|
Rafael Alonso Gutiérrez, Beato |
Mártir
Martirologio Romano: En la aldea Agullent, en el territorio de
Valencia, en España, beato Rafael Alonso Gutiérrez, mártir, que era
padre de familia y, en el furor de la persecución
contra la fe, derramó su sangre por Cristo. Con él
se conmemora también al bienaventurado mártir Carlos Díaz Gandía, que
este mismo día y en la misma localidad recibió la
vida eterna por la defensa de la fe (1936).
El Rafael Alonso Gutiérrez nació el 14
junio de 1890 en la ciudad de Onteniente. El 24
septiembre de 1916, a la edad de veinticuatro años, contrajo
matrimonio canónico con Adelaida Ruiz Cañada. Formaron un hogar cristiano
bendecido por Dios con 6 retoños de los cuales dos
murieron pequeños; las cuatro hijas se llaman Isabel, Adelaida, Dolores
y Elena. Vivió auténticamente su vocación laical, tratando de impregnar
de espíritu evangélico la realidad temporal en la cual la
Providencia divina lo llevó a ejercer su trabajo cotidiano al
servicio y en la construcción de la sociedad civil valenciana
como Administrador de Correos en Albaida y posteriormente en Onteniente.
Hombre
profundamente religioso, movido por del Espíritu Santo se dedicó al
apostolado organizado siendo miembro de varias asociaciones laicales como la
Adoración nocturna, Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, Terciario Franciscano,
Escuela de Cristo y Asesor de los Jóvenes de Acción
Católica. Fue secretario de la Legión Católica. Fue presidente de
los Hombres de Acción Católica y de la Junta parroquial,
colaboró en estrecha relación con el arcipreste de Onteniente en
la catequesis parroquial. Por la intensa actividad apostólica que realizaba
era considerado por los enemigos de la Iglesia como el
principal católico de la ciudad y por eso lo arrestaron
y asesinaron.
Quienes le conocieron afirman que Rafael Alonso Gutiérrez era
de temperamento serio, fuerte y vivo. De carácter bondadoso mostraba
alegría y entereza cuando las circunstancias lo aconsejaban. Los testigos
interrogados en el proceso, acerca de las virtudes practicadas por
el Beato, describen una personalidad moral rica en la cual
brillan las virtudes infusas en el bautismo dentro de las
cuales se subrayan especialmente los aspectos específicos de la espiritualidad
laical. Lo describen como un fiel laico auténtico, coherente que
cumplió con exactitud sus deberes profesionales, formó un hogar cristiano,
educó en la fe a sus hijos y se comprometió
activamente en el apostolado.
En los días previos a la revolución
Rafael Alonso Gutiérrez era consciente de la situación que estaba
por afrontar: la persecución religiosa y el probable martirio. Uno
de los testigos, depone: "Su estado de ánimo en los
días previos a la Revolución fue de un luchador entusiasta
en disposición para afrontar el martirio, lo que presentía desde
el primer momento, como repetidamente se lo oí de sus
propios labios. El Beato se dedicó con otros católicos a
custodiar las iglesias en los meses que precedieron a la
Revolución".Y continúa diciendo: "Durante la dictadura ocupó el cargo de
Secretario de la Legión Católica, y después en la Acción
Católica desempeñó el mismo cargo. También fue Presidente de la
Junta Parroquial, Consejero del Sr. Arcipreste, catequista infatigable, colaborador asiduo
en una revista llamada ‘Paz cristiana’. Como hombre culto intervino
en muchos círculos de estudios y conferencias de propaganda cristiana.
Por todo lo cual sufrió muchas denuncias y molestias hasta
ser detenido algunas veces. Era considerado por los enemigos de
la Iglesia como un católico muy destacado".
Otro colega del Beato,
afirma: "En los días que precedieron a la Revolución y
siguieron, se mostró con igualdad de ánimo y optimista. Dentro
de la consiguiente preocupación conservó siempre su alegría de espíritu.
Hizo vida normal hasta el momento de su detención".
La esposa
del Beato, declara: "Mi marido junto con Carlos Díaz y
alguno más, ofrecieron en la Vigilia de la Adoración nocturna
del 24 de Julio, su vida por la salvación de
España". Continúa diciendo la Sra. Adelaida Ruiz Cañada, esposa del
Beato: "El se sentía perseguido y no se escondió haciendo
vida natural". En el mismo modo manifiesta su hija Adelaida:
"Ante la inminencia de la revolución estaba apenado, no acobardado.
Nunca asintió a nuestras insistencias a que se ocultara, diciendo
que sucedería lo que Dios quisiera, continuando su vida normal
hasta el último momento".
El 4 de agosto de 1936 fue
detenido por unos milicianos en su casa. La esposa del
Beato, afirma: "En los primeros días de agosto... hacia las
11 de la noche y estando oyendo por la radio
cómo comentaban sarcásticamente el incendio y saqueo de la parroquia
de los Santos Juanes de Valencia, llamaron a la puerta
y mi marido dijo: ‘Ya vienen por mí’. Salí a
abrir la puerta y los milicianos dijeron que venían por
el Beato para que hiciera unas declaraciones, y él, sin
ninguna protesta, marchóse, y yo desde el balcón le vi
alejarse siendo conducido a la profanada iglesia de San Francisco
y aunque algunos vecinos le ofrecieron colchón los rojos lo
impidieron". En el mismo modo su hija Adelaida, dice: "Fue
detenido el 4 de agosto de 1936 después de cenar
y rezar el rosario en familia, estando yo presente. Vinieron
unos milicianos armados llamando con violencia a la puerta. No
permitió que abriéramos nosotros, sino que salió él. Le detuvieron
y le dijeron que los acompañara, a lo cual accedió
de buena voluntad. Se despidió de nosotros, diciendo a mi
madre que probablemente él no volvería, que nos educaba en
el temor de Dios y el amor a la Patria
y que no confiara en nadie más que en Dios
y en sus fuerzas, que por mucho que le insistieran,
que no nos llevara al Colegio de huérfanas, porque estaba
regido por masones, que si podía nos diera un medio
de vida independiente, y que lo demás, Dios lo haría.
Nos abrazó a todos y se marchó".
Además de los supervivientes
ya señalados, fue compañero de detención el cura Arcipreste de
Onteniente, Don Juan Belda, también mártir. La vida en prisión
estuvo caracterizada por malos tratados y vejaciones morales que los
Beato supieron llevar con entereza cristiana.
Un compañero de Rafael Alonso,
el Sr. Eduardo Latonda Puig, testifica: "En la cárcel nos
obligaban a la limpieza de las letrinas, suelos e incluso
a subir a los hornacinas de los retablos vacíos para
que hiciésemos de imágenes de santos y después al bajar
o mientras estábamos en el altar en posturas incómodas non
golpeaban con cables de acero". Y la esposa del Beato,
afirma: "Todos los días mi hija y un sirviente le
llevaban la comida a la cárcel. [Mi marido se interesaba]
por todos nosotros. Sé por compañeros de prisión que barrían
las capillas".
Tortura y simulacro de fusilamiento
El 6 de agosto unos
milicianos trasladaron a Rafael Alonso y Carlos Díaz, junto con
Eduardo Latonda, a la cercana población de Ayelo de Malferit,
con el pretexto de hacerles declarar. Allí fueron sometidos a
varias torturas y les dieron una gran paliza. Después los
retornaron a Onteniente. Así lo testimonia el mismo Sr. Eduardo
Latonda Puig: "Sobre las 7 de la tarde del 6
de agosto de 1936 el Comité de Salud Pública determinó
y nos sacaron: al Beato, a Carlos Díaz y a
mí y nos condujeron en un autobús de línea de
la ‘Concepción’ a Ayelo de Malferit, custodiados y vigilados por
milicianos y nos bajaron a la puerta del palacio de
los Marqueses de Malferit donde estaba todo el pueblo congregado.
El pueblo nos recibió en medio de escarnios e insultos.
Después de un breve intercambio entre los milicianos nos condujeron
a la prisión municipal, donde al cabo de unas horas
nos dieron un botijo de agua y dos sillas y
más tarde el cartero de la población nos trajo una
cena suculenta en atención a Rafael Alonso Gutiérrez. El Beato
tomó tan solo un poco de pan y algunos sorbos,
y nos aconsejó que cenáramos pronto para rezar el santo
rosario y otras devociones. Al finalizar uno de los rosarios
el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo: "A
vosotros dos no sé si os matarán, a mí sí;
no pido más que cuiden de mis hijas y que
no les falte nada". Alrededor de las tres y media
los milicianos rojos se presentaron en la prisión y preguntaron
por el más joven de los tres, que era yo
mismo. Me sacaron de la cárcel y en medio de
la expectación del pueblo, brazos en alto me condujeron al
Cementerio distante aproximadamente un kilómetro y me introdujeron en el
oratorio del Cementerio donde me preguntaron por el arsenal de
armas. Dije la verdad, que no existía nada de esto
y al salir de la capilla me dieron unos golpes
con palas de raíz de olivo y me devolvieron a
la población encarcelándome en el oratorio privado de los Sres.
Colomer convertido en cárcel después de haber sido profanado. Desde
allí, a través de la ventana, alrededor de las cuatro
vi pasar a Carlos Díaz brazos en alto apuntado por
los cañones de los fusiles y a quien oí regresar
después para volverlo a la prisión de la que sacaron
en aquel momento al Beato Rafael Alonso que abatido, brazos
en alto, fue conducido del mismo modo que los anteriores
y que regresó al cabo de mucho tiempo, totalmente abatido,
gimiendo de dolor por las heridas recibidas, dejándole encerrado en
la casa de un cura ocupada por los rojos. A
las ocho de la mañana recibí la visita de mi
padre que venía acompañado del secretario comarcal de la F.A.I.
quien habló con el Comité Rojo de Malferit, y logró
que nos trasladasen a Onteniente y así lo hicieron aquella
misma tarde con otro autobús de ‘Montas y Morales’. Durante
el trayecto nos contó Rafael Alonso Gutiérrez que cuando le
llevaron al Cementerio le quitaron la chaqueta, se puso las
manos en la cabeza y allí perdió el sentido a
fuerza de golpes y efectivamente durante el regreso no se
pudo poner la chaqueta. Llegamos a Onteniente en el preciso
momento que trasladaban a los presos de la iglesia de
San Francisco a la de San Carlos. El Beato [Rafael
Alonso] no pudo cargar con su equipaje que tenía, debido
al estado lastimoso en que se encontraba. El Beato, tendido
de bruces sobre una colchoneta no quiso que nadie le
viese la espalda hasta que llegó el médico D. Rafael
Rovira, ya fallecido, quien le descubrió las espaldas y pude
ver que estaba desollado desde los hombros hasta las nalgas,
con heridas de puntapiés en las piernas. El médico le
curó las heridas. Hasta que le sacaron para matarle no
pudo dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le
llevaba su familia".
Y agrega: "Los de Ayelo al devolvernos a
Onteniente dijeron: ‘Arreglaos con ésos pues son más duros que
la piedra’. Los de Ayelo se ensañaron de una manera
especial con el Beato Rafael Alonso y durante toda su
permanencia en la cárcel fue sometido a una vigilancia y
disciplina rigurosa teniéndole separado de los demás".
Rafael Alonso Gutiérrez vivió
estas torturas con ánimo cristiano y cuando sus compañeros de
prisión le preguntaron quienes lo habían apaleado él supo perdonarlos,
así lo afirma el testigo Sr. Juan Micó Penadés: "Al
interrogarle para que nos dijese quienes le habían apaleado manifestó
‘que no interesaba, que eso quedaba en las manos de
Dios y no les guardaba rencor’".
La esposa del Beato, confirma
estos hechos diciendo: "Al cabo de unos cinco días y
pasando yo por la puerta de S. Francisco vi que
se lo llevaron en un coche a mi marido que
se hizo el distraído por no afligirme, junto con Carlos
Díaz y Eduardo Latonda. Luego me enteré de que fueron
llevados a Ayelo de Malferit donde fueron torturados en el
Cementerio de dicha población, y se ensañaron especialmente con mi
marido, como pude comprobar al enterrarle. Vi que tenía un
trozo de algodón en sus espaldas que le pusieron sus
compañeros para que pudiese soportar el vestido. De Ayelo regresaron
a Onteniente, siendo llevados a S. Carlos otra iglesia convertida
en prisión". Y un compañero de prisión depone: "El mismo
nos contó que le hicieron simulacros de asesinato enterrándole vivo
dejándole solo la cabeza fuera e intimándole a que renegara
de su fe y disparando tiros al aire. Todo esto
lo manifestó con una calma y tranquilidad admirable que traslucía
su gozo interior"".
Mientras estaban en la cárcel, convencidos que le
habrían de asesinar, mantuvieron la entereza cristiana que era típica
en ellos: pasaban los días enteros en oración, con una
total confianza en la voluntad de Dios.
Un compañero de prisión
del Beato, afirma: "A las pocas horas de su ingreso
en la cárcel llegue yo también detenido y le encontré
con la disposición integra y la entereza cristiana típica en
él". Otro amigo declara: "Fue detenido y encerrado en la
profanada iglesia de S. Francisco. A continuación detuvieron a unos
cuarenta. Mostró una entereza de ánimo extraordinaria, exhortándonos a ponernos
en manos de la divina providencia". Y un testigo de
oficio, corrobora los hechos diciendo: "Fue detenido el día 4
de agosto de 1936 y llevado a la iglesia de
San Francisco y allí encontré al Beato, que estaba muy
triste y llevaba una vida muy recogida y de mucha
oración".Y agrega: "Hasta que lo sacaron para matarle no pudo
dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le llevaba
la familia". Y continúa diciendo: "Al finalizar uno de los
rosarios el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo:
‘A vosotros dos no sé si os matarán, a mí
sí; no pido más que cuiden de mis hijas y
que nos les falte nada’". Y su esposa dice: "El
día 10 de agosto, hacia el mediodía, le llevé la
comida y me hizo determinados encargos sobre la educación y
porvenir de los hijos. Me dijo que todo le dolía,
que no podía dormir, pero que aquello no tenia importancia,
y me despidió diciéndome que tuviese confianza en Dios que
nada me faltaría".
Ejecución
La noche del 11 de agosto de 1936
sacaron de la prisión a Rafael Alonso Gutiérrez, a Carlos
Díaz Gandía y a otro compañero, el doctor José María
García Marcos. A los tres los asesinaron con disparos de
arma de fuego en el término municipal de Agullent, población
cercana a Onteniente. La Sra. Adelaida Alonso Ruiz, hija del
Beato, depone: "Fue llevado por la carretera Albaida hasta el
término de Agullent juntamente con Carlos Díaz y José García
Marcos. Los tres murieron perdonando a los enemigos y dando
vivas a Cristo Rey. Los compañeros murieron en el acto
y mi padre quedó agonizante". Y agrega: "Los milicianos contaron
posteriormente el valor y la entereza de los tres hasta
el último momento, pues les habían ofrecido, si renegaban, volverlos
a Onteniente, y ellos prefirieron seguir el camino".
Un compañero de
prisión y testigo de oficio, afirma: "El comentario de los
rojos fue que el Beato había muerto diciendo: ‘¡Viva Cristo
Rey!’". Y quien aporta un detalle elocuente que explica el
que Rafael Alonso superviviese al tiroteo es su amigo y
compañero, el Sr. Eduardo Latonda Puig quien, al atestiguar sobre
el Beato Carlos Díaz Gandía agrega: "El Beato salió para
el martirio la noche del 11 de agosto de 1936.
Con él también iba Rafael Alonso. Ambos fueron conducidos a
la carretera de Albaida cerca de Agullent. El Beato en
el momento de disparar se adelantó a los milicianos cubriendo
con su cuerpo el de Rafael Alonso. Esto lo sé
por lo que dijeron los mismos milicianos". Otro compañero de
prisión afirma: "Hubo reunión de dirigentes en lugar de juicio,
en que decidieron el orden en que habían de asesinar
a los primeros, y antes que a ninguno a Carlos
Díaz. Dormíamos en la misma capilla, habilitada como celda, y
en la madrugada del día 11 de Agosto subieron los
milicianos y enfocándole con la lamparilla eléctrica le obligaron a
levantarse a puntapiés, sacándole junto con D. Rafael Alonso y
José M. García. Les subieron en un taxi y les
llevaron por la carretera de Agullent". Y agrega: "Al llegar
al entrador de dicho pueblo, en la curva en donde
se inicia una bajada en dirección a Albaida, les hicieron
bajar y casi a bocajarro les dispararon varios tiros de
escopeta y pistola y según manifestaron los propios asesinos al
volver a la cárcel, Carlos Díaz sacó una estampa de
la Virgen y se la puso en la frente, llevando
la estampa a la herida. Serían las dos a lo
más de la madrugada".
Muere perdonando a sus asesinos
Pero Rafael Alonso
no murió en el acto, sino que quedó malherido en
el vientre. A las pocas horas recobró el conocimiento y
pidió socorro por señas a alguien que pasó por allí.
La persona que vio las señas del herido acudió presurosa
a dar cuenta de ello al Comité de Onteniente, y
de allí salió una comisión con intención de acabar con
él; pero entretanto llegaron gentes de Agullent, que recogieron al
herido y lo trasladaron al convento de las Religiosas Capuchinas,
donde le prodigaron algunos auxilios. Fue atendido por un sacerdote
que pudieron encontrar. Poco pudo hablar por el estado tan
grave en que se encontraba y murió alrededor de las
tres de la tarde, perdonando a los que le habían
herido, bendiciendo a Dios. No quiso delatar los nombres de
los asesinos y exhortó a todos sus familiares a perdonar
a sus verdugos con verdadera caridad cristiana. Falleció en la
calle del Maestro Tormo, 5, de Agullent, a las 12
horas.
El Sr. Luis Amorós Ferri, alcalde que era de Agullent
cuando fue asesinado el Beato, declara: "En los primeros días
del mes de agosto de 1936 siendo yo alcalde de
Agullent vino a mi casa hacia las 4 de la
mañana un guardia rural y me dijo que en la
carretera de Albaida Onteniente, cerca del cruce de Agullent, había
tres hombres muertos. Inmediatamente me dirigí a dicho lugar acompañado
del secretario del Ayuntamiento; vi a unos 100 metros y
en un campo separado de la carretera un cadáver 100
ms. más lejos a dos, uno de los cuales era
el Beato que estaba malherido y el otro era el
cadáver de Carlos Gandía. El Beato pedía auxilio, haciendo señales
con la mano. Llegamos junto a él y nos dijo
que quería confesarse, y le contesté que haríamos lo posible
para que lo pudiera hacer. De regreso al pueblo me
dirigí en busca de uno de los sacerdotes que estaban
escondidos y le indiqué lo que pasaba, y que hacía
falta confesor. Me encaminé a Onteniente en busca del médico
y volví con D. Rafael Rovira quien dijo que no
tenía solución pues tenía el vientre acribillado a balazos. Encontré
al Beato con un pañuelo puesto en el vientre. Al
preguntarle si alguien le había curado me dijo que él
mismo había sacado aquel algodón de la espalda que tenía
lastimada y al decirle si sufría mucho, me contestó: menos
que cuando fue llevado a Ayelo de Malferit. Le preguntaron
si conocía a los asesinos, pero aunque seguramente los conocía,
no quiso revelar ningún nombre, limitándose a decir que eran
de Onteniente y forasteros. El siervo llegó a Agullent al
Convento de los Capuchinos evacuado por los religiosos, llevado en
una especie de camilla. Hacia las 7 de la mañana.
Allí llamó la atención su gran entereza y serenidad de
ánimo. Poco después vinieron sus familiares, hijos y esposa. Hacia
las tres de la tarde de ese mismo día falleció
y fue conducido al cementerio de esta localidad".
Y el Sr.
Joaquín Soler Francés, ayudante del médico que asistió el Beato
durante los últimos momentos de su vida, afirma: "Serían las
11 de la mañana del 11 agosto del 1936 cuando
a requerimiento del médico Dr. José Delgado de Molina, le
acompañé a asistir al malherido Beato Rafael Alonso Gutiérrez que
se encontraba en el Convento de las Capuchinas quien yacía
en el suelo sobre una manta. Yo como practicante procedí
a prestarle mi asistencia en la cura de los numerosas
heridas que prestaba en la región abdominal. Le di una
inyección calmante ordenada por el médico pues suponíamos que sufría
mucho, a pesar de que el Beato tenía una serenidad
que me dejó maravillado. No pronunció ninguna palabra de protesta,
ni queja alguna sobre la situación en que se encontraba.
Puedo recordar estas palabras textuales que contestó a unas palabras
de consuelo que los presentes le dirigíamos: ‘Que no nos
preocupáramos, que sabía que iba a morir dentro de breves
momentos; pero que moría muy a gusto con tal de
que su sangre fuera para bien de su Patria’. En
estas circunstancias el Presidente del Comité nos avisó de que
llegaba un camión de Onteniente con milicianos y nos aconsejó
que nos ocultáramos para evitar algún percance. Por lo dicho
nos marchamos y poco después fallecía él. De lo que
me enteré por ser noticia pública".
La hija del Beato, Adelaida,
depone: "No tardó en llegar mi hermana informada por un
amigo de Albaida. Al encontrar a mi padre en esta
gravedad extrema pidió que le dejasen entrar a verle, cosa
que consiguió con gran dificultad, y a condición de que
no llorase para no alarmar a la gente. Mi padre
se alegró y le dijo que no se afligiese y
le pidió que acudiésemos los demás de casa. Cuando nosotros
llegamos, ya había fallecido. El día 11 de Agosto a
las 3 de la tarde. Le vimos y ayudamos a
colocarle en el ataúd".
Los restos del Beato fueron enterrados en
el Cementerio Municipal de Agullent, en donde reposan en un
nicho particular. Su hija Adelaida, depone: "Ya he dicho que
le vimos los familiares en el cementerio de Agullent. Unas
mujeres piadosas de Onteniente trajeron los tres ataúdes. Fueron enterrados
y están todavía en el cementerio de Agullent".
El 11 de
marzo de 2001, el Papa Juan Pablo II lo beatífico
junto a otros 232 mártires de la persecución
a la fe.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario