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Francisco de Posadas, Beato |
Presbítero
Martirologio Romano: En Córdoba, en España, beato Francisco de Posadas,
presbítero de la Orden de Predicadores, que durante cuarenta años
predicó a Cristo en su región, sobresaliendo por su humildad
y caridad (1713).
Fecha de beatificación: Pío VII lo beatificó
solemnemente el 20 de septiembre de 1818.
Del padre Posadas se ha dicho que tenía la
pobreza de San Francisco de Asís, la austeridad y poder
taumatúrgico de San Francisco de Paula, la dulzura y sabiduría
de San Francisco de Sales, el celo por la fe
de San Francisco de Regis, la obediencia y temple de
San Francisco Javier.
El padre presentado, fray Francisco de Posadas,
es un personaje relativamente moderno: dejó esta vida cuando el
siglo XVIII iba a cumplir tres lustros. Su biografía es
simple, casi esquemática, aunque colmada de peripecias vocacionales y éxitos
apostólicos. Por fortuna, su mismo confesor, el padre maestro fray
Pedro de Alcalá, más tarde provincial de los dominicos de
Andalucía, escribió al detalle la vida y milagros del nuevo
"San Vicente Ferrer" —como le llamaba la gente— en un
libro de tomo, lomo y más de 800 páginas; ésa
es la fuente auténtica y gozosa de todos los biógrafos
posteriores. Y en ella se ha inspirado directamente la semblanza
que aquí pergeñamos.
Oriundos de Galicia, estirpe hidalga de sangre
y de casa solariega con renombre —capitanes (un bisabuelo suyo
conquistó Cheves y Monforte, rindiendo a fuerza de coraje las
dos villas lusas), canónigos e inquisidores, eran honra y prez
de la familia—, Esteban Martín Losada y María Fernández-Pardo y
Posadas, tuvieron una luna de miel amarga: los vasallos de
Juan de Braganza arrasaron Lama de Arcos y, como desquite,
cebaron el deseo de venganza contra viejas derrotas en la
casa infanzona del joven matrimonio, que huyó, en busca de
clima y economía más propicios, a Córdoba. Allí montaron una
tienda de panería. Ni les fue bien en el negocio
ni en el matrimonio; aquél se arruinó; éste vio malograrse
reiteradamente las esperanzas de sucesión. Don Esteban Martín abre una
nueva tienda de naranjas y limones y especiería en la
plaza del Salvador, en una casa contigua a la puerta
principal del convento de San Pablo, según se sale a
mano derecha; María Fernández-Pardo y Posadas acude a la Virgen
de la Fuensanta implorando fecundidad y ofreciendo de antemano el
primer fruto de sus entrañas a la celestial Señora. Y
el día 25 de noviembre de 1644 nace, en la
casatienda, un niño a quien, el 4 de diciembre, en
la parroquial de San Andrés, pusieron por nombre Francisco.
Cinco
años más tarde, otra vez la desgracia vino a rondar
el humilde hogar. Falleció don Esteban Martín Losada. Francisco saboreó
el pan de la temprana orfandad. La pobreza había obscurecido
totalmente el esplendor de la sangre hidalga; pero empezaba a
florecer, en la tierra árida de la miseria, la hidalguía
de la gracia. Madre e hijo forman un bloque natural
y sobrenaturalmente irrompible; ella, fiel al voto; él, piadoso, bien
dispuesto siempre a la obediencia y al amor. La viuda
casó en segundas nupcias con Juan Pérez Cerezo; fue un
padrastro con Francisco. No consintió que el niño fuese al
colegio de la Compañía de Jesús; era un gran sacrificio,
y el egoísmo del nuevo jefe de familia triunfó sobre
el ideal —sangre y promesa— de la madre; cuatro años
de oficial aprendiz de cordonero pasó el joven en un
taller sito en las Casillas, en el campo de San
Antón; cuatro años de galeras bajo el rigor de un
hombre de "indigesta condición" que más parecía un cómitre que
un maestro artesano. Francisco aprendió lo que es ganar el
pan con el sudor de la frente y del alma.
Impávido y fervoroso aguantó el rudo noviciado de la vida
pobre, acrisolándosele el espíritu. Su madre seguía soñando. El maestro
o cómitre se convenció que el camino vocacional del aprendiz
no iba por allí; era un hombre de Dios. Lo
había demostrado hasta el heroísmo. Pero el padrastro no cede.
Dios vino en ayuda de la madre y del hijo.
El padre maestro fray Miguel de Villalón le buscó acomodo
en San Pablo y le dio clases de latín. El
"hijo de la vendedera", con dieciséis años al hombro, empezó
a rumiar declinaciones y conjugaciones,
En este tiempo muere el
padrastro, fracasa la tienda y Francisco retorna al hogar. La
madre se dedica a recovera, es decir, a revender huevos
por las calles; sacar el hijo adelante, ofrecérselo a la
Virgen. No piensa en otra cosa. Francisco siente también la
ineludible llamada de la gracia. Pide el hábito; pero el
convento dominicano de San Pablo de Córdoba es nido de
águilas, fragua de sabios y crisol de sangre. La flor
y nata de las familias cordobesas se glorían de tener
allí hijos que son ya obispos o maestros en teología.
Los estatutos de limpieza de sangre y el orgullo aristocrático
velan por la ejecutoria del convento. No le faltaban a
Francisco nobleza de sangre y nobleza de alma, pero era
notoria su calidad de hijo de la "vendedera". Estaban cerradas
las puertas de San Pablo para él; la madre apuró
el contratiempo; buscó otro monasterio y fue admitido. Estaba todo
a punto para la toma de hábito; Francisco acudió a
despedirse de la Virgen del Rosario, en su capilla de
San Pablo, como quien se ve obligado a decir adiós
a una Madre celestial; rompió en llanto y regresó al
lado de la madre terrena que le había preparado ya
el modesto hatillo para su nueva vida. Francisco estaba inconsolable;
a pesar de todo, quería ser "fraile de la Virgen".
El protector, padre Villalón, lo envió a Escalaceli, extramuros de
la ciudad, convento dominicano pobre, donde San Alvaro de Córdoba
empezó la reforma de la Orden a raíz de la
Claustra, donde se santificó y escribió fray Luis de Granada;
Escalaceli era una cuna de santos, mientras San Pablo era
forja de sabios. Para Dios no hay racismos; fray Andrés
Mellado, prior a la sazón, lo recibió de buen grado.
Y el 23 de noviembre de 1672 le dio el
hábito. Se enfureció el prior de San Pablo; ya era
tarde: el novicio había salido muy de madrugada hacia Jaén,
donde haría el noviciado. En el ínterin vacó el provincialato
y el cargo recayó, por derecho, en el prior de
San Pablo; dio órdenes de expulsión del novicio, pero los
frailes de Jaén se opusieron con razones y con ruegos.
Por prudencia tuvo que acceder a que el novicio profesase,
pero le prohibió que, de regreso a Escalaceli, entrase en
Córdoba, ni siquiera a dar un abrazo a su madre,
"Ia vendedora"...
El nuevo provincial lo destinó a San Pablo
para hacer los cursos de artes, filosofía y teología. Ante
la oposición del padre prior, enconado enemigo de fray Francisco,
optó por enviarlo a Sanlúcar de Barrameda. Allí se granjeó
una no común estima por su talento y virtud. El
padre Tirso González, andando el tiempo prepósito general de la
Compañía de Jesús, conoció y admiró al joven dominico, cuando
aquél estuvo en Sanlúcar predicando. Fray Francisco era su más
entusiasta oyente, Por fin, a finales de 1678, se fue
a Guadix; el obispo, fray Diego de Silva y Pacheco,
le ordenó de sacerdote el 22 de diciembre. Pocos días
después cantó su primera misa en el altar de la
Virgen de la Fuensanta, apadrinado por el padre Villalón y
don Andrés Fernández de Córdoba, señor de Zuheros.
Retornó a
Sanlúcar y empezó a predicar, Santidad y sabiduría brillaban en
el joven predicador tanto que el padre Enrique de Guzmán,
nombrado regente de la Minerva de Roma y luego vicario
general de la Orden, quiso llevárselo consigo. No accedió al
honor; era impiedad dejar para siempre a su anciana y
bendita madre; era infidelidad a la vocación buscar cátedra en
lugar de púlpito. La fama pregonaba maravillas de sus sermones;
el prior de San Pablo, que no era ya el
que le persiguió con tan malévola constancia, le invitó a
predicar en la iglesia del convento; pero los aristócratas maestros
en teología amenazaron con quemar el púlpito si ponía en
él los pies el hijo de la "vendedora". Pero la
gracia acabó por vencer al pecado; la humildad, a la
obstinación. El padre Posadas fue destinado al hospicio u hospedería.
que en Córdoba tenía el convento de Escalaceli; un ángel
lo recibió al llegar, diciéndole: "Esta será tu cruz". Se
dedicó a predicar con gran fruto. Una calumnia fue motivo
para que le quitasen de allí y lo mandasen reintegrarse
al convento de la sierra; falló, por grave enfermedad, un
maestro de San Pablo encargado de dar unas misiones cuaresmales
en Almadén y Chillón; el padre Posadas lo reemplazó en
última instancia, pero con ventaja. Al regresar, el calumniador estaba
arrepentido. Y el prior de Escalaceli pidió perdón al padre
Posadas y volvió a encomendarle el hospicio, que en adelante
será conocido con el nombre de "Hospitalico del padre Posadas".
Y aquí empieza la "vida pública", la vida del profeta
en su patria, la vida del milagro y del sacrificio
total. La hora de la acción apostólica. El mensaje misionero
y espiritual del padre Posadas tiene dos facetas entrelazadas por
un fin común: la del predicador y la del escritor.
1. Predicador. Predicaba en las iglesias, en las calles y
en las plazas. En plan de misionero infatigable. Cantaba el
pueblo con él coplas devotas; recitaban la doctrina cristiana; rezaban
en alta voz el rosario. Un crucifijo presidía siempre la
procesión. Entraba en las cárceles, en los monasterios. "Poníase sobre
una pequeña mesa, donde la piedad del que pasa a
vista de la cárcel pone la limosna a los presos,
y como no podía sobresalir para dominar a tanto auditorio,
sacaron el púlpito de la inmediata iglesia de Nuestra Señora
del Socorro"; oíanle muchedumbres; también los maestros en teología, incluso
el anciano prior que tanto le persiguió, se había rendido,
y no faltaba nunca a sus sermones, mezclándose entre la
gente; "aseguraban muchos el lugar desde por la mañana... sin
cuidar del alimento del cuerpo"; inquisidores, obispos y cardenales lo
escuchaban atónitos lo mismo que las masas enfervorizadas. Treinta años
pasó predicando en Córdoba, salvo algunas temporadas breves en que
misionaba por la provincia. Realmente, era un caso excepcional, extraordinario.
Nadie se acordaba ya de su humilde origen; él, sí;
lo repetía con exquisita humildad para acallar los elogios, para
ahuyentar la tentación de los honores: prioratos y mitras, ambición
de tantos humanos, fueron quedándose a sus pies. Renunciaba a
todo lo que no fuese humildad: santidad. Ningún predicador había
arrastrado las muchedumbres así desde tiempos de San Vicente Ferrer.
Como ejemplo de la eficacia de su predicación, hay uno
muy significativo: se empeñó en desterrar las comedias y cerrar
el teatro y lo consiguió. Como es lógico, era una
tarea difícil. Pero ahí está, después de una lucha de
resistencias y tiras y aflojas, el decreto del ayuntamiento de
Córdoba que decide suprimir y demoler el teatro público a
11 de octubre de 1694. Córdoba vio y vivió los
mejores tiempos de su cristianismo con el padre Posadas.
El
20 de septiembre de 1713 celebró misa muy tempranico; se
sentó luego en el confesonario; se despidió de sus confesandos;
a las diez treinta se retiró diciendo adiós a todos;
a las once treinta le dio un ataque de apoplejía,
que muchos confundieron con uno de sus frecuentes raptos; a
las siete treinta de la tarde expiró. Tenía sesenta y
nueve años; lo trasladaron aquella misma noche al convento de
San Pablo; no lo habían querido recibir vivo y lo
recibieron —y con grandes honores—muerto. Repicaron todas las campanas de
la ciudad; el pueblo acudió en masa a venerarlo y
se retrasó dos días el entierro; el Ayuntamiento le costeó
una lujosa sepultura en el capítulo, revestida de seda, teniendo
que sacar los restos de los dos padres maestros que
más le habían perseguido para depositar en su lugar los
restos mortales del padre Posadas; sobre su tumba se grabó
un epitafio historiado.
Sobre su tumba siguen los cordobeses desgranando
súplicas y lágrimas. Y el padre Posadas los escucha con
la bondad de siempre. Desde el cielo.
2. Escritor. El
padre Posadas, extraordinario representante de la oratoria sagrada española en
los últimos tiempos, fue también un gran maestro y escritor
espiritual. Su biógrafo, padre Alcalá, se admiraba cómo podía tener
tiempo para escribir un hombre que pasaba todo el día
predicando, confesando y orando. Pero ahí están sus obras, que
revelan un digno continuador de la gran escuela mística del
siglo XVI. Cultivó el género biográfico, dejándonos tres biografías: una
de Santo Domingo, muy alabada y reeditada; y otra del
extremeño padre Cristóbal de Santa Catalina, presbítero y fundador del
Hospital de Jesús Nazareno, dirigido espiritual suyo; y una tercera
de la madre Leonor María de Cristo, monja dominica de
Santa María de los Angeles, de Jaén; cultivó, además, el
género didáctico, escribiendo un bello libro contra Molinos, el maestro
espiritual condenado; también ensayó el género poético en más de
una ocasión, aunque sin insistencia; sólo algunos versos suyos vieron
la luz, quedando inéditos otros muchos, como el que empieza:
En
las aras de mi amor peno y gozo a un mismo
tiempo...
Pero, sobre todo, escribió muchos tratados espirituales en forma
de sermones; cinco tomos de estos escritos publicó su confesor
con el título de Obras póstumas.
"Crióle Dios naturalmente retórico."
El alcance de este juicio, hecho por quien lo trató
tantos años, puede descentrarse si se prescinde de la época
en que actúa, de la constante dedicación a la predicación
y de las dotes psicofísicas de que estaba adornado. Cuerpo
robusto, carácter sanguíneo, incendiado en el amor de Dios y
de la Virgen, incendiador de almas. Su estilo literario es
barroco, viril, vital; pese a las metáforas —siempre apropiadas, rebuscadas
en las fuentes bíblicas las más de las veces, finas
a lo Góngora siempre—, su estilo logra un contacto directo
con la realidad cotidiana; es plástico, como conviene a un
misionero; florido, para rendir tributo al gusto del tiempo; docto,
como convenía a un ingenio doblemente feliz: por don de
naturaleza y del arte. En el Llanto de las virtudes
—sus tratados llevan siempre epígrafes metafóricos: Silbos, Ladridos, Voces, La
mano que abre la puerta del cielo, La mejor Rosa
de Jericó, Místicas espigas de la mejor Ruth, Las casas
del olvido, Horas de un reloj cristiano que despierta al
alma del pecador dormido, Caminos para la conversión del alma,
Devoto peregrino del cielo, Colirio, El sueño de la culpa,
Las tradiciones del Alcorán del mundo, etcétera— finge que encuentra
"unas doncellas ricamente vestidas y con honestidad adornadas": "Estaba la
una hincada de rodillas, el semblante devoto, y los ojos
en el cielo; la otra tenía un compás en la
mano, con que parece que medía o ajustaba; otra sustentaba
un peso, con que repartía las cosas que pesaba a
los circunstantes; otra estaba de pie en una columna, sin
ladearse..." A todas les va preguntando por los motivos de
su llanto; y ellas responden que son las virtudes y
que los motivos del llanto puede preguntárselos al profeta Jeremías...
El diálogo, cabalgando en la metáfora, es encantador; los sermones
sobre el pozo y la fuente de Samaria rezuman una
frescura y un gracejo humanísimos, pero al mismo tiempo revelar
ansias espirituales de la mejor ley. Análogos ejemplos nos ofrecen
los Silbos o llamadas de Cristo a las ovejas, o
la descripción de "las tradiciones" del Alcorán del mundo, donde
analiza los principios o decires falsos por los que se
rigen los hombres.
Escritor espiritual de talla, amén de predicador
infatigable, docto y digno, enamorado de la Virgen, el padre
Posadas dejó tras sí una estela de luz y de
verdad que no se eclipsan.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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