martes, 15 de mayo de 2012

Beda el Venerable, Santo

Presbítero y Doctor de la Iglesia, 25 de mayo
 
Beda el Venerable, Santo
Beda el Venerable, Santo

Presbítero y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida en el monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en meditar y exponer las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron siempre estudiar, o enseñar, o escribir (735).

Etimológicamente: Beda = Aquel que es un buen guerrero, es de origen germánico.

El nombre de Beda o Baeda en lengua sajona quiere decir oración. San Beda, “padre de la erudición inglesa” como lo definió el historiador Burke, murió a los 63 años en la abadía de Jarrow, en Inglaterra, después de haber dictado la última página de un libro suyo y de haber rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el 25 de mayo del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He vivido bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.

Beda nació en el año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y recibió su formación en dos monasterios benedictinos de Wearmouth y Jarrow, en donde fue ordenado a los 22 años.

Las dos más grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo en tres verbos: aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra de escritor tiene su origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre filosofía, cronología, aritmética, gramática, astronomía, música, siguiendo el ejemplo de san Isidro. Pero san Beda es ante todo un teólogo, de estilo sencillo, accesible a todos.

Se le presenta como uno de los padres de toda la cultura posterior, influyendo, por medio de la escuela de York y la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea. Entre los monumentos insignes de la historiografía queda su Historia eclesiástica gentis Anglorum, que le mereció ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana, en el 836, “venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”. Le gustaba definirse “historicus verax”, historiador veraz, consciente de haber prestado un servicio a la verdad.

Terminó su voluminosa obra histórica con esta oración: “Te pido, Jesús mío, que me concediste saborear con delicia las palabras de tu sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”. El Papa Gregorio II lo había llamado a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara en la laboriosa soledad del monasterio de Jarrow, del que se alejó sólo por pocos meses, para poner las bases de la escuela de York, de la que después salió el célebre Alcuino, maestro de la corte carolingia y fundador del primer estudio parisiense.

Después de haber dictado la última página de su Comentario a san Juan, le dijo al monje escribano: “ahora sosténme la cabeza y haz que pueda dirigir los ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento que me invade una gran dulzura”. Fueron sus últimas palabras. 
 
  Beda


San Beda O.S.B.
The Venerable Bede translates John 1902.jpg
"El Venerable Beda traduce a Juan", pintado por James Doyle Penrose alrededor de 1902
Proclamado Doctor de la Iglesia el 13 de noviembre de 1899 por el papa León XIII
Apodo "el Venerable"
Nacimiento ca. 672
Fallecimiento 27 de mayo, 735
Venerado en Iglesia Católica, Comunión Anglicana, Iglesia Ortodoxa, Luteranismo
Festividad 25 de mayo Novus Ordo
27 de mayo Vetus Ordo
San Beda O.S.B., también conocido como Beda el Venerable (ca. 67227 de mayo de 735), fue un monje benedictino en el monasterio de Saint Peter en Wearmouth (hoy en día parte de Sunderland), y de su monasterio adjunto, Saint Paul, actualmente Jarrow. Es conocido como escritor y erudito, siendo su obra más conocida la Historia ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo de los Anglos), que le valió el título de "Padre de la Historia Inglesa". Beda escribió sobre muchos otros temas, desde música hasta religión.

Vida

Casi todo lo que se conoce sobre su vida se encuentra en un anexo añadido por él en su Historia ecclesiastica (v.24). Completó la obra en 731 y dice que entonces se encontraba en su 59º año de vida, lo que da una fecha probable de nacimiento en 672-673. También dice que nació en "las tierras de este monasterio".
En su obra cuenta que fue enviado al monasterio de Wearmouth a los 7 años de edad y que se convirtió en diácono a los 19 y en sacerdote a los 30. No está clara su ascendencia noble. Fue instruido por los abades Benedict Biscop y Ceolfrid, y posiblemente acompañase a este último a Jarrow en 682. Cuando una plaga azotó Jarrow en 686 murieron todos los monjes y clérigos que había en el lugar, con la excepción de Beda y el abad, ellos fueron los encargados de los servicios religiosos de la comunidad durante varios años.1 Allí pasó su vida, siempre ocupado aprendiendo, enseñando o escribiendo, siempre celoso con sus obligaciones monásticas. Allí murió y fue enterrado, pero sus huesos fueron trasladados a la Catedral de Durham en el Siglo XI, en donde fueron depositados en una urna de oro y plata; sin embargo en 1541 la urna fue robada, y los restos de Beda se perdieron.1
Beda llegó a ser conocido como Beda el Venerable al poco de morir, pero esto no fue tomado en consideración por la Iglesia Católica para su canonización. Su erudición e importancia para el Catolicismo fueron reconocidas en 1899 cuando fue declarado Doctor de la Iglesia reconociéndolo como San Beda el Venerable.
Una cruz de gran tamaño fue erguida en su honor en Rocker Point, cerca de Jarrow en 1904.1

Obra

Beda en un manuscrito de la Baja Edad Media.
Su obra muestra que tuvo a su disposición todo el conocimiento de su época. Se estima que la biblioteca de Wearmouth-Jarrow contaba entre 300 y 500 libros, convirtiéndose en una de las más extensas de Inglaterra. Parece que Biscop hizo grandes esfuerzos para recopilar libros en sus numerosos viajes. Beda fue muy competente en literatura de los padres de la iglesia, Plinio el Joven, Virgilio, Lucrecio, Ovidio, Horacio y otros escritores clásicos. Conocía algo de griego pero no hebreo. Su latín es claro y sin artificio y fue un habilidoso narrador. Sin embargo, su estilo puede ser más oscuro en sus comentarios bíblicos.
Beda practicó el método interpretativo alegórico y fue en cierto sentido "crédulo" con respecto a los milagros; pero en la mayoría de las ocasiones mostró un buen juicio brillante, y sus tendencias bondadosas y tolerantes, su amor por la verdad y la justicia, su nada disimulada piedad, y su devoción al servicio de los demás le daban un carácter extremadamente atractivo.
Los escritos de Beda están clasificados como científicos, históricos y teológicos. Los científicos incluyen tratados de gramática (escritos para sus pupilos), un trabajo de fenómenos naturales (De rerum natura) y dos de cronologías (De temporibus y De temporum ratione). Beda hizo un nuevo cálculo de la edad de la tierra y comenzó la práctica de dividir la era Cristiana en "Antes de Cristo" y "Después de Cristo". Es interesante anotar que Beda escribió que la tierra era redonda "como una pelota", en oposición a ser "redonda como un escudo".

De Temporum Ratione

Es su libro más importante en cuanto al ámbito historiográfico. No es un libro propiamente de historia, sino de cronología y cosmología. En este libro se plantean los problemas de los calendarios, y el autor intenta establecer una cronología. Su propuesta es la cronología a partir del nacimiento de Cristo, después de analizar todos los calendarios.
Beda también se plantea otros problemas, como los derivados de las fechas litúrgicas cristianas. Su principal problema radica en la Semana Santa, que se debe celebrar en la primera luna de primavera, ya que la tradición sólo conoce la fecha a partir de la tradición de la Pascua Judía, como era entonces. También se plantea el problema de hacerlo en la luna llena o en el domingo siguiente. Esto, que a primera vista era un problema sin importancia, sin embargo, cobra esta importancia si pensamos que el resto de las fiestas litúrgicas derivan de la fecha en la que se celebre la Semana Santa.
En siglos posteriores, será la fuente de muchas herejías.

Historia Ecclesiastica

La más conocida de sus obras es la Historia ecclesiastica gentis Anglorum, que incluye en cinco tomos (cerca de 400 páginas) la historia de Inglaterra, eclesiástica y política, desde los tiempos de César hasta la fecha de su conclusión (731). Los primeros 21 capítulos, que se ocupan del período anterior a la misión de Agustín de Canterbury, constan de una recopilación de escritores como Orosio, Gildas, Próspero de Aquitania, las cartas del papa Gregorio I y otras, con la introducción de algunas leyendas y tradiciones.
Tras 596 usa fuentes documentales que le cuesta mucho obtener, así como testimonios orales que emplea con una considerable mirada crítica. Cita siempre las referencias y se preocupa por 'las fuentes de sus fuentes', las cuales crean una importante cadena histórica. Se le adjudica la invención de la nota de pie de página. Debido a innovaciones como ésta de la nota al pie se le acusó de herejía en la morada del obispo Wilfred, si bien la acusación real fue de errar en el cálculo de la edad del mundo, al ser su cronología contraria al cálculo de la época. La controversia está ligada a la nota al pie porque Beda citó a otra fuente en una nota en lugar de opinar él mismo. Esto hizo que muchos confundieran la importancia de citar las fuentes.
En la Obra realiza una narración histórica de Gran Bretaña durante el imperio romano, en ella relata de qué manera los acontecimientos políticos que sucedían en Europa afectaban al desarrollo en la isla, como por ejemplo la campaña de Atila el Huno, o las invasiones de godos, visigodos y ostrogodos.

Otros trabajos históricos y teológicos

Su reedición de la Vulgata tuvo una importancia capital y se mantuvo como la versión oficial de la Biblia para toda la cristiandad occidental hasta la Reforma protestante, siendo utilizada por la Iglesia Católica hasta 1966.
En lugar de copiar de otras fuentes, investigaba a partir de fuentes distintas para crear biblias de un solo volumen, práctica muy poco habitual en la época: con anterioridad la Biblia había circulado en forma de libros separados. Puede ser que esta labor de Beda haya ejercido una influencia mucho mayor que su Historia de los ingleses. Trabajó además en traducciones de partes de la Biblia al inglés antiguo, pero desafortunadamente no han llegado a nuestros días.
Sus restantes obras históricas incluyen las vidas de los abades de Wearmouth y Jarrow, así como la vida en verso y prosa de Cuthbert de Lindisfarne. Sus escritos más numerosos son los teológicos y consisten en comentarios de libros del Antiguo y Nuevo Testamento, homilías y tratados sobre partes concretas de las Escrituras.
Sus últimas obras, completadas en el lecho de muerte, fueron una traducción al inglés antiguo del Evangelio de Juan y quizás una poesía vernácula sobre el Juicio Final.

Poesía vernácula

Según su discípulo Cuthbert, Beda también fue doctus in nostris carminibus ("experto en nuestro cantar"). Se entiende además que la carta de Cuthbert a la muerte de Beda, la Epistola Cuthberti de obitu Bedae, indica que Beda compuso asimismo un poema vernáculo de cinco versos conocido entre los estudiosos modernos como La Canción de Muerte de Beda (texto y traducción Colgrave y Mynors 1969):
Canebat autem sententiam sancti Pauli apostoli dicentis “Horrendum est incidere in manus Dei uiuentis,” et multa alia de sancta scriptura, in quibus nos a somno animae exurgere praecogitando ultimam horam admonebat. In nostra quoque lingua, ut erat doctus in nostris carminibus, dicens de terribili exitu animarum e corpore

Fore ðæm nedfere nænig wiorðe
ðonc snottora ðon him ðearf siæ
to ymbhycgenne ær his hinionge
hwæt his gastæ godes oððe yfles
æfter deað dæge doemed wiorðe.
Y solía repetir aquella frase de San Pablo "Cosa temible es caer en las manos del Dios vivo", y muchos otros versículos de las Escrituras, aprestándonos con ellos a despertar del sueño del alma meditando sobre la última hora. Y en nuestro propio idioma –pues conocía la poesía inglesa– hablando del terrible abandono del alma del cuerpo:

Al afrontar este viaje ineludible, ningún hombre puede ser
más prudente que lo que de natura puede serlo,
Si es que considera, antes de partir de aquí,
Lo que a su espíritu para bien o para mal
Tras el día de su muerte le está preparado.
Sin embargo, como observa Opland 1980, no está del todo claro que Cuthbert le atribuya este texto a Beda: la mayoría de los manuscritos de la carta no utilizan un verbo finito para describir la presentación de la canción de Beda, y el tema era relativamente común en la literatura del antiguo inglés y del anglo-latín. El hecho de que la descripción de Cuthbert coloque la producción del poema en antiguo inglés en el contexto de una serie de pasajes citados de las Sagradas Escrituras, podría ser ciertamente tenido como prueba de que simplemente Beda también citaba textos vernáculos análogos (véase Opland 1980, 140-141). Por otra parte, la inclusión del texto en inglés antiguo del poema en la carta en latín de Cuthbert, la observación de que Beda "era experto en nuestro cantar" y el hecho de que Beda compusiera un poema en latín sobre el mismo tema, son datos que parecerían indicar que su relación con el poema vernáculo fue mayor que la de una simple cita. Al citar el poema directamente, Cuthbert parece estar implicando que su composición específica era importante de alguna manera, bien como un poema vernáculo adscrito a un estudioso que, por lo general parece haber desdeñado el entretenimiento seglar (véase McCready 1994, esp. 14-19), o como una cita directa de la última composición original de Beda (véase Opland 1980, 140-141, para un comentario de algunas de las implicaciones de este episodio).

Referencias

  1. a b c Bedae Opera Histórica, Harvard University press, 1962
  • Colgrave, Bertram and R.A.B. Mynors, eds. Bede's Ecclesiastical History of the English People (Oxford, 1969).
  • McCready, William D. Miracles and the Venerable Bede (Studies and Texts), 118 (Toronto: Pontifical Institute of Mediaeval Studies, 1994).
  • Opland, Jeff. Anglo-Saxon Oral Poetry: A Study of the Traditions (New Haven and London, 1980).

Bibliografía adicional

Enlaces externos



Benedicto XVI presenta a Beda el Venerable, santo "sabio y humilde"


Durante la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 18 de febrero de 2009 .- Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis que el Papa ha pronunciado este miércoles ante los miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para la audiencia general.



* * *
Queridos hermanos y hermanas:
El santo al que hoy nos acercamos se llama Beda y nació en el Nordeste de Inglaterra, exactamente en Northumbria, entre el año 672 y 673. Él mismo cuenta que sus parientes, a la edad de siete años, lo confiaron al abad del monasterio benedictino cercano para que fuese educado: "En este monasterio -recuerda- desde entonces he vivido siempre, dedicándome intensamente al estudio de la Sagrada Escritura y, mientras observaba la disciplina de la Regla y la tarea diaria de cantar en la Iglesia, me fue siempre dulce aprender, enseñar o escribir" (Historia ecclesiastica gentis Anglorum, V, 24). De hecho, Beda llegó a ser una de las más insignes figuras de erudito de la Alta Edad Media, pudiendo acceder a los muchos manuscritos preciosos que sus abades, volviendo de sus frecuentes viajes al continente y a Roma, le traían. La enseñanza y la fama de los escritos le procuraron muchas amistades con las principales personalidades de su tiempo, que le animaban a proseguir en su trabajo, del que tantos sacaban beneficio. Enfermo, no dejó de trabajar, conservando siempre una alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. Concluía su obra más importante, la Historia ecclesiastica gentis Anglorum con esta invocación: "Te ruego, oh buen Jesús, que benévolamente me has permitido extraer las dulces palabras de tu sabiduría, concédeme, benigno, llegar un día hasta ti, fuente de toda sabiduría, y estar siempre ante tu rostro". La muerte le alcanzó el 26 de mayo del 735: era el día de la Ascensión.
Las Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de Beda. A partir de un cuidadoso estudio crítico del texto (nos ha llegado la copia del monumental Codex Amiatinus de la Vulgata, sobre el que Beda trabajó), comenta la Biblia, leyéndola en clave cristológica, es decir, reúne dos cosas: por una parte escucha lo que dice el texto, quiere realmente escuchar, comprender el texto mismo; por otra parte, está convencido de que la clave para entender la Sagrada Escritura como única Palabra de Dios es Cristo, y con Cristo, a su luz, se entiende el Antiguo y el Nuevo Testamento como "una" Sagrada Escritura. Las circunstancias del Antiguo y del Nuevo Testamento van juntas, son camino hacia Cristo, aunque expresadas en signos e instituciones diversas (lo que él llama concordia sacramentorum). Por ejemplo, la tienda de la Alianza que Moisés levantó en el desierto y el primer y segundo templo de Jerusalén son imágenes de la Iglesia, nuevo templo edificado sobre Cristo y sobre los Apóstoles con piedras vivas, cimentadas por la caridad del Espíritu. Y como a la construcción del antiguo templo contribuyeron también los pueblos paganos, poniendo a disposición materiales preciosos y la experiencia técnica de sus maestros de obras, así a la edificación de la Iglesia contribuyen apóstoles y maestros procedentes no sólo de las antiguas estirpes hebrea, griega y latina, sino también de los nuevos pueblos, entre los cuales Beda se complace en nombrar a los celtas irlandeses y los anglosajones. San Beda ve crecer la universalidad de la Iglesia que no está restringida a una cultura determinada, sino que se compone de todas las culturas del mundo, que deben abrirse a Cristo y encontrar en Él su punto de llegada.
Otro tema querido por Beda es la historia de la Iglesia. Tras haberse interesado por la época descrita en los Hechos de los Apóstoles, recorre la historia de los padres y de los concilios, convencido de que la Obra del Espíritu Santo continúa en la historia. En las Chronica Maiora, Beda traza una cronología que se convertirá en la base del Calendario universal "ab incarnatione Domini" [desde la encarnación del Señor, nde.]. Por entonces se calculaba el tiempo desde la fundación de la ciudad de Roma. Beda, viendo que el verdadero punto de referencia, el centro de la historia es el nacimiento de Cristo, nos ha dado este calendario que interpreta la historia partiendo de la Encarnación del Señor. Registra los primeros seis concilios ecuménicos y sus desarrollos, presentando fielmente la doctrina cristológica, mariológica y soteriológica, y denunciando las herejías monofisita y monotelita, iconoclasta y neo-pelagiana. Finalmente escribió con rigor documental y pericia literaria la ya mencionada Historia eclesiástica de los pueblos ingleses, por la que se le ha reconocido como "el padre de la historiografía inglesa". Las características de la Iglesia que Beda quiso poner de manifiesto son: a) la catolicidad como fidelidad a la tradición y al mismo tiempo apertura a los cambios históricos, y como búsqueda de la unidad en la multiplicidad, en la diversidad de la historia y de las culturas, según las directivas que el Papa Gregorio Magno había dado al apóstol de Inglaterra, Agustín de Canterbury; b) la apostolicidad y la romanidad: en este sentido considera de primordial importancia convencer a todas las iglesias irlandesas celtas y de los pictos (una de las cuatro etnias que poblaban Escocia, de origen celta, n.d.t.) a celebrar unitariamente la Pascua según el calendario romano. El Computo que él elaboró científicamente para establecer la fecha exacta de la celebración pascual, y por tanto de todo el ciclo del año litúrgico, se ha convertido en el texto de referencia para toda la Iglesia católica.
Beda fue también un insigne maestro de teología litúrgica. En las homilías de los evangelios dominicales y festivos, desarrolló una verdadera mistagogía, educando a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a reproducirlos coherentemente en la vida, en la espera de su plena manifestación a la vuelta de Cristo, cuando, con nuestros cuerpos glorificados, seremos admitidos a la procesión oferente en la eterna liturgia de Dios en el cielo. Siguiendo el "realismo" de las catequesis de Cirilo, Ambrosio y Agustín, Beda enseña que los sacramentos de la iniciación cristiana hacen a cada fiel, "no sólo cristiano sino Cristo". Cada vez que un alma fiel acoge y custodia con amor la Palabra de Dios, imitando a María, concibe y engendra nuevamente a Cristo. Y cada vez que un grupo de neófitos recibe los sacramentos pascuales, la Iglesia se "auto-genera", o con una expresión aún más audaz, la Iglesia se convierte en "madre de Dios", participando en la generación de sus hijos, por obra del Espíritu Santo.
Gracias a esta forma suya de hacer teología, entremezclando Biblia,liturgia e historia, Beda tiene un mensaje actual para los distintos "estados de vida": a) a los estudiosos (doctores ac doctrices) recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de Dios para presentarlas de forma atrayente a los fieles; exponer las verdades dogmáticas evitando las complejidades heréticas y ciñéndose a la "sencillez católica", con la actitud de los pequeños y humildes a quienes Dios se complace en revelar los misterios del Reino; b) los pastores, por su parte, deben dar prioridad a la predicación, no sólo mediante el lenguaje verbal o hagiográfico, sino valorando también los iconos, procesiones y peregrinaciones. A éstos, Beda les recomienda el uso de la lengua vulgar, como él mismo hace, explicando en northumbro el "Padre Nuestro", el "Credo" y llevando adelante hasta el último día de su vida el comentario en lengua vulgar al Evangelio de Juan; c) a las personas consagradas que se dedican al Oficio divino, viviendo la alegría de la comunión fraterna y progresando en la vida espiritual mediante la ascesis y la contemplación, Beda recomienda cuidar el apostolado --nadie tiene el Evangelio sólo para sí mismo, sino que debe sentirlo como un don también para los demás-- ya sea colaborando con los obispos en las actividades pastorales de diverso tipo a favor de las jóvenes comunidades cristianas, ya sea estando disponibles a la misión evangelizadora entre los paganos, fuera del propio país, como "peregrini pro amore Dei".
Desde esta perspectiva, en el comentario al Cantar de los Cantares, Beda presenta a la Sinagoga y la Iglesia como colaboradoras en la difusión de la Palabra de Dios. Cristo Esposo quiere una Iglesia industriosa, "bronceada por las fatigas de la evangelización"- señalando claramente a la palabra del Cantar de los Cantares (1,5), donde la esposa dice: "Nigra sum sed formosa" ("Negra soy, pero graciosa")-, dedicada a labrar otros campos o viñas y establecer entre las nuevas poblaciones "no una tienda sino una morada estable", es decir, a insertar el Evangelio en el tejido social y en las instituciones culturales. Desde esta perspectiva el santo doctor exhorta a los fieles laicos a ser asiduos a la educación religiosa, imitando aquellas "insaciables multitudes evangélicas, que no dejaban a los apóstoles tiempo siquiera de tomar un bocado". Les enseña a rezar continuamente, "reproduciendo en la vida lo que celebran en la liturgia", ofreciendo todos sus actos como sacrificio espiritual en unión con Cristo. A los padres les explica que también en su pequeño ámbito doméstico pueden ejercer "el oficio sacerdotal de pastores y guías", formando cristianamente a los hijos, y afirma conocer a muchos fieles (hombres y mujeres, casados o célibes) "capaces de una conducta irreprensible que, oportunamente acompañados, podrían acercarse diariamente a la comunión eucarística" (Epist. ad Ecgberctum, ed. Plummer, p. 419)
La fama de santidad y sabiduría de que Beda gozó ya en vida le validó el título de "venerable". Lo llama así también el Papa Sergio I, cuando en el 701 escribió a su abad pidiendo que le hiciera venir temporalmente a Roma para consultarle cuestiones de interés universal. Tras la muerte sus escritos se difundieron extensamente en su patria y en el continente europeo. El gran misionero de Alemania, el obispo san Bonifacio (+ 754), pidió en muchas ocasiones al arzobispo de York y al abad de Wearmouth que hicieran transcribir algunas de sus obras y que se las mandaran de modo que también él y sus compañeros pudieran gozar de la luz espiritual que emanaban. Un siglo más tarde, Notkero Galbulo, abad de San Gallo (+ 912), atestiguando la extraordinaria influencia de Beda, lo comparó con un nuevo sol que Dios había hecho surgir no desde Oriente, sino desde Occidente, para iluminar al mundo. Además del énfasis retórico, es un hecho el que con sus obras, Beda contribuyó eficazmente a la construcción de una Europa cristiana, en la que los diversos pueblos y las culturas se amalgamaron entre sí, confiriéndole una fisonomía unitaria, inspirada en la fe cristiana. Oremos para que también hoy haya personalidades a la altura de Beda, para mantener unido a todo el continente; oremos para que todos nosotros estemos dispuestos a redescubrir nuestras raíces comunes, para ser constructores de una Europa profundamente humana y auténticamente cristiana.
[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Beda el Venerable, uno de los eruditos más insignes de la alta Edad Media, nació hacia el año seiscientos setenta en la región inglesa de Northumbria. A los siete años, sus parientes lo confiaron al Abad de un monasterio benedictino cercano, para su educación. Tras una vida de estudio, escritura y docencia, murió en mayo del año setecientos treinta y cinco. A su reflexión teológica, basada en la Sagrada Escritura comentada a la luz de Cristo y de la Iglesia, unió el interés por la historia, componiendo varias obras en este campo que le merecieron el reconocimiento de padre de la historiografía inglesa. Cultivó también la teología litúrgica y son bien conocidos sus comentarios a los evangelios dominicales y festivos, con los que invita a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a ser coherentes con ellos en la propia vida. Con este modo de hacer teología, entrelazando biblia, liturgia e historia, san Beda dejó un mensaje actual para los distintos miembros de la Iglesia y con su producción literaria contribuyó eficazmente a la construcción de una Europa cristiana.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular los miembros de la Comisión Promotora del monumento en Sevilla al Papa Juan Pablo II y a los componentes de la Fundación "Padre Leonardo Castillo", de esa misma ciudad, acompañados por el Señor Cardenal Carlos Amigo Vallejo; a los Seminaristas y fieles de la Diócesis de Cartagena, con su Obispo, Monseñor Juan Antonio Reig Plá, así como a los demás grupos venidos de España, Chile, México y otros países de Latinoamérica. Que la palabra y el ejemplo de san Beda el Venerable os ayuden en vuestra vida cristiana. Muchas gracias.


Ramillete espiritual: «Sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.» Lc 10, 42
San Beda el Venerable
SAN BEDA EL VENERABLE
Presbítero y doctor de la Iglesia
(673-735)
San Beda el Venerable, el mejor representante del monaquismo inglés, nació en 673. Recibió, ya en vida, grandes elogios: Luminar de la Iglesia, el Doctor de su siglo, el Venerable. León XIII lo declaró Doctor de la Iglesia.
Nos dejó datos precisos de su vida en su Historia de Inglaterra. "Nací en Wearmouth, junto al monasterio de San Pedro y San Pablo, en el que entré a los siete años bajo el abad Benito. Ordenado sacerdote a los 30 años.
Desde entonces he vivido siempre en el claustro, entre el estudio de las Escrituras, la observancia de la disciplina y la carga diaria de cantar en la iglesia. Toda mi delicia era aprender, enseñar y escribir".
Hermosa reseña de una vida: estudio, disciplina y cantar las divinas alabanzas. Recibir y dar: aprender, enseñar y escribir. Contemplata aliis tradere (lema dominicano): entregar a los demás lo recibido en la oración. Ora et labora, de su Padre San Benito: oración y trabajo, como dos ejes que completan y equilibran la vida. "Ni el rezo estorba al trabajo, ni el trabajo estorba al rezo". Es difícil comprender cómo pudo sobresalir tanto en ambas cosas: "Si consideras sus estudios y numerosos escritos, parece que nada dedicó a la oración. Si consideras su unión con Dios, su entrega a las alabanzas divinas, parece que no le quedaba tiempo para estudiar".
Nada humano le era ajeno, pensaba con el clásico. Poseía un saber enciclopédico, amaba la ciencia con delirio, pero la meta de su mente y su corazón siempre era Dios. Su gran sabiduría era conjuntar conocimiento y amor. Seguía con gozo la regla de San Agustín a los monjes: "Buscad lo eterno en lo temporal, y en lo visible, lo que está sobre nosotros".
San Beda expresaba estos anhelos en esta sabrosa plegaria: "Oh Jesús amante, que te has dignado abrevar mi alma en las ondas suaves de la ciencia, concédemela gracia de hacerme llegar un día hasta Ti, que eres la fuente de la sabiduría, y no permitas que me vea defraudado para siempre de disfrutar de tu divino rostro en la patria celestial!".
El monje ejemplar y virtuoso es pronto un consumado maestro y escritor universal. Escribe con maestría sobre todas las ciencias humanas y divinas. Destacan, aparte de su Historia, su Correspondencia, sus Homilías, sus tratados exegéticos, sobre la Virgen y los Santos Padres. Es además un inspirado poeta. "Miel virgen destilaban sus labios". Y todo sazonado de elevaciones espirituales, de anhelos de santidad y de apostolado.
El final de su vida nos lo narra su discípulo Cutberto. Se acercaba la Ascensión del Señor y la vida de Beda se acababa. Les manda recoger algunos objetos que tenía para repartirlos. Les pide que recen por él y todos lloraban cuando les dijo que ya no volverían a ver su rostro en este mundo. "Es inminente mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo".
- Padre, le dijo Wiberto: ¿Podéis hablar un poco más? Aún falta un capítulo. - Toma la pluma y escribe rápido... - Querido maestro, queda aún una frase. - Pues escribe en seguida. - Ya está acabado. - Sí, todo está ya acabado.
Entonces pidió que le colocaran la cabeza mirando a la capilla, para invocar al Señor, y tendido en el suelo de la celda, comenzó a recitar: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo... "Al nombrar al Espíritu Santo, exhaló el último suspiro, y sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas". Así murió el fiel siervo del Señor, como había vivido: orando y trabajando hasta el último aliento. Era el 25 de mayo del año del Señor de 735.

San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia
fecha: 25 de mayo
fecha en el calendario anterior: 27 de mayo
n.: c. 672 - †: 735 - país: Reino Unido (UK)
canonización: pre-congregación
San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho años, transcurrió toda su vida en el monasterio de Wearmouth, en el territorio de Northum-bría, en Inglaterra, dedicado a la meditación y a la exposición de las Escrituras. Entre la observancia de la disciplina monástica y el ejercicio cotidiano del canto en la iglesia, sus delicias fueron siempre estudiar, enseñar o escribir.
oración:
Señor Dios, que has iluminado a tu Iglesia con la sabiduría de san Beda el Venerable, concede a tus siervos la gracia de ser constantemente orientados por las enseñanzas de tu santo presbítero y ayudados por sus méritos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Casi todos los datos que poseemos sobre san Beda proceden de un corto escrito del propio santo y de una emocionante descripción de sus últimas horas, debida a la pluma de uno de sus discípulos, el monje Cutberto. En el último capítulo de su famosa obra, «Historia Eclesiástica del Pueblo Inglés», el Venerable Beda dice: «Yo, Beda, siervo de Cristo y sacerdote del monasterio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de Wearmouth y Jarrow, he escrito esta historia eclesiástica con la ayuda del Señor, basándome en los documentos antiguos, en la tradición de nuestros predecesores y en mis propios conocimientos. Nací en el territorio del susodicho monasterio. A los siete años de edad, mis parientes me confiaron al cuidado del muy reverendo abad Benito (esto es: San Benito Biscop) y después, al de Ceolfrido, para que me educasen. Desde entonces, viví siempre en el monasterio, consagrado al estudio de la Sagrada Escritura. Además de la observancia de la disciplina monástica y del canto diario en la iglesia, mis mayores delicias han sido aprender, enseñar y escribir. A los diecinueve años, recibí el diaconado y a los treinta, el sacerdocio; ambas órdenes me fueron conferidas por el muy reverendo obispo Juan (San Juan de Beverley), a petición del abad Ceolfrido. Desde entonces hasta el presente (tengo actualmente cincuenta y nueve años), me he dedicado, para mi propia utilidad y la de mis hermanos, a anotar la Sagrada Escritura, basándome en los comentarios de los Santos Padres y de acuerdo con sus interpretaciones.» En seguida, el Venerable Beda hace una enumeración de sus obras y concluye con estas palabras: «Te suplico, amante Jesús, que, así como me has concedido beber las deliciosas palabras de tu sabiduría, me concedas un día llegar a Ti, fuente de toda ciencia, y permanecer para siempre ante tu faz».

Algunos días del año 733 los pasó san Beda en York, con el arzobispo Egberto; esto permite suponer que, de cuando en cuando, iba a visitar a sus amigos a otros monasterios; pero, fuera de esos cortos períodos, su vida estaba consagrada a la oración, al estudio y a la composición de libros. Dos semanas antes de la Pascua del año 735, el santo se vio afligido por una enfermedad del aparato respiratorio y todos comprendieron que se acercaba su fin. Sin embargo, sus discípulos continuaron sus estudios junto al lecho del santo, aunque las lágrimas ahogaban frecuentemente la voz durante las lecturas. Por su parte, el Venerable Beda dio gracias a Dios. Durante los cuarenta días que median entre la Pascua y la Ascensión, San Beda se dedicó a traducir al inglés el Evangelio de San Juan y una colección de notas de san Isidoro, sin interrumpir por ello la enseñanza y el canto del oficio divino. A propósito de esas traducciones, dijo el santo: «Las hago porque no quiero que mis discípulos lean traducciones inexactas ni pierdan el tiempo en traducir el original después de mi muerte». El martes de Rogativas se agravó su enfermedad; sin embargo, san Beda dio sus lecciones como de costumbre, aunque decía, de vez en cuando: «Id de prisa, porque no sé cuánto tiempo podré resistir, ni si Dios va a llamarme pronto a Él».
Tras de pasar la noche en oración, san Beda empezó a dictar el último capítulo del Evangelio de San Juan. A las tres de la tarde, mandó llamar a los sacerdotes del monasterio, les repartió un poco de pimienta, incienso y unas piezas de tela que tenía en una caja y les rogó que orasen por él. Los monjes lloraron mucho cuando el santo les dijo que no volvería a verlos sobre la tierra, pero se regocijaron al pensar que su hermano iba a ver a Dios. Al anochecer, el joven que hacía las veces de amanuense le dijo: «Sólo os queda una frase por traducir». Cuando el amanuense le anunció que el trabajo estaba terminado, Beda exclamó: «Has dicho bien; todo está terminado. Sostenme la cabeza para que pueda yo sentarme y mirar hacia el sitio en que acostumbraba a orar y así, podré invocar a mi Padre». A los pocos momentos exhaló el último suspiro, postrado en el suelo de la celda, mientras cantaba: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».
Se han inventado leyendas fantásticas para explicar el título de «Venerable» que se ha dado a Beda. En realidad se trata de un título de respeto que se daba frecuentemente en aquella época a los miembros más distinguidos de las órdenes religiosas. El Concilio de Aquisgrán aplicó ese título a san Beda el año 836 y, evidentemente fue aceptado por las generaciones posteriores, que lo mantuvieron en uso a través de los siglos. Aunque Beda fue oficialmente reconocido como santo y doctor de la Iglesia en 1899, hasta hoy se le llama Venerable.
San Beda es el único inglés que ha merecido el título de Doctor de la Iglesia y el único inglés a quien Dante consideró suficientemente importante para mencionarle en el «Paraíso». La cosa no tiene nada de sorprendente, ya que, aunque Beda vivió recluido en su monasterio, llegó a ser conocido mucho más allá de las fronteras de Inglaterra. La Iglesia occidental ha incorporado algunas de sus homilías a las lecciones del Breviario. La «Historia Eclesiástica» de Beda es prácticamente una historia de la Inglaterra anterior al año 729, «el año de los cometas». San Beda fue una de las columnas de la cultura de la época carolingia, tanto por sus propios escritos, como por la influencia que ejerció en Europa, a través de la escuela de York, fundada por su discípulo, el arzobispo Egberto. Cierto que sabemos muy poco acerca de la vida de san Beda; pero el relato de su muerte, escrito por Cutberto, basta para recordarnos que «la muerte de los santos es preciosa a los ojos del Señor». San Bonifacio dijo que san Beda había sido «la luz con la que el Espíritu Santo iluminó a su Iglesia». Y las tinieblas no han logrado nunca extinguir esa luz.

Existen muchas obras sobre San Beda y su época, escritas principalmente por autores anglicanos. Desde el punto dé vista católico, se pueden poner ciertas objeciones a la obra del historiador William Bright, Chapters of Early English Church History (1878); pero pocos autores han escrito páginas tan elocuentes e inteligentes sobre el santo. Bede: His Life, Times and Writings, editado por A. Hamilton Thompson (1935), es una valiosa colección de ensayos de autores no católicos. La biografía de H. M. Guillet, de tipo popular es excelente, lo mismo que el estudio sobre Beda que hay en la obra de R. W. Chambers, Man's Unconquerable Mind (1939), pp. 23-52. En Acta Sanctorum apenas se encuentra algo más que una biografía atribuida a Turgot; en realidad se trata de un extracto de Simeón de Durham, en el que dicho autor relata la translación de los restos de san Beda a la catedral de Durham. La mejor edición de la Ecclesiastical History y de las otras obras históricas del santo, es la del C. Plummer (1896). Pero existen otras ediciones de tipo popular que han sido traducidas a varios idiomas. P. Herford modernizó, en 1935, la sabrosa traducción de Stapleton (1565), que había sido reeditada en 1930. Sobre el martirologio de Beda, cf. D. Quentin, Les martyrologes historiques (1908). Véase también T. D. Hardy, Descriptive Catalogue (Rolls Series), vol. I, pp. 450-455. El cardenal Gasquet escribe: «Recuérdese que en su lecho de muerte, Beda estaba traduciendo al inglés los evangelios...» Pero no se conserva ni un fragmento de esa obra destinada «a hacer llegar la Palabra de Dios a los pobres e iletrados».
En la LIturgia de las Horas se utilizan varias lecturas de san Beda como lectura patrística del Oficio, he aquí algunas: sobre el Magnificat, sobre el Martirio de Juan Bautista, en la fiesta de san Mateo
El cuadro es «san Beda dictando la traducción del evangelio de San Juan», de James Doyle Penrose, 1902.



Sermon de San Beda el Venerable EL MAGNÍFICAT

Sermon de San Beda el Venerable - EL MAGNÍFICAT
 
 
 
SAN BEDA EL VENERABLE, presbítero y doctor de la Iglesia
Beda nació el año 673, y a los siete años fue ofrecido al monasterio inglés de Wearmouth-Jarrow, donde recibió su formación.
Su vida puede resumirse en esta frase: «mis delicias fueron aprender, enseñar o escribir.»Se le considera, como explicó Benedicto XVI, “uno de los más insignes eruditos de la Alta Edad Media” y ” la enseñanza y la fama de sus escritos le hicieron acreedor de muchas amistades con las personalidades principales de su época, que lo alentaron a proseguir en su labor que beneficiaba a tantas personas”.
Murió en Jarrow el año 735. (Nuevo Misal del Vaticano II)
San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho años, pasó todo el tiempo de su vida en el monasterio de Wearmouth, en Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en meditar y exponer las Escrituras,
y entre la observancia de la disciplina regular y la solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron siempre estudiar, o enseñar,
o escribir (735). (Martirologio Romano)
[1]
 
Considerado como uno de los santos más estudiosos de las Sagradas Escrituras, pues sólo se dedicaba a escudriñar y a escribir. En 1899, el Papa León XII lo declaró Doctor de la Iglesia. [4]

 
 Un Poco de Historía
Obras y Ediciones

Nunca se ha publicado una edición de las obras completas de Beda basada en el cotejo cuidadoso de los manuscritos.
 
El texto impreso por Giles en 1884 y reproducido por Migne (XC-XCIV) muestra pocas o ninguna mejora con respecto a la edición básica de 1563 o la edición de Colonia de 1688. Por supuesto, a Beda se le recuerda principalmente como historiador.
 
Su gran obra, "Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum" (Historia eclesiástica del pueblo inglés), que relata el cristianismo en Inglaterra desde sus inicios hasta la época de Beda, es la base de todos nuestros conocimientos acerca de la historia británica –una obra maestra elogiada por los eruditos de todas las épocas. Plummer produjo una edición de esta obra, de la "Historia Abbatum" (Historia de los Abades) y la "Carta a Egberto", que con toda justicia puede llamarse la versión final (2 volúmenes, Oxford, 1896). En la introducción, Plummer ilustró admirablemente la extraordinaria diligencia de Beda para la recopilación de documentos y su uso crítico de ellos (págs. XLIII-XLVII). La "Historia de los Abades" (de los monasterios gemelos de Wearmouth y Jarrow).
 
la "Carta a Egberto", las vidas en verso y prosa de "San Cuthbert", y otras obras de menor tamaño, también tienen gran valor por la luz que arrojan sobre el estado del cristianismo en Northumbria en la época de Beda.            
 
La "Historia Eclesiástica" fue traducida al anglosajón a petición del Rey Alfredo. Desde entonces se ha reproducido con frecuencia, notablemente por T. Stapleton, quien la imprimió en 1565 en Amberes como arma controversial contra los teólogos de la Reforma en el reino de Elizabeth. El texto en latín apareció por primera vez en Alemania en 1475. Vale la pena hacer notar que en Inglaterra no se imprimió ninguna edición, ni siquiera la latina, antes de 1643. El texto más preciso de Smith vio la luz en 1742.
Los tratados cronológicos de Beda "De temporibus liber" y "De temporum ratione" (Sobre el cálculo del tiempo) también contienen resúmenes de la historia general del mundo desde la creación hasta el 725 y el 703, respectivamente. Estas porciones históricas fueron editadas satisfactoriamente por Mommsen en la "Monumenta Germaniae historica" (1898), y pueden encontrarse entre los especímenes más antiguos de este tipo de cronología general, por lo que han sido copiados e imitados en gran medida.
 
La obra topográfica "De locis santis" (Sobre los lugares santos) es una descripción de Jerusalén y los lugares santos basada en Adamnan y Arculfus. En 1898, la obra de Beda fue editada por Geyer en "Itinera Hierosolymitana" para el "Corpus Scriptorum" de Viena. El hecho de que Beda compiló un martirologio lo sabemos por él mismo, pero la obra que se le atribuye en extensos manuscritos ha sido tan complementada que es muy difícil saber exactamente que escribió.
En su propia opinión, y en la de sus contemporáneos, las obras exegéticas de Beda fueron las más importantes, pero la lista es demasiado larga para describirla en este documento. Entre dichas obras se encuentra un comentario sobre el Pentateuco completo, así como sobre algunas partes seleccionadas. También hay comentarios sobre los libros de Reyes, Esdras, Tobías, El Cantar de los Cantares, etcétera. En el nuevo testamento, interpretó a san Marcos, san Lucas, los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis; pero la autenticidad del comentario de san Mateo, impreso con su nombre, es más que dudosa. (Plaine en "Revue Anglo-Romaine", 1896, III, 61). Las homilías de Beda toman la forma de comentarios sobre el evangelio. La colección de 50 (divididas en dos libros) atribuidas a Beda por Giles (y Migne) son en su mayoría auténticas, pero se sospecha de la autenticidad de unas cuantas. (Morin en "Revue Bénédictine", IX, 1892, 316).
Beda menciona varios escritos didácticos en la lista que nos dejó de sus obras. La mayoría de ellos aún se conservan y no hay razón para dudar de su autenticidad. Sus tratados de gramática "De arte metricâ" y "De orthographiâ" han sido editados adecuadamente en tiempos modernos por Keil en su "Grammatici Latini" (Leipzig, 1863). Sin embargo, las obras más grandes "De natura rerum", “De temporibus", “De temporium ratione", alrededor que tratan sobre ciencia, como era entendida en ese entonces, y especialmente sobre cronología, nos han llegado solamente a través de tres textos poco satisfactorios de los editores más antiguos y Giles. Más allá de la vida métrica de san Cuthbert y algunos versos incorporados a la "Historia Eclesiástica", no poseemos mucha poesía que pueda ser atribuida con toda certeza a Beda, pero al igual que otros eruditos de su época, seguramente escribió una buena cantidad de versos. El mismo menciona su "libro de himnos" compuesto con diferentes métricas o ritmos. De manera que Alcuin dice de él: Plurima versifico cecinit quoque carmina plectro. Es posible que el más corto de sus dos calendarios médicos impresos entre sus obras sea genuino. El Penitencial atribuido a Beda, aunque aceptado como genuino por Haddan, Stubbs y Wasserschleben, probablemente no sea suyo (Plummer, I, 157).
El Venerable Beda es el testigo más antiguo de la tradición puramente gregoriana de Inglaterra. Sus obras "Musica theoretica" y "De arte Metricâ" (Migne, XC) son consideradas especialmente valiosas por los eruditos que hoy en día se avocan al estudio de la forma primitiva del canto. [2]


 
Sermon Magnificat
María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador. «El Señor –dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi Salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne.»
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.
ensalcemos juntos su nombre.


Se refiere al comienzo del himno, donde había dicho: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Porque sólo aquella alma a la que el Señor se digna hacer grandes favores puede proclamar la grandeza del Señor con dignas alabanzas y dirigir a quienes comparten los mismos votos y propósitos una exhortación como ésta:
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, Pues quien, una vez que haya conocido al Señor, tenga en menos el proclamar su grandeza y santificar su nombre en la medida de sus fuerzas será el menos importante en el reino de los cielos. Ya que el nombre del Señor se llama santo, porque con su singular poder trasciende a toda criatura y dista ampliamente de todas las cosas que ha hecho.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia. Bellamente llama a Israel siervo del Señor, ya que efectivamente el Señor lo ha acogido para salvarlo por ser obediente y humilde, de acuerdo con lo que dice Oseas: Israel es mi siervo, y yo lo amo.

Porque quien rechaza la humillación tampoco puede acoger la salvación, ni exclamar con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida, y el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. No se refiere a la descendencia carnal de Abrahán, sino a la espiritual, o sea, no habla de los nacidos solamente de su carne, sino de los que siguieron las huellas de su fe, lo mismo dentro que fuera de Israel. Pues Abrahán había creído antes de la circuncisión, y su fe le fue tenida en cuenta para la justificación.

De modo que el advenimiento del Salvador se le prometió a Abrahán y a su descendencia por siempre, o sea, a los hijos de la promesa, de los que se dice: Si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
Con razón, pues, fueron ambas madres quienes anunciaron con sus profecías los nacimientos del Señor y de Juan, para que, así como el pecado empezó por medio de las mujeres, también los bienes comiencen por ellas, y la vida que pereció por el engaño de una sola mujer sea devuelta al mundo por la proclamación de dos mujeres que compiten por anunciar la salvación. [3]
Homilías de San Beda el Venerable, presbítero (Libro 1, 4: CCL 122, 25-26. 30) [7]
 
 
 
San Beda: La maternidad de María y de la Iglesia

San Beda dice: "Todavía hoy, y así hasta la consumación de los siglos, está siendo concebido el Señor en Nazaret y está naciendo en Belén, siempre que cualquier oyente, después de haber recibido la flor de la palabra, se transforma en casa del Pan eterno.

Cada día, en las entrañas virginales, esto es, en el espíritu de los fieles, es concebido por la fe y alumbrado por el bautismo. Cada día la Iglesia, madre de Dios, siguiendo a su maestro sube de Galilea, que significa "la rueda giratoria" de la vida mundana, a la ciudad de Judá, es decir, a la ciudad del reconocimiento y de la alabanza. y presenta al rey eterno la ofrenda de su devoción. Además, la Iglesia, siendo a semejanza de la bienaventurada Virgen María, esposa a la vez que inmaculada, nos concibe virgen del Espíritu Santo y virgen nos da a luz, sin sufrir los dolores del parto".

En un sermón de Pascua, que se atribuye a Eusebio de las Galias o a Cesáreo de Arlés, se dice: "Alégrese la Iglesia de Cristo, que a semejanza de la bienaventurada María, enriquecida por la operación del Espíritu Santo, se hace madre de una prole divina...

Mirad cuántos hermanos nos ha dado desde su integridad en una sola noche, la Iglesia, madre y esposa fecunda... Comparemos, si os place, estas dos madres; su maternidad fortalecerá nuestra fe en ellas.

La sombra del Espíritu Santo colmó secretamente a María, y la infusión del Espíritu Santo en la fuente bendita obró lo mismo en la Iglesia. María engendró sin pecado a su Hijo y la Iglesia destruyó el pecado en aquellos que engendró. De María nació lo que era desde el principio; de la Iglesia renació lo que se perdió al principio. Aquélla engendró en favor de los pueblos; ésta, a los mismos pueblos. Aquélla, como sabemos, permaneciendo virgen, sólo engendró un Hijo; ésta incesantemente está dando a luz por obra de su Esposo virgen". [5]
 
 
 
LA VISITACION DE MARIA SANTISIMA A SANTA ISABEL
Lucas 1,39-45

Por aquellos días, María se levantó, y marchó de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.

REFLEXION
Nuestra Señora al conocer por la revelación del ángel la necesidad en que se hallaba su prima Santa Isabel, próxima ya al parto, se apresura a prestarle ayuda, movida por la caridad la Vírgen no repara en dificultades. Aunque no sabemos el lugar exacto donde se hallaba Isabel (hoy se supone que es Ayn Karim), en todo caso el trayecto desde Nazareth hasta la montaña de Judea suponía en la antiguedad un viaje de cuatro días.

Comenta San Beda que Isabel bendice a María con las mismas palabras usadas por el arcángel para que se vea que debe ser honrada por los ángeles y por los hombres y que con razón se ha de anteponer a todas las mujeres.
En el rezo del Avemaría repetimos estas salutaciones divinas con las cuales nos alegramos con María Santísima de su excelsa dignidad de Madre de Dios y bendecimos al Señor y le damos gracias por habernos dado a Jesucristo por medio de María.

Al llamar Isabel, movida por el Espíritu Santo, a María "Madre de mi Señor", manifiesta que la Vírgen es Madre de Dios.

San Juan Bautista, aunque fue concebido en pecado (el pecado original) como los demás hombres, sin embargo nació sin él porque fue santificado en las entrañas de su madre Santa Isabel ante la presencia de Jesucristo (entonces en el seno de María) y de la Santísima Vírgen. Al recibir este beneficio divino San Juan manifiesta su alegría saltando de gozo en el seno. Estos hechos fueron el cumplimiento de la profecía del arcángel San Gabriel.

Adelantándose al coro de todas las generaciones venideras, movida por el Espíritu Santo, proclama bienaventurada a la Madre del Señor y alaba su fe. No ha habido fe como la de María; en Ella tenemos el modelo más acabado de cuáles han de ser las disposiciones de la criatura ante su Creador: sumisión completa, acatamiento pleno. Con su fe, María es el instrumento escogido por el Señor para llevar a cabo la Redención como Mediadora universal de todas las gracias. [6]
 
 
 
 
SAN BEDA EL VENERABLE
Doctor de la Iglesia

(† 735)
 
La Edad Media guarda numerosas sorpresas a todo el que desea correr la aventura de adentrarse por sus intimidades. Siglo oscuro y ruidos de armas. Señores feudales con sus mesnadas guerreras. Castillos defensores con puentes levadizas y celadas astutas por las encrucijadas de los caminos. Invasión de los bárbaros, en una palabra, que ha preparado este precario estado de cosas y ha liquidado una cultura decadente y cansada. Brilla ahora mucho más el ejercicio de las armas que el conocer la cultura clásica. Y entre los nobles llega a ser un timbre de gloria el ser analfabeto: "El señor no firma porque es noble", terminan algunos documentos del tiempo.
 Pero la ciencia no ha desaparecido. Se ha refugiado en los monasterios. La Iglesia, por los monjes sobre todo, es la gran y única educadora de los pueblos. Clérigo y letrado. son ahora palabras sinónimas. Para penetrar, pues, bien la Edad Media es preciso conocer también la vida apretada y fecunda de los monasterios. Entrar en ellas con el ánimo purificado y sereno, dócil y abierto a toda sugerencia. Descalzarse, previamente, de toda predisposición a lo complicado y vertiginoso, a las velocidades supersónicas y a las carreras contra reloj. Para sorprender mejor a aquellos hombres, enjambres de Dios elaborando, en, sus celdas, la miel dulcísima de las ciencias del espíritu para el bien de las almas.
 Uno de estos hombres fue Beda el Venerable, nacido en Inglaterra el año 673. Figura cumbre que iluminó con su luz todo su siglo. No sólo Inglaterra, sino toda la cristiandad. No poseemos muchos datos sobre la vida de San Beda. Con todo, no siempre se tiene la feliz circunstancia de esta ocasión. Él mismo dejó una nota, escueta y sencilla, de su vida al final de su Historia eclesiástica de Inglaterra, libro de gran aliento, objetivo y exacto, que le da derecho a ostentar el título de "padre de la historia de Inglaterra".
 "Yo, Beda, siervo de Cristo y sacerdote del monasterio de San Pedro y San Pablo de Wearmouth, nací en el pueblo de dicho monasterio, y a los siete años mis padres me pusieron bajo la dirección del abad Benito, primero, y, después, de Ceolfrido. Desde entonces toda mi vida discurrió dentro del claustro y puse todo mi afán en la meditación de las Sagradas Escrituras. Y entre la observancia de la disciplina regular y el cotidiano oficio de cantar en el coro, siempre me fue dulce el aprender, o enseñar, o escribir. Fuí ordenado diácono a los diecinueve años y sacerdote a los treinta, de manos del obispo Juan. Desde mi sacerdocio hasta ahora, en que cuento cincuenta y nueve años, me he ocupado en redactar para mi uso y de mis hermanos algunas notas sobre la Sagrada Escritura, sacadas de los Santos Padres o según su espíritu e interpretación."
 Como se ve, nada es más simple que su vida. Observar la regla y cantar el oficio divino. Todas sus delicias las ponía en aprender, enseñar y escribir. Todo su afán, meditar las Sagradas Escrituras y comentarlas para utilidad propia y de todos sus hermanos. Es decir, la regla de oro benedictina: Ora et labora. Oración y trabajo. La oración apoyando al trabajo, el trabajo nutriendo y nutriéndose de la oración. Sin estorbarse, sino al contrario, apoyándose mutuamente. "Ni el rezo estorba al trabajo ni el trabajo estorba al rezo."
 Así resolvía San Beda, en perfecto maridaje, la conocida discusión sobre la prioridad de la oración o el trabajo en la vida cristiana. San Juan de la Cruz recordaría más tarde, con notable insistencia, el lugar preeminente, la importancia básica y fontal de la oración. Como valor en sí y con vistas al apostolado exterior. "Ojalá que los hombres devorados por la actividad, que piensan remover el mundo por medio de sus predicaciones y otras obras exteriores, reflexionaran un instante. Comprenderían sin dificultad cuánto más útiles a la Iglesia y agradables al Señor serían —sin hablar del buen ejemplo que darían a su alrededor— si consagraran la mitad de su tiempo a la oración. En estas condiciones, y con una sola obra, harían un bien mayor y con menor esfuerzo que el logrado por miles de otros actos a los que entregan su existencia. La oración les merecería esta gracia... Sin ella todo se reduce a puro ruido... Se hace poco más que nada, a menudo absolutamente nada, e incluso mal."
 Pero tampoco hay que descuidar el trabajo y caer en el angelismo. No se ha de olvidar que somos hombres y que, como tales, compuestos de cuerpo y alma, hemos de salvarnos. Ni despreciar las realidades terrenas, que nosotros hemos de transformar, y de las que hemos de servirnos para saltar hasta Dios. "¿Vale la pena desperdiciar tanto tiempo en las cosas de la vida de aquí abajo? Vale la pena, vale la pena. Hubo un tiempo en que yo mismo me preguntaba: ¿Para qué luchar por la vida de esta tierra? ¿Qué me importa este mundo? Soy un exilado del cielo y siento premura por volver a mi patria. Pero, con el tiempo, he comprendido, y he cambiado de pensar. Nadie puede entrar en el cielo si anteriormente no ha vencido en la tierra, y nadie puede vencer aquí si no lucha contra el mundo con ímpetu, con paciencia y sin descanso. El hombre no posee otro trampolín que la tierra si quiere lanzarse al cielo. Si deponemos las armas estamos perdidos, aquí abajo, en la tierra, y allá arriba, en el cielo."
 ¿Qué vida es, entonces, más perfecta, la activa o la contemplativa? Santo Tomás dice que la mixta, la que participa de las dos. He aquí un gran lema : "Ofrecer a los demás el fruto de nuestra contemplación".
 Tan bien sabía unir San Beda, con tanto equilibrio, estos dos polos de su vida, trabajo y oración, que es difícil comprender, nota un autor antiguo, cómo pudo sobresalir tanto en ambos. "Si consideras sus estudios y numerosos escritos parece que nada dedicó a la oración. Si consideras su unión con Dios parece que no le quedó tiempo para sus estudios."
 El secreto está seguramente en aquellos remansos de paz y trabajo que eran los monasterios, y en saber renunciar a distracciones que desvían del fin. "Antes de decidirse, el hombre puede escoger entre muchos caminos. Pero, cuando ha tomado uno, sólo adelantará a condición de seguir en él. Quien cambia continuamente de ruta vuelve sin cesar al punto de partida... En cada encrucijada es necesario sacrificar varios caminos para seguir uno solo. El hombre no alcanzará una perfección sino sacrificando muchas otras. Algunas personas no saben sacrificar y no llegan entonces a nada."
 Esta es la gran lección que nos da San Beda. Trazarse un rumbo bien claro y seguir tras el ideal, sin mirar a la derecha ni a la izquierda, con una constancia y energía indomable. Lección, esta, de necesidad apremiante, porque hoy es terrible el peligro de la dispersión. Basta girar un botón para oír, ver y sintonizar con lo que, hace un par de horas, le ha sucedido al alguacil de cualquier alcalde de Borneo. Hay que saber mil nombres de libros, deportistas, políticos, congresos y artistas de todo género. Todo parece dispuesto para ofuscar, seducir, entretener y desviar.
 El miedo del siglo XX es el acertado título de un reciente libro. "Miedo a que la técnica, la máquina, la civilización fría del fichero y la estadística, de los cerebros electrónicos y las leyes sin alma, se nos echen encima y nos asfixien, y no dejen va sitio en nuestro espíritu para el Unico Necesario. Miedo porque la gran marejada de la barbarie está ante nuestras puertas". "En Europa se la esperaba tradicionalmente viniendo de Oriente. La costumbre no se ha perdido. Pero el Oriente nunca ha irrumpido más que en una Europa descompuesta. La gran marejada de la barbarie está en nuestros corazones vacíos, en nuestras cabezas perdidas, en nuestras obras incoherentes y en nuestros actos, estúpidos por cortedad de vista. No nos quejemos mañana de los bárbaros si aceptamos hoy nuestra decadencia." Tiempos de bárbaros los de San Beda. Tiempos muy parecidos los nuestros. El y los suyos tonificaron y orientaron el mundo. He aquí, también, la tarea actual de los cristianos.
 Aquello de no morirse sin haber plantado un árbol, haber tenido un hijo y haber escrito un libro lo realizó San Beda muy cumplidamente. En cuanto a lo primero, plantar un árbol, en ningún sitio consta que no lo hiciera. En cambio, sí hablan las crónicas que trabajaba a veces en la huerta. Hijos, discípulos de su doctrina, los tuvo muy numerosos. Cuanto a escribir libros, es uno de los escritores más fecundos de materias espirituales y temas profanos.
 Todos sus enciclopédicos conocimientos los fue distribuyendo en múltiples escritos de gramática, retórica, métrica, poesía, música, aritmética, meteorología, física, cronología, filosofía, teología. San Beda sabía que nada había ajeno a la legítima curiosidad del cristiano. Toda la creación es un reflejo de la gloria de Dios. Su fina sensibilidad de alma interior descubría en todo la huella divina.
 Pero donde brilló, sobre todo, con fulgor nuevo e irreprimible la pluma de San Beda —y, en la pluma, su mente y su corazón— fue en sus homilías y en sus comentarios sobre la Sagrada Escritura. Escribió hasta sesenta libros o tratados sobre la Sagrada Escritura, según propia confesión. Todo el plan de sus estudios lo relacionaba con la interpretación de la Sagrada Escritura. A este fin dirigía sus vigilias, sus investigaciones. Para promover en su ánimo y en el de sus discípulos tan santo y laudable estudio. Tanto ha estimado sus homilías la Iglesia, que las ha introducido en la liturgia. Sobre todo en las fiestas de la Virgen, por quien Beda sentía tiernísima devoción.
 Purificaba más y más su conciencia para entender el sentido de los Libros Santos. "Porque en alma maliciosa no entrará la sabiduría ni morará en cuerpo esclavo el pecado", dice el Señor. El mismo Santo nos dice que, aun prescindiendo del bien que pudiera hacer a las almas, él ya lo había conseguido meditando las palabras del Señor, que tanto estimaba, siguiendo en esto el espíritu de San Agustín. "La palabra de Jesucristo no es menos estimable que su cuerpo, y, por tanto, las mismas precauciones que guardamos para no dejar caer al suelo el cuerpo del Señor cuando nos lo entregan debemos tomar para que no caiga de nuestro corazón la palabra de Cristo que se nos predica."
 Como era entonces corriente, más que obras nuevas, recogía todo lo bueno que los Santos Padres habían dicho, Con todo, su ciencia no era propiamente ciencia de archivo, ciencia de almacén, sino ciencia de fábrica. "Abeja laboriosa", sabía libar lo más exquisito, elaborarlo y transformarlo, para provecho propio y ajeno. "Miel virgen destilaban sus labios." Más que la ciencia poseía la sabiduría, dando a esta palabra su sentido exacto de saborear, degustar. Distinguir y escoger lo mejor. Resume admirablemente esta hambre infinita de saber la oración con que acabó uno de sus libros: "Te ruego, buen Jesús, ya que te has dignado concederme el beber dulcemente las palabras de tu ciencia, me concedas también la gracia de llegar un día hasta Ti, fuente de toda sabiduría, y estar siempre presente ante tu divino rostro".
 De esta manera no es extraño que la fama de San Beda saltase de la isla al continente y se esparciese por toda la cristiandad. Los seiscientos monjes del monasterio porfiaban por escucharle. Otros acudían de los alrededores, ávidos de saber. El papa Sergio I le llamaba a Roma. San Bonifacio, el apóstol de Alemania, escribe al monasterio de San Beda para que le envíen "alguna partícula o chispita de ese cirio de la Iglesia que encendió el Espíritu Santo, investigador sagacísimo de las Sagradas Escrituras".
 Se le llamó maestro nobilísimo, doctor eximio, cirio de Dios, sacerdote ejemplar, monje observante. Un concilio de Aquisgrán le reconoció Padre de la Iglesia. Ultimamente, en 1899, el papa León XIII dio el espaldarazo oficial y canónico a su magisterio, declarándole doctor de la Iglesia.
 Pero el nombre que más se divulgó y con el que sobre todo ha sido siempre conocido es el de Venerable. Un autor antiguo dice que, siendo tenido por un gran santo en la Iglesia, es el único entre los santos que no se llama santo, sino venerable. Y explica la razón con dos ingenuas leyendas: Estando ciego por su avanzada ancianidad y habiendo llegado, de manos de un discípulo, ante un montón de piedras, el discípulo empezó a persuadirle que había allí congregada una gran multitud, que esperaba, con gran silencio y devoción, su predicación. Entonces el Santo les dirigió un discurso elegantísimo, y, al acabar diciendo: "Por todos los siglos de los siglos", las piedras respondieron: "Amén, venerable presbítero". Después de muerto el Santo otro discípulo se disponía a preparar una inscripción para su sepulcro en un solo verso. Le faltaba una palabra y no encontraba ninguna a propósito, hasta que, cansado, se fue a dormir. Y he aquí que, a la mañana siguiente, encontró esculpido en el túmulo el verso completo, por manos angélicas: Hac sunt in fossa Bedae Venerabilis ossa. (En esta tumba yacen los restos del Venerable Beda.)
 La razón verdadera del nombre de Venerable parece ser porque se leían sus homilías en las iglesias, viviendo él. Y, al no poder llamarle santo, decían, "del Venerable Beda", por el gran aprecio que se le tenía. Luego se confirmó, al extenderse sus sublimes escritos por toda la cristiandad.
 Cargado de méritos, de años y de veneración, le llegó al Venerable la hora de morir. Un testigo ocular cuenta a su compañero, en una carta, la última enfermedad y la muerte del Santo. Pasó los últimos días dando gracias a Dios y cantando salmos. Incluso por la noche, el tiempo que le dejaba libre el sueño. A veces interrumpía el canto y se deshacía en lágrimas y lloraban todos con él.
 Durante estos días, sin dejar las lecciones que daba ni el canto de los salmos, emprendió dos obras nuevas: una traducción del Evangelio de San Juan al inglés y algunos pasajes de San Isidoro de Sevilla. Luego se agravó, pero él seguía trabajando.
 Todo el último día enseñaba y dictaba, Se apresuran por acabar el último capítulo. "Maestro, todavía falta un versículo." "Escríbelo pronto", respondió. Luego decía el discípulo: "Todo está acabado". "Sí —repuso el Santo— todo está acabado." Entonces, como gesto de delicadeza, repartió los pequeños recuerdos que le quedaban. Sobre todo a los sacerdotes para que dijesen misas por él. Pidió que le pusiesen en el suelo, vuelto hacia el lugar santo donde tantas veces había alabado a Dios. Y de este modo se puso a cantar por última vez: "Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo". Luego, tranquilamente, entregó su alma a Dios. Era el 25 de mayo de 735, víspera de la Ascensión. Contaba a la sazón sesenta y dos años.
 Experto conocedor de las Sagradas Escrituras, tuvo siempre presentes las palabras del Señor: "Caminad mientras tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas". "Mientras tenemos tiempo obremos el bien." "Viene la noche y ya nadie puede trabajar." Así murió San Beda. Rezando y trabajando. Aprovechando hasta el último día de su vida para no presentarse con las manos vacías. Una vez más la muerte había sido un reflejo fidelísimo de la vida.
 
 

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