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Servacio de Tongres, Santo |
Obispo
Martirologio Romano: En Maastricht, junto al río Mosa, en
la Galia Bélgica, actualmente territorio de Holanda, san Servacio, obispo
de Tongres, que defendió con tenacidad la fe ortodoxa nicena
acerca de la naturaleza de Cristo, en las controversias suscitadas
en varios concilios. († c.384) San Servacio había nacido probablemente en Armenia. Durante el
destierro de san Atanasio de Alejandría, le ofreció
hospedaje a éste y defendió la causa del gran patriarca
en el Concilio de Sárdica. Después del asesinato de Constante,
el usurpador Majencio envió a san Servacio y a otro
obispo a Alejandría para defender su causa ante el emperador
Constancio. La embajada no tuvo éxito, pero san Servacio tuvo
ocasión de volver a ver en Egipto a san Atanasio.
El año 359, san Servacio asistió al Concilio de Rímini,
donde se opuso valientemente a la mayoría arriana, junto con
san Febadio, obispo de Agen; sin embargo, ambos santos se
dejaron engañar por la fórmula que se firmó ahí, hasta
que los ilustró san Hilario de Poitiers.
San
Gregorio de Tours cuenta que san Servacio predijo la invasión
de los hunos a las Galias y que, con el
ayuno, la oración y una peregrinación a Roma, trató de
evitar esa catástrofe. El santo emprendió la peregrinación a Roma
en espíritu de penitencia para encomendar su grey a los
dos grandes Apóstoles. Casi inmediatamente después de su regreso a
Tongres, contrajo la peste y murió. Algunos autores sostienen que
murió en Maestricht. En ese mismo año, la ciudad de
Tongres fue saqueada; pero la profecía de san Servacio se
cumplió plenamente setenta años más tarde, cuando Atila y los
hunos invadieron y asolaron toda la región.
En los Países
Bajos se profesaba gran devoción a san Servacio en la
Edad Media, y las leyendas sobre él se multiplicaron. Las
reliquias del santo se conservan en Maestricht, en un hermoso
relicario antiguo; también se conservan su báculo, la copa en
que acostumbraba beber, y su llave de plata. Según la
tradición, el mismo san Pedro le dio esa llave en
Roma, durante una visión; pero en realidad se trata de
una de las Claves Confessionis S. Petri [«llave de la
confesión de San Pedro»] que los Papas solían regalar a
algunos personajes distinguidos, fundidas con un poco del acero de
las cadenas de San Pedro. Otra tradición cuenta que la
copa había sido regalada a san Servacio por un ángel
y que tenía la propiedad de curar la fiebre.
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