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Lázaro Tiersot, Beato |
Presbítero y Mártir
Martirologio Romano: En el brazo de mar frente
a Rochefort, en la costa de Francia, beatos Claudio José
Jouiffret de Bonnefont, de la Sociedad de San Sulpicio, Francisco
Frangois, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, y
Lázaro Tiersot, de la Orden de los Cartujos, todos presbíteros
y mártires, que durante la Revolución Francesa, encerrados a una
vieja nave, consumaron su martirio por el hecho de ser
sacerdotes (1794).
Era profeso de la
cartuja de Nyestra Sra. de Fontenay (18 de diciembre de
1769). Cuando fueron suprimidas las Órdenes monásticas, él se retiró
a la ciudad de Avallón. Allí fue detenido el 19
de abril de 1793 siendo trasladado a Auxerre, desde donde,
con otros 15 sacerdotes de Avallón, fue deportado un año
mas tarde y se le embarcó en el buque Washington.
Un compañero de infortunio llamado SOUDAIS, nos dejó después el
siguiente testimonio sobre Dom Lázaro: «El primero de nuestro departamento
que cayó enfermo fue el Padre TIERSOT, cartujo de Avallón,
quien había ejercido en otro tiempo el cargo de Vicario
en su Orden. Se atribuyó su enfermedad a la caritativa
costumbre que había tomado de no acostarse durante 4 días,
para no molestar a sus vecinos que se quejaban de
no disponer de cama. . . El último día de
su enfermedad, algunos de los nuestros le encontraron y le
dijeron que pronto volvería a unirse a nosotros en el
mismo departamento. Ante esta salida, sonrió y dijo: Mañana me
toca a mí. Dentro de tres horas ya no estaré
más en este mundo.
Es cierto que para nosotros fue motivo
de alegría, ver que uno de los nuestros iba a
recibir la recompensa que justamente había merecido por tantos sufrimientos
tolerados por causa de la fe; sin embargo, fue también
motivo de gran dolor, perder un hombre tan extraordinario. Su
sola presencia era suficiente para infundirnos valor y constancia. Cuando
alguno se le quejaba del sufrimiento que tenía que soportar,
el cartujo solía responder así: Esto no es nada; merecemos
mucho más. Quienes eran condenados a las minas en los
primero tiempos de la Iglesia, después de haberles cortado un
pie o haberles sacado un ojo, por la confesión de
Jesucristo, lo pasaban mucho peor que nosotros.
La dulzura de
su carácter, su modestia y humildad, así como su tierna
piedad, eran causa de que fuera querido y buscado por
todos. Los recién venidos, que aún no le conocían, nos
preguntaban al verle: ¿Quién es ese? Y, sin esperar nuestra
respuesta, añadían: ¡Ese Padre es un santo! Yo tuve el
gusto de conocerle en Auxerre y de permanecer en su
compañía cerca de 10 meses. No vi en él otra
cosa, sino muchas y excelentes cualidades, sin ningún defecto. Me
admiró, sobre todo, su fortaleza para superar cualquier sufrimiento; austero
consigo mismo e indulgente hacia los demás. En él se
daban de la mano un gran sentido común, con un
profundo conocimiento de la teología. Falleció a principios de agosto
(el día 10), dejando el ejemplo de todas las virtudes.
Contaba a la sazón 55 años de edad. Según el
certificado oficial falleció de «fiebre pútrida. Su cuerpo, descansa en
la isla de Aix.
SS. Juan Pablo II, el 1 de
octubre de 1995, lo beatificó a junto con otros mártires
de la Revolución Francesa, testigos de su fe y fidelidad
"Santos
y Beatos de la cartuja", pág. 61, autor Juan Mayo
Escudero, Edit. Analecta Cartusiana, ISBN 3-901995-24-2, año 2000
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