Mayo
Rafaela María Porras y Ayllón nació en Pedro Abad
(Córdoba, España) el 1 de marzo de 1850.A través de sucesos complejos,
en 1877 junto con su hermana Pilar fundó en Madrid el Instituto de
Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Consagrada a Jesucristo desde su
juventud, Fundadora por voluntad de Dios; fuerte y magnánima en secundar
los designios divinos, rigió 16 años el Instituto.
Por obediencia aceptó el cargo; con sencillez y
desprendimiento supo dejarlo. En los siguientes 32 años fue modelo de
todas las virtudes, eximia en la humildad, apasionada por la Eucaristía,
concentró su espíritu apostólico en la oración continua, el trabajo
incesante y la más abnegada caridad.
Fue este camino el que la llevó a la santidad. Murió
en Roma, sede de la casa General de la Congregación, el 6 de enero de
1925.
MISA DE CANONIZACIÓN DE RAFAELA MARIA PORRAS Y AYLLÓN
HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
Venerables Hermanos y amadísimos hijos,
Un gozo profundo embarga nuestro corazón y un canto
de júbilo aflora a nuestros labios en estos momentos que estamos
viviendo. Sentimos que en nuestra voz se condensa el himno de alabanza
de toda la Iglesia, exultante por los destellos de nuevo esplendor
sobrenatural, alentada por una renacida fecundidad de virtud,
enriquecida con otro eximio ejemplar de santidad. Son estos los
sentimientos que acompañan el acto litúrgico que celebramos: la
exaltación al supremo honor de los altares de un modelo singular de
humildad, la Beata Rafaela Porras y Ayllón, Madre Rafaela María del
Sagrado Corazón.
Estamos ante una figura peculiar, cuyos ricos y
múltiples matices personales no dejan de causar impresión, como habéis
podido apreciar, a través del relato de la vida, leído hace unos
momentos. Nace en el pueblo español de Pedro Abad, cerca de Córdoba, el 1
de marzo de 1850. Perdidos muy pronto sus padres se dedica con su
hermana Dolores a la oración y a la caridad.
Este género de vida, tan opuesto a las aparentes
conveniencias de su alta posición social, suscita el contraste con los
deseos de la familia; hasta tal punto que la presión familiar les hace
sentir la necesidad de abrazar la vida religiosa.
El 24 de enero de 1886, el Instituto recibe el
Decretum Laudis y un año después es aprobado definitivamente con el
nombre de Congregación de «Esclavas del Sagrado Corazón».
La Madre Rafaela María dirige el nuevo Instituto
durante 16 años con gran dedicación y tacto. Demuestra también
claramente su extraordinaria profundidad espiritual y su virtud heroica,
cuando por motivos infundados ha de renunciar a la dirección de su
obra. En esta humillación aceptada, morirá en Roma, prácticamente
olvidada, el día 6 de enero de 1925.
La vida y la obra de la Santa, si las observamos por
dentro, son una apología excelente de la vida religiosa, basada en la
práctica de los consejos evangélicos, calcada en el esquema
ascético-místico tradicional, del que España ha sido maestra con figuras
tan señeras como Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de
Loyola, Santo Domingo, San Juan de Ávila y otras.
Esta forma de vida consagrada queda como típica en la
Iglesia (aunque existen otras formas y van surgiendo otras más), en la
que Cristo es el único maestro, el inspirador, el modelo, el motivo de
las más generosas donaciones, de las más íntimas confidencias, del más
valiente esfuerzo de transformación de la humana existencia. Se trata de
la superación de la renuncia a tantas cosas humanas, para sublimarlas
en una entrega eclesial, en un vivir únicamente para el Señor,
asociándose con la plegaria y el apostolado a la obra de la redención y a
la dilatación del reino de Dios (Cfr. Perfectae Caritatis, 5).
Este ha sido el objetivo, este ha sido el ideal
egregiamente puesto en práctica por las Esclavas del Sagrado Corazón,
Instituto para el que la fundadora quiso como carisma propio el culto
público al Santísimo Sacramento expuesto, en actitud de reparación por
las ofensas cometidas contra el amor de Cristo, el apostolado de
formación de las jóvenes, con preferencia por la educación de las
pobres, y el mantenimiento de centros de espiritualidad que faciliten a
las personas que así lo deseen un encuentro con Dios.
¡Cómo resulta difícil, cómo puede ser dramático a
veces el seguimiento generoso y sin reserva de estos ideales! La
historia de la nueva Santa es bien elocuente a este respecto. Pero
precisamente en esa dedicación total a una tarea superior en la que se
esconde con frecuencia la cruz de Cristo, se encuentra la garantía de
fecundidad ejemplar de una vida religiosa, camino siempre válido,
siempre actual, siempre digno de ser abrazado, en la fidelidad a las
exigencias que impone.
Por esto, a vosotras, Religiosas presentes y
ausentes, vaya nuestro saludo paterno y nuestra voz complacida, que hace
eco a la de Cristo: ¡Dichosas vosotras, porque habéis elegido la mejor
parte! (Cfr. Luc. 10, 42) ¡Dichosas sobre todo vosotras, hijas de la
nueva Santa, si permanecéis fieles al rico y preciso legado que ella os
confió; si sabéis dar toda la fecundidad universal que Santa Rafaela
María soñó y que la Iglesia espera de vuestro Instituto; si desde la
fidelidad a vuestro carisma propio, sabéis mirar con corazón abierto y
actualizado el mundo que os rodea!
A este propósito no podemos menos de recordar dos
aspectos característicos del Instituto de las Esclavas del Sagrado
Corazón, que la nueva Santa pone magníficamente de relieve y que son de
palpitante actualidad: la adoración a la Eucaristía y el apostolado
pedagógico.
La adoración al Santísimo Sacramento, renovada, no
desvirtuada, con la reforma litúrgica, constituye una fisonomía típica
de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón. En ella centra su
espiritualidad, en ella educa a sus hijas, de ahí espera la eficacia del
apostolado; por mantener ese punto de su regla, no dudará en tomar
decisiones urgentes, aunque muy dolorosas y arriesgadas. Y es que «para
ella era inconcebible una obra apostólica desvinculada del deber sagrado
de la adoración eucarística». En un momento como el actual en que la
vida de fe sufre no pocos quebrantos en medio de la sociedad moderna, es
un compromiso de perenne validez el que las Esclavas del Sagrado
Corazón, en consonancia con sus esencias fundacionales, sepan dar pleno
significado eclesial y modélico a la adoración eucarística.
El apostolado, sobre todo pedagógico, en favor de la
formación completa de la joven, es otra característica de la vida y obra
de la nueva Santa. Ella lo vio bien claro desde el principio, partiendo
de la realidad que la circundaba y buscando con ello «no sólo el bien
espiritual de la Iglesia, sino la salvación y regeneración social». Su
fina intuición le indicaba cuánto puede esperarse de una formación
adecuada de la juventud femenina.
¡Qué maravillosas respuestas pueden venir de una
educación en la piedad, en la pureza, en la generosidad de espíritu, en
la capacidad de comprensión ! El campo de benéfica aplicación de esas
grandes potencialidades del alma femenina se amplía hoy y se hace más
expectante, ante el progresivo acceso de la mujer a las funciones
profesionales y públicas. Esto mismo nos hace entrever la importancia
grandísima de este apostolado para la vida social, en la que hay que
poner ideales nobles, esfuerzo generoso de verdadera dignificación
colectiva, clarividencia de orientaciones, honestidad de propósitos,
valentía en la corrección de criterios aceptados acríticamente, respeto y
ayuda efectiva para la completa realización personal de todo ser
humano, a comenzar por el menos favorecido; en una palabra, poniendo la
animación viva de una genuina caridad, que supera cualquier motivación
meramente humana, aun la más digna.
¡Loor y alabanza a vosotras, religiosas Esclavas del
Sagrado Corazón por tantos ejemplos y realizaciones también en este
campo social! ¡Alabanza y aliento en vuestra tarea, tan esperanzadora y
meritoria, para que sea cada vez de mayor contenido eclesial y social!
¡Complacencia por esa multitud de jóvenes, que sentimos presentes y
ausentes, y que en vuestro Instituto han hallado formación humana y
cristiana, para inserirse luego vitalmente en el contexto de la
sociedad. Son frutos y esperanzas, que comportan una obligación de
compromiso práctico, de los que Santa Rafaela María se complace,
inspirándolos y acompañándolos con su intercesión desde el cielo.
A esa patria feliz, definitiva, dirigimos ahora
nuestra mirada, para fundir nuestro júbilo de Iglesia que camina con la
dicha perenne de esos hermanos nuestros que, como Santa Rafaela María
del Sagrado Corazón, llegaron ya a la meta de la Iglesia triunfante, con
María la Madre de Jesús y Madre nuestra, con tantos otros hombres y
mujeres que preceden y guían nuestros pasos. Ante la visión extasiante
de esa Jerusalén celestial, prometida, abrimos nuestro espíritu en un
himno colectivo de fe, de serena y alentada espera, de alegría que
confía dilatarse, de inmensa esperanza eclesial.
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