|
Juan Martín Moyë, Beato |
Fundador del Instituto de Hermanas de la Divina Providencia
Martirologio Romano:
En Tréveris, en Alemania, beato Juan Martín Moyë, presbítero de
la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, que en la
localidad de Lorena, en Francia, fundó el Instituto de Hermanas
de la Divina Providencia, y en China reunió en régimen
de vida común a unas vírgenes dedicadas a la enseñanza.
Se mostró siempre inflamado por el celo de las almas,
aún después de verse obligado a abandonar su patria durante
la Revolución Francesa. († 1730)
Fecha de beatificación: 21 de noviembre
de 1954 por el Papa Pío XII. El fundador de las Hermanas de la
Providencia, Jean-Martin Moye (pronunciado ´Moi´), nació en Cutting, Francia, el
27 de enero de 1730, en una de esas buenas
fincas del entonces ducado de Lorena, en la comarca de
las salinas y las lagunas. Los establos eran amplios, las
cosechas diversas y las bodegas de vino bien surtidas. Sus
raíces familiares se hunden profundamente en ese territorio. De larga
data, sus ancestros están implantados en Lorena.
Sus padres le hacían
trabajar en el campo pero también lo hicieron estudiar. Sus
profesores sucesivos previeron para él una carrera brillante. En sus
estudios se destacó por los conocimientos en idiomas antiguos, en
lógica y en historia de la Iglesia.
"Pero la vida real
no me tentaba mucho. Fui ordenado sacerdote a los 24
años para ser sacerdote de Jesucristo y nada más. Felizmente
no estaba solo. Con otros sacerdotes jóvenes formamos un pequeño
grupo. ¿Cuál era nuestra fuerza? Contar más con el dinamismo
del espíritu, la oración y la exigencia personal, que con
las opiniones del clero mundano."
Juan Martín va y viene por
las calles y las callejuelas de sus parroquias sucesivas. Para
ver y escuchar, para sentir la sonrisa de un recién
nacido que le llevan a bautizar, el amor de una
pareja de ancianos, la pobreza oculta de los tugurios. Y
la injusticia: conoce jóvenes apenas en la pubertad que por
algunos robos menores terminaron en la horca. Conoce también la
angustia de las prostitutas de Metz, ciudad que ha sido
siempre un bastión de tropas militares. Y comprende que la
piedad popular, manifestada en las procesiones, es impotente para detener
esos males. Se necesita algo más. Otra cosa muy distinta:
Instruir.
Los colegios existen, pero para los burgueses, para los habitantes
de la ciudad, para los hombres jóvenes. A las niñas,
incluso a las niñas ricas, no se les enseña sino
la piedad y cómo ser buenas amas de casa. ¿Y
la lectura y la escritura? A veces, si queda un
poco de tiempo.
Sin embargo, mucho antes que Freud, Juan Martín
está convencido de que todo se hace desde la infancia.
Entonces el joven y brillante intelectual formula un proyecto loco:
abrir miniescuelas para las niñas en los lugares más pobres
y más apartados de Lorena.
"Se necesitaba poder contar con jóvenes
libres y dispuestas a todo; a codearse con la miseria
y con la incomprensión. Proyecto insensato el mío, ciertamente. Pero
como este pensamiento seguía invadiéndome, podía creer que venía de
Dios."
Un día, Marguerite Lecomte llega donde él para confesarse. Él
no la ha visto antes. Le hace algunas preguntas, y
se da cuenta, sorprendido, de que sabe leer y enseña
a unas compañeras de trabajo.
Poco después, Margarita entrará de lleno
en el proyecto de Juan Martín e irá a vivir
a Vigy-Béfey. Más adelante será seguida por muchas otras ´mujeres
apóstoles´ que también irán a instruir a las niñitas de
los caseríos abandonados.
Y nace así la Congregación de Hermanas de
la Providencia.
Pero esas ´mujeres apóstoles´ molestan
En la Lorena de 1762,
Moye respondió a una urgencia sociológica. Aportó un remedio eficaz,
por medios desconcertantes, a una carencia social de entonces: la
ignorancia crasa en la cual se encontraban las niñitas campesinas.
Moye es por lo tanto testigo de muchas miserias.
La oposición
a Moye crece en el clero y en la alta
sociedad de Metz. Y el obispo prohibe abrir nuevas escuelas
en los pueblos. Juan Martín entra en una especie de
agonía. Su razón y su corazón vacilan.
"Y sin embargo yo
quería confiar totalmente en Dios. En el corazón mismo de
esta absurda situación, mi amigo el padre Jobal llamó mi
atención sobre un detalle. Como se me permitía mantener las
escuelas existentes, estas serían cimientos para muchas otras. Vi en
esto lo que me gusta llamar ´un signo de la
Providencia´. Pudo ser un hecho microscópico, pero resucitó mi esperanza
y me llevó a dar un sentido nuevo al acontecimiento."
Algún
tiempo después el obispo levanta la prohibición y estimula el
desarrollo de las miniescuelas.
Pero a Moye le gusta sembrar. Prefiere
dejar la mies a otros. Las misiones extranjeras lo atraen,
China sobre todo.
Septiembre de 1772: Juan Martín desembarca en Macao
A
China llega un Juan Martín totalmente transformado en ´comerciante´: de
cabello largo y barba como los chinos. Y con un
apellido que también suena a chino: ´Moi´. Pero el país
está prohibido a los misioneros. Va a tener que actuar
con astucia. Arrastrarse en los campos de maíz para esconderse.
Atravesar a pie altas montañas y a nado varios ríos.
Durante
10 años Moye vivirá lo que no dejó de repetir
a las Hermanas: asumir los riesgos que exija una buena
obra con confianza en la Providencia. Entre benevolencia y traición
estará a merced de la gente. Hasta en su deseo,
Juan Martín se entrega a Dios. "No me prometí convertir
primero muchas almas sino hacer y sufrir en China lo
que Dios quisiera."
Juan Martín es un infatigable caminante y su
parroquia es tan extensa como Francia y España juntas. En
el camino los chinos lo detienen y lo golpean. "A
veces tenía tanto miedo que no sentía el dolor." Entre
dos vigías celebra la misa, instruye, exhorta. Observa también, escucha,
aprende costumbres, nociones jurídicas cuya sabiduría reconoce. En el contacto
con la gente perfecciona rápidamente su chino, hasta el punto
de escribir bellos textos de oración en este idioma.
Moye desarrolla
varias intuiciones que tuvo en Europa. En primer lugar, en
esa época en la que las mujeres no tienen casi
derecho a la palabra y ciertamente no en las asambleas,
él quiere apoyar su trabajo en jóvenes chinas. Excelentes catequistas,
son también voluntarias en casos de hambrunas y pestes. Y
bautizan a millares de moribundos, y a muchos niños. Como
siempre, allí donde otros no ven sino debilidades, Juan Martín
ve en los niños el germen de una gran fuerza.
Lucha para que se les reconozca el derecho al bautismo,
al dinamismo del Espíritu.
En otras partes lucha contra prácticas usureras
fuertemente implantadas en China y que impiden a los pobres
salir del círculo infernal de las deudas. En un pequeño
seminario en la montaña consagra tiempo a la formación del
clero local.
En 1783, después de 10 años de trabajo, agotado
por varias enfermedades, Moye vuelve a embarcarse para Francia. Allá,
durante 10 años más va a recorrer de nuevo las
escuelas de las Hermanas, tentadas a veces por la vida
fácil.
Tréveris, Alemania, en la primavera de 1793, rebosa de gente
que huye de la Revolución Francesa. La ciudad huele a
tifo. Juan Martín, que no ha dejado de prodigar cuidados
a los enfermos, contrae el implacable mal. En la cama
de una humilde buhardilla espera la muerte. Quiere mirarla de
frente. Bendice a algunas Hermanas: "Crezcan y multiplíquense si tal
es la voluntad de Dios."
El 4 de mayo vive su
muerte como vivió su vida: entregándose sencillamente en las manos
de Dios.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario