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| José Obrero, Santo |  
 
Obrero Mayo 1
Se cristianizó una fiesta que había sido hasta 
el momento la ocasión anual del trabajador para manifestar sus 
reivindicaciones, su descontento y hasta sus anhelos. Fácilmente en las 
grandes ciudades se observaba un paro general y con no 
menos frecuencia se podían observar las consecuencias sociales que llevan 
consigo la envidia, el odio y las bajas pasiones repetidamente 
soliviantadas por los agitadores de turno. En nuestro occidente se 
aprovechaba también ese momento para lanzar reiteradas calumnias contra la 
Iglesia que era presentada como fuerza aliada con el capitalismo 
y consecuentemente como el enemigo de los trabajadores.
  Fue después de 
la época de la industrialización cuando toma cuerpo la fiesta 
del trabajo. Las grandes masas obreras han salido perjudicadas con 
el cambio y aparecen extensas masas de proletarios. También hay 
otros elementos que ayudan a echar leña al fuego del 
odio: la propaganda socialista-comunista de la lucha de clases.
  Era entonces 
una fiesta basada en el odio de clases con el 
ingrediente del odio a la religión. Calumnia dicha por los 
que, en su injusticia, quizá tengan vergüenza de que en 
otro tiempo fuera la Iglesia la que se ocupó de 
prestar asistencia a sus antepasados en la cama del hospital 
en que murieron; o quizá lanzaron esas afirmaciones aquellos que 
un tanto frágiles de memoria olvidaron que los cuidados de 
la enseñanza primera los recibieron de unas monjas que no 
les cobraban a sus padres ni la comida que recibían 
por caridad; o posiblemente repetían lo que oían a otros 
sin enterarse de que son la Iglesia aquellas y aquellos 
que, sin esperar ningún tipo de aplauso humano, queman sus 
vidas ayudando en todos los campos que pueden a los 
que aún son más desafortunados en el ancho mundo, como 
Calcuta, territorios africanos pandemiados de sida, o tierras americanas plenas 
de abandono y de miseria; allí estuvieron y están, dando 
del amor que disfrutan, ayudando con lo que tienen y 
con lo que otros les dan, consolando lo que pueden 
y siendo testigos del que enseñó que el amor al 
hombre era la única regla a observar. Y son bien 
conscientes de que han sido siempre y son hoy los 
débiles los que están en el punto próximo de mira 
de la Iglesia. Quizá sean inconscientes, pero el resultado obvio 
es que su mala propaganda daña a quien hace el 
bien, aunque con defectos, y, desde luego, deseando mejorar.
  El día 
1 de Mayo del año 1955, el Papa Pío XII, 
instituyó la fiesta de San José Obrero. Una fiesta bien 
distinta que ha de celebrarse desde el punto de partida 
del amor a Dios y de ahí pasar a la 
vigilancia por la responsabilidad de todos y de cada uno 
al amplísimo y complejo mundo de la relación con el 
prójimo basada en el amor: desde el trabajador al empresario 
y del trabajo al capital, pasando por poner de relieve 
y bien manifiesta la dignidad del trabajo -don de Dios- 
y del trabajador -imagen de Dios-, los derechos a una 
vivienda digna, a formar familia, al salario justo para alimentarla 
y a la asistencia social para atenderla, al ocio y 
a practicar la religión que su conciencia le dicte; además, 
se recuerda la responsabilidad de los sindicatos para logro de 
mejoras sociales de los distintos grupos, habida cuenta de las 
exigencias del bien de toda la colectividad y se aviva 
también la responsabilidad política del gobernante. Todo esto incluye ¡y 
mucho más! la doctrina social de la Iglesia porque se 
toca al hombre al que ella debe anunciar el Evangelio 
y llevarle la Salvación; así mantuvo siempre su voz la 
Iglesia y quien tenga voluntad y ojos limpios lo puede 
leer sin tapujos ni retoques en Rerum novarum, Mater et 
magistra, Populorum progressio, Laborem exercens, Solicitudo rei socialis, entre otros 
documentos. Dar doctrina, enseñar donde está la justicia y señalar 
los límites de la moral; recordar la prioridad del hombre 
sobre el trabajo, el derecho a un puesto en el 
tajo común, animar a la revisión de comportamientos abusivos y 
atentatorios contra la dignidad humana... es su cometido para bien 
de toda la humanidad; y son principios aplicables al campo 
y a la industria, al comercio y a la universidad, 
a la labor manual y a la alta investigación científica, 
es decir, a todo el variadísimo campo donde se desarrolle 
la actividad humana.
  Nada más natural que fuera el titular de 
la nueva fiesta cristiana José, esposo de María y padre 
en funciones de Jesús, el trabajador que no lo tuvo 
nada fácil a pesar de la nobilísima misión recibida de 
Dios para la Salvación definitiva y completa de todo hombre; 
es uno más del pueblo, el trabajador nato que entendió 
de carencias, supo de estrecheces en su familia y las 
llevó con dignidad, sufrió emigración forzada, conoció el cansancio del 
cuerpo por su esfuerzo, sacó adelante su responsabilidad familiar; es 
decir, vivió como vive cualquier trabajador y probablemente tuvo dificultades 
laborales mayores que muchos de ellos; se le conoce en 
su tiempo como José «el artesano» y a Jesús se 
le da el nombre descriptivo de «el hijo del artesano». 
Y, por si fuera poco, los designios de Dios cubrían 
todo su compromiso. 
  Fiesta sugiere honra a Dios, descanso y 
regocijo. Pues, ánimo. Honremos a Dios santificando el trabajo diario 
con el que nos ganamos el pan, descansemos hoy de 
la labor y disfrutemos la alegría que conlleva compartir lo 
nuestro con los demás.  
  
 
| Fiesta de San José Obrero | 
                                       
 
                                        | Creación y trabajo: Dios creador y el hombre colaborando con él por amor. Meditación sobre el trabajo | 
                                       
 
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Inmenso Dios creando como un torbellino inmóvil y amoroso, afanándose 
en su obra para su gloria en el hombre. Y 
cuando pasó revista a todo, montes y espesuras, estrellas, mares, 
calandrias y elefantes, aves del paraíso y águilas reales, altísimas 
montañas, palomas raudas, palmeras y cipreses, colibríes y elefantes... el 
hombre y la mujer..., dijo: 
  ¡Bien, Todo está bien! 
  ¡Me 
ha quedado todo estupendo!... 
  Es obra de mi amor.
  Y vio 
Dios que lo había hecho bien.   
  Maravillas de amor 
del trigo verde.
  Maravillas de amor de los ríos caudalosos.
  De los 
hondos mares bravíos.
  De las altas montañas escarpadas.
  Del ondular de las 
colchas de sangre de amapolas.
  De los rosarios rosados del maíz.
  Del 
néctar de los melones deliciosos.
  De los crujientes cacahuetes.
  De los prados 
de verduras
  De los racimos de los plátanos.
  Y vio Dios que 
lo había hecho bien. 
   
  Riquezas de amor del oro 
pálido. 
  De los diáfanos diamantes.
  De los zafiros y de los 
topacios.
  De las aguas marinas románticas.
  De los rojos corales.
  De las amatistas 
y rubíes de sangre.
  De la plata rutilante.
  Y vio Dios que 
lo había hecho bien. 
   
  El regalo de amor de 
la vida animal. 
  De los ágiles caballos.
  De las gacelas tímidas.
  De 
los jilgueros y de los gorriones cantarines.
  De los locuaces periquitos.
  De 
los toros solemnes y orgullosos.
  De las ballenas como casas.
  De los 
leones regios.
  De los pavos reales de ensueño.
  De las altísimas jirafas.
  De 
los canarios melodiosos.
  Y vio Dios que lo había hecho bien. 
   
  Y el lujo de los jardines. 
  Las rosaledas lujuriantes, 
jaspeadas.
  Los jazmines embriagadores.
  Las madreselvas de embrujo.
  Los claveles rojos, naranja, blancos, 
amarillos.
  Los tulipanes de nácar.
  Y vio Dios que lo había hecho 
bien. 
   
  Maravillas de amor. 
  Y el hombre ¡ay! insatisfecho. 
  Porque los hizo: hombre y mujer.
  Y Adán no encontraba la 
respuesta a su amor
  en las otras bellezas de criaturas.
  Al tener 
ante él a la mujer, maravilla de ser,
  dice Adán: Ahora 
encuentro eco a mi amor.
  Y el paraíso sin dolor.
  La chispa 
primera de la inteligencia.
  El latido de la primera emoción, del 
primer amor.
  Y vio Dios que lo había hecho bien. 
   
  Misterio de amor. 
  Y la Redención.
  Hijos en el Hijo.
  Vida de 
Dios. Como si a las hormigas
  las eleváramos a la vida 
humana, 
  inteligente y voluntaria.
  Como si les pudiéramos decir:
  ¡Hormigas, qué alegría, 
  sois hombres, siendo a la vez hormigas! 
  Hombres - dioses.
  Y 
vio Dios que lo había hecho bien. 
   
  Al animal 
con suplemento 
  de inteligencia: hombre.
  Al hombre con la gracia = 
dios.
  Divinizado.
  Pero comprado con Sangre divina.
  La Sangre del Cordero.
  Y ese hombre, 
ya liberado en general,
  tiene que ser liberado en concreto.
  Tú, yo, 
él, todos.
  La Iglesia.
  La humanidad.
  La humanidad en el crisol.
  Y vio Dios 
que lo había hecho bien.  
  Y le dijo a 
Adán: Prolonga tú ahora mi obra creadora, toma mis fuerzas 
y sigue creando, yo estaré contigo y descansaré. Trabaja conmigo, 
que es tu oficio. Trabajar para Adán era hermoso, era 
«coser y cantar», siempre con el corazón henchido de alegría, 
porque crear deleita. El sudor vino después; la amargura y 
el cansancio y la fatiga fueron posteriores al pecado. «Con 
el sudor de tu frente», la tierra se te resistirá, 
y las ideas se te irán escurridizas, y se bloqueará 
el ordenador, y los cardos y las espinas, son, pueden 
ser, expiación y penitencia. "Existe, dice Juan Pablo II en 
la "Laborem exercens", una dimensión esencial del trabajo humano, en 
la que la espiritualidad fundada sobre el evangelio, penetra profundamente. 
Todo trabajo —tanto manual como intelectual— está unido inevitablemente a 
la fatiga. 
  El libro del Génesis lo expresa de manera 
verdaderamente penetrante, contraponiendo a aquella originaria bendición del trabajo, contenida 
en el misterio mismo de la creación, y unida a 
la elevación del hombre como imagen de Dios, la maldición, 
que el pecado ha llevado consigo: «Por ti será maldita 
la tierra. Con trabajo comerás de ella todo el tiempo 
de tu vida» (Gén 3,17). Este dolor unido al trabajo 
señala el camino de la vida humana sobre la tierra 
y constituye el anuncio de la muerte: «Con el sudor 
de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a 
la tierra; pues de ella has sido hecho...» (Gén 3,19). 
  LA ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO HUMANO
  Casi como un eco de estas 
palabras, se expresa el autor de uno de los libros 
sapienciales: «Entonces miré todo cuanto habían hecho mis manos y 
todos los afanes que al hacerlo tuve...» (Ecl 2,11). No 
existe un hombre en la tierra que no pueda hacer 
suyas estas palabras. El Evangelio pronuncia, en cierto modo, su 
última palabra, en el misterio pascual de Jesucristo. Y aquí 
también es necesario buscar la respuesta a estos problemas tan 
importantes para la espiritualidad del trabajo humano. En el misterio 
pascual está contenida la cruz de Cristo, su obediencia hasta 
la muerte, que el Apóstol contrapone a aquella desobediencia, que 
ha pesado desde el comienzo a lo largo de la 
historia del hombre en la tierra (Rm 5,19). Está contenida 
en él también la elevación de Cristo, el cual mediante 
la muerte de cruz vuelve a sus discípulos con la 
fuerza del Espíritu Santo en la resurrección. El sudor y 
la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la condición 
actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada 
hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la 
posibilidad de participar en el amor en la obra que 
Cristo ha venido a realizar (Jn 17,4). 
  Esta obra de 
salvación se ha realizado a través del sufrimiento y de 
la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en 
unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en 
cierto modo con el Hijo de Dios en la redención 
de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de Jesús llevando 
a su vez la cruz de cada día en la 
actividad que ha sido llamado a realizar. Cristo, sufriendo la 
muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo 
a llevar la cruz que la carne y el mundo 
echan sobre los hombros que buscan la paz y la 
justicia»; pero, al mismo tiempo, «constituido Señor por su resurrección, 
Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en 
la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu 
en el corazón del hombre purificando y robusteciendo también, con 
ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia 
humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter 
la tierra a este fin». 
  En el trabajo cristiano descubre 
una pequeña parte de la cruz de Cristo y la 
acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual 
Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo, 
merced a la luz que penetra dentro de nosotros por 
la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de 
la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio 
de los «nuevos cielos y otra tierra nueva», los cuales 
precisamente mediante la fatiga del trabajo, son participados por el 
hombre y por el mundo. A través del cansancio y 
jamás sin él. Esto confirma, por una parte, lo indispensable 
de la cruz en la espiritualidad del trabajo humano; pero, 
por otra parte, se descubre en esta cruz y fatiga 
un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo: con 
el trabajo entendido en profundidad y bajo todos sus aspectos, 
y jamás sin él. 
  LA TIERRA NUEVA
  ¿No es ya este 
nuevo bien —fruto del trabajo humano— una pequeña parte de 
la «tierra nueva», en la que mora la justicia? ¿En 
qué relación está ese nuevo bien con la resurrección de 
Cristo, si es verdad que la múltiple fatiga del trabajo 
del hombre es una pequeña parte de la cruz de 
Cristo? También a esta pregunta intenta responder el Concilio, tomando 
las mismas fuentes de la Palabra revelada: «Se nos advierte 
que de nada le sirve al hombre ganar todo el 
mundo, si se pierde a sí mismo (Lc 9,25). (Vaticano 
II, Gaudium et Spes, 38). No obstante, la espera de 
una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, 
la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo 
de la nueva familia humana, el cual puede de alguna 
manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque 
hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino 
de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir 
a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida 
al reino de Dios». El cristiano que está en actitud 
de escucha de la palabra del Dios vivo, uniendo el 
trabajo a la oración, sepa el puesto que ocupa su 
trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en 
el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos 
llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la 
palabra del Evangelio".Y así, trabajando, es como el hombre se 
convierte en dominador de la materia y concreador del mundo, 
que le estará sometido en la medida de su trabajo; 
y pondrá a su servicio todas las criaturas, inferiores a 
él. Y así se dignifica y crece.
  TRABAJO BALUARTE
  «El que no 
quiera trabajar que no coma», dice san Pablo; quien ha 
de comer tiene que trabajar. El deber de trabajar arranca 
de la misma naturaleza. «Mira, perezoso, mira la hormiga...», y 
mira la abeja, y aprende de ellas a trabajar, a 
ejercitar tus cualidades desarrollando y haciendo crecer y perfeccionando la 
misma creación. Que por eso naciste desnudo y con dos 
manos para que cubras tu desnudez con el trabajo de 
tus manos y te procures la comida con tu inventiva 
eficaz.
  El trabajo será también tu baluarte, será tu defensa, contra 
el mundo porque te humilla, cuando la materia o el 
pensamiento se resisten a ser dominados y sientes que no 
avanzas. Te defenderá del demonio, que no ataca al hombre 
trabajador y ocupado en su tarea con laboriosidad. Absorbido y 
tenaz. Te defenderá del ataque de la carne, porque el 
trabajo sojuzga y amortigua las pasiones, y con él expías 
tu pecado y los pecados del mundo con Cristo trabajador, 
creando gracia con El y siendo redentor uniendo tu esfuerzo 
al suyo, de carpintero y de predicador entregado a la 
multitud y comido vorazmente por ella. Así es cómo el 
trabajo cristiano, se convierte en fuente de gracia y manantial 
de santidad. Pero si el hombre debe continuar creando con 
Dios, su trabajo debe ser entregado a la Iglesia y 
a la comunidad humana, llamada toda al Reino. El que 
trabaja, cumple un deber social. Ahora bien, si el trabajo 
es un deber, si el hombre debe trabajar, el hombre 
tiene el derecho ineludible de poder trabajar, de tener la 
posibilidad de ejercer el deber que le viene impuesto por 
la propia naturaleza, por el mismo Dios Creador, Trabajador, Redentor 
y Santificador. El derecho social al trabajo es consecuencia del 
deber del trabajo. Pío XII en la “Sponsa Christi” recuerda 
incluso a las monjas de clausura el deber de trabajar 
con eficacia.
  Pero la realidad es que, así como hay en 
el mundo una injusticia social en el reparto de la 
riqueza, la hay también en el reparto del trabajo. Mientras 
haya parados, no puede haber hombres pluriempleados; por dos razones: 
primera, porque sus varios empleos quitan, roban, puestos de trabajo 
a los que de él carecen; segunda, porque los que 
tienen varios empleos difícilmente los cumplirán bien y a tope. 
El "enchufismo" no es sinónimo de perfección, sino todo lo 
contrario. Se habla de estructuras injustas en órdenes diversos; pero 
la estructura injusta, y había que revisarla si es injusta, 
se da también en la distribución del trabajo. Que un 
sacerdote, y son muchos, no tengan nada que hacer, en 
todo el día, salvo celebrar la misa, cuando hay también 
muchos que no pueden abarcar todas las misiones que se 
les encomiendan, puede ser consecuencia de unas estructuras, o de 
una interpretación de las mismas, que en todo caso, deberán 
ser, en justicia, revisadas. La sociedad no puede desperdiciar energías, 
pero la Iglesia tiene que aprovechar todas las piedras vivas, 
para edificar el Cuerpo de Cristo. 
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    José de Nazaret
   
 
     
     
| San José de Nazaret | 
 
  
Estatua de San José por los hermanos Duthoit (siglo XIX). Capilla de San José (1832), Catedral de Notre Dame de Amiens | 
 
| Patriarca - Padre - Casto - Confesor - Obrero | 
 
| Apodo | 
El santo silencioso | 
 
| Nacimiento | 
Fecha desconocida 
Belén de Judá | 
 
| Fallecimiento | 
Antes del inicio de la vida pública de Jesús 
Nazaret de Galilea | 
 
| Venerado en | 
Iglesia católica, Iglesia ortodoxa | 
 
| Festividad | 
19 de marzo Romano 
domingo siguiente a la Navidad Bizantino 
3 de enero Mozárabe 
1 de mayo San José Obrero (fiesta del trabajo) | 
 
| Atributos | 
Azucena o nardo, acompañado del Niño. 
Serrucho de carpintero. | 
 
| Patronazgo | 
  Bélgica;   Austria;   Canadá,   Corea del Sur;   México;   Panamá;   Nueva Caledonia;   Vietnam;   Italia, Turín,
 de la Iglesia Universal (declarado por el Papa Pío IX en 1870), 
carpinteros, emigrantes, viajeros, de los niños por nacer. Por 
antonomasia, es el «patrono de la buena muerte» por atribuírsele haber 
muerto en brazos de Jesús y María. | 
 
 
José de Nazaret (heb. יוֹסֵף) fue, en el  cristianismo y según diversos  textos neotestamentarios, el esposo de  María, la madre de  Jesús de Nazaret y, por tanto, padre terrenal de Jesús. Según los Evangelios, era de oficio artesano (en el original griego, «τεχτων»;  Mateo 13:55a), lo que ya en los primeros siglos del cristianismo se concretó en  carpintero, profesión que habría enseñado a su hijo, de quien igualmente se indica que era "artesano" ( Marcos 6:3a). De condición humilde, aunque las genealogías de  Mateo 1:1-17 y  Lucas 3:23-38, lo presentan como perteneciente a la estirpe del  rey David. Se ignora la fecha de su  muerte,
 aunque se acepta que José de Nazaret murió cuando Jesucristo tenía ya 
más de 12 años pero antes del inicio de su predicación. En efecto, el  evangelio de Lucas menciona a «los padres» de Jesús cuando éste ya cuenta con 12 años ( Lucas 2:41-50),
 pero no se menciona a José de Nazaret en los Evangelios canónicos 
durante el ministerio público de Jesús, por lo que se presume que murió 
antes de que éste tuviera lugar. Las Escrituras señalan a José como 
«justo» ( Mateo 1:18), que implica su fidelidad a la Ley y su santidad.
 
 José de Nazaret en el Nuevo Testamento
El evangelio de  Mateo 1:18-24 muestra parte del drama que vivió José de Nazaret al saber que  María
 estaba embarazada. Iba a repudiarla, en secreto porque era justo, 
porque no quería que fuera apedreada según lo dispuesto en la Ley. ( Deuteronomio 22:20-21). La  Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén
 interpreta que la justicia de José consistió en no querer encubrir con 
su nombre a un niño cuyo padre ignoraba, pero también en que, convencido
 de la virtud de María, se negaba a entregarla al riguroso procedimiento
 de la Ley. 1 Según el evangelio de Mateo, el  ángel del Señor le manifestó en sueños que ella concibió por obra del  Espíritu Santo y que su hijo «salvaría a su pueblo de sus pecados», por lo que José aceptó a María ( Mateo 1:20-24).
 
Luego, cuando  Herodes el Grande ordenó matar a los niños menores de dos años de  Belén y de toda la comarca, José tomó al  niño Jesús y a su madre y huye a  Egipto ( Mateo 2:13-18). Al morir Herodes, José regresa con el niño y su madre, pero no se establece en  Judea por miedo a  Arquelao, el hijo de Herodes el Grande, y decide retirarse con su familia a  Nazaret ( Mateo 2:19-23),
 lugar que, según recientes descubrimientos arqueológicos, era entonces 
una pequeña aldea con casas muy humildes adyacentes a cuevas rocosas y 
donde antes vivía María, según  Lucas 1:26-32.
 
 Significado del nombre, y oficio de José
José (o  Joseph en su transcripción arcaica al español castellano, usada hasta inicios del s. XIX) es un nombre masculino de origen  hebreo que deriva de  yôsef (יוסף) «añada», del verbo  lehosif (להוסיף) «añadir». La explicación del significado de este nombre se encuentra en el  libro del Génesis.
 
Entonces se acordó Dios de Raquel.
 Dios la oyó y abrió su seno, y ella concibió y dio a luz a un hijo. Y 
dijo: «Ha quitado Dios mi afrenta.» y le llamó José, como diciendo: 
«Añádeme YHWH otro hijo.» 
Génesis 30,22-24 
 
. 
El hecho de que José de Nazaret sea mencionado como padre adoptivo o putativo de Jesús habría dado lugar al  acrónimo Pepe tomando ambas iniciales, para las personas con dicho nombre en  castellano. 2
El evangelio de Mateo en griego señala que Jesús de Nazaret era «hijo
 del artesano» (Mateo 13:55a) y el evangelio de Marcos expresa que a 
Jesús mismo le hacían de ese oficio: «¿No es éste el artesano?» (Marcos 
6:3). 
El término griego usado en ambos casos, «τεχτων», no corresponde específicamente a «carpintero», sino a «artesano», a «obrero», 3
 aunque más frecuentemente se diga de José que era carpintero. De hecho,
 así se lo suele traducir en la mayoría de las Biblias, incluyendo la  Biblia de Jerusalén: «¿No es éste (Jesús) el hijo del carpintero?» (Mateo 13:55a). 4
 José de Nazaret en la Patrística
Los Padres de la Iglesia fueron los primeros en retomar el tema de José de Nazaret.  Ireneo de Lyon señaló que José, al igual que cuidó amorosamente a  María
 y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también 
custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la María es 
figura y modelo. 5 A Ireneo se sumó  Efrén de Siria con un sermón laudatorio, 6 ,  Juan Crisóstomo, 7 ,  Jerónimo de Estridón, 8 y  Agustín de Hipona, quien apuntó de forma taxativa refiriéndose a José y a María:
 
Lo que el Espíritu Santo
 ha obrado, lo ha obrado para los dos. Justo es el hombre, justa es la 
mujer. El Espíritu Santo, apoyándose en la justicia de los dos, dio un 
hijo a ambos. 
San Agustín, Serm. 51, c. 20. 
 
Según la tradición apostólica, José nació en  Belén.
 Los padres de José eran Santiago y Santa Juana. Santiago (cuyo nombre 
original es Jacob) era natural de Belén. Sus padres eran Mathan y Estha.
 Su genealogía es la del Evangelio de San Mateo. Santa Juana (cuyo 
nombre original es Abdit), llamada por algunos Abigail, era de Belén. 
Sus padres eran Eleazar y Abdit. 
Además, José tenía un primo hermano, de nombre  Cleofás, que fue padre de  Santiago el Menor, José Barsabás, Simón El Celote,  Judas Tadeo,
 Lidia y Lisia (todo ellos fueron conocidos como hermanos de Jesús, 
aunque la interpretación tradicional católica considera que serían sus 
primos segundos).
 
 San José en la Iglesia católica
Numerosos autores cristianos, varios de ellos  doctores de la Iglesia, se refirieron a lo largo de la historia a José de Nazaret ( Beda el Venerable,  Bernardo de Claraval,  Tomás de Aquino en su  Summa Theologiae, 3, q. 29, a. 2 in c.). 9 Sixto IV (1471-1484) introdujo la festividad de San José en el  Breviario romano, e  Inocencio VIII (1484-1492) la elevó a rito doble. 
Sin embargo, fue  Teresa de Ávila
 quien dio a la devoción a San José el espaldarazo definitivo en el 
siglo XVI. Esta mística española relata su experiencia personal referida
 a José de Nazaret en el  Libro de la Vida:
 
Y tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a
 él. [...] No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya 
dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha 
hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que 
me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les
 dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso 
santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor 
darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra (que como 
tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar), así en el cielo hace
 cuanto le pide. [...] Paréceme, ha algunos años, que cada año en su día
 le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la 
petición, él la endereza para más bien mío. [...] Sólo pido, por amor de
 Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran
 bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. 
En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas, 
que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo 
que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo 
bien que les ayudó en ello. Quien no hallare maestro que le enseñe 
oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en el camino.10 
 
Por la fidelidad a su esposa con la que, según la  Iglesia católica,
 consumó el matrimonio manteniéndose casto, debido a que María estaba 
profundamente entregada al amor de su padre divino, San José recibió el 
don divino de la paternidad aún siendo verdadero esposo virginal, de ahí
 su dignidad y santidad. San José fue declarado patrono de la  familia y es por antonomasia el patrono de la buena muerte, atribuyéndosele el haber muerto en brazos de Jesús y de María. 
El Papa  Pío IX lo proclamó patrono de la Iglesia universal en  1870. Debido a su trabajo de carpintero es considerado patrono del  trabajo, especialmente de los obreros, por dictamen de  Pío XII en  1955, que quiso darle connotacion cristiana a la efeméride del  Día internacional de los trabajadores. 
La  Iglesia católica lo ha declarado también protector contra la  duda y el Papa  Benedicto XV lo declaró además patrono contra el  comunismo y la relajación moral. En 1989, el papa  Juan Pablo II le dedicó una exhortación apostólica: «Redemptoris Custos». 11 Ha sido proclamado patrono de  América,  China,  Canadá,  Corea,  México,  Austria,  Bélgica,  Bohemia,  Croacia,  Perú,  Vietnam.
 
 Sagrada Familia
José, p.p. de Jesús, padre putativo de Jesús , es decir, aquel que 
era tenido por padre de Jesús sin serlo, forma uno de los tres pilares 
que componen la familia cristiana modelo, tanto en su aspecto interno 
(en las relaciones entre los distintos miembros que la integran) como en
 el externo (la familia ante la sociedad). 
Podemos afirmar que José no era padre adoptivo en sentido estricto 
pues no hubo ninguna adopción, ningún negocio jurídico equivalente a 
ello. José fue la persona que, según la tradición cristiana, Dios eligió
 para constituir una familia para Jesús. Y tal familia se caracterizó 
por sólo tres elementos, destacando que de ellos, José asumió el rol 
masculino. 
José, un hombre justo, se caracterizó en sus relaciones familiares, 
por dar una trato de máximo respeto y apoyo a María y por servir de 
modelo, por voluntad de Dios, a Jesús. Son estas notas las que 
constituyen el aspecto fundamental de la familia cristiana vista 
internamente. Y nos llevan a afirmar que José es una de las figuras 
centrales del cristianismo, un hombre excepcional.
 
 Josefología
En el presente, algunos teólogos católicos sostienen que José subió 
al cielo en cuerpo y alma e inclusive que José fue inmaculado desde su 
concepción. 12 La «Josefología», como rama de la Teología que estudia a José de Nazaret, está en constante evolución.
 
 Iconografía
San José se halla representado desde el  siglo III en algunos relieves de  sarcófagos, siempre junto a la Virgen María, llevando ordinariamente como distintivo un  cayado (bastón con el extremo superior curvo) o un instrumento de su oficio.
 
Hasta el siglo V siempre se le da un aspecto joven y hasta el  siglo XIII nunca figura aislado o fuera de escena.
 
 Oración a San José
A Vos recurrimos en nuestra tribulación, bienaventurado José, y 
después de haber implorado el auxilio de vuestra Santísima esposa, 
solicitamos también confiadamente vuestro patrocinio. Por el afecto que 
os unió a la Virgen Inmaculada, Madre de Dios; por el amor paternal que 
profesasteis al Niño Jesús, os suplicamos que volváis benigno los ojos a
 la herencia que Jesucristo conquistó con su Sangre, y que nos socorráis
 con vuestro poder en nuestras necesidades. Proteged, prudentísimo 
custodio de la Sagrada Familia, al linaje escogido de Jesucristo; 
preservadnos, Padre amantísimo, de todo contagio de error y corrupción; 
sednos propicio y asistidnos desde el Cielo, oh, poderosísimo Protector 
nuestro! en el combate que al presente libramos con el poder de las 
tinieblas, y del mismo modo que en otra ocasión librasteis del peligro 
de la muerte al Niño Jesús, defended ahora a la Santa Iglesia de Dios de
 las asechanzas del enemigo y de toda adversidad. Amparad a cada uno de 
nosotros, con vuestro perpetuo patrocinio, a fin de que, siguiendo 
vuestros ejemplos y sostenidos con vuestros auxilios, podamos vivir 
santamente, morir piadosamente, y obtener la felicidad eterna del cielo.
 Amén. 
 
 San José y Las Fallas de Valencia
En  Valencia,  España, se celebran unas fiestas tradicionales llamadas  Fallas de Valencia
 en las que, entre otros actos, se queman unos monumentos en diferentes 
puntos de la ciudad. Éstas se celebran en honor de San José. Los 
principales actos de Las Fallas son:
 
- La Mascletà
 
- La Cremà
 
- El Castell de Focs
 
- La Despertà
 
 
 Véase también
 Bibliografía
- 
- Esquerda Bifet, J. (1989). José de Nazaret. Salamanca: Ed. Sígueme.
 
- Llamera, B. (1953). Teología de San José. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
 
 
  
 Referencias
- ↑ Escuela Bíblica de Jerusalén, ed (1976). Biblia de Jerusalén (Edición Española). Bilbao (España): Desclée de Brouwer. p. 1387. ISBN 84-330-0022-5.
 
- ↑ Carles Monguilod Agustí. (2011). La defensa putativa. Diario El País]
 
- ↑ Zorrell, Francisco. (1931). Lexicon graecum Novi Testamenti. París, col. 1307-1308.
 
- ↑ Escuela Bíblica de Jerusalén, ed (1976). Biblia de Jerusalén (Edición Española). Bilbao (España): Desclée de Brouwer. p. 1408. ISBN 84-330-0022-5.
 
- ↑ Ireneo de Lyon. Adversus haereses IV, 23, 1.
 
- ↑ San Efrén. Sermón de Navidad, 1.
 
- ↑ San Juan Crisóstomo, Hom. 4 in Math., n. 6.
 
- ↑ San Jerónimo. De perp. Virg. B. M. V., PL 23, 213.
 
- ↑ Martelet, Bernard (1999). José de Nazaret, el hombre de confianza. 321 pp (4a edición). Madrid: Ediciones Palabra. ISBN 84-8239-324-3. Consultado el 20 de marzo de 2012.
 
- ↑ Santa Teresa de Jesús (2003). Libro de la vida. Volumen 90 de Colección Clásicos universales. 347 pp. Valdeavero, Madrid: Jorge A Mestas Ediciones. ISBN 978-84-9599-418-9.
 
- ↑ Juan Pablo II (15 de agosto de 1989). «Exhortación Apostólica «Redemptoris Custos» sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia». Consultado el 19 de marzo de 2012.
 
- ↑ Canals Vidal (1998). «La tarea josefológica del P. Francisco de Paula Sola». Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada (4):  pp. 35-49. ISSN 1137-117X. Consultado el 20 de marzo de 2012.
 
 
 
 Enlaces externos
  
 
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