miércoles, 23 de octubre de 2013

Principio y Fundamento del Discernimiento cristiano



“Pese a lo que a veces puede oírse, el Discernimiento no es un invento de los jesuitas. Ni siquiera de San Ignacio. Aunque es evidente que San Ignacio contribuyó, a través de los Ejercicios Espirituales, a que se reconociera su importancia y se difundiera su práctica. Apurando mucho podríamos decir que el Discernimiento es tan antiguo como Adán y Eva: El árbol de la ciencia del bien y del mal bien podría decirse el árbol del Discernimiento. La necesidad de buscar el bien y distinguirlo del mal en este mundo, la necesidad de descubrir incluso más el bien que el mal, de distinguir entre lo bueno y lo menos bueno, entre lo más bueno y lo óptimo, a partir de indicios que nos vienen dados por la misma realidad desde fuera y que no son simplemente elegidos desde cada uno de nosotros..., todo esto me parece que es algo esencial, constitutivo, del ser humano como ser orientado a actuar con libertad y responsabilidad en relación con Dios, si es creyente, y en relación con el entorno y con los demás aunque no fuera creyente. Vivir actuando humana y responsablemente es vivir discerniendo en una u otra forma. No hablo todavía de lo específicamente cristiano; pero puede ser bueno empezar reconociendo que el discernimiento es una tarea permanente de todo hombre en toda situación. Esto como apunte inicial.
Pero hablemos ya específicamente del discernimiento cristiano. En la vida cristiana el discernimiento debiera ser una actitud básica y hasta particularmente característica.
Porque (pienso yo) lo central en la enseñanza práxica de Jesús es que no hemos de regular solamente nuestra conducta por sujeción a un código preestablecido, a un sistema de leyes morales o de prácticas religiosas y cultuales, sino por el ejercicio responsable de la libertad de hijos. Esto me parece algo central en el Evangelio, manifestado en la crítica que Jesús hace precisamente a los escribas y fariseos y a sus principios de regulación de la conducta por la mera observancia del legalismo y del cultualismo. (…)
La comunicación de Dios al hombre puede tener lugar a través de signos exteriores, pero también a través de mociones interiores personales, que pueden ser reconocidas como provenientes de Dios. En esto hay que insistir, porque incluso personas que se llaman teólogos pueden tender a pensar que todo lo que Dios ordena en el mundo lo hace exclusivamente, o bien a través de las causas segundas, o bien, en el nivel religioso, a través de lo que podríamos llamar inspiración oficial: la Escritura, la Biblia, el Magisterio, etc... Si fuera así, la vida cristiana consistiría sencillamente en intentar acoger la voluntad de Dios en tanto que manifestada en la acción de las causas segundas sobre nosotros, y en obedecer lo que decidan y manden las autoridades competentes. (…)
Los cristianos a quienes les ha sido prometido que el Espíritu de Dios se infundirá en sus corazones, debieran saber que los principios de la racionalidad ética, o los de la moral general, o los de la obediencia eclesial..., son ciertamente necesarios, pero no suficientes para un adecuado conocimiento y cumplimiento de lo que Dios quiere de cada uno aquí y ahora. Es claro que un cristiano no puede contentarse con cumplir lo mandado; mucho menos si se trata de "los que más se querrán affectar y señalar" [EE 97].
El cristiano por principio ha de contar con que Dios puede y quiere manifestar determinadas voluntades singulares para él, que van más allá de lo que se puede prescribir en la moral general o en la racionalidad cristiana, que sólo pueden prever lo general y universal. De manera que la voluntad de Dios no puede adecuadamente deducirse o computarse ni a partir de los hechos constitutivos del mundo o del ser humano, ni siquiera a partir de una dimensión religiosa, legal o ética. Esto implicaría verlo todo sólo desde la religiosidad general y desde la ética general, dejando de creer en la relación libre de Dios en su disponer de la salvación y santificación concreta de cada uno y negando prácticamente una presencia concreta de Dios en nuestro mundo en la efusión del Espíritu a todos y a cada uno de nosotros.”

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