leonis sanctae memoriae de fide scriptas et de quattuor sanctis conciliis vel de uno eorum" (recibimos y abrazamos las cartas del obispo de la Sede Apostólica romana, y también los de otros, como de León de santa memoria, sobre la fe y los cuatro santos concilios o cualquiera de ellos)

Orden de los trabajos

Ahora requiere nuestra atención la forma en que los concilios realizan sus trabajos. En esto, como en todas las cosas hay un ideal que nunca se lleva a cabo completamente en la práctica.
Los hechos: Se ha mostrado suficientemente en la sección anterior que el Papa, ya en persona o por diputación, dirigía los trabajos de las actividades conciliares. Pero cuando buscamos un orden prefijado o un conjunto de reglas que regulen los procedimientos tenemos que esperar hasta el Concilio Vaticano I para hallar un Ordo concilii ecumenici y un Methodus servanda in prima sessione etc., que sea oficial. En todos los concilios anteriores el manejo de los asuntos se dejaba en manos de los Padres y ellos los ajustaban a los objetivos particulares y a las circunstancias del concilio. El llamado Ordo celebrandi Concilii Tridentini es una compilación posterior al concilio, escrita por el secretario conciliar A. Massarelli; es un informe de lo que se ha hecho y no una regla de lo que debería hacerse. Sin embargo, en los concilios reformadores del siglo XV ya se habían establecido algunas reglas fijas como sustitución del poder directivo ausente del Papa. La sustancia de estas reglas se encuentra en el "Caeremoniale Romanum" de Agustín Patricio (m. 1496). La institución de “congregaciones” data del Concilio de Constanza (1415). En concilios anteriores todas las reuniones de los Padres se llamaban indiscriminadamente sessiones o actiones, pero desde Constanza el término sesión se ha restringido a las reuniones solemnes en las que los votos finales eran emitidos, mientras que las reuniones para consultas o votos provisorios se llaman congregaciones.
La distinción entre congregaciones generales y particulares data igualmente de Constanza, donde, sin embargo, las congregaciones particulares asumieron una forma diferente en espíritu y composición de las de la práctica en los concilios anteriores. Eran simplemente asambleas separadas de las “naciones” (cuatro al principio y después cinco) presentes en el concilio; sus deliberaciones servían para formar votos nacionales que eran presentados en la asamblea general, cuyas decisiones se conformaban a la mayoría de dichos votos. Las congregaciones particulares de los concilios más recientes eran meramente asambleas (comités, comisiones) consultivas reunidas por designación o invitación de los prelados y congregaciones de teólogos, y ambas, en parte para asuntos del dogma y en parte para la disciplina. Las congregaciones de prelados eran o “diputaciones” es decir comités de expertos especialmente elegidos o grupos conciliares, normalmente tres, en los que se dividía el concilio para facilitar la discusión.
El ordo oficial del Vaticano I confirmó la práctica tridentina, dejando, sin embargo, a la iniciativa de los prelados la formación de grupos de un carácter más privado. El voto por “naciones”, peculiar de los concilios reformadores, se ha abandonado a favor de la votación tradicional individual (capita). En el Concilio Vaticano I había siete “Comisiones” de teólogos de todos los países, nombrados un año antes de la inauguración de la asamblea. Su deber consistía en preparar los distintos temas que se iban a presentar al concilio. El objetivo de estas congregaciones está suficientemente descrito por sus títulos: (1) Congregatio cardinalitia directrix; (2) Commissio caeremoniarum, (3) politico-ecclesiastica; (4) pro ecclesiis et missionibus Orientis; (5) pro Regularibus; (6) theologica dogmatica; (7) pro disciplina ecclesiastica (es decir, una directiva general de la congregación de cardenales y varias comisiones para las ceremonias, asuntos político-eclesiásticos, las iglesias y misiones en Oriente, las órdenes regulares, teología dogmática y disciplina eclesiástica).
Basándose en sus trabajos, se elaboraban los schemata (borradores de los decretos) que se iban a discutir en el concilio. Dentro del concilio en sí había siete “diputaciones”: (1) Pro recipiendis et expendendis Patrum propositionibus (nombrada por el Papa para examinar las proposiciones de los Padres); (2) Judices excusationum (jueces de excusas); (3) Judices querelarum et controversiarum (para dirimir las cuestiones de precedencia y otras parecidas); (4) deputatio pro rebus ad fidem pertinentibus (asuntos que conciernen a la fe); (5) deputatio pro rebus disciplinae ecclesiasticae (sobre disciplina eclesiástica); (6) pro rebus ordinum regularium (sobre las órdenes religiosas); (7) pro rebus ritus orientalis et apostolicis missionibus (sobre los ritos orientales y las misiones apostólicas).
Todas estas comisiones, excepto la primera, eran elegidas por el concilio. Las objeciones y correcciones a los schemata propuestos debían someterse por escrito a la diputación responsable que consideraba el asunto y modificaba los schemata si era preciso. Cualquiera que quisiera mejorar el esquema modificado tenía que obtener de los legados permiso para proponer sus modificaciones en un discurso, después de lo cual las debía poner por escrito. Sin embargo, si diez prelados consideraban que el asunto había sido suficientemente debatido, se le denegaba el permiso para hablar. En este momento las correcciones eran recogidas y examinadas por una congregación sinodal, se presentaban de nuevo a la congregación general para ser votada. Los votos para admisión o rechazo eran expresados por los prelados poniéndose de pie o permaneciendo sentados. Después, el schema reformado según esos votos se volvía a someter a la congregación general para ser aprobado o desaprobado in Toto. En caso de que hubiera mayoría de placet se aceptaba en un una última sesión solemne final, después de un voto final de placet o non placet (“agrada” o “no agrada”).
La Teoría: El principio que dirige los trabajos prácticos de un concilio es la perfecta, o mejor posible, realización de sus objetivos, es decir, un juicio final sobre cuestiones de fe y moral, investido con la autoridad y la majestad del cuerpo docente de la Iglesia. Algunos medios son absolutamente necesarios para conseguir esto, mientras que otros son sólo deseables o que añaden perfección al resultado. Trataremos primero de estos últimos, que se pueden llamar los elementos ideales del concilio:
  • 1. La presencia de todos los obispos del mundo es un ideal que no se puede realizar, pero la presencia de una gran mayoría es deseable por muchas razones. Un concilio casi completo tiene la ventaja de ser una representación real de toda la Iglesia, mientras que uno con escasa asistencia sólo lo es en ley, es decir, los pocos miembros presentes legalmente representan a los muchos ausentes, pero sólo representan su poder jurídico, su poder ordinario no es representable. Así, por cada obispo ausente está ausente un auténtico testigo de la fe tal cual existe en su diócesis.
  • 2. Una discusión libre y exhaustiva de todas las objeciones.
  • 3. Una apelación a la creencia universal, si existe, testimoniada por todos los obispos que están en el concilio. Si esto se realiza haría superfluas todas las discusiones ulteriores.
  • 4. Unanimidad en el voto final, el resultado de la fe universal testificada por los Padres o de la convicción a la que se ha llegado en los debates.
Es evidente que estos cuatro elementos del trabajo del concilio contribuyen generalmente a su perfección ideal, pero no es menos evidente que no son esenciales para su sustancia, para su efectividad conciliar. Si fueran necesarios muchos concilios y decretos reconocidos perderían su autoridad intrínseca, porque faltaba una u otra de estas condiciones. No hay un estándar para determinar si el número de obispos asistentes fue suficiente y si los debates fueron exhaustivos, ni las Actas conciliares informan siempre de la unanimidad de las decisiones finales o del modo en que se obtuvo. Si todos y cada uno de esos elementos fueran esenciales para un concilio con autoridad, tal concilio no se habría celebrado, en muchos casos cuando era sin embargo urgentemente requerido por las necesidades de la Iglesia. Los autores que insisten en la perfección ideal de los concilios sólo consiguen minar su autoridad, que quizás es lo que intentan. Su error fundamental es una falsa noción de la naturaleza de los concilios. Conciben la función del concilio como testimonio de, y enseñanza de, la fe generalmente aceptada, mientras que es esencialmente una función jurídica, la acción de los jueces, además de los testigos de la fe. Esto nos lleva a considerar los elementos esenciales de la acción conciliar.
De la noción de que el concilio es un tribunal de jueces se puede inferir:
  • 1. Los obispos al dar su juicio, actúan sólo por su convicción personal de su rectitud; no se requiere un consentimiento previo de todo el episcopado o de todos los fieles. En unidad con su cabeza son un colegio sólido de jueces constituido con autoridad para una acción unida y decisiva, un cuerpo enteramente diferente de un cuerpo de simples testigos
  • 2. Admitido esto, el colegio reunido asume la representación de sus colegas que fueron convocados pero no pudieron acudir, siempre que el número de los que están realmente presentes no sea inadecuado para el asunto que se trata. De ahí que pueda decirse de sus resoluciones que se apoyan en un consenso universal: universali consensu constituta, como reza la fórmula.
  • 3. Más aún, sobre el mismo supuesto, el colegio de jueces está sometido a la regla y obtiene en todas las asambleas constituidas para dar forma a una sentencia judicial o una resolución común, dando la debida atención a las relaciones especiales, en el presente caso, entre la cabeza y los miembros del colegio: el veredicto cooperativo abarca la opinión de la mayoría, incluida la cabeza, y legalmente es el veredicto de toda la asamblea, está communi sensu constitutum (constituido por el consenso común). Un veredicto de mayoría, aunque esté presidido por los legados papales si está desconectado de la acción personal del Papa, se queda corto respecto a un pronunciamiento perfecto y con autoridad de toda la Iglesia y no puede reclamar infalibilidad. Si el veredicto fuera unánime, aun sería imperfecto y falible si no recibiera la aprobación papal. Por lo tanto, el veredicto de la mayoría no endosado por el Papa, no tiene fuerza obligatoria ni en los miembros presentes ni en los ausentes, ni el Papa está obligado de forma alguna a endosarlo. Su único valor es que justifica que el Papa, en caso de que lo apruebe, pueda decir que confirma la decisión de un concilio o da su propia decisión sacro approbante concilio (con el consentimiento del concilio). Esto no lo podría decir su anulara una decisión tomada por la mayoría, incluyendo sus legados, o si diera un voto de calidad entre dos partes iguales. Una decisión conciliar unánime, en cuanto distinta de una decisión por mayoría simple, podría, en ciertas circunstancias ser, de alguna manera, obligatoria para el Papa y forzarle su aprobación, por el poder de obligar no de una autoridad superior sino de la verdad católica que brillaba ante el testimonio de toda la Iglesia. Pero para ejercer tal poder, la decisión del concilio debe ser clara e inequívocamente reflejo de la fe de todos los obispos ausentes y de los fieles.
Para conseguir una noción adecuada de lo que es un concilio en sesión debe ser visto bajo el doble aspecto de juicio y testimonio. En relación a los fieles, la asamblea conciliar es primariamente un juez que pronuncia un veredicto conjuntamente con el Papa, y al mismo tiempo actúa más o menos como testigo en el caso. Su posición es similar a la de San Pablo respecto a los primeros cristianos: quod accepistis a me per multos testes. En relación al Papa, el concilio es sólo una asamblea de auténticos testigos y consejeros competentes suya influencia en la sentencia papal es la de la masa de pruebas que representan o del juicio preparatorio que pronuncian; es la única manera en que un número de jueces pueden influenciarse unos a otros. Tal influencia no disminuye la dignidad ni la eficiencia de ninguno de los jueces; por otra parte nunca se requiere, en concilios o en cualquier otra parte, hacer que su veredicto sea inexpugnable. El Concilio Vaticano I, sin excluir la cuarta sesión en la que se definió la infalibilidad papal, se acerca más que ningún otro anterior a la perfección ideal que acabamos de describir. Estuvo compuesto por el mayor número de obispos, tanto en absoluto como en proporción a la totalidad de obispos de la Iglesia; permitió y ejercitó el derecho de discusión hasta extremos quizás nunca antes vistos; reclamó la tradición general, presente y pasada, que contenía el principio efectivo de la doctrina bajo discusión, es decir, el deber de someterse en obediencia a la Santa Sede y estar de acuerdo con su enseñanza; y por fin dio su definición final con absoluta unanimidad, asegurándose la más amplia mayoría, nueve décimas, para su juicio preparatorio.

Infalibilidad de los concilios generales

Todos los argumentos dirigidos a probar la infalibilidad de la Iglesia se aplican con su mayor fuerza a la autoridad infalible de los concilios generales en unión con el Papa. Porque las decisiones conciliares son el fruto maduro de la vida-energía total de la Iglesia docente animadas y dirigidas por el Espíritu Santo. Ésa era la mente de los apóstoles cuando en el concilio de Jerusalén (Hechos 15,28) pusieron el sello de la suprema autoridad sobre sus decisiones al atribuirlas a la acción conjunta del Espíritu de Dios y la suya propia: Visum est Spiritui sancto et nobis (le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros). Esta fórmula y el dogma que contiene sobresalen brillantemente en el depósito de la fe y ha sido cuidadosamente guardada a través de las muchas tormentas surgidas en los concilios por el juego del elemento humano. Desde los primeros tiempos los que rechazaban las decisiones de los concilios eran rechazados por la Iglesia. El emperador Constantino vio en los decretos de Nicea “un mandamiento divino” y San Atanasio escribió a los obispos de África: “Lo que Dios ha hablado a través del Primer Concilio de Nicea permanecerá para siempre”. San Ambrosio (Ep. XXI) se declara dispuesto a morir por la espada antes que renunciar a los decretos de Nicea y el Papa León el Grande declara expresamente que “los que se resisten a los concilios de Nicea y Calcedonia no pueden ser contados entre los católicos” (Ep. LXXVIII, ad Leonem Augustum). En la misma epístola dice que los decretos de Calcedonia fueron hechos instruente Spiritu Sancto, es decir, bajo la guía del Espíritu Santo. En el “Enchiridion symbolorum et definitionum", de Denzinger (ed. Stahl) bajo el título (índice): “Concilium generale representat ecclesiam universalem, eique absolute obediendum" (Los concilios generales representan a la Iglesia universal y exigen obediencia absoluta), se puede ver cómo esa misma doctrina fue incorporada a muchas profesiones de fe. Los textos de la Escritura en los que se basa esta creencia son, entre otros: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, os enseñará la verdad” (Juan 16,13)” “yo estoy con vosotros (enseñando) todos los días hasta la consumación del mundo” (Mateo 28,20), "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (la Iglesia) (Mateo 16,18)

Infalibilidad papal y conciliar

La infalibilidad papal y conciliar están relacionadas pero no son idénticas. Los decretos de un concilio aprobados por el Papa son infalibles por razón de esa aprobación, porque el Papa es infalible también extra concilium, sin el apoyo de un concilio. La infalibilidad propia del Papa no es, sin embargo, el único fundamento adecuado de la infalibilidad del concilio. La constitución divina de la Iglesia y las promesas de asistencia divina hechas por su Fundador, garantizan su inerrancia en los asuntos relativos a la fe y la moral, independientemente de la infalibilidad papal: un Papa falible que apoya a y es apoyado por un concilio, pronunciaría decisiones infalibles. Esto explica el hecho de que, antes del decreto del Vaticano I sobre los juicios ex cátedra del supremo pontífice, se consideraba que los concilios ecuménicos eran infalibles hasta para los que negaban la infalibilidad papal; también explica las concesiones que se hicieron a los oponentes del privilegio papal que no está necesariamente implícito en la infalibilidad de los concilios y las afirmaciones de que se puede probar separada e independientemente por sus propios méritos. La infalibilidad del concilio es intrínseca, es decir nace de su propia naturaleza. Cristo prometió estar en medio de dos o tres de sus discípulos reunidos en su nombre; ahora bien, un concilio ecuménico, de hecho o de ley, es una reunión de todos los colaboradores de Cristo para la salvación del hombre a través de la verdadera fe y una conducta santa. Por lo tanto, Él está en medio de ellos, cumpliendo sus promesas y llevándoles a la verdad por la que están luchando. Su presencia, al consolidar la unidad de la asamblea en un cuerpo, su propio cuerpo místico, le da la necesaria plenitud y compensa cualquier defecto posible que surja de la ausencia física de un cierto número de obispos. La misma presencia refuerza la acción del Papa, de manera que, como portavoz del concilio, pueda decir en verdad “le ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros” y por ello puede y de hecho pone el sello de infalibilidad en el decreto conciliar presciendiendo de su infalibilidad personal.
De estos principios se derivan algunas consecuencias importantes. Los decretos conciliares aprobados por el Papa tienen una doble garantía de infalibilidad: la suya propia y la del Papa infalible. La dignidad del concilio no queda disminuida sino aumentada por la definición de la infalibilidad papal y esa definición no implica una “demostración circular” por la que el concilio haría al Papa infalible y el Papa al concilio. Hay que tener en cuenta que el concilio sin el Papa no tiene garantía de infalibilidad y por consiguiente la infalibilidad papal y la conciliar no son dos unidades separadas que se pueden sumar, sino una sola con excelencia sencilla o doble. Una afirmación infalible de verdad divina es la voz de Cristo hablando por la boca de la cabeza visible de su cuerpo místico o al unísono, a coro, con todos sus miembros. La voz unida de toda la Iglesia tiene una solemnidad, grandeza y efectividad, un peso externo y circunstancial que falta en una simple definición ex cátedra. Se adentra en las mentes y los corazones de los fieles con fuerza casi irresistible, porque en la armonía universal, cada creyente individual oye su propia voz, es arrastrado por su poderoso ritmo y movido como por un encantamiento divino para que siga a los líderes. Y los obispos que han contribuido personalmente a la definición tienen de hecho el incentivo de publicarlos y hacerlos cumplir en su diócesis. De hecho, el concilio mismo es donde comienza la aplicación en la práctica. Solo por esta razón, la celebración de la mayoría de los concilios orientales fue una necesidad moral; la gran distancia entre Oriente y Occidente, las dificultades de las comunicaciones, la frecuente e intensa oposición a la vieja Roma hacía que la promulgación inmediata de las definiciones fuera más que deseable. No se podía descuidar nada que ayudara a que fueran efectivas, en el centro de las herejías.
Estas consideraciones explican más claramente la gran estima que las definiciones conciliares han tenido siempre en la Iglesia, y por la gran autoridad que disfrutaban universalmente sin detrimento o disminución de la autoridad de la Sede Apostólica. Desde antiguo ha sido una costumbre colocar una junto a otra, en la regla de fe, la autoridad de los concilios y la de los Papas como sustancialmente la misma. Así leemos la fórmula, o profesión de fe impuesta por el Papa Hormisdas (514-23) sobre los obispos orientales implicados en el cisma de Acacio: “El primer (paso hacia la) salvación es mantener la regla de la fe ortodoxa (rectae) sin desviarse de manera alguna de las constituciones de los Padres (es decir, concilios): Pero las palabras de Nuestro Señor a San Pedro (Tú eres Pedro …) no se pueden pasar por alto, porque lo que Él dijo ha sido verificado por los hechos, puesto que en la Sede Apostólica la religión católica ha sido siempre preservada sin mancha. No deseando de manera alguna separarnos de esa esperanza y fe y siguiendo la constitución de los Padres, anatematizamos todas las herejías, especialmente al hereje Nestorio, en su tiempo obispo de Constantinopla, que fue condenado por el Concilio de Éfeso por el bendito Celestino, Papa de Roma y por Cirilo, obispo de Alejandría. Declaramos y aprobamos todas las cartas de León, Papa, que escribió sobre la religión cristiana, como hemos dicho antes, siguiendo en todo a la Sede Apostólica y profesando [praedicantes] todas sus constituciones. Y por consiguiente espero estar contigo (el Papa) en la comunión que profesa la Sede Apostólica en la que se basa completamente la completa, veraz y pacífica solidez de la religión cristiana…” Hay que notar que en esta fórmula la infalibilidad de la Sede Apostólica es el centro del que irradia la infalibilidad de los concilios.

Asunto-materia de la Infalibilidad

El tema de la infalibilidad, o suprema autoridad judicial, se halla en las definiciones y decretos de los concilios y sólo en ellos, con exclusión de las razones teológicas, científicas o históricas sobre las que se basan. Estas representan demasiado del elemento humano, o mentalidades transitorias, de los intereses personales para reclamar la promesa de infalibilidad hecha a la iglesia como un todo; es el sentido de la iglesia que no cambia el que es infalible, no el sentido de los eclesiásticos individuales de cualquier edad o excelencia, y ese sentido solo halla expresión en las conclusiones del concilio aprobadas por el Papa. Las decisiones que se refieren al dogma fueron llamadas en Oriente diatyposeis (constituciones, estatutos); los que se referían a la disciplina se llamaron kanones (cánones, reglas), con frecuencia añadiendo tes eutaxias (de disciplina, de buen orden). Las expresiones thesmoi y horoi se aplican a ambas, y la fórmula corta de condena se llamó anathematismoi (anatema).
En Occidente no se observó una distinción cuidadosa de los términos: cánones y decretos significan ambos decisiones dogmáticas y disciplinarias. El Concilio de Trento llamó a sus edictos sobre disciplina decreta de reformatione; y llamó decreta a sus definiciones dogmáticas, sin calificativo, en los que se afirman los puntos de fe que se discutían, y cánones cuando, imitando a los antiguos anatemas, imponían un anatema sobre aquellos que se negaban a asentir a las definiciones propuestas. Una opinión demasiado absurda para intentar refutarla pretende que sólo estos últimos cánones (con el anatema adjunto) contengan el juicio perentorio del concilio que exige sumisión incuestionable. También es igualmente absurda la opinión, a veces manifestada irresponsablemente, de que los capita tridentinos no son más que explicaciones de los cánones y no definiciones propiamente dichas; el mismo concilio, al principio y fin de cada capítulo, declara que contienen la regla de fe. Así, la Sesión XIII comienza: El Santo Sínodo prohíbe a todos los fieles en el fututo creer, enseñar o predicar sobre la Eucaristía de forma distinta a la que se explica y define en el presente decreto”, y termina: “Como, sin embargo, no es suficiente hablar la verdad sin descubrir y refutar el error, ha complacido al santo sínodo adjuntar los siguientes cánones, de manera que todos, conociendo ahora la doctrina católica, sepan también de cuáles herejías han de estar alertas y evitar”. Las mismas afirmaciones se aplican a los capítulos del Concilio Vaticano I en sus dos constituciones, como parece por las palabras finales del proemium de la primera constitución y por las frases iniciales de la mayoría de los capítulos. Todo lo que se puede conceder es que los capítulos de ambos concilios contienen la doctrina católica, es decir, proposiciones de fe definidas como tales.

Promulgación

La promulgación de los decretos conciliares es necesaria porque son leyes y ninguna ley tiene fuerza hasta que es conocida por aquéllos a los que va a obligar. Los decretos se promulgan normalmente en nombre del concilio mismo; en casos en que el Papa preside en persona, también han sido publicados en forma de decretos papales con la fórmula: sacra universali synodo approbante. Esto se hizo por primera vez en el Tercer Concilio de Letrán, después en el Cuarto y en el Quinto lateranenses y también parcialmente en el Concilio de Constanza.

¿Está el concilio sobre el Papa?

Los concilios de Constanza y Basilea afirmaron con gran énfasis que un concilio ecuménico es superior en autoridad al Papa y los teólogos franceses han adoptado esa proposición como una de las famosas “libertades galicanas”. Otros teólogos afirmaron, y aún lo hacen, que el Papa está sobre cualquier concilio general. Los principales exponentes de la doctrina galicana son: Louis-Ellies Dupin (1657-1719), profesor de la Sorbona de París ("Dissertatio de concilii generalis supra Romanum Pontificem auctoritate", en su libro sobre la antigua disciplina eclesiástica, "De antiqua Ecclesiae disciplina dissertationes historicae"); y Natalis Alexander, 0.P. (1639-1724), en el volumen noveno de su gran "Historia Ecclesiastica" (Diss. IV ad saeculum XV). En el otro bando Lucius Ferraris (Bibliotheca Canonica, s.v. Concilium) y Roncaglia, editor y corrector de la obra de historia de Natalis Alexander, defienden la superioridad papal. Hefele, después de sopesar cuidadosamente muchos argumentos de los galicanos (por ejemplo, que el Papa Martín V aprobó las declaraciones del Concilio de Constanza y el Papa Eugenio IV la declaración idéntica del Concilio de Basilea, que afirman la superioridad del concilio ecuménico sobre el Papa) concluyó que ambos Papas, en aras de la paz, aprobaron el concilio en términos generales que podía implicar una aprobación del punto en cuestión, pero que ni Martín ni Eugenio tuvieron nunca intención de reconocer la superioridad de un concilio sobre el Papa (ver Hefele, Conciliengeschichte, I, 50-54).
Los principios expuestos hasta aquí proporcionan una solución completa a la controversia. Los concilios generales representan a la Iglesia; el Papa, por consiguiente está con ellos en la misma relación que está con respecto a la Iglesia. Pero esa relación no es una ni de superioridad ni de inferioridad, sino de cohesión intrínseca: el Papa no está sobre ni bajo la Iglesia, sino en el centro, como en un círculo, como el intelecto y la voluntad están en el alma. Aceptando la doctrina de la Escritura según la cual la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo, del cual el Papa es la cabeza visible, enseguida vemos que el concilio, sin el Papa no es sino un tronco sin vida, un “parlamento de cola”, sin importar cuán bien asistido esté.

¿Puede un concilio deponer al Papa?

Esta es una cuestión legítima, porque en la historia de la Iglesia se han dado circunstancias en las que varios pretendientes luchan por la autoridad papal y se reunieron concilios para eliminar a algunos de ellos. Los concilios de Constanza y Basilea y los teólogos galicanos, mantienen que el concilio puede deponer a un Papa sobre las siguientes bases:
  • ob mores (por su conducta o comportamiento, es decir , resistencia al sínodo).
  • ob fidem (por su fe o mejor falta de fe, es decir, herejía).
Sin embargo, de hecho la herejía es la única razón legítima, ya que un Papa hereje ha dejado de ser miembro de la Iglesia y, por consiguiente, no puede ser su cabeza. Un Papa pecador, por otra arte, permanece como miembro de la Iglesia (visible) y ha de ser tratado como un gobernante pecador e injusto por el que hemos de orar, pero al que no podemos retirar nuestra obediencia.
Pero el asunto asume otro aspecto cuando varios pretendientes tratan de ser los ocupantes legales de la Sede Apostólica y el derecho de cada uno es dudoso. En tal caso, el concilio, según Belarmino (Disputationes, II XIX, de Conciliis) tiene el derecho de examinar las distintas reclamaciones y deponer al pretendiente cuyas reclamaciones son infundadas. Esto se hizo en el Concilio de Constanza, pero durante este proceso de examen el sínodo no es aún ecuménico; sólo llega a serlo en el momento en que el Papa legítimo aprueba sus procedimientos. Es evidente que esto no es un ejemplo de un Papa legítimo depuesto por un concilio legítimo, sino simplemente la remoción de un pretendiente por aquéllos a los que trata de imponer su voluntad.
Ni siquiera Juan XXIII pudo haber sido depuesto en Constanza si su elección no hubiera sido dudosa y él mimo sospechoso de herejía. Juan XXIII, más aún, abdicó y por su abdicación hizo que su deposición de la sede apostólica fuera legal. En todas las controversias y quejas sobre Roma la regla impuesta por el Octavo Concilio General no debe perderse de vista: “si un Sínodo universal se reúne y surge alguna ambigüedad o controversia sobre la Santa Iglesia de los romanos, la cuestión deberá ser examinada y solucionada con la debida reverencia y veneración y en un espíritu de mutua ayuda; no deberá pronunciarse audazmente sentencia alguna contra el supremo pontífice de la más antigua Roma” (can. XXI. Hefele, IV, 421-22).

Bibliografía: SCHEEBEN escribió amplia e ilustradamente en defensa del Concilio Vaticano I; su artículo en el Kirchenlexicon, escrito en 1883, contiene la esencia de sus escritos previos, mientras que la Historia de los Concilios de HEFELE es la obra estándar sobre el tema. Para un estudio más profundo de los concilios es indispensable una buena colección de las Acta Conciliorum. La primera impresa fue la muy imperfecta de MERLIN (París, 1523). Una segunda y más rica colección, por el belga franciscano PETER CRABBE, apareció en 1538 en Colonia, en 3 volúmenes. Ediciones más completas fueron publicadas con el tiempo en: SURIO (Colonia, 1567, 5. vols.); BOLANO (Venecia, 1585, 5 vols.); BINIO (Colonia, 1606), con notas históricas y explicativas de Baronio---reimpresas en 1618, y en París en 1636, en 9 volúmenes; la colección romana de concilios generales con texto griego recopilada por los jesuitas SIRMOND (1608 -- 1612), en 4 volúmenes, cada concilio está precedido por una historia corta. Por consejo de Belarmino, Sirmond omitió las Actas del Sínodo de Basilea. Esta colección romana es la base de todas las siguientes. La primera de todas es la Collectio Regia de París, in 37 volúmenes (1644). Luego viene las más completa aún colección de los jesuitas LABBE y COSSART (París, 1674), en 17 folio volúmenes, a la cual BALUZE añadió un volumen suplementario (París, 1683 y 1707). La mayoría de los autores franceses citan a LABBE-BALUZE. Otra colección aun mejor es la del jesuita HARDOUIN; es la más perfecta y útil de todas. MANSI, luego arzobispo de Lucca, su ciudad natal, con la ayuda de muchos estudiosos italianos, sacó una nueva colección de 31 volúmenes, la cual, si se hubiese terminado, habría sobrepasado en mérito a todas las precedentes. Desafortunadamente sólo llega hasta el siglo XV, y al estar sin terminar, no tiene índice. Para llenar esta brecha, WELTER, un publicista de París, se encargó (1900) de la nueva colección propuesta (1870) por V. Palme. A los facsimiles reimpresos de los 31 volúmenes de MANSI (Florencia, Venecia, 1757-1797) añadió 19 volúmenes suplementarios, proveyendo los índices necesarios, etc. La Acta et Decreta sacrorum conciliorum recentiorum Collectio Lacensis (Friburgo im Br.,1870-90), publicada por el jesuita Maria-Laach, se extiende desde 1682 a 1869. Una traducción al inglés de la obra estándar Historia de los Concilios Cristianos de HEFELE, por W. R. CLARK, fue comenzada en 1871 (Edimburgo y Londres); una traducción al francés por los benedictinos de Farnborough está también en curso de publicación (París, 1907). Entre los más recientes autores que tratan sobre los concilios están WERNZ, Jus Decretalium (Roma, 1899), I, II; OJETTI, Synopsis rerum moralium et juris canonici, s.v. Concilium.

 

¿INFALIBILIDAD?  

En la Iglesia Romana, se empezó a aseverar la infalibilidad de la iglesia en su conjunto, habiendo dado a luz esta doctrina en el año 1070 d.C. Luego se dijo que eran infalibles los concilios, como órganos de la iglesia. Más tarde, se sostuvo que la infalibilidad residía en los concilios, unidos al Papa, o sea, confirmados por él. Y en nuestros días termina con decir que infalibilidad reside solamente en el Papa. Este es el dogma más reciente de la Iglesia Romana, el que fue votado por mayoría en el Concilio Vaticano, 13 de julio de 1870. Ahora bien, esto es absurdo y anticristiano.
El Papa, pues, fue declarado infalible desde el día 13 de julio de 1870, no por la autoridad suprema de Dios o de las Santas Escrituras, sino por la débil voz de un concilio reunido en la ciudad de Roma.
El Papa se hizo proclamar igual a Dios , desde que la infalibilidad es atributo de Dios solamente , y pretender que  un hombre lo sea es la blasfemia más atrevida que pueda imaginarse. Pero, estaba previsto en las profecías bíblicas, que el anticristo debía “hacerse igual a Dios” ( 1 Tesalonicenses 2:4 ), y así la proclamación de la infalibilidad del Papa ha sido el cumplimiento más evidente de uno de los caracteres delineados en la profecía.
Para demostrar que todos los hombres son falibles y que Pedro, el apóstol, de quien dice la Iglesia Romana que fue el primer Papa, fue falible, citamos los textos siguientes:
-“Cuando hubieron cantado el himno, salieron al monde de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: Todos os escandalizaréis de mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y las ovejas serán dispersadas. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se escandalicen, yo no. Y le dijo Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas él con mayor insistencia decía: Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo” ( Marcos 14:26-27 , 29-31). Pero, cuando Jesús fue arrestado aquella noche todos aquellos que le habían prometido que si fuera necesario se iban con él a la cárcel y aun su propia vida darían por él, le negaron ( Lucas 22:33 ). ¿Fueron falibles? Sí. Le dejaron solo; todos ellos huyeron ( Marcos 14:50-52 . “Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin.”
-“Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se le acercó una criada, diciendo: Tú también estabas con Jesús el galileo . Mas él negó ante todos, diciendo: No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta, le vio otra vez, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno . Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aún tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir , y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera lloró amargamente” ( Mateo 26:58 , 69-75).
Cristo jamás prometió a su iglesia la infalibilidad. Pedro mismo cayó aun después que fue restaurado, en materia religiosa , y tuvo que soportar la reprensión de Pablo ( Gálatas 2:11-17 ).
Muchos grandes doctores de la Iglesia Romana en todas las épocas han negado la infalibilidad papal. Y los concilios de Constanza y de Basilea se colocaron con toda franqueza por encima del Papa. En el Concilio Vaticano mismo, no pocos obispos se declararon contrarios a aquel dogma.
Pero, la misma historia nos dice que más de una vez los mismos Papas cayeron en la herejía y se han contradicho a menudo sobre cuestiones de fe y de moral. Por consiguiente, es absurdo decir que son infalibles.
-Inocencio I y Gelacio I declararon tan necesario que los niños recibieran la comunión, que sin ella irían al infierno. Sin embargo, el Concilio de Trento anatematizó aquella doctrina.
-El Papa Gelacio declaró necesario que el bautismo se hiciera en nombre de la Trinidad. El Papa Nicolás I (858 – 867 d.C.) aseguró a los búlgaros que era suficiente hacerlo en el nombre de Cristo solamente.
-Los Papas en general han declarado el matrimonio indisoluble, aun cuando fuese contraído con una esclava. En cambio, el Papa Esteban II (752 d.C.) enseño que el matrimonio con una esclava podía disolverse.
-Celestino I declaró nulo el matrimonio si uno de los cónyuges se volvía hereje. Inocencio III (1198 – 1216 d.C.) anuló esta decisión, y Adriano IV (1154 – 1159) llamó hereje a Celestino por lo que decretó.
-El Papa Gregorio I declara que aquel que se hace obispo universal, o pretende serlo, es precursor del anticristo. Pero, su sucesor, Bonifacio III (607 d.c .) se hace dar aquel título por el emperador Focas.
-Pascual II (1099 – 1118) y Eugenio III (1145 – 1153) autorizan el duelo, mientras Julio III (1550 – 1555) y Pío IV (1559 – 1565) lo prohíben.
“El Papa Alejandro VI (Borja), nacido en Játiva (España) en el 1431, Papa de 1492 a 1503. Político eminente, hizo una guerra despiadada a los grandes señores italianos; pero su vida privada, su duplicidad y su nepotismo, correspondían más bien a un príncipe del Renacimiento que a un verdadero Papa” (Diccionario Larousse Universal, Tomo I).
Aquí tenéis a vuestros infalibles, ¡ que se declaran falibles !
Estas declaraciones deben ser más que suficientes para convencer a todos los papistas que acepten la verdad que solo Dios es infalible


Concilio ecuménico

Un concilio ecuménico es una reunión donde los obispos, junto con otros con la autoridad para votar, son convocados de todas partes del mundo (oikoumene, o mundo habitado) bajo la presidencia del papa o sus delegados, y cuyos decretos, despues de recibir la confirmación papal, aplican a todos los cristianos.
Un concilio como tal es una asamblea convenida de dignatarios eclesiásticos y teólogos con el propósito de discutir y regular asuntos relacionados a la doctrina y la disciplina de la Iglesia. Sus elementos son:
  • una reunión legalmente convenida
  • de los miembros de la jerarquía,
  • con el propósito de llevar a cabo sus funciones judiciales y doctrinales,
  • mediante la delibración en comunidad
  • resultando en regulaciones y decretos que tienen la autoridad de toda la asamblea.
Los concilios se clasifican por su extensión territorial; así, por aplicar al mundo entero, los concilios ecuménicos son los de mayor rango. Son nombrados dependiendo de la ciudad donde sesionaron los obispos, asi por ejemplo, el Concilio de Nicea se realizó en la residencia vacacional de Constantino I, Nicea; y los dos Últimos Concilios (Vaticano I y II) en la Ciudad del Vaticano.
Se les llama "ecuménicos" por abarcar a toda la Cristiandad, incluso a la no católica, en algunos de los concilios, se ha invitado como observadores a representante de otras confesiones religiosas, algunas veces llamándolos a someterse a la autoridad de la Iglesia y exhortando a la unidad.
Por lo general, los concilios con convocados cuando en la Iglesia surgen distintas corrientes doctrinales que no son las de la Iglesia y que causan confusión entre los fieles ya que muchas veces son promovidas por sacerdotes e incluso, obispos. Entonces bajo la autoridad pontificia se confirma la posición de la Iglesia ante tal doctrina, reafirmando la verdadera y anatemizando (prohibiendo y vetando) la falsa doctrina. Estas verdades que reciben confirmación definitiva se conocen con el nombre de dogmas y los concilios que las definieron formalmente reciben la calidad de "dogmáticos" el único concilio que no trató de asuntos dogmáticos ha sido el Concilio Vaticano II, que trató más bien de asuntos pastorales.
Se sabe que el primer concilio ecuménico fue el de Nicea en el año 325, pero técnicamente, el primero de todos fue convocado por los Apóstoles, en Jerusalen, lo cual es relatado en Hechos cap. 15: Los Apóstoles y presbíteros saludan a los hermanos de otras razas de Antioquia, Siria y Cilicia. Nos enteramos que algunos de los nuestros los han inquietado con sus palabras, turbando sus ánimos. No les habíamos dado ningún mandato. Pero ahora, después de convocar a la asamblea, decidimos en forma unánime enviar algunos hasta ustedes, junto con los queridos hermanos Bernabé y Pablo, quienes han consagrado sus vidas al servicio de nuestro Señor Jesucristo. Así, pues, les mandamos a Judas y Silas, que les dirán lo mismo personalmente. Fue el parecer del Espíritu Santo, y el nuestro, no imponerles ninguna carga más que estas cosas necesarias: que no coman carnes sacrificadas a los ídolos y que se abstengan de todo lo que no quieren otros hagan con ustedes. Observen esta norma dejándose guiar por el Espíritu Santo. Adiós (He 15,23-29) (Biblia latinoamericana)


Resumen de concilios ecuménicos


Concilios Griegos

Desde el primer concilio en Nicea en el año 325 se han celebrado 21 Concilios Ecuménicos, siendo el último el Concilio Vaticano II que concluyó en 1965. Todos han sido de gran importancia en la historia de la Iglesia Católica, respondiendo a necesidades urgentes de orden dogmático, moral o pastoral.
A continuación se presentan reseñas de los diferentes concilios. Aquellos con importancia para la música son expandidos en sus artículos correspondientes.

Nicea I

Del 20 de mayo al 25 de julio de 325, en tiempos del Papa San Silvestre I. Fué convocado con autoridad del Papa por el emperador romano Constantino I, y presidido por el Obispo Osio de Córdoba, que actuó en representación del emperador. El Papa mandó en su representación a dos sacerdotes: Víctor y Vicentius.
Este concilio condenó la herejía de Arrio que negaba la divinidad de Jesucristo y su consustancialidad con el Padre. También se formuló la primera parte del Símbolo de Fe, conocido como el Credo Niceno, definiendo la divinidad del Hijo de Dios.

Constantinopla I

En el año 381, en tiempos del Papa San Dámaso. Fué convocado por el emperador romano Teodosio I, y presidido sucesivamente por el Patriarca de Alejandría Timoteo, el Patriarca de Antioquía Melecio, el Patriarca de Constantinopla Gregorio Nacianceno y su sucesor el Patriarca de Constantinopla Nectario. El Papa no envió representación.
Se ocupó de herejías de los macedonios, eunomianos o anomeos. Perfeccionó el símbolo Niceno, conocido como el Credo niceno-constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo.

Éfeso

Del 22 de junio al 17 de julio de 431, en tiempos del Papa San Celestino I. Convocado por el emperador romano de oriente Teodosio II y presidido por el patriarca Cirilo de Alejandría . El concilio denunció las enseñanzas de Nestorio como erróneas y decretó que Jesús era una persona y no dos separadas personas. El Papa mandó como legados a los obispos Felipe, Arcadio y Proyecto.
Proclamó a Jesús Cristo como la Palabra de Dios Encarnada y a María como la Madre de Dios.

Calcedonia

Del 8 de octubre al 1 de noviembre de 451, en tiempos del Papa San León I el Magno. Convocado por el emperador romano de oriente Marciano, y presidido por el Patriarca Anatolio de Constantinopla. El Papa mandó como su representante personal al Obispo Pascanio.
Proclamó a Jesús Cristo como totalmente divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona.

Constantinopla II

Del 5 de mayo al 2 de junio de 553, en tiempos del Papa Vigilio, quien acudió en persona. Convocado por el emperador romano de oriente Justiniano I y presidido por el Patriarca de Constantinopla Eutiquio.
Confirmó las doctrinas de la Santa Trinidad, la persona de Jesús Cristo y la maternidad divina de María.

Constantinopla III

O Trulano, del 7 de noviembre de 680 al 16 de setiembre de 681, por la autoridad del Papa San Agatón, convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV y presidido por él en persona.
Confirmó la completa humanidad de Jesús Cristo. Condenó la herejía de quienes admitían en Cristo una sola voluntad (monotelítas).

Nicea II

Del 24 de setiembre al 23 de octubre de 787, bajo la autoridad del Papa Adriano I, convocado por Irene, regente del emperador romano de oriente Constantino VI, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Tarasio.
Afirmó el uso de iconos como genuina expresión de la fe cristiana en la doctrina de la divina encarnación.

Constantinopla IV

(879 - 880), convocado por el emperador romano de oriente Basilio I, y presidido por los legados del Papa Juan VIII. Anula un concilio del mismo nombre que fue celebrado diez años antes.
Este concilio aceptado tanto en oriente y occidente, fue desconocido por el Papa Benedicto VIII en el año 1014, con motivo de la coronación de Enrique II como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, quien solicitó al Papa la recitación del Credo con la inclusión del filioque. El papa, necesitado del apoyo militar del emperador, accedió a su petición con lo que por primera vez en la historia en que el filioque se usó en Roma.

Concilios Latinos


Letrán I

(1123) El Concilio de Letrán, En primer lugar, la primera celebrada en Roma, se reunieron bajo el Papa Calixto II. Cerca de 900 obispos y abades asistida. Se abolió el derecho reclamado por príncipes laicos, de la investidura con el anillo y el báculo de beneficios eclesiásticos y tratarán de la disciplina de la iglesia y la recuperación de Tierra Santa de los infieles.

Letrán II

(1139) el Segundo Concilio Lateranense se celebró en Roma bajo el Papa Inocencio II, con una asistencia de alrededor de 1000 prelados y el emperador Conrado. Su objetivo era poner fin a los errores de Arnaldo de Brescia.

Letrán III

(1179) El Tercer Concilio Lateranense tuvo lugar bajo el Papa Alexander III, Frederick I siendo emperador. Hubo 302 obispos presentes. Condenó los albigenses y valdenses y emitió numerosos decretos para la reforma de la moral.

Letrán IV

(1215) El IV Concilio de Letrán se celebró bajo Inocencio III. Estaban presentes los Patriarcas de Constantinopla y Jerusalén, 71 arzobispos, 412 obispos y 800 abades el Primado de los maronitas, y Santo Domingo. Se emitió un credo ampliada (símbolo) contra los albigenses (credimus Firmiter), condenó los errores de la Trinidad del abad Joaquín, y publicado 70 decretos importantes reformatorio. Este es el consejo más importante de la Edad Media, y marca el punto culminante de la vida eclesiástica y el poder papal.

Lyon I

(1245) El Consejo General Primera de Lyon fue presidida por Inocencio IV, los patriarcas de Constantinopla, Antioquía y Aquileia (Venecia), 140 obispos, Baldwin II, emperador de Oriente, y San Luis, rey de Francia, con la asistencia . Es excomulgado y depuesto Emperador Frederick II y dirigió una nueva cruzada, bajo el mando de San Luis, contra los sarracenos y los mongoles.

Lyon II

(1274) El Consejo General Segundo de Lyon se llevó a cabo por el papa Gregorio X, los patriarcas de Antioquía y Constantinopla, 15 cardenales, 500 obispos y más de 1000 otros dignatarios. Se efectuará una reunión temporal de la Iglesia Griega con Roma. El Filioque palabra fue añadida al símbolo de Constantinopla, y se buscaron los medios para la recuperación de la Palestina de los turcos. Asimismo, establece las normas para las elecciones papales.

Vienne

(1311-1313) El Consejo de Vienne se celebró en esa ciudad en Francia por orden de Clemente V, el primero de los Papas de Aviñón. Los patriarcas de Antioquía y de Alejandría, 300 obispos (114 según algunas autoridades), y 3 reyes - Philip IV de Francia, Edward II de Inglaterra, y James II de Aragón - estuvieron presentes. El sínodo trata de los crímenes y errores imputados a los Caballeros Templarios, los Fraticelli, el begardos, y las beguinas, con proyectos de una nueva cruzada, la reforma del clero, y la enseñanza de lenguas orientales en las universidades.

Constanza

(1414-1418) El Concilio de Constanza se celebró durante el Gran Cisma de Occidente, con el objeto de poner fin a las divisiones en la Iglesia. Se convirtió en legítima sólo cuando Gregorio XI se había convocado oficialmente. Debido a esta circunstancia logró poner fin al cisma de la elección del Papa Martín V, que el Concilio de Pisa (1403) no había podido cumplir debido a su ilegalidad. El Papa le corresponde confirmó los decretos del Sínodo anterior contra Wyclif y Hus. Este concilio ecuménico es, pues, sólo en sus últimas sesiones (XLII-XLV inclusive) y con respecto a los decretos de anteriores períodos de sesiones aprobado por Martín V.

Basilea ( Ferrara y Florencia)

(1431-1439), el Consejo de Basilea se reunió primero en esa ciudad, el Papa Eugenio IV de ser, y Segismundo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su objeto era la pacificación religiosa de Bohemia. Disputas con el Papa de haber surgido, el consejo fue trasladado primero a Ferrara (1438), y después a Florencia (1439), en una breve unión con la Iglesia griega se efectuó, los griegos aceptando la definición del Consejo de los puntos controvertidos. El Concilio de Basilea sólo ecuménico hasta el final de su vigésimo quinto período de sesiones, y de sus decretos Eugenio IV aprobó sólo como tratar con la extirpación de la herejía, la paz de la cristiandad, y la reforma de la Iglesia, y que en el mismo tiempo, no en detrimento de los derechos de la Santa Sede. (Véase también el Concilio de Florencia.)

Letrán V

(1512-1517) El Concilio de Letrán V sáb 1512 a 1517 en virtud de los Papas Julio II y León X, el emperador Maximiliano I. Quince se cardenales y alrededor de ochenta arzobispos y obispos participaron en ella. Sus decretos son principalmente de disciplina. Una nueva cruzada contra los turcos también fue planeado, pero no llegó a nada, debido a la agitación religiosa en Alemania causada por Lutero.

Trento

(1545-1563) El Concilio de Trento duró dieciocho años (1545-1563) menores de cinco Papas: Pablo III, Julio III, Marcelo II, Pablo IV y Pío IV, y bajo el Emperador Carlos V y Fernando. Estaban presentes 5 delegados cardenal de la Santa Sede, 3 patriarcas, 33 arzobispos, 235 obispos, 7 de abades, 7 generales de órdenes monásticas, y 160 médicos de la divinidad. Fue convocada para examinar y condenar los errores promulgada por Lutero y otros reformadores, y la reforma de la disciplina de la Iglesia. De todos los consejos que duró más tiempo, emitió el mayor número de decretos dogmáticos y reformatorios, y produjo los resultados más beneficiosos.

Vaticano I

(1869-1870) El Concilio Vaticano fue llamado por Pío IX. Se reunió 8 de diciembre 1869, y duró hasta el 18 de julio de 1870, cuando se levanta él, es todavía (1908) sin terminar. Estaban presentes 6 arzobispo príncipes, 49 cardenales, 11 patriarcas, 680 arzobispos y obispos, 28 abades, 29 generales de órdenes, en todos los 803. Además de los cánones importantes relativas a la fe y la constitución de la Iglesia, el concilio decretó la infalibilidad del Papa cuando habla ex cathedra, es decir, cuando, como pastor y maestro de todos los cristianos, define una doctrina de fe o costumbres, que se celebrará por la toda la Iglesia.

Vaticano II

Artículo principal: Concilio Vaticano II
Convocado por Juan XXIII (1962-1965) que presidió la primera etapa, hasta otoño de 1962; las tres sesiones siguientes fueron convocadas y presididas por Pablo VI, su sucesor. Fue un concilio pastoral, no dogmático. Trajo importantes determinaciones respecto a la visión de la Iglesia del mundo y en los respectivo a la Sagrada Liturgia.

Los Concilios y la Música Litúrgica

En particular, dos fueron los Concilios importantes en cuanto a la música litúrgica, el Concilio de Trento y el Vaticano II.
A pesar de que el canto gregoriano era mucho más antiguo que el Concilio de Trento, para ese entonces la forma gregoriana estaba en declive, el concilio se propuso pues, impulsar el canto gregoriano, cosa que en un principio se quedó en meras intenciones. Como se dijo, en Trento la Iglesia sufrió una profunda catarsis y la reafirmación de los Sacramentos y la exhortación a reorganizar la liturgia era cosa que incumbía al campo de la música, de todas formas la música se vió inmersa durante siglos completos en lo que se llamó "música profana y contaminada" (por Pío X) y no se tomó en serio la Sacralidad de esta música hasta tiempos del Concilio Vaticano II.
Sin embargo, según algunos, el Concilio Vaticano II presenta un revez a la universalidad de la música, al tratar "el principio de admitir en la Sagrada Liturgia aquellas expresiones peculiares que responden a la índole, cultura y tradición de cada pueblo" aunque algunos afirman, que bien el canto gregoriano, por ser como es y por estar vinculado a la lengua latina, posee universalidad, aunque no exclusiva. De todas formas, aunque muchos acusan al concilio de "arrinconar" al canto gregoriano la misma Constitución Sacrosanctum Conccilium dice: "La Iglesia reconoce el canto gregoriano como canto proprio de la liturgia romana; por esto, en las acciones litúrgicas, en paridad de condiciones, se le reserve el lugar principal"

El Vaticano II y la música sacra

Segón lo dicho por Monseñor Valentino Miserachs en el Congreso de Música Sagrada de México (2006) la Constitución Sacrosanctum Concilium en resumen, de la música sacra habla lo siguiente:
1. La Iglesia aprueba todas las formas de arte auténtico, adornadas de las cualidades necesarias, y las admite en el culto divino. La finalidad de la música sacra es la gloria de Dios y la santificación de los fieles.
2. Es necesario conservar y fomentar con la máxima atención el tesoro de la música sacra y promover diligentemente las “scholae contorum”, sin olvidar la participación activa de los fieles.
3. Hay que dar mucha importancia a la formación y a la práctica musical en seminarios, noviciados, casas de estudios religiosos, etc. (...) También se recomienda la erección de institutos superiores de música sacra.
4. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana; por eso en las acciones litúrgicas, en paridad de condiciones, le corresponde el lugar principal.
5. No se excluyen los otros géneros de música sacra, especialmente la polifonía.
6. El órgano tubular ha de ser tenido en grande estima en la Iglesia latina. Su sonido puede añadir un admirable fulgor a las cerimonias y elevar potentemente las almas a Dios y a las cosas superiores. Se podrán admitir otros instrumentos, siempre y cuando sean aptos o adaptables al uso sagrado, sean cónsonos a la dignidad del templo y ayuden de verdad a la edificación de los fieles. (...)
7. Los músicos cristianos deben sentirse llamados al cultivo de la música sacra. Compongan melodías que tengan las características de la auténtica música sacra, para los coros grandes, los más modestos, y para el pueblo.
Más adelante Monseñor habla de como en toda la época posterior a estas determinaciones se han irrespetado consecutivamente, cosa con la que muchos concuerdan.

Referencias

La Música Sacra Antes y Después del Concilio, discurso de Monseñor Valentino Miserachs
 

Concilio Vaticano II



Concilio Vaticano II
XXIº Concilio Ecuménico
de la Iglesia Católica
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Apertura de la segunda sesión (29 de septiembre de 1963)
Fecha de inicio 11 de octubre de 1962
Fecha de término 8 de diciembre de 1965
Aceptado por Iglesia católica
Concilio anterior Concilio Vaticano I
Concilio posterior -
Convocado por Juan XXIII
Presidido por Juan XXIII (1962)
Pablo VI (1963-1965)
Asistencia 2450 obispos
Temas de discución Promover el desarrollo de la fe católica.
Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
Cánones {{{cánones}}}
Documentos y declaraciones Constituciones: Dei Verbum, Lumen gentium, Gaudium et spes y Sacrosanctum concilium.
Decretos: Ad Gentes, Apostolicam Actuositatem, Christus Dominus, Inter Mirifica, Optatam Totius, Orientalium Ecclesiarum, Perfectae Caritatis, Presbyterorum Ordinis y Unitatis Redintegratio.
Declaraciones: Dignitatis Humanae, Gravissimum Educationis y Nostra Aetate.
El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959. Fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX.
El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo Papa en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este Concilio ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura en 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín.
Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y razas, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron además miembros de otras confesiones religiosas cristianas.

Objetivo

El Concilio se convocó con los fines principales de:
  • Promover el desarrollo de la fe católica.
  • Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
  • Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
  • Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales.
Se pretendió que fuera un aggiornamento o puesta al día de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.
Pretendió proporcionar una apertura dialogante con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos.
El Concilio Vaticano I (1869-1870) no había terminado debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra franco-prusiana. Algunos querían que se continuara este concilio pero no fue así. Los sectores más liberales o modernistas dentro de la Iglesia lo consideran uno de los cinco concilios más importantes (Niceno I, Calcedonense, Lateranense IV, Tridentino y Vaticano II). Trató de la Iglesia, la revelación, la liturgia, la libertad religiosa, etc. siendo sus características más importantes la renovación y la tradición.
En cambio, los sectores más conservadores aplican un término llamado la hermenéutica de la continuidad para leer los textos conciliares a la luz de la Tradición y del Magisterio bimilenario para que no entre en contradicción.
Por su parte, los sectores tradicionalistas minoritarios, como la Hermandad San Pío X, denuncian que el Concilio enseña errores y que hay puntos que deben ser condenados porque contradicen abiertamente la Tradición, el Magisterio Papal y de los anteriores Concilios de la Iglesia católica.

Antecedentes

A lo largo de los años 1950, la investigación teológica y bíblica católica había empezado a apartarse del neoescolasticismo y el literalismo bíblico que la reacción al modernismo había impuesto desde el Concilio Vaticano I. Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, que se habían venido esforzando por integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como en otros: el dominico Yves Congar, Joseph Ratzinger (ahora Papa con el nombre Benedicto XVI), Henri de Lubac y Hans Küng que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).
Al mismo tiempo los obispos de todo el mundo venían afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos de ellos aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, había sido interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los momentos finales de la unificación italiana. Sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia.

Preparación

Desde febrero de 1959 a noviembre de 1962 tuvo lugar la etapa de preparación del Concilio, bajo la responsabilidad de la Curia Romana.

Primer anuncio


El papa y beato Juan XXIII, responsable de la convocatoria del Concilio Vaticano II
Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el Papa Juan XXIII tuvo con los cardenales tras la celebración en la basílica de san Pablo Extramuros, anunció1 su intención de convocar un concilio ecuménico.2
El secretario del papa Juan describió así la situación en que el pontífice brindó el «discorsetto» (discursito) que, con una simplicidad llamativa, modificó el rumbo pastoral de la Iglesia Católica, al anunciar la intención de realización del Concilio:
Fue un día como los demás. Se levantó el pontífice como de costumbre a las cuatro, hizo sus devociones, celebró la misa y asistió después a la mía. Se retiró a continuación a la salita de comer para la primera colación, dio una ojeada a los periódicos y quiso revisar el borrador de los discursos que había preparado. A las diez partimos para la Basílica de San Pablo Extramuros. La primera parte de la ceremonia duró de las 10.30 hasta las 13. Entonces entramos en la sala de los monjes benedictinos, nos retiramos todos y quedó el papa con los cardenales. Leyó el discursito que había preparado, digo «discorsetto» porque así lo definió él mismo, y en un cuarto de hora estaba todo terminado. Pocos minutos después se difundía por el mundo la noticia del Concilio ecuménico.
Mons. Capovilla, secretario de Juan XXIII
Juan XXIII presentó la iniciativa como algo absolutamente personal:
Pronuncio ante ustedes, cierto, temblando un poco de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un sínodo diocesano para la Urbe y de un concilio ecuménico para la iglesia universal.3
Los cardenales reaccionaron con un «impresionante y devoto silencio».4 El anuncio causó una gran sorpresa en todos: todavía no pasaban tres meses desde la elección de Juan XXIII,5 en el cónclave de octubre de 1958, que lo había elegido como un Papa considerado extraoficialmente "de transición",6 a continuación del papado de Pío XII. Los medios de comunicación, a excepción de L'Osservatore romano,7 dieron gran eco a la noticia subrayando diversos elementos del discurso del Papa.
En sus discursos posteriores, el Papa fue poco a poco delineando los objetivos del concilio y recalcando especialmente que se trata de un concilio pastoral y ecuménico.8 Aunque el propósito de Juan XXIII encontró muchas formas de manifestarse durante los tres años siguientes, una de sus expresiones más conocidas fue aquella que, preguntado por los motivos, presentó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo).

Etapa antepreparatoria

El 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la comisión antepreparatoria: encargó la presidencia de la comisión al Cardenal Domenico Tardini y la secretaría a mons. Pericle Felici. Los secretarios de varios dicasterios de la curia fueron los demás miembros de la comisión. El 26 de mayo se reunió por primera vez y se decidió dar luz verde a dos cartas: una a los organismos de la curia para que prepararan comisiones de estudio sobre los temas a tratar en el Concilio y otra a todos los obispos para que antes del 30 de octubre indicaran sus sugerencias para el Concilio. A estas dos consultas se añadió luego una tercera a las facultades de teología y de derecho canónico que tenían plazo hasta el 30 de abril de 1960 para enviar sus propuestas.
El 15 de julio de 1959, el Papa Juan XXIII comunicó a Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II» y que, por lo tanto, no debía considerarse como una continuación del Vaticano I (que había quedado suspendido).
Para el 30 de octubre siguiente se habían recibido ya 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que fuera posible su síntesis. El documento final se llamó Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt.9

Fase preparatoria

La fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei nutu10 que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10 con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas. Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia.

El cardenal Augustin Bea, a quien se acredita influencia en algunas de las reformas ecuménicas más significativas del Concilio Vaticano II
A estos organismos se añadió, para cubrir el deseo del Papa de que las demás iglesias cristianas participaran en el concilio, un «Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos» presidido por el cardenal Augustin Bea, quien solicitó a Mons. Johannes Willebrands que le ayudara como secretario del nuevo ente.11 También se creó un Secretariado para los medios de comunicación.
El 14 de octubre de 1960, el Papa constituyó un secretariado administrativo del Concilio al que le encargó tratar los asuntos de financiamiento y desarrollo material del mismo. El 7 de noviembre se creó la comisión para el ceremonial que trataría los temas relacionados con la liturgia y los lugares a ocupar en la Basílica de San Pedro por parte de los padres conciliares. El presidente de esta última comisión fue el cardenal Eugène Tisserant.
Los trabajos de las comisiones comenzaron oficialmente el 14 de noviembre de 1960, tras un discurso de Juan XXIII.12 La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del Papa, serían presentados para la discusión en aula. Las temáticas eran tan variadas que fue necesario incluso crear subcomisiones.
Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes.
El 25 de diciembre de 1961, el papa Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula Humanae salutis y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio Consilium diu fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre.

El reglamento

Una novedad del Concilio Vaticano I fue que el reglamento a seguirse durante las sesiones no fue votado por los mismos padres conciliares. Dado este precedente y tras el código de derecho canónico de 1917 que daba muchos más poderes en relación con el concilio al Papa, no se contempló que en este nuevo concilio el reglamento fuera sometido al parecer de sus participantes. Así, en marzo de 1961 mons. Felici solicitó a la comisión preparatoria central que se manifestara sobre algunos temas relacionados con el reglamento. En junio siguiente el Cardenal Arcadio Larraona solicitó la formación de una subcomisión para la redacción del reglamento. El 7 de noviembre la subcomisión fue creada y trabajó desde el 11 de noviembre hasta el 27 de junio. Dos días después el texto fue entregado al P. Felici quien a su vez lo hizo ver al papa Juan XXIII. Tras integrar algunos cambios solicitados por el mismo pontífice, el reglamento fue oficializado el 6 de agosto de 1962 mediante motu proprio titulado Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi.13
El texto estaba dividido en tres partes: participantes, normas y procedimientos.

Participantes

Además de los obispos diocesanos, se contempló que los obispos titulares tuvieran voto deliberativo así como los superiores generales de congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y teólogos invitados por el Papa podrían participar en las congregaciones generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores podrían participar solo en las congregaciones generales y sesiones públicas, que gozarían de traducción simultánea. Los peritos invitados por cada obispo no podrían participar en las congregaciones generales.

Normas

Se mantendría el secreto sobre lo discutido en el Concilio. La lengua oficial sería el latín, aunque en las comisiones podían emplearse otras lenguas. El derecho a hablar se daba en orden eclesiástico: los cardenales primero, luego los patriarcas, a continuación los arzobispos, obispos, etc.
Se creaba una «presidencia del concilio» formada por 10 cardenales y una secretaría general. Existirían además 10 comisiones (según las 10 comisiones preparatorias aunque con alguna variante) con 24 miembros cada una: 16 elegidos por la asamblea y 8 nombrados por el Papa (entre los cuales el presidente de cada comisión). A estas comisiones se añadió un secretariado para asuntos extraordinarios.

Procedimientos

Los textos preparados por las comisiones preparatorias, tras el visto bueno del Papa se enviarían a los padres conciliares para su conocimiento antes de tratarse en las congregaciones generales. En la sesión correspondiente, un relator -normalmente el secretario de la comisión preparatoria respectiva- presentaría el esquema a la asamblea. Cada padre conciliar podría, a continuación y durante 10 minutos, intervenir para admitir, rechazar o solicitar enmiendas generales del esquema presentado. Sin embargo, tales intervenciones deberían ser indicadas con tres días de antelación a la secretaría del concilio. Luego se votarían los cambios propuestos y se analizarían los resultados de la votación. Finalmente, se daría una votación del esquema completo y, si este obtenía la mayoría necesaria, se dejaría pendiente su aprobación solemne para la siguiente sesión pública con la presencia del Papa.
El texto del reglamento no preveía con claridad los pasos a seguir en caso de que un esquema fuera rechazado, pero sí los pasos para incluir las enmiendas propuestas.

Participantes del concilio

  • Los 2450 obispos de la Iglesia católica. El único grupo que fue excluido fue el de los obispos del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Existía un convenio con los soviéticos para permitir a los obispos salir de y entrar a sus países sin problemas. Así, fue el concilio más grande en cuanto a cantidad (a los efectos de comparar, el concilio de Calcedonia contó con unos 200 participantes y el concilio de Trento, unos 950) y en cuanto a catolicidad, pues fue la primera vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos (sobre todo africanos y asiáticos). En los primeros dos años, predominaron las intervenciones de los obispos europeos, pero las siguientes sesiones fueron más participadas. Incluso participaron algunos cardenales teólogos o no obispos, pero por insistencia de Juan XXIII fueron ordenados obispos. Además participaron algunos abades, superiores o maestros de grandes órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, etc.).
  • Teólogos invitados del Papa como consultores, no como miembros plenos (Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían escuchar aunque no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las diez comisiones ya mencionadas. Al inicio del Concilio se dio el nombramiento de las comisiones conciliares (dos tercios nombrados por los obispos y un tercio por el Papa) teniendo como tarea guiar y escribir aquellos decretos ya discutidos en el aula.
  • Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes.
  • Observadores, y católicos laicos (cf. Mary Goldic, Ospite a casa propia, ed. en inglés)
  • Periodistas. Se dio participación como observadores a periodistas de muchas publicaciones, en especial el Times; Raniero La Valle para L'Avvenire d'Italia; Caprile para La Civiltà Cattolica; el redentorista Francis X. Murphy, bajo el pseudónimo de Xavier Rynne, para The New Yorker; y enviados de otras publicaciones como Frankfurter Allgemeine Zeitung, Le Monde, Assomptionisti La Croix, etc. En este sitio puede también incluirse el diario personal que llevó el teólogo Yves Congar, conocido como Mon Journal du Concile (Paris: du Cerf, 2002), de gran valor histórico-documental.

Sesiones

La primera sesión (1962)


La primera sesión partió con la inauguración solemne en la Basílica de san Pedro el 11 de octubre de 1962.
La primera sesión partió con la inauguración solemne en la Basílica de san Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII presidió la Misa y ofreció un discurso programático, el Gaudet Mater Ecclesia, donde habló del puesto de los concilios en la historia de la Iglesia, de la situación del mundo y de algunos aspectos generales que debían tenerse en cuenta durante el concilio: se trata de custodiar el depósito de la fe católica enseñarlo de una manera adecuada a los tiempos empleando para ello los métodos más eficaces. También recordó que no era una actitud de condena de los errores sino de misericordia, lo que se esperaba del concilio. Alude al tema del ecumenismo que era uno de los que habían causado mayor expectativa en los medios de comunicación.
Para el 13 de octubre se tenía programada la elección del porcentaje de miembros de las comisiones que correspondía nombrar a la asamblea conciliar. La secretaría general del concilio entregó entonces una lista con los nombres de todos los padres conciliares y otra lista con los nombres de los miembros de las respectivas comisiones preparatorias. Sin embargo, el cardenal Achille Liénart, tras recibir una solicitud de un grupo de obispos franceses y alemanes, solicitó al consejo de presidencia más tiempo de manera que los participantes pudieran conocerse y hacer una votación concienzuda. Por tanto, la elección fue pospuesta para el 16 de octubre y tras los recuentos de votos e intervenciones sobre cuál mayoría sería tomada en cuenta, se eligieron los miembros respectivos de las comisiones.
El 20 de octubre, tomando en cuenta el interés mostrado por algunos padres conciliares de ofrecer un mensaje de parte del concilio al mundo, se votó rápidamente una propuesta que obtuvo la mayoría necesaria y fue asumida como Mensaje de los padres conciliares a todos los hombres. Luego comenzó la discusión del esquema sobre la liturgia (De sacra liturgia que luego se llamará Sacrosanctum concilium).
Las discusiones, con diversos puntos de vista enfrentados, se prolongaron hasta el 14 de noviembre en que se hizo una primera votación exploratoria. El texto fue ampliamente aprobado (2162 placet contra 46 non placet)
Ese mismo día, se presentó en aula el esquema De fontibus revelationis (que luego será el Dei Verbum). Las diferencias dentro del concilio se hicieron todavía más claras durante las discusiones sobre este esquema de manera tal que parecía que el documento sería rechazado completamente. Esta posibilidad no estaba contemplada en el reglamento lo cual hacía más tensas las discusiones de esos días. Tras una votación exploratoria, no se alcanzó la cuota necesaria para que el texto volviera a la comisión y el mismo papa Juan XXIII intervino el 21 de noviembre, creando una comisión mixta que reharía el texto de la constitución dogmática.
El 23 de noviembre se entregó a los padres conciliares dos esquemas para su estudio antes de la discusión en aula: era el De Ecclesia (luego la constitución dogmática Lumen Gentium) y un apéndice con un esquema sobre la Virgen María (De beata Maria Virgine).
Ese mismo día se comienza a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica). El texto fue aprobado en sus grandes rasgos aunque se solicitó que fuera reducido considerablemente y que se tratase más ampliamente del rol de los laicos en los medios de comunicación. La votación exploratoria dejó 2138 placet y 15 non placet.
Para el 27 de noviembre inició la discusión del esquema sobre la unidad de los cristianos, Ut omnes sint. El texto causó desilusión14 ya que, dado que había sido preparado por la comisión preparatoria para las Iglesias orientales, trataba únicamente de esas iglesias sin hablar, por ejemplo, de los protestantes. El patriarca Maximos de los melquitas criticó el esquema que consideraba mediocre. Dado que la comisión preparatoria teológica y el secretariado para la unidad habían preparado otros esquemas sobre los mismos temas, los padres conciliares solicitaron que fueran fundidos en un solo documento reelaborado por una comisión mixta. Ese fue el resultado de la votación que a propósito se realizó: 2068 placet y 36 non placet.
El 1 de diciembre se comenzó a discutir el esquema De ecclesia. El cardenal Ottaviani había intentado en días anteriores que la discusión en aula del esquema se retrasase a la siguiente sesión, pero el consejo de presidencia prefirió mantener el orden del día como había sido propuesto inicialmente. La discusión fue menos acalorada que la de las fuentes de la revelación. Pero de todas maneras a medida que proseguía el debate las críticas de aspectos generales del esquema se hacían más populares. Así, por ejemplo, mons. Emil de Smedt que consideraba que el esquema era triunfalista, clericalista y juridicista. Sin embargo, era el tema del episcopado el que más discusión generaba. El debate no llega a puerto y las discusiones se concluyen el 7 de diciembre, víspera de la clausura de la primera sesión conciliar.
Unos días antes, tanto el cardenal belga Leo Jozef Suenens como el cardenal italiano Giovanni Montini habían intervenido en aula solicitando una dirección más clara para el concilio y proponiendo para ello una visión eclesiológica: se trataría de la Iglesia ad intra y ad extra y esta temática podría dar unidad y finalidad a los trabajos. Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del concilio.
El 5 de diciembre la secretaría general comunicó que los 75 esquemas serían reducidos a 20. Asimismo se dieron a conocer los modos de trabajo de las comisiones durante el período de intersesión. Se elaborarían nuevos esquemas de acuerdo con el sentir manifestado por la mayoría de los obispos durante el concilio y se pasarían a aprobación del Papa. Este los haría llegar a los padres conciliares para que estos indicaran las enmiendas consideradas oportunas a la comisión antes del inicio de la segunda sesión. Para organizar todo este trabajo, Juan XXIII creó una comisión de coordinación a cargo de la Secretaría de Estado.
El 8 de diciembre se concluye oficialmente la primera sesión con un discurso del Papa.

Primera intersesión

Las comisiones continuaron el trabajo de elaboración y agrupamiento de esquemas. El Papa envió una carta, la Mirabilis ille (6 de enero de 1963) donde recordaba a los padres conciliares que el concilio continuaba durante el período entre sesiones.
La comisión de coordinación comenzó sus trabajos el 21 de enero. El 22 de abril, Juan XXIII aprobó 12 de los 17 esquemas que la comisión le había hecho llegar. Estos fueron enviados a los obispos en mayo y se iniciaron reuniones de grupos de obispos en todo el mundo para discutir juntos los esquemas y llegar así a la segunda sesión con propuestas conjuntas de enmiendas.
El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963.
En el período inmediatamente anterior al inicio de la segunda sesión, Pablo VI introdujo algunas modificaciones en el reglamento. Se amplió el número de observadores integrando incluso laicos que fueron llamados a participar aunque sin voto deliberativo. La comisión de coordinación quedaba como organismo permanente del concilio. Y, dada la ineficacia mostrada por el consejo de presidencia, se nombraba un grupo de cuatro delegados o moderadores que agilizarían y dirigirían los debates.

La segunda sesión (1963)


El papa Pablo VI, responsable del desarrollo de la segunda, tercera y cuarta sesión del Concilio Vaticano II
El 29 de septiembre, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de Pablo VI, los trabajos recomenzaron en San Pedro. Al día siguiente se reinició la discusión en aula del esquema De ecclesia. El nuevo texto fue presentado por el cardenal Ottaviani y atrajo mayor consenso que el anterior. El texto a modo de base para la discusión fue votado y obtuvo 2231 placet contra 43 non placet.
Entonces, de acuerdo con el reglamento, comenzó la discusión de cada capítulo. Para cada capítulo fueron declarándose las objeciones de los padres o los aspectos que convenía añadir. El tema de la naturaleza sacramental del episcopado ya había obtenido la casi unanimidad de los consensos pero el de la colegialidad episcopal permanecía discutido (debido a que algunos lo consideraban un atentado contra el primado pontificio) y se dieron intervenciones a favor y en contra durante las sesiones. Lo mismo en relación con la posibilidad de reactivar el diaconado permanente.
Las discusiones continuaron hasta el 15 de octubre sin llegar a un acuerdo. Ese día el cardenal Leo Jozef Suenens propuso verificar el apoyo que las diversas posturas tuvieran en la asamblea por medio de una votación de algunos puntos discutidos. Indicó incluso que al día siguiente se tendría tal votación, pero mons. Felici obtuvo que el Papa permitiera impedir esa votación. Suenens también acudió a Pablo VI, quien mandó reunir a la comisión de coordinación, al consejo de presidencia y al secretariado general para tratar el asunto. Era ya el 23 de octubre. En esos días se fijó el texto de las preguntas y el Papa aprobó que se hiciera la consulta para el 30 de octubre. La idea era que de la votación se saliera con una indicación clara para la comisión teológica sobre los contenidos discutidos del esquema. La gran mayoría de los padres se manifestó a favor de la definición de la colegialidad y, aunque menos, también de la reactivación del diaconado permanente.15
A continuación se discutieron los demás capítulos del De Ecclesia y se trató sobre la posibilidad de integrar el esquema sobre la Virgen María al final de este. La asamblea se dividió completamente (la votación explorativa dio 1114 placet y 1074 non placet).

Alfredo Ottaviani, pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lideró las opiniones más tradicionalistas en el Concilio Vaticano II.
El 2 de noviembre se comenzó a tratar el esquema sobre el episcopado. Era evidente que no podía ser discutido sin haber decidido lo concerniente a la colegialidad en el esquema De Ecclesia: de hecho, las discusiones sobre ese punto continuaron ya que el cardenal Ottaviani buscaba minimizar los resultados de la votación del 30 de octubre. Se produjeron discusiones de tono más elevado y el cardenal Josef Frings incluso cuestionó durante una sesión en aula, el modo de actuar del Santo Oficio, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani.16 La discusión del esquema se prolongó hasta el 15 de noviembre.
Un nuevo esquema sobre el ecumenismo se presentó para la discusión. El nuevo texto tenía cinco capítulos e incluía también el tema de los no cristianos especialmente los judíos. También se incluyó en este esquema el texto sobre la libertad religiosa. Aun cuando la discusión inicial fue difícil, finalmente se aprobó en línea de principio el texto aunque se solicitó a la comisión mixta que mejor separase lo aplicable a las denominaciones cristianas de los no cristianos.
Durante los debates de estos esquemas se realizaban también las votaciones de los capítulos de los esquemas sobre la liturgia y sobre los medios de comunicación. Ambos obtuvieron finalmente el consenso requerido y fueron oficialmente promulgados en la sesión pública del 4 de diciembre.
Antes de la ceremonia conclusiva de la segunda sesión, Pablo VI anunció que se aumentaría el número de participantes en las comisiones. En el discurso conclusivo resumió los resultados, que consideraba positivos, de la sesión y anunció su intención de visitar Tierra Santa.

Segunda intersesión

Al concluir los trabajos de la segunda sesión, el papa Pablo VI había mencionado su interés en reducir el tiempo requerido para concluir el concilio por medio de la reducción de los esquemas o de la elaboración de textos que siguieran las directivas ya consideradas mayoritarias. Por ello encargó al cardenal Julius August Döpfner que elaborara una propuesta en ese sentido. La idea indicada por él era reducir a seis los esquemas más amplios a discutirse y dejar los demás en una serie de proposiciones que ya no se discutirían sino solo votarían. La comisión de coordinación analizó la propuesta del 28 de diciembre al 15 de enero, la aprobó e indicó a las demás comisiones que procedieran de ese modo. El Papa en los meses siguientes tuvo que tranquilizar a los obispos que consideraban que esto era una medida para concluir «expeditivamente» el concilio.17
Ya en abril se enviaron los primeros textos (de los esquemas más importantes: De Ecclesia, De fontibus revelationis y sobre la Iglesia en el mundo actual, llamado Esquema XIII) a los obispos para que prepararan su análisis durante el concilio.
Por su parte, los cardenales Larraona, Micara y Ruffini enviaron cartas a Pablo VI para que reservara al magisterio pontificio el tema de la colegialidad y mandara retirar el capítulo correspondiente del esquema De Ecclesia.

Tercera sesión (1964)

La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La misa, ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el Papa. El discurso de Pablo VI resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión colegio episcopal apoyando así la posición de la mayoría conciliar.
Al día siguiente se inició la discusión de los últimos capítulos del esquema De Ecclesia. El capítulo sobre la escatología fue rápido y sin problemas. En cambio el de la Virgen María aunque fue también breve mantuvo las diferencias de concepto entre los padres conciliares que se habían manifestado en la segunda sesión y en la última intersesión dentro de la comisión teológica.18 Se optó por una solución de compromiso con un texto que pudiera complacer a ambas partes. El 16 de septiembre comenzaron las votaciones por capítulo del esquema aunque el capítulo tercero (sobre la jerarquía), que era el más discutido, fue votado número por número (38 votaciones).
El 18 de septiembre se retomó el esquema sobre los obispos que pasó las votaciones casi sin problemas.
El 23 de septiembre se presentó un esquema nuevo sobre la libertad religiosa. Aunque todos estaban de acuerdo en el principio, el texto dividía a la asamblea conciliar por la forma de presentar la doctrina y las consecuencias que podía tener (por ejemplo, en los países donde por concordato la Iglesia católica tenía privilegios). El 9 de octubre, mons. Felici indicó de parte del Papa, que el texto debía ser reformulado por una comisión mixta donde se incluyó al mayor opositor del texto, el arzobispo Marcel Lefebvre.
A continuación se examinó el esquema sobre los hebreos que había sido rehecho y ampliado tomando en consideración las religiones no cristianas. Las posiciones encontradas (por motivos de oportunidad pastoral)19 hicieron que el texto volviera al secretariado para ser reescrito. En el secretariado se rehizo el texto sobre los hebreos y se añadieron párrafos relacionados con las demás religiones (hindúes y budistas). El nuevo texto fue votado el 20 de noviembre y obtuvo la mayoría necesaria para aprobarse definitivamente.
El texto del esquema sobre la Revelación fue representado y tras cinco sesiones fue aprobado aunque quedaban varios elementos discutidos y que debían tratarse en sede de la comisión teológica. Esta terminó las enmiendas a mediados de noviembre, ya demasiado tarde para que se pudiera discutir de nuevo en aula.
Mientras, y ya desde el 7 de octubre, se había comenzado a estudiar el documento sobre el apostolado de los laicos. Las opiniones eran variadas y las críticas al texto venían de todas las sensibilidades. El 20 de octubre otro texto complejo, el llamado esquema XIII fue presentado en aula. La mayoría de las críticas lo consideraban un esquema aceptable pero poco fundado teológicamente. Las discusiones sobre los problemas particulares tratados en el esquema (el ateísmo, la guerra, la familia, el matrimonio) fueron más ásperos.
Ese mes de octubre se trataron los esquemas más breves que habían sido reducidos a proposiciones a votar. Así, por ejemplo, los que trataban de los presbíteros, la formación sacerdotal, las iglesias de rito oriental, las misiones, los religiosos, la educación cristiana y el matrimonio. Este último fue convertido en una serie de observaciones que se hicieron llegar al Papa para que él decidiera qué hacer.
El mes de noviembre vio el renacer del problema de la colegialidad. Las discusiones en la comisión no llegaban a puerto por lo que se encargó a Mons. Gérard Philips que redactara una nota explicativa que aclarara los elementos empleados en la redacción propuesta, que era una solución que buscaba contentar a todas las partes. El Papa pensaba introducir esta nota como explicación del capítulo III de la Lumen Gentium y tras hacer algunas modificaciones al texto la mandó al concilio. Esta se presentó el 14 de noviembre y causó perplejidad por lo que implicaba de intervención pontificia en el concilio. Tras la lectura del texto y las votaciones el texto de la Lumen gentium se aprobó.
Sin embargo, el 19 de noviembre se presentaba el texto de la declaración sobre la libertad religiosa que en vez de ser corregido según las intervenciones anteriores, había sido casi completamente rehecho. Se solicitó entonces que fuera votado de nuevo pero la presidencia del concilio anunció que no se votaría el nuevo texto hasta la siguiente sesión. Esto causó molestia en varios padres conciliares (por ejemplo, los cardenales Meyer, Ritter, Léger, Suenens y Frings), quienes intentaron por todos los medios persuadir a Pablo VI de que se procediese a la votación, pero el Sumo Pontífice no cedió. El descontento de éstos creció cuando se informó a la asamblea que Pablo VI había introducido 19 modificaciones al esquema sobre el ecumenismo (que había sido votado favorablemente por los padres conciliares, aunque todavía no había sido promulgado).
Estos hechos –aunque a la luz de la historia posterior no se manifestaron tan importantes (el texto de la nota explicativa realmente no cambia lo indicado en el texto final de la Lumen gentium, el mayor tiempo de elaboración del esquema sobre la libertad religiosa permitió perfilarlo mejor y las modificaciones incluidas en el esquema sobre el ecumenismo eran de mera forma)– crearon un clima de descontento y desilusión en los obispos y expertos de la así llamada «mayoría» conciliar.20
La sesión pública conclusiva vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales). Además el Papa proclamó a María como Madre de la Iglesia.

Tercera intersesión

Al concluir la tercera sesión conciliar, las comisiones quedaban con 11 esquemas sobre los que trabajar para la cuarta, según las orientaciones recibidas de parte de la asamblea conciliar. Algunos textos como el que trataba de la revelación, requerían retoques más o menos importantes; otros, como el que hablaba de los presbíteros debía ser rehecho a partir de las proposiciones que se habían votado.
Los textos elaborados fueron enviados a mediados de junio a los obispos para que prepararan sus intervenciones o hicieran llegar directamente sus comentarios a las comisiones.

La cuarta sesión (1965)

El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, Pablo VI anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación.
Al día siguiente el Papa participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo.
Después que Pablo VI se retirara de la basílica, se inició la discusión del esquema sobre la libertad religiosa. El debate fue tenso y tras cinco días no se llegaba al consenso. La comisión de coordinación se reunió para discutir si se podía hacer la votación del esquema como base y el resultado fue no hacer la votación. Pero el Papa intervino e indicó que se votaría de todos modos. El esquema recibió luz verde (1997 a favor y 224 en contra) para ser usado como base aunque debía «ser perfeccionado según la doctrina católica sobre la verdadera religión y en base a los cambios propuestos durante el debate» según indicaba la pregunta.
El 21 de septiembre se llega a la discusión sobre el esquema XIII, debate que se prolongó durante dos semanas. La votación sobre el esquema en cuanto tal (antes de pasar a los capítulos) fue positivo (2100 placet y 44 non placet). El debate sobre el capítulo del matrimonio fue más breve debido a que el Papa había reservado a sí el tema del control de la natalidad. Los demás capítulos pasaron sin mayores dificultades.
Desde el 7 de octubre se discutió el esquema sobre las misiones. El texto fue bien acogido y se sugirieron una serie de mejoras. Sin embargo, un texto del documento que hablaba de cómo universalizar el dicasterio de Propaganda fidei fue modificado por la comisión debido a que la reforma de la curia era competencia exclusiva del Papa según había indicado la Comisión pontificia para la reforma de la Curia romana. Alrededor de 300 padres firmaron un manifiesto de protesta por este cambio en un documento aprobado con 2070 placet.
Luego se discutió el documento sobre los presbíteros. Volvió a discutirse el tema del celibato o al menos de la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. El 11 de octubre, Pablo VI mandó leer un comunicado por el que solicitaba que no se discutiera públicamente el argumento y que las propuestas le fueran enviadas a través del consejo de presidencia.

Franz König, cardenal vienés de gran prestigio por su tendencia innata al diálogo, a la concordia y al pluralismo, fue propulsor de un Concilio Vaticano II «abierto» al cambio. Realizó aportes notables en la declaración Nostra Aetate, referida a la relación entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas.
Los días siguientes se dedicaron solo a votaciones de esquemas o de capítulos de estos sin debates. El 28 de octubre se tuvo una sesión pública de promulgación solemne de la Christus Dominus, la Perfectae caritatis, la Optatam totius, la Gravissimum educationis y la Nostra aetate.
El 29 de octubre se reiniciaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei Verbum. Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum. Entonces Pablo VI envió una serie de propuestas de redacción (teológicamente aceptables) para que la comisión teológica, con la ayuda del cardenal Augustin Bea, escogiera la más apropiada. Así, a pesar todavía del disenso de unos pocos padres (55 en la votación preliminar) se logró pasar la constitución.
Desde el 9 de noviembre se votó el esquema sobre el apostolado de los laicos. El documento sobre las misiones fue nuevamente propuesto y recibió 712 placet iuxta modum que obligaba a la comisión a enmendar el texto.
El 18 de noviembre se tuvo otra sesión pública donde se promulgaron la Dei Verbum y la Apostolicam actuositatem. El Papa, en la homilía, anunció la apertura de los procesos de beatificación de Pío XII y de Juan XXIII.
En los días siguientes se continuaron las agotadoras votaciones. La declaración sobre la libertad religiosa pero no fue posible vencer la oposición de un grupo de 250 padres.
La votación de la constitución Gaudium et spes fue todavía sufrida debido a las peticiones de incluir una condena expresa del comunismo y por una nueva intervención del Papa en el capítulo sobre el matrimonio. Pero finalmente lograron el consenso sobre el texto.
Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre.

Documentación y nivel de aceptación por los Padres Conciliares

El Concilio Vaticano II dio lugar a un total de 4 constituciones (2 de ellas dogmáticas y 1 pastoral), 9 decretos conciliares y 3 declaraciones conciliares, a los que se pueden sumar la Constitución apostólica Humanae salutis por la cual Juan XXIII convocó el concilio, el mensaje Ad omnes de los Padres del concilio a todos los hombres, los mensajes del concilio a la humanidad, y otros breves (In Spiritu Sancto y Ambulate in dilectione). Los documentos se pueden ver en «Le fonti ufficiali» que se conservadan en un archivo dividido en:
  • Materia preparatoria:
    • Serie I, ante preparatoria que corresponde a antes del inicio del concilio, son las respuestas de los obispos a los cuestionarios. No están en sentido sistemático.
    • Serie II, Materia preparatoria (4 volúmenes en 6 tomos). Corresponde al último año después de la convocación del concilio. Son los documentos preparados por la Curia para el concilio. La Curia divide los temas en 10 temas (que corresponden a los 10 dicasterios del Vaticano que presidían las 10 comisiones preparatorias).
Tras un largo y duro trabajo, se redactaron 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Los documentos, la fecha de promulgación y el nivel de aceptación final por parte de los Padres conciliares se pueden apreciar en la Tabla 1.
Tabla 1: Cuándo y cómo fueron votados los documentos conciliares
Documentos promulgados Fecha Placet Non placet Votos nulos Votantes
Constitución sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum Concilium) 4-12-1963 2147 4 1 2152
Decreto sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica) 4-12-1963 1960 164 7 2131
Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium) 21-11-1964 2151 5 -- 2156
Decreto sobre las Iglesias orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum) 21-11-1964 2110 39 -- 2149
Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) 21-11-1964 2137 11 -- 2148
Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos (Christus Dominus) 28-10-1965 2319 2 1 2322
Decreto sobre la vida religiosa (Perfectae caritatis) 28-10-1965 2321 4 -- 2325
Decreto sobre la formación sacerdotal (Optatum totius) 28-10-1965 2318 3 -- 2321
Declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum educationis) 28-10-1965 2290 35 -- 2325
Declaración sobre las religiones no cristianas (Nostra aetate) 28-10-1965 2221 88 1 2310
Constitución dogmática sobre la revelación divina (Dei Verbum) 18-11-1965 2344 6 -- 2350
Decreto sobre el apostolado de los seglares (Apostolicam actuositatem) 18-11-1965 2340 2 -- 2342
Declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae) 7-12-1965 2308 70 6 2384
Decreto sobre la actividad misional (Ad gentes divinitus) 7-12-1965 2394 5 -- 2399
Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum Ordinis) 7-12-1965 2390 4 -- 2394
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes) 7-12-1965 2309 75 7 2391
Los documentos son:
Constituciones
Decretos conciliares
Declaraciones conciliares

Referencias

  1. Cf. AAS 51 (1959) I/65-69.
  2. En sus notas personales el Papa escribe «general» pero en la edición oficial del discurso se habla de «ecuménico». No se sabe exactamente qué palabra usó, cf. Melloni (1992:628).
  3. El texto original en italiano: «Pronunciamo innanzi a voi, certo tremando un poco di commozione, ma insieme con umile risolutezza di proposito, il nome e la proposta della duplice celebrazione: di un Sinodo Diocesano per l'Urbe, e di un Concilio Ecumenico per la Chiesa universale».
  4. Así indica el Papa mismo en sus notas personales según Aubert (1994:133).
  5. «Essa fu inattesa, imprevista e sorprendente per quasi tutti gli ambienti» Alberigo (1995:21).
  6. Franzen, August (1988) (en alemán). Papstgeschichte. Freiburg im Breisgau: Herder. ISBN 978-3-451-01924-1.
  7. «A Roma L'Osservatore Romano pubblica solo il communicato della segreteria di stato» Alberigo (1995:37).
  8. Cf. Alberigo (1995:57-59).
  9. Cf. vol. II del Acta et documenta.
  10. Texto oficial en español en la página del Vaticano.
  11. Cf. Thomas Stransky, «The foundation of the SPCV» en Alberic Stacpoole (ed.), Vatican II by those who were there, G. Chapman, Londres 1986.
  12. Texto oficial en español de la página vatican.va.
  13. (en latín) Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi. 52 pp. Libreria Editrice Vaticana. 1962. ISBN 978-88-209-1003-7.
  14. «si rivelò doppiamente deludente» Aubert (1994:240).
  15. Los eventos de esos días son conocidos en la historiografía como la crisis de octubre y es ampliamente tratada en los libros que cuentan la historia del concilio. Aquí se ha hecho un resumen esquemático de la narración que ofrece Aubert (1994:259-261).
  16. «A questa affermazione, che fu accolta da applausi, il card. Ottaviani replicò subito con veemenza» Aubert (1994:265).
  17. Cf. carta Spiritus Paraclitus del 30 de abril de 1964, AAS 56 (1964), p. 353-356.
  18. Cf. B.N. Bersutti, «Note di cronaca sul concilio Vaticano II e lo schema 'De beata Maria Virgine'» en Marianum 26 (1964), p. 1-42; R. Laurentin, La Vierge au concile, París 1965.
  19. «Il cardinal Tappouni, membro del Consiglio di presidenza fece a nome di tutti i patriarchi orientali per chiedere che il testo venisse semplicemente ritirato, precisando che non si trattava affatto di una manifestazione di antisemitismo, ma di una questione di opportunità pastorale», Aubert (1994:292).
  20. Es la llamada «semana negra» cf. Aubert (1994:309-311).

Bibliografía

  • Ralf van Bühren: Kunst und Kirche im 20. Jahrhundert. Die Rezeption des Zweiten Vatikanischen Konzils (Konziliengeschichte, Reihe B: Untersuchungen), Paderborn: Ferdinand Schöningh 2008 (ISBN 978-3-506-76388-4)
  • Michael Bredeck: Das Zweite Vatikanum als Konzil des Aggiornamento. Zur hermeneutischen Grundlegung einer theologischen Konzilsinterpretation (Paderborner theologische Studien, 48), Paderborn: Ferdinand Schöningh 2007 (ISBN 978-3-506-76317-4)
  • Alberigo, Giuseppe: Breve storia del concilio Vaticano II (1959–1965), Bologna 2005
  • Chenaux, Philippe: Les agents de la réception de Vatican II. Métodologie et orientations de recherche, in: Annuarium Historiae Conciliorum 33, 2001, S. 426–436
  • Alberto Melloni, «'Questa festiva ricorrenza'. Prodromi e preparazione del discorso di annuncio del Vaticano II (25 gennaio 1959)» en Rivista di Storia e Letteratura Religiosa 28 (1992), p. 607-643
  • Giuseppe Alberigo, «L'annuncio del concilio. Dalle sicurezze dell'arroccamento al fascino della ricerca» en Storia del Concilio Vaticano II, vol. 1: Il cattolicesimo verso una nuova stagione. L'annuncio e la preparazione, Il Mulino, Bolonia 1995, ISBN 88-15-05146-5
  • Roger Aubert, «La preparazione» en Storia della Chiesa, vol. XXV/1: La Chiesa del Vaticano II (1958-1978), San Paolo, Cinisello Balsamo 1994, ISBN 88-215-2867-7

Enlaces externos


Documentos del concilio Vaticano II.


 Concilio Vaticano II
Constituciones

Declaraciones


Decretos



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Historia de la iglesia 1.ppt