viernes, 3 de agosto de 2012

Es el hijo del carpintero


Mateo 13, 54-58. Tiempo Ordinario. La verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida.
 
Es el hijo del carpintero
Del santo Evangelio según san Mateo 13, 54-58

En aquel tiempo viniendo Jesús a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Oración introductoria

Señor Jesús, en ese pasaje del Evangelio veo reflejada mi tendencia a ponerte límites, a no confiar plenamente en que Tú quieres y puedes estar presente en mi oración. Ante mi debilidad, ante la distracción, necesito de tu gracia para que nunca más desprecie la intimidad que puedo llegar a tener contigo en la oración.

Petición

Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón con el fuego de tu amor.

Meditación del Papa

El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre "scientia" y "tristitia": el simple saber -dice- produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera: este es el optimismo que reina en la fe cristiana, porque a ella se le concedió la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se reveló al mismo tiempo como el Bien, como la Bondad misma. Benedicto XVI, Discurso preparado para el Encuentro con la Universidad de Roma, La Sapienza el 17 de enero, visita cancelada el 15 de enero de 2011.

Reflexión

¡Cuántas veces nos creemos gente "buena y religiosa" porque vamos a la iglesia, como los israelitas contemporáneos de Jeremías, o los paisanos de Jesús, pero sin creer verdaderamente en la Palabra que el Señor nos dirige!

Dios interpela siempre nuestra conciencia, invitándonos a la conversión y a un cambio radical de vida. Pero esas palabras nos resultan incómodas y molestas, y no queremos oírlas. Por eso perseguimos al "profeta" que nos habla de conversión y no hacemos caso a Cristo mismo, pues, al fin y al cabo, es sólo "el hijo del carpintero".

Es la hostilidad contra la fe. Necesitamos una actitud de profunda fe y confianza en Jesucristo para querer escuchar su palabra y no escandalizarnos cuando nos sorprende y nos "saca de nuestras casillas" cambiándonos nuestros planes muy personales. Es demasiado cómoda una fe que no exige nada y que se adapta a las propias tendencias pasionales de egoísmo, de placer o de racionalismo.

Pero la verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida, a una confianza total en Jesucristo que nos lleva a un compromiso radical de lucha contra el pecado, de caridad, de sacrificio, de dar la cara por Cristo ante los demás, sin miedos ni respetos humanos .

Propósito

Diariamente, pedir que sepa conservar y acrecentar el don más precioso que tengo: mi fe en la Santísima Trinidad.

Diálogo con Cristo

Señor, es tan grande tu bondad y misericordia que absurdamente llego a «acostumbrarme» a ellas, perdiendo así la capacidad de maravillarme continuamente de la grandeza de tu amor. Tú siempre dispuesto hacer grandes cosas en mi vida, yo distraído en lo pasajero. Por eso no quiero, no puedo y no debo dejar pasar más el tiempo sin seguir con confianza y valentía las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Con tu ayuda, sé que lo voy a lograr.

viernes 03 Agosto 2012
Viernes de la decimoséptima semana del tiempo ordinario

San Aspreno


Leer el comentario del Evangelio por
San Bernardo : “¿No es acaso el hijo del carpintero?”

Lecturas

Jeremías 26,1-9.


Al comienzo del reinado de Joaquím, hijo de Josías, rey de Judá, llegó esta palabra a Jeremías, de parte del Señor:
Así habla el Señor: Párate en el atrio de la Casa del Señor y di a toda la gente de las ciudades de Judá que vienen a postrarse en la Casa del Señor todas las palabras que yo te mandé decirles, sin omitir ni una sola.
Tal vez escuchen y se conviertan de su mal camino; entonces yo me arrepentiré del mal que pienso hacerles a causa de la maldad de sus acciones.
Tú les dirás: Así habla el Señor: Si ustedes no me escuchan ni caminan según la Ley que yo les propuse;
si no escuchan las palabras de mis servidores los profetas, que yo les envío incansablemente y a quienes ustedes no han escuchado,
entonces yo trataré a esta Casa como traté a Silo y haré de esta ciudad una maldición para todas las naciones de la tierra.
Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías mientras él pronunciaba estas palabras en la Casa del Señor.
Y apenas Jeremías terminó de decir todo lo que el Señor le había ordenado decir al pueblo, los sacerdotes y los profetas se le echaron encima, diciendo: "¡Vas a morir!
Porque has profetizado en nombre del Señor, diciendo: Esta Casa será como Silo, y esta ciudad será arrasada y quedará deshabitada". Entonces todo el pueblo se amontonó alrededor de Jeremías en la Casa del Señor.


Salmo 69(68),5.8-10.14.


Más numerosos que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin motivo;
más fuertes que mis huesos,
los que me atacan sin razón.
¡Y hasta tengo que devolver
lo que yo no he robado!

Por ti he soportado afrentas
y la vergüenza cubrió mi rostro;
me convertí en un extraño para mis hermanos,
fui un extranjero para los hijos de mi madre:

porque el celo de tu Casa me devora,
y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.

Pero mi oración sube hasta ti, Señor,
en el momento favorable:
respóndeme, Dios mío, por tu gran amor,
sálvame, por tu fidelidad.



Mateo 13,54-58.


Y, al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal manera que todos estaban maravillados. "¿De dónde le viene, decían, esta sabiduría y ese poder de hacer milagros?
¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas?
¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá todo esto?".
Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia".
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
2ª Homilía sobre estas palabras del Evangelio: “El ángel Gabriel fue enviado”, § 16

“¿No es acaso el hijo del carpintero?”

Hermanos, recordemos al patriarca José..., de quien José, el esposo
de María, no heredó solamente el nombre, sino la castidad, la inocencia y
la gracia... El primero que recibió del cielo la explicación de los sueños
(Gn 40; 41); El segundo que tuvo no sólo el conocimiento de los secretos
del cielo sino el honor de poder participar en ellos. El primero, proveyó
la necesidad de todo un pueblo, abasteciéndoles de trigo en abundancia (Gn
41,55); el segundo ha sido establecido guardián del pan vivo que debe dar
la vida por el mundo entero. (Jn 6,51). No hay duda de que José, que
ha sido desposado con la madre del Salvador, fuera un hombre bueno y fiel,
o más bien un "servidor seguro y solícito" (Mt 25,21) al que el Señor
estableció al cuidado de su familia para ser el consuelo de su madre, el
padre nutricio de su humanidad, el cooperador fiel en su designio sobre el
mundo. De la casa de David..., descendiente de estirpe real y noble por su
nacimiento, pero más noble todavía por su corazón. Sí, él fue
verdaderamente hijo de David, no sólo por la sangre, sino por su fe, por su
santidad, por su fidelidad al servicio de Dios. En José, el Señor
encontró, como en David, "un hombre según su corazón" (1S 13,14), a quien
pudo confiar con toda seguridad, el secreto más grande de su corazón. Le
reveló "los secretos más profundos de su Sabiduría" (Sal. 50,8), le reveló
maravillas que ningún príncipe de este mundo ha conocido; por fin, le
otorgó ver "lo que tantos reyes y profetas desearon ver y no vieron", y oír
lo que muchos desearon "oír y no oyeron" (Lc 10,24). Y no sólo verlo y
oírlo, sino que llevarlo en sus brazos, conducirlo de la mano, estrecharlo
sobre su corazón, abrazarlo, alimentarlo y protegerlo.

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