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Alejandro el Carbonero, Santo |
Mártir y Obispo
Martirologio Romano: En Comana, en el Ponto (Armenia),
san Alejandro, de sobrenombre Carbonero, obispo, que a partir de
la filosofía alcanzó la eminente ciencia de la humildad cristiana
y, elevado por san Gregorio Taumaturgo a la sede episcopal
de aquella Iglesia, fue célebre no sólo por su predicación,
sino también por haber sufrido el martirio por el fuego
(s. III).
Cuando Alejandro vive la
historia que va haciendo día a día con su vida
corren tiempos de paz para la Iglesia. La tranquilidad del
momento parece haber desterrado para siempre a la persecución; del
amor a Jesucristo amasado en el riesgo, el miedo, la
huida, el pánico a la denuncia y la decisión última
de cambiar la vida presente por la eterna se va
pasando paulatinamente y casi sin advertirlo a un periodo de
baja tensión entre los cristianos, muchos de los cuales sólo
conocían a los mártires de oídas; entra pereza en bastantes
y se comienzan a detectar corrientes que tienden a procurarse
una manera de ser cristiano más cómoda, apoltronada y fácil.
Se descuida el esfuerzo para asistir a las vigilias nocturnas
al tiempo que aumenta el lujo y la preocupación por
los bienes terrenos.
En Asia Menor se ha hecho el cristianismo
la religión preponderante. En las regiones próximas a las riberas
del mar Negro la nueva doctrina se propaga como un
incendio; Frigia y Bitinia están completamente evangelizadas; la provincia del
Ponto, desde siempre refractaria al Evangelio, la abraza repentinamente con
un ardor sin antecedentes por la labor del misionero y
taumaturgo Gregorio, discípulo de Orígenes, obispo de Neocesarea, que sólo
encontró en la ciudad a diecisiete cristianos, cuando llegó a
principios del siglo. Con esfuerzo pudo alzar una iglesia en
el centro de núcleo urbano y logró en no mucho
tiempo un número tan elevado de conversiones que pronto comenzaran
a menguar los sacrificios y luego fueran las mismas gentes
las que acabaran destruyendo las imágenes de los ídolos. Ahora
ha subido su fama de santo y sabio como la
espuma y vienen de las ciudades próximas a pedir consejo
en la forma de organizar las iglesias.
Eso fue lo que
pasó con Comana. Muerto su pastor, necesitan reponer obispo y
quieren que presida Gregorio y sea él quien imponga las
manos al elegido. Eran los modos usuales en aquellos momentos;
presentados los candidatos por el clero local y por los
fieles, se procedía a la elección y los obispos presentes
lo consagraban como obispo. Parece que no dio entonces mal
resultado el método porque el mismísimo emperador Septimio Severo llegó
a proponer nombrar a los gobernadores romanos al estilo de
los cristianos con sus obispos, interrogando la opinión pública. En
Comana, alguien propone a un sabio letrado como candidato, otra
facción señala al penitente austero, un grupo da el nombre
de un rico propietario. Ante la falta de acuerdo en
señalar a un líder que pueda ser consagrado como pastor
de todos, el obispo Gregorio dirige la palabra a los
cristianos reunidos recordándoles que los Apóstoles no fueron ricos, ni
sabios, ni poderosos, pero tuvieron tanto amor al Señor que
sufrieron y murieron por Él; les anima a que tuvieran
en cuenta lo importante y necesario, dando de lado a
otros criterios y les pide que se pongan de acuerdo
en elegir a un hombre caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y
de limpias costumbres. Entre la muchedumbre se oyó una voz
clara, aunque insegura o más bien tímida: "Alejandro, el Carbonero".
A continuación se oyeron risas, carcajadas y comentarios. Gregorio lo
manda traer y al rato aparece un hombre de rudo
aspecto, alto, vestido con ropas de pueblo, tiene callosas las
manos, las cejas pobladas y el pelo revuelto. Se hace
un profundo silencio. El Taumaturgo ha fijado en él la
mirada y a aquella multitud expectante les dice: "Ahí tenéis
a vuestro obispo Alejandro". Primero estupefactos, luego protestones y finalmente
gritan con burlas a la decisión del obispo. Tiene que
calmar a las turbas y ponerles al corriente de lo
que ha pasado en poco tiempo: ha visto en los
ojos del carbonero su vida, fue en otro tiempo adinerado
y amigo de gastar en juergas el dinero, tuvo la
gracia de la conversión, hizo penitencia, estudió las enseñanzas de
los Apóstoles y decidió pasados los años volver con su
pueblo sin que nadie conociese su identidad para vivir honradamente
y haciendo buenas obras para reparar algo el mal ejemplo
que dio. "Ahora, ahí lo tenéis y tomadlo como obispo".
Y
bien que supo serlo: grave y paternal, consuelo de pobres,
alivio de enfermos, apoyo de vacilantes y fuerza para el
fervoroso; elocuente y sencillo, más tosco que elegante, pero claro
y sereno al reprimir los vicios.
Cuando llegó la persecución de
Decio, se reavivó en Comana la antigua exigencia cristiana. Y
mientras Gregorio tuvo que huir con los suyos a esconderse
en los desiertos porque no se fiaba de sus ovejas
-bien las conocía y las sabía faltas de raíces profundas-
tan fácilmente convertidas y bautizadas, su amigo y vecino Alejandro
el Carbonero daba su vida heróicamente por Jesucristo en un
ejercicio de sublime renunciamiento.
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