Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295,
y es la figura más dramática y desconcertante de la
rica galería de los Padres de la Iglesia. Tozudo defensor
de la ortodoxia durante la gran crisis arriana, inmediatamente después
del concilio de Nicea, pagó su heroica resistencia a la
herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio,
Julián y Valente. Arrio, un sacerdote salido del seno mismo
de la Iglesia de Alejandría, negando la igualdad substancial entre
el Padre y el Hijo, amenazaba atacar el corazón mismo
del cristianismo. En efecto, si Cristo no es Hijo de
Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda
reducida la redención de la humanidad?
En un mundo que
se despertó improvisamente arriano, según la célebre frase de San
Jerónimo, quedaba todavía en pie un gran luchador, Atanasio, que
a los 33 años fue elevado a la prestigiosa sede
episcopal de Alejandría. Tenía el temple del luchador y cuando
había que presenter batalla a los adversarios era el primero
en partir lanza en ristre: “Yo me alegro de tener
que defenderme” escribió en su Apologia por la fuga. Atanasio
tenía valentía hasta para vender, pero sabiendo con quién tenía
que habérselas (entre las acusaciones de sus calumniadores estaba la
de que él había asesinado al obispo Arsenio, que después
apareció vivo y sano), no esperaba en casa a que
vinieran a amarrarlo. A veces sus fugas fueron sensacionales. El
mismo nos habla de ellas con brío.
Pasó sus últimos
dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos
monjes, esos simpáticos anárquicos de la vida cristiana, que aunque
rehuyendo de las normales estructuras de la organización social y
eclesiástica, se encontraban bien en compañía de un obispo autoritario
e intransigente como Atanasio. Para ellos escribió el batallador obispo
de Alejandría una grande obra, la “Historia de los arrianos”,
dedicada a los monjes, de la que nos quedan pocas
páginas, pero suficientes para revelarnos abiertamente el temperamento de Atanasio:
sabe que habla a hombres que no entienden las metáforas,
y entonces llama al pan pan y al vino vino:
se burla del emperador, llamándolo con apodos irrespetuosos, y se
burla también de los adversarios; pero habla con entusiasmo de
las verdades que le interesan, para arrancar a los fieles
de las garras de los falsos pastores.
Durante las numerosas
e involuntarias peregrinaciones llegó a Occidente, a Roma y Tréveris
en donde hizo conocer el monaquismo egipcio, como estado de
vida organizado de modo muy original en el desierto, presentando
al monje ideal en la sugestiva figura de un anacoreta,
San Antonio, de quien escribió la célebre Vida, que se
puede considerar como una especie de manifiesto del monaquismo. Murió
en el año 373.
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