En una expedición de caza, una familia se detuvo para almorzar.
Los niños jugaban a la sombra de un árbol, distantes
de sus padres y del resto de los adultos del grupo. De repente, el padre
de uno de ellos, pegó un salto y gritó a su hijo: “Échate al piso” y
éste lo hizo inmediatamente.
Los otros en el grupo se impactaron al saber que una
serpiente venenosa se arrastraba por el árbol lista para atacar al niño.
Si lo hubiese mordido, habría muerto. Sólo el padre del infante vio la
serpiente.
Causó asombro la respuesta instantánea del chico ante
la orden del padre. Este último explicó el amor permanente que
disfrutaban y que cada vez era mayor, tomando como punto de partida la
verdad que había en cada uno.
El muchacho no vaciló ante la orden de su padre
confió en él y respondió en consecuencia a ello. El padre también
esperaba que ese fuera el proceder de su hijo.
El reposo que ambos disfrutaron más tarde ese mismo
día, fue evidencia del descanso perdurable que Dios tiene para cada uno
de sus hijos a medida que aprendemos a confiar en Él.
Dios quiere permanecer en nosotros, y anhela que
permanezcamos en Él. Esta permanencia se hace más fácil para unos que
para otros.
No siempre es posible saber lo qué Dios ha planeado
para nuestras vidas, pero podemos asegurar que cualquier cosa que sea,
Él está listo para sostenernos en esa situación y capacitarnos con lo
necesario para soportar, mientras ahí Él nos quiera.
La permanencia comienza con la confianza y concluye con absoluto descanso.
Juan 15, 4 “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
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