domingo, 27 de octubre de 2013

En el corazón del desierto



 



El texto a través de los siglos

En la lectura de los dichos de los padres del desierto, se puede percibir la geografía áspera, árida, que rodeaba a aquellos ancianos. Sus palabras son secas y sin conexión, casi incomprensibles fuera del contexto histórico y espiritual que les ha dado origen. Es también una de las razones por las cuales los dichos escapan a cualquier datación precisa. Sin embargo, si no podemos hablar de fechas exactas, si podemos indicar un desarrollo literario. Puede ser útil, para esta consideración, hablar de tres estadios significativos en el desarrollo de estos dichos, a los cuales podremos agregar un cuarto.

El primer estadio es la transmisión de los dichos o aforismos a los visitantes que se acercaban a los ancianos del desierto. Los dichos constituyen un género literario que surge al inicio del siglo IV entre los ascetas del desierto de Egipto, Siria y Palestina. Originariamente, representan una tradición oral: “¡eran, precisamente, dichos”! Además, inicialmente eran transmitidos en copto, griego, siríaco y latín. La gente viajaba a lo largo y a lo ancho para llegar hasta estos habitantes del desierto, en busca de su consejo y su oración. Por esto, los dichos surgieron de aquellas palabras espontaneas ligadas a actos dignos de contar de aquellos ancianos, escritos con el fin de edificar e imitar, y recordarlos de generación en generación de discípulo a discípulo.

El segundo estadio es la transmisión de los dichos de los ancianos de una tradición oral a una escrita. Este desarrollo se realizó alrededor de finales del siglo IV y, probablemente, al inicio del siglo V. Es entonces cuando los dichos empiezan a perder algo de su espontaneidad y se vuelven un poco más estáticos. Se comienza desde aquel momento a perder de vista el elemento personal que hacía a aquellas palabras brillar. Más específicamente, lo que se opacó, fue el proceso y la lucha que en el origen dieron forma a aquellas palabras. Además, si bien la mayor parte de los monjes y de las monjas fueron coptos –es decir nativos de Egipto- sus dichos fueron en su mayoría conservados en lengua griega.

El tercer estadio es el desarrollo de estos dichos desde el nivel de la pura transliteración al de la transmisión escrita mediante una elaboración editorial. Esto sucede hacia la mitad del siglo V, cuando comienzan a aparecer diversas colecciones de dichos. Más allá de la colección alfabética  (que está a la base de nuestra reflexión) aparecen también colecciones anónimas, colecciones sistemáticas (organizadas por título, como oración, humildad, obediencia, etc.), como también numerosas colecciones locales. Este es el estadio de la recolección, de la corrección y de la copia. Es el período de la sistematización y revisión, en el cual poco o nada está asentado sobre los modernos presupuestos de meticulosidad o fidelidad. La “verdad objetiva” que cuenta es siempre la relación vital entre un anciano y un discípulo.

Un estadio posterior que debería ser agregado a los tres anteriores es el largo período que nos separa de los dichos. Alrededor de mil quinientos años después, nosotros vivimos de un modo muy distinto y hablamos un lenguaje bastante diferente. Los padres y las madres del desierto no tienen acceso a soluciones “preconfesionadas” o a muchos de los recursos técnicos modernos. No conocen el azúcar ni la aspirina. No tenían anteojos ni dentífricos. Eran además limitados en lo que respecta al material de lectura: ¿cuántos libros uno puede llevar consigo al desierto? Nacer o morir no eran cuestiones de médico o de hospitales. Y viajar era difícil y peligroso. Si hablan de trayecto o camino estos comportaban connotaciones particulares. Su mundo era pequeño, si bien les debía parecer enorme. Y su centro era cualquier parte del Mediterráneo. También la tierra era, a su vez, el centro del universo. Incluso su comprensión del monaquismo difería de la nuestra. En la época, las expresiones de vida monástica estaban organizadas de forma elástica y flexible, teniendo un contacto escaso con el mundo exterior y aún menos disponibilidad de información.

Si bien, en su tiempo, visitaban aquellas tierras personas proveniente de todo el mundo. Los viajeros realizaban exclusivamente el trayecto desde Palestina a Egipto con el único fin de visitar a estos simples ancianos del desierto. Ya desde la mitad del siglo IV, entre los peregrinos más conocidos se cuentan a Jerónimo y Rufino, a Paladio y Evagrio, como también a Juan Casiano [1], quien luego transmitió al occidente esta tradición monástica.

Hacia finales del siglo IV, toma inicio un movimiento en sentido inverso, desde Egipto a Palestina. Trescientos monjes dejaron definitivamente Egipto para ir hacia el Sinaí, Jerusalén y las regiones alrededor del mar muerto. Algunos de ellos llegaron hasta Asia menor. Desde el año 380 en adelante, especialmente en el curso del siglo V, los habitantes del desierto egipcio dirigieron también sus pasos hacia las regiones cercanas de Gaza, conocidas tanto por su fertilidad como por su soledad.

Los factores decisivos para semejante masiva emigración monástica parecen ser, en un nivel más personal y religioso, la muerte de los dos Macarios –el Egipcio en el 390, y el Alejandrino en 393- y, en un nivel más político y social, las persecuciones de los intelectuales y de los origenistas seguida a la condena de ellos por parte de Teófilo de Alejandría en el 399 [2]. La primera generación de habitantes del desierto llegaba a su fin, y sus monjes sucesores buscaron nuevos lugares en los cuales instalarse.

En aquel momento, entre el 380 y el 400, abba Silvano, palestinense de nacimiento y uno de los más renombrados ancianos del desierto egipcio, se trasladó con sus doce discípulos por un breve tiempo al Sinaí y después a Palestina. En Escete, el abba vivió con sus discípulos de una manera semieremítica [3], con celdas esparcidas alrededor de una hospedería y una iglesia central en la que se celebraba el culto el día sábado y domingo. El mismo estilo de vida adoptó cerca de Gerara, en Palestina, donde el grupo se estableció a posteriormente.

De hecho,  la franja panorámica a lo largo del Mediterráneo, entre Thawata, Maiuma y Ascalon, cerca a la conocidísima región de Gaza, se convirtió rápidamente en una encrucijada estratégica para cuantos venían desde el norte y desde el sur en busca de Dios “por los desiertos, sus montes, entre las cavernas y las cuevas de la tierra” (Hebreos 11, 38). Gracias a su posición privilegiada – en términos geográficos, climáticos e históricos- Palestina debía revelarse como un notable lugar particularmente adaptado para recibir y dar continuidad al monaquismo cristiano hacia fines del siglo IV. Su accesibilidad por mar y por tierra, su proximidad con Egipto, Siria y Tierra Santa, también su importancia en la época helenística y romana, permitieron a la región palestina que rodeaba Gaza proveer un refugio crucial a las  expresiones particulares del monaquismo, ofreciendo nuevas perspectivas a los cristianos mediante la tradición espiritual e intelectual del fenómeno monástico.

***

¿Por qué, pues, los dichos de los padres del desierto ejercen aún una importante influencia y atracción sobre las personas que los leen? San Agustín leyó la descripción de Antonio hecha por Atanasio y fue “inflamado” [4].

Ciertamente, ha habido, en los años recientes, una gran cantidad de publicaciones –sea académicas como divulgativas- sobre las palabras y la sabiduría de estos abba y amma. Quizás a causa de la tarea asumida por estos eremitas; quizás a causa de su convicción interior; quizás porque su espiritualidad ha sido apreciada como “terrena”, no demasiado especulativa o abstracta.

Ciertamente, sus dichos son sorprendentes desde muchos puntos de vista. Incluso chocantes, desde otros. Yo creo que las palabras de estos ancianos rompen las estructuras de complejidad y racionalización con las cuales a menudo obstaculizamos y trastocamos nuestras vidas.

Sus vidas parecen de algún modo individualizar los focos de muerte de nuestras existencias, permitiéndonos de ese modo empezar realmente a vivir. Lo que en efecto nos dicen en la mayor parte de los casos es muy simple: ¡sé aquel que estás llamado a ser!

Uno de los padres preguntó a abba Nesteros el Grande, el amigo de abba Antonio: “¿Qué obra buena debo cumplir?” Él le dijo: “¿No son pues iguales todas las acciones?” La Escritura dice que Abraham era hospitalario, y Dios estaba con él. David era humilde, y Dios estaba con él. Elías amaba la paz interior, y Dios estaba con él. Por esto, haz todo aquello que veas que tu alma desea según la voluntad de Dios, y custodia tu corazón.” [5]




 
[1] Con respecto a Casiano, tenemos información en la misma colección alfabética de los dichos (cf. Casiano 1). Sobre las colecciones de los dichos, cf. Stewart, The World of the Desert Fathers, Fairacres Press, Oxford 1986; sobre el desarrollo del paso de la cultura oral a la escrita, se ve también P. Rousseau, Ascetics, Authority, and the Church, Oxford University Press, Oxford 1978, especialmente las páginas 68-76.

[2] Este Teófilo es mencionado en los dichos (cf. El capítulo “El poder del desprendimiento”, infra, pp. 115-122)

[3] Cf. Infra, c. 2, pp. 25-31, “La época de los padres y de las madres del desierto”.

[4] Agostino, Confessioni VIII, 6, 15, a cargo de C. Carena, Città Nuova, Roma 1965, p. 233; cf. Además, ibid VIII, 12, 29.

[5] Nisteroo 1.

No hay comentarios: