El icono representa no la carne corruptible destinada a la descomposición, sino la carne transfigurada, iluminada por la gracia, la carne del siglo venidero (1 Co 15, 35-46). Éste transmite por los medios materiales, visibles a los ojos carnales, la belleza y la gloria divina. Es por esto que los Padres decían que el icono es venerable y santo precisamente porque transmite el estado deificado de su prototipo y lleva su nombre. Es por esto también que la gracia, propia de su prototipo, se encuentra allí presente. Dicho de otra manera, es la gracia del Espíritu Santo que suscita la santidad tanto de la persona representada como de su icono, y es por ella que se obra la relación entre el fiel y el santo por intermedio de su icono. El icono participa, por así decirlo, de la santidad de su prototipo y por el icono, nosotros participamos, a su vez, de esta santidad, por la oración.
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