sábado, 19 de mayo de 2012

salmo 51,1-2

Pincha la foto y veras el salmo 51:


SALMO 51 (50) MISERERE
 































Tenme piedad, 
oh Dios, 
según tu 
amor,
por tu inmensa

 ternura 
borra mi 
delito,
lávame a

 fondo de
 mi culpa,
y de mi

 pecado
 purifícame.
Pues mi

 delito yo lo
 reconozco,
mi pecado 

sin cesar 
está 
ante mí;
contra Ti, 

contra Ti 
solo he
 pecado,
lo malo a tus 

ojos cometí.
Por que

 aparezca tu
 justicia 
cuando hablas
y tu victoria

 cuando juzgas.
Mira que

 en la
 culpa
 ya nací,
pecador 

me 
concibió
 mi madre.
Mas Tú

 amas la
 verdad
 en lo
 íntimo del ser,
y en lo 

secreto me 
enseñas
 la sabiduría.
Rocíame 

con el 
hisopo,
 y seré limpio,
lávame, 

y quedaré 
más
 blanco
que la nieve.
Devuélveme

el son
 del gozo 
y la algría,
exulten

 los huesos 
que 
machacaste
 Tú.
Retira tu

 faz de
 mis
 pecados,
borra todas

 mis culpas.
Crea en

 mí, oh
 Dios,
 un puro
 corazón,
un

espíritu
 dentro 
de mí
renueva;
no me

 rechaces lejos
 de tu rostro,
no retires

 de mí tu 
santo espíritu.
Vuélveme

 la alegría 
de tu 
salvación,
y en 

espíritu 
generoso
 afiánzame;
enseñaré

 a los rebeldes
 tus
 caminos,
y los pecadores

 volverán
a Ti.
Líbrame

de la sangre,
 Dios, 
Dios de
 mi salvación,
y aclamará mi 

lengua tu
 justicia;
abre, Señor,

 mis
labios,
y publicará

 mi boca
 tu alabanza.
Pues no 

te agrada 
el sacrificio,
si ofrezco

 un holocausto
 no lo 
aceptas.
El sacrificio

 a Dios es
 un espíritu 
contrito;
un corazón

 contrito y 
humillado, 
oh Dios,
 no lo 
desprecias.
¡Favorece

 a Sión en 
tu
benevolencia,
reconstruye

 las
 murallas
de Jerusalén!
Etonces

 te agradarán 
los sacrificios
 justos,
--holocausto

 y 
oblación
 entera--
se ofrecerán

 entonces 
sobre tu
 altar novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo,
y al 
Espíritu Santo.
Como era 

en el principio,
 ahora y siempre,
y por los

 siglos de los siglos.
Amén.


Con la confianza
 de haber obtenido
 de Tu infinita Misericordia 
el perdón por mis 
innumerables culpas,
 ofensas y negligencias
 me permito, oh Jesús, 
pedirte perdón también 
por mis hermanos.
Pienso en los innumerables 

pecados que se cometen
 en el mundo día a día: 
 pecados de los individuos
 y de las naciones, pecados 
de los súbditos y 
de los gobernantes; pecados 
de orgullo, de sensualidad
 y de codicia; pecados
 de pensamiento, 
de palabra,
 de obras y de omisión.
Por todos estos 

pecados y por los 
pobres infelices 
que los cometen,
 me atrevo a pedir, 
oh Jesús, 
la efusión de Tu
 infinita misericordia. 
Son los pecados los
que Te hicieron 
agonizar en el Huerto
 de los Olivos y
 sumergieron
 Tu alma santísima
 en un mar de tristeza.
No olvides, oh Jesús, 

que libremente 
quisiste cargar con ellos; 
que has querido 
"hacerte pecado", 
para borrar los nuestros;
 no olvides, oh Jesús,
 que Te ofreciste a 
la ira del Padre, 
para rescatar
 a Tus hermanos culpables.
Oh Jesús,

 Te ruego renueves
 Tu ofrecimiento 
al Padre, presentándole
 nuevamente Tus 
llagas; muéstrale las
 espinas, los flagelos
 y los clavos 
 que traspasaron
 tus carnes; 
pero, especialmente, 
hazle ver 
Tu Corazón herido
 y rebosante de amor
 por El y por nosotros,
 y pide Su perdón.
Recuerda, oh Jesús,

 que mayor que todas
 nuestras culpas es 
Tu misericordia.
 Viértela, 
oh Jesús, 
sobre el mundo
 culpable. Busca 
las ovejas que se
 alejaron de Tu redil y
 muéstrales cuán
 grande es la 
potencia de Tu
 amor de Salvador.
Y ya que Tu 

Corazón está 
herido por las 
culpas de los
 más íntimos,
 para los que
 renuevan el beso
 de Judas o
 la negación de 
Pedro, también
 para ellos,
oh Jesús, 
invoco Tu perdón. 
Que ninguno de 
ellos cumpla 
el gesto 
desesperado de Judas,
sino que 
Tu gracia los induzca, 
como a Pedro, 
 a una reparación
 de amor.

Este salmo sobresale entre todos los salmos penitenciales, pues expresa, mejor que ningún otro, la preocupación y los deseos de un pecador arrepentido. Aquí vemos que:
I. David confiesa su pecado (vv. 3-6).
II. Ora fervientemente para que le sea perdonado (vv. 1, 2, 7, 9).
III. Pide paz para su conciencia (vv. 8, 12).
IV. También pide gracia para no volver a pecar (vv. 10, 11, 14).
V. Ruega a Dios que le conceda libre acceso a El (v. 15).
VI. Promete hacer todo cuanto pueda por el bien de otras almas (v. 13), y por la gloria de Dios(vv. 16, 17, 19). Y, finalmente, concluye con una oración por Sión y Jerusalén (v. 18).
Los que sienten en su conciencia el peso de algún pecado muy grave deberían suplicar el perdón de Dios, con mirada de fe hacia el Mediador y Abogado Jesucristo, recitando una y otra vez este salmo. La inscripción nos dice que David lo compuso «cuando después que se unió a Betsabé, vino a él Natán el profeta.»
Versículos 1-6
El pecado del que David se lamenta en este salmo es la bien conocida y triste historia de la loca perversidad que cometió con la mujer de su prójimo Urías. Este pecado de David se nos es referido con todo detalle como seria advertencia a todos, de que el que piensa estar firme, mire que no caiga (1a Co. 10:12). El arrepentimiento que aquí expresa fue producido mediante el ministerio de Natán, quien fue enviado por Dios para que le convenciese de este pecado. Todos los que han sido alcanzados por algún pecado grave deberían tener por el mayor de los favores el que se les reprendiese lealmente, y por el mejor de los amigos al que les corrigiese sabiamente. Que el justo me hiera será para mí un perfume excelente. Una vez convicto de su pecado, David derramó su alma delante de Dios en petición de gracia y misericordia y, bajo la inspiración divina, expresó en este salmo los sentimientos de su corazón en esta circunstancia. Tenemos aquí:
I. La humilde petición de David (vv. 1, 2). Su oración es como una explanación de aquella otra que el Salvador puso en boca del publicano de la parábola (Lc. 18:13): «Dios, sé propicio a mí, pecador.» David no trata de contraponer sus buenas obras a este terrible crimen, ni piensa que sus buenos servicios a Dios puedan expiar por sus ofensas, sino que acude a la infinita misericordia de Dios y a ella únicamente se confía en busca de perdón y de paz (v. 1): «Ten piedad de mí, oh Dios.»
1. Cuál es el alegato para que Dios tenga piedad de él: «Ten piedad de mí... conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades, etc.» Como diciendo: «No tengo ninguna otra cosa a la que apelar; pido misericordia en atención únicamente a tu gran misericordia, la cual es libre y soberana conforme a la infinita bondad de tu divina naturaleza, que te inclina a tener compasión del miserable que no merece sino la condenación.
2. Qué cosa es la que principalmente demanda de la compasión de Dios: «Borra mis delitos», de la misma forma que se borra o cancela una deuda en un libro de cuentas una vez que el deudor la ha pagado o el acreedor la ha perdonado. Dice después (v. 2): «Lávame a fondo de mi maldad y límpiame de mi pecado. » Natán había asegurado a David que, una vez que estaba arrepentido, Dios había perdonado su pecado:
«Yahweh perdona tu pecado; no morirás» (2a S. 12:13). No obstante, ruega: «Lávame, límpiame, borra mis delitos.» Dios le había perdonado, pero él no podía perdonarse a sí mismo; por eso, importuna a Dios una y otra vez para que le perdone.
II. La confesión penitencial que David expresa (vv. 3-5).
1. Sincera y libremente confiesa delante de Dios su culpa (v. 3):
«Porque yo reconozco mis delitos. » Anteriormente había visto que éste era el único medio de poner paz en su conciencia (32:4, 5). Natán le había dicho: «Tú eres ese hombre.» Y él había respondido: «He pecado»
(2 5. 12:7, 13).
2. Tiene de su pecado un sentimiento tan profundo que está pensando en él continuamente con pena y vergüenza (y. 3b): «Y mi pecado está siempre delante de mí.»
(A) Confiesa su grave transgresión de la ley divina (v. 4): «Contra ti, contra ti solo he pecado. » Y, en consecuencia, declara la justicia de Dios cuando sentencia al pecador (v. 4b): «Así que eres justo cuando sentencias, e irreprochable cuando juzgas.» Los mejores hombres, cuando pecan, deben dar el mejor ejemplo de arrepentimiento. Los verdaderos penitentes justifican a Dios precisamente condenándose a sí mismos. Lo más notable de este versículo es que, habiendo pecado directamente contra Urías y su mujer Betsabé, diga a Dios: «contra ti SOLO he pecado»; pero está en total conformidad con la mentalidad bíblica de que todo pecado, aun contra el prójimo, es, ante todo y primordialmente, una ofensa a Dios, por ser una transgresión de su santa ley.
(B) Confiesa su congénita corrupción (v. 5): «Mira que en maldad he sido formado, etc.» David habla en el Sal. 139:14, 15 de la admirable estructura de su organismo, pero aquí dice que fue formado (o, más exactamente, que fue dado a luz) en iniquidad, para dar a entender que, desde su nacimiento, estaba inclinado al pecado. No es así como salió el hombre de las manos de Dios, pero, desde la caída original, cada uno de nosotros viene a este mundo con una naturaleza corrompida, degenerada de su prístina pureza y rectitud. Esto es lo que llamamos pecado original, porque es tan antiguo como el origen del pecado primero y porque es el origen de todas nuestras actuales transgresiones. Es algo que nos inclina, desde la cuna, a ir contra la ley de Dios.
III. David reconoce asimismo la gracia de Dios (v. 6), no sólo como un buen deseo, o buena voluntad, de la sinceridad que hemos de albergar en lo íntimo de nuestro ser («Tu amas la verdad en lo íntimo»), sino también como buena obra que El lleva a cabo en nuestro interior («y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría»). La verdad y la sabiduría contribuyen grandemente a hacer de un hombre un buen hombre. Lo que Dios requiere de nosotros lo obra El mismo en nosotros (comp. Fil. 2:13) y lo obra en la forma normal de iluminar el entendimiento para ganar la voluntad. David era consciente de que su corazón estaba ahora recto con respecto a Dios, pues estaba arrepentido y, por tanto, no dudaba de que era aceptado por Dios y esperaba que Dios le capacitaría para hacer buenas sus resoluciones y, para ello, le haría conocer, en lo que Pedro llama «el hombre oculto del corazón» (1 P. 3:4, lit.), la sabiduría necesaria para discernir y evitar en lo sucesivo los designios del tentador.
Versículos 7-13
1. Véase aquí lo que David pide. Si en todas estas, muchas, peticiones que hace, añadiésemos al final: «en el nombre de Jesús», serían tan evangélicas como las que más.
(A) Ruega a Dios que le limpie de sus pecados y de la contaminación que ha contraído con ellos (v. 7): «Purifícame con hisopo.» La expresión alude a la ceremonia legal de purificar a quien ha tenido contacto con un cadáver (Nm. 19:6) o al leproso (Lv. 14:4). Con un ramo de hisopo se rociaba a la persona con agua o con sangre (o con ambas), y así era descargada de las restricciones que la contaminación comportaba. Así es como David desea ser purificado para disfrutar de los privilegios que comporta una comunión con Dios no obnubilada por el pecado. Esto se cumple perfectamente en la dispensación de la gracia, pues es la sangre de Cristo, llamada en He. 12:24 «la sangre del rociamiento», la que purifica nuestras conciencias de obras muertas (He. 9:14), es decir, de culpas que nos separan de la comunión con Dios como por el contacto de un cadáver, de manera semejante a la separación de los atrios de la casa de Dios en la dispensación de la ley, por el contacto antedicho.
(B) Ruega también que, al ser perdonados sus pecados, tenga el consuelo que el perdón efectúa. No pide ser consolado mientras no haya sido perdonado, pero, una vez que el pecado, la amarga raíz de la tristeza, ha sido arrancada, puede pedir con fe (v. 8): «Hazme oír gozo y alegría. » El dolor de un corazón verdaderamente quebrantado por el pecado bien puede compararse al de un hueso quebrantado (comp. 38:9; 42:11). Y el mismo Espíritu que golpea y hiere, también cura y venda.
(C) Pide perdón completo y efectivo. Aquí es donde pone su mayor interés, pues es el fundamento de su consuelo (v. 9): «Oculta tu rostro de mis pecados; cúbrelos, escóndelos de tu vista para que así queden expiados; que no te provoquen a tratarme según me merezco; están delante de mí, pero haz que estén detrás de ti, a tu espalda, y borra todas mis maldades de tu libro de cuentas; que desaparezcan como se desvanece una nube por los rayos del sol» (Is. 44:22).
(D) Pide gracia santificante. Su gran preocupación es ver cambiada su naturaleza corrompida; por eso, ruega (.v 10): «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu firme (esto es, que sepa resistir los embates de la tentación) dentro de mí. » Pide firmeza y constancia, pues había experimentado antes gran inconstancia e inconsistencia en sí mismo.
(E) Ruega que continúe la buena voluntad de Dios hacia él y que progrese en él la buena obra de Dios (v. 11): «No me eches de delante de ti como si me aborrecieses, como un cortesano que ha incurrido en el desagrado de su soberano y es excluido de su presencia, y no retires de mí tu santo Espíritu. » Estamos perdidos si Dios retira de nosotros el Espíritu Santo. David conocía bien esto por la triste experiencia de Saúl. ¡Cuán miserable y criminal se volvió cuando se retiró de él el Espíritu de Yahweh! Por eso ruega a David con tanto interés que no le suceda a él lo mismo.
(F) Ora finalmente para que le sean restaurados los consuelos divinos y la continua comunicación de la gracia divina (v. 12): «Devuélveme el gozo de tu salvación. » Un hijo de Dios no conoce otro gozo verdadero y sólido sino el gozo de la salvación de Dios, gozo en Dios su Salvador y en la esperanza de la vida eterna; «y en espíritu de nobleza (o, mejor, de pronta devoción o dedicación) afiánzame. » Como diciendo:
«Dejado a mí mismo, estoy abocado a caer, ya sea en el pecado o en la desesperación; Señor, sostenme; mi propio espíritu no es suficiente.»
2. A continuación, David promete (v. 13): «Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos.» El mismo había sido transgresor y, por eso, podía hablar a los transgresores por su propia experiencia y, habiendo hallado el favor de Dios por la vía del arrepentimiento, podía enseñar a otros los caminos de Dios y los peligros que hay que evitar para no transgredir (comp. con Lc. 22:32). « Y los pecadores se convertirán a ti.» Los pecadores arrepentidos son los más aptos para ser predicadores convencidos.
Versículos 14-19
1. David ora que Dios le libre de un pecado especial, del derramamiento de sangre (v. 14), crimen que él mismo había cometido recientemente al asesinar a Urías con la espada de los hijos de Ammón; y promete que, si Dios le libra, su lengua cantará la justicia de Dios, la fidelidad de Dios a su promesa de perdonar al pecador creyente y arrepentido. Dios ha de tener la alabanza por la gracia del perdón y por la gracia de prevenir del pecado. Y, sintiéndose insuficiente incluso para cantar por sí mismo las divinas alabanzas, añade (v. 15): «Señor, abre mis labios, no sólo para enseñar e instruir a los pecadores, sino también para que pueda mi boca publicar tus alabanzas, una vez que por tu amor se haya ensanchado mi corazón.» La culpa le había cerrado los labios y, por eso, tenía poca confianza para dirigirse a Dios. A los que tienen atada la lengua por causa del pecado, la seguridad del perdón de Dios parece decirles: Efatá—Ábrete; y, cuando se abren los labios, ¿qué otra cosa habrían de hablar sino las alabanzas de Dios?
2. David ofrece el sacrificio de un corazón contrito. Sabía que el sacrificio de animales no tenía en sí ningún valor delante de Dios (v. 16). Como esta clase de sacrificios no pueden satisfacer por el pecado, tampoco pueden satisfacer a Dios sino en la medida en que su ofrecimiento expresa la devoción interior que a Dios se debe. Pero David sabía cuán acepto es a Dios el sincero arrepentimiento (v. 17): «Sacrificio es para Dios un espíritu quebrantado. » No es obra liviana la que aquí se insinúa, sino la más honda, pues se trata del quebrantamiento del espíritu, no en desesperación, sino en humillación propia y detestación del pecado; un corazón rendido y sometido en obediencia a la palabra de Dios; un corazón enternecido, como el de Josías, tembloroso ante la palabra de Dios. El quebrantamiento del cuerpo (no de los huesos) de Cristo fue el único sacrificio capaz de expiar el pecado, pues ningún otro sacrificio puede quitar el pecado; pero el quebrantamiento de nuestro corazón a causa del pecado es un sacrificio de reconocimiento y alabanza. El Midrás hace notar que, mientras la fractura de un miembro descalifica a un animal para el sacrificio, el quebrantamiento del espíritu humano es aceptable para Dios.
3. David termina este salmo intercediendo por Sión y Jerusalén. Nota del traductor: Es opinión común que estos versículos (vv. 18, 19) son una añadidura, probablemente colectiva, efectuada entre los años 587 (fecha de la destrucción de los muros de Jerusalén) y 450 antes de C. (fecha en que comenzaron a restaurarse bajo Nehemías). No es que el redactor (inspirado por Dios) añada lo de los sacrificios como para contrarrestarla impresión desfavorable que los vv. 16 y 17 pudiesen haber causado con respecto a los sacrificios legales, pues El mismo dice «sacrificios de justicia», es decir, ofrecidos con rectitud de intención y por motivos justos, condiciones indispensables para ser aceptados por Dios.

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