viernes, 17 de agosto de 2012

El Icono del Señor Resucitado



MOMENTO DE REFLEXIÓN

Diego Fares sj

El ícono del Señor resucitado que viene a nuestro encuentro

Como decíamos en el primer taller, “cultivar la imaginación evangélica, utilizando imágenes sagradas y trabajando por crear imágenes propias, es de gran ayuda para la oración”. Rezar con las imágenes implica cultivar actitudes de discípulo como son captar el espíritu de la escena, su misterio y meternos afectivamente en ella, interactuar buscando aprender; y actitudes de misionero: experimentar la energía que brota de las imágenes así contempladas para llevar la palabra a la práctica. Con este espíritu contemplamos el cuadro central del Tríptico.

Miramos los lugares

En el cuadro podemos contemplar tres lugares o planos distintos:
* La Nube -espacio mediador entre el cielo y la tierra- ocupa el plano central. Cristo está dentro de la Nube y más que subiendo al Cielo está viniendo a nosotros. Esto sólo se nota luego de contemplar bastante, poniendo la atención en los pies del Señor que están en movimiento hacia delante. Si uno contempla sus pies y luego alza la mirada, la impresión es que nos sale al Encuentro. El Cristo del Tríptico es el Señor que Viene a nuestro encuentro, Resucitado y Glorioso, Señor de la Historia.
Este “venir a nuestro Encuentro” es el Misterio del Cuadro: desde los pies del Señor que avanzan hacia nosotros, se pone en movimiento toda la escena: los ojos de algunos de los discípulos orientan nuestra mirada hacia esos pies y el que es el Camino verdadero de la Vida se nos vuelve cercano y familiar. En la contemplación de la Hna Marta, ella nos hace poner la mirada en las manos abiertas del Resucitado –hacia las cuales también se dirigen las miradas de algunos discípulos-, que nos muestran las escenas de su vida que están en las dos alas del tríptico. La vida del Señor se ilumina desde la Resurrección.
* La Tierra ocupa el plano inferior. Vemos cómo las cabezas se alzan y se centran en Cristo mientras que la Nube se mete en el ámbito de sus miradas, despertando en ellas la Fe. Los discípulos representan un grupo bien colo-rido y diverso en rostros y vestidos. Representan a las diversas razas latinoamericanas y caribeñas; contemplar las cabezas alzadas y los oídos atentos hace que nos centremos en la imagen de Cristo Resucitado que nos devuelve la mirada. El Señor está como mirando hacia fuera del cuadro. Se crea así un movimiento de entrada y salida que nos incluye en la escena. La belleza misma de la pintura nos extasía, nos moviliza, nos atrae y hace que se entable un diálogo cordial con ella.
* El plano del fondo representa el calvario con María y Juan (en algunos trípticos aparece también una casita). La inclusión de esta imagen, pequeñísima y distante, da profundidad y perspectiva histórica a la escena. Si concordamos en que el movimiento del Señor es de venir a nuestro encuentro espacialmente, por así decirlo, la escena del Calvario acentúa esta venida temporalmente: Cristo no solo viene del espacio del Cielo sino desde su tiempo de Vida histórica, viene de la Hora de su Pasión y Resurrección salvadoras. Esta escena hace presente el Kairós, el tiempo propicio de Salvación.
Escuchamos lo que dicen las frases
Dos de las frases están escritas afuera de la imagen: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” y “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. La otra frase está adentro: “He ahí a tu Madre”. Si uno va pronunciando las frases mientras contempla el cuadro, ellas hacen que se desen-cadenen dinámicas distintas. Nos metemos así auditivamente en la escena, dejando que nos comunique su energía visual.

“Yo soy el Camino, la verdad y la vida”

La frase: “Yo soy el Camino, la verdad y la vida”, nos mete dentro del cuadro y revela el sentido dinámico de todo el Tríptico, en el que todo seguimiento discipular y todo envío misionero van y vienen por el Camino verdadero de la Vida que es Cristo Resucitado.
El Señor dice Yo soy el camino… con la mirada puesta fuera del cuadro. Los discípulos que están debajo nos ayudan a escuchar y mirar al Señor. Se puede ir y venir por la imagen: de la mirada del Señor a sus pies y de los pies a su mirada. Sentimos que el Señor nos hace entrar y salir del cuadro, atrae nuestra atención hacia sí, levanta nuestra mirada al Cielo, nos acoge con sus manos abiertas mostrando toda su vida, y al mismo tiempo nos envía, nos alienta, nos impulsa como misioneros a salir en busca de los demás.
Esta frase recapitula las otras dos: al darnos a su Madre, el Señor se revela como camino hacia la interioridad; al enviarnos a todos los pueblos, se revela como camino de salida, hacia los demás. En la nube, lo sentimos como Camino hacia el Padre, hacia la intimidad de Dios, y también como el que viene a nosotros, el que se encarna y se mete en nuestra historia, el que vendrá a Juzgarnos por las obras de misericordia.
El misterio del cuadro, su dinamismo interior es, pues, el de Cristo que nos viene al encuentro. Este es un tema central en Aparecida, ya que define nuestra vida como un “recomenzar” y un “reorientarnos” desde el Encuentro con Cristo Viviente, para luego hacer que otros experi-menten la alegría de este encuentro:
“A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Aparecida 12). “ Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (Aparecida 14).

“Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”

El otro texto es el del final del evangelio de Mateo: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. Si escuchamos la frase como dicha por Jesús, que nos mira situándonos fuera del cuadro, en nuestro presente, la imagen se dinamiza impulsándonos. Las manos del Señor pare-cen enviarnos y alentarnos para ir hacia adelante. Las personas que están abajo aparecen como aquellos a quienes somos enviados (todos los pueblos) y también como aquellos que son convocados de todos los pueblos.

 

 

“He ahí a tu Madre”

Nos detenemos en la frase “He ahí a tu madre”, que está escrita en la tierra misma. Hay que acercarse para leerla, ya que está como escondida en lo hondo del cuadro. El hecho de leerla y pronunciarla nos conduce gráficamente a esa intimidad en la que el discípulo recibió a la Madre. El Evangelio de Juan nos dice que “la llevó a lo más propio suyo, a sus afectos”. En esa intimidad con María se consolida la escuela del discipulado misionero. Ella nos enseña a “hacer todo lo que Jesús dice” y a hacerlo “al estilo de Jesús”. Un texto de Aparecida nos ayuda en esto del estilo, la pedagogía para que los pobres se sientan en la Iglesia como en su casa: “Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, “se sientan como en su casa”. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en “casa y escuela de la comunión” y en espacio espiritual que prepara para la misión” (Aparecida 272).

La composición del lugar y María

Damos ahora un paso más en esto de rezar “situándonos en la escena”. Cuando Ignacio habla de composición mirando el lugar, el lugar no es algo meramente anecdótico. Mirar bien el lugar es parte del mirar las personas, oír lo que dicen y ver lo que hacen. Que Jesús nos haya confiado a su Madre en un lugar preciso – al pie de la Cruz- y en “la hora” más trascendental de su Vida, y que Juan la haya llevado a su casa, nos hacen sentir que el lugar y el tiempo están integrados a las personas. El Evan-gelio es Palabra encarnada, no palabra abstracta en la que sólo importaría “lo esencial”. La Palabra encarnada siempre se pronuncia en un lugar y tiene que ver con lo que se vive y se realiza en él. El Evangelio es más obra de arte que verdad lógica.
En el cuadro de Aparecida vemos cómo “connaturalmente” a alguno se le ocurrió pintar una casita, para concretar el “aquí tienes a tu madre”. Es que el Encuentro con el Señor Resucitado se realiza en la intimidad de la Casa, en la intimidad del Corazón. Allí acontece la Resurrección: en los corazones. La encarnación aconteció en la intimidad de la Casa y del Corazón de María y allí también acontece la Resurrección y el Pentecostés que nos sella como discípulos misioneros.

María lugar de la Palabra

Pero podemos ahondar más todavía y contemplar a María como “el lugar” para la Palabra. En las Letanías muchas veces se la invoca con imágenes de lugar: Casa de oro, Torre de David, Trono de Sabiduría, Vaso espiritual, Puerta del Cielo…
Los brazos de María son el mejor lugar para el Niño Jesús y para Jesús bajado de la Cruz. Al decirnos el Señor “He aquí a tu Madre” nos está señalando un lugar, el lugar que ocupa María, el ámbito en el que se mueve, en que “está” de pie junto a la Cruz y en medio de los discípulos esperando al Espíritu Santo. Nuestro Pueblo capta con Fe y obedece este mandato del Señor y une a María a sus “lugares”, haciéndola pertenecer a cada sitio en comu-nión de Nombres (nuestra Señora de Lujan, de San Nicolás, de Itatí…). Nuestro Pueblo fiel lleva consigo a María a su Casa y peregrina a los lugares donde está la Casa de nuestra Señora. El don que Jesús nos hace de su Madre no tiene condiciones. Todos pueden recibirla y tenerla como Madre.
María es “lugar” evangélico porque en ella puede “entrar y habitar” la Palabra. María es espacio materno, espacio afectivo sano y seguro, donde la Palabra puede crecer y salir y regresar, madurar y compartir con otros. Es lugar de Encuentro con Cristo que viene a nosotros.
Por eso esta imagencita del Tríptico tiene especial densidad teológica e indica lo esencial del discipulado misionero: la gracia de tener a nuestra disposición el lugar de Encuentro con Jesucristo.

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