viernes, 17 de agosto de 2012

orar contemplar contemplativo místico; Dios mío


“Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése”. (Lc 12,4-5). Como sabemos aquel que tiene poder para enviarnos al infierno es el maligno.


misticismo. (De místico2 e -ismo).1. m. Estado de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales. 2. m. Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones. 3. m. Doctrina religiosa y filosófica que enseña la comunicación inmediata y directa entre el hombre y la divinidad, en la visión intuitiva o en el éxtasis


Los contemplativos: glaciares de vida

En la Iglesia hay una vocación particularmente atenta a esta mirada sobre Dios y a este dejarse mirar por Él, que la Iglesia nos señala en esta festividad de la Santa Trinidad. Los monjes y las monjas contemplativos son, en sus respectivos claustros, quienes nos recuerdan radicalmente al resto de los cristianos la Belleza de Dios y nuestra vocación última de abismarnos en Él para poder testimoniarle de mil modos.

Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
Andaba yo con un grupo de niños. Ellos pensaban que los ríos se llenaban de agua con algún grifo escondido, qué sé yo en qué lugar. Aquellos niños no imaginaban la realidad, o quizás nunca la habían visto, porque tal vez nadie se la había mostrado. Y tuvimos que explicarles cómo el grifo tiene forma de glaciar, en las cumbres nevadas más altas, o en los arroyos discretos que se esconden en las entrañas de nuestras montañas. Fue preciosa aquella catequesis sobre la naturaleza en la que Dios mismo se nos narra. Vio Dios lo que había hecho, y lo encontró bueno, lo encontró bello. Es la canción inocente de la creación que da testimonio así de la firma de autor de su Creador. Esta anécdota la retomamos enseguida.

Me viene este recuerdo precisamente ante el domingo en el que celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que como decía con humor San Juan de Ávila, es el “santo” que más devoción da. La vida íntima de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos permite que podamos contemplarnos como en un espejo, es decir, quiénes somos en verdad los cristianos, la Iglesia. La Trinidad no es un teorema complicado de aritmética teológica, sino el rostro reluciente y el hogar habitable que anhela nuestro corazón, el corazón del único ser creado a imagen y semejanza de su Creador.
Precisamente, porque nuestras vidas no siempre reflejan nuestro origen y nuestro destino en Dios, es decir, porque en tantas ocasiones la historia humana se ha asemejado a cualquier cosa menos a Dios, porque demasiadas veces nuestras ocupaciones y preocupaciones desdibujan o incluso malogran la imagen que nuestro Creador dejó en nosotros plasmada, justo por eso necesitamos volver a mirar y a mirarnos en Dios.

La fiesta de este domingo y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten reconocer el rasgo de la imagen de Dios a la cual debemos asemejarnos: Dios no es solitariedad. El es comunión de Personas, Compañía amable y amante. Por eso no es bueno que el hombre esté solo: no porque un hombre solo se puede aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a imagen de su Creador. Se rompería su razón de ser, su secreto más amado.

Vuelvo a retomar la anécdota del principio. En la Iglesia hay una vocación particularmente atenta a esta mirada sobre Dios y a este dejarse mirar por Él, que la Iglesia nos señala en esta festividad de la Santa Trinidad. Los monjes y las monjas contemplativos son, en sus respectivos claustros, quienes nos recuerdan radicalmente al resto de los cristianos la Belleza de Dios y nuestra vocación última de abismarnos en Él para poder testimoniarle de mil modos. Ellos representan las huellas vivientes de la Santa Trinidad al tiempo que nos recuerdan a todos que también nosotros estamos llamados a serlo desde nuestra vocación específica.

La palabra creadora de Dios que los contemplativos escuchan en su silencio monástico, es la misma palabra que quienes son llamados a una vocación apostólica anunciarán en los caminos; la presencia amiga y misericordiosa de la Trinidad que ellos adoran y celebran en su soledad claustral, es la misma presencia que otros deberán anunciar como buena noticia en las encrucijadas del mundo. Unos y otros formamos parte de la misma Iglesia de comunión, pero unos y otros nos ayudamos siendo lo que debemos ser en nuestro surco concreto.

Los contemplativos son en la Iglesia como los glaciares, o como los pequeños ríos que se deslizan dentro de las montañas. Silenciosos, no dejan de regalarnos su agua con discreción, haciendo fecundos nuestros valles. Rezan por nosotros y alaban al Buen Dios, ofreciendo sus vidas por la gloria del Señor y la bendición de la Iglesia y la humanidad. Es un regalo poder contar con las hermanas que llenan nuestros monasterios en la Diócesis. Damos gracias por ellas y con ellas, a la Santa Trinidad. Recibid mi afecto y mi bendición.

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El escándalo es un pecado terrible, al que pocos le dan su debida importancia y día a día, vivimos empapados de escándalos, que nos suministran en dosis generosas todos los medios de comunicación, presentándonos como natural y corriente las deleznables y reprobadas conductas de famosos, famosillos, políticos y señoras dedicadas al protagonismo que otorga la política, incluidas tanto las de unos partidos de izquierda, como las de derecha. El Señor fue duro en sus palabras, para aquellos que fomentaran el escándalo y dijo: ¡Ay del mundo por los escándalos! Porque no puede menos de haber escándalos; pero ¡ay de aquel por quien viniere el escándalo! Si, pues, tu mano o tú pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, y ser arrojado a la gehena del fuego”. (Mt 18,6-9).

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Dios mío, quiero verte
Tengo urgencia. Una tremenda necesidad de verte.
Dicen cosas. Dicen que eres un absurdo o que no eres en absoluto.
Que vas de aquí para allá, sin norte, pregonando la ciencia-ficción
de la teología y de la otra mejilla. Desquiciado
de amor en plan ente masoquista. Dicen. Crucificado.
No puede ser un Dios tan impertinente.
Raro hasta la médula de la historia o del chiste laicista.
Dicen que no eres nada. Nadie. Apenas un deseo
abstracto, una chifladura inexistente.
Dicen que no dicen nada. Porque el caso
es que yo tengo verdadera urgencia de verte.
Que digan. Dime. Dame un reojo de tu mirada.
Ven. Voy. Vienes. Lo sabes. Corren rumores,
pero es cierto: sin ti no valgo una mierda metafísica.
Me confieso millones de veces al día. Y te desprecio
a la vuelta de la esquina. En cualquier fantasía. Y me resucitas
con tu cuerpo, sin dar crédito a los humores de mi vida.
Como nuevo. Tu sangre es un buen detergente. Una vitamina
tan colosal que no me reconocen ni los mismos demonios.
Pero dura poco la eternidad. En mí no dura
ni un ápice de algo. Nada. Soy una intermitencia
que pierde la gracia de tu rostro a cambio de sombras.
Soy el cuerpo del delito y soy el principal sospechoso de tu agonía.
Sin rodeos. Aquí me tienes. Postrado en el silencio de mis palabras.
Peco. Pequé contra el cielo y contra ti, y derrocho el amor entre los cerdos.
Espera. Quiero verte. No me dejes. Deja que el poema se arrodille
justo aquí, en este verso que te adora y canta con tan poca destreza su fe.
Y absuelve, oh Dios, mis sueños de la tristeza.

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La contemplación

Pues bien se equivocan de cabo a rabo, todos tenemos en nuestra lucha asceacute;tica personal la obligación de avanzar, porque en la vida espiritual, no avanzar es retroceder y podemos y debemos de luchar por alcanzar la contemplación.
El Señor nos dejó dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Ateniéndonos a este mandato del Señor, que es mandato de fuerte expresión imperativa y no es una recomendación, hemos de tener presente que para el Señor, no es más perfecto el que se comporta de un modo irreprochable, el que cumple cuidadosamente de cumplimentar sus ordenadas practicas de piedad, sino aquel que más ama. Y esto por la sencilla razón de que Dios es amor y nada más que amor, Él quiere nuestro amor, lo busca desesperadamente y cuando un alma se lo ofrece, ella pasa a ser su predilecta, su elegida. Santa Teresa de Lisieux escribía: “Solo el amor es fuente de crecimiento; solo él es fecundo; sólo el amor purifica profundamente el pecado. El fuego del amor purifica más que el fuego del purgatorio”. “¡Que importan las obras!  -exclamaba la santa carmelita de Lisieux- El amor puede suplir una larga vida. Jesús no mira el tiempo, porque es eterno. Solo mira el amor”. Y la lucha, el anhelo de conseguir la contemplación, que es el vértice la cúspide de la pirámide oracional, es la más pura expresión de amor que podemos ofrecerle al Señor.
La oración contemplativa, es la más pura expresión del amor del alma humana al Señor, es el medio de alcanzar la contemplación. Nosotros estamos obligados a luchar para obtener el estado de contemplación, y este es imposible alcanzarlo, si no es por medio de la práctica de la oración contemplativa. Nunca podremos obtener la contemplación, si previamente hemos renunciado a luchar por obtener la oración contemplativa. Por lo tanto hemos de luchar para obtener la oración contemplativa y dadas sus dificultades, no estamos autorizados para tirar la toalla, diciendo: Como es un don que Dios da, no me lo querrá dar a mí, no seré digno de ese preciado don: Dios termina dando siempre lo que reiteradamente se le pide en el orden espiritual, y sino ahí tenemos el ejemplo de la parábola del juez inicuo. (Lc 18,1-8).
¿Pero que es la contemplación? Es el más perfecto estado de unión de amor con Dios que un alma puede alcanzar en esta vida. Para San Juan de la Cruz, contemplar es sumergirse en la mayor profundidad de sí mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio, al hombre sensorial y racional para que uno pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación. En el sentido estricto de la palabra, -según Thomas Merton- la contemplación es un amor sobrenatural y un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona un contacto directo y experimental con Él.
Más de una vez, a la contemplación -escriben Francis Kelly Nemeck y María Teresa Coombs- se la compara equivocadamente con una especie de “euforia espiritual” donde uno adquiere un conocimiento exacto de quién es Dios, acompañado de una sensación clara de su presencia inmediata. Esto no es correcto, Dios no puede ser abarcado por nada sensible o intelectual. La contemplación es ese salto en la fe por el que encontramos a Dios más allá de todo lo perceptible y por su misma naturaleza es purificante. En la contemplación permanecemos en el misterio siempre disponible a ser llevados por Dios a través de caminos que no conocemos
La contemplación, es una experiencia que no se puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser indicada, sugerida, evocada, expresada con símbolos. Cuanto más se intenta analizarla objetiva y científicamente, tanto más se la vacía de su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de las palabras y los razonamientos           
           El rezo y concretamente la oración contemplativa es la que nos transportará a la contemplación. Salvo el caso del don de la contemplación infusa, en la generalidad de las almas, estas solo llegan a la contemplación por medio del paso previo de la meditación. Pero no pensemos que un alma que ha alcanzado la oración contemplativa ya no ora vocal o mentalmente, no muchísimo menos, nunca se abandonan los demás medios de oración, no se trata de una escala  excluyente, todo lo que nos lleve al amor del Señor no debemos de desaprovecharlo. En la oración vocal empleamos para rezar la palabra,  en la oración mental o meditación, empleamos la mente y en la oración contemplativa empleamos el corazón, y es el Señor el que pone todo lo demás. Para muchos cristianos occidentales, rezar consiste en ocuparse con atención de ciertos pensamientos piadosos. Para el oriental rezar no es pensar o reflexionar, sino sentir, experimentar interiormente, vivir una realidad espiritual.
El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios. Para alcanzar este estado espiritual, el silencio juega un papel fundamental, silencio exterior y silencio interior de nosotros mismos. Dios nos hablará siempre en el ruido del silencio y difícilmente se nos manifestará, dentro de una oración discursiva, sea esta vocal o mental, máxime cuando en la mayoría de las veces la oración discursiva es mecánica pues no ponemos atención en lo que rezamos. Cuanto más denso sea el silencio interior tanto más fácil es penetrar en nuestra profundidad donde mora Dios. Aquí radica la exigencia de callar, mirar y escuchar con un creciente deseo de amor. El amable semblante del Señor, está oculto en la más profunda intimidad del corazón. Hay que sumergirse en esa hondura. Solo a quien logra llegar al fondo se le puede revelar el Señor. Si quieres encontrar un modelo contemplativo, -escribe Jean Lafrance- ponte al lado de tu perro; te aseguro que te iluminará de manera sencilla, sobre lo que Dios espera de tí en la oración.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga. 


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ORACIÓN CONTEMPLATIVA EN GENERAL
El tema es muy extenso, por lo que vamos a trocearlo: En esta primera parte nos ocuparemos de las consideraciones generales sobre este tema; en la segunda parte nos ocuparemos de la oración contemplativa practicada en la Iglesia latina u occidental; y en la tercera parte nos ocuparemos  de la oración contemplativa en la iglesia oriental cristiana.
Empezaremos diciendo, que la oración contemplativa es la más perfecta forma de orar, pues dado que nuestra última finalidad es la integración en la Luz divina, la oración contemplativa es el medio que más nos facilita este fin, al llevarnos a la contemplación de esa Luz divina. Esta clase de oración es conocida con diversos nombres, quizás como consecuencia de que todos somos criaturas diferentes y tenemos unos distintos caminos apropiados para llegar a Dios. Por ello esta oración que siendo siempre la misma, resulta que es la más dispar en su forma de realización, aunque se practica siempre con la misma finalidad, se la conoce con los nombres de: oración afectiva, oración del corazón, oración de Cristo, oración de fe, oración de Jesús, oración de quietud, oración de unión, oración del silencio, oración mística, u oración simplificada. Todas estas denominaciones, resaltan cada una de ellas, determinados aspectos de esta clase de oración.
Dios quiere, que todos nosotros intentemos orar con el corazón, es decir que accedamos ya aquí en la tierra, a la contemplación de la Luz divina, mediante la práctica de la oración contemplativa; esta es la clase de oración a la que cualquiera otra (vocal, privada o litúrgica, y meditación) debería conducirnos, y la clase de oración que más eficazmente contribuirá al crecimiento de la gracia divina en nuestras almas.
La práctica de la oración contemplativa, es la disciplina por la cual comenzaremos a ver a Dios en nuestro corazón. No lo veremos con los ojos de nuestra cara sino con los ojos de nuestra alma. Veremos a  aquél que mora en el centro de nuestro ser, de manera que, a través del reconocimiento de su presencia, le permitamos a Él tomar posesión de todos nuestros sentidos. Por la oración contemplativa o del corazón, nos despertamos al Dios que está en nosotros y lo dejamos entrar en nuestros latidos y en nuestra respiración, en nuestros pensamientos y emociones, en nuestro oído, tacto y gusto. Al estar de este modo despiertos a este Dios, nosotros entonces podremos verlo en el mundo que nos rodea. Tal como escribe Henry Nouwen: “El gran misterio de la vida contemplativa no es que veamos a Dios en el mundo, sino que el Dios que está dentro de nosotros, reconozca al Dios que está en el mundo”.
Dada por un lado, la singularidad de la persona humana, es decir, la distinta forma en que cada una de ellas vive su estado de contemplación, y por otro lado, el sentido de intimidad con el Señor, que se adquiere cuando se alcanza esta meta, es difícil dar una definición de lo que es la oración contemplativa, ya que cada alma tiene una experiencia distinta. La oración contemplativa, al igual que la contemplación, tal como antes decíamos, es una experiencia que no se puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser indicada o sugerida, a través de rasgos y caracteres generales que en cierto modo la identifican.
 Por ello, es verdad que definir la contemplación, es una tarea muy complicada, dado que cada alma se relaciona con Dios de forma diferente. El Catecismo de la Iglesia en su parágrafo 2709 se pregunta ¿Qué es esta oración? Y se contesta diciendo: “¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: "No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (vida 8). La contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf. Ct 3, 1 - 4). Esto es, a Jesús y en El, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor”.
La oración contemplativa, tal como ya antes hemos señalado, es aquella que es propia de las almas que han llegado a un estado de contemplación y que ya aquí en este mundo caminan con paso firme hacia una perfecta unión con Dios, porque ya han alcanzado a encontrar al Dios Trinitario dentro de su ser. Diversos autores espirituales, dan unas definiciones en la que se resalta algunos de los aspectos o rasgos de esta clase de oración. Así por ejemplo Thomas Merton escribe: “Por la oración del corazón u oración contemplativa, buscamos a Dios mismo en las profundidades de nuestro ser, y lo encontramos allí invocando el nombre de Jesús en fe, admiración y amor”.
La necesidad de que el alma tenga un silencio exterior para alcanzar el silencio interior necesario para escuchar al Señor, es un rasgo fundamental en la oración contemplativa por lo que se puede decir, que: Orar es callar, mirar y desear amar, y solo se llega a esta conclusión cuando se comienza a tener conciencia, de que el Amor es el todo, y todo lo preside, pues como dice San Juan: Dios es Amor y solo Amor.
En la oración contemplativa, el alma no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en silencio. Se entra en una comunión de amor con el Dios Uno y Trino. Y es una comunión que no puede lograrse a base de técnicas, ni puede lograrse con esfuerzo de la voluntad, pues la contemplación es un don de Dios, y como todo don de Dios, es dado por Él a quién quiere, cómo quiere y cuándo quiere. Eso sí: hay que tener la firme y perseverante voluntad de desearla y buscarla, sabiendo que el recibirla depende sólo de Dios. Recalco lo de “firme y perseverante voluntad”, porque para el progreso en la vida espiritual, los fervorines de un momento no sirven para nada.
Para comprender la naturaleza de la oración contemplativa, hemos de partir de la realidad de que Dios Trinitario inhabita dentro de nosotros y que hemos de orar hacia dentro, no con palabras sino con el silencio dejándonos llevar por los impulsos del Espíritu Santo. A estos efectos escribe Jean Lafrance: “El Señor no viene a nuestro encuentro desde fuera, sino que actúa como un mendigo de amor que nos llama desde dentro. El Espíritu Santo gime en el fondo de nuestro corazón y espera la liberación de un nuevo nacimiento”. Espera nuestra conversión y si esta ya se ha realizado, sigue esperando nuestra próxima conversión, porque el avance en la vida espiritual está compuesto por una cadena de conversiones, que nos llevarán de una a otra conversión, a una mayor purificación, purificación esta que a su vez, poco a poco nos irá uniendo al Dios Trinitario que esperamos.
Si el reino de Dios está dentro de nosotros como dijo Jesucristo, para percibir algo de ese reino es necesario que penetremos en nuestro interior. Porque es más fácil percibir a Dios en mí, en mi propio interior, que en las cosas materiales que existen fuera de mí.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.


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Una escucha edificante - El Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos habla


En la gran exhortación bíblica que atraviesa toda la Escritura Santa, se nos invita a escuchar a Dios: "Escucha, Israel" ..."Este es mi Hijo bienamado, escuchadle". El que hizo las cosas diciéndolas: "Dijo Dios, hágase", las rehace a través de la palabra redentora de su propio Hijo. No es por tanto una cuestión secundaria lo de escuchar a Dios, y por este motivo la Iglesia nos convoca para escuchar juntos los hablares del Señor cada domingo.
Nos dice el libro del Deuteronomio que Dios pone ante nuestros ojos una bendición y una maldición (Deut 11,18-28), como para indicarnos que en la realidad en la que nuestra vida se desenvuelve hay siempre una gran cuestión: cómo se sitúa nuestra libertad. Y es aquí donde encontramos una llamada de atención que examina en definitiva nuestra actitud oyente. Porque podemos escuchar de tantos modos a este Deus loquens, un Dios que tiene boca y que sabe y quiere hablarnos. Podría sonarnos en el oído la letra de su voz e incluso saber tatarear la música escondida en su relato, y aprendernos de carrerilla incluso alguna oración: "Señor, Señor...", como irónicamente nos dice el Evangelio. Y a pesar de todo ello, permanecer sordos a lo que hablándonos Dios nos quiere dar, hacer, alertar, confirmar o reprender.
El Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos habla. Y viene a preguntarnos plásticamente sobre qué firme edificamos nuestra vida, a qué, a quién y cómo entregamos nuestra entrega cuando nos damos. Si lo que es importante en nuestra vida como es el amor, los ensueños, aquello en lo que nos empeñamos o lo que guardamos como recuerdo, lo construimos sobre una arena movediza que no tiene fundamento, es arriesgarse irresponsablemente a que nuestra vida sea fatalmente vulnerable, insulsa, vacía, sin significado y víctima de la improvisación o de cualquier desaprensivo ataque.
Escuchar al Señor es edificar sobre la roca, caminar en la compañía de su Palabra que no s da la vida, que nos ilumina en las cañadas oscuras, que en medio de las tormentas nos pacifica, que es capaz de ablandar nuestra dureza de corazón, y con su verdad nos salva de la mentira. Pero este tipo de escucha honda y sincera, es la que traduce a la vida concreta lo que ha escuchado de los labios de Dios: no os contentéis con oír la Palabra, sino poned por obra lo que habéis escuchado. Lo que decimos con los labios no lo contradigan nuestras obras, y que éstas sean el fiel reflejo de lo que hemos oído al Señor. 06. III. 2011
Comentario al Evangelio del domingo, noveno del tiempo ordinario (Mateo 7, 21-27).

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Oración contemplativa en la Iglesia occidental.

Ya hemos tratado anteriormente de las dificultades que plantea este tema, máxime si tenemos presente que ni siquiera podemos llegar a definir con exactitud que es la oración contemplativa. Solo con carácter genérico se puede decir que es aquella clase de oración, cuya práctica nos abre el camino, aquí en esta vida terrenal, para un encuentro con el Dios Trinitario, que inhabita en nuestro ser, si es que vivimos y estamos en estado de gracia divina.
Decíamos al final de la última glosasobre este tema de la oración contemplativa que: Si el reino de Dios está dentro de nosotros como dijo Jesucristo, para percibir algo de ese reino es necesario que penetremos en nuestro interior. Porque es más fácil percibir a Dios en mí, en mi propio interior, que en las cosas materiales que existen fuera de mí.
Escribe Jean Lafrance: “Es verdaderamente importante encontrar a Dios Trinitario en nuestro interior donde permanentemente nos está aguardando, y para ello hemos de ser conscientes de que vida trinitaria es la esencia misma de la oración contemplativa. Orar es tomar conciencia de las nuevas relaciones que existen entre las Personas de la Trinidad y cada uno de nosotros, es dejarse arrastrar por el movimiento mismo de la vida trinitaria”.
           Y la pregunta surge de inmediato: ¿Y cómo se puede conseguir esto? Para encontrarnos con el Señor, en nuestro interior, hay que viajar hacia dentro, porque solo el hombre interior puede entrar en comunicación con el Señor. Los que viven permanentemente en la periferia del alma, difícilmente llegarán a posesionarse del misterio viviente de Dios. Pero, ¿qué es la periferia del alma?…. Son los sentidos exteriores, la fantasía, la imaginación, que perturba la percepción de las realidades interiores. Para que Dios pueda manifestarse en nuestro interior, hemos previamente de limpiar ese interior de todo, absolutamente de todo.
             Santa Teresa de Jesús nos dice, que: “Hay que buscar a Dios en lo interior, ya que se haya mejor y más a nuestro provecho, que buscándolo en las criaturas, pues tal como dice San Agustín, él le halló después de haberle buscado en muchas partes. Y no penséis, que se le haya por el entendimiento adquirido, procurando pensar que Dios se haya dentro de sí mismo, por medio de la imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación, porque se funda sobre la verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos; más no es esto, ya que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor se entiende todo). Más lo que digo es buscarlo de diferente manera”.  
             Es decir, Santa Teresa, nos viene a señalar, que es a las razones del corazón a las que hemos de atender, por mucho que nuestro entendimiento nos atosigue con sus razonamientos. A Dios le encuentran los que le buscan con el corazón, no con la cabeza; con el amor, no con el raciocinio.
            Muy a menudo tratamos de realizar la oración, fuera de nosotros y tratamos de crearla a partir de las palabras o de las ideas, o la buscamos por encima y alrededor de nosotros, en los gruesos volúmenes que describen las técnicas de la oración. Mientras intentemos hacer brotar nuestra oración desde el exterior nunca llegaremos a orar de verdad y sobre todo orar contemplativamente.
            La oración procede de un instinto que se da en nosotros, no se trata de fabricarlo, se trata de seguirlo. Cuando dos novios se quieren, encuentran muy pronto las palabras y los gestos para expresarse su amor. Nuestras relaciones con Dios son también siempre de amor, especialmente la oración contemplativa y el amor verdadero, siempre prescinde de las palabras y se alimenta con la presencia del amado. Esto es lo que hemos de hacer, amar, amar apasionadamente y en silencio, para que en el ruido del silencio seamos capaces de escuchar las palabras de nuestro Amado. Es necesario para que Dios nos otorgue el don de la contemplación, que huyendo del silencio exterior encontremos nuestro silencio interior, porque orar contemplativamente es amar y vaciarse interiormente, prescindir de las oraciones discursivas, por muy bellas y eficaces que nos parezcan, porque  al Señor no se le logra por bellas frases, sino por demostrarle un apasionado amor mirándole fijamente en el Santísimo y en la quietud del silencio, decirle en voz baja muy despacio: TE AMO.
           Decía San Antonio Abad, que: “La oración más pura es aquella en la que el monje ignora que está orando; ni siquiera es consciente de que existe, e indudablemente la oración contemplativa es la oración más pura posible”. Para que la oración contemplativa brote del alma humana, y Dios acceda a otorgar a esta alma el don de la contemplación, han de darse varias circunstancias como son: el amor, el silencio exterior e interior, la humildad, el desapego total a las cosas terrenales y la perseverancia. El conjunto de estas cualidades o circunstancias que han de darse, determinan en el alma que las posea un elevado nivel de vida espiritual y como no podemos extendernos aquí en un detenido examen de todas estas cualidades o virtudes, simplemente aportaremos unas escuetas ideas.
             El silencio de Dios, manifiesta Thomas Merton: “Es la realidad más difícil de llevar al comienzo de la vida de oración, y sin embargo es la única forma de presencia que podemos soportar, pues todavía no estamos preparados para afrontar el fuego de la zarza ardiendo. Es preciso aprender a sentarse, a no hacer nada delante de Dios, sino esperar y forzarse uno a estar presente frente al Presente eterno. Esto no es brillante, pero si se persevera, irán surgiendo otras cosas en el fondo de este silencio e inmovilidad”.
             Y dentro de este silencio, hay que buscar que el mismo se desarrolle sin excitación alguna. La comparación con la quietud de las aguas del lago, ilustra magníficamente la idea; solo una superficie tersa, como un espejo, puede reflejar el sol; la agitación del agua altera la nitidez de la imagen; e, igualmente, la agitación mental nos impide tener la experiencia de Dios. Si estamos turbados, si estamos excitados, no acertaremos nunca a ver el rostro de Dios con los ojos de nuestra alma. Nunca llegarás a orar bien -asegura Lafrance- si no sabes permanecer largo tiempo frente al misterio de la Santísima Trinidad. Es preciso dejarse coger en este movimiento de amor que lleva a Jesús en el seno del Padre. Por eso Cristo te pide con insistencia que mores con Él: “Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos sean también uno en nosotros”. (Jn 17,21).
            La humildad nos exigirá estar siempre, en actitud de espera, de estar siempre a la espera del Señor, tal como un perro está, cuando espera a su amo, porque la iniciativa del encuentro siempre le corresponde a Él, nunca a nosotros. Nosotros solo podemos buscar y pedirle que nos otorgue el don de la oración contemplativa. La humildad es la base y el soporte donde se asientan el resto de virtudes, sin humildad es imposible acercarse a Dios.
             Es imprescindible el vaciamiento de nuestros deseos y apetitos, no existe otro medio de llegar a Dios, sino por el camino de la “kénosis” del vaciamiento y del despojo. Para alcanzar la santidad hay que renunciar a todo y no hay otro camino, o se toma o se deja. Nosotros realmente queremos amar y adorar a Dios, pero también queremos guardar un pequeño rincón de nuestra vida interior para nosotros, donde podamos escondernos y tener nuestros propios pensamientos secretos, soñar nuestros propios sueños y jugar con nuestras propias fabricaciones mentales. Al asirnos a algo creado nos apegamos a ello y  convertimos ese algo en un dios. Y cuando esto ocurre, ¿qué deberíamos hacer para iniciar de nuevo la marcha adelante? Tenemos que desprendernos, mejor dicho, tenemos que dejar a Dios que Él, nos desprenda.
            La perseverancia, es una victoria sobre el tiempo. Entraña un reflejo de eternidad Pero en todo caso a primera vista no parece ser un valor demasiadamente importante, pero resulta que sin ella, es imposible obtener resultados en cualquier campo de la vida. “Perseverad en mi amor, orar sin desfallecer”. (Lc 18,1), nos dice el Señor.
            Esto es lo que nos recomienda el Señor, porque Él, tan solo tiene un temor: que queramos sustraernos a su amor. Esto le dolería infinitamente. Por eso nos suplica que le dejemos que nos ame, que le permitamos que nos haga participantes  de su vida y de su gloria.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.


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Oración contemplativa en las Iglesias orientales.

Valentín de San José, es un escritor que ha tratado muchos temas sobre Santa Teresa de Jesús, y en el se puede leer: “Como solo Dios, puede dar su amor, solo Dios puede enseñar a orar, ya que orar es amar”. Y esta es un poco la síntesis de lo que la Iglesia oriental  entiende que es la oración: Orar es amar, y para encontrar a Dios en las profundidades de nuestro ser, hemos de amar, sobre todo de amar mucho, porque reiterando lo dicho: “Orar es amar”.
            Para muchos cristianos occidentales, rezar consiste en ocuparse con atención de ciertos pensamientos piadosos. Para el oriental rezar no es pensar o reflexionar, sino sentir, experimentar interiormente, vivir una realidad espiritual. Occidente, generalmente propone (o proponía, porque el acceso a la oración, hoy suele hacerse hoy en día, por vías diferentes) la meditación como método de partida, para llegar a la oración contemplativa, y se nos habla del paso de la meditación, a la contemplación. San Juan de la Cruz escribe extensamente sobre este tema.
             Pero es Santa Teresa de Jesús, la que trata el tema de una forma más didáctica. Así, al tratar del comportamiento de las tres potencias del alma en la oración contemplativa nos explica, que para ella; la memoria es la loca de la casa que continuamente nos está distrayendo; la inteligencia es una pelmaza que elabora pesados troncos espirituales que no arden y con los que es imposible iniciar el fuego del amor; y por último la voluntad es la que verdaderamente inicia el fuego del amor con jaculatorias e invocaciones piadosas, que son como pequeñas briznas u hojarascas que inician el fuego. Lo que nos hace reflexionar, que para encender el fuego del amor a Dios, porque orar es amar, cuando estamos orando hay que iniciar este fuego con pequeñas hojarascas que levanten nuestro fuego de amor a Dios y no nos enfrasquemos con tediosas y largas oraciones que no nos permiten alcanzar el necesario silencio interior, para que encontremos a Dios trinitario en la profundidad de nuestro ser.
            Para alcanzar este fin, la tradición oriental propone la denominada oración de Jesús (llamada también oración del corazón) popularizada en los últimos años por el conocido libro “El peregrino ruso”, y que tiene como punto de partida la incesante repetición de una breve fórmula que contiene el nombre de Jesús, del tipo de: “¡Señor!, Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mi pecador”, la fórmula empleada debe de incluir el nombre de Jesús, el nombre humano del Verbo y por este medio se nos habla, del momento en que la oración desciende de la inteligencia al corazón”. A fuerza de repetir esta jaculatoria, la que sea, nuestro corazón se ablandará para hallar al Dios trinitario.
             Los místicos rusos describen la oración como un descenso de la mente hasta el corazón para permanecer allí en la presencia de Dios. La oración tiene lugar allí donde el corazón habla al corazón, es decir donde el corazón de Dios se une con el corazón que ora, tal como explica Henry Nouwen.
            El hermano marista Pedro Finkler, nos dice que: “Este método, lo adoptaron los místicos rusos y lo desarrollaron los monjes del Monte Athos, en Grecia. Las bases filosóficas del mismo radican en la cultura griega y en el pensamiento teológico de San Gregorio Palamás”. La gran idea de los orientales, es acompasar la oración con los dos grandes ritmos de la vida humana: el de la respiración y el del corazón. Se trata de hacer bajar la oración del espíritu al corazón. Y para ello acuden al principio del la oración repetitiva, en este caso de una jaculatoria repetitiva, dicha en silencio y lentamente golpeando nuestro corazón, a fin de que este se ablande, y permita a los ojos de nuestra alma ver al Dios trinitario que inhabita en toda alma que vive en estado de gracia.
             Pero nunca olvidemos lo ya antes dicho, más de una vez en las glosas anteriores referidas a la contemplación y a la oración contemplativa, y es que la contemplación y por supuesto la oración contemplativa son o es un don de Dios, y como todo don. Dios lo da al que le parece cuando le parece y como le parece, nosotros solo podemos suspirar por la obtención de este don y poner de nuestra parte, todos los medios posibles para mover su Corazón a que nos lo conceda.
            El hecho de ser esto un don de Dios y el temor de fracasar en la oración contemplativa proviene también de la opinión corrientemente difundida, de que es un ejercicio difícil o reservado a los contemplativos, una experiencia interior de la que no somos dignos o que no vale la pena emprender porque desentona con los principios modernos de eficacia. Y sin embargo estemos seguros de que es mucho más difícil, meditar la palabra de Dios que contemplar su rostro. La dificultad máxima como apunta Santa Teresa reside en acallar a loca de la casa, mediante el ejercicio de la voluntad en aportar al fuego pequeñas hojarascas para encenderlo y avivarlo.      
             Es lamentable que sean muchos los que tiran la toalla y piensan que la oración contemplativa no es para ellos. Como siempre ocurre en todas las cosas de la vida espiritual, hay que ser muy pacientes.
             La solución frente a las dificultades de esta clase de oración, no es, combatir los pensamientos mundanos que nos asaltan, sino volver suavemente nuestra atención al nombre divino apenas nos damos cuenta de su presencia de pensamientos mundanos. Así no nos molestarán ya, aunque los vanos pensamientos sigan mariposeando; nos contentaremos con verles pasar cual pequeñas nubes blancas por el cielo.
            En los intentos de tratar de alcanzar la oración contemplativa, se puede tener y de hecho se tiene una sensación de aridez, proveniente de una simple ausencia de experiencia sensible y esto no debe de desalentarnos y apartarnos de la oración del corazón, dándonos la impresión de que no llegamos. El fracaso de nuestras relaciones con Dios en el plano sensible, es precisamente lo que nos abre la puerta al verdadero éxito: el de desaparecer a nosotros mismos, para acoger al que supera todas nuestras facultades y permanece inalterable, más allá de toda sensación, imaginación y concepto.
           El hecho de que no sea difícil, no quiere decir que no cuesta trabajo. El camino que lleva a la oración contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia exige esfuerzo y puede uno cansarse. Son pocos los que logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los que habiendo alcanzado la contemplación, llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e íntima unión con Dios, tal como escribe Pedro Finkler.
           Pero tu lector y yo que escribo y todos los que quieren amar a Dios, contamos con la ayuda del Espíritu Santo que es el supremo maestro de la oración, y si le secundamos en sus mociones, Él favorecerá nuestra acción. Así Él nos mantiene en la perseverancia y en la disciplina, Él nos reconforta, y tiene el papel del Consolador, en las pruebas que encontraremos en el camino de la oración.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
18.IX.2009 libertadenreligion.com «El blog de Juan del Carmelo».

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