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Jacobo Gapp, Beato |
Presbítero y Mártir
Martirologio Romano: En Berlín, en el lugar llamado
Plötzensee, en Alemania, beato Jacobo Gapp, presbítero de la Compañía
de María y mártir, que, con firmeza de ánimo, proclamó
que los criminales proyectos de un régimen militar enemigo de
la dignidad humana y cristiana estaban en total desacuerdo con
la doctrina cristiana. Por ello, sometido a persecución, se dirigió
a Francia y España en calidad de desterrado, pero, apresado
por unos emisarios, murió finalmente decapitado (1943).
El P. Jakob Gapp fue condenado a muerte por
defender la fe católica y por criticar las doctrinas del
nazismo.
Había nacido en Wattens, Austria, el 26 de julio de
1897. Sintió la llamada de Dios cuando tenía 22 años,
e ingresó en el noviciado de los marianistas. Recibió la
ordenación sacerdotal cuando tenía 33 años. Pronto se vio envuelto
en un ambiente de tensiones y de luchas políticas, debidas,
sobre todo, al creciente influjo de las ideas hitlerianas. Tras
estudiar a fondo el pensamiento del nacionalsocialismo, llegó a la
conclusión de que era una doctrina intrínsecamente anticatólica. Decidió, desde
entonces, oponerse con decisión a la misma.
El nacismo llegó a
imponerse en Alemania y en Austria, por lo que la
vida del P. Gapp corría grave peligro. Sus superiores decidieron
que fuese a trabajar primero a Francia, y luego a
España. En España se dedicó especialmente a la formación de
los jóvenes, en medio de no pocas incomprensiones y críticas.
Pero
la policía secreta de Hitler había decidido acabar con su
vida. Por medio de un personaje misterioso, que se hizo
pasar por un judío deseoso de convertirse, prepararon una trampa.
El P. Jakob Gapp fue invitado por el falso amigo
a hacer un paseo por el sur de Francia (ocupada
por los alemanes), donde fue inmediatamente arrestado por la Gestapo.
Era el mes de noviembre de 1942.
Gapp atravesó Francia para
ser encarcelado en Berlín. Allí fue procesado como traidor. Se
han conservado las actas de los interrogatorios, en los que
el P. Gapp defendió con firmeza su fe católica y
su deseo de mantenerla con coherencia, con amor, plenamente consciente
de que podría perder su vida con su actitud de
creyente convencido.
Fue condenado a muerte. La ejecución de la sentencia
quedó fijada para el 13 de agosto de 1943. Era
el día del aniversario de su ingreso al noviciado de
los marianistas. Antes de morir, pudo escribir dos breves cartas,
una a sus primos y otra a su superior. En
ellas se descubre la sencillez, el valor y la fe
propia de tantos mártires de ayer y de hoy, de
tantos hombres y mujeres que ponen en Cristo toda su
esperanza.
A sus primos les decía, entre otras cosas, lo siguiente:
“Hoy será ejecutada la sentencia. A las 7 me presentaré
a mi buen Salvador, a quien siempre amé ardientemente. No
lloréis por mí. Soy plenamente feliz. Sin duda que he
pasado muchas horas en la tristeza, pero he podido prepararme
a la muerte del mejor modo posible. ¡Buscad vivir santamente
y soportad cualquier cosa por amor de Dios, para que
podamos reencontrarnos en el cielo! Saludad a todos, parientes y
conocidos. En el paraíso me acordaré de todos”.
Y continúa un
poco más adelante: “Después de haber luchado largo tiempo contra
mí mismo he llegado a considerar este día como el
más hermoso de mi vida. Dios os recompense por todo
el bien que me habéis hecho desde mi niñez. ¡Seppl,
querido Seppl, cuántas veces te he recordado! No estés triste.
Todo pasa, sólo el cielo permanece. Nos encontraremos de nuevo.
Entonces no habrá ninguna separación. ¡Avisa de mi muerte a
los más íntimos! He sido condenado como traidor a la
patria”.
En la carta que dirige a su superior, escrita ese
mismo día, expresa ideas parecidas. “¡Reverendísimo y querido padre superior!
Me siento obligado a escribirle ahora, pocas horas antes de
mi muerte, para saludarle. El pasado 2 de julio, fiesta
del Sagrado Corazón, fui condenado a la decapitación como traidor
contra la patria. La ejecución tendrá lugar esta tarde, a
las 7.
Durante el tiempo de prisión, es decir, desde el
9 de noviembre del año pasado, he tenido tiempo para
reflexionar largamente sobre mi vida. Le agradezco de corazón todo
lo que ha hecho por mí el tiempo que lo
he conocido. Me considero todavía miembro de la Sociedad de
María: renuevo mis votos y me ofrezco a mí mismo
al buen Dios a través de nuestra Madre del cielo.
Le pido perdón por las molestias que haya podido ocasionar,
fuesen las que fuesen. He pasado por momentos realmente difíciles,
pero ahora soy plenamente feliz. Creo que todo esto me
ha ocurrido para que pueda santificarme en este tiempo de
pruebas. ¡Salude de mi parte a todos los hermanos! Yo
saludaré a los que ya han pasado a la otra
vida. Todo pasa, sólo el cielo permanece”.
Son escritos llenos de
humanidad y de fe. También el mártir sufre, también pasa
por momentos de oscuridad, de maduración. También siente, como todos,
miedo al momento del sacrificio. Pero Dios da la fuerza
para ser fieles, Dios no deja de acompañar a quien
con amor da la vida por confesar su fe.
El testimonio
del P. Jakob Gapp, beatificado por Juan Pablo II el
24 de noviembre de 1996, nos sirve para levantar una
vez más los ojos al cielo y pensar en lo
que realmente vale la pena. “Todo pasa, sólo el cielo
permanece”.
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