La Fraternidad de San Pablo es hoy, en definitiva, una experiencia que intenta insertar y vivir los ideales del monaquismo original en un contexto original de frontera, una comunidad católica de inspiración monástica cuyos miembros viven una presencia cristiana de “vecindad evangélica” en zonas urbanas o barrios en los que el encuentro entre nativos y extranjeros, entre personas excluidas y otras con mejor suerte, entre culturas de procedencia diversa, o entre religiones dispares -especialmente entre cristianos y musulmanes- es hoy una realidad abierta. Siguiendo la línea del movimiento de renovación monástica manifestada en las doce columnas del nuevo monaquismo expresadas en Durham en el año 2004, sus miembros apuestan por una opción de vida monástica hecha realidad y encarnada en los barrios pobres de las grandes ciudades, en comunión con sus obispos y formando parte de sus diócesis.
En
la Declaración escrita el 2 de noviembre de 2001 del cardenal arzobispo
de Marsella, Mon. Panafieu, fue reconocida como “comunidad católica que
trabaja en estrecha colaboración con él y bajo su responsabilidad”.
Su estilo de vida se concreta en lo que ellos denominan los siete pilares:
1. celibato;
2. oración común tres veces al día (“es esencial -dice Henry- porque es la que ritma nuestra jornada”);
3. vida en ciudad o en barrios y zonas urbanas periféricas; 4. trabajo a tiempo parcial (media jornada);
5. hospitalidad;
6. convivencia fraternal y atención a los vecinos, y
7. participación en la comunidad parroquial local.
Son
las siete de la tarde. Comenzamos la oración de vísperas en el espacio
del piso habilitado como oratorio. Hace poco menos de veinte minutos,
este lugar y la adjunta sala de estar-comedor estaban ocupados por
numerosos niños y niñas de la cité Saint Paul, que dos o tres tardes por
semana vienen para recibir clases de apoyo escolar por parte de Henry,
Karim, Gautier, Jean Paul y algunos voluntarios amigos de la
Fraternidad. “Este servicio no nos lo propusimos desde el comienzo -dice
Karim-, fueron los propios vecinos quienes nos lo pidieron… Fue fruto
de la proximidad y las relaciones normales entre vecinos”. Después de
las vísperas, empezamos a cenar. Llaman a la puerta… Un vecino de ocho o
nueve años del piso de arriba nos trae un cuenco con la especialidad
argelina que cenará él con su familia, y que su madre ha tenido el
detalle de prepararnos. La frugalidad de la cena monástica quedará, por
un día, en segundo plano. Después de la cena, hacia las diez, nos
retiraremos cada uno a su habitación. A la mañana siguiente, a las seis,
los cantos y la recitación de los salmos de laudes acompañarán
rítmicamente los ruidos de cualquier barrio que despierta. La hora larga
de lectio individual dará paso al desayuno rápido que precede a una
jornada laboral concentrada en la mañana. Henry y Karim irán al
instituto en el que imparten clase; Gautier, a la entidad estatal de
protección de la infancia donde ejerce de abogado, y Jean Paul, recién
llegado de Bélgica, seguirá buscando trabajo. Al mediodía regresarán a
casa para la oración y la comida. Por la tarde… los encontraréis a los
cuatro en la cité Saint Paul, en el discreto monasterio HLM de la
travesía de La Palud, número 40, edificio B1, apartamento 28.
Experiencias como la de la Fraternidad de San Pablo de Marsella ponen de manifiesto, en definitiva, la irrupción de nuevas formas monásticas como consecuencia de las profundas transformaciones de las sociedades occidentales actuales, entre las cuales destacan la preeminencia del mundo urbano, la secularización, la aparición masiva de nuevas comunidades étnicas, culturales y religiosas que plantean nuevos retos a los que también tiene que poder dar respuesta el nuevo monaquismo desde lo más esencial que representa la Iglesia. Uno se pregunta si en Cataluña, en Barcelona, no sería necesario también, hoy, una presencia monástica de rostro nuevo.
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