La palabra griega “icono”, empleada en todas las lenguas europeas, significa imagen, figura, representación. Pero ¿Se puede representar a Dios que es invisible?
Nosotros sabemos que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, nuestro Señor Jesucristo, Dios perfecto y hombre perfecto, vino a la tierra, y los hombres lo han tenido cerca y que por esto puede ser representado. Nosotros podemos también representar a la Santa Virgen, a los santos y a los ángeles que se han aparecido a los hombres.
La tradición cuenta que el primer icono tuvo un origen milagroso y no fue hecho por mano de hombre. El Señor, él mismo, envió al rey de Edesa que estaba enfermo la representación de Sus rasgos sobre una tela. Desde esta época, las copias de estos rasgos divinos llevan el nombre de “Icono no hecho por mano de hombre” o de “Imagen sobre la tela”. Una de las más veneradas de estas copias se encuentra en la Catedral de Laon y ha sido traída del Oriente en la edad media.
La tradición relata que los primeros iconos de la Santa Virgen fueron pintados por el evangelista san Lucas.
Así como en la oración nosotros nos elevamos a Dios, es por el icono y a través del icono que nosotros nos esforzamos en representar la vida celestial, el cuerpo transfigurado, prometido en la vida eterna.
Hay una profunda diferencia entre un cuadro religioso y un icono. El primero representa de una manera por así decirlo terrestre, un tema sacado del Antiguo o del Nuevo Testamento. El icono, por el contrario, trata los mismos temas espirituales con su sentido profundo, en la luz de la transfiguración de la materia.
Es necesario, por otra parte, que la imagen sea santificada por la Iglesia, es decir que la Iglesia la reconozca como Icono. La Iglesia bendice a los Iconos que transmiten a los fieles una visión del más allá, un vínculo palpable con la Iglesia triunfante que va a recordar, a los cristianos que miran este Icono, su destino y su deber de cristianos.
El sacramental de la bendición del Icono tiene la invocación al Espíritu Santo, quien es el guía y piloto de la Iglesia.
Si la iglesia como edificio representa el cielo sobre la tierra, el Icono es una parte. Es en alguna manera el don de la iglesia, su bendición, que debe santificar y cuidar nuestro hogar, nuestra casa. Él nos recuerda por otro lado la vida de aquel que representa y que debe servirnos de ejemplo.
Nosotros no veneramos la madera, ni la materia, sino a aquel que está representado en el Icono.
Durante mucho tiempo, la veneración de los santos Iconos fue admitida por toda la Iglesia, pero en el siglo séptimo, sobre todo por la influencia del Islam (que no admite ninguna representación de Dios) y de las conquistas árabes, una lucha abierta se desencadena contra las santas imágenes. Por momentos, más de la mitad de la Iglesia fue conquistada por la herejía iconoclasta. La victoria de la verdadera fe no ocurre hasta el VIIº Concilio ecuménico en 787.
La Iglesia celebra el primer domingo de la Gran Cuaresma, la “Fiesta de la Ortodoxia” y de la victoria sobre el iconoclasmo. Ella conmemora a todos aquellos que han contribuido a la restauración del culto de los iconos y proclama los anatemas contra los herejes que niegan los dogmas cristianos.
La veneración de los santos Iconos está ligada, para un ortodoxo, a la veneración de la santa Cruz, no del Crucifijo, sino de la Cruz, símbolo de la victoria sobre el mal y el pecado. Así, si cada ortodoxo debe poseer un Icono de su santo, del santo del cual lleva el nombre, el cual debe ser no sólo su protector, sino su ejemplo en la vida, todos los ortodoxos llevan una cruz al cuello, signo de su santificación por el bautismo y símbolo del yugo de Cristo.
El ícono ortodoxo es un misionero de la belleza espiritual y de la paz religiosa. Él viene conquistando, desde hace algún tiempo, el mundo cristiano sediento de visiones celestiales, y es por el Icono que el mundo occidental comenzó a penetrar en el alma de la Iglesia Ortodoxa y a comprender sus aspiraciones.
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