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Alipio de Tagaste, Santo |
Obisopo
Martirologio Romano: Conmemoración de san Alipio, obispo de Tagaste, en
Numidia, que en un tiempo fue discípulo de san Agustín
y, posteriormente, compañero suyo de conversión, colega en el ministerio
pastoral, camarada en la lucha contra los herejes, para, finalmente,
también ser partícipe con él de la gloria del cielo.
Etimología:
Alipio = sin pena. Viene de la lengua griega.
Las noticias sobre la vida de ALIPIO
podemos hallarlas, casi totalmente, en las obras de su gran
amigo san Agustín, con quien compartió los errores de la
juventud, la conversión y las fatigas del apostolado.
Nació en Tagaste
(hoy Souk Ahras, Argelia), de padres que formaban parte de
la clase noble local. Pequeño de estatura, pero de ánimo
fuerte y de carácter virtuoso, trabó una afectuosa e íntima
amistad con Agustín, hasta el punto de que éste lo
llama repetidamente “frater cordis mei”, hermano de mi corazón. Con
él compartió los errores de juventud, la conversión, la vida
religiosa y las fatigas del apostolado. San Agustín le describe
como persona de índole religiosa, de gran honradez e imparcialidad
por su amor a la justicia.
Algún año más joven que
su amigo, frecuentó las escuelas de gramática de su tierra
y las de retórica en Cartago; lo precedió en Roma,
donde fue a estudiar derecho, y, más tarde, lo acompañó
a Milán. En Roma fue consejero del “comes” distribuidor de
las subvenciones a Italia, y dio muestras, poco frecuentes en
estas circunstancias, de integridad y desinterés. Resistió enérgicamente a las
pretensiones de un potente senador que intentó inducirlo a cometer
irregularidades, mostrándose indiferente, con la admiración general, tanto ante las
amenazas como ante las lisonjas: “Alma rara, escribe san Agustín,
que no hizo caso de la amistad, ni temió el
resentimiento de un hombre tan poderoso, célebre por los innumerables
medios de que dispuso para hacer el bien o el
mal”. La amistad con Agustín sirvió para retraerlo momentáneamente de
la pasión por los juegos del circo, pero le arrastró
el maniqueísmo.
Con el amigo, Alipio vivió la aventura del retorno
a la fe. Casto de constumbres, le fue una gran
ayuda en la lucha contra las pasiones y le desaconsejó
unirse a una mujer para no renunciar a vivir libremente
en el amor de la sabiduría. Estuvo presente en la
crisis de la conversión y siguió su ejemplo. Se retiró
con él a Casiciaco, donde participaba en las discusiones filosóficas
y, junto con él, recibió el bautismo el 25 de
abril del 387. Al año siguiente, Alipio volvió a África,
y en Tagaste se retiró con los amigos a la
vida cenobítica. En el 391 siguió a Agustín en el
monasterio de Hipona. Poco después, viajó a oriente e hizo
amistad con san Jerónimo. Fue estimado por san Paulino de
Nola, quien admiró su santidad y su celo.
Elegido obispo de
Tagaste, hacia el año 394, cuando Agustín era todavía sacerdote,
a su lado, casi durante cuarenta años, brilla en la
iglesia de África como reformador del clero, maestro de vida
monástica (santa Melania, la joven, permaneció siete años en Tagaste
bajo su dirección) y defensor de la fe contra donatistas
y pelagianos.
En el 411 participó en la conferencia de Cartago,
siendo uno de los siete obispos católicos que disputaron con
los donatistas. Contra los pelagianos se empleó con tal fuerza,
que los herejes le unieron a Agustín en el odio
y a Jerónimo en el mérito. En el 416 participó
en el concilio de Milevi (Numidia) y escribió sobre esta
reunión al papa Inocencio.
Por motivo de la causa pelagiana viajó
varias veces a Italia, llevando obras agustinianas al pontífice Bonifacio
y al “Comes” Valerio. En el 428, desde Roma, le
mandó al amigo una réplica de Juliano, e insistió para
que le contestara. Son las últimas noticias que tenemos de
él. Se supone que estuvo en Hipona durante la muerte
de san Agustín y que murió en el mismo año
de 430.
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