miércoles, 5 de septiembre de 2012

Momento de contemplación

Bienaventurados los que, como Pablo, buscan  con  sencillez  agradar  a  Dios  en  todo, la  Gloria  del  Señor  los  llenará  de  alegría.
 La bienaventuranza de Pablo, de hoy, nos pone frente a la misión que se nos ha confiado en la vida: la hermosa tarea de  hacer felices a los demás.
 Toda nuestra vida es buscar la voluntad de Dios y seguirla. Concretamente, en la búsqueda sencilla de la felicidad. Pero, no  cualquier felicidad, sino aquella que nos mostró Jesús que en la “Última Cena”, cuando nos dejó el secreto de su propia  felicidad, en uno de sus últimos gestos, expresando después, una de las más lindas bienaventuranzas.

lavatorio“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.  Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,  se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.  Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?».  Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».  «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte” … Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: « ¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?  Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.  Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.  Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican (Jn.13).
Practicar  estas cosas, primero nos lleva a ahondar en  porqué Jesús obraba así. Su estilo de vivir, sólo para los demás, tiene en Él como única fuente al Padre, que en el momento de su Bautismo, hablo diciendo:  «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección» (Mc.9, 11).
 La predilección del Padre, es su Hijo Amado. Su complacencia está en Él  y  también en todos los que buscamos obedecer con  fidelidad  a  SU  VOLUNTAD.
Pero, muchas veces, a la voluntad de Dios, la entendemos y vivimos mal.
 André Louf, monje cisterciense, dice en su libro: “El Espíritu ora en nosotros”:
  “Se ha cultivado una noción de la voluntad de Dios, convertida en una espada, amenazadora y arbitraria, colgada encima de la cabeza de los hombres, a la que no podrían escapar y que debería herirles en el momento menos previsible.
La noción bíblica de voluntad de Dios está muy lejos de este modo de hablar. Lo que  se tradujo en la Biblia, por voluntad y beneplácito, tiene por sentido: aspiración, deseo, amor, alegría… El amor –voluntad- de Dios reposa sobre el pueblo de su beneplácito…
La plenitud de este mismo amor reposa ahora en Jesús. El es el deseo y el amor de su Padre, su felicidad. En Él reposa el Padre.
Por lo tanto, el Padre da testimonio del hecho de que la plenitud de su voluntad –en el sentido de amor, deseo, alegría- reposa en su Hijo Amadísimo…”
Así, Jesús mismo es el lugar por excelencia donde Dios se revela, el hombre en quién, el deseo, el amor y la voluntad del Padre se hacen manifiestos. Jesús es la epifanía –manifestación- de la alegría de su Padre…
PARA CONTEMPLAR
Nos quedamos mirando nuestra vida cotidiana y desde ella, podemos preguntarnos:
 ¿Cómo puedo  agradar  a  Dios, en lo sencillo de mi vida, buscando en todo la Voluntad –Amor- del Padre?
 ¿En que gesto humilde hacia los demás, puedo gritar el secreto de la felicidad que Jesús nos ha confiado en la “Ultima Cena”, cuando lavo los pies a los discípulos?
 En silencio contemplativo pido vivir  en sencilla y constante búsqueda, lo que más me hace parecido/parecida a Jesús, en este momento de mi vida.  Para que, la Gloria del Señor me llene de la VERDADERA  ALEGRÍA.

 UNA ALEGRÍA DIFERENTE

Para que mi alegría esté en vosotros  Jn 15, 9-17
Las primeras generaciones cristianas cuidaban mucho la alegría. Les parecía imposible vivir de otra manera. Las cartas de Pablo de Tarso que circulaban por las comunidades repetían una y otra vez la invitación a «estar alegres en el Señor».
 El evangelio de Juan pone en boca de Jesús estas palabras inolvidables: «Os he hablado… para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena».
¿Qué ha podido ocurrir para que la vida de los cristianos aparezca hoy ante muchos como algo triste, aburrido y penoso? ¿En qué hemos convertido la adhesión a Cristo resucitado?
¿Qué ha sido de esa alegría que Jesús contagiaba a sus seguidores? ¿Dónde está?
La alegría no es algo secundario en la vida de un cristiano. Es un rasgo característico. Una manera de estar en la vida: la única manera de seguir y de vivir a Jesús. Aunque nos parezca «normal», es realmente extraño «practicar» la religión cristiana, sin experimentar que Cristo es fuente de alegría vital.
Esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirla con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la  misma fragilidad que cualquier otro ser humano.
El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: «es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros».
La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida, sostenida por la fe en Jesús.
Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas contagiando alegría realista y esperanza.

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