Virgen y Fundadora, 11 de agosto | |||||||||||||||||
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Fundadora de la Orden de Damas Pobres de San Damián
Nació en Asís el año 1193.Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.
Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.
En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.
Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: “Está embrujada”. Era el 18 de marzo de 1212.
Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.
Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.
La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.
Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: “Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina”.
Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.
- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
- ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.
Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella “fue alto candelabro de santidad”, a cuya luz “acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas”.
Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián, llamadas vulgarmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.
De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: “Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte”.
Santa Clara y San Francisco
Ese es el amor que existe entre San Francisco y Santa Clara, para los románticos y los incrédulos, motivo de suspicacia, y de especulación entre los grandes psiquiatras y psicólogos.
¿Cómo van a entender un amor humano célibe sin haber creído en el amor divino hecho humanidad? ¿Cómo aceptar un amor auténticamente humano ordenado a un amor mayor sin haber comprendido que antes hemos sido amados intensamente por Dios?
En el amor que unía Santa Clara con su Padre Francisco, imperó la pureza de intención y transparencia y convergencia en el amor a Dios por encima de toda sospecha. Dos personas, plenamente humanas, terriblemente enamoradas de Dios sobre todas las cosas, y para la consecución del ideal del carisma, honestamente enamoradas entre sí.
Es el amor infundido por Dios, como el del paraíso a Adán y Eva en su función de crear el género humano; a éstos, para poder soportar el peso de engendrar familias numerosas de recreación del mundo humano.
A las almas consagradas, para el nacimiento y la fuente de inmensos bienes desde sus familias religiosas respectivas. Como el Redentor se asocia a la Corredentora, asocia a la obra nueva por el amor al iniciador con la iniciadora o viceversa. Lo requiere la complejidad de la vida, la lucha formidable de los enemigos, el consuelo mutuo, la fortaleza compartida y el aliento en las incomprensiones
Francisco, como Clara, fueron muy conscientes que el amor de ambos a Dios y a su obra y a las almas era un rebosar de su plenitud desde Dios.
La mortificación del cuerpo no solamente fue una manera de identificarse con los sufrimientos de la Pasión del Señor sino también una manera de conseguir una mayor armonía entre el cuerpo y el espíritu, sin extrañeza ni asombro, sino con de un conocimiento profundo de la naturaleza humana y la racionalizad de los sentimientos y afectividad.
Francisco y Clara fueron realistas y tenían sus pies bien firmes en la tierra mientras sus corazones se elevaban al cielo.
“Francisco, repara mi Iglesia”
Cuando la vida religiosa necesita reforma, el Espíritu suscita a Santa Teresa para comenzar la reforma desde el Carmelo.
Cuando el mundo circula por rumbos equivocados u opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes. Cuando los valores evangélicos de fraternidad y solidaridad son burlados por un sistema socio-económico basado en los principios de lucro e individualismo, Clara viene a vivir de una manera nueva.
En una sociedad en que el pragmatismo político y la eficacia económica tienen más importancia que los principios morales y el respeto por la dignidad de cada persona, su ideal todavía pueden cuestionar nuestro siglo como cuestionaba el suyo, aunque la radicalidad evangélica es un mensaje demasiado extraño en nuestra sociedad, tan influenciada por los avances tecnológicos y científicos, por la comodidad material y el consumismo, por las ideologías individualistas y hedonistas.
Mientras el mundo avanza científica y tecnológicamente conquistando el espacio y mejorando la calidad de vida biológica, recortando distancias y abriendo nuevas maneras de intercomunicación planetaria, que podrían hacernos sentir “más hermanos”, más unidos”, ocurre exactamente lo contrario: la humanidad se aleja cada vez más de los valores capaces de producir la paz auténtica que es el fruto de la justicia y el amor.
Los pueblos desarrollados se aferran a sus bienes y a su poder mientras los pueblos pobres se hunden cada vez más en la pobreza; aumentan las guerras étnicas y racistas; son menos respetados que nunca los derechos de los pobres y de los pueblos; la distancia entre naciones pobres y naciones ricas es más grande cada día; aumenta la violencia, la corrupción política, la falta de respecto para la dignidad humana.
Para eso necesitan estas almas gemelas su unión fuerte en el amor.
Clara
En 1210 Francisco predica en la Catedral. Dice: “este es el tiempo favorable… es el momento… ha llegado el tiempo de dirigirme hacia el que me habla al corazón desde hace tiempo… es el tiempo de optar, de escoger… Clara siente la confirmación de todo lo que experimenta en su interior.
Medita en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Y tomó la decisión de comunicárselo a Francisco, a sabiendas de su determinación de seguir a Cristo, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues la presencia de los Hermanos Menores en Asís ya cuestionaba la tradicional forma de vida y las costumbres y los privilegios que mantenían intocables los más poderosos.
Clara se escapa de su casa el 18 de Marzo de 1212, sobreponiéndose a los obstáculos y al miedo. En la Porciúncula la esperan Francisco y los demás Hermanos y se consagra al Señor por manos de Francisco.
Se traslada después a las Benedictinas y después al monasterio de San Ángelo, acompañada de su hermana Inés y su prima Pacífica. Y de allí a la capilla de San Damián: “Reconstruye mi Iglesia”.
“Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno”, decía Clara.
El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida
La Palabra encuentra tierras diferentes
“Esta es una virgen sabia y prudente, que salió al encuentro de Cristo con la lámpara encendida” Los santos siempre tienen compañía, arrastran. Lo vemos constantemente en la historia de la Iglesia.
La santidad es contagiosa. En el caso de Francisco, fue como una epidemia. Pero no olvidemos que la santidad es labor de Dios. Labor de Dios que trabaja campos diferentes, psicologías variadas.
Francisco encontró en Clara su alma gemela en amor a la pobreza, vibración ante la poesía, la belleza. Francisco se bebió el evangelio, como Ezequiel el rollo del libro: “Abre la boca y come lo que te doy” (Ez 2,8).
Nadie puede decir las palabras de Dios con eficacia de salvación, si antes no se ha comido él y saboreado como la miel, las palabras del libro, como Ezequiel.
Las distintas tierras que encuentra la semilla, las vemos reflejadas en los distintos discípulos de Francisco. A los pocos años de empezar su santa aventura, contaba ya con cien hermanos, tan dispares en sus mentalidades y planes, que amargaron el corazón de Francisco hasta poderle matar.
El hermano León, leal e inseparable compañero de Francisco, comprendió que sólo podía salvarle de aquella postración depresiva a par de muerte, la hermana Clara. Cuando se lo sugiere a Francisco, éste se opone: Teme hacerle daño. La verdad es que le hacía falta, porque dicen los siquiatras que cuando una persona amenaza con quitarse la vida, está pidiendo a gritos ayuda. Comprenderlo, es salvarle. Al fin, consigue Fray León, que Francisco quiera ver a Clara. Y Clara le devuelve la paz.
“¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?”, preguntó Jesús. Algunos habrían respondido: El que viste el manto más largo. Jesús no dice eso: Dijo: “Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos”.
Aprendamos a dar importancia, pues, a lo que la tiene, si no queremos seguir siendo, como los fariseos que alargan las filacterias y visten mantos rozagantes. Que es más importante el hombre, que el traje. Despreciar a un hombre porque va vestido como a ti no te parece bien, es despreciar a Cristo, que se ha identificado con él.
Fíjate si eso tiene más importancia que el vestido: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí. (Mateo 18,1).
Oración a Santa Clara de AsísOh amable Santa Clara, tú que siguiendo las huellas de la virgen María, fuiste madre del cuerpo místico de Cristo; danos tu amor por la iglesia y por todos hermanos.
Tú, que con tus últimas palabras has bendecido al Señor por haberte creado; haz que comprendamos el gran don que es la vida. Intercede para que en nuestras familias haya concordia, serenidad en el trabajo, alegría en el estar juntos; haz que un día podamos reunirnos para alabar y cantar eternamente contigo la misericordia del Señor.
Amen.
Clara de Asís | |
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Clara de Asís |
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Nombre | Chiara Favarone |
Nacimiento | 16 de julio, 1194 Asís, Italia |
Fallecimiento | 11 de agosto de 1253 (59 años) Asís, Italia |
Venerado en | Iglesia Católica Romana, Comunión Anglicana, Iglesia Luterana |
Canonización | 26 de septiembre, 1255 por el Papa Alejandro IV |
Principal Santuario | Basílica de Santa Clara en Asís |
Festividad | 11 de agosto |
Atributos | Custodia, Báculo, Lirio |
Patronazgo | Telecomunicaciones, Televisión |
Al revés de Francisco, Clara vivió una larga vida para la época, más se sentía entristecida por el recuerdo de la muerte del seráfico padre en 1226. Clara vivió sesenta años de los cuales cuarenta y uno los pasó en la iglesia de San Damián. Este lugar jamás fue un monasterio, ya que Clara en ningún momento de su vida optó por el monaquismo. Ella buscaba otra cosa.
Clara de Asís fue la primera y única mujer en escribir una regla de vida para mujeres. En su contenido y en su estructura se aleja de las tradicionales reglas monásticas y recibir aprobación del Papa. Hoy sus restos descansan en el protomonasterio de Asís.
Fue canonizada un año después de su fallecimiento, por el Papa Alejandro IV.
Su fiesta litúrgica es el 11 de agosto.
Infancia y familia
Clara nació en Asís en 1194, probablemente el 11 de julio. Hija mayor del matrimonio de Favorino de Scifi y Ortolana, la cual era descendiente de una ilustre familia de Sterpeto, los Eiumi. Ambas familias pertenecían a la más augusta aristocracia de Asís,2 Favorino tenía el título de Conde de Sasso – Rosso. Clara tenía además cuatro hermanos, un varón, Boson y tres mujeres, Renenda, Inés y Beatriz.Ortolana era una mujer de mucha virtud y piedad cristiana, y era devota de hacer largas peregrinaciones a Bari, Santiago de Compostela y Tierra Santa. Dice la tradición que antes de nacer Clara, el Señor le reveló en oración que la alumbraría de una brillante luz que habría de iluminar al mundo entero, y fue por eso que la niña recibió en el bautismo el nombre de Clara, el cual encierra dos significados, resplandeciente y célebre.
La niña Clara creció en el palacio fortificado de la familia, cerca de la Puerta Vieja. Se dice que desde su más corta edad sobresalió en virtud, se mortificaba duramente usando a raíz de su delicado cuerpo ásperos cilicios de cerdas y rezaba todos los días tantas oraciones que tenía que valerse de piedrecillas para contarlas.
Con la edad se convirtió en la más gallarda y hermosa joven de Asís, y consecuentemente tuvo muchos pretendientes. Cuando cumplió los dieciséis años sus padres la prometieron en matrimonio a un joven de la nobleza a lo que ella se resistió respondiendo que se había consagrado a Dios y había resuelto no conocer jamás a hombre alguno.
Conversión
Por esa fecha había vuelto de Roma, con autoridad pontificia para predicar, el joven Francisco, cuya conversión tan hondamente había conmovido a la ciudad entera. Clara le oyó predicar en la iglesia de San Rufino y comprendió que el modo de vida observada por el Santo era el que a ella le señalaba el Señor.Entre los seguidores de Francisco había dos, Rufino y Silvestre, que eran parientes cercanos de Clara, y estos le facilitaron el camino a sus deseos. Así un día acompañada de una de sus parientes, a quien la tradición atribuye el nombre de Bona Guelfuci, fue a ver a Francisco. Este había oído hablar de ella, por medio de Rufino y Silvestre, y desde que la vio tomó una decisión: «quitar del mundo malvado tan precioso botín para enriquecer con él a su divino Maestro».3 Desde entonces Francisco fue el guía espiritual de Clara.
La noche después de Domingo de Ramos de 1212, Clara, huyó de su casa y se encaminó a la Porciúncula, allí la aguardaban los Frailes Menores con antorchas encendidas. Habiendo entrado en la capilla se arrodillo ante la imagen del Cristo de san Damián y ratificó su renuncia al mundo «por amor hacia el santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el pesebre».4 Cambió sus relumbrantes vestiduras por un sayal tosco, semejante al de los frailes; trocó el cinturón adornado con joyas por un nudoso cordón, y cuando Francisco cortó su rubio cabello entró a forma parte de la Orden de los Hermanos Menores.
Clara prometió obedecer a San Francisco en todo. Luego fue trasladada al convento de las benedictinas de San Pablo.
Cuando sus familiares descubrieron su huida y paradero fueron a buscarla al convento. Tras la negativa rotunda de Clara a regresar a su casa, se trasladó a la Iglesia de San Ángel de Panzo, donde residian unas mujeres piadosas, que llevanda vida de penitentes. padre: FAVARONE OFFEDUCCIO hombre rico y poderoso madre: ORTLANA noble yfeudal origen: ITALIA, ASIS importancia de la vida de san francisco: SEGUIDORA Y FUNDO LA SEGUNDA ORDEN FRANSISCANA...
Inicio de las clarisas
Seis o diez días después de la huida de Clara, otra de sus hermanas, Inés, huyó también a la iglesia de San Ángel a compartir con su hermana el mismo régimen de vida. Más tarde fue a reunírseles su otra hermana Beatriz, y ya en san Damián, unos años más tarde Ortonala, su madre.Clara e Inés pronto abandonaron el beaterio de San Ángel. Así Francisco habló con los camaldulenses del monte Subasio, que antes habían donado a la nueva Orden la Porciúncula, los cuales le ofrecieron cederles la iglesia de San Damián y la casa anexa, lo que serían desde ese momento la casa de Clara durante 41 años hasta su muerte.
En aquel convento de San Damián, germinó y se desenvolvió la vida de oración, de trabajo, de pobreza y de alegría, virtudes del carisma franciscano. Por esa fecha el estilo de vida de Clara y sus hermanas llamó fuertemente la atención y el movimiento creció rápidamente. La condición requerida para admitir una postulante en San Damián era la misma que pedía Francisco en la Porciúncula: repartir entre los pobres todos los bienes.
El convento no podía recibir donación alguna, pero debía permanecer inquebrantable para siempre. Los medios de vida de las monjas eran el trabajo y la limosna. Mientras unas hermanas trabajaban dentro del claustro otras iban a mendingar de puerta en puerta, Clara, cuando las hermanas volvían de mendingar las abrazaba y le besaba los pies.
San Francisco escribió poco después la norma de vida para las hermanas y, por medio del Santo, obtuvieron del Papa Inocencio III la confirmación de esta regla en 1215, pues ese año, por orden expresa de Francisco, aceptó Clara el título de abadesa de San Damián. Hasta entonces Francisco había sido jefe y director de las dos órdenes, pero después que el Papa les aprobó la regla, las monjas debían tener una superiora que las gobernase.
La vida diaria en San Damián
Clara, a pesar de ser Superiora, tenía la costumbre de servir la mesa y brindar agua a las religiosas para que lavasen sus manos, y cuidaba solícitamente de ellas. Cuentan que se levantaba todas las noches a verificar si alguna religiosa estaba destapada. Francisco muchas veces le envió enfermos a San Damián, y Clara los sanaba con sus cuidados.Ni aún estando enferma, lo que era frecuente, omitía el trabajo manual. Así se dedicaba a bordar corporales, en la misma cama, que mandaba a las iglesias pobres de las montañas del valle.
Así como en el trabajo era ejemplo para las religiosas, lo era también en la vida de oración. Después de las completas, último oficio del día, permanecía largo rato, sola, en la iglesia ante el Crucifijo que habló a San Francisco en otro tiempo. Allí se daba a la quieta meditación de los dolores de Cristo y rezaba el “Oficio de la Cruz”, que había compuesto Francisco. Estas prácticas no le impedían levantarse por la mañana muy temprano, para levantar a las hermanas, encender las lámparas y tocar la campana para la misa primera.
Según la Leyenda una vez fue el papa a San Damiano, Santa Clara hizo preparar las mesas y poner el pan en ellas, para que el santo padre lo bendijera. El papa pidió a la santa que fuera ella quien los bendijera a lo que Clara se opuso rotundamente. El papa la instó por santa obediencia a que hiciera la señal de la cruz sobre los panes y los bendijera en el nombre de Dios. Santa Clara, como verdadera hija de obediencia, bendijo muy devotamente aquellos panes con la señal de la cruz, y al instante apareció en todos los panes la señal de la cruz, bellísimamente trazada.5
Su cama, en los inicios, eran haces de sarmiento con un tronco de madera por almohada; después la cambió en un pedazo de cuero y un áspero cojín; por orden de Francisco se redujo a dormir después en un jergón de paja.
En los ayunos de Adviento, Cuaresma y de San Martín, Clara no se alimentaba sino tres días en la semana, y solo con pan y agua. Para reemplazar la mortificación corporal observó por largo tiempo la práctica de usar a raíz del cuerpo una camisa de cuero de cerdo con la parte velluda hacia dentro.
Estando una vez Clara gravemente enferma en la solemnidad de la natividad de Cristo, fue transportada milagrosamente a la iglesia de San Francisco y asistir a todo el oficio de los maitines y de la misa de medianoche, y además pudo recibir la sagrada comunión; después fue llevada de nuevo a su cama.5
Fortaleza espiritual
Clara, ante Francisco, se manifestaba débil y necesitaba consuelo y aliento pero en medio de sus hermanas era la madre revestida de fortaleza para defenderlas y protegerlas.Federico II mantenía una guerra contra el Papa y lanzó a los Estados Pontificios arqueros mahometanos, sobre los que no tenían ningún poder las excomuniones del Papa. En 1230, desde la cima de la fortaleza de Nocera, a corta distancia de Asís, los sarracenos cayeron sobre el valle de Espoleto y fueron a embestir el convento de San Damián. La entrada de los musulmanes en el monasterio significaba para las monjas no solo la muerte, sino probablemente la violación. Todas asustadas se acogieron en torno a Clara, quien se encontraba postrada en la cama debido a una gravísima enfermedad. Ella se hizo trasladar a la puerta del Convento, mandó a que le trajeran el cáliz de plata en el que se reservaba el Santísimo Sacramento y cayó de rodillas delante de Él, pidiendo el amparo del cielo para sí y sus hijas, cuenta la leyenda que del cáliz salió una voz como de un niño que le dijo “Yo os guardaré siempre”,6 tras lo cual se alzó de la oración. En ese mismo instante los sarracenos levantaron el sitio del monasterio y se fueron a otra parte.
Cuatro años más tarde, en junio de 1234, un milagro parecido impidió que las tropas de Federico capitaneadas, por Vital de Aversa, se apoderasen, no ya solo de San Damián, sino de toda la ciudad de Asís. Este acontecimiento es celebrado siempre por los asisienses como fiesta nacional.
El clímax de su fortaleza se demostró pletóricamente en la lucha que sostuvo por años con el Papa Gregorio IX a trueque de sostener la integridad del voto de pobreza. El pontífice quería convencerla que aceptara algunos bienes para el convento, como lo hacían las demás órdenes religiosas. A tal punto llegó la disputa que el Papa llegó a decirle que si ella se creía ligada por su voto, él tenía el poder y la obligación de desatárselo, a lo que ella replicó: “Santísimo padre, desatadme de mis pecados, más no de la obligación de seguir a Nuestro Señor Jesucristo”. Solo dos días antes de morir vino a obtener Clara, de Inocencio IV y a perpetuidad, el derecho de ser y permanecer siempre pobre.
Muerte de la santa
El verano del 1253 vino a Asís el Papa Inocencio IV para ver a Clara, la cual se encontraba postrada en su lecho. Ella le pidió la bendición apostólica y la absolución de sus pecados, el Sumo Pontífice contestó: «Quiera el cielo hija mía, que tenga yo tanta necesidad como tú de la indulgencia de Dios». Cuando Inocencio se retiró dijo Clara a sus hermanas: «Hijas mías, ahora más que nunca debemos darle gracias a Dios, porque, sobre recibirle a Él mismo en la sagrada hostia, he sido hallada digna de recibir la visita de su Vicario en la tierra».Desde aquel día las monjas no se separaron de su lecho, incluso Inés, su hermana, viajó desde Florencia para estar a su lado. En dos semanas la santa no pudo tomar alimento, pero las fuerzas no le faltaban.
Cuenta la leyenda que estando en el más hondo dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso dentro de la casa, era la Bienaventurada Virgen María. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado.7
Murió el 11 de agosto, rodeada de sus hermanas y de los frailes León, Ángel y Junípero. De ella han dicho: «Clara de nombre, clara en la vida y clarísima en la muerte».
La noticia de la muerte de la virgen conmovió de inmediato, con impresionante resonancia, a toda la ciudad. Acudieron en tropel los hombres y las mujeres al lugar. Todos la proclamaban santa y no pocos, en medio de las frases laudatorias, rompían a llorar. Acudió el podestá con un cortejo de caballeros y una tropa de hombres armados, y aquella tarde y toda la noche hicieron guardia vigilante, no sea que perdiesen algo de aquel precioso tesoro que está al alcance de todos. Al día siguiente se puso en movimiento toda la Curia: el Vicario de Cristo, con los cardenales, llegaron al lugar, y toda la población se encaminó hacia San Damián. Era justo el momento en que iban a comenzar los oficios divinos y los frailes iniciaban el de difuntos; cuando, de pronto, el papa dice que debe rezarse el oficio de las vírgenes, y no el de difuntos, como si quisiera canonizarla antes aún de que su cuerpo fuera entregado a la sepultura. Observándole el obispo Ostiense que en esta materia se ha de proceder con prudente demora, y se celebró por fin la misa de difuntos.
A continuación, sentándose el Sumo Pontífice, y con él la comitiva de cardenales y prelados, el obispo Ostiense, tomando como tema el de vanidad de vanidades, elogió en notable sermón a esta gloriosa despreciadora de la vanidad.
A continuación, los cardenales presbíteros, con devota diferencia, rodearon el santo cadáver y, en torno al cuerpo de la virgen, terminan los oficios de ritual. Al final, considerando que ni es seguro ni conveniente que tan inestimable tesoro quede a trasmano de los ciudadanos, en medio de himnos y cánticos, entre sones de trompeta y júbilo extraordinario, la levantan y la conducen con todo honor a San Jorge.
Este es el mismo lugar donde el cuerpo del santo padre Francisco había sido enterrado primeramente, como si quien le había trazado mientras vivía el camino de la vida, le hubiese preparado como por presagio el lugar de descanso para cuando muriera.
Muy pronto comenzó a acudir al túmulo de la virgen gran concurrencia de pueblo que alababa a Dios y clamaba: «Verdaderamente santa, verdaderamente gloriosa, reina con los ángeles la que tanto honor recibe de los hombres en la tierra. Intercede por nosotros ante Cristo, tú, primiceria de las Damas Pobres, que a tantos guiaste a la penitencia, a tantos a la vida».
Al cabo de pocos días, su hermana, Inés siguió a Clara a la muerte.
Representación y patronazgos
Tradicionalmente a Santa Clara se le representa con el hábito propio de las clarisas. Este consiste en un sayal marrón y un velo negro, sujeto con el tradicional cordón de tres nudos de cuyo cinturón sale un rosario.Los atributos tradicionales de la Santa son la custodia y el báculo. La primera derivada del enfrentamiento a las tropas sarracenas en 1230, siendo la primera vez que se la representó con este atributo en un fresco de San Damiano, actualmente bastante deteriorado, en el cual se ve a Santa Clara con el Santísimo Sacramento enfrentándose resoluta a los sarracenos que huyen despavoridos. El báculo proviene de haber sido Santa Clara abadesa mitrada.
Otro atributo característico lo constituye el lirio, flor que representa la pureza y la virginidad. En el cuerpo incorrupto de la santa expuesto en la Basílica homónima de Asís, Clara sostiene entre sus manos un lirio de metal precioso. Por su parte, en el escudo de las clarisas lirio y báculo se entrecruzan en sotuer (forma de X).
El 17 de febrero de 1958, el papa Pío XII declaró a Santa Clara patrona de la televisión y de las telecomunicaciones, producto del milagro por el cual la Santa pudo observar la misa de Navidad celebrada en la Porciúncula desde su lecho en San Damián. También es patrona de los clarividentes, de los orfebres, de la ropa sucia y del buen tiempo, motivo por el cual desde la Edad Media existe la tradición de que las novias ofrezcan huevos a Santa Clara para que no llueva el día de su boda.
Aparte de la Basílica de Asís, tiene santuarios importantes en Nápoles y Bari, en Italia, en la ciudad californiana nombrada en su honor y en la ciudad de Santa Clara, provincia de Villa Clara en Cuba, de cuya diócesis es patrona.
Bajo su patronazgo se encuentran seis ciudades argentinas, una mexicana, una salvadoreña y una española, más las dos ya mencionadas.
Oración de Santa Clara de Asís
Gloriosísima virgen y dignísima madre Santa Clara, espejo clarísimo de santidad y pureza, base firme de la más pura fe, incendio de perfecta caridad y erario riquísimo de todas las virtudes. Por todos los favores con que el Divino Esposo os colmó, y la especial prerogativa de haber hecho vuestra alma trono de su infinita grandeza, alcánzanos de la inmensa piedad que limpia nuestras almas de las manchas y de las culpas, y destituidas de todo efecto terreno sean templo digno de su habitación.También te suplicamos por la paz y la unidad de la Iglesia Católica, para que se conserve en su unidad de fe, santidad y costumbres que la hacen incontrastable ante los esfuerzos de sus enemigos.
Y si fuese para mayor gloria de Dios y bien espiritual mío cuanto pido por esta oración, vos como madre y protectora presentad mis deseos en el despacho divino, pues yo confío en vuestra bondad infinita que por vuestros méritos alcanzaré cuanto pido por esta oración, para su mayor honra y gloria.
Amén Jesús.
Véase también
Referencias
- ↑ Clara indigna ancilla Chistri et plantula beatissimi patris Francisci (Regla de Santa Clara, cap. I, en los Textus originales, Quarachi, 1897
- ↑ Frater Rufinus, consaguineus S. Clarae de nobilioribus civibus (Anacleta franc., III, 46
- ↑ Acta SS., II,p.755
- ↑ Regla de Santa Clara, cap. II
- ↑ a b Florecillas de San Francisco
- ↑ Vida de Santa Clara por Tomás de Celano
- ↑ M. Bartoli, Clara de Asís, Oñati 1992, p. 262.
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Clara de Asís.
- Santa Clara de Asís
- La Madre de la familia Franciscana
- Clara, su vida y sus obras
- Enciclopedia católica
Clara significa: "vida transparente"
"El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" -Santa Clara.
De sus cartas: Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo
Clara nació en Asís,
Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y
poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal,
era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el
Señor.
Desde
sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque
su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue
asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por
las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.
Ya
en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a
los seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor
por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de
ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Le llamaba
mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías
cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.
Su llamada y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la orden
La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís.
En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la
catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener
plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas
y bienes materiales. Al oír las palabras: "este es el tiempo
favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El
que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de
escoger..", sintió una gran confirmación de todo lo que venía
experimentando en su interior.
Durante
todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado
lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de
comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la
detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El toda su
fuerza y entereza.
Cuando
su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia
que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida
eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No
quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio
la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía
para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que
todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.
Clara
sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y
sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a
ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia
de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional
forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos
sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de
encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el
Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del
día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en
seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.
Santa
Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos,
empezando así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los
obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que
el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la
Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y
se consagra al Señor por manos de Francisco.
Empiezan las renuncias
De
rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las
riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración,
pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le
cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un
sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí
cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.
Para
Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se
convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a
los demás.
Días más
tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas
Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso
en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio.
Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad,
obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes,
San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro
monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su
hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión
de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa
Clara. Le sigue también su prima Pacífica.
San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia".
Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo
llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa
respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran
obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la
cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo
cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas.
Cuando
se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al
frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al
principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la
última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta
y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es
el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se
convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel
custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.
Desde
que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la
visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el
Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre
atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura
y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo
prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas, Las
Clarisas Pobres.
Sta.
Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles, y servir hasta en
lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo
testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al
llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.
Por
el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe
que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus
hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar de
ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.
Cuando
hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de
alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de
ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la
mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar
nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir
verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía
gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su
gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto,
lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a
sus hijas.
La
humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes
pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre
sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su
corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no
la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del
Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con
toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía
los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus
hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de
mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo
que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema
humildad.
"En
una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas,
quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora,
retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al
moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con
ternura el pie de la hermana y lo besó."
Con
su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al
Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza
era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor
anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por
fin fue otorgado por el Papa Inocencio III.
Para
Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas
perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la
visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en
el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió
nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del
Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la
Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.
La
vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo
aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de
tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de
las almas.
La pobreza
la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al
igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación
total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la
manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor
proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Siguiendo
las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa
Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase.
Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el
futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que
le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le
suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me
absuelva ni me libre de la obligación que tengo de
ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que
pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi
Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá
alimentar también a nosotros".
Mortificación de su cuerpo
Si
hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran
mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un
áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama
compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a
cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.
Los
ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía
hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su
cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y
los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y
todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que
la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear
solamente a su amado Jesús.
Por
su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su
salud, informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo
ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no
fuese menos de una onza y media.
La vida de Oración
Para
Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial
de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La
oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella
acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su
corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del
Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar
cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la
presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor
por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los
hombres.
Se postraba
rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas
brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y
soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del
demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del
oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan
ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y
encendido amor por el Señor.
Hizo
fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada.
Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos
son necesarios para la redención, "Sin el derramamiento de la Sangre de
Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no
rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de
los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y
sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese
equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa
Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
Milagros de Santa Clara
La Eucaristía ante los sarracenos
En
1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a
atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de
las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa
Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó
en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a
los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada
de terror que huyeron despavoridos.
En
otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían
destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo
Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.
El milagro de la multiplicación de los panes
Cuando
solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo
bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la
mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las
hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas
comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la
Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para
abastecer de pan a sus esposas pobres?"
En
una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día,
Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió.
Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de
recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tu la que bendigas
estos panes". Santa Clara le dice que sería como un irespeto muy grande
de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces,
le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella
bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la
Cruz impresa sobre todos los panes.
Larga agonía
Santa
Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando
todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su
lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la
visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de
ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".
Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.
San
Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del
santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la
Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me
dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me
consuelan".
El
10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser
religiosa, y dos días después de que su regla sea aprobada por el Papa,
se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla
bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando
el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o
completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que
contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes.
Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
El
Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de
su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que
con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el
camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos
y nos enseñan como rectificarlos.
Tras los pasos de Santa Clara en Asís
En la Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.
En
el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió.
Se entra al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se
observa la ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el
oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos
con el poder de la Eucaristía.
Hoy las religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.
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