jueves, 17 de mayo de 2012

Acerca de la pedagogía de Jesús

 
Introducción.

Gracias por invitarme a compartir algunas notas sobre la pedagogía de Jesús. Me obligó a reflexionar sobre el tema y leer detalladamente algunos textos del Evangelio, como también ordenar intuiciones que tenía en relación a su manera de enseñar.
Al hacerlo he cuestionado mi propia manera de enseñar, mis aciertos, mis apuros, mis énfasis, mis prejuicios.
Hablar de pedagogía es hablar del camino que usamos para acompañar a otros en su crecimiento y desarrollo, en su camino hacia la búsqueda y la práctica de la libertad.
Es algo tan cotidiano como la manera que usamos para formar a los hijos, o cuando nos piden exponer un tema. Cada uno tiene su estilo, con habilidades y dificultades muy propias para enseñar.
Todos tenemos experiencia de los aciertos y desaciertos de haber sido enseñados.
Formar a otro es una manera muy especial de querer, de transmitir vida, de ejercer la paternidad y la maternidad, de ayudar a nacer a un mundo distinto, novedoso.
Es un arte y una ciencia, es un ministerio que nos da la posibilidad de construir la Iglesia.
A mi parecer formar es un gran desafío, una tarea apasionante, compleja y exigente, pero muy fecunda que exige de nosotros el ejercicio de toda suerte de habilidades cognitivas, afectivas y conductuales como son la paciencia, la creatividad, el recurso a la experiencia, la flexibilidad y muchas otras.
Antes de partir quiero invitarlos a sacar la cuenta durante un momento sobre: ¿A quién reconozco como un formador para mi? ¿Qué de él o ella me ayudó? Compartan con su vecino.
    Notas sobre la pedagogía de Jesús
Algunos textos del Evangelio que nos pueden ayudar a descubrir el estilo pedagógico de Jesús para formar a sus discípulos son:

Mt 13,3-9 el sembrador
24-30 el trigo y la cizaña
31-32 el grano de mostaza
33 la levadura
Jn 13,1-17 el lavado de los pies
Lc 24,13-35 los discípulos de Emaús
Jn 4,1-26 encuentro con la Samaritana
Jn 1,35-42 los primeros discípulos

Jesucristo desde el inicio de la vida pública se presenta como un predicador, un pedagogo, un maestro de vida, un anunciador de mundo nuevo conducido por la compasión ante tanta ignorancia, dolor y desorientación de la humanidad.
Al término de su vida invita a los que quieran ser sus discípulos a continuar la tarea que él había iniciado: construir una nueva realidad.
Vayan y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine el mundo” (Mt 28,19-30).
El no viene a transmitir un cuerpo de doctrina sino una nueva manera de vivir, de relacionarse con Dios su Padre, con los demás, con las cosas, consigo mismo, es una nueva cultura dialógica. Es la sabiduría del Reino, son los sueños de Dios, los que nos hacen crecer en humanidad y nos ayudan a ser felices.

Su enseñanza no es abstracta sino es un estilo de vida que se caracteriza:
  • por un amor llevado al extremo que nos cuesta comprenderlo (lavado de los pies).
  • por hacerse compañero de todos los hombres, muy en especial de los excluidos y los que sufren (la samaritana).
  • por el perdón y la misericordia ya que nos dañamos unos a otros (trigo y cizaña).
  • por el regalo de una vida nueva, don gratuito, que nos hace florecer una y otra vez (la levadura).
Jesús viene a invitar a vivir con mayor libertad, a liberarnos de esclavitudes, cegueras y prisiones. El propone, no impone ni fuerza. Nos solicita ver el mundo y los acontecimientos con ojos nuevos y no a partir de nuestros miedos y prejuicios que nos encierran y nos dificultan desarrollar nuestra capacidad de establecer relaciones amorosas con Dios y con los hombres. Esto supone un cambio importante en cada uno de sus auditores, los de ayer y los de hoy, de convertir el corazón, de reconocernos ciegos y torpes, y esto nos cuesta mucho. En este aprendizaje de lo nuevo se producen fuertes resistencias en nuestro interior que dificultan el crecer. Somos hombres y mujeres divididos, queremos y no queremos simultáneamente (el trigo y la cizaña).
Para enseñar El renuncia explícitamente al poder y se hace pequeño, sencillo, vulnerable. Se presenta como un caminante anónimo y desinformado, como un hombre cansado y con sed o un jardinero. No está preocupado de destacarse, es un maestro de bajo perfil y de lenguaje sencillo. Parte de hechos y situaciones para su enseñanza, usa ejemplos, imágenes de la vida cotidiana, preguntas, historias.
Las preguntas de Jesús tienen un lugar destacado, ellas marcaron la vida de los discípulos, las recuerdan y las transmiten. Los hicieron reflexionar, se sintieron invitados y los movilizaban interior y exteriormente, desafiados a gustar una experiencia nueva. (¿Qué buscan?, ¿Qué vienen conversando por el camino? ¿Qué quieres que haga por ti?).
El sabe de lo que habla, lo ha gustado y por tanto comparte una experiencia vivida, por eso habla con pasión, con frescura: “Si conocieras el don de Dios”, “es una agua viva”. Esto despierta en los auditores la imaginación y el deseo de gustar lo que escuchan.
La enseñanza de Jesús despierta al hombre de sus modorras y hábitos. Su palabra no está solamente dirigida a la inteligencia, no le interesa transmitir un mero cuerpo de información. Toca la imaginación y los sentimientos: hace surgir el asombro, la amistad, la rabia, la pena, como también activa la voluntad y lleva a la acción inspirada por el Espíritu (Andrés fue a buscar a su hermano).
Las emociones son las que crean vínculos interpersonales y facilitan establecer relaciones empáticas, respetuosas. La acción nos marca y nos hace configurarnos y crecer en autoestima como también hace de nosotros hombres y mujeres para los demás.
Los resultados de la enseñanza son a largo plazo y por eso Jesús no se cansa de sembrar, de repetir los llamados, es un hombre de paciencia. Sabe que el desarrollo es gradual pero que el Reino va creciendo para albergar a otros (el grano de mostaza).
La pedagogía de Jesús es novedosa y distinta. Por eso necesitamos hacer un esfuerzo importante por descubrirla, aprenderla, confrontándola con nuestra propia manera de transmitir vida. Necesitamos pedir con insistencia la gracia de captar la enseñanza de Jesús, de aprender la manera que El enseña, de vivir de acuerdo al Evangelio y de suplicar por aquellos que nos han sido encomendados para recibir nuestra enseñanza.

Algunos condicionantes a nuestro modo de enseñar.

Una primera tarea, difícil y muy necesaria, es revisar nuestra experiencia de haber sido enseñados, formado por otros, en el colegio, en la familia, en la Iglesia.
Se trata de revisar nuestro trasfondo para aprender de los aciertos y dificultades vividas, de manera de crear un espacio para una nueva manera de hacer.
Normalmente la pedagogía que otros significativos emplearon era centrada en la autoridad, en la persona del profesor que elegía qué enseñar y cómo hacerlo. Era un intento de domesticarnos, de ser aconsejados. Era un acto de depositar contenidos y la tarea del educador era hablar y la del educando escuchar.
Los formandos recibíamos pasivamente, lo más atentos posible, ya que posteriormente tendríamos que repetir lo asimilado lo mejor posible. No había lugar para la palabra propia, la creatividad no era valorada, éramos sometidos a esquemas rígidos de pensamiento.
Se privilegiaba la memoria y la racionalidad, las dimensiones emocionales eran consideradas una interferencia, la acción una posibilidad lejana.
Los énfasis que actualmente se ponen en la enseñanza han sufrido un cambio radical:
  • De acumular conocimientos a aprender a aprender como proceso
  • De saber qué a saber cómo
  • De control a autonomía
  • De ilustración a acción.
Los contenidos de nuestra enseñanza tienen que tocar nuestra realidad interior para adquirir resonancia emocional y peso intelectual para nosotros. No podemos contentarnos con transmitir recetas y palabras repetidas de otros. Siempre seremos los primeros en iniciar nuestro propio proceso de conversión.
También necesitamos tener claro cuál es la pregunta que queremos responder con lo enseñado, qué hechos y circunstancias se iluminan y cuáles todavía quedan en la sombra. Con nuestra enseñanza se trata de problematizar la relación Dios-hombre-mundo y ayudar al educando a tener una postura reflexiva.
Tenemos que cuidar el encuentro pedagógico que es un espacio donde se entrecruzan temas y contenidos con las habilidades que tenemos de entrar en relación: calidez, empatía, libertad de manera que los participantes se sientan involucrados en el proceso de aprender y nosotros podamos llegar a ser educadores-educados.
Una última nota es sobre el cambio personal. Cuesta cambiar, entrar en revisión. Necesitamos preguntarnos qué resonancias emocionales nos produce, cómo lo favorecemos y cómo nos resistimos. El proceso de cambios supone confiar en nuestros recursos, capacidad de vivir situaciones nuevas, aceptar nuestra inseguridad y vulnerabilidad, disponernos al ensayo y al error, y aceptar la posibilidad de equivocarnos. No hay nada más peligroso que el perfeccionismo que nos dificulta adaptarnos a condiciones nuevas.
Que Jesús, el pedagogo, nos libere de nuestros miedos y autoritarismos, y que el Espíritu nos de lucidez y audacia para servir a tantos hombres y mujeres que necesitan y esperan nuestra enseñanza.

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