domingo, 16 de septiembre de 2012

Agapito I, Santo


LVII Papa, Septiembre 20
Agapito I, Santo
Agapito I, Santo

LVII Papa

Reinó del 535-536.

Su fecha de nacimiento es incierta; murió el 22 de abril del 536.

Fue hijo de Gordianus, un sacerdote Romano que había sido liquidado durante los disturbios en los días del Papa Symmachus.

Su primer acto oficial fue quemar en presencia de la asamblea del clero, el anatema que Bonifacio II había pronunciado en contra de Dioscurus, su último rival, ordenando fuera preservado en los archivos Romanos.

El confirmó el decreto del concilio sostenido en Cartago, después de la liberación de África, de la yunta de Vándalo, según los convertidos del Arrianismo, fueron declarados inelegibles a las Santas Ordenes y aquellos ya ordenados, fueron admitidos meramente para dar la comunión.

Aceptó una apelación de Contumeliosus, Obispo de Riez, a quien un concilio en Marsella había condenado por inmoralidad, ordenando a San Caesarius de Aries otorgar al acusado un nuevo juicio ante los delegados papales. Mientras tanto, Belisarius, después de la sencilla conquista de Sicilia, se preparaba para una invasión de Italia.

El rey Gótico, Theodehad, como último recurso, mendigó al viejo pontífice proceder a Constantinopla y traer su influencia para lidiar con el Emperador Justiniano.

Para pagar los costos de la embajada, Agapito se vio obligado a prometer las naves sagradas de la Iglesia de Roma.

Se embarcó en pleno invierno con cinco obispos y un séquito imponente. En febrero del 536, apareció en la capital del Este y fue recibido con todos los honores que convienen a la cabeza de la Iglesia Católica.

Como él había previsto sin duda, el objeto aparente de su visita fue condenado al fracaso. Justiniano no podría ser desviado de su resolución para restablecer los derechos del Imperio en Italia. Pero desde el punto de vista eclesiástico, la visita del Papa a Constantinopla marcó un triunfo escasamente menos memorable que las campañas de Belisario.

El entonces ocupante de la Sede Bizantino era un cierto Anthimus, quien sin la autoridad de los cánones había dejado su sede episcopal en Trebizond, para unir el cripto-Monophysites que, en unión con la Emperatriz Teodora, intrigaban para socavar la autoridad del Concilio de Calcedonia.

Contra las protestas del ortodoxo, la Emperatriz finalmente sentó a Anthimus en la silla patriarcal.

No bien hubo llegado el Papa, la mayoría prominente del clero mostró cargos en contra del nuevo patriarca, como un intruso y un herético. Agapito le ordenó hacer una profesión escrita de la fe y volver a su sede abandonada; sobre su negativa, rechazó tener cualquier relación con él.

Esto enfadó al Emperador, que había sido engañado por su esposa en cuanto a la ortodoxia de su favorito, llegando al punto de amenazar al Papa con el destierro. Agapito contestó con el espíritu: "Con anhelo ansioso vengo a mirar hacia el Emperador Cristiano Justiniano. En su lugar encuentro a un Dioclesiano, cuyas amenazas, sin embargo, no me aterrorizan." Este atrevido idioma hizo que Justiniano tomara una pausa; siendo convencido finalmente de que Anthimus era poco sólido en la fe, no hizo ninguna objeción al Papa en ejercitar la plenitud de sus poderes a deponer y suspender al intruso, y, por primera vez en la historia de la Iglesia, consagrar personalmente a su sucesor legalmente elegido, Mennas.

Este memorable ejercicio de la prerrogativa papal no se olvidó pronto por los Orientales, que, junto con los Latinos, lo veneran como un santo.

Para purificarlo de cualquier sospecha de ayudar a la herejía, Justiniano entregó al Papa una confesión escrita de la fe, que el último aceptó con la juiciosa cláusula, "aunque no pudiera admitir en un laico el derecho de enseñar la religión, observaron con placer que el afán del Emperador estaba en perfecto acuerdo con las decisiones de los Padres".

Poco después Agapito cayó enfermo y murió, después de un glorioso reinado de diez meses. Sus restos fueron introducidos en un ataúd y dirigidos a Roma, siendo depositados en San Pedro.

Su memoria se mantiene el 20 de septiembre, el día de su deposición. Los griegos lo conmemoran el 22 abril, día de su muerte.
 
 
20 de septiembre
SAN AGAPITO I,
Papa
(536 d.C.)
A
   Nació en Roma en el seno de la noble familia Anicia. Recibido en el clero, desempeñó las obligaciones inferiores del ministerio en las Iglesias de San Juan y San Pablo. Tenía una fe fermísima y se dedicaba con tesón a la realización de su ministerio, según nos testimonian las numerosas cartas que han quedado de él. Su gran santidad le recomendó al amor y estimación de cuantos le conocían, y muerto el Papa Juan II el 26 de abril del 535, Agapito, que a la sazón era arcediano, fue electo para ocupar aquella silla, y consagrado el 4 de mayo. Con la dulzura curó las heridas que habían hecho las disensiones y el desgraciado cisma de Dioscoro contra Bonifacio II el año 529.

   Informado de su elección el emperador Justiniano, le envió una profesión de su fe, que el Papa recibió como ortodoxa, y en cumplimiento de sus solicitudes, condenó a los monjes Acemetas de Constantinopla que estaban infectados de la herejía nestoriana. Habiendo sido depuesto Hilderico, rey de los vándalos en Africa, por Gilimerico, Justiniano se valió de aquella ocasión para romper la alianza que el emperador Zenon había hecho con Genserico, y el año 533, el séptimo de su reinado, envió al Africa a Belisario con una armada de quinientas velas.

   Aquel experimentado general hizo con mucha facilidad la conquista de aquel país, y tomó a Cártago casi sin oposición, Justiniano envió a las iglesias de Jerusalén los vasos del antiguo templo judaico, que Tito en su tiempo había llevado a Roma, y que Genserico había conducido de aquí a Cartago. Después de haber restablecido el gobierno temporal del Africa, el emperador restituyó sus iglesias a los católicos, y los obispos arrianos que se habían vuelto a la fe católica pudiesen retener sus sillas. Agapito respondió que en este punto no podía proceder contra los cánones, y que los obispos arrianos debían quedar satisfechos y contentos con haber sido admitidos en la Iglesia Católica, sin pretender además de esto volverse a introducir entre el clero ni tener dignidad eclesiástica. Habiendo el emperador erigido la ciudad de Justinianea, cerca del lugar de su nacimiento, suplicó al Papa que hiciese vicario suyo en llírico al nuevo obispo de esta silla.

   Entre tanto como Teodato, rey de los godos de Italia, llegase a entender que Justiniano hacía grandes preparativos para una expedición contra aquel reino con ánimo de recobrarlo, obligó al Papa Agapito a hacer un viaje a Constantinopla para disudirle de semejante proyecto. Al mismo tiempo los abades de Constantinopla escribieron al Papa informándole de los desórdenes y riesgos habidos en aquella Iglesia. Muerto Epifanio, Patriarca de aquella ciudad el año 535, por intrigas de la emperatriz Teodora fue llamado a aquella silla Antimo, obispo de Trebisonda. Él era tenido por católico, pero en realidad era enemigo solapado del Concilio Calcedonense como la emperatriz misma.

   La promoción de Antimo a Constantinopla animó tanto a los Acéfalos, que Severo, falso patriarca de Antioquía, y otros príncipes de la secta, marcharon inmediatamente a ella, y llenaron de confusión aquella Iglesia. Agapito respondió a aquellos abades, que él mismo iba en persona a Constantinopla, donde podían esperar su llegada. San Gregorio el Magno cuenta que este buen Papa en su jornada al Oriente, curó a un hombre tullido y mudo diciendo una Misa por él. San Agapito, pues, llegó a Constantinopla el 2 de febrero del año 536, y fue recibido con respeto por el emperador. El Papa habló al príncipe y le instó mucho acerca del negocio que allí le había llevado: pero Justiniano había ya procedido muy adelante para que fuese fácil volverse atrás del proyecto contra Italia, por lo cual principió San Agapito a tratar de los asuntos religiosos.

   Rehusó absolutamente admitir a Antimo a su comunión como se suscribiese públicamente al Concilio Calcedonense, y que no permitiese de modo alguno su traslación a la silla de Constantinopla. La emperatriz interpuso todo su poder y todos sus artificios para ganar este punto: el emperador también se lo suplicó con promesas, y quiso luego exigirlo con amenazas, más el Papa se mantuvo inflexible, y al fin Antimo tuvo que volverse a Trebisonda temiendo ser compelido al recibir el Concilio de Calcedonia. Sin embargo el Papa le declaró excomulgado si no se declaraba católico por medio de la suscripción a aquel sínodo; cuya firmeza trajo sobre el Papa todo el furor del partido eutiquiano y de la emperatriz.

   Su constancia no obstante inutilizó sus esfuerzos, y Mennas, sujeto tan recomendable por su sabiduría como por su piedad, fue elegido patriarca de Constantinopla, y consagrado tal por el Papa. Se pusieron en manos de San Agapito varias solicitudes relativas a quejas y acusaciones de crímines y herejías que se imputaban a Severo y a algunos otros obispos del partido de los Acéfalos, las que preparaba el Papa para ser examinadas en un concilio a tiempo que cayó enfermo y murió en Constantinopla el 17 de abril del año 536. Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en la Iglesia de San Pedro en el Vaticano el 20 de septiembre del mismo año.

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