lunes, 24 de septiembre de 2012

domingo 23 Septiembre 2012


Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario

San Fournet,  San Pío Pietrelcina


Leer el comentario del Evangelio por
San Máximo de Turín : “El que acoge a un niño en mi nombre, me acoge a mi”

Lecturas

Sabiduría 2,12.17-20.


Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra manera de obrar; nos echa en cara las transgresiones a la Ley y nos reprocha las faltas contra la enseñanza recibida.
Veamos si sus palabras son verdaderas y comprobemos lo que le pasará al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo protegerá y lo librará de las manos de sus enemigos.
Pongámoslo a prueba con ultrajes y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia.
Condenémoslo a una muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará".


Salmo 54(53),3-4.5.6.8.


Dios mío, sálvame por tu Nombre,
defiéndeme con tu poder.
Dios mío, escucha mi súplica,
presta atención a las palabras de mi boca.

Porque gente soberbia se ha alzado contra mí,
hombres violentos atentan contra mi vida,
sin tener presente a Dios.
Pero Dios es mi ayuda,
el Señor es mi verdadero sostén:

Te ofreceré un sacrificio voluntario,
daré gracias a tu Nombre, porque es bueno.


Santiago 3,16-18.4,1-3.


Porque donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.
Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz.
¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros?
Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden.
O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.


Marcos 9,30-37.


Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".
Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Máximo de Turín (?-v. 420), obispo
Sermón 58 ; PL 57, 363

“El que acoge a un niño en mi nombre, me acoge a mi”

Nosotros, todos los cristianos, somos el cuerpo del Cristo y sus
miembros, dice el apóstol Pablo (1Co 12,27). En la resurrección de Cristo,
todos sus miembros resucitaron con él, y mientras él pasaba de los
infiernos a la tierra, nos hace pasar a nosotros de la muerte a la vida.
La palabra "pascua" en hebreo quiere decir paso o partida. ¿Este
misterio no es el paso del mal al bien? ¡Y qué paso! Del pecado a la
justicia, del vicio a la virtud, de la vejez a la infancia. Hablo aquí de
la infancia que significa sencillez, no de la edad.Porque las virtudes,
también, tienen sus edades. Ayer la decrepitud del pecado nos ponía sobre
nuestra decadencia. Pero la resurrección de Cristo nos hace renacer en la
inocencia de los niños. La sencillez cristiana hace suya la infancia.
El niño no tiene rencor, no conoce el fraude, no se atreve a golpear. Así,
este niño que es el cristiano, no se enfurece si se le insulta, no se
defiende si se le despoja, no devuelve los golpes si se le golpea. El Señor
hasta exige que rece por sus enemigos, que le entregue la túnica y el manto
a los ladrones, y que presente la otra mejilla a los que lo abofetean (Mt
5,39s). La infancia de Cristo sobrepasa la infancia de los hombres... Ésta
debe su inocencia a su debilidad, la otra a su virtud. Y es digna de más
elogios todavía: su rechazo al mal, emana de su voluntad, no de su
impotencia.

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