viernes, 18 de mayo de 2012

La homilía de Betania: VII Domingo de Pascua

   
 
Solemnidad de la Ascensión del Señor

20 de mayo de 2012
 
1.- PROCLAMAR EL EVANGELIO A TODA LA CREACIÓN
Por Antonio García-Moreno
1.- COMO LOS PRIMEROS.- San Lucas quiso dejar constancia por escrito no sólo de la vida de Jesucristo, sino también de la de su Santa Iglesia. Al fin y al cabo ella es su prolongación, su Cuerpo místico, el Cristo total. Gracias a sus relatos conocemos la vida de los primeros cristianos, los inicios fundacionales, las líneas maestras que habían de caracterizar para siempre el estilo de todos los cristianos de la Historia. En esos primeros tiempos, bajo una especial asistencia del Espíritu Santo, se marca para siempre la dirección por la que luego la Iglesia habría de caminar. De ahí que haya un empeño permanente en volver a los principios para adecuar a ellos el presente.
Y esto que ocurre a escala universal, ha de ocurrir también a nivel personal. Cada uno ha de releer estas páginas inspiradas del libro de los Hechos de los Apóstoles, para ver hasta qué punto nuestra vida de cristianos es como la de aquellos primeros. Fueron tiempos difíciles y heroicos que han quedado para siempre como un modelo que imitar, un ideal de vida que intentar. Es cierto que las circunstancias son muy diversas, pero también es cierto que el espíritu que les animaba pervive y que, dejando a un lado lo accidental, es posible reproducir en nosotros las virtudes que ellos vivían.
Era necesario que aquellos primeros se convencieran plenamente de que la Resurrección era un hecho incontrovertible. Ellos habían de ser los testigos cualificados, los primeros, de que Jesús seguía vivo, presente en la Historia de los hombres. Por eso el Señor insiste y se les aparece una y otra vez. San Pablo recogerá este dato, hablando de que hasta unas quinientas personas llegaron a ver a Jesús resucitado. Después de todo aquello se persuadirán de la Resurrección de Cristo, y de tal forma que nada ni nadie les hará callar. Por todos los rincones del mundo y de los tiempos resonará el mensaje de los primeros, la buena noticia de que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, después de morir crucificado para redimir a los hombres, ha resucitado y ha subido a los Cielos.
Pero esa noticia maravillosa era algo más que una mera noticia. Ese mensaje llevaba, y lleva, consigo unas exigencias y también unas promesas. Jesucristo con su muerte y resurrección, lo mismo que con su vida entera, nos traza un camino a seguir, un itinerario a recorrer día a día. También nosotros, si creemos en él, hemos de vivir y morir como él vivió y murió. Sólo así podremos luego resucitar con él y subir a los Cielos como él subió. Ojalá que la esperanza de una gloria eterna nos estimule, de continuo, a vivir nuestra existencia terrena como Jesús la vivió.
2.- EXALTACIÓN SUPREMA DE CRISTO.- Este domingo, dentro de la nueva distribución litúrgica, celebramos la Ascensión del Señor. La Iglesia, como buena Madre que es, se acopla dentro de lo posible a las exigencias de los tiempos y de la sociedad. Lo importante es rememorar en nuestra mente y en nuestro corazón el momento en que Cristo, Señor nuestro, subió a los cielos para sentarse a la derecha de Dios Padre. Es decir, Jesús culmina su vida en la tierra elevándose al Cielo, para recibir toda la gloria que como a Hijo de Dios le corresponde.
Él se anonadó y tomó la forma de siervo, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz. Él bajó hasta lo más hondo de la miseria humana. Él se hizo maldito, nos viene a decir San Pablo, dejándose colgar de un madero, patíbulo de malhechores. Por eso precisamente, Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, de modo que ante él doble la rodilla cuanto hay en los cielos y en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.
Pero antes de marchar para recibir la corona de Rey de reyes, Jesús confía a sus apóstoles la misión de proclamar el Evangelio a toda la Creación, de predicar a todos los hombres que sólo quien crea en Cristo se salvará. Les prometió, además, que aunque se marchaba no les dejaría solos y que en su nombre harían prodigios, vencerían al maligno.
Ellos fueron fieles al mandato de Jesús y caminaron por todo el mundo, levantando muy alta la luz de Cristo. Después, cuando ellos pasaron de la tierra al Cielo, entregaron el fuego sagrado a quienes les sucedían, y éstos a su vez a quienes vinieron luego. Así, el fuego que el Hijo de Dios trajo a la tierra, fue encendiendo todas las páginas de la Historia. Ahora ese fuego está en nuestras manos y nos toca a nosotros reavivarlo y propagarlo por entre los hombres de nuestra época. Ojalá que seamos responsables de la misión que Jesús nos encomienda y consigamos que el fuego de la fe no se apague. Antes al contrario, convirtamos el mundo en una bendita hoguera que ilumine, alegre y mejore más y más la conducta de los hombres.
2.- PASMADOS, MIRANDO AL CIELO
Por José María Maruri, S.J.
1.- La Ascensión es para los Apóstoles el momento de la revelación por parte del Padre y de la perfecta compresión de la Resurrección. Y es que la Resurrección es el paso de muerte a vida tan infinitamente gloriosa, que ese Jesús, que convivió con ellos día a día, se iguala al Padre, se sienta a su derecha, y tiene todo poder sobre el cielo y la tierra.
-- Momento de inmensa alegría porque Jesús es el Señor de Cielo y Tierra, y de nostalgia porque habiendo gozado de su presencia, de sus palabras, de su cariño personal, hasta ahora no le habían sabido comprender en profundidad.
-- Momento de seguridad plena, porque el Señor va a estar con ellos... y de inseguridad en sí mismos, porque si no le han sabido comprender en tres años, ¿serán capaces de gobernar la barquilla que el Señor les encomienda llevar a buen Norte?
-- Por eso se quedan parados, pasmados, mirando al cielo. Pero es el mismo Señor, quien por medio del ángel les reprende: ¿qué hacéis ahí pasmados mirando al cielo?
2.- Jesús que, en sus ratos de oración en lo alto de la montaña tanto miró al cielo, jamás se quedó allí estático en su unión con el Padre, sino que bajo siempre a buscar a los hombres y pasó haciendo el bien.
El hombre de fe debe mirar al cielo para bajar los ojos de nuevo a la tierra, para conducir sus manos hacia el bien de los demás. En vano buscamos a Dios en los cielos, cuando ese mismo Señor no ha dicho que Él está en la tierra
¡¿Qué hacéis ahí pasmados mirando al Cielo...?!
* Si el Señor de Cielo y tierras es el Dios desnudo, el Dios enfermo, el Dios hambriento.
* Si el Señor que se sienta a la diestra del Padre es el Dios sediento, el Dios encarcelado, el Dios Abandonado y solitario.
* Si el Primogénito de toda Creatura está en mi hermano. ¿Qué hacéis ahí pasmados mirando al cielo? Ese Señor que se ha ido al cielo, está con nosotros hasta el fin de los tiempos y su Reino está entre nosotros.
No por mucho mirar al cielo evitaba San Isidro la pedriza o atraía la lluvia. Por eso sus manos no dejaban de sembrar la semilla en el surco y de preparar un plato más en su mesa para uno más necesitado que él.
 
 
3.- ¡A PREGONAR EL EVANGELIO!
Por Pedro Juan Díaz
1.- Con esta fiesta de la Ascensión del Señor se cierra un círculo que comenzó con la encarnación. Jesús bajó, nació de María Virgen, compartió nuestra vida y nuestra condición humana, murió crucificado, resucitó y ahora vuelve al Padre, sube a donde estaba, y continua la tarea con el don del Espíritu Santo (que celebraremos la semana que viene) y con toda la confianza puesta en sus discípulos, a los que ha convertido en testigos: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”, hemos leído en la primera lectura. Y aquellos discípulos, lejos de quedarse parados, se pusieron a pregonar el evangelio por todas partes, y el Señor les ayudaba y cooperaba con ellos, confirmándoles con las señales que les acompañaban: los enfermos eran curados, las personas encontraban motivos para vivir, los pecadores se convertían, los tristes eran consolados….
2.- Habrá que ver qué señales damos los cristianos hoy. Habrá que ver si nos creemos las palabras de Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”. Él está con nosotros, nos acompaña, nos anima. Nuestra tarea es poner luz, amor, compañía, vida… ser signos de la presencia de Dios en la vida de cada día, sobre todo para esa gente que piensa que Dios vive allí arriba en el cielo, despreocupado de nuestros problemas. Ese no es nuestro Dios. Y los cristianos hemos de mostrar al verdadero, al Dios encarnado, al Dios de Jesús.
3.- Para Jesús ya somos mayores de edad, adultos en la fe, suficientemente libres y responsables como para hacer esta tarea que él nos confía. Cada uno de nosotros ha acogido la fe en su corazón libremente, y nos esforzamos cada día por vivirla en coherencia. Esta fiesta de la Ascensión nos recuerda que Dios apuesta al 100 % por nosotros, que nos ha confiado esta tarea sabiendo que somos capaces de eso y de más, porque él nos conoce en lo más profundo de nuestro corazón.
4.- No podemos quedarnos embobados mirando al cielo. Nuestro mundo necesita que les transmitamos nuestra experiencia de Dios. Hay experiencias en la vida que llenan bastante y que son muy gratificantes, pero son efímeras. Nada ni nadie llenan tanto el corazón como lo hace Dios, y esa es una experiencia permanente, eterna. Esa es la experiencia que hay que transmitir. Esa es la experiencia que necesitan nuestros jóvenes, los niños de la catequesis, nuestros vecinos, los que acuden a la parroquia en bodas, bautizos, comuniones y entierros, y poco más. Los cristianos de El Altet, ¿transmitimos esa experiencia de Dios? ¿La hemos descubierto? ¿La estamos viviendo?
5.- Jesús envía a sus discípulos, y nos envía a nosotros, a pregonar el evangelio a través del testimonio sobre la persona y la obra de Jesús que han experimentado y vivido. No hablan de teorías sobre Jesús, ni dan grandes discursos, sino que cuentan su propia experiencia, como Dios les ha tocado el corazón, como Dios nos ha tocado el corazón a nosotros. Eso es lo que hay que compartir, ese es el evangelio que hay que pregonar. No nos podemos quedar sólo en una contemplación pasiva. Hemos sido testigos de la resurrección y ahora tenemos que dar testimonio de ello. Pero para que la tarea sea más fácil, el Señor nos envía el Espíritu Santo, que nos fortalece para ser sus testigos.
6.- En cada Eucaristía el Señor se hace presente con los signos de partir el pan, por el que lo reconocieron los discípulos de Emaús, y por su cuerpo y su sangre que nos da como alimento. Aquí recibimos la fuerza y el Espíritu Santo para salir ahí fuera y ser sus testigos, para pregonar el evangelio a nuestra gente y a todos aquellos que necesitan descubrir la cercanía de un Dios que está con nosotros, confirmando nuestras palabras con sus signos, todos los días de nuestra vida.

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