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Félix de Cantalicio, Santo |
Nació en Cantalicio (Italia) en 1513. Hijo de dos campesinos
muy pobres y muy piadosos. De niño tuvo por oficio
pastorear ovejas, y allá en el campo, trazaba una cruz
en la corteza de un árbol, y ante esa cruz
pasaba horas rezando. Le encantaba rezar el Santo Rosario. Y
decía que en cualquier oficio y a cualquier hora hay
que acordarse de Dios y ofrecer por El todo lo
que se hace o sufre.
Cuando ya era mayor, un día
estaba arando el campo y de pronto los bueyes se
asustaron y se le lanzaron encima. Al sentir que iba
a morir allí pisoteado, prometió a Nuestro Señor dedicarse a
una vida más perfecta. Salió ileso del accidente y al
oír leer un libro de vidas de santos sintió un
fuerte deseo de imitar a los grandes amigos de Dios
en la oración y en la penitencia. Entonces le preguntó
a un amigo cuál era la Comunidad religiosa más exigente
y fervorosa que existía en ese entonces. El otro le
dijo que eran los padres Capuchinos. Y hacia allá se
dirigió a pedir que lo admitieran.
El superior, para que no
se hiciera ilusiones le describió de manera muy fuerte las
penitencias que había que hacer en aquella comunidad y la
gran pobreza en que allí se vivía. Félix le preguntó:
"Padre ¿en mi habitación hay un crucifijo?". "Sí, lo habrá",
le dijo el superior. "Pues bastará mirar a Cristo Crucificado
y su ejemplo me animará a sufrir con paciencia". El
superior comprendió que este joven amaba y meditaba la Pasión
de Cristo, y lo admitió.
El oficio de Félix desde que
entró a la comunidad hasta que se murió, fue por
40 años, el de pedir limosna por las calles de
Roma, para ayudar a los necesitados. Era un oficio duro,
cansado y humillante, pero él lo hacía con una alegría
que impresionaba gratamente a la gente. A su compañero de
limosnería le decía: "Amigo: los ojos en el suelo, el
espíritu en el cielo y en la mano, el santo
rosario". Y repetía: "o santo, o nada". "La única tristeza
es la de no ser santo". Y con lo que
recogía ayudaba a familias muy necesitadas y a enfermos y
gente abandonada.
La gente se admiraba de sus buenos consejos y
le preguntaba en qué libro había aprendido tanta sabiduría y
él respondía: en un libro que tiene seis páginas: cinco
son las heridas de Cristo Crucificado, y la sexta es
la Sma. Virgen María.
Siempre alegre, parecía no sufrir. Se chistoseaba
con San Felipe Neri. Un día San Felipe le dice:
"Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que
te consigas un gran puesto en el cielo". Fray Félix
le responde: "Padre Felipe: que lo picadillen los enemigos de
la religión para que así se consiga una gran gloria
en la eternidad".
Siempre viajaba descalzo por calles y caminos, todos
los días. Dormía sobre una tabla. La mayor parte de
la noche la pasaba rezando. Se alimentaba con las sobras
que quedaban de la mesa de los demás. Cuando ya
estaba anciano, un cardenal le dijo: "Fray Félix, ya no
cargue más esa maleta de mercados que recoge para los
pobres. Ya es tiempo de descansar", y el santo le
respondió: "Monseñor: el burro se hizo para llevar cargas. Mi
cuerpo es un borriquillo y si lo dejo descansar le
puede hacer daño al alma".
Ya desde pequeño nunca se sentía
ofendido cuando lo humillaban e insultaban. Cuando alguien lo insultaba
u ofendía muy fuertemente le decía: "Que Dios te haga
un santo. Pediré a Dios que te haga un buen
santo".
Ayunaba muchas veces a pan y agua. Trataba de ocultar
los dones sobrenaturales que recibía del cielo, para que nadie
los supiera, pero muchas veces mientras ayudaba a Misa se
elevaba por los aires.
Eran tantas las veces que repetía la
frase "Gracias a Dios", que las gentes sencillas al verlo
decían: allá viene el hermanito "Gracias a Dios".
San Carlos Borromeo
le pidió unos consejos para obtener que sus sacerdotes se
hicieran más santos y le respondió: "Que cada sacerdote se
preocupe por celebrar muy bien la Misa y por rezar
muy devotamente los salmos que tiene que rezar cada día,
el Oficio Divino".
Al franciscano Padre Montalto que iba a ser
nombrado Sumo Pontífice le dijo: "Si un día lo nombran
Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si no
es así, sería mucho mejor que se quedara como sencillo
fraile en un convento". Montalto llegó a ser Papa Sixto
V y siempre recordaba el consejo del humilde hermano Félix.
Desde
pequeñito se sintió favorecido por la Santísima Virgen y le
tuvo un cariño inmenso. Cuando pasaba por frente a las
imágenes de Nuestra Señora le repetía aquello que a San
Bernardo le agradaba tanto decirle: "Acuérdate que eres mi Madre".
Y le decía frecuentemente: "Yo soy siempre un pobre niño
y los niños no pueden andar sin la ayuda de
la madre. No me sueltes jamás de tus manos".
Pocos
minutos antes de morir se llenó de alegría y de
emoción y exclamó: "Veo a mi Madre, la Virgen María,
que viene rodeada de ángeles a llevarme".
Murió el 18 de
mayo de 1587 a los 72 años.
El Papa Sixto V
decía que en su tiempo ya se habían obtenido 18
milagros por intercesión de Félix de Cantalicio.
En 1712, el Papa
Inocencio XI lo declaró santo.
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