19 de septiembre
(690 d.C.)
(690 d.C.)
Teodoro era griego, natural de
Tarso, en la Cilicia (la ciudad natal de San Pablo) y estudiante en Atenas.
Fue el último en la serie de obispos extranjeros que ocuparon el trono
metropolitano de Canterbury y uno de los más grandes arzobispos de aquella
sede. Tras la muerte de San Deusdedit, el sexto arzobispo, en 664, Oswy, el rey
de Nortumbría, y Egberto, el rey de Kent,
enviaron a Roma a un sacerdote llamado Wighard, para que el propio Pontífice lo
consagrase y lo confirmase debidamente, a fin de ocupar la sede. Pero Wighard
murió en Italia, y San Vitaliano, quien por entonces retenía el trono de San
Pedro, escogió a Adrián, abad de un
monasterio vecino a Nápoles, para elevarlo a aquella dignidad. Aquel abad había
nacido en el África, conocía perfectamente el griego y el latín y era muy
versado en teología y en la disciplina monástica y eclesiástica; pero tan
extremados eran sus temores ante las responsabilidades del cargo, que el Papa se
vio obligado a ceder a sus negativas para aceptarlo. Sin embargo, el Pontífice
insistió en que Adrián buscase una persona digna y capaz para el puesto, y éste
se apresuró a presentar a un monje, llamado
Andrés, que fue declarado inepto, debido a sus muchas enfermedades; entonces,
Adrián buscó con mayor detenimiento y encontró a otro monje: Teodoro de
Tarso. Este fue aceptado, pero a condición de que el propio Adrián le acompañase
a las islas de Bretaña, ya que era un experto en los viajes a través de
Francia y el Papa confiaba en él para vigilar a Teodoro para que no introdujese
en la Iglesia nada contrario a la fe, "como suelen hacerlo los
griegos", según el comentario de San Beda.
Por aquel entonces, Teodoro tenía
sesenta y seis años de edad, había avanzado mucho en las ciencias seculares y
sagradas, su vida era ejemplar ¡y aún no recibía las órdenes sagradas. Tan
pronto como se le eligió, fue ordenado como subdiácono, pero debió aguardar
varios meses hasta que le creciera el cabello para que se lo cortasen luego en
forma de corona, de acuerdo con la costumbre romana. Por este dato se puede
pensar que Teodoro había sido hasta entonces monje en algunas de las órdenes
de oriente, donde los
religiosos llevaban el cabello corto y que su promoción requirió lo que hoy
podríamos llamar "un cambio de rito." [La primera iglesia católica
de rito bizantino que hubo en Inglaterra, en el sector londinense de Saffron
Hill, se dedicó justamente a San Teodoro en 1949.]
Por fin, el Papa San Vitaliano lo consagró obispo y lo recomendó a San Benito
Biscop, quien se hallaba entonces en Roma, y éste se vio obligado a regresar a
Inglaterra junto con los santos Teodoro y Adrián, en calidad de guía y de intérprete.
Los tres partieron el 27 de mayo de 668, por mar hacia Marsella y, de ahí, por
tierra, hasta Arles, donde fueron cordialmente acogidos por el arzobispo Juan.
Teodoro pasó el invierno en París con San Agilberto, quien había sido obispo
de Wessex, y pudo informar con conocimiento
de causa al nuevo arzobispo sobre las circunstancias y necesidades de la iglesia
de la que iba a hacerse cargo, al tiempo que le enseñaba las primeras nociones
de la lengua inglesa. En cuanto Egberto, el rey de Kent, supo
que su nuevo arzobispo se hallaba en París, envió a su mayordomo para que le
diese la bienvenida. Este condujo a Teodoro al puerto de Quentavic, que ahora se
llama Saint-Josse-sur Mer, donde éste cayó enfermo y debió permanecer durante
algún tiempo; pero
tan pronto como comenzó a restablecerse, se embarcó con San Benito Biscop y
tomó al fin posesión de su sede de Canterbury el 27 de mayo de 669, justamente
un año después de haber partido de Roma. Entretanto, San Adrián se había
quedado en Francia.
Teodoro
inició sus tareas con una visita general a las iglesias de la nación inglesa,
tan pronto como pudo acompañarle el abad Adrián. En todas partes fue bien
recibido, escuchó con atención lo que sus fieles tuviesen que decirle, habló
para enseñar las reglas morales más
simples, confirmó la disciplina de la Iglesia para la celebración de la Pascua
e introdujo el canto romano en los divinos oficios, hasta entonces practicado en
muy pocas de las iglesias de Inglaterra, aparte de las de Kent. También
estableció otros reglamentos relacionados
con el servicio divino, combatió los abusos e impuso reformas para eliminarlos
y ordenó a obispos para enviarlos a los lugares donde se necesitaban. Cuando
visitó la Nortumbría, tuvo que entendérselas con las dificultades que habían
surgido entre San Wilfrido y San Chad, los dos obispos que reclamaban sus
derechos sobre la sede de York. El arzobispo Teodoro juzgó que Chad había sido
indebidamente consagrado, lo cual acabó por admitir éste antes de retirarse
voluntariamente a su monasterio de
Lastingham. Poco después, al morir el obispo de los mercianos, Teodoro elevó a
Chad a la sede vacante. San Wilfrido fue confirmado como el verdadero obispo de
York, con el apoyo de todos los partidarios de una política favorable a Roma,
cuyo antagonismo con los elementos celtas de
Nortumbría fue la causa principal de que el Papa enviase a San Adrián a
Inglaterra junto con San Teodoro. Pero éste se las arregló para penetrar hasta
el baluarte de la influencia celta, en Lindisfarne, donde consagró
la iglesia en honor de San Pedro. Se afirma que durante aquellas jornadas,
impartió órdenes para que cada uno de los jefes de familia dijese a diario,
junto con todos los miembros de la misma, el Padre Nuestro y el Credo.
Teodoro fue el primer arzobispo
al que obedeció toda la Iglesia de Inglaterra, el primer metropolitano en las
islas de Bretaña y su fama llegó hasta los rincones más remotos de aquellas
tierras. Muchos estudiantes se reunieron en torno a aquellos dos prelados
extranjeros que sabían griego y latín,
puesto que los propios Teodoro y Adrián impartían enseñanzas sobré las
Escrituras e instruían en las ciencias, particularmente en la astronomía y en
la aritmética (para calcular la fecha de la Pascua), así como a componer
versos latinos. Muchos de sus alumnos más
aprovechados llegaron a utilizar el griego y el latín con- tanta facilidad como
su propia lengua. Desde que los ingleses pusieron pie en las islas, no hubo
tiempos tan dichosos como los del gobierno episcopal de San Teodoro. Dice San Beda
que por aquel entonces, los reyes llegaron a ser tan poderosos y valientes, que
ninguna de las naciones bárbaras osaba atacarlos, mientras que los súbditos de
los reyes eran tan buenos cristianos, que sólo aspiraban a conquistar la paz y
la felicidad del reino
de los cielos, que, últimamente se les había presentado en una nueva forma.
Todos los que querían aprender encontraban quien los instruyera.
A la sede de Rochester, que desde
muy largo tiempo atrás había estado vacante, Teodoro le dio un obispo en la
persona de Putta y autorizó la inclusión de toda Wessex en la sede de
Winchester. Después, en 673, convocó al primer consejo nacional de la Iglesia
inglesa, en la localidad de Hertford. Acudieron a aquella asamblea, Bisi, obispo
de los anglos del este, Putta,
el de Rochester, Eleuterio, obispo de Wessex, Winfrido, el de los mercianos, y
los representantes de San Wilfrido. San Teodoro, que presidía el acto, les habló
de esta manera: "Os rogamos, muy amados hermanos, que por el amor y el
temor de nuestro divino Redentor, lleguemos
a tratar todos en común los asuntos relacionados con la fe y que están
encaminados al fin que ha sido decretado y definido por los santos y venerables
padres y que es hacia el cual todos debemos mirar invariablemente." Después
de aquel concilio, escribió un libro de cánones
eclesiásticos, entre los cuales destacaban diez particularmente importantes
para Inglaterra. El primero establecía que la Pascua debía observarse en todas
partes el domingo siguiente a la fecha en que aparece la
luna llena, antes o después del 21 de marzo, de acuerdo con las ordenanzas del
Concilio de Nicea y en contra de los celtas recalcitrantes. Otros de aquellos cánones
consolidaron en Inglaterra el sistema diocesano común de la Iglesia; la adopción
de los reglamentos por parte de los obispos puede considerarse como el primer
acto legislativo, eclesiástico o civil, para todo el pueblo inglés. Entre los
cánones figuraba uno que convocaba a un sínodo anual de los obispos, que deberían
reunirse cada 1 de agosto en Clovesho. Hubo
otro concilio provincial convocado por San Teodoro siete años después, en
Hatfield, con el propósito de salvaguardar la pureza de la fe entre su clero,
de cualquier vestigio de los errores monofisitas. Luego de discutir la teología
del misterio de la
Encarnación, los miembros del concilio expresaron su adhesión a los decretos
de los cinco concilios ecuménicos habidos hasta entonces y condenaron las
doctrinas herejes.
Dos años antes, en el 678, el
"año del cometa", habían surgido dificultades entre Egfrido, el rey
de Nortumbria y san Wilfrido, quien había brindado su apoyo a la esposa del
rey, Santa Etheldreda, para que se retirase a un convento. La actividad
administrativa de San Wilfrido en la extensa diócesis no había sido bien
recibida, ni aun por
aquéllos que simpatizaban con sus propósitos, y Teodoro aprovechó aquellas
desavenencias para afirmar su autoridad metropolitana en el norte; por lo tanto,
ordenó que se formasen tres sedes de la gran diócesis de York y, de acuerdo
con el rey Egfrido, procedió a nombrar
obispos para ellas. San Wilfrido se opuso a tales medidas, apeló a Roma y aun
viajó a la ciudad para litigar personalmente en favor de su caso, en tanto que
San Teodoro consagraba a los nuevos obispos en la catedral de York. El Papa
San Agato decidió que Wilfrido debía ser restablecido en su sede y recomendó
a éste que eligiera obispos sufragáneos que le ayudasen en su gobierno. Sin
embargo, el rey Egfrido se negó a aceptar la decisión del Papa, alegando que
en todo el asunto se había recurrido al
soborno y, a fin de cuentas, Wilfrido partió al exilio, circunstancia que
aprovechó el santo para evangelizar a los sajones del sur. San Teodoro no hizo
nada para dejar sin efecto o aliviar siquiera la rigurosa medida adoptada por el
monarca y, poco después, consagró a San
Cutberto, en reemplazo del desterrado, como obispo de Lindisfarne en la catedral
de York. Pero si acaso fue culpable de alguna injusticia en aquel caso, no pasó
mucho tiempo sin repararla, puesto que San Teodoro y San Erconwaldo
se entrevistaron con Wilfrido en Londres, hubo una completa reconciliación y éste
aceptó hacerse cargo de nuevo de la diócesis de York, que ya había quedado
muy reducida. San Teodoro escribió al rey Ethelredo de Mercia y al rey Aldfrido
de Nortumbria para
recomendar a San Wilfrido, así como a Santa Elfleda, la aladesa de Whitby, y a
otras personas que se habían opuesto a Wilfrido o que eran parte interesada en
el asunto de su reposición.
Las mejores obras de San Teodoro
se desarrollaron en la esfera de sus actividades
como organizador y administrador; el único trabajo literario que lleva su
nombre, es una colección de normas disciplinarias y cánones, llamada el
"Penitencial de Teodoro" y que tal vez no todo es de él. Suele
decirse que fue San Teodoro de Canterbury
quien organizó el sistema parroquial en Inglaterra, pero eso no puede ser
cierto, ya que, entre los ingleses, dicho sistema llegó a establecerse con
mucha lentitud, al cabo de muchas dificultades y esfuerzos que no hubiese podido
realizar un solo hombre. Lo que sí hizo en
los veintiún años de su episcopado fue transformar la Iglesia de Inglaterra,
que no era más que una misión dividida y sin verdadera cohesión, en una
verdadera provincia de la Iglesia católica, debidamente organizada, separada
en diócesis que consideraban a Canterbury como su sede metropolitana. El
trabajo que realizó, llegó a subsistir como un monumento a su memoria durante
ochocientos cincuenta años y hasta hoy es, todavía, la base en la organización
jerárquica para la Iglesia de Inglaterra.
Murió el 19 de septiembre de 690 y fue sepultado en la iglesia de la abadía de
San Pedro y San Pablo en Canterbury, de manera que el monje griego quedó
enterrado junto a su primer predecesor el monje romano Agustín. "Para
decirlo en pocas palabras", escribe San
Beda, "las iglesias de Inglaterra prosperaron más durante el pontificado
(de San Teodoro) que todo lo que habían progresado antes, desde su
nacimiento"; mientras que Stubbs dice lo siguiente: "Es difícil
cuando no imposible, estimar la deuda que
Inglaterra, Europa y la civilización cristiana tienen con San Teodoro por el
trabajo que realizó." Eso es lo que no se ha olvidado y hoy se celebra su
fiesta en seis de las diócesis de Inglaterra y en las congregaciones inglesas
de benedictinos.
Nuestra más
autorizada fuente de información, por supuesto, es San Beda en su Ecclesiastical
History, que en muchos puntos ha sido elucidada por C. Plummer con valiosos
comentarios; en segundo lugar contamos con la Vita Wilfridi de Edio.
Mucho es lo que se ha publicado en
Inglaterra sobre Teodoro y sobre su época, pero aparte de algunas valiosas
ilustraciones arqueológicas, libros tales como Tlieodore and Wilfrith,
de Browne, Golden Days of English Church History, de Sir Henry
Howorth y el Chapeters on Early English Church History del
canónigo Bright, tienen un pronunciado tono antiromano. En cuanto a la parte
desempeñada por Teodoro en el mencionado "Penitencial" conviene ver
el resultado de las investigaciones practicadas por Paul Fournier, que figuran
en su libro Historie des Collections canoniques en Occident (1931-1932).
Ahí se pone en duda que el arzobispo haya tomado parte siquiera en la realización
de aquel libro, como dicen que lo hizo Wasserschleben y Stubbs. Ver a W. Stubbs
en DCB, vol. IV, pp. 926-932" F. M. Stenton, Anglo-Saxon England (1943),
pp. 131-141. El Dr. W. Reany publicó una biografía en 1944.
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