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Tarsicio, Mártir |
Mártir
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Calixto, en
la vía Apia, conmemoración de san Tarsicio, mártir, que por
defender la santísima Eucaristía de Cristo, que una furiosa turba
de gentiles intentaba profanar, prefirió ser inmolado, muriendo apedreado antes
que entregar a los perros las cosas santas (c. 257).
Murió mártir durante la persecución de
Valeriano. Su figura de niño héroe cristiano ha servido de
estímulo y ejemplo durante dieciocho siglos a las generaciones de
bautizados desde que han ido despertando a la fe. Su
generosidad en la ayuda al prójimo y su disposición al
servicio, impregnado de un amor generoso a Jesucristo en la
Eucaristía han ayudado a la fantasía de los creyentes posteriores
a renovar su veneración al Santísimo Sacramento. También los mayores
han aprendido de él a vivir con coherencia la fe
eucarística y a vigorizar las actitudes de adoración y culto
que secularmente han practicado los discípulos del Señor.
El relato de
los hechos con todos los rasgos de verosimilitud histórica es
así:
Los cristianos no podían vivir la fe con manifestaciones externas.
No tenían derecho a expresar la jubilosa explosión de felicidad
que tenían dentro por saberse hijos de Dios con un
culto externo. Era preciso esconderse para alabar al único Dios
verdadero como discípulos del Señor Jesucristo; por no disponer de
locales amplios donde pudieran reunirse, lo hacían a la orilla
del Tiber, en los cementerios. Galerías largas y muy entrecruzadas;
de vez en cuando se ve una lámpara encendida donde
recordaban que se encontraba el cadáver de un mártir, la
lámpara era la señal. Ellos conocían bien los largos corredores
y los múltiples vericuetos; allí, en un ensanchamiento han tenido
el buen gusto de poner en la piedra alguna inscripción
y la figura del Pastor cargando una oveja en sus
hombros; más adelante, en otro lugar, puede verse en la
roca algo que se parece a un cestillo lleno de
panes y peces; son símbolos de una historia pasada que
se hace viva cada domingo y da más vida, alegría
y fuerza a los discípulos de Jesús. Ahora se ve
una especie de sala espaciosa, agrandada por las galerías que
en ella convergen, donde hay una mesa grande cubierta por
manteles muy blancos, con unos cirios encendidos sobre unos candelabros
de plata o al menos, así lo parece.
Es un día
especial. Sixto es el sacerdote; sí, lo nombraron como sucesor
del pontífice Esteban al que habían matado los perseguidores. Todos
cantan salmos, en medio de un gran silencio se leen
algunos trozos del Evangelio y hace Sixto una sabia reflexión.
El diácono Lorenzo pone pan y vino sobre la mesa
y el anciano sacerdote comienza la fórmula de la consagración.
Antes de comulgar todos se dan el ósculo de la
paz.
Poco antes de dispersarse hay un recuerdo para los encarcelados;
son los confesores de la fe; no han querido renegar;
aman a Jesús más que a sus vidas. Es conveniente
rezar por ellos y ayudar a sus familiares en la
tribulación. Es también preciso hacerles partícipes de los santos misterios
para que le sirvan de fortaleza en la pasión y
en los tormentos.
¿Quién puede y quiere afrontar el peligro? Hace
falta un alma generosa. Todos quieren; lo piden con los
ojos: ancianos, maduros, mujeres y muchachas jóvenes con el rostro
cubierto con un velo. Delante del nuevo papa Sixto un
niño ha extendido la mano; hay cierta extrañeza en el
sacerdote que parece no comprender tamaña decisión, a simple vista
disparatada. "¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará con mis
pocos años".
Jesús eucaristizado es envuelto en un fino lienzo y
depositado en las manos del niño Tarsicio que sólo tiene
once años y es bien conocido en el grupo por
su fe y su piedad; no se ha amilanado en
la furia de la persecución por más que vió aquella
noche cómo mataban al papa Esteban mientras hacía los misterios
del Señor.
Por entre las alamedas del Tiber va como portador
de Cristo, se sabe un sagrario vivo, es una sensación
extraña en él -entre el gozo y el orgullo- que
nunca había experimentado. Pasa, sin saludar, embelesado con su tesoro.
Unos amigos le invitan a participar en el juego; Tarsicio
rehúsa; ellos se le acercan; Tarsicio oprime el envoltorio; le
hacen un cerco y llega la temida pregunta: "¿Qué llevas
ahí? Queremos verlo". Aterrado quiere echar a correr, pero es
tarde. Lo agarran y fuerzan a soltar el atadijo que
cada vez agarra con más tesón y fuerza, lo zarandean
y lo tiran al suelo, le dan pescozones y puntapiés
pero no quiere por nada del mundo dejar al descubierto
al Señor; entre las injurias y amenazas acompañadas de empellones
y puños, Tarsicio sigue diciendo "¡Jamás, jamás!". Uno de los
que se ha acercado al grupo del alboroto se hace
cargo de la situación y dice: "Es un cristiano que
lleva sortilegios a los presos". Pequeños y mayores emplean ahora,
bajo excusa de la curiosidad, con furia y saña, palos
y piedras.
Recogieron el cuerpo destrozado de Tarsicio y lo enterraron
en la catacumba de Calixto.
Cuando pasó la persecución, el papa
Dámaso mandó poner sobre su tumba estos versos:
"Queriendo a san
Tarsicio almas brutales de Cristo el sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió
entregar antes que los misterios celestiales".
SAN
TARSICIO, mártir (+258)
Su fiesta se celebra
el 15 de Agosto.
San Tarsicio es el Patrón de los Monaguillos y de los Niños de
Adoración Nocturna. Por algo se le conoce como el Mártir de la Eucaristía.
Valeriano era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos
eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos. Los cristianos para poder
celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o cementerios
romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban celebrando los cultos
llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí mismo, sin más juicios, los
decapitaban o les infligían otros martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor
Jesucristo. El pequeño Tarsicio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras
celebraba la Eucaristía en una de estas catacumbas. La imagen macabra quedó grabada
fuertemente en su alma de niño y se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le
tocase la hora, que ojalá, decía él, fuera "ahora mismo".
Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto
se acuerda de los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo mismo no pueden
fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no reciben el Cuerpo del Señor.
Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor?
Son montones las manos que se alargan de ancianos venerables, jóvenes fornidos y también
manecitas de niños angelicales. Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus
hermanos.
Uno de estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama lleno de
emoción el anciano Sixto: " ¿Tú también, hijo mío?"
Y le dice: ¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años.
Ante tan intrépida fe, el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas formas y
en un relicario, las coloca con gran devoción a la vez que a la vez que las entrega al
pequeño Tarsicio de apenas once años, con esta recomendación: "Cuídalas bien,
hijo mío".
-"Descuide, Padre, que antes pasarán por mi cadáver que nadie ose tocarlas".
Sale fervoroso y presto de las catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de
su edad que estaban jugando
-"Hola, Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero".
- "No, no puedo. Otra vez será", dijo mientras apretaba sus manos con fervor
sobre su pecho.
Y uno de aquellos mozalbetes exclama. "A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí
escondido?"
Debe ser eso que los cristianos llaman "Los Misterios" e intentar verlo.
Lo derriban a tierra, poniendo en su pecho los mozalbetes sus piernas con el fín de hacer
fuerza de palanca para abrirle sus brazitos y arrebatarle las Sagradas Formas, le tiran
pedradas, y Tarsicio no solo puso resistencia sino que Dios hizo el milagro de que
quedasen sus brazos herméticamente cerrados de forma que no pudieron abrirselos jamás
(ni siquiere después de muerto) siguen dándole pedradas, y va derramando su sangre. Todo
inútil. Ellos no se salen con la suya. Por nada del mundo permite que le roben aquellos
Misterios a los que él ama más que a sí mismo...
Momentos después pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el período de
catecumenado y que por eso conoce a Tarsicio. Los niños huyen corriendo mientras
Tarsicio, llevado a hombros en agonía por Cuadrado, llega hasta las Catacumbas de San
Calixto en la Vía Appia. Al llegar , ya era cadáver.
Desde entonces, el frío mármol guarda aquellas sagradas reliquias sobre las que
escribió San Dámaso, "queriendo a San Tarsicio almas brutales de Cristo el
sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los Misterios
celestiales".
Estatua de S. Tarsicio en la parroquia de S. José del Talar, Buenos Aires Foto: Corazones.org
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SAN TARSICIO Mártir de la Eucaristía, siglo IIIPatrón de quienes hacen primera comunión y monaguillos
Fiesta: 15 de Agosto.
"En
Roma, en la Vía Apia, el martirio de San Tarsicio, acólito. Los paganos
le encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo y Sangre de
Cristo y le preguntaron que llevaba. Tarsicio, no quería arrojar las
perlas a los puercos y se negó a responder; los paganos le apedrearon y
apalearon hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron encontrar
el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos. Los
cristianos recogieron el cuerpo del mártir y le dieron honrosa sepultura
en el cementerio de Calixto". -Martirologio Romano.
En
un poema, el Papa San Dámaso (siglo IV) cuenta que Tarsicio prefirió
una muerte violenta en manos de una turba, antes que "entregar el Cuerpo
del Señor". Lo compara con San Esteban, que murió apedreado por su
testimonio de Cristo.
El
hecho del martirio de San Tarsicio es histórico, pero no consta que
fuese niño acólito como dicen algunos. Normalmente son los sacerdotes o
diáconos los que llevan la Eucaristía a los que no pueden ir a la Santa
Misa y la referencia a San Esteban hace pensar que Tarsicio fuese
diácono. Pero la Iglesia puede confiar la Eucaristía a un laico en caso
de verdadera necesidad.
Según
la tradición al joven Tarsicio se le confió llevar la comunión a
algunos cristianos que estaban prisioneros, durante la persecución de
Valeriano.
El
santo fue sepultado en el cementerio de San Calixto. No se ha
identificado su sepultura. La iglesia de San Silvestre in Capite dice
tener su reliquia.
San Tarsicio, también conocido como Tarcisio (forma incorrecta de Tarsicio), Tarsicio de Roma o Tarsicio mártir fue, según el Martirologio romano y una evidencia epigráfica honorífico-funeraria, un joven que murió martirizado en la Vía Apia de Roma en torno al año 257 o 258 d.C., durante el gobierno del emperador Valeriano.
Lo poco que se conoce sobre él con carácter hagiográfico es lo que
transmite el martirologio, a lo que se suma la inscripción esculpida en
su tumba por mandato del papa Dámaso I, obispo de Roma entre 366 y 384. Tarsicio, conocido como «el mártir de la Eucaristía», 1 es venerado como patrono de los acólitos. El Martirologio romano lo celebraba el 15 de agosto.
Contexto histórico
En el año 258, Caesar Publius Licinius Valerianus Augustus, más conocido como Valeriano regía el Imperio Romano. El emperador Valeriano ya era conocido entre los cristianos por proclamar edictos de persecución en los que se prohibía el culto cristiano
y las asambleas, y se ordenaba la confiscación de los cementerios donde
a menudo se reunían. Las motivaciones de Valeriano, alegadas por su
propio procurator summarum rationum (procurador del patrimonio imperial) Macriano, 2 eran hasta entonces inéditas: intentaba subsanar en parte el déficit estatal con los bienes de los cristianos. 3
En el edicto de agosto de 257, Valeriano «prohibió el culto cristiano,
obligando al clero a sacrificar a los dioses so pena de destierro»
(Actas de Cipriano). Un año más tarde (agosto de 258), un Senadoconsulto
amplió el edicto al prescribir:
Moneda con la imagen del emperador Valeriano, bajo cuyo mandato murió Tarsicio
«[...] Los obispos, presbíteros y diáconos deben ser inmediatamente
ejecutados; los senadores, nobles y caballeros, perdida su dignidad,
deben ser privados de sus bienes, y si aún así continúan siendo
cristianos, sufran la pena capital. Las matronas, despojadas de sus
bienes, sean desterradas. Los cesarianos [libertos del césar] que antes o
ahora hayan profesado la fe, confiscados sus bienes, y con el registro
[marca de metal] al cuello, sean enviados a servir a los dominios
estatales.»
Carta 80 de Cipriano a Suceso 3
Como resultado de ese edicto fueron martirizados en Roma los papas Esteban I (254-257) y Sixto II (257-258), y varios diáconos suyos, entre ellos el popular san Lorenzo, mientras que en África fue decapitado un referente indiscutido, el obispo Cipriano de Cartago. 4
Hagiografía de Tarsicio
El nombre «Tarsicio» proviene del latín ( tarsus, valor) y significa «valeroso». Considerando la perspectiva geográfica, el nombre significa «el que nació en Tarso», ciudad que luego de la conquista romana fuera capital de la provincia de Cilicia.
San Tarsicio fue un joven convertido al cristianismo a mediados del
siglo III, que colaboraba como acólito de la Iglesia de Roma en las
catacumbas durante la persecución a los cristianos por parte de la administración del emperador Valeriano.
Después de participar en una Misa en las catacumbas de San Calixto fue comisionado por el obispo de Roma, Sixto II (257-258) para llevar la eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Cristo.
Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le
preguntaron qué guardaba bajo su manto. Tarsicio se negó a decir, y los
otros lo atacaron con piedras y palos, posiblemente para robar lo que
llevaba. El joven prefirió morir antes que entregar lo que él
consideraba un tesoro sagrado. Otros detalles más legendarios indican
que, cuando estaba siendo apedreado, habría llegado un soldado llamado
Cuadrato, catecúmeno cristiano, quien reconoció a Tarsicio y alejó a los
atacantes. Tarsicio le habría encomendado antes de morir que llevara la
comunión a los encarcelados en lugar suyo.
El Martirologio romano manifiesta lo siguiente: «En Roma, en
la Vía Apia fue martirizado Tarsicio, acólito. Los paganos lo
encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo de Cristo y le
preguntaron qué llevaba. Tarsicio quería cumplir aquello que dijo Jesús:
«No arrojen las perlas a los cerdos», y se negó a responder. Los
paganos lo apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro
pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni
en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarsicio y le
dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto».
El martirio del papa Sixto II y sus diáconos. Imagen del siglo XIV, tomada de Vies de saints (París, Francia, 185, Fol. 96v)
Poco después, según el Martirologio romano, el papa Sixto II también fue detenido durante la celebración de la Misa en el cementerio de Pretextato, y fue martirizado decapitado junto con los diáconos Januarius, Vincentius, Magnus y Stephanus, que lo acompañaban en la celebración eucarística. Al mismo tiempo sufrieron el martirio los diáconos san Felicísimo y Agapito, y poco tiempo después el diácono san Lorenzo.
El epitafio ordenado por Dámaso I
Sobre la tumba de Tarsicio, el papa san Dámaso I mandó grabar un epitafio con forma de poema, que constituye hoy la principal evidencia científica, de carácter epigráfico honorífico-funerario.
En el poema, el autor se dirige al lector que lee esas líneas,
conviniéndolo a recordar que el mérito de Tarsicio es muy parecido al
del diácono san Esteban: a ellos dos quiere honrar ese epitafio.
El poema refiere que san Esteban fue muerto bajo una tempestad de
pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse
mejores. El poema señala que mientras Tarsicio llevaba el sacramento de
Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su
tesoro para profanarlo. El poema señala finalmente que prefirió morir y
ser martirizado, antes que entregar a los «perros rabiosos» la eucaristía.
San Dámaso I, por cuyo mandato se grabó en la tumba de Tarsicio el epitafio indicativo de la forma en que murió
.
Ese poema en latín constituye la única evidencia a la fecha que testifica la existencia de Tarsicio: 5
-
- Par meritum, quicumque legis, cognosce duorum,
- quis Damasus rector titulos post praemia reddit.
- Iudaicus populus Stephanum meliora monentem
- perculerat saxis, tulerat qui ex hoste tropaeum,
- martyrium primus rapuit levita fidelis.
- Tarsicium sanctum Christi sacramenta gerentem
- cum male sana manus premeret vulgare profanis,
- ipse animam potius voluit dimittere caesus
- prodere quam canibus rabidis caelestia membra.
-
- Damasi Epigrammata, Maximilian Ihm, 1895, n. 14
La iglesia de San Silvestre in Capite se atribuye la guarda de las reliquias de Tarsicio.
El epitafio, que compara la muerte de Tarsicio con la de Esteban el
protomártir, es indicativo de que, en efecto, Tarsicio habría muerto
lapidado tal como indica el martirologio. 1 5
Hoy no existe una identificación plena de su sepultura, aunque la iglesia de San Silvestre in Capite, una basílica menor de Roma, se atribuye poseer sus reliquias.
San Tarsicio fue celebrado el 15 de agosto. En la actualidad, la Iglesia Católica reserva esta fecha para la celebración de la solemnidad de la Asunción de María. San Tarsicio no se menciona en el calendario litúrgico actual, sólo en el Martiriologio romano.
Patronazgo
En el catolicismo,
san Tarsicio es el patrono de los acólitos y ministros de la
Eucarístia, además de aquellas personas que reciben la primera comunión.
Tarsicio en las artes
Tapa de la novela « Fabiola o la Iglesia de las Catacumbas», en su edición de 1893. En esta novela, Tarsicio es presentado como un joven acólito.
La historia de Tarsicio fue divulgada por el cardenal Nicholas Wiseman, quien lo describió como un joven acólito en su novela « Fabíola, o la Iglesia de las Catacumbas», publicada en su primera edición en 1854.
La amplia divulgación de ese libro fue causa de la renovación y
ampliación del culto a Tarsicio. Fue la lectura de esa novela la que
inspiró a su vez otras representaciones, como la del escultor francés
Falguière.
Alexandre Falguière (1831-1900), quien ya era famoso desde que en 1864 presentara en el salón su « Vendedor del combate de gallos» ( museo de Orsay), presentó cuatro años más tarde la escultura « Tarsicius, martyr chrétien» ( Tarsicio, mártir cristiano)
(ver la obra en la ficha, al inicio de este artículo). La acogida que
tuvo esta escultura confirmó el éxito de Falguière. La obra fue
adquirida por el Estado francés.
Falguière eligió para la representación el momento en que el joven
Tarsicio, con una vestimenta drapeada, muere bajo los golpes de las
piedras. El epitafio, redactado por el papa Dámaso I, visible en las catacumbas de San Calixto
en Roma, está retranscrito en la base de la escultura. Las piedras
ubicadas detrás, sugieren el suplicio por lapidación. La obra hace
referencia a los mártires neoclásicos, como el joven Bara pintado por
Jacques-Louis David en 1794 (museo Calvet, Aviñón).
Esta escultura de Falguière supo seducir en su época: las ediciones de
esta obra fueron numerosas, incluidos los grabados y las fotografías.
En Roma, en la iglesia San Lorenzo fuori le Mura, se puede admirar
una estatua ilusionista de Tarsicio, parecida al mármol de Falguière,
pero con un dolorismo menos reprimido.
Referencias
- ↑ a b Scorza Barcellona, F. (2000). «Tarsicio». En Leonardi, C.; Riccardi, A.; Zarri, G. Diccionario de los Santos, Volumen 2. España: San Pablo. pp. 2087-2088. ISBN 84-285-2259-6.
- ↑ Potter, David S. (2004). The Roman Empire at Bay AD 180–395. Oxon: Routledge. p. 256. ISBN 0-415-10058-5.
- ↑ a b García, Rubén D. (1979). Dios y el César. Relaciones Iglesia-Estado en los primeros siglos de la Iglesia (año 30 - año 313). Buenos Aires (Argentina): Editora Patria Grande. pp. 11-12.
- ↑ Sáenz, Alfredo (2002). La Nave y las Tempestades. La Sinagoga y la Iglesia primitiva. Las persecuciones del Imperio Romano. El arrianismo. Morón, Buenos Aires (Argentina): Ediciones Gladius. p. 85. ISBN 950-9674-61-3.
- ↑ a b Kirsch, J.P. (1912). «St. Tarsicius» (en inglés). The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Consultado el 5 de agosto de 2011.
Bibliografía
Ignacio Domínguez González (2000). San Tarsicio, mártir de la Eucaristía. Madrid: Edibesa. ISBN 978-84-8407-146-4.
San Tarcisio
La Iglesia Católica ha tenido muy especial cariño a este joven
que con tanto amor llevaba la Comunión a los prisioneros y con tan enorme valor supo
defender la Santa Eucaristía de los enemigos que intentaban profanarla.
"No echéis a los perros lo sagrado ni a los cerdos lo muy valioso porque se
volverán contra vosotros."
Oración
San Tarcisio: mártir de la Eucaristía, pídele a Dios que todos y en todas
partes demostremos un inmenso amor y un infinito respeto al Santísimo Sacramento donde
está nuestro amigo Jesús, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad
Historia
San Tarcisio era un acólito o ayudante de los sacerdotes en Roma. Después de
participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto fue encargado por el obispo
para llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros
por proclamar su fe en Jesucristo. Por la calle se encontró con un
grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué llevaba allí bajo su manto. El no les
quiso decir, y los otros lo atacaron ferozmente para robarle la Eucaristía. El joven
prefirió morir antes que entregar tan sagrado tesoro. Cuando estaba siendo apedreado
llegó un soldado cristiano y alejó a los atacantes. Tarcisio le encomendó que les
llevara la Sagrada Comunión a los encarcelados, y murió contento de haber podido dar su
vida por defender el Sacramento y las Sagradas formas donde está el Cuerpo y la Sangre de
Cristo.
El libro oficial de las Vidas de Santos de la Iglesia, llamado "Martirologio
Romano" cuenta así la vida de este santo: "En Roma, en la Vía Apia fue
martirizado Tarcisio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el
Sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarcisio quería cumplir
aquello que dijo Jesús: "No arrojen las perlas a los cerdos", y se negó a
responder. Los paganos lo apalearon y apedrearon hasta que exhaló el último suspiro pero
no pudieron quitarle el Sacramento de Cristo. Los cristianos recogieron el cuerpo de
Tarcisio y le dieron honrosa sepultura en el Cementerio de Calixto".
Sobre su tumba escribió el Papa San Dámaso este hermoso epitafio: "Lector que lees
estas líneas: te conviene recordar que el mérito de Tarcisio es muy parecido al del
diácono San Esteban, a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban fue muerto
bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a
volverse mejores. Tarcisio, mientras lleva el sacramento de Cristo fue sorprendido por
unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser
martirizado, antes que entregar a los perros rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne
Divina de Cristo".
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