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Agapito I, Santo |
LVII Papa
Reinó del 535-536.
Su fecha de nacimiento es incierta; murió
el 22 de abril del 536.
Fue hijo de Gordianus,
un sacerdote Romano que había sido liquidado durante los disturbios
en los días del Papa Symmachus.
Su primer acto oficial
fue quemar en presencia de la asamblea del clero, el
anatema que Bonifacio II había pronunciado en contra de Dioscurus,
su último rival, ordenando fuera preservado en los archivos Romanos.
El confirmó el decreto del concilio sostenido en Cartago, después
de la liberación de África, de la yunta de Vándalo,
según los convertidos del Arrianismo, fueron declarados inelegibles a las
Santas Ordenes y aquellos ya ordenados, fueron admitidos meramente para
dar la comunión.
Aceptó una apelación de Contumeliosus, Obispo de
Riez, a quien un concilio en Marsella había condenado por
inmoralidad, ordenando a San Caesarius de Aries otorgar al acusado
un nuevo juicio ante los delegados papales. Mientras tanto, Belisarius,
después de la sencilla conquista de Sicilia, se preparaba para
una invasión de Italia.
El rey Gótico, Theodehad, como último
recurso, mendigó al viejo pontífice proceder a Constantinopla y traer
su influencia para lidiar con el Emperador Justiniano.
Para pagar
los costos de la embajada, Agapito se vio obligado a
prometer las naves sagradas de la Iglesia de Roma.
Se
embarcó en pleno invierno con cinco obispos y un séquito
imponente. En febrero del 536, apareció en la capital del
Este y fue recibido con todos los honores que convienen
a la cabeza de la Iglesia Católica.
Como él había
previsto sin duda, el objeto aparente de su visita fue
condenado al fracaso. Justiniano no podría ser desviado de su
resolución para restablecer los derechos del Imperio en Italia. Pero
desde el punto de vista eclesiástico, la visita del Papa
a Constantinopla marcó un triunfo escasamente menos memorable que las
campañas de Belisario.
El entonces ocupante de la Sede Bizantino
era un cierto Anthimus, quien sin la autoridad de los
cánones había dejado su sede episcopal en Trebizond, para unir
el cripto-Monophysites que, en unión con la Emperatriz Teodora, intrigaban
para socavar la autoridad del Concilio de Calcedonia.
Contra las
protestas del ortodoxo, la Emperatriz finalmente sentó a Anthimus en
la silla patriarcal.
No bien hubo llegado el Papa, la
mayoría prominente del clero mostró cargos en contra del nuevo
patriarca, como un intruso y un herético. Agapito le ordenó
hacer una profesión escrita de la fe y volver
a su sede abandonada; sobre su negativa, rechazó tener cualquier
relación con él.
Esto enfadó al Emperador, que había sido
engañado por su esposa en cuanto a la ortodoxia de
su favorito, llegando al punto de amenazar al Papa con
el destierro. Agapito contestó con el espíritu: "Con anhelo ansioso
vengo a mirar hacia el Emperador Cristiano Justiniano. En su
lugar encuentro a un Dioclesiano, cuyas amenazas, sin embargo, no
me aterrorizan." Este atrevido idioma hizo que Justiniano tomara una
pausa; siendo convencido finalmente de que Anthimus era poco sólido
en la fe, no hizo ninguna objeción al Papa en
ejercitar la plenitud de sus poderes a deponer y suspender
al intruso, y, por primera vez en la historia de
la Iglesia, consagrar personalmente a su sucesor legalmente elegido,
Mennas.
Este memorable ejercicio de la prerrogativa papal no se
olvidó pronto por los Orientales, que, junto con los Latinos,
lo veneran como un santo.
Para purificarlo de cualquier sospecha
de ayudar a la herejía, Justiniano entregó al Papa una
confesión escrita de la fe, que el último aceptó con
la juiciosa cláusula, "aunque no pudiera admitir en un laico
el derecho de enseñar la religión, observaron con placer que
el afán del Emperador estaba en perfecto acuerdo con las
decisiones de los Padres".
Poco después Agapito cayó enfermo y
murió, después de un glorioso reinado de diez meses. Sus
restos fueron introducidos en un ataúd y dirigidos a Roma,
siendo depositados en San Pedro.
Su memoria se mantiene el
20 de septiembre, el día de su deposición. Los griegos
lo conmemoran el 22 abril, día de su muerte.
20 de septiembre
SAN AGAPITO I,
Papa
(536 d.C.)
A |
Nació en Roma en el seno de la noble familia Anicia. Recibido en
el clero, desempeñó las obligaciones inferiores del ministerio en las Iglesias
de San Juan y San Pablo. Tenía una fe fermísima y se dedicaba con tesón a la
realización de su ministerio, según nos testimonian las numerosas cartas que
han quedado de él. Su gran santidad le recomendó al amor y estimación de
cuantos le conocían, y muerto el Papa Juan II el 26 de abril del 535, Agapito,
que a la sazón era arcediano, fue electo para ocupar aquella silla, y
consagrado el 4 de mayo. Con la dulzura curó las heridas que habían hecho las
disensiones y el desgraciado cisma de Dioscoro contra Bonifacio II el año 529.
Informado de su elección el emperador Justiniano, le envió una
profesión de su fe, que el Papa recibió como ortodoxa, y en cumplimiento de
sus solicitudes, condenó a los monjes Acemetas de Constantinopla que estaban
infectados de la herejía nestoriana. Habiendo sido depuesto Hilderico, rey de
los vándalos en Africa, por Gilimerico, Justiniano se valió de aquella ocasión
para romper la alianza que el emperador Zenon había hecho con Genserico, y el año
533, el séptimo de su reinado, envió al Africa a Belisario con una armada de
quinientas velas.
Aquel experimentado general hizo con mucha facilidad la conquista
de aquel país, y tomó a Cártago casi sin oposición, Justiniano envió a las
iglesias de Jerusalén los vasos del antiguo templo judaico, que Tito en su
tiempo había llevado a Roma, y que Genserico había conducido de aquí a Cartago.
Después de haber restablecido el gobierno temporal del Africa, el emperador
restituyó sus iglesias a los católicos, y los obispos arrianos que se habían
vuelto a la fe católica pudiesen retener sus sillas. Agapito respondió que en
este punto no podía proceder contra los cánones, y que los obispos arrianos
debían quedar satisfechos y contentos con haber sido admitidos en la Iglesia
Católica, sin pretender además de esto volverse a introducir entre el clero ni
tener dignidad eclesiástica. Habiendo el emperador erigido la ciudad de
Justinianea, cerca del lugar de su nacimiento, suplicó al Papa que hiciese
vicario suyo en llírico al nuevo obispo de esta silla.
Entre tanto como Teodato, rey de los godos de Italia, llegase a
entender que Justiniano hacía grandes preparativos para una expedición contra
aquel reino con ánimo de recobrarlo, obligó al Papa Agapito a hacer un viaje a
Constantinopla para disudirle de semejante proyecto. Al mismo tiempo los abades
de Constantinopla escribieron al Papa informándole de los desórdenes y riesgos
habidos en aquella Iglesia. Muerto Epifanio, Patriarca de aquella ciudad el año
535, por intrigas de la emperatriz Teodora fue llamado a aquella silla Antimo,
obispo de Trebisonda. Él era tenido por católico, pero en realidad era enemigo
solapado del Concilio Calcedonense como la emperatriz misma.
La promoción de Antimo a Constantinopla animó tanto a los Acéfalos,
que Severo, falso patriarca de Antioquía, y otros príncipes de la secta,
marcharon inmediatamente a ella, y llenaron de confusión aquella Iglesia.
Agapito respondió a aquellos abades, que él mismo iba en persona a
Constantinopla, donde podían esperar su llegada. San Gregorio el Magno cuenta
que este buen Papa en su jornada al Oriente, curó a un hombre tullido y mudo
diciendo una Misa por él. San Agapito, pues, llegó a Constantinopla el 2 de
febrero del año 536, y fue recibido con respeto por el emperador. El Papa habló
al príncipe y le instó mucho acerca del negocio que allí le había llevado:
pero Justiniano había ya procedido muy adelante para que fuese fácil volverse
atrás del proyecto contra Italia, por lo cual principió San Agapito a tratar
de los asuntos religiosos.
Rehusó absolutamente admitir a Antimo a su comunión como se
suscribiese públicamente al Concilio Calcedonense, y que no permitiese de modo
alguno su traslación a la silla de Constantinopla. La emperatriz interpuso todo
su poder y todos sus artificios para ganar este punto: el emperador también se
lo suplicó con promesas, y quiso luego exigirlo con amenazas, más el Papa se
mantuvo inflexible, y al fin Antimo tuvo que volverse a Trebisonda temiendo ser
compelido al recibir el Concilio de Calcedonia. Sin embargo el Papa le declaró
excomulgado si no se declaraba católico por medio de la suscripción a aquel sínodo;
cuya firmeza trajo sobre el Papa todo el furor del partido eutiquiano y de la
emperatriz.
Su constancia no obstante inutilizó sus esfuerzos, y Mennas,
sujeto tan recomendable por su sabiduría como por su piedad, fue elegido
patriarca de Constantinopla, y consagrado tal por el Papa. Se pusieron en manos
de San Agapito varias solicitudes relativas a quejas y acusaciones de crímines
y herejías que se imputaban a Severo y a algunos otros obispos del partido de
los Acéfalos, las que preparaba el Papa para ser examinadas en un concilio a
tiempo que cayó enfermo y murió en Constantinopla el 17 de abril del año 536.
Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en la Iglesia de San Pedro en el
Vaticano el 20 de septiembre del mismo año.
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