Sin dejar de ver, que bien hace no observar las cosas que al alma logran alterar. ¿Para qué enfrentar con la mirada a la persona que tu calma acaba? Mirar a los ojos de una fiera o de un enemigo, sin paz en tu alma, es como arrojar leña mojada al centro de una fogata que la lluvia apaga.
Sin dejar de oir, que bien hace no escuchar aquello que al espíritu quiere acabar. ¿Para qué permitir que por nuestros oídos entren los ruídos que destrozan los sentidos? Escuchar al mentiroso, al chismoso, al perezoso, envidioso, hipócrita y negativo, es intentar beber agua de un pozo ya vacío.
Sin dejar de dialogar, que bien hace no hablar de todo lo que al final logra enfermar. ¿Para qué responder con gritos, el alarido que al corazón con susto hace dar brincos? Cualquier palabra dicha sin respeto ni amor, es una herida abierta empapada en sal y limón.
Ser ciego ante lo negativo es ver con fe el mañana. Ser sordo a las voces negativas es oir la sinfonía de una vida en armonía. Ser mudo ante la bulla desctructiva es hablar con Dios y disfrutar de la alegría.
No me veas cuando mi actitud te ofenda. No me oigas cuando con rabia grite. No me hables cuando mi conversación sea absurda. Soy ciego y veo. Soy sordo y escucho. Soy mudo y hablo. Soy Yo.
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