Introducción.
Gracias
por invitarme a compartir algunas notas sobre la pedagogía de Jesús. Me
obligó a reflexionar sobre el tema y leer detalladamente algunos textos
del Evangelio, como también ordenar intuiciones que tenía en relación a
su manera de enseñar.
Al hacerlo he cuestionado mi propia manera de enseñar, mis aciertos, mis apuros, mis énfasis, mis prejuicios.
Hablar
de pedagogía es hablar del camino que usamos para acompañar a otros en
su crecimiento y desarrollo, en su camino hacia la búsqueda y la
práctica de la libertad.
Es
algo tan cotidiano como la manera que usamos para formar a los hijos, o
cuando nos piden exponer un tema. Cada uno tiene su estilo, con
habilidades y dificultades muy propias para enseñar.
Todos tenemos experiencia de los aciertos y desaciertos de haber sido enseñados.
Formar
a otro es una manera muy especial de querer, de transmitir vida, de
ejercer la paternidad y la maternidad, de ayudar a nacer a un mundo
distinto, novedoso.
Es un arte y una ciencia, es un ministerio que nos da la posibilidad de construir la Iglesia.
A
mi parecer formar es un gran desafío, una tarea apasionante, compleja y
exigente, pero muy fecunda que exige de nosotros el ejercicio de toda
suerte de habilidades cognitivas, afectivas y conductuales como son la
paciencia, la creatividad, el recurso a la experiencia, la flexibilidad y
muchas otras.
Antes
de partir quiero invitarlos a sacar la cuenta durante un momento sobre:
¿A quién reconozco como un formador para mi? ¿Qué de él o ella me
ayudó? Compartan con su vecino.
Notas sobre la pedagogía de Jesús
Algunos textos del Evangelio que nos pueden ayudar a descubrir el estilo pedagógico de Jesús para formar a sus discípulos son:
Mt 13,3-9 el sembrador
24-30 el trigo y la cizaña
31-32 el grano de mostaza
33 la levadura
Jn 13,1-17 el lavado de los pies
Lc 24,13-35 los discípulos de Emaús
Jn 4,1-26 encuentro con la Samaritana
Jn 1,35-42 los primeros discípulos
Jesucristo
desde el inicio de la vida pública se presenta como un predicador, un
pedagogo, un maestro de vida, un anunciador de mundo nuevo conducido por
la compasión ante tanta ignorancia, dolor y desorientación de la
humanidad.
Al
término de su vida invita a los que quieran ser sus discípulos a
continuar la tarea que él había iniciado: construir una nueva realidad.
“Vayan
y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con
ustedes todos los días hasta que se termine el mundo” (Mt 28,19-30).
El
no viene a transmitir un cuerpo de doctrina sino una nueva manera de
vivir, de relacionarse con Dios su Padre, con los demás, con las cosas,
consigo mismo, es una nueva cultura dialógica. Es la sabiduría del
Reino, son los sueños de Dios, los que nos hacen crecer en humanidad y
nos ayudan a ser felices.
Su enseñanza no es abstracta sino es un estilo de vida que se caracteriza:
-
por un amor llevado al extremo que nos cuesta comprenderlo (lavado de los pies).
-
por hacerse compañero de todos los hombres, muy en especial de los excluidos y los que sufren (la samaritana).
-
por el perdón y la misericordia ya que nos dañamos unos a otros (trigo y cizaña).
-
por el regalo de una vida nueva, don gratuito, que nos hace florecer una y otra vez (la levadura).
Jesús
viene a invitar a vivir con mayor libertad, a liberarnos de
esclavitudes, cegueras y prisiones. El propone, no impone ni fuerza. Nos
solicita ver el mundo y los acontecimientos con ojos nuevos y no a
partir de nuestros miedos y prejuicios que nos encierran y nos
dificultan desarrollar nuestra capacidad de establecer relaciones
amorosas con Dios y con los hombres. Esto supone un cambio importante en
cada uno de sus auditores, los de ayer y los de hoy, de convertir el
corazón, de reconocernos ciegos y torpes, y esto nos cuesta mucho. En
este aprendizaje de lo nuevo se producen fuertes resistencias en nuestro
interior que dificultan el crecer. Somos hombres y mujeres divididos,
queremos y no queremos simultáneamente (el trigo y la cizaña).
Para
enseñar El renuncia explícitamente al poder y se hace pequeño,
sencillo, vulnerable. Se presenta como un caminante anónimo y
desinformado, como un hombre cansado y con sed o un jardinero. No está
preocupado de destacarse, es un maestro de bajo perfil y de lenguaje
sencillo. Parte de hechos y situaciones para su enseñanza, usa ejemplos,
imágenes de la vida cotidiana, preguntas, historias.
Las
preguntas de Jesús tienen un lugar destacado, ellas marcaron la vida de
los discípulos, las recuerdan y las transmiten. Los hicieron
reflexionar, se sintieron invitados y los movilizaban interior y
exteriormente, desafiados a gustar una experiencia nueva. (¿Qué buscan?,
¿Qué vienen conversando por el camino? ¿Qué quieres que haga por ti?).
El
sabe de lo que habla, lo ha gustado y por tanto comparte una
experiencia vivida, por eso habla con pasión, con frescura: “Si
conocieras el don de Dios”, “es una agua viva”. Esto despierta en los
auditores la imaginación y el deseo de gustar lo que escuchan.
La
enseñanza de Jesús despierta al hombre de sus modorras y hábitos. Su
palabra no está solamente dirigida a la inteligencia, no le interesa
transmitir un mero cuerpo de información. Toca la imaginación y los
sentimientos: hace surgir el asombro, la amistad, la rabia, la pena,
como también activa la voluntad y lleva a la acción inspirada por el
Espíritu (Andrés fue a buscar a su hermano).
Las
emociones son las que crean vínculos interpersonales y facilitan
establecer relaciones empáticas, respetuosas. La acción nos marca y nos
hace configurarnos y crecer en autoestima como también hace de nosotros
hombres y mujeres para los demás.
Los
resultados de la enseñanza son a largo plazo y por eso Jesús no se
cansa de sembrar, de repetir los llamados, es un hombre de paciencia.
Sabe que el desarrollo es gradual pero que el Reino va creciendo para
albergar a otros (el grano de mostaza).
La
pedagogía de Jesús es novedosa y distinta. Por eso necesitamos hacer un
esfuerzo importante por descubrirla, aprenderla, confrontándola con
nuestra propia manera de transmitir vida. Necesitamos pedir con
insistencia la gracia de captar la enseñanza de Jesús, de aprender la
manera que El enseña, de vivir de acuerdo al Evangelio y de suplicar por
aquellos que nos han sido encomendados para recibir nuestra enseñanza.
Algunos condicionantes a nuestro modo de enseñar.
Una
primera tarea, difícil y muy necesaria, es revisar nuestra experiencia
de haber sido enseñados, formado por otros, en el colegio, en la
familia, en la Iglesia.
Se
trata de revisar nuestro trasfondo para aprender de los aciertos y
dificultades vividas, de manera de crear un espacio para una nueva
manera de hacer.
Normalmente
la pedagogía que otros significativos emplearon era centrada en la
autoridad, en la persona del profesor que elegía qué enseñar y cómo
hacerlo. Era un intento de domesticarnos, de ser aconsejados. Era un
acto de depositar contenidos y la tarea del educador era hablar y la del
educando escuchar.
Los
formandos recibíamos pasivamente, lo más atentos posible, ya que
posteriormente tendríamos que repetir lo asimilado lo mejor posible. No
había lugar para la palabra propia, la creatividad no era valorada,
éramos sometidos a esquemas rígidos de pensamiento.
Se
privilegiaba la memoria y la racionalidad, las dimensiones emocionales
eran consideradas una interferencia, la acción una posibilidad lejana.
Los énfasis que actualmente se ponen en la enseñanza han sufrido un cambio radical:
-
De acumular conocimientos a aprender a aprender como proceso
-
De saber qué a saber cómo
-
De control a autonomía
-
De ilustración a acción.
Los
contenidos de nuestra enseñanza tienen que tocar nuestra realidad
interior para adquirir resonancia emocional y peso intelectual para
nosotros. No podemos contentarnos con transmitir recetas y palabras
repetidas de otros. Siempre seremos los primeros en iniciar nuestro
propio proceso de conversión.
También
necesitamos tener claro cuál es la pregunta que queremos responder con
lo enseñado, qué hechos y circunstancias se iluminan y cuáles todavía
quedan en la sombra. Con nuestra enseñanza se trata de problematizar la
relación Dios-hombre-mundo y ayudar al educando a tener una postura
reflexiva.
Tenemos
que cuidar el encuentro pedagógico que es un espacio donde se
entrecruzan temas y contenidos con las habilidades que tenemos de entrar
en relación: calidez, empatía, libertad de manera que los participantes
se sientan involucrados en el proceso de aprender y nosotros podamos
llegar a ser educadores-educados.
Una
última nota es sobre el cambio personal. Cuesta cambiar, entrar en
revisión. Necesitamos preguntarnos qué resonancias emocionales nos
produce, cómo lo favorecemos y cómo nos resistimos. El proceso de
cambios supone confiar en nuestros recursos, capacidad de vivir
situaciones nuevas, aceptar nuestra inseguridad y vulnerabilidad,
disponernos al ensayo y al error, y aceptar la posibilidad de
equivocarnos. No hay nada más peligroso que el perfeccionismo que nos
dificulta adaptarnos a condiciones nuevas.
Que
Jesús, el pedagogo, nos libere de nuestros miedos y autoritarismos, y
que el Espíritu nos de lucidez y audacia para servir a tantos hombres y
mujeres que necesitan y esperan nuestra enseñanza.
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