San
Pacifico de San Severino (
1 de marzo de
1653 –
24 de septiembre de
1721) fue un religioso italiano. Es venerado como santo en la iglesia católica.
Biografía
Carlo Antonio Divini nació en
San Severino,
hijo de Antonio M. Divini y Mariangela Bruni. Sus padres murieron
pronto después de su confirmación católica cuando sólo tenía tres años.
Sufrió muchas penurias hasta diciembre de 1670, cuando tomó el hábito
franciscano en el Orden de los
Reformati en
Forano, en
Ancona. Pacífico fue ordenado el
4 de junio de
1678,
convirtiéndose en Lector (o Profesor) de Filosofía desde 1680 a 1683.
Después de seis años, trabajño como misionero católico entre los
alrededores. Durante 29 años, sufrió enfermedades e incluso se quedó
ciego. Icapaz después de participar en misiones, se dedicó a la vida
contemplativa. Siempre decia que "dio sus males con paciencia angelical,
fue bendecido con varios milagros, y se vio favorecido por Dios con el
éxtasis". A pesar de que era una víctima, desde 1692 hasta 1693 ocupó el
cargo de guardián en el convento de Maria delle Grazie en San Severino,
donde falleció más tarde. Su causa de beatificación se inició en 1740,
fue beatificado por el Papa
Pío VI, el
4 de agosto de
1786, y fue canonizado solemnemente por el Papa
Gregorio XVI, el
26 de mayo de
1839. Su fiesta se celebra el
24 de septiembre.
Enlaces externos
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Pacífico, Santo |
Sacerdote, Septiembre 24 |
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Pacífico, Santo |
Presbítero Franciscano
Martirologio Romano: En Sanseverino Marche, del Piceno, en Italia,
san Pacífico de San Severino, presbítero de la Orden de
Hermanos Menores, preclaro por sus penitencias, amor a la soledad
y oración ante el Santísimo Sacramento (1721).
Etimología: Pacífico = manso,
humilde. Viene de la lengua latina.
San Pacífico
de San Severiano, desde la primera niñez solamente conoció adversidades
y que malogró cada uno de sus intentos sucesivos de
hacer lo que se proponía.
Huérfano a los cuatro años, pobre, maltratado por los parientes
que le acogieron, pareció que iba a encontrar en el
claustro lo que el mundo le negaba, y en 1670
ingresó en un convento de franciscanos reformados. Su camino parecía
claro, ser profesor de filosofía, pero según él mismo "no
se necesitan doctores, sino apóstoles", y pide una ocupación más
activa.
Está terminando el siglo XVII, se
avecina la gran tormenta de la Ilustración, y será predicador
en tareas misionales, hasta que este servicio se le hace
imposible por tener los pies hinchados y cubiertos de llagas.
¿Qué va a hacer un apóstol que no puede caminar?
Dedicarse a la confesión, pero la sordera absoluta le impide
ejercer este ministerio. Un confesor que no puede oír...
Más aún, quedará ciego, ya ni celebrar la
misa, ni salir de su celda. Y entonces en este
desamparo le falta incluso el consuelo de sus hermanos de
religión, y el sacristán y el enfermero que le cuidan
le maltratan de palabra y de obra, como acosándole en
su último refugio.
Así durante años hasta
la muerte, como un nuevo Job, desposeído de todo excepto
de paciencia y de amor a Dios, siervo inútil que
se santifica por su misma obligada inutilidad.
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