lunes, 13 de agosto de 2012

Bernardo de Claraval , Santo

 -San Bernardo, abad de Claraval, y doctor de la Iglesia 1091-1153.
La figura de San Bernardo emerge sobre el ambiente de su tiempo, imponiéndose tanto a los papas y grandes de este mundo como a las multitudes, a las que subyugaba. «Inflamado por el celo de la casa de Dios», fue, al igual que Juan Bautista, «lámpara ardiente y luminosa en medio de la Iglesia». El joven señor de Fontaines-lez-Dijon que, a sus veintidós años, llamaba a las puertas del Císter, pertenecía a la raza de los buscadores de Dios: lo había abandonado todo por seguir a Cristo bajo la regla de San Benito. Promovido enseguida a abad de Claraval (1115), se convertiría a su vez en un incomparable guía para enseñar a «crecer en el amor del Verbo encarnado». A pesar de sus ansias de soledad, en la que poder consagrarse a la oración y a la penitencia, se vio siempre impelido por el Señor a unirse a los hombres, a recorrer los caminos de Francia, Alemania e Italia hablándoles de paz y unidad y tratando de conquistarlos para la Cruzada (Vezclay, 1146). Era el amor el que le impulsaba hacia los hombres. Si llevó a cabo alguna obra entre los mejor dispuestos, fue ante todo la de conducirlos junto consigo mismo hacia esa soledad en la que su cántico de amor subía hasta Dios con la misma intensidad con que lo haría un día el de Juan de la Cruz: «Cuando Dios ama, no quiere más que una cosa: ser amado; y no ama sino para que uno le ame a él, sabiendo que el amor convertirá en bienaventurados a cuantos le amen.
El amor es algo maravilloso.» El amor de Dios, encarnado en Jesucristo, hizo nacer en Bernardo el amor a María, la Madre de Jesús: María no sólo es pureza, humildad, dulzura y delicadeza, sino que «es voluntad de Dios que obtengamos todo por María».
Cuando San Bernardo de Clairvaux se unió al monasterio fundado por San Esteban Harding, la norma era la de un estricto silencio. Sin embargo, pese a estar enclaustrado, Bernardo era constantemente consultado, tanto en persona como por carta. Con frustración, dijo: «¿Y dónde, pregunto yo, está el ocio, dónde la tranquilidad del silencio cuando uno está pensando, componiendo y escribiendo?...
A menudo, cuando tratamos de escribir algo importante, experimentamos el mismo clamor y los mismos empujones de que habla San Bernardo.
Bernardo fue el verdadero reformador de la vida religiosa y hasta cristiana de la Edad Media. La acción de Bernardo no se limitó a sus conventos, sino que llamó la atención a reyes, príncipes y Papas cuando vio que no iban por buen camino. Estos mismos jerarcas acudían a él sabedores de que siempre les diría la verdad.
Bernardo supo hermanar como pocos a María y Marta del Evangelio en sí mismo. Era contemplativo donde los haya y celoso apóstol como ninguno: predicó Cruzadas, dirigió batallas, pasó largas horas en oración. Amaba a Jesús con toda su alma: "Jesús es miel en la boca, melodía al oído y júbilo en el corazón". Amó tiernamente a María como pocos lo hayan hecho: El Acordaos, el final de la Salve, el "En las angustias invoco a María"... Cantor como pocos de las glorias de la Madre del cielo. Moría el 1153. Había nacido el 1090.
Doctor de la Iglesia, 20 de agosto
 San Bernardo, abad de Claraval, y doctor de la Iglesia 1091-1153.
Bernardo, Santo
Bernardo, Santo

Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia (1153).

Etimológicamente: Bernardo = corazón de oro. Viene de la lengua alemana

Fecha de canonización: Fue canonizado el año 1170 por el papa Alejandro III, y posteriormente el papa Pío VIII lo proclamó Doctor de la Iglesia.

En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.

Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.

La familia que se fue con Cristo

Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que raros.

La personalidad de Bernardo

Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.

A mal grave, remedio terrible

Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo mucha paz.

Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.

Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra

Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.

Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera.

Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al convento.

El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos.

Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.

Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.

Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.

La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.

Su amor a la Virgen Santísima.

Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir".

El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. "Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial". Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.

Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.

Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).

De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: "Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación".

Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: "Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

¡Felicidades quienes lleven este nombre!
 
Bernardo de Claraval
Bernard of Clairvaux - Gutenburg - 13206.jpg
Santo - Fundador - Doctor de la Iglesia
Nacimiento 1090
Fontaine-lès-Dijon (Borgoña, Francia)
Fallecimiento 20 de agosto de 1153
Monasterio de Claraval
Venerado en Iglesia Católica Apostólica y Romana, Iglesia Anglicana
Canonización 1174
Festividad 20 de agosto
Atributos báculo, libro,
Patronazgo Gibraltar, apicultores
San Bernardo de Claraval (en francés: Bernard de Clairvaux) —nacido en Castillo de Fontaine-lès-Dijon (Borgoña) en 1090 y fallecido en el Monasterio de Claraval el 20 de agosto de 1153— fue un monje cisterciense francés y abad del monasterio de Claraval.
Con él, la orden del Císter se expandió por toda Europa y ocupó el primer plano de la influencia religiosa. Participó en los principales conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos importantes de la Iglesia. En el cisma de Anacleto II se movilizó para defender al que fue declarado verdadero papa, se opuso al racionalista Abelardo y fue el apasionado predicador de la segunda Cruzada.
Es una personalidad esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de su siglo. Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.1
Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica.2
La Iglesia católica lo canonizó en 1174 y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830.

Biografía


Casa natal de Bernardo
en Fontaine-les-Dijon.
Nació como Bernardo de Fontaine en el castillo de Fontaine-les-Dijon, en Borgoña, Francia en el año 1090. Fue el tercero de siete hermanos. Su padre era caballero del duque de Borgoña y lo educó en la escuela clerical de Châtillon-sur-Seine. Después de la muerte de su madre, entró en la Orden del Císter.3
Esta orden había sido fundada pocos años antes por el abad Roberto bajo la regla de san Benito, sólo tenía un monasterio, y por la dureza de la vida que llevaban, tenía pocos miembros.4 Este monasterio se encontraba cercano a su casa paterna5 , siendo Odón, duque de Borgoña, su benefactor, habiendo contribuido a su construcción y donando tierras y ganados.6
Cuando a los 23 años, en el año 1113, ingresó como novicio en la orden del Císter, le acompañaban 4 hermanos, un tío y algunos amigos (hasta 30 personas según otras fuentes). Previamente los había probado durante seis meses, asegurándose de su lealtad y formando un grupo muy unido.7 El convencer a tantos fue una labor ardua, especialmente a su hermano Guido, que estaba casado y tenía dos hijas, y que finalmente dejó a su familia y entró en la orden.8 Posteriormente entrarían en la orden su padre y su hermano menor.3
El año 1115, Esteban Harding, el abad de Císter, ante el doble problema de la masiva presencia del clan de los Fontaine y el repentino hacinamiento que habían provocado en su monasterio, decidió enviar a Bernardo a fundar el monasterio de Claraval, una de las primeras fundaciones cistercienses. Fue designado abad del nuevo monasterio, puesto que desempeñó hasta el final de su vida.7 Fue el obispo de Chalons-sur-Marne, el filósofo Guillermo de Champeaux quien le ordenó sacerdote y le bendijo como abad.2
El inicio de Claraval fue muy duro. El régimen impuesto por Bernardo era muy austero y afectó su salud.5 Guillermo de Champeaux debió intervenir, delegado por el capítulo general del Císter, para vigilar la salud de Bernardo suavizando la falta de alimentación y la mortificación implacable que se imponía a sí mismo. Este se vio obligado a dejar la comunidad y trasladarse a una cabaña que le servía de enfermería y donde era atendido por unos curanderos.9
A lo largo de su vida fundó 68 monasterios distribuidos por toda Europa. Los inicios fueron lentos. En los 10 primeros años sólo se establecieron tres nuevas fundaciones: Tres Fontanas (1118), Fontenay (1119) y Foigny (1121). A partir de 1130 se extienden las primeras abadías por Alemania, Inglaterra y España (Moreruela, 1132).10


Visión de san Bernardo,
María se aparece a san Bernardo.
Filippino Lippi,
Badia Fiorentina, Florencia.
Espiritualmente fue un místico y se le considera uno de los fundadores de la mística medieval. Tuvo una gran influencia en el desarrollo de la devoción a la Virgen María.
Bernardo fue un inspirador y organizador de las órdenes militares, creadas para acoger y defender a los peregrinos que se dirigían a Tierra Santa y para combatir el Islam.11 Así, tuvo gran influencia en la creación y expansión de la Orden del Temple, redactó sus estatutos e hizo reconocerla en el Concilio de Troyes, en 1128.
En 1130, el Cisma del antipapa Anacleto lo apartó de la vida monástica en clausura y comenzó una intensa actividad pública en defensa de Inocencio II.12 Estuvo movilizado de 1130 a 1137 e hizo del abad uno de los políticos más influyentes de su tiempo.13
Participó en las principales controversias religiosas de su época. Sostenía que el conocimiento de las ciencias profanas es de escaso valor comparado con el de las ciencias sagradas. Sus sentimientos frente a los dialécticos se revelaron en los enfrentamientos que mantuvo con Gilberto de la Porré y Pedro Abelardo.
La predicación en la Iglesia medieval era esencial y Bernardo fue uno de sus grandes predicadores. Reclamado constantemente por la clerecía local, realizó numerosos viajes por el sur de Francia, Renania y otras regiones.14 También predicó las excelencias espirituales de la vida monástica y convenció a muchos para que ingresasen en la orden cisterciense.15 Se le conocía como Doctor melifluo (boca de miel).
Se desplazaba habitualmente a pie, acompañado de un monje, que hacía de secretario y escribía a su dictado durante los desplazamientos.13
Bernardo predicó en el Languedoc en 1145 a los cátaros o albigenses, siendo elogiado, pero en Verfeil, cerca de Toulouse, se le abucheó. Años después de la muerte de Bernardo, en 1209, los cátaros fueron declarados herejes, y varios cistercienses se pusieron al frente de la cruzada que reprimió este movimiento.16
En 1145, Eugenio III fue nombrado papa. Es el primer papa cisterciense y discípulo de Bernardo. Había coincidido con él en uno de sus viajes y le siguió desde Italia hasta Claraval. Allí pasó 10 años de vida monástica. En 1140, Bernardo lo había enviado a Italia como abad de Tres Fontanes, la 34 fundación de Claraval.17
Su mayor y más trágica empresa fue la Segunda Cruzada, cuya predicación fue por completo obra de Bernardo. Allí apareció con toda su fuerza y con toda su debilidad su ideal religioso.17 Su fracaso afectó negativamente a su influencia y a su figura carismática, excepcional hasta entonces tanto con el poder religioso como político.
En 1153, enfermó del estómago -no retenía la comida y las piernas se le hinchaban-, quedó muy débil y murió.18
Fue canonizado el 18 de junio de 1174 por el papa Alejandro III, siendo declarado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830. Su fiesta litúrgica se celebra el 20 de agosto en el aniversario de su muerte, siendo el patrón de Gibraltar, de los trabajadores agrícolas y del Queen’s College de Cambridge. Sus atributos iconográficos son la pluma, el libro, el perro, el dragón, la colmena y la figura de la Virgen María.

Principales intervenciones públicas

Organización de la Orden del Temple

En el año 1099, los cruzados recuperaron Jerusalén y los lugares santos de Palestina. Los peregrinos eran atacados y robados en los caminos. Algunos caballeros decidieron prolongar su voto y dedicar su vida a la defensa de los peregrinos. En 1127, Hugo de Payens solicitó al papa Honorio II el reconocimiento de su organización.
Recibieron el apoyo del abad Bernardo, sobrino de uno de los nueve Caballeros fundadores y a la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard. Así, se reunió un concilio en Troyes para regular su organización.19
En el concilio, solicitaron a Bernardo que redactase su regla, que fue sometida a debate y con algunas modificaciones fue aprobada.20 La regla del Temple fue pues una regla cisterciense, pues contiene grandes analogías con la misma; no podía ser de otra forma ya que el abad era su inspirador. Era típica de las sociedades medievales, con estructuras jerarquizadas, poderes totalitarios, regula la elección de los que mandan y estructura las asambleas para asistirlos y, en su caso, controlarlos.21 Después de esta primera redacción, hubo una segunda debida a Esteban de Chartres, Patriarca de Jerusalén, denominada «regla latina» y cuyo texto se ha mantenido hasta nuestros días.20
Bernardo escribió en 1130, el Elogio de la nueva milicia templaria, que asoció a los lugares de la vida de Jesús con infinidad de citas bíblicas. Intentó equiparar la nueva milicia a una milicia divina:11
Aspira esta milicia a exterminar a los hijos de la infidelidad...combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso y contra las fuerzas espirituales del mal.
Elogio de la nueva milicia templaria.11

Intervención en el cisma del antipapa Anacleto en defensa de Inocencio II

Fallecido el papa Honorio II, se produjo una doble elección papal. La mayoría de los cardenales apoyaron al cardenal Pietro Pierleoni que adoptó el nombre de Anacleto II; mientras que una minoría de cardenales se decantaron por Gregorio Papareschi (Inocencio II).
La aparición de dos papas provocó el cisma y enfrentó a media cristiandad que apoyaba a Anacleto II con la otra media, que defendía a Inocencio II. Este último contaba con el apoyo de Bernardo, que se recorrió Europa desde 1130 a 1137, explicando sus puntos de vista a monarcas, nobles y prelados.22
Su intervención fue decisiva en el concilio de Estampes, convocado por rey francés Luis VI. Así mismo, la influencia de Bernardo favoreció la confirmación de Inocencio II, consiguiendo los apoyos de Enrique I de Inglaterra, el emperador alemán Lotario II, Guillermo de Aquitania, los reyes de Aragón, de Castilla, Alfonso VII, y las repúblicas de Génova y Pisa. Finalmente, Anacleto fue rechazado como papa y fue excomulgado.3

Controversia con Abelardo

Abelardo, uno de los primeros escolásticos, se había iniciado en la dialéctica y mantenía que se debían buscar «los fundamentos de la fe con similitudes basadas en la razón humana». Así argumentaba:
Me dispuse a explicar los fundamentos de nuestra fe mediante similitudes basadas en la razón humana. Mis alumnos me pedían razones humanas y filosóficas y me reclamaban aquello que pudiesen entender y no aquello sobre lo que no pudiesen discernir. Decían que no servía de nada pronunciar muchas palabras, si no se hacia con inteligencia; que no se podía creer nada que previamente no se hubiese entendido; y que es ridículo que alguien predique nada que ni él ni sus alumnos no puedan abarcar con el intelecto.
Pedro Abelardo, Historia calamitatum
Estas nuevas ideas de Abelardo fueron rechazadas por los que pensaban de forma tradicional, entre ellos el abad. Así en 1139, Guillermo de Saint-Thierry encontró 19 proposiciones supuestamente heréticas de Abelardo y Bernardo de Claraval las remitió a Roma para que fuesen condenadas. En el sínodo de Sens le exigieron a Abelardo retractarse y al no hacerlo, el papa confirmó al sínodo de Sens y lo condenó por hereje a perpetuo silencio como docente.
Bernardo en carta a Inocencio II (Contra errores Petri Abaelardi), refutó los supuestos errores de Abelardo, pues consideraba que la fe sólo debe ser aceptada:23
Puesto que estaba dispuesto a emplear la razón para explicarlo todo, incluso aquellas cosas que están por encima de la razón, su presunción estaba contra la razón y contra la fe. Porque, ¿hay algo más hostil a la razón que tratar de trascender la razón por medio de la razón? y ¿qué hay más hostil a la fe que negarse a creer lo que no puede alcanzarse con la razón?
Contra quaedam capitula errorum Abaelardi.24
Para Bernardo, la verdad que hay tras la creencia en Dios es un hecho directamente infundido por la divinidad y por lo tanto incuestionable. Contra la pretensión de los racionalistas de que la teología debía apoyarse en pruebas, afirmó en un argumento muy conocido:24
La conocemos [la Verdad]. Pero ¿cómo pensamos que la comprendemos? La disquisición no la comprende, pero sí la santidad, si de algún modo es posible comprender lo incomprensible. Pero si no pudiese ser comprendida, el apóstol no habría dicho... «y fundados en la caridad, podáis comprender en unión de todos los santos». Los santos, por tanto, comprenden. ¿Queréis saber cómo? Si sois santos, comprenderéis y sabréis. Si no, sed santos y sabréis por experiencia.
Tractatus de laudibis Parisius.24
La opinión de Bernardo, acerca del mal empleo que hacía Abelardo de la razón, se ganó el apoyo de místicos e irracionalistas, que estuvieron de acuerdo con él.25 }}

Predicación de la Segunda Cruzada


Bernardo de Claraval predicando la Segunda Cruzada en Vézelay en 1146.
En la Segunda Cruzada, asumió el papel político más importante de su vida, al convertirse en el predicador de la nueva guerra santa. El fracaso de la misma le supuso el declinar de su influencia política.13
Cincuenta años antes, durante la Primera Cruzada se estableció en Palestina un reino feudal gobernado por nobles franceses. En 1144, los ejércitos del Islam tomaron la ciudad cristiana de Edesa. En 1145, Luis VII de Francia propuso la cruzada y pidió a Bernardo que la predicase. Este respondió que solo el papa le podía encargar esa predicación. El rey realizó la petición al papa.26 Fue entonces, cuando el papa Eugenio III, que había sido monje en Claraval y discípulo de Bernardo, pidió al Santo que predicase la cruzada y las indulgencias que de ella se derivaban.27
El Bernardo que predicó la Cruzada mostró una personalidad diferente a lo que había sido hasta entonces. Él entendía la vida interior como unión del alma humana con Dios e identificaba la vida interior con la vida de toda la iglesia, de todo el «cuerpo místico», siendo su concepción de la cruzada básicamente mística. Consideraba que la Iglesia Católica podía llamar a las armas a las naciones cristianas para salvaguardar el orden establecido por Dios. Parece que no tuvo necesidad de comprender el Islam. Según él, si Dios juzgaba necesario que los ejércitos defendieran su reino, si el mismo papa le ordenaba predicar la Cruzada, estaba claro para él que se trataba de una misión divina. Por tanto transmitió a los cristianos que se trataba de una guerra santa, pues así la concebía él.28
En un escrito posterior al papa, así reflexionó sobre la cruzada: «Me lo ordenasteis y obedecí. La autoridad del que me mandaba hizo fecunda mi obediencia. Abrí mis labios, hablé y se multiplicaron los cruzados, de suerte que quedaron vacías las ciudades y castillos, y difícilmente se encontraría un hombre por cada siete mujeres».29
La predicación realizada en Alemania, lo fue en contra de la voluntad del papa, y ganó para la causa al emperador Conrado III y a numerosos príncipes. Según Maschke, «Bernardo es mucho más fogoso como predicador que como hombre de Estado y como político de la Iglesia, electriza a los pueblos de Occidente, infundiéndoles la sola voluntad de acudir a la Cruzada».30
Los cruzados fueron derrotados por el Islam, lo que provocó un gran pesimismo en toda la cristiandad. San Bernardo, que había sido el principal animador y el que había encendido a los pueblos, fue llamado embaucador y falso profeta.27 El fracaso de la segunda Cruzada dañó profundamente la confianza en el pontificado y se habló abiertamente de que la fe cristiana había sufrido un duro revés.30
Bernardo quedó muy afectado, sin embargo pensó que por lo menos había sido criticado él y no Dios. Así lo escribió en De Consideratione, dirigido al papa Eugenio III.27

Su Orden del Císter

Abad del Císter

A los 23 años, en el año 1113, ingresó en la orden del Císter. Dos años después, Esteban Harding, el abad de Císter, le envió a fundar una de las primeras fundaciones cistercienses, el monasterio de Claraval, del que fue designado abad, puesto que ocupó hasta el final de su vida.
La orden, entonces, estaba en formación. Esteban Harding era el tercer abad que tenía la orden, y en 1119 dotó al Císter de una regla propia, la Carta de caridad, en la que se establecían las normas comunitarias de total pobreza, de obediencia a los obispos y de dedicación al culto divino con dejación de las ciencias profanas.
Bernardo participó personalmente en la formación del espíritu cisterciense y fue el artífice de la gran difusión de la orden cisterciense, pasando del único monasterio cuando ingresó a 343 cuando murió, de los que 168 pertenecían a la filiación de Claraval y 68 fueron fundados por él mismo.31
La enorme influencia que alcanzaron los cistercienses se debió a Bernardo que trascendió ampliamente a la orden.32 Ha sido la figura más destacada de la Orden y es venerado como fundador.23
Císter fue una concepción de la vida monástica medieval totalmente distinta a Cluny. La regla cisterciense era, en la práctica, una crítica de la de Cluny.31 Esta crítica a los cluniacenses, la concretó Bernardo en 1124, en su escrito Apología a Guillermo:
La iglesia relumbra por todas partes, pero los pobres tiene hambre. Los muros de la iglesia están cubiertos de oro, pero los hijos de la iglesia siguen desnudos. Por Dios, ya que no os avergonzáis de tantas estupideces, lamentad al menos tantos gastos.
Apología a Guillermo33
A partir de la Apología a Guillermo, la regla cisterciense apareció como una reacción contra los excesos cluniacenses.22 Si durante el siglo XI los monjes cluniacenses habían asumido un gran protagonismo dentro de la iglesia, ocupando sus más altos cargos y ejerciendo su influencia sobre el poder civil, en el siglo XII ese papel les correspondió desempeñarlo a los cistercienses.

Inspirador de la arquitectura cisterciense


Claustro de la abadía de Fontenay.
Su Apología a Guillermo estableció también los criterios teóricos que luego se emplearían en la construcción de todas las abadías cistercienses. En este escrito, Bernardo criticó duramente la escultura, la pintura, los adornos y las dimensiones excesivas de las Iglesias de los cluniacenses. Partiendo del espíritu cisterciense de pobreza y ascetismo riguroso, llegó a la conclusión de que sus monjes, que habían renunciado a las bondades del mundo, no precisaban de nada de esto para reflexionar en la ley de Dios. La crítica la desplegó sobre dos ejes. En primer lugar, la pobreza voluntaria: las esculturas y adornos eran un gasto inútil: despilfarran el pan de los pobres. En segundo lugar, rechazaba también las imágenes porque distraían la atención de los monjes, los apartaban de encontrar a Dios a través de la Escritura.
Cuando, en 1135, tenían unas 90 abadías y aumentaban a un ritmo de 10 nuevas por año, Bernardo debió pensar que la orden estaba consolidada y con un crecimiento desmedido siendo urgente un modelo de abadía que garantizase la uniformidad de la Orden. También debió reflexionar que la orden no podía seguir con las efímeras construcciones de madera y adobe, precisando monasterios en piedra que sirviesen a las generaciones futuras de monjes.
Ello lo concretó en la construcción en piedra de las dos primeras abadías, Claraval II (a partir de 1135) y Fontenay (comenzada en 1137), que se construyeron de forma simultánea. En las dos intervino de forma decisiva, ya que de Claraval era su abad y Fontenay era filial suya. Él fue el inspirador de ambas construcciones y de sus soluciones formales. Para él, la arquitectura cisterciense debía reflejar el ascetismo y la pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento total que practicaban a diario y que constituía el espíritu del císter. Así terminó definiendo una estética de simplificación y desnudez que pretendía transmitir los ideales de la orden: silencio, contemplación, ascetismo y pobreza.
Estas primeras abadías se construyeron en estilo románico borgoñés, que había alcanzado toda su plenitud: (bóveda de cañón apuntada y bóveda de arista). Posteriormente, cuando en 1140, surgió el estilo gótico en la benedictina abadía de san Denis, los cistercienses aceptaron rápidamente algunos conceptos del nuevo estilo y empezaron a construir en los dos estilos, siendo frecuentes las abadías donde conviven dependencias románicas y góticas de la misma época. Con el paso del tiempo, el románico se abandonó.
Al prescindir de todo lo superfluo, el estilo cisterciense consiguió unos espacios desnudos, conceptuales y originales que lo hace plenamente identificable.

Influencia en el papa cisterciense Eugenio III

Eugenio III era hijo espiritual de Bernardo.34 Como se ha explicado, antes de ser elegido papa, estuvo 10 años en Claraval siendo monje bajo la autoridad espiritual de su abad Bernardo. Después, durante otros 5 años, fue abad de un monasterio filial de Claraval, por lo tanto, seguía manteniendo esa relación de dependencia espiritual.
Ya siendo papa, mantenían frecuente correspondencia entre ellos, pidiéndole Eugenio, que le escribiera un tratado sobre las obligaciones de ser papa. El abad así lo hizo y escribió el tratado De Consideratione en 5 libros. El primero lo escribió en 1149, el segundo en 1150, el tercero después del desastre de la cruzada en 1152 y los dos últimos a continuación.35 Es su tratado más conocido y aunque lo escribió para el papa Eugenio, en la práctica, lo estaba haciendo también para todos los papas posteriores.36 De hecho, se conoce la importancia que muchos papas han dado a este texto.
Bernardo seguía sintiéndose su padre espiritual, así lo manifestó repetidamente en el prólogo de De Consideratione: «el amor que os profeso no os considera como Señor, os reconoce por hijo suyo entre las insignias y el esplendor de vuestra excelsa dignidad...Os amé cuando eras pobre, igual os he de amar hecho padre de los pobres y de los ricos. Porque bien os conozco, no por haber sido hecho padre de los pobres dejáis de ser pobre de espíritu».37
En este escrito, insiste en la necesidad de la vida interior y de la oración para aquellos que tienen las mayores responsabilidades de la Iglesia. Escribió sobre el peligro de dejarse llevar por los asuntos de Estado y descuidar la oración y las realidades de lo alto.38
Sobre los poderes del papa, le escribió defendiendo la supremacía del poder espiritual y el derecho de la Iglesia a emplear los ejércitos seglares39 Se basaba en las palabras que los apóstoles dijeron a Jesús cuando lo apresaron, recogidas en el Evangelio de san Lucas, que él interpretó para fundamentar de nuevo «la doctrina de las dos espadas», presente en el pensamiento cristiano desde los inicios de la Edad Media:40
Si la espada material no perteneciese a la Iglesia, el Señor no habría replicado «Es bastante» a los apóstoles cuando le dijeron «Aquí hay dos espadas», sino «Es demasiado». Por tanto, de la Iglesia son la espada espiritual y la espada material, pero esta ha de ser manejada para la Iglesia, y aquella, por la Iglesia.
De consideratione39
También le escribió que el poder del papa no es ilimitado:41
Yerras si, como creo, piensas que tu poder apostólico es el único instituido por Dios (dice el apóstol:) «No hay poder que no proceda de Dios...Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores». No dice «la autoridad superior», como si se refiriese a una, sino «las autoridades superiores», como si se refiriese a varias. Por tanto, tu poder no es el único que procede de Dios, también proceden de «Él», el poder de los medianos y de los pequeños.
De consideratione41
Estaba convencido de que todos los cargos de la Iglesia procedían directamente de Dios y así lo escribió al papa:42
Reflexiona que la santa Iglesia romana no es la señora, sino la madre de las iglesias. Vos no sois el señor de los obispos, sino uno de ellos.
De consideratione42

Su doctrina

Misticismo


Cristo abrazado a san Bernardo
Francisco Ribalta, Museo del Prado.
Obra capital del misticismo español
y de una gran expresividad devocional.43
Fue el primero que formuló los principios básicos de la mística, contribuyendo a configurarla como cuerpo espiritual de la Iglesia católica.44
Su devoción a la humanidad del Redentor se trató de una innovación basada en el Cristo de los Padres y de san Pablo.45 Su forma de relacionarse con Cristo, llevó a nuevas formas de espiritualidad basadas en la imitación de Cristo.46
Su teología mística tuvo como fin principal mostrar el camino de la unión espiritual con Dios.47 Su doctrina de búsqueda de unión a Dios se inspiró en el estudio de las escrituras y de los padres de la Iglesia,48 así como en su propia experiencia religiosa.49 El esquema de la mística bernardiana propone ascender desde lo más profundo del pecado original hasta lo más elevado del amor, la unión mística con Dios. En este ascenso enumeró 4 grados de amor, descritos en su tratado Del amor de Dios:50
...En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo, pues es carne, y no puede gustar nada fuera de sí...más, cuando ve que no puede subsistir por sí, comienza a buscar a Dios por la fe, y a amarle, como que le es tan necesario. Ama, pues, en el segundo grado a Dios, pero por sí, no por Él mismo. Ya después que comenzó, con ocasión de la propia necesidad, a reverenciarle y frecuentarle, meditando, orando, obedeciéndole, poco a poco en virtud de este género de familiaridad, se da a conocer Dios y consiguientemente se hace también más dulce, y así... pasa al grado tercero, para amar a Dios no ya por sí, sino por Él mismo... en este grado se está mucho tiempo...y desde entonces, juntándose a Él será con Él un espíritu...cuando se entra en estas grandezas espirituales y divinas habría de ser despejado de todas las enfermedades de la carne...
Del amor de Dios51
Conocemos tres venidas del Señor… hay una venida intermedia… oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos…pero, para que no pienses…que… la venida intermedia son invención nuestra, oye al mismo Señor: «El que me ama guardara mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada»…gracias a esta venida, nosotros que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial...
Sermón 5 en el Adviento52
La influencia del pensamiento de Bernardo sobre misticismo y devoción mariana en las órdenes religiosas europeas fue muy importante. Obsérvese los cuadros de devoción de este artículo que corresponden a encargos de franciscanos, capuchinos y cartujos de Italia y España, alguno de ellos realizado casi quinientos años después de su muerte.

Devoción mariana

En el occidente cristiano y a partir de finales del siglo XI, se desarrolló masivamente el culto popular a la Virgen María. Bernardo tuvo un papel importante en la propagación de ese culto mariano. Su teología sobre María fue rápidamente aceptada por los fieles y sus sermones se difundieron por toda la cristiandad. El más conocido, es Del acueducto53 :
...tan grande acueducto...sobrepasase los cielos y pudiese llegar a aquella vivísima fuente de las aguas que está sobre los cielos...¿Cómo llegó este nuestro acueducto a aquella fuente tan sublime? [...] Según está escrito: la oración del justo penetra en los cielos...¿Quién será justo, si no lo es María, de quien nació para nosotros el sol de justicia? [...] Sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia, por el mismo cauce por donde corrió, al dador de la gracia...aquello que deseas ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María... a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él repulsa...
Del acueducto54
La figura de María no se entendía como hoy. Así el abad mostró sus dudas sobre la Inmaculada Concepción: ...con toda certeza, sólo la gracia hizo limpia a María del contagio original... La fiesta de la Inmaculada Concepción es una fiesta que desconocen los ritos de la Iglesia, ni recomienda la tradición antigua.55 No se puede afirmar que patrocinara la Asunción de María (en esto coincidía con la corriente antiasuncionista que entonces predominaba).56

Las fuentes de su doctrina


Un manuscrito español del siglo XIII de sermones de Bernardo de Claraval.
Sus fuentes fueron fundamentalmente las Sagradas Escrituras y también las fuentes de la tradición cristiana. Ambas fueron siempre sus grandes argumentos.57
Bernardo creía en «la revelación verbal» del texto bíblico. Esta creencia, considerada hoy errónea por la teología católica, la heredó de Orígenes, su maestro en Exégesis. Así, en cada palabra de la Biblia buscaba interpretaciones y sentidos desconocidos y ocultos. Cuando no comprendía unas frases o un sentido del texto, se humillaba y pedía a Dios que le iluminara, pues entendía que si Dios había puesto esa palabra o esa frase y no otra, lo hacía por una razón concreta. Esta fe en la revelación verbal le originó importantes periodos místicos que quedaron recogidos en sus escritos.58
Su búsqueda de la interpretación del texto sagrado, sin limitarse al sentido pretendido por el escritor sagrado, para obtener de él la justificación de sus experiencias personales, profundiza en la reflexión y en la contemplación de la misma forma que la Iglesia primitiva y siguiendo la tradición mística de los padres griegos de la Escuela catequística de Alejandría.59
Resulta esclarecedor lo que pensaban de él los dos principales artífices de la Reforma Protestante. Martín Lutero dijo que «Bernardo supera a todos los demás Doctores de la Iglesia» y el fanático Juan Calvino lo alabó: «El abad Bernardo habla el lenguaje de la misma verdad».60
Los libros de la Biblia que más citó y por lo tanto con los que más se identificaba son: el libro de los Salmos 1519 veces; las cartas de Pablo 1388 veces; el Evangelio de Mateo 614 veces; el Evangelio de Juan 469 veces; el Evangelio según san Lucas 465 veces; el Libro de Isaías 358 veces y el Cantar de los Cantares 241 veces.61
La segunda fuente para él era la Tradición. En su tiempo había dos escuelas teológicas contrarias: la escuela antigua o tradicional, de la que él era el principal exponente, y la escuela moderna, patrocinada por Abelardo, basada en especulaciones y en la crítica filosófica de las ideas. Bernardo consideraba estéril la filosofía, pues argumentaba que en nada sirve al hombre para alcanzar su fin último. Despreciaba a Platón y Aristóteles. En cierta ocasión dijo: «Mis maestros son los apóstoles, ellos no me han enseñado a leer a Platón ni a ejercitarme en las disquisiciones de Aristóteles».62 Sin embargo, tenía una concepción neoplatónica del alma humana, que consideraba estaba creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a una unión perfecta con Él.63
Los Padres de la Iglesia que más seguía, eran los que entonces se consideraban los maestros más autorizados de la Iglesia: se declaró fiel discípulo de san Ambrosio y de san Agustín, los llamó las dos columnas de la Iglesia y escribió que difícilmente se apartaría de su parecer (en el Tratado sobre el bautismo). En moral, su referencia era Gregorio Magno.62 Copió, sin citarlo, con frecuencia a Casiodoro en sus comentarios sobre los Salmos. Muchos bellos pensamientos que describió Bernardo, en realidad son de Casiodoro.62 Entre los Padres griegos, citó a menudo a Orígenes (le encantaba su exégesis alegórica) y a Atanasio. Tenía una gran devoción a Benito de Nursia y a su única obra, la Régula monasteriorum (la regla de los monjes). Esta obra era la maestra de su corazón y de su intelecto, y estaba convencido que, como la Biblia, era un libro directamente inspirado por Dios.64
Cuatro de sus obras tienen similitudes con otras de la literatura patrística:
  1. Los sermones sobre el «Cantar de los cantares». En el Concilio de Sens, Berenguer de Escocia le recriminó haber copiado descaradamente a Orígenes, Ambrosio, Rexio de Autun y Beda el Venerable.
  2. Los 17 sermones sobre el salmo 90 están copiados de la doctrina de san Agustín
  3. Las 4 homilías de alabanzas de la Virgen María tienen plagios de Ambrosio y de san Agustín
  4. Sobre la gracia y el libre albedrío es un resumen de la doctrina de san Agustín.65

Escritos

Sus escritos no son numerosos, ocupan solo los tomos 182 y 183 de la Patrología latina de Migne (compilación de los escritos de los Padres de la Iglesia y de otros escritores eclesiásticos publicados entre 1844 y 1865). Esta cifra es pequeña comparada con otros Padres de la Iglesia. Sus numerosas actividades no le permitieron un trabajo extenso. Por lo general, son obras de ocasión, rápidas, solicitadas por terceros.66 Muestran al hombre de acción, al renovador del Císter, a un reformador de la sociedad laica y religiosa y defensor del papado, también reflejan la seguridad de la personalidad religiosa más influyente del siglo XII, como san Agustín en el siglo V o Santo Tomás en el siglo XIII.67
Dejó una producción de unas 500 cartas, del orden de 350 sermones y varios tratados doctrinales.
Sus escritos más conocidos son los sermones —el sermón en los monasterios de la Edad Media tenía mucha influencia en la formación religiosa e intelectual del monje68 —. Después los tratados, breves pero de enorme valor espiritual para la Iglesia católica, desarrollando una doctrina precisa y coherente.49
Empleó un elegante latín y fue de los escritores más notables de su época, junto a Pedro Abelardo y Gilberto de la Porée.69

Iconografía de san Bernardo


Premio lácteo a san Bernardo
Alonso Cano, Museo del Prado.
El santo arrodillado recibe un chorro de leche de los pechos de una estatua de la Virgen.70
No se sabe cómo era san Bernardo, no existen retratos reales. Sí hay multitud de representaciones figuradas, que corresponden habitualmente a cuadros de piedad y devoción.
En este artículo se presentan cinco ejemplos.
El cuadro, denominado Premio lácteo a san Bernardo, fue pintado por Alonso Cano entre 1646 y 1650 para los capuchinos de Toledo.70 Existe otro cuadro parecido, que no se representa aquí, pintado por Murillo y también en el Museo del Prado, donde se aparece la Virgen a san Bernardo para ofrecerle leche de sus pechos como premio por su defensa mariana.71
La leyenda de la lactatio debió ser muy conocida en España, estando incluida en el Cancionero de Úbeda. Un motivo similar mencionó el rey Alfonso X el Sabio en sus Cantigas de Santa María (54 y 93), «narrando el prodigio de la resurrección de un monje cisterciense, que obró la Virgen dándole leche de su seno».72
El cuadro de Francisco Ribalta, Cristo abrazado a san Bernardo, fue pintado entre 1625 y 1627 para la cartuja italiana de Portocoeli, para la cual trabajó Ribalta en sus últimos años.43

Notas y referencias

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Bibliografía

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Enlaces externos



Lippi, Fra. Filippo: Aparición de la Virgen a San Bernardo
 




San Bernardo de Claraval (Clairvaux) Fiesta: 20 de agosto 
(1090-1153)
Abad Cisterciense,
Doctor de la Iglesia
Etim. de Bernardo:
"Batallador y valiente". (Bern=batallador; Nard=valiente)
Nacido en Borgoña, Francia. Llamado "Mellifluous Doctor" (boca de miel) por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María. Compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros.
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Castidad. La castidad sin la caridad no tiene valor
Angeles custodios. Que te guarden en tus caminos.
Santos. Apresurémonos hacia los hermanos que nos esperan


Biografía
San Bernardo, abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que mas impacto ha tenido. Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090.  Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en la religión, el latín y la literatura.
Personalidad de Bernardo
Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo.  Amable, simpático, Inteligente, bondadoso y alegre. Todo esto y vigor juvenil le causaba un reto en las tentaciones contra la castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A grandes males grades remedios.
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó sobre el hielo hasta sufrir profundamente el frío. Sabía que a la carne le gusta el placer y comprendió que si la castigaba así, no vendrían tan fácilmente las tentaciones. Aquel tremendo remedio le trajo liberación y paz.  S
Una visión cambia su rumbo: 
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
La familia que se fue con Cristo. 
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y  31 compañeros. Dicen que cuando llamaron a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso.  
Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar al convento para  prepararlos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister.  Mas tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana y el cuñado, de mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa.  Vemos en la historia la gran influencia de las relaciones tanto para bien como para mal. 
En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa. 
Fundador de Claraval. En el convento del Cister demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos. 
La Predicación de santo. 
Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor. 
Su amor a la Virgen Santísima. 
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y el amor con que habla de ella. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir". El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. 
Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial. 
Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho. 
Viajero incansable
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le dañó la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos. Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pasaría luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación). 
De carbonero a Pontífice
Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, lo cual hizo de muy buena voluntad. Llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Honorio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: 
"Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo
a la oración y a la meditación".
 
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por Ej., Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: 
"Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia. 
San Bernardo: gran predicador, enamorado de Cristo y de la Madre Santísima: pídele al buen Dios que nos conceda a nosotros un amor a Dios y al prójimo, semejante al que te concedió a ti. Quiera Dios que así sea.
Nota interesante: San Bernardo escribió la vida de San Malaquías quién murió en sus brazos camino a Roma.

1. ... Como hay varias sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas, animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el mal y no saben hacer el bien , los cuales se pierden y se condenan en su misma sabiduría, como está escrito: Cogeré a los sabios en su astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los prudente. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y competentemente el dicho de Salomón: Vi una malicia debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y justicia, santificación y redención.

2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, vino a nosotros del seno del Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve, llena de gracia, el Señor es contigo"; y en seguida: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra". He ahí que tienes al Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Y otra vez: "El Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros" . Es claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima Trinidad.

3. Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y su descendencia; ella aplastará tu cabeza"  Que fue templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan honrosamente el ángel diciéndole: "Dios te salve, llena de gracia", no se ensoberbeció por ser bendita con un singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto, sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice: Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión: Todas las obras del Señor son muy buenas .

4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen, mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en la mente pura. También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría, debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes. Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la derecha o a la izquierda.
NO ERES MAS SANTO PORQUE NO ERES MAS DEVOTO DE MARÍA.
(San Bernardo)


San Bernardo de Claraval (Clairvaux)
Fiesta: 20 de agosto
(1090-1153)
Cisterciense, Doctor de la Iglesia

Fue el gran impulsor y propagador de la Orden Cisterciense y el hombre más importante del siglo XII en Europa.
Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y de muchos otros.
Nació en Borgoña (Francia) en el año 1.090, en el Castillo Fontaines-les-Dijon. Sus padres eran los señores del Castillo y fue educado junto a sus siete hermanos como correspondía a la nobleza, recibiendo una excelente formación en latín, literatura y religión.
San Bernardo es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero es uno de los que más impacto ha tenido en ella.
Fue declarado Santo en 1.173 por el Papa Alejandro III. Posteriormente, fue declarado Doctor de la Iglesia.

Su personalidad
Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo.
Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre, incluso muy apuesto, pues sabemos que su hermana Humbelina le llamaba cariñosamente con el apelativo de "ojos grandes". Durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.

La visión que cambió su trayectoria
Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado. Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra, Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban Harding lo aceptó con gran alegría.

Toda su familia ganada para Cristo.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 30 compañeros de la Nobleza que dejaron todo para unirse a Cristo . Dicen que cuando llamaron a Nirvardo el hermano menor para anunciarle que se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Con que ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se hizo religioso del Cister.
Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar al convento para prepararlos durante varias semanas, entrenándolos acerca del modo de cómo debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister. Mas tarde, habiendo muerto su madre, entra en el monasterio su padre. Su hermana Humbelina y su cuñado, de mutuo acuerdo decidieron también entrar en la vida religiosa. Posteriormente llegó también su hermana Humbelina a la gloria de los altares. Vemos en la historia la gran influencia de las relaciones tanto para bien como para mal.
En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas espirituales de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Cister demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa "valle claro" ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día. Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros, a los pocos años tenía 130 religiosos. De este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos. (Trois Fontaines, Fontenay, Foigny, etc.,).


Su Predicación.
Le llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.


Su amor a la Virgen Santísima.
Fue el gran enamorado de la Virgen Santísima. Se adelantó en su tiempo a considerarla medianera de todas las gracias y poderosa intercesora nuestra ante su Hijo Nuestro Señor . A San Bernardo se le deben las últimas palabras de la Salve: "Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María"., así como la bellísima oracion del "Acordaos" cuyo texto íntegro reproducimos en otro apartado de este texto). Tal era su Amor a la Virgen que teniendo costumbre de saludarla siempre que pasaba ante una imagen de ella con las palabras "Dios te Salve María", la imagen un día le contestó "Dios te salve, hijo mío Bernardo".
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y el amor con que habla de ella. El pueblo vibraba de emoción cuando le oía hablar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante:


Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María.
Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.

Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial.

Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
Así como también de entre sus numerosísimos libros y textos se halla el de unas reflexiones de gran importancia llamado "La Consideración"  leído por varios Papas, entre ellos el Papa Juan XXIII.
En él propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados, no vayan a cometer el gravísimo error de descuidar la humildad y/o dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. En una de sus reflexiones, comenta:

"Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación".

Las dos ideas fundamentales que nos transmite San Bernardo son:
1.- La mediación universal de la Virgen
2.- La necesidad filial de invocarla en todas las circunstancias.


Viajero infatigable
El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le dañó el aparato digestivo) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos. Exclamaba: "A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas" (ya en las noches pasaría luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).

Despedida gozosa.
Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ejemplo hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba:

"Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante, y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a su eternidad feliz, el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años.
ANÉCDOTA
Le sucedió a San Bernardo, siendo muy joven, cuando todavía no había entrado en la vida monástica. Bernardo era muy guapo, de porte elegante y alto.

En cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió la noche, por lo que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa. La dueña los recibió bien, e insistió en que Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una habitación separada. Durante la noche, la mujer se presentó en la habitación con intenciones deshonestas. Bernardo, en cuanto se dio cuenta de lo que se avecinaba, fingió con gran presencia de ánimo creer que se trataba de un intento de robo, y con toda su fuerza empezó a gritar: -¡Ladrones, ladrones! La intrusa se alejó rápidamente. Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a bromear acerca del imaginario ladrón, pero Bernardo, contestó con toda tranquilidad:
-No fue ningún sueño. El ladrón entró indudablemente en la habitación, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor."

ORACIÓN
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, reclamando vuestra asistencia, haya sido desamparado de Vos.
Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes; y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante Vos. Madre de Dios, no desechéis mis súplicas; antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.



Sermón: EL ESPÍRITU SANTO ACTÚA EN NOSOTROS DE CUATRO MANERAS

1. Cristo nos ofrece una doble realidad: por una parte, lo que no logramos conocer, como su generación divina, de la cual se dice: ¿Quién puede explicar su nacimiento? Y por otra parte, todo lo que podemos conocer de sus obras divinas. Y lo mismo nos sucede con el Espíritu Santo: nuestros sentidos no perciben cómo procedel del Padre y del Hijo siendo igual y coeterno al Padre y al Hijo. En cambio, nos resulta evidente porque él nos ha enseñado cómo actúa su gracia en nosotros.
 Las obras del Espíritu Santo tienen un doble enfoque: unas son para nuestro bien y otras para el del prójimo. Lo que hace para nosotros mismos es, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
 Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo. Por eso el Apóstol, al hablar de los diversos dones, no dice solamente: Este recibe del Espíritu la sabiduría, y aquel la ciencia; sino que añade: palabras de sabiduría, palabras de ciencia, y así indica que estos dones se conceden para los otros, es decir, para edificar a los demás.
2. En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. Pues si nos apropiamos lo que recibimos para bien de los demás, faltamos a la caridad y se nos dice: ¿Para qué valen la sabiduría escondida y el tesoro oculto? Y si damos a conocer a los hombres los dones que recibimos de Dios en vez de agradecérsele a él en lo íntimo del corazón, perdemos la humildad y merecemos aquel reproche: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
 En ambos casos nos ponemos en peligro: en el primero perdemos la humildad y en el segundo la caridad. ¿Y es preciso salvarse sin humildad y sin caridad?
 En consecuencia, el orden adecuado de nuestro progreso es éste: aprovecharnos en primer lugar de esos dones como la compunción y otros semejantes; y la la gracia del Espíritu Santo suscita otros, como la sabiduría o la ciencia, procuremos compartirlos con el prójimo. De esta manera, si nos reservamos lo que nos conviene a nosotros y repartimos generosamente entre todos lo que se nos da para bien del prójimo, alcanzaremos ese don del Espíritu Santo que llamamos descreción de espíritus.
RESUMEN:
El Espíritu Santo nos da unos dones para nosotros y otros para los demás.
 Para nosotros nos otorga, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
 Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo.
 En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. De no ser así faltaremos a la humildad y a la caridad. En cualquier caso procuraremos empezar por utilizar los dones que, generosamente, nos da para nosotros mismos. 

Sermón: EL BESO DEL ESPÍRITU SANTO

1. Que me bese con el beso de su boca. La boca del Padre es el Hijo, pues al Hijo lo conoce sólo el Padre, y al Padre lo conoce sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar. Pero todos los que reciben esta revelación sobre el Padre o el Hijo, es obra del Espíritu Santo. Por eso, cuando Pedro dijo al Señor: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, él le respondió: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!-que significa hijo de la paloma-, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo.
 Lo confirma también el Apóstol. Viene diciendo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman. Y añade: Pero Dios nos lo ha revelado por medio de su Espíritu. Según esto, parece que la esposa tiene la gracia del Espíritu Santo, y de eso modo comprende que el Hijo es igual al Padre. Pues no dice: "Que me bese con su boca" con lo cual se referiría al beso único del Padre, inaccesible a toda criatura por ser imposible igualarse al Padre. Sino que dice: Con el beso de tu boca. Sabemos que el beso es común al que lo da y lo recibe. Por eso, si el Padre y el Hijo se besan mutuamente, ese ósculo es, sin lugar a dudas, es Espíritu Santo.
2. Ese beso ansía la esposa al exclamar: Que me bese con el beso de su boca. Y ese es el beso que ha recibido, como lo atestigua Pablo: Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones es Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba, Padre! Ese beso prometía también el Salvador al exhortar a sus discípulos a cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu bueno a los que se lo pidan?
 Al estamparte ese beso, el Verbo esposo concede al alma racional el conocimiento de Dios y el amor de la virtud, y los dos labios que le besan son la virtud y la sabiduría de Dios. Sí, la sabiduría otorga conocimiento y el amor es fruto de la virtud. El alma, por su parte, también posee dos labios para besar a su esposo: son el entendimiento y la voluntad. La inteligencia capta la sabiduría y la voluntad la virtud. Si es únicamente la inteligencia quien percibe el conocimiento de la sabiduría, y la voluntad carece del amor a la virtud, el beso no es perfecto; y al contrario, si la voluntad recibe el amor y la inteligencia está vacía de conocimiento, el beso tampoco es perfecto. Unicamente es total y perfecto cuando la sabiduría ilumina la inteligencia y la virtud impulsa la voluntad.
RESUMEN
El Espíritu Santo es el beso que une al Padre y al Hijo. Los creyentes no podemos captar el contacto físico sino el beso, independiente como algo etéreo. Para captar ese beso hace falta entendimiento y voluntad. La carencia de uno de estos dos labios hará que el beso se incompleto e imperfecto.

Sermón: ¡CUIDADO CON LOS APLAUSOS HUMANOS!

 Si encuentras miel como lo justo, no sea que te hartes y la vomites. Podemos traducir con mucha propiedad la palabra miel por el halago de los aplausos humanos. Y con toda razón se nos recomienda no abstenernos completamente de este alimento, sino de tomarla con exceso. Porque a veces nos resulta provechoso recibir alabanzas humanas, esto es, cuando actuamos por amor fraterno y el bien de los demás, pues de este modo nos resulta más llevadero. Manteniendo esta sobriedad, no peligra el uso moderado de esta miel. Todo lo que pasa de ahí es malo y pernicioso.
 Efectivamente, come demasiada miel quien se vuelva a ella con ansiedad y se hincha, se ceba y satura de los halagos y gloria mundana. El Profeta santo pide al Señor que le libre de ello, expresando este favor humano no con la metáfora de la miel, sino con otra muy semejante, la del aceite. Que el ungüento del impío no perfume mi cabeza.
 ¿Quieres saber cuándo vomita este desenfrenado devorador de miel lo que ha comido hasta saciarse y sin moderación? Cuando oiga que otro cualquiera recibe alabanzas, él se retorcerá de envidia; y entonces esos aplausos que tragaba sin otra finalidad que la de regodearse en la lisonja humana, los vomitará con una angustia semejante al horrendo placer con que los devoró. El espíritu que se entrega a la vanidad y que se hincha de arrogancia, sólo ve desprecios en las alabanzas que reciben los demás. 
RESUMEN
Las alabanzas (la miel) no son negativas pues nos estimulan en nuestra labor. La señal de que no son adecuadas, es cuando las alabanzas que reciben los demás nos produce envidia. Esa sensación hace de la ingesta, y del rechazo de la alabanza ajena, algo parecido al vómito. 

Orden del Císter


Orden del Císter
Arms of Ordo cisterciensis.svg
Nombre latino Ordo Cisterciensis
Siglas O. Cist.
Nombre común Bernardos
Gentilicio Cistercenses
Tipo Orden monástica
Regla Regla de San Benito
Hábito Blanco
Fundador San Roberto de Molesmes
Fundación 1098
Lugar de fundación Abadía de Citeaux
Aprobación 1100 por el Papa Pascual II
Superior General Abad General Mauro Giuseppe Lepori
Religiosos 1470
Sacerdotes 717
Curia Piazza del Tempio di Diana, 14
00153 Roma, Italia
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La orden cisterciense (en latín: Ordo cisterciensis, o.Cist.), igualmente conocida como orden del Císter o incluso como santa orden del Císter (Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.) es una orden monástica católica reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098. Esta abadía se encuentra donde se originó la antigua Cistercium romana, localidad próxima a Dijon, Francia.
La orden cisterciense desempeñó un papel protagonista en la historia religiosa del siglo XII. Su influencia fue particularmente importante en el este del Elba donde la orden hizo «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras».1
Como restauración de la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden cisterciense promueve el ascetismo, el rigor litúrgico dando importancia al trabajo manual. Además de la función social que ocupó hasta la Revolución francesa, la orden ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.
Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal hicieron que se convirtiera en el cisterciense más importante del siglo XII, pues, aun no siendo el fundador, sigue siendo todavía hoy el maestro espiritual de la orden.2
En nuestros días, la orden cisterciense está formada por dos órdenes diferentes. La orden de la «Común Observancia» contaba en 1988 con más de 1.300 monjes y 1.500 monjas, repartidos respectivamente en 62 y 64 monasterios. La Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, también llamada O.C.S.O., comprende hoy en día cerca de 2.000 monjes y 1.700 monjas, comúnmente llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa, repartidos en 106 monasterios masculinos y 76 femeninos.3 4 Las dos órdenes cistercienses actualmente mantienen vínculos de colaboración entre ellas.
Su hábito es túnica blanca y escapulario negro, retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la tradicional cogulla monástica, de color blanco. De hecho, se los llamó en la Edad Media «monjes blancos», en oposición a los «monjes negros» que eran los benedictinos. También es frecuente la denominación «monjes bernardos» o simplemente «bernardos», por el impulso que dio a la orden Bernardo de Fontaine.
Aunque siguen la regla de san Benito, los cistercienses no son propiamente considerados como benedictinos. Fue en el IV Concilio de Letrán en 1215 cuando la palabra «benedictino» apareció para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna orden centralizada,5 por oposición a los cistercienses.

Abadía de Pontigny, fundada en 1114, segunda fundación o hija de la Orden.

Abadía de las Huelgas Reales de Valladolid fundación cisterciense de 1282. Este edificio data del siglo XVI.

La abadía de Santes Creus, del siglo XII, declarada monumento nacional en 1921.

Brazo y báculo típico cisterciense en lápida funeraria de Abad en Abadía de Boyle (Irlanda).

Historia

Antecedentes de la orden cisterciense

En Occidente, en el cambio entre el siglo XI y el siglo XII, eran numerosos los cristianos que buscaban «nuevas vías de perfección» espiritual.6
La Regula Sancti Benedicti fue también, a finales del siglo XI, una formidable fuente de inspiración para los movimientos que se esforzaban en buscar la perfección espiritual al conjugar el ascetismo y el rigor litúrgico rechazando la ociosidad en contraposición al trabajo manual. Como la Orden de Grandmont o la Orden Cartuja, fundada por San Bruno en 1084, la Orden Cisterciense estuvo marcada en su nacimiento por la necesidad de reforma y la inspiración evangélica, de la misma forma que la experiencia de Robert de Arbrissel, fundador de la Orden de Fontevraud en 1091, o la eclosión de los capítulos de canónigos basados en la regla de San Benito.7

Los padres fundadores

La forma de vida cisterciense comenzó a fraguarse con la fundación de la abadía de Notre-Dame de Molesmes por Roberto de Molesmes en 1075, en la región de Tonnerre.8
Roberto de Molesmes había nacido en Champaña y estaba emparentado con la familia Maligny, una de las más importantes de la región. Comenzó su noviciado a la edad de quince años en la abadía de Moutiers-la-Celle, en la diócesis de Troyes, donde llegó a ser prior. Imbuido del ideal de restauración de la vida monástica tal como fue instituida por San Benito, abandonó el monasterio en 1075 para ponerlo en práctica. Compartió la soledad, la pobreza, el ayuno y la oración con siete ermitaños, cuya vida espiritual dirigió. Se instalaron en el bosque de Collan, o Colán, cerca de Tonnerre.9 Gracias a los señores de Maligny, el grupo se estableció en el valle del Laignes, en la localidad de Molesmes.10 Adoptaron reglas similares a las de los camaldulenses, combinando la vida comunal de trabajo y el oficio benedictino con el eremitismo.11
Esta fundación fue un éxito. La nueva abadía atrajo a numerosos visitantes y donantes, religiosos y laicos. «Quince años después de su fundación, Molesmes se asemejaba a cualquier abadía benedictina próspera de su época.»12 Pero las exigencias de Roberto y de Albéric fueron mal aceptadas. Se produjeron divisiones en el seno de la comunidad. En 1090, Roberto, con algunos compañeros, decidió alejarse durante un tiempo de la abadía y sus disensiones, estableciéndose con algunos hermanos en Aulx para llevar una vida de ermitaño.13 Sin embargo, fue obligado a regresar a la abadía que dirigía en Molesmes.14
Sabía que no conseguiría satisfacer su ideal de soledad y pobreza en Molesmes donde los partidarios de la tradición se oponían a los de la renovación. Por ello, Roberto obtuvo la autorización de Hugues de Die, legado del Papa, y aceptó un lugar solitario ubicado en el bosque pantanoso de la baja región de Dijon para retirarse y practicar, con la mayor austeridad, la regla de San Benito. El lugar se lo propusieron el duque de Borgoña, Eudes I, y sus primos lejanos los vizcondes de Beaune.15 Alberico y Esteban Harding, así como otros veintiún monjes fervorosos, lo acompañaban. Se instalaron el 21 de marzo de 1098 en el lugar conocido como La Forgeotte, alodio concedido por Renard, vizconde de Beaune, para fundar allí otra comunidad denominada durante un tiempo el novum monasterium.16

El «nuevo monasterio»

El abaciado de Roberto

Los inicios del novum monasterium,17 en edificios de madera rodeados de una naturaleza hostil, fueron difíciles para la comunidad. La nueva fundación se benefició, no obstante, del apoyo del obispo de Dijon. Eudes de Borgoña también dio muestras de generosidad; Renard de Beaune, su vasallo, cedió a la comunidad las tierras que lindaban con el monasterio.18 La benévola protección del arzobispo Hugues permitió la edificación de un monasterio de madera y de una humilde iglesia. Roberto tuvo el tiempo justo de recibir del duque de Borgoña una viña en Meursault, ya que, tras un sínodo celebrado en Port d’Anselle en 1099 que legitimó la fundación del novum monasterium, se vio obligado volver a Molesmes, donde encontraría la muerte en 1111.
La historiografía cisterciense censuró durante algún un tiempo la memoria de los monjes que regresaron a Molesmes. Así, los escritos de Guillermo de Malmesbury, y luego el Pequeño y el Gran Exordio, se hallan en el origen de la leyenda negra que, en el seno de la orden, persiguió a Roberto y a sus compañeros de Molesmes «a quienes no les gustaba el desierto.»19

El abaciado de Alberico


Los fundadores de Cîteaux: Roberto de Molesmes, Alberico y Esteban Harding venerando a la Virgen María.
Roberto dejó la comunidad en manos de Alberico, uno de los más fervientes partidarios de la ruptura con Molesmes. Alberico, administrador eficaz y competente, obtuvo la protección del papa Pascual II (Privilegium Romanum) quien promulgó el 19 de octubre de 1100 la bula Desiderium quod. Alberico, enfrentado a numerosas dificultades materiales, desplazó su comunidad dos kilómetros más al sur, a orillas del Vouge, para encontrar un suministro suficiente de agua.20 Bajo sus órdenes se construyó una iglesia a unos centenares de metros del lugar inicial. El 16 de noviembre de 1106 Gauthier, obispo de Chalon, consagró en este nuevo lugar la primera iglesia construida en piedra. Alberico consiguió mantener el fervor espiritual en el seno de su comunidad, a la que sometió a una ascesis muy dura. Pero Cîteaux vegetaba, las vocaciones eran escasas y sus miembros envejecían. Los años parecían difíciles para la pequeña comunidad ya que «los hermanos de la Iglesia de Molesmes y otros monjes vecinos no dejaban de acosarlos y de perturbarlos».21
Sin embargo, la protección del duque de Borgoña, la de su hijo Hugo II, con posterioridad a 1102, y los clérigos surgidos del valor de la comunidad, permitieron un primer desarrollo. A partir de 1100 el monasterio atrajo a algunos neófitos; algunos novicios se incorporaron al grupo.22 Durante su abaciado, Alberico hizo adoptar a los monjes el hábito de lana cruda distinto del hábito negro de los monjes de la orden de Cluny. Ello les valdría a los cistercienses los apodos de «monjes blancos»,23 «benedictinos blancos» o «bernardinos», del nombre de san Bernardo, por oposición a los benedictinos o «monjes negros».24
Alberico definió el estatuto de los hermanos conversos, religiosos que no eran ni clérigos ni monjes, pero sujetos a la obediencia y a la estabilidad y que llevaban a cabo el grueso de los trabajos manuales. También hizo emprender el trabajo de revisión de la Biblia que sería concluido bajo el abaciado de Esteban Harding.25

El abaciado de Esteban Harding


Esteban Harding y el abad de Saint-Vaast d'Arras depositando su abadía a los pies de la Virgen.26
En 1109, Esteban Harding se hizo cargo de los destinos de Cîteaux, sucediendo a Alberico tras la muerte de este último. Esteban, noble anglosajón de sólida formación intelectual, era un monje formado en la escuela de Vallombreuse que ya había desempeñado un papel protagonista en los acontecimientos de 1098. Mantuvo excelentes relaciones con los señores locales. La benevolencia de la castellana de Vergy y del duque de Borgoña garantizaron el desarrollo material de la abadía. La revalorización de las tierras garantizó a la comunidad los recursos necesarios para su subsistencia. El fervor de los monjes confirió a la abadía un gran renombre. En abril de 1112 o mayo de 1113,27 el joven caballero Bernardo de Fontaine, junto a una treintena de compañeros, hizo su entrada en el monasterio cuyos destinos transformaría. Con la llegada de Bernardo, la abadía se engrandeció. Los postulantes fluyeron, los efectivos crecieron e impulsaron a Esteban Harding a fundar «abadías filiales».
La fundación de la orden
En 1113 se fundó la primera abadía filial en La Ferté, en la diócesis de Chalon-sur-Saône, seguida por la de Pontigny, en la diócesis de Auxerre, en 1114. En junio de 1115, Esteban Harding envió a Bernardo con doce camaradas a fundar la abadía de Claraval, en Champaña. El mismo día, una comunidad monástica partió de Cîteaux para fundar la abadía de Morimond.
Sobre este tronco de las cuatro filiales de Cîteaux, la orden se desarrolló y la familia cisterciense creció durante todo el siglo XII. A partir de 1120 la orden se estableció en el extranjero. Finalmente, junto a los monasterios de hombres se crearían conventos de monjas. El primero se estableció en 1132 por iniciativa de Esteban Harding en Tart-l'Abbaye, siendo el de Port-Royal-des-Champs uno de los más célebres.
Para Esteban Harding, organizador de la orden y gran legislador, la obra que veía nacer era aún frágil y precisaba ser reforzada. Las abadías creadas por Cîteaux necesitaban el vínculo que sería la marca de su pertenencia a la aplicación estricta de la regla de San Benito y hacer solidarias a las comunidades monásticas. La Carta de Caridad que él elaboró se convirtió en el cimiento que garantizaría la solidez del edificio cisterciense.
La Carta de caridad
Entre 1114 y 1118, Esteban Harding redactó la Carta Caritatis o Carta de caridad, texto constitucional fundamental en el cual se basa la cohesión de la orden. En ella estableció la igualdad entre los monasterios de la orden. El cumplimiento de la unidad de observancia de la regla de San Benito tenía por objeto organizar la vida diaria e instaurar una disciplina uniforme en el conjunto de las abadías. El papa Calixto II la aprobó el 23 de diciembre de 1119 en Saulieu. La Carta fue objeto de diferentes actualizaciones.
Esteban Harding previó que cada abadía, aun conservando una gran autonomía —en particular financiera—, dependiera de una abadía madre: la abadía que la fundó o aquella a la que estuviese vinculada. Sus abades, elegidos por la comunidad, controlarían la abadía a su criterio. Al mismo tiempo, supo prever sistemas eficaces de control, evitando la centralización. La abadía madre tenía derecho de fiscalización y su abad debía visitarla anualmente.
Esteban Harding instituyó el Capítulo general en la cumbre de la Orden como órgano supremo de control. El Capítulo general reunía, cada 14 de septiembre y bajo la presidencia del abad de Cîteaux que fijaba el programa, a todos los abades de la orden, que estaban obligados a asistir personalmente o, excepcionalmente, a estar representados. Todos tenían el mismo rango excepto los abades de las cuatro ramas principales.
Por otra parte, el Capítulo general decretaba estatutos y realizaba las adaptaciones necesarias en las normas que regían la orden. Las decisiones tomadas en estas asambleas se anotaban en registros llamados Statuta, instituta et capitula.
Este sistema, como subraya Dom J. M. Canivez, permitió «una unión, una intensa circulación de vida y un verdadero espíritu de familia que agrupaba en un cuerpo compacto a las abadías surgidas de Cîteaux».

Bernardo de Claraval y la expansión de la orden

Bernardo de Claraval

La orden debe el considerable desarrollo que conoció en la primera mitad del siglo XII a Bernardo de Claraval (1090-1153), el más célebre de los cistercienses y a quien se puede considerar como su maestro espiritual.28 Sus orígenes familiares y su formación, sus apoyos y sus relaciones, su propia personalidad, explican en gran parte el éxito cisterciense.
Su familia era conocida por su piedad; su madre le transmitió su inclinación por la soledad y la meditación. Decidió no abrazar el oficio de las armas e intentó retirarse del mundo. Sin embargo, durante su vida religiosa conservó un agudo sentido del combate. «Una vez convertido en monje, Bernardo sigue siendo un caballero que alienta a los que combaten por Dios».29 Persuasivo y carismático, animó a muchos de sus parientes a seguirlo a Cîteaux, abadía próxima a las tierras de su familia.30
Solamente tres años después de su entrada en la orden cisterciense, Bernardo, consagrado abad por Guillermo de Champeaux, obispo de Châlons-sur-Marne, se puso a la cabeza de la abadía de Claraval el 25 de junio de 1115.
«Durante diez años se entrega por entero a la comunidad de la que era [...] el padre. Después de Claraval, ya bien establecido y arraigado, a su vez prolífico, esparcida también su descendencia por todas partes, en Trois-Fontaines, en Fontenay, en Foigny, Bernardo habla solamente para los religiosos de su monasterio».
Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien, op cit., p. 10.

Bernardo de Claraval enseñando en la sala capitular, Heures d'Étienne Chevalier, ilustradas por Jean Fouquet, museo Condé, Chantilly.
Sin dejar de ocuparse de Claraval, de donde seguiría siendo abad toda su vida, Bernardo tuvo una influencia religiosa y política considerable fuera de su orden.31 Durante toda su vida se guio por la defensa de la orden cisterciense y sus ideales de reforma de la Iglesia. Se lo encontraba en todos los frentes y su vida fue rica en paradojas. Proclamó su deseo de retirarse del mundo y, sin embargo, no dejó de mezclarse en los asuntos del mundo. De buen grado impartía lecciones, pero, seguro de la superioridad del espíritu cisterciense, abrumaba con sus reproches a sus hermanos cluniacenses.32 Tuvo muy duras palabras para fustigar a los clérigos y a los prelados que sucumbían a las riquezas materiales y al lujo. No desdeñó la picardía, la astucia, la mala fe o las injurias para abatir a su adversario. El teólogo Pedro Abelardo sufrió en persona esta dura experiencia.33 Estuvo en el Languedoc intentando frenar los progresos de la herejía. Recorrió Francia y Alemania movilizando a las muchedumbres tras la predicación de Vézelay, el 31 de marzo de 1146, para predicar la Segunda Cruzada. Intervino en la controversia entre dos papas elegidos simultaneámente consiguiendo hacer triunfar la causa de Inocencio II sobre Anacleto II) y llegó a ser referencia de soberanos pontífices.34
Las fundaciones prosiguieron a un ritmo constante. La orden, con su base borgoñona, se extendió por el Dauphiné y el Marne; luego, en poco tiempo, todo el Occidente cristiano. No ha habido una nación católica, desde Escocia a Tierra Santa, de Lituania y Hungría a Portugal, que no haya conocido a los cistercienses en alguno de sus setecientos sesenta y dos monasterios.35 De Claraval surgió, en suma, la mayor rama de la orden cisterciense: trescientas cuarenta y una casas, ochenta de ellas filiales directas, dispersadas por toda Europa; aún más que Cluny, que sólo contaba con alrededor de 300.36 Así pues, gracias al número de sus filiales que sobrepasaba a las de Cîteaux, el peso de la abadía de Claraval no dejó de crecer, en particular en las decisiones tomadas en los Capítulos generales.37
Al morir, el 20 de agosto de 1153, honrado por todo el mundo cristiano, convirtió a Cîteaux en uno de los principales centros de la cristiandad.

La organización de la orden

«Debemos ser unánimes, sin divisiones entre nosotros: todos juntos, un solo cuerpo en Cristo, siendo miembros los unos de los otros»
— San Bernardo, Sermon pour la Saint-Michel, I, 8.
La regla benedictina solicita una síntesis entre exigencias opuestas: independencia económica y actividad litúrgica, actividad apostólica y rechazo del mundo. Los Statuts des moines cisterciens venus de Molesme (Estatutos de los monjes cistercienses venidos de Molesmes), redactados en los años cuarenta del siglo XII, son una propuesta de normalización del ideal primitivo: estricta observancia de la regla benedictina, búsqueda del aislamiento, pobreza integral, rechazo de los beneficios eclesiásticos, trabajo manual y autarquía. Los primeros abades de Cîteaux habían encontrado este equilibrio en la sencillez, en la ascesis y el gusto por el cultivo. Los siglos XII y XIII, marcados por los escritos de sus fundadores, debían permitir profundizar y apuntalar estos principios de organización. Pero a partir del abaciado de Esteban Harding, apareció una legislación bajo la forma La Charte de charité et d'unanimité (La Carta de caridad y de unanimidad) que regulaba las relaciones de las abadías madre, de sus filiales y pequeñas filiales. La multiplicación de las fundaciones y la extensión de este nuevo monacato exigían una nueva reflexión sobre su administración. Para Philippe Racinet, «la organización cisterciense es una obra maestra de construcción institucional medieval».38 La exención de la jurisdicción episcopal permitió a la orden de Cîteaux poner a punto dos instituciones que debían convertirse en su fuerza: el sistema de visitas de los abades-padres y el Capítulo general anual.39 Al mismo tiempo, muy probablemente entre 1097 y 1099, el abad Esteban hacía poner por escrito el relato de las fundaciones.
La «abadía madre» y sus filiales

Primeras filiales de Cîteaux en 1115 y máxima expansión de la orden a finales del siglo XIII.
Los recién llegados, integrados en establecimientos geográficamente distantes, recibían formación apropiada en la casa que los acogía. Para favorecer la cohesión, evitar discordias y fundar relaciones orgánicas entre los monasterios, en 1114 Esteban redactó una Carta de unanimidad y de caridad.40 Esta carta, en tanto que documento jurídico, «regula el control y la continuidad de la administración de cada casa, [...] define las relaciones de las casas entre ellas y asegura la unidad de la orden».41 No se completó hasta 1119; después, debido a nuevas dificultades, se modificó hacia 1170 para dar nacimiento a la Charte de charité postérieure (Carta de caridad posterior).
Por su espíritu, se separaba del modelo cluniacense de «familia» jerarquizada, ofreciendo amplia autonomía a cada monasterio. Cîteaux permanecía como autoridad espiritual guardiana de «la observancia de la santa regla» establecida en el «nuevo monasterio».
Cada monasterio, según el principio de caridad, tenía el deber de socorro a las fundaciones más desamparadas, mientras que las abadías madres garantizaban el control y la elección de los abades dentro de las abadías filiales. El abad de Cîteaux, por medio de sus consejos y en sus visitas, conservaba una autoridad superior. Cada abad debía ir a Cîteaux todos los años, en torno a la fiesta de la Santa Cruz, el 14 de septiembre, para el Capítulo general, como órgano supremo de gobierno y de justicia, a resultas del cual se promulgaban estatutos. Este procedimiento no era enteramente original puesto que se remontaba, también, a los orígenes de la orden de Vallombreuse, pero la inspiración procedía del convenio entre Molesmes y Aulps, firmado en 1097 bajo el abaciado de Roberto. Desde finales del siglo XII, el Capítulo estuvo asistido por un comité de definidores nombrados por el abad de Cîteaux; era el Définitoire (Definitorio). Los cistercienses aceptaron, sin embargo, el apoyo y el control del obispo del lugar en caso de conflicto en el seno de la orden. Así, a partir de 1120, en el plano jurídico y normativo, lo esencial de lo que constituía la orden reposaba sobre principios sólidos y coherentes.
Los lugares cistercienses

La abadía de Pontigny, establecida en el valle del Serein, en la frontera de los condados de Auxerre, Nevers y Tonnerre.
«Bernardus valles amabat», «Bernardo amaba los valles». La elección del lugar cisterciense respondía con frecuencia a este proverbio, como prueba la toponimia cisterciense: abadía de Císter, Clairvaux, Bellevaux, Clairefontaine, Droiteval.42 El valle arbolado debía contener, en extensiones amplias, todos los ingredientes que respondiesen a las necesidades de la vida monástica, sin encontrarse demasiado lejos de los ejes de circulación.43
El lugar debía permitir el aislamiento, conforme a una vida fuera del mundo; además, debían tenerse en cuenta las posibles relaciones con los señores locales. En opinión de Terryl N. Kinder, los valles «delimitaban un territorio “neutral” donde los nobles belicosos de las dos orillas estaban en tregua, pero que, por su posición estratégica, no servían para uso doméstico.»44 Pero, sobre todo, los valles estaban disponibles, por lo que debían de ser poco atractivos.

Emplazamiento de la abadía de Fontfroide.
Sin embargo, no conviene exagerar el carácter malsano de estos lugares; los cistercienses no buscaban deliberadamente pantanos insalubres. Las numerosas referencias a «lugares de horror» en los documentos primitivos remiten a topoi bíblicos. El lugar debía presentar ventajas y recursos suficientes y, a menudo, la elección inicial no presentaba todas las características requeridas. Por ello, las fundaciones fueron a menudo largas y peligrosas y la nueva abadía solo se consagraba a condición de que el oratorio, el refectorio, el dormitorio, el alojamiento y la portería estuviesen bien situados.45
Según Kinder, si la elección de una fundación dependía de «una sabia mezcla hecha de piedad, política y pragmatismo, [...] el paisaje quizá desempeñó un papel en la formación de la espiritualidad de la nueva orden».46
Cîteaux, vanguardia de la Iglesia
La espiritualidad cisterciense, de acuerdo con el ideal de pobreza en boga en aquella época, atrajo numerosas vocaciones, en particular gracias a la energía y al carisma de Bernardo de Claraval. La orden recibió también numerosas donaciones tanto de gente humilde como de los poderosos. Entre estos donantes se cuentan personalidades de primer orden, como los reyes de Francia, Inglaterra, España o Portugal, el duque de Borgoña, el conde de Champaña, obispos y arzobispos.47
Esta evolución sostuvo el desarrollo de las filiales de la orden que, a la muerte de Bernardo, contaba con trescientos cincuenta monasterios,48 sesenta y ocho de ellos establecidos por Claraval. La expansión se produjo por diáspora, por sustitución o por incorporación.
La línea de Claraval llegó a contar con hasta 350 monasterios, la de Morimond más de 200, la de Cîteaux un centenar, solamente una cuarentena la de Pontigny y menos de veinte la de La Ferté. A partir de 1113, las primeras monjas se instalaron en el castillo de Jully. Se instituyeron en 1128 en la abadía de Tart, en la diócesis de Langres, y adoptaron el nombre de «Bernardines». Los monasterios del suburbio de Saint-Antoine, en París, y de Port-Royal-des-Champs eran los más famosos de los que las monjas ocuparon posteriormente.
El desarrollo cisterciense en los siglos XII y XIII49
Periodos Número de establecimientos
integrados en la orden
En territorio francés
1151-1200 209 59 / (28%)
1201-1250 120 13 / (11%)
1251-1300 46 3 / (6,5%)
1151-1300 375 75
Como consecuencia del crecimiento de la orden con la fundación de centenares de abadías y la incorporación de varias congregaciones —las de Savigny, que contaba con treinta monasterios, y la de Obazine en vida de San Bernardo—, la uniformidad de las costumbres se alteró. En 1354 la orden contaba con 690 casas de hombres y se extendía de Portugal a Suecia, de Irlanda a Estonia y de Escocia hasta Sicilia. Nos obstante, la mayor concentración se dio en tierras francesas y más concretamente en Borgoña y Champaña.50

Las monjas cistercienses

Hacia 1125 algunas monjas benedictinas abandonaron su priorato de Jully-les-Nonnains y se instalaron en la abadía de Tart, solicitando la protección del abad de Císter, Esteban Harding, que se la concedió en 1132. Luego se crearon otros monasterios y se incorporaron a la orden. El de Tart, la abadía madre, albergaba cada año el capítulo general de las abadesas. Hacia 1200 se contabilizaban dieciocho monasterios de monjas cistercienses en Francia. En el siglo XII, las monjas crearon abadías en Bélgica, Alemania, Inglaterra, Dinamarca y España. Algunas de estas fundaciones españolas existen aún hoy, como el Monasterio Real de las Huelgas de Burgos, creado en 1187 por Alfonso VIII de Castilla, y que sigue estando afiliado a la orden de Cîteaux.51

El apogeo de los siglos XII y XIII

Con San Bernardo interviniendo de manera más o menos directa como árbitro, consejero o guía espiritual en las grandes cuestiones del siglo, la orden cisterciense adoptó el papel de guardián de la paz religiosa. Con el apoyo del papado, de reyes y de obispos, la orden prosperó y creció. Las autoridades laicas y eclesiásticas deseaban que insuflase su espíritu en la Iglesia regular y secular. Por ejemplo, Pedro, abad de La Ferté, fue elevado a la dignidad episcopal hacia 1125. La orden parecía destinada a desempeñar un nuevo papel en la sociedad, papel que había rehusado asumir hasta entonces a lo largo del siglo.
En el siglo XII la orden cisterciense ejercía una gran influencia política. Bernardo de Claraval influyó decisivamente en la elección del papa Inocencio II en 1130, y luego en la de Eugenio III en 1145.47 Este antiguo abad cisterciense predicó, a petición de la orden, la Segunda Cruzada que llevó a Tierra Santa a Luis VII y a Conrado II. Bernardo fue quien hizo reconocer la Orden del Temple. En el siglo XII la orden proporcionó a la iglesia noventa y cuatr obispos y el papa Eugenio III.

San Bernardo predicando la 2ª Cruzada, en Vézelay, en 1147. Cuadro del siglo XIX.
Esta expansión garantizó a los cistercienses un lugar preponderante no sólo en el seno del monacato europeo sino también en la vida cultural, política y económica. Bernardo, líder del pensamiento de la Cristiandad, llamó a los señores a la reconquista de Tierra Santa el 16 de febrero de 1147; los cistercienses predicaron durante la Tercera Cruzada (1188-1192) y algunos hermanos participaron en ella personalmente. La orden se manifestó durante la evangelización de la región francesa de Midi y en la lucha contra los cátaros, cuya doctrina era condenada y combatida por la Iglesia. Arnaud Amaury, abad de Cîteaux, fue designado Legado por el papa y organizó la cruzada contra los Albigenses.47 Los cistercienses precedieron a los dominicos en estos territorios, en los que garantizaron la predicación y organizaron la represión de la herejía. Se les encargaron misiones de cristianización y, protegidos por el brazo secular, penetraron en Prusia y en las provincias bálticas.
Defensores de los intereses de la Santa Sede, tomaron partido en la querella entre el Papa y el Emperador, donde los cistercienses apoyaron los objetivos teocráticos del pontífice. En el plano institucional, esta crisis reforzó a la orden que trataba de ganar coherencia. Con el favor de estas nuevas prerrogativas, «nace una nueva comunidad [...] que se aleja del modelo creado por los padres fundadores, pero que ni se pervierte ni es pervertida [...]; se trata de lo que podríamos llamar el segundo orden cisterciense».52
En 1334, un cisterciense, antiguo abad de la Abadía de Fontfroide, accedió a la dignidad papal bajo el nombre de Benedicto XII. Bajo su pontificado, la orden ganó en coherencia y trazó una nueva organización en 1336, bajo la forma de la Constitución «Benedictina».53 El Capítulo general ejercería en lo sucesivo un control más estrecho sobre la gestión de las finanzas y bienes inmobiliarios de las abadías, función que hasta ese momento dependía únicamente del poder del abad. De este modo, en la primera mitad del siglo XIV, y fiel al espíritu de los primeros tiempos, la orden gozó de un ascendiente sobre el conjunto de la cristiandad. La Constitución subrayó la importancia de su acción en el seno de la Iglesia.
«Brillante como la estrella de la mañana en un cielo cargado de nubes, la Santa Orden cisterciense, por sus buenas obras y su edificante ejemplo, comparte el combate de la Iglesia militante. Por la dulzura de la santa contemplación y los méritos de una vida pura, se esfuerza en escalar con María la montaña de Dios, mientras que, por una encomiable actividad y piadosos servicios, intenta imitar los diligentes cuidados de Marta [...] esta orden ha merecido extenderse de un extremo a otro de Europa.»
Benedicto XII, Constitución Benedectina, 1335.54

A partir del siglo XIV: declive, encomiendas y congregaciones

Debido a las numerosas adhesiones y donaciones, y también a una perfecta organización y un gran dominio técnico y comercial en una Europa en plena expansión económica, la orden se convirtió rápidamente en protagonista de todos los sectores. Pero el extraordinario éxito económico de la orden en el siglo XIII acabaría por volverse contra ella. Las abadías aceptaron numerosas donaciones que, a veces, eran participaciones en molinos o en censos. Las abadías recurrían, pues, de hecho, al arrendamiento rústico o a la aparcería, mientras que originariamente la orden explotaba sus tierras mediante el trabajo manual de los conversos. El desarrollo económico era poco compatible con la vocación inicial de pobreza que dio lugar al éxito de la orden en el siglo XII. Por ello, la disminución de las vocaciones hizo cada vez más difícil reclutar conversos. Los cistercienses recurrieron entonces de manera creciente a mano de obra asalariada, en contradicción con los preceptos originales de la orden.
Si bien la orden conservaba en el siglo XIV un verdadero poder económico, se enfrentaba a la crisis económica que comenzaba y que empeoró con la Guerra de los Cien Años (1337-1453). Muchas abadías se empobrecieron. Aunque durante la Guerra de los Cien Años algunos monasterios cistercienses se beneficiaron de su relativa autonomía, el conflicto dañó a numerosos establecimientos. En particular, el reino de Francia fue explotado por las compañías de mercenarios, muy presentes en Borgoña y en sus grandes ejes comerciales. En 1360, los hermanos de Cîteaux se vieron obligados a refugiarse en Dijon. El monasterio fu presa del pillaje en 1438. Golpeada por el desafecto y el hundimiento demográfico consecuencia de la guerra y de la Gran peste que causó la muerte de la tercera parte de la población del continente en el año 1348, la orden se enfrentó a la disminución de sus comunidades.55
También desde el siglo XIII con el desarrollo de las ciudades y de las universidades, los cistercienses, instalados principalmente en lugares remotos, perdieron su influencia intelectual en favor de las órdenes mendicantes que predicaban en las ciudades y que proporcionaban a las universidades sus más grandes maestros.56
El Gran Cisma de Occidente (13781417) asestó un gran golpe a la unidad de la orden. Por una parte, la exacerbación de los particularismos nacionales perjudicó la unidad; por otra parte, los dos papas competían en generosidad para garantizarse el apoyo de los monasterios, lo que supuso «un perjuicio considerable a la uniformidad de la observancia.»57 Las consecuencias del Cisma y las guerras husitas fueron especialmente dolorosas para los monasterios situados en los confines orientales de Europa. Las abadías de Hungría, Grecia y Siria fueron destruidas durante las conquistas otomanas. La celebración de un Capítulo general plenario en estas condiciones se hacía cada vez más difícil a causa de los conflictos armados pero, también, de las distancias que separaban a las distintas comunidades.58
Pero según Lekai el sistema que impuso el Papa Gregorio XI (13701378) con la encomienda «infligió más daños materiales y morales que las guerras, los desastres y la Reforma juntos». Este Papa con el pretexto de ser el tutor de las órdenes monásticas impuso su derecho a nombrar a los abades. Los reyes reclamaron también en sus concordatos sus derechos feudales de nombrar a los abades. Para Lekai «a partir de ese momento, el sistema de elección libre, obra maestra de las reformas monásticas de la Edad Media, fue sustituido por el nombramiento, prevaleciendo la política sobre el interés vital de la religión». Desde entonces la elección de abades de personal de la corte real o de laicos fue habitual y pocos residían ee el monasterio. Se preocupaban principalmente de los ingresos monetarios del monasterio que se repartían entre el abad ( la mayor parte) y la comunidad según un reparto por ley. Así en Francia en 1789 de los 228 monasterios que sobrevivían, 194 estaban en encomienda. Los resultados más negativos de las encomiendas se dieron en Italia. Así el visitador de la Orden dijo que en 1551 de las 35 abadías que estaban en régimen de encomienda, 16 no tenían ningún monje en sus abadías y las otras 19 tenían un total de 86 monjes conuna media de 4 por monasterio.59
En las regiones orientales de occidente y de la península ibérica no se dio la misma situación. En los edificios de Bohemia, Polonia, Baviera, España y Portugal se instauró un movimiento de reconstrucción de inspiración barroca.
No obstante, algunas voluntades de reforma aparecieron en el reino de Francia. El Capítulo general de 1422 se pronunció claramente sobre la cuestión: «Nuestra Orden, en las distintas partes del mundo donde se encuentra extendida, parece deformada y decaída en lo que afecta a la disciplina regular y a la vida monástica.»60 Se restauró el sistema de visitas. La urgencia de la reforma se reveló pronto en toda la orden. En 1439 se promulgó una Rúbrica de definidores para recordar las exigencias de la vida monástica, las distintas prohibiciones de indumentaria y alimentarias y la necesidad de denunciar las prácticas abusivas.61
En ese contexto, un movimiento de reafirmación de la disciplina y las exigencias espirituales se desarrolló en los Países Bajos, en Bohemia y luego en Polonia, antes de conquistar toda Europa. Algunos monasterios se reunían localmente, bajo el impulso de las comunidades o del poder pontificio, para formar congregaciones cada vez más autónomas respecto al Capítulo general. No obstante, aprovechando la reconquista de Borgoña por Luis XI, Jean de Cirey, abad de Cîteaux, recuperó su papel de jefe de la orden, papel que había perdido desde el Gran Cisma.62 En 1494 reunió a los abades más influyentes en el colegio de los Bernardinos donde se promulgaron los artículos reformadores llamados «de París». Aunque fuero bien acogidos, la reforma fue sin embargo poco perceptible y se debió a menudo a iniciativas individuales efímeras.
El movimiento de reforma protestante conmocionó profundamente la situación. Un gran movimiento de deserción afectó a las comunidades del norte de Europa y los príncipes ganados para la Reforma confiscaron los bienes de la orden. Los monasterios ingleses, luego los escoceses y finalmente los irlandeses lo fueron entre 1536 y 1580. Más de doscientos establecimientos desaparecieron antes del final del siglo XVII.
El precedente del gran cisma de Occidente donde los cardenales divididos eligieron dos papas provocó grandes divisiones en la Orden. Así el Papa de Roma cesó al Abad de Císter por aceptar las directrices de Aviñón. Los abades fueron obligados a reunirse en Capítulos nacionales y cada Papa favoreció a las abadías que le eran leales. Cuando el cisma acabó no cesaron los intentos de separatismo. La celebración regular del Capítulo general instituido por la Carta de caridad había sido la base para preservar la unidad. La imposibilidad para los abades de mantener el viaje anual por las guerras, los cismas y la relajación impidieron mantener la unidad. Así después de la Reforma Protestante y con el crecimiento de los nacionalismos, los monasterios de la Orden se fueron fragmentando por todo Europa en grupos nacionales independientes del Capítulo general.63 Las congregaciones que surgieron desde el siglo XV intentaron recrear individualmente el espíritu cisterciense adecuandolo a los distintos movimientos reformistas que iban surgiendo. Las congrecaciones más importantes que surgieron fueron: en 1425 la Congregación de Castilla; en 1497 la Congregación de San Bernardo en Italia; en 1567 la Congregación de Portugal; en 1616 la Congregación de la Corona de Aragón; en 1623 la Congregación Romana y también la Congregación de la Alta Alemania; en 1806 la Congregación Helvética y en 1894 la Congregación Suizo Alemana.64

La orden durante la Contrarreforma

Con el movimiento de reforma católico, la orden cisterciense se enfrentó a profundas modificaciones a nivel constitucional. La organización se hizo provincial y se introdujeron algunas modificaciones en la administración central. Algunas congregaciones con vínculos tenues o inexistentes con la casa matriz y el Capítulo general florecieron en toda Europa.
En Francia nació una reforma con un carácter original bajo el impulso del abad Jean de la Barrière (1544-1600). El antiguo comendador del monasterio de los Feuillants, en Alto Garona, fundó las congregaciones de los «feuillants», aprobada por Sixto V desde de 1586. Estableció en su comunidad una tradición de una particular austeridad, basada en una vuelta al primitivo ideal cisterciense, encontrando imitadores en Italia y Luxemburgo. En estas condiciones, el Capítulo general se convirtió en una institución caduca. No produjo más que una reunión de 1699 a 1738. En definitiva, este estado de cosas benefició al abad de Cîteaux, única autoridad que ofrecía a los ojos del mundo una prueba de visibilidad y a quien algunas fuentes describen a menudo como «abad general».65 En 1601, se impuso un noviciado común para mantener una disciplina única y para paliar las dificultades de reclutamiento.

Retrato del abad Armand Jean le Bouthillier de Rancé, por Hyacinthe Rigaud. Museo Duplessis, Carpentras, Francia.
En el siglo XVII, la historia de la orden se vio perturbada por un conflicto que la historiografía recuerda bajo el nombre de «guerra de las observancias» y que se extiendió desde 1618 hasta los primeros años del siglo XVIII, suscitando numerosas y ásperas polémicas en el seno de la familia cisterciense. Este conflicto concernía, al menos en apariencia, al respeto a las obligaciones regulares, en particular la abstinencia del consumo de carne. Más allá de esta cuestión, lo que estaba en juego no era sino la aceptación o el rechazo del ascetismo. La controversia aumentó con los conflictos locales entre monasterios rivales. Al principio, siguiendo el ejemplo de Octave Arnolfini, abad de Châtillon, y de Étienne Maugier, Denis Largentier introdujo en Claraval y en sus filiales una reforma de una gran austeridad entre 1615 y 1618. Luego, ante el Capítulo general de 1618 se presentó una propuesta de generalización que fue adoptada.
Esta fue la partida de nacimiento de la Estricta Observancia. Gregorio XV apoyó la iniciativa de los reformadores. Pero, tras le celebración de una asamblea, la congregación provocó el descontento del abad de Cîteaux, Pierre de Nivelle, que se empeñó en denunciar «a una pretendida congregación que tiende a la división, a la separación y al cisma, [y] que no puede ser tolerada de ninguna manera.»66 En 1635, el cardenal Richelieu convocó un capítulo «nacional» en Cîteaux, a resultas del cual Pierre de Nivelle fue obligado a abdicar. Las dos partes terminaron por disponer de estructuras administrativas propias; pero, aunque la Estricta Observancia conservó el derecho de enviar a diez abades al Definitorio, permaneció sujeta a Cîteaux y al Capítulo general.
Por su influencia, la experiencia de Armand Jean le Bouthillier de Rancé en el monasterio de la Trapa, siguió siendo emblemática de la exigencia de la estricta observancia y de las aspiraciones reformadoras. Su influencia, tanto en el seno de su monasterio como en el mundo, constituye un modelo de la vida monástica del «Gran Siglo».67

Supresión de la Orden en varios países a partir de 1782

Ya se ha señalado que en Alemania la Reforma Protestante de Lutero y en Inglaterra e Irlanda la Reforma Anglicana de Enrique VIII terminaron con la orden. Así en Alemania desde 1520 los príncipes convertidos al protestantismo confiscaron las abadías. En Inglaterra Enrique VIII suprimió las órdenes religiosas católicas que pasaron al tesoro real entre 1536 y 1539. En Irlanda fueron las demoliciones sistemáticas de Cromwell a que sometió la isla en 1649 las que acabaron con los cistercienses.63
En 1782 en el Imperio de los Habsburgo, José II, partidario de la Ilustración, declaró inútiles las órdenes contemplativas, disolviéndolas y confiscando sus bienes. La mayoría de las abadías cistercienses desaparecieron con el decreto imperial.68
La Revolución francesa declaró la libertad religiosa el 23 de agosto de 1789, confiscando los bienes religiosos en noviembre de 1789 y poniéndolos en venta el 17 de marzo de 1790. Después la revolución se extendió a toda Europa y la mayoría de los países de Europa imitó la medida francesa de venta de los bienes religiosos. Los compradores transformaron los monasterios en canteras de extracción de piedra, fábricas ó almacenes. En general, la mayoría acabó en ruina.68
En España la venta de los bienes religiosos, se produjo con la ley de 1835, conocida con el nombre de Desamortización de Mendizábal. En Italia la supresión de la orden y la venta de sus propiedades estuvo ligada a la Revolución francesa en 1798, a procesos revolucionarios en varias repúblicas como la de República Cisalpina de 1799 y a un edicto de Napoleón en 1818. En Portugal la supresión y venta de sus bienes sucedió en 1854.

Siglo XIX: restauración y separación de la Estricta Observancia


Monjes y ejército Austríaco en Salem, 1804, por Johann Sebastian Dirr. Fotografía coloreada de un original desaparecido.
La Revolución Francesa y sus consecuencias acabaron casi totalmente con los monasterios en Europa y las pocas comunidades que sobrevivieron estaban aisladas. También la desaparición de Cister y de su último abad general, la no celebración de capítulos generales, dejaron la Orden desorganizada y sin dirección, lo que hizo aún muy difícil la restauración de la Orden que precisaba de una dirección que aportara uniformidad. Además después de la Revolución Francesa, el mundo había cambiado radicalmente. Los monasterios sobrevivientes de comienzos del siglo XIX ya no podían ser simples continuadores de las tradiciones monásticas anteriores. La nueva posición humilde que los cistercienses ocuparon contrastaba con los privilegios que la Orden tenía antes.69
Para Leroux-Dhuys después de la Revolución Francesa ya nada podía ser como antes y la Iglesia había perdido a sus aliados políticos tradicionales. Los nuevos nacionalismos tampoco podían permitir en el interior de sus fronteras unas órdenes religiosas con vocación internacional. Para Leroux el renacimiento de las abadías cistercienses en el siglo XIX se debió a iniciativas aisladas y poco coordinadas persistiendo los viejos enfrentamientos entre ambas observancias. Así cuando casi terminado el siglo XIX los monjes rehicieron sus estatutos su única motivación era la religiosa desligada de los anteriores intereses políticos o económicos que en los siglos precedentes habían acompañado su compromiso espiritual.70
Antes de la Revolución francesa muy pocas abadías seguían la observancia que en la Trapa había establecido el abad Rancé. Durante la Revolución Francesa, el maestro de novicios de La Trapa, Agustín de Lestrange había huido con varios monjes a Suiza estableciéndose en una cartuja abandonada en Valsainte,. Allí Lestrange elaboró para sus monjes un nuevo reglamento mucho más severo que el de Rancé. Después de la caída de Napoleón Lestrange y sus monjes trapenses volvieron a Francia en 1815 restableciendo el monasterio de La Trapa. Al poco tiempo abrieron otros cinco monasterios.71
Durante la restauración trapense surgieron problemas entre ellos por las observancias. Algunos monasterios volvieron a los antiguos reglamentos de Rancé al estimar que las nuevas normas que Lestrange estableció en Valsainte eran extremadas y no reflejaban las tradiciones cistercienses. En 1825 seis abadías francesas seguía las reglamentaciones de Lestrange, mientras que cinco habían vuelto a las reglamentaciones de Rancé.71
Pío IX en 1847 aceptó la existencia de dos congregaciones trapenses independientes con normas disciplinares distintas. Las abadías que seguían los reglamentos de Lestrange formaron la Nueva Reforma mientras que a los que seguían las reglamentaciones de Rancé se les llamó la Antigua Reforma. En 1864 la Nueva Reforma trapense se seguía en quince abadías y mil doscientos veintinueve monjes, mientras la Antigua Reforma trapense disponía de ocho abadías con cuatrocientos ochenta y tres monjes.71
Paralelamente en Italia el inicio de la restauración de la Orden Cisterciense se produjo en Roma por indicación del Papa. Pío VII restableció Casamari en 1814 y tres años después otras dos antiguos monasterios en Roma. En 1820, siendo ya seis establecimientos, sus representantes se reunieron en un capítulo. Decidieron llamarse Congregación Italiana de san Bernardo, se impusieron la constitución de la desaparecida Congregación de Lombardía y Toscana, reuniéndose a partir de entonces cada cinco años en capítulos congregacionales y eligiendo un Presidente general.72
La restauración de la Común Observancia en Francia se produjo gracias a León Barnouin en la antigua abadía cisterciense de Sénanque. La nueva Congregación se afilió a la Congregación de San Bernardo de Italia. Luego se independizó y decidió formar la Congregación de Sénanque en 1867. En unos años pudo establecerse en otros tres monasterios abandonados. Ésta fue la única congregación de la Común Observancia que mantuvo un tipo de vida contemplativo aunque con una disciplina no tan severa como la que seguían los trapenses.72
En el Imperio Austro-Húngaro trece abadías sobrevivieron a la disolución del emperador José II: ocho en Austria, dos en Bohemia, dos en Polonia y una en Hungría. Conservaban la mayoría de sus propiedades del siglo XVIII. Estas comunidades monásticas fueron toleradas por el gobierno pero debían ejercer la labor pastoral, o dedicarse a la enseñanza o realizar otros trabajos. Se les prohibió relacionarse con el Papa u otros superiores extranjeros y eran supervisados por los obispos diocesanos. En 1854 en las trece comunidades había cuatrocientos treinta y tres monjes. Las tareas pastorales impidieron a los monjes dedicarse a la contemplación.72
Se vio la necesidad de la independencia trapense en 1869 cuando Teobaldo Cesari, abad de San Bernardo en Roma y Presidente General de su congregación convocó un primer Capítulo General cisterciense desde 1786, al que solo llamó a abades de la Común Observancia. Ese Capítulo General eligió un Abad General de la Común Observancia y le dio jurisdicción sobre los trapenses.71
En 1876, el capítulo trapense solicitó al Papa les concediera un abad general trapense independiente. León XIII convocó un capítulo extraordinario en Roma en 1892 en el que participaron representantes de todas las congregaciones trapenses. Esta asamblea trató de la fusión de las congregaciones trapenses, de la elección de un único superior general independiente y acordaron observancias comunes. El establecimiento de una rama totalmente independiente de la familia cisterciense recibió la aprobación de León XIII en un Breve en 1893. La nueva constitución trapense basada en la Carta de Caridad y las tradicciones cistercienses, según la interpretación de Rancé, fue publicada en 1894. En 1902 León XIII emitió una nueva constitución apostólica donde llamó a la nueva rama «Orden de los cistercienses reformados, o de la Estricta Observancia».71
La expansión trapense en el siglo XIX siguió la siguiente cronología: en 1815 volvieron a Francia y diez años más tarde habían fundado once casas para monjes y cinco para monjas. En 1855, los monjes disponían de veintitrés abadías de monjes y ocho casas de monjas, incluyendo cuatro en Bélgica, dos en los Estados Unidos, una en Irlanda, una en Inglaterra y una en Argelia. En 1894 los trapenses se habían extendido también a Alemania, Italia, Austria, Hungría, Holanda, España, Canadá, Australia, Siria, Jordania, Sudáfrica y China, tenían cincuenta y seis monasterios con un total de tres mil monjes.73

La orden en los siglos XX y XXI


Fábrica de cerveza de la abadía de Saint-Rémy de Rochefort, donde los monjes producen cerveza trapense.
En la dos primeras décadas continuó la expansión pero la Primera Guerra Mundial afectó a muchas abadías y la Segunda Guerra Mundial fue una época muchísimo más destructiva para la Orden.74
Desde las décadas de los cincuenta y los sesenta se produjo en la Orden un fuerte cuestionamiento de las normas y tradiciones recibidas y también se ha producido una importante disminución y envejecimiento de sus miembros.74
Junto a los cistercienses incorporados oficialmente a cualquiera de las dos ramas, son numerosas las comunidades de mujeres que viven en una esfera de influencia espiritual cisterciense, ya sea en una orden o en una congregación, como las bernardinas de Esquermes, las de Oudenaarde y las de Suiza romanda.

La Estricta Observancia

Después de la segunda guerra mundial, los trapenses consiguieron restablecerse con prontitud mostrando una importante vitalidad. Así, en 1947 tenían sesenta y cuatro casas y cuatro mil monjes.74
Las consecuencias del Concilio Vaticano II llevaron consigo una importante renovación en todos los aspectos: nuevas formas litúrgicas, un replanteamiento de la disciplina y del gobierno de las abadías que produjeron divisiones entre las comunidades monásticas. Las abadías europeas no consideraban necesirio reformas radicales pero los monjes americanos más progresistas encabezaron cambios profundos. En cuatro Capítulos Generales sucesivos (de 1967 a 1974) se afrontó la renovación, decidiéndose abandonar el gobierno centralizado, la uniformidad en las observancias y cambios importantes en la Liturgia. El latín y el canto gregoriano se convirtieron en opcionales manteniéndose en pocas comunidades.74
Se ha comenzado a revisar las Constituciones antiguas. Así al principio de autoridad ha cambiado y la comunidad debe ser consultada antes de la toma de decisiones. La duración del abadiato ya no es vitalicio y los abades, incluso el Abad General, son elegidos por un periodo determinado que se renueva si se estima conveniente. Sobre las costumbres y observancias se ha eliminado el capítulo de faltas, se flexibilizó la comida y el vestido, se abolió la obligación de dormir en dormitorios comunes y se ha permitido dormir en celdas individuales. Las normas relativas al silencio y separación del mundo se han suavizado.74

La Común Observancia

La Común Observancia, comenzó el siglo XX expandiéndose. En 1925 se unieron al programa de misiones del Papa Pío XI para difundir el catolicismo en otros países. Los cistercienses ya no ocuparon misiones aisladas y establecieron centros de enseñanza en varios países.74
En la Segunda Guerra Mundial la Orden sufrió en varios países europeos. Lo peor sucedió en la postguerra en los países que cayeron el la órbita comunista. Las comunidades de Checoslovaquia y Hungría fueron secularizadas. En Polonia aunque estuvieron bajo control estatal consiguieron sobrevivir.74
En la Común Observancia, la renovación no supuso una revolución como en la Estricta Observancia. La idea de pluralidad o autonomía local ya era habitual en la mayoría de las Congregaciones. El Capítulo General se ocupó de la renovación en 1968 y 1969 estableciendo una nueva Constitución para el gobierno de la Orden. Esta nueva constitución considera la Orden como una unión de congregaciones gobernadas por un Capítulo General con la presidencia de un Abad General. El Abad General es elegido por el Capítulo General por diez años y es asesorado por cuatro miembros elegidos por el Capítulo. La reglamentación y el ordenamiento de la vida en el monasterio es asunto interno de cada congregación dirigida por su propio Abad Presidente y un Capítulo congregacional.74
La crisis vocacional que se inició en la década del 60 fue muy negativa para varias comunidades. En 1974 eran mil quinientos cuarenta y siete con una disminución del 10% respecto a 1950.74

El Císter en España

En España existen dos «provincias» o «congregaciones»: la Congregación de San Bernardo de Castilla y la Congregación de Aragón.

Congregación de San Bernardo de Castilla

El siglo XVII fue la época de plata de la Congregación de Castilla, con cuarenta y cinco abadías.
En la actualidad solamente quedan monasterios femeninos en la Congregación de Castilla:75

Congregación de Aragón

Actualmente pertenecen a la Congregación de Aragón tres monasterios masculinos y otros dos femeninos76
Monasterios masculinos:
Monasterios femeninos:

Presente

En España los trapenses, después de la secularización, se expandieron en la década de 1920 en La Oliva, Huerta y Osera, y a continuación se vieron afectados por la guerra civil de 1936-1939. Así Viaceli, en Santander, fue bombardeada por los republicanos y algunos de sus miembros asesinados.74
La Común Observancia abrió en 1940 la primera casa española en la abadía medieval de Poblet a través de la Congregación de san Bernardo de Italia. En 1967 Poblet fundó una segunda casa en Solius.74

La espiritualidad cisterciense

Los cistercienses marcaron la historia con su espiritualidad...hasta...irradiar a todos los sectores de la sociedad.77 Son orantes que buscan observar la regla de San Benito y guiar a los fieles hacia «la contemplación de Cristo encarnado y de su madre, María».78 Esta espiritualidad se basa en una teología que exige ascesis, paz interior y búsqueda de Dios.

La paz interior


Claustro de la abadía de Valmagne.
El objetivo de la espiritualidad cisterciense es estar atento a la palabra de Dios e impregnarse de ella.
Al entrar en el monasterio el monje lo deja todo. Su vida está regida por la liturgia. Nada debe perturbarlo en su vida interior. El monasterio tiene como función favorecer este aspecto de la espiritualidad cisterciense. Los rituales cistercienses están codificados con precisión en los Ecclesiastica officia. La arquitectura de los conventos debía responder a esa función siguiendo las instrucciones precisas de Bernardo de Claraval. La vida cotidiana del monje desarrollada de modo mecánica es la condición para su paz interior y el silencio, propiciando la relación con Dios. «Todo debe llevar a ello y no distraer de ello».79
Así, los trapenses miden el tiempo que conceden a la palabra. Si bien no hacen voto de silencio reservan la palabra a la comunicación necesaria para el trabajo, diálogos comunitarios y las entrevistas personales con el supervisor y el guía espiritual. La conversación espontánea se reserva para ocasiones especiales. Los trapenses, siguiendo a los Padres del Desierto y a San Benito, consideran que hablar poco permite profundizar la vida interior; el silencio es parte de su espiritualidad. Lo importante para ellos es no dispersarse en palabras que alteren la disposición del hombre a hablar, dentro de su corazón, con Dios y, también, consideran que aquello importante que el monje tiene que decir debe ser dicho y escuchado: de ahí la importancia de la llamada de los hermanos en consejo80

El camino hacia Dios

Buscando un mejor conocimiento del hombre y su relación con Dios, los cistercienses desarrollaron una nueva teología de la vida mística alimentada por las Sagradas Escrituras y las aportaciones de los Padres de la Iglesia y del monacato, especialmente de San Agustín y San Gregorio Magno. Bernardo de Claraval, en su tratado De amore Dei (Sobre el amor a Dios), o Guillermo de Saint Thierry, primero abad benedictino y luego monje cisterciense del siglo XII, fueron las fuentes de esta escuela espiritual y desarrollaron una literatura descriptiva sobre los estados místicos.81
Para Bernardo de Claraval «la humildad es una virtud por la cual el hombre se hace despreciable ante sus propios ojos, por la razón de que él se conoce mejor». Este conocimiento de sí mismo debe lograrse a través del retorno a uno mismo. Por el conocimiento de su propensión al pecado, el monje debe ejercer, como Dios, la misericordia y la caridad para con todos los hombres. Aceptándose tal como es gracias a esa conducta de humildad y trabajo interior, el hombre, que conoce su propia miseria, es capaz de compartir la del prójimo.
Según Bernardo de Claraval, debemos llegar a amar a Dios por amor a uno mismo y no solamente a Él. La toma de consciencia de que uno es un don de Dios abre al amor de todo lo que es de Él. Para San Bernardo, este amor es el único camino para amar al prójimo, porque permite amarlo en Dios. Finalmente, después de este viaje interior, se llega al último grado del amor, que es amar a Dios por Dios mismo y no por uno.82

El libre albedrío


San Bernardo recibiendo la leche del pecho de la Virgen María. La escena ilustra una leyenda que supuestamente tuvo lugar en la catedral de Espira en 1146.
Para Bernardo de Claraval, el hombre, debido a su libre albedrío, tiene la posibilidad de elegir, sin coacción, pecar o seguir el camino que conduce a la unión con Dios. Por el amor de Dios le es posible no pecar y alcanzar la cima de la vida mística, no queriendo ya otra cosa más que a Dios.
El pensamiento de Guillermo de Saint-Thierry está en concordancia con el de San Bernardo al considerar que el amor es la única manera de superar la repugnancia que experimentamos por nosotros mismos. Llegado al final del viaje interior, el hombre se halla reformado a imagen de Dios, es decir, tal como era querido antes de la separación provocada por el pecado original.83
Lo que mueve el deseo de los cistercienses de abandonar el mundo y entrar en el monasterio es la posibilidad de unión en el amor con el Creador. Unión vivida por la Virgen María, que es el modelo de la vida espiritual cisterciense. Esta es la razón de que los monjes cistercienses le profesan una especial devoción.83

Los cistercienses y el trabajo manual

La espiritualidad cisterciense es una espiritualidad benedictina con una observancia más rigurosa en algunos puntos. El trabajo manual se revaloriza mediante la explotación directa de la tierra y las propiedades. Esta elección no se debe a consideraciones económicas, sino a razones espirituales y teológicas: las Escrituras promueven la subsistencia de cada uno mediante su trabajo;84 los Padres del desierto trabajaban con sus manos, e insiste San Benito: «entonces serán verdaderamente monjes, cuando vivan del trabajo de sus manos, siguiendo el ejemplo de nuestros padres y de los Apóstoles».85 Para el legislador de la vida monástica en Occidente, San Benito, «la ociosidad es enemiga del alma y los hermanos deben ocuparse en algunos momentos en el trabajo manual»...y en otros momentos, en la lectura de las cosas divinas.86 A este carácter central, según los cistercienses, del trabajo manual en el monacato se añade un problema: la gran riqueza de varias abadías de la época convertía a sus monjes en pudientes y, a veces, incluso en auténticos señores feudales bastante alejados de la pobreza evangélica que parecía necesaria a los primeros monjes para buscar a Dios con un corazón puro. Para los primeros cistercienses, se trataba no sólo de una insistencia en la pobreza individual, sino también, según Louis Bouyer, en un rechazo de la fortuna colectiva.87 Pero la orden no pudo o no supo permanecer mucho tiempo apartada del sistema feudal y de sus riquezas. Por ello, aquella carta de los primeros cistercienses que es el Petit Exorde define al monje, por oposición a quien cobra diezmos, como aquel que posee tierras y obtiene de ella su sustento y el de su ganado.88 Los cistercienses se las ingeniaban para mejorar continuamente los resultados de su trabajo, y como gozaban de facilidades que aún no tenían los demás campesinos de la época, tales como mano de obra y capital para realizar las grandes obras de drenaje e irrigación, libertad de circulación, posibilidad de tener almacenes de venta en las grandes ciudades y de construir caminos y fortificaciones, etc., adquirieron con bastante rapidez una gran dominio técnico y tecnológico, lo cual tuvo mucho que ver con sus éxitos económicos durante el siglo XII. Los trapenses intentan perpetuar sus conocimientos técnicos permaneciendo alerta en cuanto a los efectos nefastos que a lo largo de la historia ha tenido el éxito económico de los cistercienses. Por esa razón, los beneficios de las cervezas trapistas, por ejemplo, se reinvierten en obras de caridad.
Según ellos, el trabajo manual mantiene el corazón y el espíritu libres para Dios: el cisterciense trata de ser un orante en todo momento. Además, los trabajos al aire libre son predominantes y el contacto con la naturaleza acerca al Creador. Así san Bernardo decía: «Se aprenden muchas más cosas en los bosques que en los libros; los árboles y las rocas os enseñarán cosas que no podríais oír en otro sitio».89

Los autores que desarrollaron su espiritualidad

La espiritualidad cisterciense fue desarrollada por varios autores. Si bien San Bernardo es el más célebre,90 91 también es muy conocido Guillaume de Saint Thierry, cuya Lettre aux chartreux du Mont-Dieu —la Lettre d’Or92 — es un destacado documento de la espiritualidad medieval. Sus Oraisons Méditatives93 presentan también sus reflexiones y oraciones cuando, siendo abad benedictino de Saint-Thierry, aspiraba a renunciar a su cargo, lo que no era frecuente en aquella época, para convertirse en simple cisterciense y estar así más disponible para ocuparse de lo único que contaba para él: la búsqueda de Dios, lo cual acabó haciendo, contra el consejo de su amigo Bernardo de Claraval. En la misma época, Elredo, abad de Rievaulx, Inglaterra, escribió su obra sobre la Amistad Espiritual;94 la preocupación por el amor fraterno se adivina también en su Miroir de la charité.95 Después de Bernardo de Claraval, Gilbert de Hoyland continuo sus Sermons sur le Cantique, descripción del itinerario del alma hacia Dios. Bauduin de Forde, Guerric d’Igny e Isaac de l'Etoile siguieron la misma huella. En Sajonia, Gertrudis de Helfta, monasterio que seguía las costumbres cistercienses sin estar jurídicamente afiliado a la orden, fue una de las primeras monjas en transmitir por escrito sus experiencias en el Héraut de l’amour divin.96

Los votos y la vida cotidiana en el monasterio


Monje leñador y un obrero. Dibujo a partir de un manuscrito ilustrado. Biblioteca Municipal de Dijon.
En el seno de la comunidad cisterciense se distinguían varios grupos de hermanos según su dignidad y función, unidos por la oración común y la autoridad del abad:
  • los hermanos clérigos, es decir, los que saben leer latín. Entre los clérigos algunos son ordenados sacerdotes, diáconos, subdiáconos o acólitos,
  • Los monjes llamados «laicos», que no saben leer (illiterati),
  • los conversos, a menudo aislados geográficamente de los otros hermanos, y que llevan barba,
  • los novicios, ya que la orden no acepta oblatos,
  • los inválidos,
  • los familiares agregados al monasterio.97
Tras un año de noviciado bajo la guía de un monje profeso capacitado y elegido por el abad, en el curso del cual los novatos eson iniciados en la vida en común según la Regla de San Benito, si lo solicitan expresamente y la comunidad los aceptaba, eran admitidos en la «profesión» de los votos monásticos: estabilidad en el monasterio, obediencia según la Regla y conversión de vida.98 Desde ese momento, toda la vida del monje está organizada de acuerdo con la regla, observada tan al pie de la letra como sea posible.99 Silencio, obediencia y frugalidad marcan la vida de los hermanos. Se adoptan formas de comunicación no verbal, en particular un lenguaje de signos.100
A partir de los primeros decenios del siglo XII, la vida comunitaria estuvo marcada por la organización de las tareas manuales, que emanaba de una nueva concepción de la unidad territorial y del papel del trabajo agrícola. La acumulación y la tenencia feudal, características de las explotaciones benedictinas, fueron sustituidas por las tierras legadas por los señores locales, revalorizadas directamente por los hermanos. A menudo, las tierras estaban alejadas del monasterio y subdivididas en parcelas autónomas: los graneros incluían no solo el conjunto de los edificios agrícolas, sino también las tierras y puntos de agua adyacentes. Su explotación se confiaba a hermanos conversos, con el apoyo de trabajadores agrícolas y eventualmente algunos monjes de coro, además de un «grangier», encargado del granero, y un capellán para que estos hermanos alejados de la abadía no estuviesen privados de los sacramentos. Pero, de acuerdo con la Regla, el conjunto de los monjes de coro solo participaba en el trabajo del campo en la medida en que no entorpeciera la celebración del oficio divino.101 En la temporada de siega podía ocurrir que toda la comunidad estuviera ocupada en la cosecha y que durante unos días ni siquiera se celebrasen oficios, ni siquiera la misa, como revela el propio San Bernardo en una de sus homilías.102

La liturgia cisterciense

«Parece oportuno […] [que todos los hermanos] tengan el mismo modo de vida, el canto y todos los libros necesarios para las horas diurnas y nocturnas [...] de suerte que no haya ninguna diferencia en nuestros actos, sino que vivamos en una sola caridad, bajo una sola regla y según un modo de vida semejante.»
Charte de Charité.
El horarium benedictino entró en vigor en Cîteaux, regulando la vida de los hermanos desde el amanecer hasta la puesta del sol: es el Opus Dei, al que «nada será preferido».103 Un hermano se encargaba de la tarea de despertar a los monjes para el oficio nocturno. A las obligaciones litúrgicas se añadían el trabajo manual y la Lectio Divina. Esta lectura, en voz alta como toda lectura en la Antigüedad y la Edad Media, se presentaba como una verdadera ascesis que debía transformar al monje y alimentarlo. La distribución de los oficios —siete diurnos y uno nocturno— obedecía las estaciones, pero también a las latitudes, y se adaptaba a la condición de los hermanos conversos. Campanas, cymbalum o mazo llamaban a los hermanos a la oración. La vida cisterciense aparecía, así, como «una vida ritualizada, rítmica [...] en la que cada acción obedecía a reglas formales muy precisas y estaba acompañada por gestos rituales [...] o, cuando estaba permitida la palabra, por frases rituales».104

El canto

El canto gregoriano, componente importante del oficio monástico, no era ajeno a la búsqueda cisterciense de la autenticidad de la tradición monástica y el desposeimiento de las formas.
Los padres fundadores de Cîteaux llevaron consigo los libros litúrgicos en uso en la abadía de Molesmes, el canto gregoriano de la tradición benedictina. Esteban Harding que buscaba el texto más exacto posible de la Biblia, en aras de la autenticidad, del respeto a la regla, pero también de la posteridad y la unidad de la naciente orden cisterciense, envió a sus copistas a Metz, sede de la tradición del canto carolingio, y a Milán para copiar las más antiguas fuentes conocidas de los himnos de San Ambrosio.105
En el capítulo III de la Charte de Charité se precisa: «Todos tendrán los mismos libros litúrgicos y las mismas costumbres. Y puesto que acogemos en nuestro claustro a todos los monjes que vienen a nosotros, y que ellos mismos, igualmente, acogen a los nuestros en sus claustros, nos parece oportuno, y esa es nuestra voluntad, que tengan el modo de vida, el canto y todos los libros necesarios para las horas diurnas y nocturnas así como para las misas, conformes con el modo de vida y los libros del Nuevo Monasterio, de suerte que no haya discordancia alguna en nuestros actos106
No obstante, estas directivas no encontraron adhesión por parte de los monjes y especialmente de los monjes de coro, los cantores. De hecho, las versiones melódicas de esas fuentes antiguas, entre San Ambrosio y Carlomagno, parecían arcaicas a estos monjes cantores, eruditos de principios del siglo XII.
Por ello, a partir de la muerte de Esteban Harding en 1134, se pidió a Bernardo de Claraval que emprendiese la reforma del canto. Se rodeó entonces de varios monjes y cantores para que adaptasen todo el repertorio existente a los cánones y la teoría de la música de su tiempo.
Las recomendaciones de Bernardo de Claraval sobre el canto están llenas de una exigencia de armonía y equilibrio propia del arte cisterciense. «Que esté lleno de gravedad, ni lascivo ni rudo. Que sea dulce, sin ser ligero, que encante al oído a fin de emocionar el corazón, que consuele la tristeza, que calme la ira, que no vacíe al texto de su sentido sino que lo fecunde.»107 Dentro del espíritu de desposeimiento, las fórmulas salmódicas, cantadas a lo largo de los siete oficios del día y de la noche, se reducían a las fórmulas más simples, sin entonación ornamentada.
Pero para los nuevos oficios y las nuevas fiestas, las piezas que se compusieron estaban muy adornadas y muy próximas al lenguaje poético y florido de San Bernardo o de Hildegarde von Bingen, contemporánea en estos inicios cistercienses.
Debido a la propia Charte de Charité y a la fuerte estructuración de la orden, todo ese repertorio adaptado o compuesto en el siglo XII existe en muchos manuscritos diseminados por toda Europa, y su lectura no plantea dificultad alguna. Esa es la razón de que los trabajos de reedición de la abadía de Westmalle, a finales del XIX y hasta mediados del siglo XX, sean muy fieles a las fuentes manuscritas. Así pues, es este repertorio cisterciense que se puede escuchar hoy en abadías como las de Hauterive (OCist) o Aiguebelle (Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia) el que ha conservado la tradición del canto gregoriano.108

Los cistercienses y la cultura

Los manuscritos


Biblioteca de la abadía de Salem, 1880.

Manuscrito de la abadía de Morimond.
Una de las principales actividades de las abadías era la copia de manuscritos. La monjes blancos no eran una excepción. Existía una auténtica red de intercambio que permitía a las abadías obtener los textos que necesitaban para copiarlos. En las grandes bibliotecas cistercienses de Cîteaux, Claraval o Pontigny se encuentran Biblias, textos de los padres fundadores de la Iglesia, de escritores de finales de la Edad Antigua o de principios de la Edad Media como Boecio, Isidoro de Sevilla o Alcuino y de algunos historiadores como Flavio Josefo. Se encuentran más raramente textos de autores clásicos.
Los monjes cistercienses desarrollaron una caligrafía redonda, regular y muy legible. Inicialmente, los manuscritos se decoraban con motivos florales, escenas de la vida cotidiana o del trabajo en el campo, alegorías sobre el combate de la fe o sobre el misterio divino. La Virgen está especialmente representada. Pero bajo el impulso de Bernardo de Claraval, movido por un ideal de austeridad, hacia 1140 apareció un estilo más depurado. Se caracterizaba por grandes iniciales pintadas en claroscuro de un solo color, sin representación humana o animal ni uso del oro.109 Los cistercienses desarrollaron a partir de entonces un estilo sobrio, aunque permaneció un cuidado por la estética. Por otra parte, fueron a menudo muy exigentes en lo referente a la calidad de los soportes utilizados, como el pergamino, y los colores, obtenidos frecuentemente a partir de piedras preciosas, como el lapislázuli.110
En los siglos XIV y XV, con el desarrollo de la imprenta de tipografía móvil, los libros se hicieron omnipresentes dentro de las abadías y las colecciones de obras aumentaron considerablemente.111 En el siglo XVI, la biblioteca de Claraval contaba con 18 000 manuscritos y 15 000 impresos.112

Una cultura dirigida hacia Dios

La orden primitiva nunca dio la espalda al estudio, pero se integró, al principio, en una corriente de oposición a las ciudades, principales centros del saber. De hecho, el intercambio intelectual en el seno de las ciudades permitía una abundancia de ideas, algunas de las cuales también eran provocaciones para el austero Bernardo de Claraval. Los goliardos, por ejemplo, criticaban abiertamente la sociedad tripartita y especialmente a los religiosos;113 no dudaban en poner en cuestión el matrimonio, pregonando el amor libre en el cual la mujer ya no es una mera posesión del hombre o una máquina de hacer niños.114 San Bernardo, al igual que Pierre de Celles, otro pensador cisterciense, se opuso firmemente a las nacientes universidades; la vida intelectual urbana podía distraer de la glorificación de Dios. San Bernardo y San Norberto fueron, por otra parte, los principales perseguidores de Abelardo.
«Huid de en medio de Babilonia, huid y salvad vuestras almas. Volad todos juntos hacia las ciudades de refugio (los monasterios), donde podréis arrepentiros del pasado, vivir en gracia para el presente y aguardar con confianza el futuro. Encontrarás mucho más en el bosque que en los libros. El bosque y las piedras te enseñarán más que cualquier otro maestro.»
—Bernardo de Claraval.115
A finales del siglo XII, a causa del compromiso pastoral y predicador, algunas instituciones volvieron su mirada hacia el estudio de las cuestiones de la época. Los cistercienses, sin embargo, siguieron siendo a los ojos de las demás órdenes, incluyendo los dominicos, gente «simple» poco versada en los estudios especulativos. Frente a estos ataques, algunas abadías se aventuraron más en las ciencias teológicas y surgieron bibliotecas cistercienses respetables, tales como la de la abadía de Signy y la de Claraval. Se establecieron contactos fructíferos con los medios universitarios parisienses y algunos hermanos se instalaron en París para seguir cursos de teología.116

Las universidades


Biblia de Esteban Harding.
Con el desarrollo de las universidades, creció el nivel cultural y los cistercienses tuvieron que implicarse en la formación de sus jóvenes monjes. También se hizo necesario alojarlos en las ciudades universitarias. Los monjes blancos fundaron, entonces, colegios en París, Toulouse, Metz y Montpellier.117
En 1237, la abadía de Claraval fue la primera en enviar hermanos jóvenes a estudiar a París. Inicialmente se alojaban en una casa del Bourg Saint-Landry, pero su número fue en aumento. En 1247 se establecieron en el barrio de Chardonnet y dos años más tarde emprendieron la construcción de un colegio.118 Gracias al apoyo papal, se compraron las tierras insalubres próximas al Bièvre y en ellas se erigió un colegio. Se recompró en 1320 por el Capítulo general de la orden. Este Collège des Bernardins estaba abierto a los estudiantes del conjunto de la orden.119 Originalmente planeado para dar cabida a veinte alumnos, el Collège des Bernardins formó, entre los siglos XIII y XV, a varios miles de jóvenes monjes cistercienses, la élite de su orden, venidos del norte de Francia, de Flandes, de Alemania y de Europa central, para estudiar teología y filosofía.
En 1334, Jacques Fournier, antiguo alumno del Collège Saint-Bernard, doctorado en teología hacia 1314, se convirtió en papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XII. El antiguo abad de Fontfroide promulgó en 1355 la Constitución Fulgens sicut Stella Matutina o Benedictina que regulaba las relaciones que mantenía la orden con los estudios intelectuales. Los monasterios de más de cuarenta hermanos debían enviar a dos de sus miembros a los colegios de París, Oxford, Toulouse, Montpellier, Bolonia o Metz. Los cistercienses se integraron en las exigencias del reino de la escolástica.
En la época moderna, la cultura humanista conquistó los monasterios, lo que provocó la oposición de los principales defensores de la reforma del siglo XVII. Así, en el siglo XVIII, «numerosos novicios y monjes van a estudiar a las universidades y, de manera general, los religiosos se entregan a la lectura120

El arte cisterciense

El arte cisterciense está en concordancia con su espiritualidad: debe ser una ayuda para el camino interior de los monjes. En 1134, con ocasión de una reunión del Capítulo general de la orden, Bernardo de Claraval, que se hallaba en la cima de su influencia, recomiendó la sencillez en todas las expresiones del arte. Desde ese momento, los cistercienses desarrollaron un arte sobrio y a menudo monocromo.
En el Exordio del Císter y resumen de la Carta de Caridad121 que regulaba la vida de los monjes se ordenaba:
  • Capítulo XXV: Lo permitido y lo prohibido respecto al oro, la plata, las joyas y la seda.
Los paños de los altares y los vestidos de los ministros no serán de seda, excepto la estola y el manípulo. La casulla será de un solo color. Todos los ormamentos del monasterio, los vasos sagrados y demás cosas que se usen, no tendrán oro, plata o joyas; pero el cáliz y la cánula, y solo estas dos cosas, podrán ser de plata o doradas, pero de ningún modo de oro.
  • Capítulo XXVI: Esculturas, pinturas y cruces de madera.
No está permitido tener esculturas en ningún sitio, y pinturas sólo en las cruces, que ellas mismas serán únicamente de madera.

La arquitectura cisterciense

El estilo constructivo cisterciense era austero. Precisamente en el origen de la orden estaba la denuncia de la suntuosidad de Cluny y, por oposición a ella, la adopción de la sencillez y la sobriedad en todos los aspectos de la vida monástica; también en las edificaciones abaciales. En un principio las construcciones que componían las dependencias monacales, iglesia incluida, solían ser de madera, adobe o un humilde mampuesto. Las grandes realizaciones en sillería pétrea formando recios muros y amplias bóvedas que han llegado hasta nosotros son obras de la época más magnificente y, por ser más robustas son más duraderas. Aun en estas se advierte la falta de ornamentación, la carencia de elementos superfluos y la adusta desnudez de los paramentos; nada debía haber que pudiera distraer a los monjes; ni pinturas, ni esculturas, ni cromáticas vidrieras.
Las abadías cistercienses respondían a un vasto programa constructivo que comprendía instalaciones tan diversas como la hospedería, la enfermería, el molino, la fragua, el palomar, la granja, los talleres y todo aquello que prestara servicio a una comunidad autosubsistente. El núcleo monacal propiamente dicho lo componían las dependencias residenciales y la iglesia. Formaban todas ellas lo que denominaban el «cuadrado monástico» que solía estar integrado por:

Planta tipo cisterciense
1- Iglesia
2- Puerta del cementerio
3- Coro de conversos
4- Sacristía
5- Claustro
6- Fuente
7- Sala Capitular
8- Dormitorio de monjes
9- Dormitorio de novicios
10- Letrinas
11- Calefactor
12- Refectorio de los monjes
13- Cocina
14- Refectorio de los conversos.
  • La iglesia: de una o tres naves con planta de cruz latina, cubierta con bóveda de cañón u ojival; cabecera manifiesta al exterior y orientada al este, formando un espacio rectangular liso o, más adelante, un ábside circular; ancho transepto con capillas en el lado oriental de los brazos; santuario o presbiterio elevado algunos peldaños para realzar la posición del altar; coro de los monjes ocupando los primeros tramos de la nave central y, a veces, parte del crucero; coro de conversos o legos, ocupando los tramos más occidentales, es decir, los más alejados del santuario; pórtico o nártex al pie de la nave para dar entrada ocasional a la iglesia a visitantes ajenos a la comunidad.
  • El claustro: galería de cuatro lados formando normalmente un cuadrado de entre 25 y 35 metros. Se adosaba siempre a la iglesia con la que tenía comunicación directa; preferentemente se disponía junto al lateral sur de la nave, aunque no es infrecuente encontrarlo anexo al lateral norte. Abarcaba en su interior un patio al que se abría por arquerías de medio punto u ojivales, según la época de su construcción.
  • La sala capitular: espacio generalmente cuadrado en el que se celebraban las reuniones monacales bajo la presidencia del abad. Una puerta central y dos ventanales dispuestos a uno y otro de los lados de aquella proporcionaban acceso a las personas y a la luz desde la galería oriental del claustro. En el perímetro interior de la sala se situaban los asientos de los monjes y en posición presidencial el del abad. La cubierta se resolvía con bóveda de arista o crucería sobre columnas exentas en el interior. En este recinto se expresaba la solemnidad de su dedicación.
  • El dormitorio de los monjes: se solía ubicar en segunda planta y no era sino una prolongada nave con separaciones de tabiquería baja. Dos escaleras proporcionaban el acceso: la «escalera de día», que comunicaba con el claustro, y la «escalera de maitines» que lo hacía con el transepto de la iglesia para acudir directamente a la oración nocturna.
  • La sala de los monjes: dotada de amplios ventanales se utilizaba no sólo como estancia sino como scriptorium o lugar donde se escribían y copiaban los libros y documentos. Solía ser el único lugar calefactado por una chimenea, por lo que también recibía la denominación de «calefactorium».
  • El dormitorio de los conversos: similar al de los monjes pero sin acceso a la iglesia.
  • El refectorio: comedor de los monjes en el que se disponía un púlpito para la lectura de obras piadosas durante la comida. Se encontraba en planta baja con acceso desde el claustro y en comunicación con la cocina.

Las vidrieras


Iglesia abacial de Aubazines, Corrèze, Francia

Abadía de Pontigny, Yonne, Francia. Vidriera.
En 1150, una ordenanza estipuló que las vidrieras debían ser «albae fiant, et sine crucibus et pricturis», blancas, sin cruces ni representaciones. Las únicas representaciones eran motivos geométricos y plantas: hojas de palma, rejillas y entrelazados que pueden recordar la exigencia de regularidad preconizada por San Bernardo. Así, hasta mediados del siglo XIII las vidrieras cistercienses fueron exclusivamente las llamadas «en grisalla», cuyos diseños se inspiran en los enlosados romanos. Dominan las vidrieras blancas; al ser menos costosas, se corresponden también con un uso metafórico, como algunos ornamentos vegetales. Las abadías de La Bénisson-Dieu (Loira), Obazine (hoy Aubazines, en Corrèze), Santes Creus (Cataluña), Pontigny y Bonlieu son representativas de este estilo y estas técnicas. Existen hornos de vidrio entre las posesiones de los cistercienses del siglo XIII.
La aparición del vidrio decorativo figurativo en las iglesias cistercienses coincide con el desarrollo del mecenazgo y las donaciones de la aristocracia. En el siglo XV, la vidriera cisterciense perdió su especificidad y confluyó, por su aspecto, con la mayor parte de los edificios religiosos contemporáneos.

Las baldosas


Baldosa decorada procedente de los restos de la abadía de Tart, (Côte-d'Or)122
En los monasterios cistercienses, que vivían en una relativa autarquía, se impuso el uso de baldosas de arcilla, en lugar de un pavimento de piedra o de mármol. Los monjes blancos desarrollaron un gran dominio de este proceso, en la medida en que fueron capaces de fabricarlas en masa gracias a sus hornos. A finales del siglo XII aparecieron baldosas con motivos geométricos. La decoración se obtenía mediante estampado: en la arcilla aún maleable se fijaba un tampón de madera que imprimía el motivo en hueco. El relieve hueco se rellenaba con una pasta de arcilla blanca y la baldosa se sometía a una primera cocción. A continuación, se le colocaba un revestimiento vitrificable. Este protegía la baldosa y realzaba los colores.
El ensamblaje de las baldosas permitía combinaciones complejas de motivos geométricos. A veces, estos fueron juzgados como demasiado estéticos en relación con los preceptos de sencillez y desposeimiento de la orden. En 1205, el abad de Pontigny fue condenado por el Capítulo general por haber hecho paredes demasiado suntuosas. En 1210, al abad de Beauclerc se le reprochó haber permitido a sus monjes que perdieran el tiempo en hacer un enlosado «revelando un grado inconveniente de descuido y un curioso interés».123

La orden cisterciense, motor de las evoluciones técnicas


Molino hidráulico de Braine-le-Château. Siglo XII.
Desde el siglo XI al siglo XIII tuvo lugar una verdadera revolución industrial en el Occidente medieval. Se produjo por la creciente monetarización de la economía desde la introducción del dinar de plata por los carolingios en el siglo VIII, que permitió la introducción de millones de productores y consumidores en el circuito comercial.124 Los campesinos empezaron a poder vender sus excedentes, por lo que, desde entonces, les interesaba producir más de lo necesario para su subsistencia y el pago de los derechos señoriales.125 Desde ese momento, resultó más rentable para los propietarios, clérigos o laicos, imponer un canon a los campesinos a quienes habían confiado la tierra que hacer cultivar esas tierras por esclavos o siervos, que desaparecieron en Occidente. Para aumentar aún más esa productividad invirtieron en equipamientos que la mejoraban, proporcionando arados, construyendo molinos de agua para sustituir a los molinos de sangre y prensas de aceite o de vino para reemplazar la pisa.126 Este fenómeno lo atestigua la proliferación de molinos, carreteras, mercados y talleres de acuñación de moneda en todo Occidente desde el siglo IX.127
Las abadías fueron, a menudo, la punta de lanza de esta revolución económica, pero para los cluniacenses el trabajo manual era degradante y se consagraban lo más posible a actividades espirituales. Por el contrario, en el espíritu de los cistercienses, que se negaban a convertirse en rentistas de tierras, el trabajo manual estaba valorado.128 En lugar de confiar sus tierras a arrendatarios, ellos mismos participaban en trabajarlas. Por supuesto, sus funciones litúrgicas ocupaban gran parte de su tiempo, pero los suplían los hermanos conversos que se encargaban específicamente de las tareas materiales. En 1200, una abadía como Pontigny contaban con 200 monjes y 500 conversos; en Claraval, los monjes disponían de 162 sillas de coro y los conversos de 328.129 Dado que ellos mismos estaban implicados en el trabajo manual y que tenían como ideal hacer la tierra más fértil, los cistercienses se las ingeniaron para mejorar las técnicas en la medida de lo posible.
Los progresos se transmitieron entre abadías por medio de manuscritos o a través del desplazamiento de los monjes. Los hermanos conversos, una parte de los cuales vivía en los graneros, fuera de la abadía, participaron en la difusión de las mejoras técnicas entre las poblaciones locales: los cistercienses fueron vectores de importancia fundamental en la revolución industrial de la Edad Media. La orden se convirtió en una verdadera potencia económica. El verdadero despegue se produjo entre 1129 y 1139, y un dinamismo tal suscitó muchos problemas: la incorporación de monasterios que conservaban costumbres que todavía no eran conformes con el espíritu de la Carta de Caridad, la elección de lugares de implantación difíciles, las dificultades de las abadías matrices para poder efectuar las visitas anuales, el peligro de traslado demasiado frecuente de monjes que agotaban a las abadías matrices.
Si bien los cistercienses fueron innovadores, también utilizaron a veces técnicas muy antiguas. Numerosas iglesias cistercienses gozan de una excelente acústica que no es casual: algunas, como Melleray, Loc-Dieu, Orval, utilizan la técnica de los vasos acústicos descrita por Vitruvio, ingeniero romano del siglo primero a. C.; estudios contemporáneos han demostrado que estos vasos, repartidos en los muros y bóvedas, amplifican el sonido en la gama de frecuencias de las voces de los monjes, y otros procesos reducen el eco.

Los progresos agrícolas

La mejora de los recursos agrícolas


Monjes cistercienses trabajando en el campo.
Los cistercienses ocupan solo una moderada cuota en los cambios que marcaron el crecimiento económico y demográfico medieval. Se afanaban más en dar valor a las tierras apartadas de las grandes aglomeraciones nacientes,130 haciéndose cargo de antiguas propiedades sin herederos. No dudaban en comprar las aldeas preexistentes, incluso expulsando a sus ocupantes, para reorganizarlas de manera diferente según sus propias reglas explotación.
En general, explotaron mejor los recursos locales, dando valor a los bosques en lugar de destruirlos. Sin embargo, hay abadías cuyos monjes participaron en el gran impulso de cambio medieval. En los territorios actuales de Austria y Alemania, hicieron retroceder el frente forestal hacia el este; en la costa flamenca, la abadía de Dunes consiguió ganar 10 000 hectáreas al agua y la arena; transformaron pantanos en tierras de pastoreo en la región de París, y en salinas en la costa atlántica. Pero abrir camino no era su objetivo principal; era una forma más de establecerse donde todavía había sitio para desarrollar una política de autarquía económica. De este modo se convirtieron en pioneros en la elaboración de las normas de explotación forestal en el siglo XIII.131 De hecho, el bosque permitía abastecerse de leña para calefacción y para la construcción, así como de frutas y raíces de todo tipo. Los cistercienses desbrozaron y racionalizaron la poda y el crecimiento de las especies. Por ejemplo, las encinas producían bellotas y permitían pastar a los cerdos.132

El granero cisterciense


Granero de la abadía de Maubuisson, cerca de Pontoise, Francia.
Los cistercienses no inventaron la rotación bienal ni trienal de cultivos, ni las herramientas agrícolas, pero mediante la observación de las prácticas de los campesinos supieron crear un verdadero modelo de granja: el granero cisterciense.133 Se trata de complejos rurales coherentes, con edificaciones de explotación y vivienda, que agrupaban a equipos de conversos especializados en una tarea y dependientes de una abadía matriz.134 Los graneros debían estar situados a no más de un día de camino de la abadía y la distancia que las separa era al menos de dos leguas —unos diez kilómetros—.
Los graneros cistercienses desarrollaron la capacidad de producción agrícola introduciendo la especialización de la mano de obra. Cada granja era explotada por entre cinco y veinte hermanos conversos —lo que constituye un número ideal en términos de gestión, porque más allá de una treintena de personas el simple sentimiento de pertenencia al grupo ya no es suficiente para motivar a toda la mano de obra necesaria para la tarea—, ayudados en caso de necesidad por trabajadores agrícolas asalariados y temporeros. La producción de los graneros era mucho mayor que las necesidades de las abadías, que revendían sus excedentes. Estos graneros, a menudo muy grandes —cientos de hectáreas de tierras, pastos, bosques—, sumaban cerca de un millón de hectáreas. Este sistema de explotación alcanzó en seguida un éxito enorme. Un siglo después de la fundación de Cîteaux, la orden contaba con más de un millar de abadías y más de seis mil graneros repartidos por toda Europa.

La viticultura

En la Edad Media, el vino, por su contenido alcohólico, era a menudo más salubre que el agua y, por lo tanto, tenía una importancia vital. Los monjes blancos lo utilizaban para uso propio y, sobre todo, para la liturgia. Debido a su uso sagrado, impusieron una gran exigencia en cuanto a su calidad.135 Los cistercienses consiguieron la cesión de una viña para cada abadía, de manera que pudiera cubrir sus propias necesidades. Elegían suelos aptos en laderas con una orientación que garantizase una buena insolación y utilizaban, para hacer madurar sus vinos en isotermia, las piedras de cantería talladas para la construcción de sus abadías.136
Desarrollaron una producción de calidad que no se destinó al comercio hasta 1160, en regiones aptas para una producción masiva, como Borgoña. Su organización comercial, muy eficiente, les permitió exportar sus vinos hasta Frisia y Escandinavia.137

La selección de las especies


Labranza con arado. Grabado a partir de una ilustración.138
La ganadería era una fuente de productos alimentarios, como carne, lácteos y quesos, pero también de fertilizantes y materias primas para la industria del vestido, como la lana y el cuero, y de productos manufacturados, como pergamino y cuerno. Bernardo de Claraval encargó a algunos monjes de su abadía que trajeran búfalos del reino de Italia para cruzarlos. La misma práctica se utilizó para la selección de caballos que, al ser más ligeros, permitían trabajar el suelo de los bosques en el cual el búfalo se hundía. De este modo, los cistercienses, antes que nadie, convirtieron en cultivables tierras que hasta entonces no se consideraban explotables.139
Los cistercienses desempeñaron, igualmente, un papel primordial en la reputación de la lana inglesa, que era la materia prima más importante de la industria medieval. Era indispensable para los pañeros flamencos y los comerciantes italianos, una de cuyas principales actividades era la coloración de paños. En 1273, los ganaderos ingleses esquilaron 8 millones de animales. El impuesto sobre la lana era el primer recurso fiscal para el rey de Inglaterra. Los compradores italianos y flamencos procuraban firmar contratos con monjes cistercienses especializados en la cría de ovejas, porque sus animales cuidadosamente seleccionados ofrecían todas las garantías de calidad. Además, la organización extremadamente centralizada de los monasterios cistercienses les permitía tener un solo interlocutor incluso para volúmenes de transacción muy importantes. La abadía de Fountains, en el condado de York, crio hasta 18 000, Rievaulx 14 000, Jervaulx 12 000.140
Puesto que su regla limitaba la cantidad de carne en la dieta, los cistercienses desarrollaron la piscicultura en los miles de estanques creados por las numerosas presas y diques que construyeron para regar sus tierras y monasterios. La introducción de la carpa en Occidente es paralela a la expansión de la orden.141 Los monjes blancos dominaban el ciclo reproductivo de la carpa: construyeron estanques poco profundos y sombríos destinados al crecimiento de los alevines, que luego eran trasladados a estanques más profundos donde se pescaban al final de su crecimiento. La producción era ampliamente superior a las necesidades de las abadías, por lo que una gran parte se vendía.

Los progresos técnicos

La ingeniería hidráulica

El puente acueducto del Cent-Fonts
El Cent-Fonts canalizado sobre el puente de los Arvaux.
El Cent-Fonts canalizado sobre el puente de los Arvaux.
Puente acueducto de los Arvaux sobre el Varaude.
Puente acueducto de los Arvaux sobre el Varaude.
La regla benedictina requería que cada monasterio dispusiera de agua y de un molino. El agua se precisaba para beber, lavarse, evacuar los residuos142 y para abrevar el ganado. Además, la necesidad de agua respondía a exigencias litúrgicas e industriales. Sin embargo, era preciso evitar el riesgo de inundaciones, así que el lugar escogido estaba a menudo ligeramente alto y precisaba elevarse el agua.143 Los cistercienses se establecieron en sitios apartados a los que había que trasvasar el agua a lo largo de grandes distancias; o, por el contrario, en zonas pantanosas que desecaban construyendo presas río arriba. Se especializaron en ingeniería hidráulica, construcción de embalses y canales. A partir de 1108, el crecimiento de la población monástica de Cîteaux obligó a los hermanos a desplazar la abadía 2,5 kilómetros, para establecerse en la confluencia del Vouge y el Coindon.144 En 1206, hubo que aumentar aún más el caudal hidráulico y se excavó un tramo de cuatro kilómetros.
Pero la capacidad del Vouge, que no era más que un pequeño arroyo, se agotó rápidamente. Los monjes abordaron una obra aún más importante: desviar el río Cent-Fonts, lo que garantizaría un caudal mínimo de 320 litros por segundo.145 Los monjes debieron negociar el paso con el duque de Borgoña en el capítulo de Langres. La obra era enorme porque, además de la excavación del canal de 10 km, había que construir un acueducto —el puente de los Arvaux— de 5 metros de altura, a fin de permitir el paso del canal por encima del río Varaude. El resultado estuvo a la altura del esfuerzo: el potencial energético de la abadía aumentó considerablemente con un salto de agua de 9 metros.146 Al menos un molino y una herrería se instalaron sobre el nuevo tramo.147
La irrigación de los monasterios permitió instalar agua corriente, transportada, si era necesario, por canales subterráneos incluso a presión. Para ello, los monjes utilizaron canalizaciones de plomo, terracota o madera. En algunas partes, el flujo podía ser interrumpido por un grifo de bronce o de estaño. Algunas abadías como la de Fontenay estaban equipadas con un sumidero. Al encontrarse en el fondo de los valles, en muchas abadías había que evacuar eficazmente las aguas pluviales; un colector alimentado permanentemente por el agua de una presa que cortaba el valle, pasaba por debajo de la cocina y de las letrinas y recibía todas las aguas residuales procedentes de canalizaciones secundarias que descendían de los diferentes edificios. En Cleeve o en Tintern, los colectores, muy anchos, tenían compuertas a modo de cisternas que permitían liberar un gran volumen de una sola vez y purgarlas.148

Lavabo colectivo en la abadía del Thoronet, en la Provenza francesa.
El conocimiento de la hidráulica por parte de los cistercienses les permitió transformar ríos sujetos a crecidas, en cursos de agua regulados para las necesidades domésticas, energéticas y agrícolas de los monjes. Esto permitió convertir en explotables grandes extensiones de tierra hasta entonces abandonadas por falta de riego.
Debido al crecimiento económico y demográfico, y a las importantes necesidades de la industria textil, se necesitaban más bóvidos y ovinos. A partir del siglo XII, los terratenientes comenzaron a desecar las zonas pantanosas para ampliar la superficie de pastos disponibles. A finales del siglo XII, las desecaciones alcanzaron su punto culminante. La madera era escasa y se encareció. Además, se prestó mayor atención a la explotación forestal, cuyo papel abastecedor seguía siendo fundamental. Particularmente en Flandes, donde la densidad de población estaba al límite, las abadías cistercienses llevaron a cabo obras de encauzamiento como continuación del trabajo comenzado a partir del siglo XI. En los siglos XII y XIII, la extensión del sistema de diques o pólder a gran escala en la marisma Poitevin se llevó a cabo por la asociación de abadías, creando planes sistemáticos de drenaje.149 También organizaron la vegetación a lo largo de los ríos, por ejemplo, plantando sauces cuyas raíces afianzan la tierra de los diques y canales.150

Abadía de Fontaine-Guérard, en Normandía, Francia.
Aunque los cistercienses fueron particularmente eficientes en la gestión del agua, se inscribían dentro de una evolución global. Las técnicas de riego habían pasado a Occidente a través de la España musulmana y de Cataluña, donde la orden de Cluny tenía una fuerte implantación. La abadía de Cluny no habría podido desarrollarse sin acondicionar el valle del Grosne. Del mismo modo, los condes de Champagne desviaron el Sena para desecar los alrededores de Troyes y proporcionarle la energía hidráulica que necesitaba así como un sistema de evacuación de aguas.151

La industria


Compuerta de alimentación de la rueda hidráulica, ya desaparecida, de la herrería de la abadía de Fontenay.
El molino hidráulico se difundió durante todo el período medieval porque era una importante fuente de ingresos financieros para la nobleza y los monasterios que, por ello, invirtieron en este tipo de equipamientos. El uso de la fuerza hidráulica, en lugar de la animal o la humana, permitía una productividad incomparable con la existente en la antigüedad: cada rueda de un molino de agua podía moler 150 kilos de trigo por hora, lo que equivalía al trabajo de 40 siervos.152 Desde la época carolingia, los monasterios estaban en la vanguardia en este campo, porque la regla benedictina exigía que hubiera un molino en cada abadía.153
Los monjes blancos utilizaban las técnicas en boga en sus regiones: molinos de rueda vertical en el norte y de rueda horizontal en el sur.154 Los ingenieros medievales del siglo XII desarrollaron también molinos de viento de pivote vertical, que permitía seguir los cambios en la dirección del viento, o de marea, que eran desconocidos en la antigüedad o en el mundo árabe.155 Con el desarrollo del árbol de levas en el siglo X, esta energía pudo ser utilizada para múltiples propósitos industriales.156 Aparecieron, así, los batanes, que se utilizaban para aplastar el cáñamo, moler la mostaza, afilar hojas, prensar el lino, el algodón o los paños. En esta importante operación en la fabricación de tejidos, el molino sustituía a cuarenta bataneros. Se ha probado la existencia de sierras hidráulicas en el siglo XIII.157

Herrería de la abadía de Fontenay.
De todas estas innovaciones técnicas, que hábilmente utilizaban (se encuentran entre los primeros en usar batanes hidráulicos), realmente sólo se puede atribuir a los monjes cistercienses la creación del martillo hidráulico, cuyo uso generalizaron en toda Europa.158 Los cistercienses necesitaban, en efecto, herramientas agrícolas, pero también de excavación, de construcción, clavos para la carpintería, bisagras y cerraduras para las ventanas y, cuando evolucionaron las técnicas de arquitectura, armazones de hierro para sus edificios. Modificaron las técnicas tradicionales mecanizando algunas fases del trabajo del hierro.159
A partir del siglo XII, las fraguas accionadas por energía hidráulica multiplicaron la capacidad de producción de los herreros; el uso del martillo pilón permitía trabajar piezas considerablemente mayores (los martillos de la época podían pesar 300 kilogramos y dar 120 golpes por minuto) y más rápidamente, con martillos de 80 kilogramos que golpeaban 200 veces por minuto, y la insuflación de aire a presión permitía obtener acero de mejor calidad, al elevar la temperatura del interior de los hornos a más de 1.200° C.160 Desde 1168, los monjes de Claraval vendían hierro.161 Esta industria siderúrgica consumía mucha madera: para obtener 50 kilos de hierro se necesitan 200 kilos de mineral y 25 estéreos de madera; en 40 días, una sola carbonera tala un bosque en un radio de un kilómetro.162
Los cistercienses también dominaban el arte del vidrio. Tenían hornos para la fundición de vidrio plano. A pesar de las instrucciones de Bernardo de Claraval, que pregonaba una estricta sobriedad, desarrollaron un tipo de vidriera original: la grisalla.
Para las necesidades de sus construcciones, los cistercienses tenían que fabricar cientos de millones de tejas. El horno de Commelle es un perfecto ejemplo: permitía cocer entre 10 000 y 15 000 piezas a la vez. Las tejas se introducían en el horno ordenadas al tresbolillo, sellando el horno con ladrillos refractarios recubiertos de arcilla para perfeccionar el aislamiento. El hogar se alimentaba durante tres semanas y se tardaba el mismo tiempo para que el horno y las tejas se enfriasen.163 Estos hornos se utilizaban también para hacer las baldosas de las abadías.

Los cistercienses como agentes económicos de la Edad Media

El patrimonio inmobiliario


Mojón lindero cisterciense del convento de monjas de Tart (Côte-d'Or)
Una activa política de adquisiciones, propiciada en sus inicios por la popularidad del movimiento que obtuvo un gran número de cesiones y donaciones, permitió a la orden convertirse en una importante terrateniente. Añadieron valor a sus tierras graneros y bodegas, algunos de los cuales estaban a veces muy alejados de la abadía.
Su estrategia de hacer explotables las tierras adquiridas, antes frecuentemente baldías, no era casual; prestaron una particular atención a la adquisición de ríos y molinos necesarios para su desarrollo. Incluso llegaron a pagar un alto precio por el codiciado derecho de acceso a los ríos. Así, por ejemplo, la abadía de Cîteaux tuvo que pagar 200 libras de Dijon en el Capítulo de Langres para obtener el derecho de paso de una derivación del Cents-Fonts. Algunos años más tarde, esta misma abadía se enfrentó a problemas financieros. Desde ese momento, el control del agua se convirtió en una prioridad para la orden. Mediante una hábil política de adquisiciones, los monjes blancos se convirtieron en propietarios de numerosos ríos. Esto les proporcionó un poder económico y político muy importante; podían desecar las tierras que se hallaban río abajo y privar de energía hidráulica a tal o cual señor. Los numerosos procesos que enfrentaron a los cistercienses con dichos señores dan fe de la frecuencia de los conflictos sobre la cuestión del acceso al agua. Esos pleitos contribuyeron a la impopularidad de la orden, sobre todo porque dicha política de adquisición de tierras se hizo a menudo en detrimento de los habitantes que, a veces, fueron expulsados.164
En la segunda mitad del siglo XII, la orden intentó obtener beneficios financieros de su patrimonio e invirtió masivamente en viñedos y salinas. De ese modo, Citeaux incrementó sus posesiones con la adquisición de viñedos en las zonas de Corton, Meursault y Dijon y se convirtió en dueña de un horno de sal en el yacimiento de Salins. Cabe señalar que los cistercienses no explotaban por sí mismos las salinas y, por tanto, no hicieron ninguna aportación técnica. De hecho, su explotación estaba a cargo de salineros —no de conversos— que se quedaban con dos tercios de la cosecha. La inversión necesaria para el mantenimiento de las salinas —diques, pilotes— se asignaba a un burgués inversor que recibía, a cambio, el tercio restante de la sal producida. La cistercienses cobraban un censo sobre los ingresos de los salineros.165 Su inversión en las salinas era, pues, puramente financiera; no por ello era menos importante; los monasterios de Saint-Jean d’Anjely, Redon, Vendôme y los de la región de Borgoña invirtieron masivamente en las salinas de las costas atlántica y mediterránea o en las salinas del Franco Condado, de Lorena, de Alemania y de Austria, de explotación minera.166

La potencia comercial


Implantación de los cistercienses en Borgoña en el siglo XII.
Más allá de su inmenso patrimonio inmobiliario, fue la instauración de una excelente red de ventas lo que dio a los cistercienses un poder económico de primer orden.
Desde el principio, las abadías ubicadas a lo largo de cursos de agua, a su vez afluentes de los principales ríos, estuvieron situadas en una posición ideal para vender todos sus productos a las ciudades.167 Cîteaux y sus primeras filiales se situaron en Borgoña, es decir, en la zona de unión entre las tres principales cuencas fluviales de Francia: el Ródano, el Loira y el Sena. De hecho, Cîteaux se encuentra a orillas del Vouge, a su vez afluente del Saona, lo que permitía la unión entre el corredor del Ródano, uno de los principales ejes comerciales entre el Mediterráneo y el norte de Europa, la cuenca del Sena (París, con 200 000 habitantes a finales del siglo XIII, era el principal centro de consumo de Occidente) y el Loira, accesible por el Arnoux. La expansión de la orden en el Franco Condado le permitía no sólo controlar las salinas, sino también facilitar su acceso al Rin a través del Doubs. En estos ríos tranquilos bastaban simple barcas de fondo plano para transportar los productos.
Gracias a sus localizaciones, los cistercienses llegaban a todas partes a lo largo de estas rutas comerciales fluviales: en el Garona y el Loira que conducían al Atlántico y, por tanto, a Inglaterra y el norte de Europa; en el Sena y sus afluentes que conducían a París y luego a Ruan y al canal de la Mancha; en el Rin, el Mosela y el Meno hacia las regiones pobladas y comerciales controladas por la Liga Hanseática; en el Po, en el Danubio... Los cistercienses eran dueños de una red comercial que cubría toda Europa.
Los cistercienses usaban su poder político y económico para obtener exenciones en los peajes. Controlando el cauce de los ríos mediante los diques y canales que habían construido, podían influir sobre los señoríos situados aguas abajo de sus posesiones (los señoríos necesitaban agua para hacer girar sus molinos y regar sus tierras) y negociar con ellos los derechos de tránsito o su apoyo político. Sabemos que Pontigny podía introducir 500 hectólitros libres de impuestos en la ciudad de Troyes, Vaucelle podía transportar 3000 en franquicia por el Oise y Grandselve 2500 por el Garona. Obtenían exenciones fiscales en las rutas comerciales que utilizaban y podían incrementar sus márgenes en los productos que comercializaban.168
El volumen de vino vendido por los monjes blancos se contaba en miles de hectolitros; Ederbach enviaba 2000 por el Rin a los comerciantes de Colonia y en la abadía se podían almacenar 7000 en el siglo XVI.
Aunque inicialmente situados en lugares remotos, los monjes blancos adquirieron poco a poco posesiones en la ciudad. Estas eran útiles para acoger a los monjes que viajaban entre abadías o por caminos de peregrinación. Cuando se celebraban las reuniones generales de la orden, había que poder albergar a cientos de abades. Pero los cistercienses las transformaron en lugares comerciales en cuanto advirtieron su necesidad a finales del siglo XII. Se trataba de verdaderos almacenes urbanos, pero también de lugares de descanso para los monjes que recorrían Europa.169 En estos lugares se vendían productos de la orden: vino, sal, vidrio, productos manufacturados de metal. Las casas de Cîteuax en Beaune y de Claraval en Dijon, por ejemplo, desempeñaban el papel de bodegas, con cubas, lagar y cava.
Los monjes abrieron albergues junto a los ríos que llevaban a zonas de intercambio comercial: París, Provins, Sens. En Auxerre, por ejemplo, había un albergue donde las mercancías procedentes del Saona se podían llevar, a través del Yonne, hasta el Sena (la orden poseía un albergue en Montereau, en la confluencia de los dos ríos170 ) y, por tanto, a París, Ruan e incluso Inglaterra. Los cistercienses abrieron almacenes para vender sus productos en todas las ciudades donde se concentraban los consumidores —como París, la ciudad más poblada de Occidente— y en los núcleos comerciales, como Provins, donde tenían lugar las ferias de Champagne, o Coblenza.171 Los cistercienses estaban particularmente bien establecidos en las ciudades sede de las ferias de Champagne, que absorbían gran parte del comercio europeo en los siglos XII y XIII.
Este éxito económico contribuiría progresivamente a una transformación radical de la orden, que se apartaba cada vez más de la austeridad de Bernardo de Claraval. La transformación de los cistercienses en diezmeros se produjo a partir de los años 1200.172 Con ello, aquello que proporcionó popularidad a la orden en sus comienzos desapareció, y decayó en favor de las órdenes mendicantes. El reclutamiento se resintió. Según Duby, «la gente del campo es la primera en dar la espalda a la orden que le quita su tierra y la expulsa de sus aldeas».173 Este fue el origen de algunas manifestaciones de rencor en el siglo XIII en Germania, donde a veces resultaron incendiados algunos graneros de la orden.

Véase también

Referencias

  1. Chélini, Jean, Histoire religieuse de l'Occident médiéval. Hachette, 1991. Pluriel, p. 369.
  2. Duby, Georges (1971) (en francés). Saint Bernard, l'Art cistercien. Flammarion: Champs. pp. 9. «Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès
  3. Pacaut, Marcel (1993) (en francés). Les moines blancs. Histoire de l'ordre de Cîteaux. Fayard. pp. 358-359.360-361.
  4. O.C.S.O. (marzo de 2010). «Monasterios y sitios web» (en español). Consultado el 11 de abril de 2010.
  5. Dubois, Jacques (1985) (en francés). Les ordres monastiques. PUF. p. 67. «Le mot « bénédictin» apparut pour désigner les moines qui n'appartenaient à aucun Ordre centralisé
  6. André Vauchez, « Naissance d'une chrétienté», en Robert Fossier (bajo la dirección de), Le Moyen Âge, l'éveil de l'Europe (t.II), Armand Colin, 1982, p. 96.
  7. Marcel Pacaut, Les moines blancs, op. cit., p. 22.
  8. Louis J. Lekai, op. cit., p. 25.
  9. Auberger, Jean-Baptiste, « Cîteaux, les origines», Dossiers d'Archéologie, n.° 229, diciembre de 1997 - enero de 1998, p. 10.
  10. Marilier, Jean, Histoire de l’Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, 1991, p. 82.
  11. Louis J. Lekai, op. cit., p. 26.
  12. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, p. 29.
  13. En Riel-les-Eaux, en el este del Châtillonnais. Jean Marilier, Histoire de l'Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, Dijon, 1991, p. 82
  14. J.-A. Lefèvre, « S. Robert de Molesme dans l'opinion monastique du XIIe et du XIIIe siècle», Analecta Bollandiana, t. LXXIV, fasc. 1-2, Bruxelles, 1956, p. 50-83.
  15. Jean-Baptiste Auberger, « Cîteaux, les origines», op. cit., p. 11.
  16. El nombre «Nuevo monasterio» fue sustituido por «Císter» hacia el año 1120.
  17. Coloquio exordium, « Les fondateurs du nouveau monastère»; la cronología de los primeros tiempos de Cîteaux está proporcionada por tres textos: el Petit Exorde, el Exorde de Cîteaux y el Grand Exorde; los relatos de esos episodios proceden a menudo de quienes fueron protagonistas de la iniciativa. Marcel Pacaut, Les moines blancs, op cit., p. 32-33.
  18. Lekai, Louis J., op. cit., p. 28-29.
  19. qui heremum non diligebant; Exordium cisterciensis coenobii, VII, 13, citado por Louis J. Lekai, op. cit., p. 31.
  20. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 43.
  21. Exordium cisterciensis coenobii, XII, 5-6.
  22. Marcel Pacaut, op. cit., p. 51-53.
  23. Terryl N. Kinder, L'Europe cistercienne, op. cit. p. 30.
  24. Jean Chélini, Histoire religieuse de l'Occident médiéval, op. cit., p. 365.
  25. Jean Marilier, Histoire de l’Église en Bourgogne, op. cit. p. 84
  26. Al pie de la Virgen, el copista Oisbertus. Hiereniam prophetam, libro VI, verso 1125, Biblioteca municipal de Dijon, ms. 130, f° 104, detalle.
  27. La cronología no es segura.
  28. «San Bernardo no fundó la orden cisterciense. La hizo triunfar.» « Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.» Georges Duby, Saint Bernard, l'Art cistercien, Champs, Flammarion, 1971, p. 9.
  29. Riché, Pierre,« Bernard de Clairvaux», Dossiers d'Archéologie, n.º 229, diciembre de 1997 - enero de 1998, p. 16.
  30. «Entonces, la gracia de Dios envió a esta iglesia clérigos letrados y de alta cuna, laicos poderosos en el siglo y no menos nobles en muy gran número; de tal manera que treinta postulantes llenos de ardor entraron de golpe en el noviciado». « Alors la grâce de Dieu envoya à cette église des clercs lettrés et de haute naissance, des laïcs puissants dans le siècle et non moins nobles en très grand nombre; si bien que trente postulants remplis d'ardeur entrèrent d'un coup au noviciat.», Petit exorde de Cîteaux, citado por Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien, Champs, Flammarion, 1979, p. 9.
  31. Sobre el lugar que ocupa Bernardo en el siglo XII véase Jacques Verger, Jean Jolivet, Le siècle de saint Bernard et Abélard, Perrin, Tempus, 2006.
  32. En 1125 publicó su Apologie, dedicada a Guillaume de Saint-Thierry, donde contrapone las doctrinas cisterciense y cluniacense, y arruina a sus adversarios. Se conocen de él varios centenares de cartas.
  33. En particular con ocasión del concilio de Sens del 2 y 3 de junio de 1140
  34. Boitel, Philippe, « Voyage dans la France cistercienne», La Vie, Hors-série, n.º3, junio de 1998. p. 14.
  35. Marilier, Jean, Histoire de l’Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, 1991, p. 84.
  36. Revista Scriptoria, n.º1, Moyen-Âge, Hors série, Les Cisterciens, mayo-junio de 1998, p. 15.
  37. Lekai, L. J., op. cit., p. 58-59.
  38. Racinet, Philippe, Moines et monastères en Occident au Moyen Âge, Ellipses, 2007, p. 81.
  39. Chélini, Jean, Histoire religieuse de l'Occident médiéval, Hachette, Pluriel, 1991, p. 368.
  40. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 65-66.
  41. Berlioz, Jacques, Saint Bernard en Bourgogne. Lieux et mémoire., Éditions du Bien Public, 1990.
  42. «Val», «valle» en francés, y su plural «vaux» se encuentran en la formación de muchos de estos topónimos. (N. del T.)
  43. Constance Hoffman Berman, Medieval agriculture, the southern french countryside, and the early cistercians, The American Philosophical society, 1992, p. 8-15; Marcel Pacaut, Les moines blancs, op. cit., p. 71-73.
  44. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op. cit., p. 79-80.
  45. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op. cit., p. 86
  46. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op. cit., p. 82-83.
  47. a b c Benoît, Paul, «Naissance et développement de l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 9.
  48. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 119.
  49. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., pp. 143-145.
  50. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., pp. 127-129.
  51. Baury, Ghislain, «Emules puis sujettes de l'ordre cistercien. Les cisterciennes de Castille et d'ailleurs face au Chapitre Général aux XIIe et XIIIe siècles», Cîteaux: Commentarii cistercienses, t. 52, fasc. 1-2, 2001, p. 27-60.
  52. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 143.
  53. También llamada «Bula benedictina» in: Michel Péronnet, Le XVIe siècle, Hachette U, 1981, p. 213.
  54. Citado por Louis J. Lekai, Les moines blancs, op. cit., p. 87.
  55. Benoit, Paul, « Naissance et développement de l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 11.
  56. Benoit, Paul, « Naissance et développement de l'ordre», Histoire et images médiévales, n.°12 (thématique), Les cisterciens, febrero-marzo-abril de 2008, p. 10.
  57. Lekai, Louis J., Les moines blancs, op. cit., p. 91.
  58. Lekai, Louis J., Les moines blancs, op. cit., pp. 87-91.
  59. Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 125 y 126
  60. Citado por Marcel Pacaut, Les moines blancs, op. cit., p. 297.
  61. Idem, ibidem, p. 298.
  62. Idem, ibidem, p. 301-303.
  63. a b Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 125
  64. Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia (2010). «Las congregaciones» (en español). Consultado el 20 de noviembre de 2011.
  65. Lekai, Louis J., Les moines blancs, op. cit., pp. 113-115
  66. Citado por Marcel Pacaut, Les moines blancs, op. cit., pp. 321-322.
  67. Alban John Krailsheimer, Armand-Jean de Rancé, abbé de la Trappe, París, Éditions du Cerf, 2000.
  68. a b Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 128
  69. Monasterio cisterciense de la Certosa di Firenze. (2002). «Historia institucional cisterciense» (en español). Consultado el 19 de noviembre de 2011.
  70. Leroux-Dhuys;Las Abadías Cistencienses; pp. 135
  71. a b c d e omesbc (2009). «La restauración del siglo XIX: los Trapenses» (en español). Consultado el 22 de noviembre de 2011.
  72. a b c omesbc (2009). «La restauración del siglo XIX: la Común Observancia» (en español). Consultado el 22 de noviembre de 2011.
  73. Monasterio cisterciense de la Certosa di Firenze (2002). «La restauración del siglo XIX: los Trapenses» (en español). Consultado el 19 de noviembre de 2011.
  74. a b c d e f g h i j k omesbc (2009). «Los Cistercienses en el siglo XX» (en español). Consultado el 20 de diciembre de 2011.
  75. Web oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio S. Bernardi seu de Castella)
  76. Web oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio Coronae Aragonum)
  77. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit. p. 211.
  78. Idem, op. cit. p. 213.
  79. Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 44.
  80. «Todas las veces que haya en el monasterio algún asunto importante que decidir, el abad convocará a toda la comunidad y él mismo expondrá aquello de que se trata… Lo que nos lleva a decir que hay que consultar a todos los hermanos y que, a menudo, Dios revela a uno más joven lo que es mejor». Regla de San Benito, 3, 1.3.
  81. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit. pp. 215 - 218.
  82. Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 47.
  83. a b Auberger, Jean-Baptiste, «La spiritualité cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 49.
  84. Por ejemplo, en Actos 18,3 se muestra a San Pablo, durante un viaje de evangelización, ganándose el sustento mediante su trabajo de fabricante de tiendas.
  85. Regla de San Benito, cap. 48, v. 8.
  86. Regla de San Benito, cap. 48, v. 1. Cf. también Jean-Baptiste Auberger, «La spiritualité cistercienne», Histoire et images médiévales n.º 12 (thématique), op. cit. p. 42.
  87. L. BOUYER, La spiritualité de Cîteaux, Flammarion, 1955, p. 18.
  88. Petit Exorde de Cîteaux, XV, 8.
  89. Bernardo de Claraval, Lettre 106, 2.
  90. Traité de l'amour de Dieu, los Sermons sur le Cantique, los Sermons para las diferentes fiestas litúrgicas; el Précepte et la dispense; De la considération, donde el abad de Claraval escribe a uno de sus hijos espirituales cistercienses, convertido en papa con el nombre de Eugenio III; los degrés de l'humilité et de l'orgueil, continuación de los grados de humildad enunciados por San Benito
  91. Éditions du Cerf, colección Sources chrétiennes.
  92. Cerf, colección Sources chrétiennes, 1975.
  93. Cerf, colección Sources chrétiennes, 1985.
  94. Editions Bellefontaine, 1994.
  95. Editions Bellefontaine, 1992.
  96. Cerf, colección Sources chrétiennes, 1967-1986.
  97. Berlioz, Jacques, (bajo la dirección de), Le Grand exorde de Cîteaux ou Récit des débuts de l'Ordre cistercien, Brepols/Cîteaux-Commentarii cistercienses, 1998, p. 411-413.
  98. Este último incluye, entre otros, castidad y pobreza. Cf. Regla de San Benito, cap. 58.
  99. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., pp. 74-75.
  100. Jean-Baptiste Lefèvre, Henri Gaud, Vivre dans une abbaye cistercienne (XIIe-XIIIe s.), éditions Gaud, 2003.
  101. Berlioz, Jacques, (dir.), Le Grand exorde de Cîteaux, op. cit., p. 413, pp. 426-7.
  102. Sermons sur le Cantique, 50, 5.
  103. Regla de San Benito, 43,3.
  104. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op. cit., pp. 52-56.
  105. Esteban Harding precisa en 1110, en el prefacio del libro de himnos, recopilación de todos los himnos adoptados por los cistercienses: «Hacemos saber a los hijos de la Santa Iglesia que estos himnos, compuestos ciertamente por el bienaventurado arzobispo Ambrosio, los hemos hecho traer de la iglesia de Milán, donde se cantan, a este lugar que es el nuestro, a saber, el Nuevo Monasterio. De común acuerdo con nuestros hermanos, hemos decidido que solo ellos y no otros serán cantados por nosotros y por todos aquellos que vengan después de nosotros. Pues son estos himnos ambrosianos, que nuestro bienaventurado padre y maestro Benito nos invita a cantar en su regla, los que hemos decidido observar en este lugar con el mayor cuidado.»
  106. Esteban Harding, Capítulo III de la Charte de Charité.
  107. Bernardo de Claraval, carta 398, citado por Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien, op. cit., p. 89.
  108. Merton, Thomas, le Patrimoine cistercien.
  109. Delcourt, Thierry, « Les manuscrits cisterciens», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 41.
  110. Auberger, Jean-Baptiste, « La spiritualité cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 47.
  111. Kinder, Terry L., L'Europe cistercienne, op. cit., pp. 353-354.
  112. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 334.
  113. Le Goff, Jacques, Les intellectuels du Moyen Age, Seuil, abril de 1957, pp. 35-36.
  114. Le Goff, Jacques, Les intellectuels du Moyen Age, op. cit. pp. 45.
  115. Le Goff, Jacques, op. cit, pp. 25.
  116. « Cîteaux, un idéal culturel»; Marcel Pacaut, op. cit. pp. 162-165, 220, 222.
  117. Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit., p. 79.
  118. Lekai, Louis J., Les moines blancs, op. cit., p. 83.
  119. Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit., p. 80.
  120. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit. p. 335.
  121. «Exordio de Císter y Resumen de la Carta de Caridad». Monasterio Cisterciense de Santa María de Valdediós. Consultado el 17/11/2011.
  122. Orgeur, Magali, Les carreaux de pavement des abbayes cisterciennes en Bourgogne (fin XIIe-fin XIVe siècle). Tesis doctoral de la Universidad de Borgoña bajo la dirección de Daniel Russo, junio de 2004
  123. Descamps, Philippe, « Des tuiles par millions», Les Cahiers de Science & Vie, n.° 78, p. 102.
  124. J. Dhondt, « Les dernières invasions» extraído de Histoire de la France des origines à nos jours, bajo la dirección de Georges Duby, Larousse, 2007, p. 249.
  125. P. Noirel, L'invention du marché, p. 140.
  126. Philippe Contamine, Marc Bompaire, Stéphane Lebecq, Jean-Luc Sarrazin, L'économie médiévale, Collection U, Armand Colin, 2004, p. 65-67.
  127. P. Contamine, M. Bompaire, S. Lebecq, J.-L. Sarrazin, op. cit., p. 96.
  128. Mondot, Jean-François, « Moines noirs et moines blancs», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de 2003, Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France, p. 16.
  129. Berlioz, Jacques (dir.), Le Grand Exorde, op. cit., p. 427.
  130. Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78 diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France, p. 52.
  131. Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78 diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France, p. 53.
  132. Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des travaux en bonne règle, Cahiers de Science & Vie, n.º 78 diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France, p. 54.
  133. Véase, en particular, el estudio de uno de los poquísimos graneros medievales aún existentes in Daniel Bontemps, « La grange de l'abbaye cistercienne de Chaloché (Maine-et-Loire) ou de l'importance de l'étude de la charpente dans l'étude d'un bâtiment médiéval», Archéologie médiévale, 1995, pp. 27-64.
  134. Testard-Vaillant, Philippe, « Agriculture, des travaux en bonne règle», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de 2003, p. 55.
  135. Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», en Histoire et images médiévales « Les cisterciens», n.º 12 (thématique), febrero-marzo-abril de 2008, p. 27
  136. Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», en Histoire et images médiévales « Les cisterciens», n.º 12 (thématique), febrero-marzo-abril de 2008, p. 30
  137. Testard-Vaillant, Philippe, « Crus de légende ou légendes de crus», dans Les Cahiers de Science et Vie « Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères-Les cisterciens changent la France», n.º 78, diciembre de 2003, p. 60.
  138. Ms. Add. 41230, Londres, British Library.
  139. Testard-Vaillant, Philippe, Agriculture, des travaux en bonne règle, en Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères - Les cisterciens changent la France, p. 54.
  140. Jean Gimpel, La révolution industrielle du Moyen-Âge, Éditions du Seuil, 1975, p. 65.
  141. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 14.
  142. Monnier, Emmanuel, « Des cours d'eau sous bonne conduite», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 70.
  143. Kinder, Terryl N., L'Europe cistercienne, op. cit., p. 83-85.
  144. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 12.
  145. En el mes de agosto. En invierno, el caudal puede alcanzar los 4 metros cúbicos por segundo.
  146. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 13.
  147. Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en série», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 66.
  148. Monnier, Emmanuel, « Un monde de tuyaux & de canaux», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 74.
  149. P. Contamine, M. Bompaire, S. Lebecq, J.-L. Sarrazin, L'économie médiévale, Collection U, Armand Colin, 2004, p. 220.
  150. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 17.
  151. Benoît, Paul, « Les cisterciens et les techniques», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 19.
  152. Gimpel, Jean, La Révolution industrielle du Moyen Âge, Éditions Seuil, 1975, p. 149-150.
  153. Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en série», artículo citado, p. 64.
  154. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 14.
  155. Gimpel, Jean, op. cit. pp. 28-32.
  156. Gimpel, Jean, op. cit. p. 18-20.
  157. Philippe Contamine, Marc Bompaire, Stéphane Lebecq, Jean-Luc Sarrazin, op. cit. p. 152.
  158. Testard-Vaillant, Philippe, « Des moulins en série», artículo citado, p. 67.
  159. Caillaux, Denis, « Comment les cisterciens inventent l'usine», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 89.
  160. Gimpel, Jean, op. cit. p. 41.
  161. Caillaux, Denis, « Comment les cisterciens inventent l'usine», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 92.
  162. Gimpel, Jean, op. cit. p. 79.
  163. Descamps, Philippe, « Des tuiles par millions», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 101.
  164. Rouillard, Joséphine, « L'hydraulique cistercienne», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 16.
  165. Rolland, Alice, « Les salines de Dieu», Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, op. cit. p. 81.
  166. Rolland, Alice, « Les salines de Dieu», op.cit. p. 80.
  167. En la Edad Media, las principales vías comerciales era fluviales y marítimas; había caminos que bordeaban los ríos o servían de enlace entre cuencas fluviales, pero el tráfico que permitían era muy inferior.
  168. Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 32.
  169. Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 75.
  170. Cailleaux, Denis, « Les moines cisterciens dans les villes médiévales», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 77.
  171. Chauvin, Benoît, « Les vignes et le vin», Histoire et images médiévales, n.º 12 (thématique), op. cit. p. 35.
  172. « Réalités et évolution de l'économie cistercienne dans les duché et comté de Bourgogne au Moyen-âge». Ensayo de síntesis, Flaran 3. « L'Économie cistercienne, géographie, mutations du Moyen-âge aux Temps Modernes», [Actes des] Terceras jornadas internacionales de historia, Abadía de Flaran, 16-18 de septiembre de 1981, Auch, 1983, p. 13-52.
  173. Duby, Georges, « Saint Bernard», op. cit., p. 122.

Bibliografía

Fuentes

  • (en francés) Documentos cistercienses primitivos, Abadía de Scourmont.
  • (en inglés) Vida de Roberto de Molesmes
  • (en francés) Conrad d'Eberbach, Le Grande exorde de Cîteaux ou Récit des débuts de l'Ordre cistercien, Brepols/Cîteaux-Commentarii cistercienses, bajo la dirección de Jacques Berlioz, 1998.
  • (en francés) Yolanta Zaluska, L'enluminure et le Scriptorium de Cîteaux au XIIe siècle, Cîteaux, Commentarii cistercienses, 1989.

Obras de referencia

  • Jacques Berlioz, Moines et religieux au Moyen Âge, Seuil, 1994.
  • Jean Chélini, Histoire religieuse de l'Occident médiéval, Pluriel, Hachette, 1991.
  • Terry N. Kinder, L'Europe cistercienne, Zodiaque, 1999.
  • Louis J. Lekai, Les moines blancs. Histoire de l'ordre cistercien, Le Seuil, París, 1957.
  • Marcel Pacaut, Les moines blancs. Histoire de l'ordre de Cîteaux, Fayard, 1993.
  • Marcel Pacaut, Les ordres monastiques et religieux au Moyen Âge, Nathan Université, 1993.
  • Philippe Racinet, Moines et monastères en Occident au Moyen Âge, Ellipses, 2007.
  • Jean Marilier, Histoire de l'Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, Dijon, 1991.
  • Léon Pressouyre, Le rêve cistercien, Découvertes, Gallimard, París, 1990.
  • Leroux-Dhuys, Jean-Francois (1999). Las Abadías Cistencienses. Köln: Könemann Verlagsgesellschaft mbH. ISBN 3-8290-3117-3.

Artículos y recopilaciones

  • Les cisterciens de Languedoc (XIIIe-XIVe siècles), 410 p., Cahiers de Fanjeaux n.º 21, Ed. Privat, 1986.
  • « Cîteaux, l'épopée cistercienne», Dossiers d'Archéologie, n.º 229, diciembre de 1997 - enero de 1998.
  • Les Cahiers de Science & Vie, n.º 78, diciembre de 2003: Xe-XIIe siècle: la révolution des monastères- Les cisterciens changent la France, Excelsior Publications.
  • «Les cisterciens», Histoire et images médiévales, n.º 12, febrero-marzo-abril de 2008, éditions Astrolabe.
  • Baury, Ghislain, «Emules puis sujettes de l'ordre cistercien. Les cisterciennes de Castille et d'ailleurs face au Chapitre Général aux XIIe et XIIIe siècles», Cîteaux: Commentarii cistercienses, t. 52, fasc. 1-2, 2001, p. 27-60.

Enlaces externos

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