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Matrimonios católicos a distancia |
Ocurre con relativa frecuencia que los esposos viven separados por
temporadas de tiempo más o menos largas. Normalmente es por
motivos de trabajo. Otras veces por situaciones familiares o de
otro tipo.
¿Cómo afrontar el tiempo de la separación, sobre todo
si se trata de tiempos largos, de meses o incluso
de más de un año?
Para los cristianos, la vida matrimonial
se cimienta en Dios. Al casarse, los esposos se han
comprometido a amarse, a ayudarse, a sobrellevar las dificultades de
la vida. Sus promesas matrimoniales nacen desde los compromisos bautismales
y pueden ser vividas desde la ayuda constante de Dios.
Por
eso, durante el tiempo de la separación lo más importante
es vivir muy cerca de Dios. El esposo y la
esposa (si hay hijos, con los hijos) irán a misa
los domingos, participarán de la Eucaristía, y esa es la
mejor ayuda para ser fieles a su amor. Buscarán también
un tiempo para la confesión, cuando haga falta, porque es
necesario estar limpios de pecado para mantener fuerte el lazo
matrimonial. Encontrarán momentos para orar, para unirse a Dios y
entre sí con el rezo de un padrenuestro y un
Avemaría, o con la lectura del Evangelio. Cerca de Dios
las distancias se hacen pequeñas. Cerca de Dios el amor
crece en frescura y en entrega.
Lo anterior, que vale también
para los esposos cuando tienen la dicha de estar juntos,
es algo esencial durante los tiempos en que dura la
separación física. Sin Dios el fracaso es casi seguro. Con
Dios se pueden superar hasta los problemas más duros. Con
Dios... y con la Virgen, que es Madre tierna y
compañera de camino para todos los matrimonios cristianos.
El segundo consejo
consiste en mantener abiertos y frescos los cauces de la
comunicación. Si el esposo ha dejado a la esposa en
casa con los hijos, debe sentir una necesidad profunda de
saber cómo están, cómo va todo por casa, cómo siguen
los familiares, qué ocurre en la escuela. Ella, a su
vez, agradecerá infinitamente cada llamada, o tomará la iniciativa y
llamará primero, para así saber cómo está él, qué tipo
de trabajo lleva a cabo, dónde duerme, qué come.
En el
mundo de la comunicación sería triste que los esposos tuvieran
tiempo para la televisión o para contactar a otros familiares
y amigos, y no dedicasen un momento abundante, de ser
posible diario o varias veces por semana, para hablar entre
sí, para avivar el amor, para contarse cosas “triviales” que
valen mucho entre enamorados, para repetir, una y otra vez,
lo mucho que se aman.
Puede ocurrir que él o que
ella tenga pocos deseos de hablar, o que esté muy
cansado, o que no sepa qué decir. En esos casos,
hace falta avivar el ingenio y darse cuenta de que
no importa la propia dificultad, sino el deseo de él
o de ella de conocer noticias. Si hay amor, un
poco de chispa y un mucho de voluntad de la
buena permitirá no sólo marcar el número de teléfono del
ausente o enviar un correo electrónico, sino hacerlo con tal
cariño y delicadeza que la otra parte sentirá una caricia
sincera a través de un mensaje enamorado.
El tercer consejo se
refiere a una enseñanza de Cristo: “Velad y orad, para
que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto,
pero la carne es débil” (Mc 14,38). Los esposos que
están separados largo tiempo pueden sentir con más intensidad el
susurro de tentaciones que les invitan a alguna amistad demasiado
atrevida, o incluso a una infidelidad sumamente destructora.
Por eso hay
que mantener una actitud de sano realismo. Es cierto de
que no hay que ver tentaciones ni posibles acosadores en
cada esquina. Pero también es cierto que somos débiles, que
la ausencia puede hacerse muy larga, que un “pretendiente” sabe
que las presas más vulnerables son los esposos o las
esposas que viven mucho tiempo separados.
El consejo de Cristo vale
siempre: velar, para que nada ni nadie pueda romper o
dividir un amor que ha sido prometido delante de Dios,
que quizá ya ha sido bendecido por unos hijos. Velar,
para no dejar abrir rendijas a ocasiones de peligros o
a visitas que conviene aplazar para cuando los esposos estén
juntos. Velar, para que el amor hacia él o hacia
ella se mantenga fresco, incluso se acreciente, en la oración
continua por ser fieles a las promesas matrimoniales.
Pueden darse casos,
y por desgracia son frecuentes, de una caída. Tal vez
un mal momento, o una tentación más fuerte, o esa
malicia interna que llega a dominar el propio corazón, desembocaron
en unas caricias deshonestas, o en un adulterio completo y
triste. En esos casos, hay que mirar a Dios, y
con valentía reconocer la propia culpa, pedir perdón en el
Sacramento de la penitencia. Luego, y tras suplicar mucha luz
al Espíritu Santo, hay que buscar la manera para reparar
el daño que sufre la esposa o el esposo (aunque
no sepa nada) que ha sido traicionado. Renovar los detalles
de cariño, aunque parezca difícil, puede ser el inicio de
una curación profunda, a pesar de las cicatrices que toda
infidelidad deja dentro de uno mismo.
Un cuarto consejo, más importante
de lo que parece, se refiere a la limpieza mental
y al filtro en los oídos. Limpieza mental, para no
andar sospechando, o suponiendo, o fomentando celos durante el tiempo
de la ausencia. Y filtro en los oídos, para no
aceptar la menor alusión de alguien, aunque sea un familiar
o un amigo íntimo, que aluda mínimamente a cosas que
“quizá” el esposo o la esposa están haciendo.
Los chismes, cuanto
más lejos, mejor. Hay que apartar de nosotros cualquier lengua
venenosa que quiera meter su cuchara entre los esposos, precisamente
en ese tiempo más o menos largo en que están
separados. Especialmente si el “informante” ya ha mostrado más de
una vez sus pocas simpatías hacia el ausente, o sus
excesivas simpatías hacia quien recibe la confidencia.
Toda vida humana tiene
sus momentos de dificultad, de prueba, de lucha. El periodo
de una separación larga puede ser duro para dos esposos
que se aman sinceramente, sean jóvenes, sean ya maduros. Pero
encontrarse ante una situación así, sobre todo si él o
ella han salido de casa para ganar el sustento de
los hijos, o para ayudar a algún familiar que vive
lejos, debe ser no sólo un reto, sino una oportunidad
maravillosa que lleve a vivir con mayor fuerza, con mayor
ilusión, con mayor alegría, ese amor que llevó a los
esposos a unirse para siempre.
El mismo Dios que bendijo la
boda estará al lado de los esposos católicos en esos
meses de distancia. Cuando llegue el día anhelado del reencuentro,
ese Dios sonreirá ante un abrazo profundo y sincero que
reflejará lo mucho que los dos se amaron a pesar
de la distancia y del tiempo.
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