jueves, 27 de octubre de 2011

Santa Inés y el fiel servicio de algunas religiosas


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Los lavan, los secan, los alimentan, los abrazan, los adornan festivamente. Quienes se ocupan de los dos corderos que el viernes 21 de enero, memoria litúrgica de santa Inés, serán presentados al Papa – y cuya lana será usada para confeccionar los sagrados palios – son las hermanas de la Sagrada Familia de Nazareth, que desde hace casi 130 años desarrollan esta singular y discreta tarea. Un encargo que se inserta en el carisma de la congregación – como nos ha dicho la superiora María Solecka - es decir, el de vivir según el estilo de la Sagrada Familia, en el ocultamiento y en el servicio a la Iglesia. Habla de esto en esta entrevista a nuestro periódico sor Hanna Pommianowska, una de las religiosas que viven desde hace más tiempo en la comunidad romana del Esquilino.

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¿Desde hace cuántos años os ocupáis de la preparación de los corderos?


Comenzó nuestra madre fundadora, la beata Frances Siedliska, en 1884. En aquel tiempo, eran las hermanas de otra congregación que se ocupaban de la preparación de los corderos para la fiesta de santa Inés, pero se trataba de una comunidad de religiosas ya ancianas. Su casa estaba al lado de la que la Siedliska abrió en el Esquilino, en Roma. Dado que nuestra primera comunidad estaba formada por muchas jóvenes, aquellas hermanas preguntaron a la superiora si estaba dispuesta a asumir aquella tarea. Y ella aceptó con gusto. Desde entonces, la tradición se repite: salvo algunos años en el período de la segunda guerra mundial, nos hemos encargado siempre de preparar los corderos para el rito.

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¿Qué ocurre cuando recibís los corderos?


El 20 de enero de cada año los trapenses de las Tre Fontane nos traen los dos corderos. Apenas los recibimos, los llevamos al último piso de nuestra casa, donde tenemos una gran terraza con la lavandería. Podéis imaginar que se convierten en la alegría de toda la comunidad, especialmente de las hermanas más jóvenes. La hermana encargada del cuidado de los dos corderos es Wanda Baran que, desde que llegó a Roma en los años de la segunda guerra mundial, se ocupa de ellos. En general es ayudada por otras tres o cuatro religiosas. Lo primero que hacemos es lavarlos. Los ponemos en un lavadero y con el jabón para niños eliminamos delicadamente la suciedad. Luego los secamos: antes se hacía con paños, ahora con el secador de pelo. Somos muy cuidadosas en no dejar húmedo su pelo porque son pequeños y podrían enfermarse. Por eso calentamos bien el ambiente. Después de secarlos, los ponemos dentro de una tina recubierta de paja y cerrada con telas, para que no tomen frío. Les damos de comer heno y en ese momento están listos para transcurrir la noche en la lavandería.

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¿De qué modo son adornados?


En la mañana siguiente es decir, el día de la fiesta de santa Inés, les ponemos una especie de capa sobre el lomo. Para un cordero es de color rojo, en recuerdo del martirio de la santa; para el otro es blanco, en recuerdo de su virginidad. Sobre las dos capas hay tres letras: por una parte, s.a.v., que es por santa Inés virgen; y por otra, s.a.m., es decir, santa Inés mártir. Luego entrelazamos dos coronas de flores – una de color rojo y una blanca – y se las ponemos sobre la cabeza. Les ponemos también moños en las orejas. Después de esta suerte de vestición, los dos corderos son puestos juntos dentro de una cesta. Nos vemos obligadas a atarlos para evitar que escapen: de hecho, una vez he visto a un cordero dar un salto y escapar del altar. Los dos animales están así listos para la ceremonia.

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¿Qué sucede luego?


Hacia las nueve de la mañana vienen algunos empleados de la basílica Lateranense, que llevan los dos corderos a Santa Inés Extramuros, en la vía Nomentana. Apenas llegan allí, son puestos sobre el altar de la santa y bendecidos con el tradicional rito. Terminada la ceremonia en la basílica de santa Inés, algunos sediarios pontificios llevan con un vehículo los dos corderos al Palacio Apostólico, donde son presentados al Papa.

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¿Vosotras estáis presentes también en el rito en el Vaticano?


Dos de nuestras hermanas, aquellas que en general festejan el jubileo de profesión religiosa, son admitidas en la capilla de Urbano VIII del Palacio Apostólico, en presencia del Papa, donde asisten personalmente a la ceremonia.

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¿Qué otras actividades lleváis a cabo en comunidad?

Somos 15 hermanas en la casa madre de Roma. Tenemos un jardín de infantes compuesto por dos clases divididas por edad. Podéis imaginar que la llegada de los corderos se convierte en una fiesta para todos los niños, pero no sólo, porque el acontecimiento es seguido también por los habitantes del barrio. La gente se amontona en torno a la casa para ver los dos corderos. No es la multitud que acudía cuando llegué aquí a Roma, en 1947, pero se trata, no obstante, de una tradición todavía muy sentida.

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