domingo, 27 de octubre de 2013

En el corazón del desierto


 




Modelos del camino espiritual


Hay una oración eucarística del siglo IV, atribuida a Serafión de Thmuis que expresa lo que para los primeros cristianos era el núcleo central de la experiencia de fe, y además, lo que tal experiencia significaba para ellos. La oración se dirige a Dios: “Te suplicamos que nos hagas realmente vivos” [1].

Todos nosotros conocemos el deseo profundo de estar realmente vivos. Todos hemos sentido la necesidad de ser algo más que “simples sobrevivientes” o “simples observadores” en nuestro mundo. A través de los siglos se ha tenido esta misma esperanza, este mismo sueño. A veces estas esperanzas y estos sueños han sido y son aún guardados en lo íntimo, silenciosamente. Otras veces han sido proclamados al exterior, públicamente. Es más, han confluido en narraciones y dichos, transmitidos de generación en generación, permitiéndonos a cada uno de nosotros entrar en contacto con su contenido de verdad de modo personal y algunas veces paradójico. Por esto, las aspiraciones más nobles de los seres humanos se pueden discernir en cualquier parte, o al menos en cualquier lugar donde las personas hayan vivido y hayan buscado con honestidad.

Si estamos dispuestos a ir en búsqueda de estos auténticos seres humanos a través de la historia, entonces los descubriremos, a veces, en lugares inesperados y en figuras no convencionales. Un lugar donde hombres y mujeres buscaron intensamente el sentido profundo y la plena medida de la existencia humana fue desde luego el desierto egipcio de la primera cristiandad. Aquel árido desierto, a partir del siglo III hasta casi finales del IV, se convirtió en el laboratorio en el cual explorar las verdades escondidas celestiales y terrenas, y también un lugar en el cual se intentaba trazar entre ellas algunas conexiones. Los eremitas que vivieron en aquel desierto experimentaron y exploraron los aspectos significativos del ser humano, con todas las tensiones y las tentaciones, toda la lucha al límite de la supervivencia, todos los encuentros con el bien y los encuentros con el mal. Al hacerlo, algunos de ellos cometieron muchos errores. Otros cometieron menos. ¿Quién ha afirmado alguna vez que a las preguntas de la vida se les dé una respuesta clara y simple? Sin embargo, estos hombres y estas mujeres osaron forzar los límites, desafiar las normas. Sus preguntas y las respuestas que se dieron las encontramos en algunas colecciones de aforismos, o “dichos”, apophthégmata, como son llamados en el original griego.

Hay algo más, además, que estos “dichos” traen a la luz. Los padres y las madres que vivieron en el desierto egipcio nos recuerdan la importancia del contar, que por otra parte hemos olvidado en nuestra época. Escuchar sus palabras y sus dichos, meditarlos en el silencio y luego contarlos a otros, ayudaba a nuestros antepasados a vivir humanamente, a ser más humanos, a permanecer verdaderamente vivos. Estas narraciones y dichos eran medios por los cuales los ancianos del desierto mantenían un sentido de continuidad con su mismo pasado, conservando vivo al mismo tiempo incluso el vínculo con las generaciones futuras. Los relatos  representan una forma crucial de comunicación para las personas de todas las épocas y de todo lugar. Han tenido un rol formativo en períodos de gran alfabetización como también de analfabetismo, gracias a su capacidad de trascender las barreras de la edad, de la educación, del estatus social y de la cultura. Un buen día, perdimos el interés en confrontarnos con estos relatos, y también la capacidad de escucharlos, comprenderlos y narrarlos. En cierto punto, la vida se ha vuelto más rápida, y las personas menos tolerantes a cuanto se da solamente con el tiempo y con dolor, con escucha y con paciencia. Los relatos que nos llegan del desierto egipcio, no son simplemente una parte del pasado cristiano, sino algo más. Son parte de nuestra herencia humana: comunican valores eternos, verdades espirituales. El suyo es un silencio del corazón profundo y de la oración intensa, un silencio que atraviesa los siglos y las culturas. Deberemos frenarnos para escuchar aquel latido del corazón.

Algunas veces, en realidad, nos será necesario inclinarnos para poder percibir los sonidos que provienen de su pasado. Ya que, al presentarnos algunos modelos del camino espiritual, recurren a modalidades peculiares y a ejemplos extraños. De hecho, estas narraciones y dichos no ofrecen simplemente modelos a imitar, sino testimonios de una plenitud y de una libertad a la cual todos aspiramos. Estos relatos aparecen ciertamente extremos en algunos aspectos y excéntricos en otros. El estilo de vida de aquellos habitantes del desierto era radical y en muchos aspectos iconoclastas […] Sin embargo, estos son al mismo tiempo, y por esta misma razón, absolutamente reparadores y plenamente liberadores.

En efecto, si bien puede no ser inmediatamente evidente para todos de qué modo entrar en contacto con las palabras y los modos del desierto, sin embargo cualquiera que haya experimentado algún aspecto del “desierto”,  como por ejemplo alguna forma de soledad, o bien de fracaso, derrumbamiento o ruptura –sea emotivo, físico o social- será capaz de establecer las conexiones necesarias. Cada uno de nosotros ha conocido tiempos de sequedad, momentos estériles y áridos en los cuales esperamos descanso y lluvia, en los cuales permanecemos en la espera de esperanza y de vida. Son justamente estas experiencias las que constituyen el contexto en el cual somos invitados a leer y a apreciar las palabras de nuestros antepasados. Podría no ser fiel a la espiritualidad del desierto, o totalmente injusto el acercamiento que hagamos a los ancianos del desierto, si considerásemos su radical retirarse del mundo y la mirada reconfortante sobre ellos a través de los lentes de nuestros sufrimientos y heridas. Si esto pareciese disminuir su unicidad, entonces haríamos bien en recordar que los padres y las madres del desierto probablemente no se habrían asombrado para nada de tal perspectiva. En primer lugar, ellos esperaban que las personas se acercaran a ellos con espontaneidad, tal como eran. Y, en segundo lugar, exigían que las personas se abriesen a ellos con sinceridad, tal como vivían. Nuestros sufrimientos, nuestras heridas tienen una eficacia notable para abrir la puerta a la autenticidad.

Lo que se requiere, entonces, no es una árida imitación del comportamiento y de los ideales de los padres y de las madres del desierto. Sino más bien, acercarnos a sus relatos es una invitación a encontrar la longitud de onda apropiada, aquella frecuencia sobre la cual somos tocados y transformados por sus dichos. Los Dichos de los padres del desierto [1] no son ni un informe biográfico de las vidas de los eremitas, ni una registración histórica de sus enseñanzas. El concepto de “objetividad” no constituía la preocupación principal de cuantos entraban en el desierto egipcio. Más bien, las palabras de estos eremitas egipcios se asemejaban a destellos de luz, a centellas de fuego. Y el lector no debería ser ni excesivamente impresionado ni tampoco distraído por comentarios. Sino, por el contrario, quien lee debería ser iluminado, inflamado. Es crucial permanecer suficientemente abiertos, ser suficientemente vulnerables a su austero pero no obstante sugestiva amonestación.

Cuando los visitantes, laicos o eremitas, llegaban a Egipto con el objetivo de encontrar a uno de estos habitantes del desierto, siempre preguntaban: “Abba, dime una palabra”, o bien: “Dime una palabra, amma, cómo puedo ser salvado”, o también: “Abba, dime una regla de vida” [2]. Abba es el término copto para padre o anciano. Su correspondiente en griego es ghéron. También un peregrino podía buscar el consejo de una amma, una madre espiritual. El contexto fundamental interno en el cual las palabras -y quizás en el que también deberían ser recibidas en el presente- de los abba y de las amma han sido registradas en el pasado es la relación entre el padre o la madre espiritual y el hijo espiritual o el discípulo. Más adelante se dirá algo más con respecto a esta relación. Por el momento, deberemos pensar en los dichos como en mitos. Leerlos como relatos que tienen su poder, cada uno dotado de un significado interior o de un secreto o de un mensaje.

El fin no es la imitación, sino la inspiración. Deberemos resistir a la tentación de dejar de lado a estos ancianos como si fuesen anacrónicos. Como también a la tentación de aceptar sus palabras y su mundo con un rosado romanticismo. Detrás de estos relatos hay mucho más que una figura histórica que vivió ya hace muchos siglos. Detrás de estos dichos y de estas historias está oculto el rostro mismo de Dios, que habla a cada uno de nosotros en el presente y por toda la eternidad. En cierto sentido, los dichos de los padres del desierto no son un texto del pasado, del siglo IV o V. Se podría describirlo como un libro escrito para la época futura. Ellos hablan a nuestra época presente: hablan de la experiencia de una nueva vida, de una plenitud de la vida o de una vida renovada.

*

La colección alfabética de los dichos de los padres del desierto nos ofrece los perfiles personales de ciento veinte abba y tres amma. En total, hay mil doscientos dos dichos atribuidos a estos ancianos. En las páginas que siguen, los citaré abundantemente. El propósito de este libro es de introducir a los lectores al mundo y al pensamiento de los primeros padres y de las primeras madres del desierto, permitiendo algunas conversaciones informales con algunas de entre sus figuras más representativas sobre los principios fundamentales de sus pensamientos y de su estilo de vida. No colorearé ni me esforzaré en revestir sus afirmaciones con el fin de hacerlas más apetecibles o digeribles. Sería injusto en la confrontación con ellos y falso respecto a su mundo […] Más bien, dejaré que estos ancianos sabios hablen en primera persona, reorganizando sólo sus palabras en categorías que puedan sernos hoy más familiares. Es por este motivo que habrá abundantes citas de los dichos mismos. Para comprender el fenómeno del desierto, es importante escuchar a los que han transcurrido allí sus vidas. O más bien, que han renunciado a sus vidas para hacerse presentes en aquella experiencia. Si bien el contenido del libro no intenta ser estrictamente académico, no obstante su contexto es evidentemente de estudio. Desde aquí la invitación al lector a seguir las sucesivas referencias sobre los argumentos específicos presentados. La notable y reciente investigación literaria, así como los crecientes testimonios arqueológicos sobre el lugar en el cual el fenómeno surgió, ha sido capaz de reconstruir numerosos aspectos, proveyendo a los estudiosos las dimensiones religiosas, sociales, políticas, culturales y artísticas de este período de la historia cristiana. Por esto, como quizás nunca se haya verificado anteriormente, actualmente es posible explorar estos dichos y entrar en contacto con estos ancianos de modo totalmente vivo y personal.

Si el fondo de este libro (su esqueleto) es el estudio, su intención (su corazón) es ciertamente espiritual. En efecto,  si es verdad que es abundante el número de perfiles ofrecidos en los dichos, sin embargo todos ellos nos ofrecen esencialmente un único perfil: el perfil de las cosas significativas de los seres humanos. Esta imagen aparecerá a veces espantosa en algunos autores; en otras ocasiones, la misma imagen podrá aparecer confortante. Ella, sin embargo, será casi siempre reconocible para cada uno de nosotros. A fin de que esto suceda, tenemos necesidad de permanecer sentados silenciosamente en compañía de estos dichos. Debemos entrar en nuestro desierto personal de quietud y retiro, y prestar una gran atención a las palabras y a los significados que esconden. Mi intención no es el de hacer que los dichos sean pertinentes a nuestro tiempo y a nuestro modo de vivir  -ejercicio que se revela a menudo pueril, y que no hace más que distorsionar el texto originario cometiendo una injusticia sea en su confrontación como en nosotros- sino que será más bien el de poner a nuestro tiempo y a nuestro modo de vivir en relación con los dichos. Al hacerlo tendré presente las palabras de abba Poemen:

Buena es la experiencia; en efecto, ella pone a prueba a la persona. [3]

Abba Poemen dijo además: “Quien enseña sin hacer lo que enseña es semejante a una fuente, que limpia y refresca a todos, pero no es capaz de purificarse a sí misma.” [4]

La mayoría de los dichos, de hecho, son atribuidos a este abba. Hay cerca de doscientos nueve dicho que están bajo su nombre. El nombre “Poemen” deriva de la palabra griega poimén que significa “pastor”, lo que podría explicar la razón por la cual gran parte de los dichos hayan podido, en un primer momento, ser reunidos bajo este nombre genérico.

Poemen considera además que enseñar sin hacer, predicar sin practicar, es signo de hipocresía:

Un hermano pregunta al abba Poemen: “¿Qué es ser hipócrita?”
El anciano le responde: “Un hipócrita es uno que enseña a su prójimo algo, sin hacer ningún esfuerzo por realizarlo él mismo.” [5]

Al mismo tiempo, sin embargo, conforta otro dicho de este compasivo anciano:

Un hermano dijo a abba Poemen: “Si ofrezco a mi hermano un poco de pan o de alguna otra cosa, ¿Qué sucede si los demonios estropean estos dones diciéndome que esto ha sido hecho solo con el fin de complacer a las personas? El anciano le dijo: “Aunque fuese para complacer a las personas, estemos siempre dispuestos a ofrecer cuanto podamos.” Les contó la siguiente parábola: “Dos campesinos vivían en la misma ciudad. Uno de ellos sembraba y segaba solo una pequeña y pobre cosecha, mientras que el otro ni siquiera sembraba y no cosechaba absolutamente nada. Si sobreviene una carestía, ¿cuál de los dos encontrará algo de lo cual vivir?” El hermano respondió: “Aquel que ha segado la pequeña y pobre cosecha”. El anciano le dijo: “Así es para nosotros: sembramos un mísero grano, para no morir de hambre”. [6]

Este libro ha sido escrito con la intención de sembrar una pequeña y pobre cosecha.




[1] Este texto, en la llamada “colección alfabética”, es la base casi exclusiva de mis observaciones. Cito en las notas a pie de página simplemente el nombre del anciano y el número del dicho en esa colección. Sin embargo, he también modificado, frecuentemente y significativamente, la traducción inglesa de Benedicta War (The Sayings of the Desert Fathers. Alphabetical Collection, Cistercian Publications, Kalamazoo, 1975) en base a mis interpretaciones del original griego. (La presente traducción ha sido efectuada sobre el texto inglés. La edición completa de la colección alfabética de los apotegmas en italiano está disponible en Vita e detti dei padri del deserto, a cargo de L. Mortari, Città Nuova, Roma 1996; se puede ver también Detti editi e inediti dei padri del deserto, a cargo de S. Chialà y L. Cremaschi, Qiqajon, Bose 2002 – N.d.T)

[2] Sisoes 35, Antonio 19 y Elías 8.

[3] Poemen 24

[4] Poemen 25

[5] Poemen 117.

[6] Poemen 51

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